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Héctor Revuelta Santa Cruz
HÉCTOR REVUELTA SANTA CRUZ (Bolivia) Nació en Cochabamba, Bolivia el 27 de diciembre de 1938. Ingeniero civil, fotógrafo, cuentista, novelista, gestor cultural, fotógrafo y docente universitario de la Universidad Mayor de San Andrés. Fue docente en instituciones educativas policiales y militares de Bolivia. Consultor de varias instituciones nacionales y de organismos internacionales. Desarrolló más de cincuenta estudios relacionados con el transporte. Como fotógrafo ganó varios premios nacionales. Libros: Cuento: Mi viejo zapato (2004), Para prueba no basta un botón (2006), Amargo despertar (2010), La llama de mi vela y otros relatos (2015). Novela corta: El periodista. Más el cuento: Quince años cuidé tu tumba (2014), El destino de la ganadora (2018).
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SU CITA HA SIDO POSTERGADA (cuento) Héctor Revuelta Santa Cruz
Hoy me desperté más temprano de lo que habitualmente hago porque tengo que viajar, con mi familia, a Cochabamba por el aniversario de bodas número 35 de los padres de mi esposa. Mis dos hijos, adolescentes, son los más entusiastas por disfrutar del viaje y ver a sus abuelos, y no hace falta apurarlos para que dejen la cama; pero. hay algo que me inquieta y no recuerdo si soñé, pensé, recordé, me imaginé o fue real, pero a esa hora de la madrugada no podía ser real, y en mi cabeza da vueltas un anuncio de una cita programada para las 12:30 de hoy. ¿o era una cita postergada sin día ni hora? Tengo dudas y confusión... Pero, ¡Ahora acuerdo! Tengo una cita médica para la siguiente semana y la preocupación subconsciente de no poder ir, por el viaje, me hizo imaginar otras cosas. Alegres desayunamos y pusimos nuestros equipajes, para cuatro días, en la carrocería de la doble cabina, olvidándome de mis fantasías de citas postergadas o anteladas.
Muy rápidamente, por la casi ausencia total de vehículos, llegamos a la Ceja de El Alto, por la avenida Mario Mercado, donde me detiene un malhumorado y a su vez comprensivo patrullero: —¡¡Señor!! ¿Usted no sabe que desde las cero horas de hoy se ha decretado cuarentena, sin tránsito por calles y carreteras de todo el País, por el Coronavirus?... ¡No puede circular! Le explico mi desconocimiento de la norma que por motivos de la preparación del viaje nadie, en mi casa, prestó atención a las noticias y me dice, con firme determinación:
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—¡Mejor váyase a su casa! Porque tendría que retenerle su vehículo, arrestarlo por ocho horas, además de aplicarle la multa de 500 Bs.
Emprendemos el retorno a la casa cuando el sol ya había salido y, en el trayecto, otra vez nos detiene un policía más severo que el anterior, pero viendo mi sinceridad me deja pasar, advirtiéndome que me pueden detener nuevamente. La frustración de la familia está patente en las caras desencajadas. Nadie sabe qué hacer y sin nada que hacer, en la noche, vemos el noticiario de TVU que le da mucha importancia a una noticia catastrófica: —En la carretera a Cochabamba, a la altura de Llavín, una zona muy inestable geológicamente, y debido a las constantes lluvias se derrumbó todo un cerro sepultando el camino en aproximadamente quinientos metros. Felizmente no hubo pérdidas humanas, porque los moradores del lugar tuvieron tiempo para escapar y porque no había vehículos debido a la restricción del tránsito vehicular, por la cuarentena motivada por el Coronavirus. La situación podía haber sido muy grave porque, en ese lugar, hay congestionamientos y decenas de vehículos hubieran sido sepultados, con muchos muertos. Esto sucedió a las 12:30 de hoy.
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LA MUJER DEL BARBIJO ROJO (cuento) Héctor Revuelta Santa Cruz
Un extraño día para mudarse. 31 de diciembre de 2020 a las seis y media de la tarde. Eran muchas las cosas que dos cargadores trasladaban, ayudados por una mujer con barbijo rojo. Lleva una coqueta gorra con el logo de una conocida marca deportiva. Trasladaba algo frágil, cuando nos cruzamos en el pasillo común al mío, en el tercer piso. Con mucha familiaridad me saluda con un sonoro ¡Hola! Le respondo con un tibio hola, sin saber quién es. El barbijo le cubre casi toda la cara y lleva anteojos algo oscuros. Me quedo intrigado y le pregunto, ante la mirada no muy amigable de mi mujer, si puedo ayudarla. Me dice que sí y que por la prisa muchas de sus cosas no fueron adecuadamente embaladas y están sueltas en el camión de traslados y que sería de mucha utilidad mi ofrecimiento. Mi esposa me pregunta quién es y, por salir del paso, le digo que es una prima que hace muchos años que no la veía y se mete en el departamento con un gesto de esposa con veinticinco años de matrimonio encima.
Cargo lo primero que encuentro que es una valija, supuestamente con ropa de ella porque mal cerrada aparece un visible lazo de sostén también rojo. Me cruzo en el ascensor que rápidamente se cierra y me quedo con la frustración de preguntarle quien es hasta que coincidimos en un viaje y, bajándose ligeramente el barbijo, me dice: —¡Se nota que no me reconoces! Se quita los anteojos y veo unos bonitos ojos negros con incipientes patas de gallo. Bajo la mirada hasta clavar mi vista en su generoso busto cubierto con una remera amarilla con una leyenda roja que dice: El amor nos une. Rápidamente pongo en el comedor la caja de cubiertos. Salimos juntos para trasladar más cosas y le pido que se
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quite un rato el barbijo para reconocerla. Me contesta que al final del traslado lo hará y que será una gran sorpresa para mí.
Caminando detrás de ella veo que tiene una notable colita muy bien formada y una cintura angosta y también se nota que tiene bonitas piernas. Me pide entrar en un juego en el que en cada viaje me dará una pista para que adivine quien es. Empezando el juego me dice que trabajamos juntos, pero no dice donde, y yo empiezo a escarbar mi memoria de los cinco trabajos que tuve en mis 20 años de servicios, mayormente en el estado. Recorro varios ministerios donde tuve distintas secretarias y colegas economistas como yo, que además soy abogado. Le pregunto que si es economista y me dice que estudio dos años y no le gusto y dejó la carrera, pero no me dice que profesión tiene. En el quinto viaje, para darme más pistas se levanta un poco el barbijo y veo un bonito mentón y le pregunto si alguna vez salimos juntos y me dice que esa pregunta es muy comprometedora que la responderá más adelante. Protesto porque está rompiendo las reglas del juego…ya van más de diez viajes y le pido que me muestre un poco de su nariz. Armo el rompecabezas de ojos, nariz y mentón y no logro formar ninguna imagen conocida. Le pregunto si es secretaria y me dice que ejerce desde hace 20 años. Mi mente repasa a todas las secretarias que tuve sin hallar una mujer que tenga por lo menos uno setenta de estatura, igual a la mía. No encuentro ninguna que tuviera ese porte. Le pregunto si juega tenis y me dice que si, que es socia del Club de La Paz. Yo también soy socio y no la veo agarrando una raqueta… Inusitadamente siento que esta mujer me gusta. Le pregunto en que ministerio trabajó y me dice que en Cancillería y Economía. Efectivamente también yo trabajé en esos ministerios…quedan pocas cosas que trasladar y le pido que se suba el barbijo para ver sus
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labios. Rápidamente obedece y veo que son hermosos y sensuales, semidesnatados por el barbijo rojo, pero no formo la imagen de una persona conocida y ¡esta mujer cada momento me gusta más! Le reitero la pregunta si alguna vez salimos y me dice que nunca y que tampoco yo la había invitado. También le pregunto si conoce a alguien de mi familia y me dice que no…recordándome que al final de este último viaje se quitará el barbijo ya que no pude adivinar quién es. Inquietado, con las hormonas alborotadas de tanto verla transitar, llevo a la cocina la última caja con masitas y un par de almohadas al dormitorio, donde un colchón medio envuelto yace en el suelo y las partes de una cama desarmada están apoyadas en una pared. En la puerta de acceso, a su nuevo departamento, paga a los transportadores. Se aproxima a mí con mucha ceremoniosidad y en cámara lenta se quita el barbijo…Me quedo perplejo. Es una mujer muy bonita de unos cuarenta años…No sé cuánto tiempo me quedé mirando su cara hasta que debitando le digo que ¡jamás la vi! que hubo alguna equivocación y ella me responde, con cara de niña traviesa: —Yo tampoco. ¡Nunca te vi! Pero me caíste muy bien. Este ha sido un juego que se me ocurrió en el instante que me ofreciste tu ayuda, que ha sido muy valiosa. Te pido mil disculpas, si esto te ha molestado…
Abochornada, cerrando con lentitud la puerta del departamento, a las siete y cuarto de la noche, me invita a tomar un refresco con masitas, pidiéndome que después le ayude a armar la cama, en ésta última noche del año de la pandemia.
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EL AULA ESTA VACÍA (cuento) Héctor Revuelta Santa Cruz
Finalizaba el verano y empezaba el otoño. EL AULA ESTA VACÍA Las bullangueras voces de los pasillos, fueron desapareciendo. EL AULA ESTA VACÍA Día a día mermaban las firmas en el libro de asistencia, hasta que sus páginas quedaron en blanco. EL AULA ESTA VACÍA Las paredes mudas ya no escuchan al docente ni las preguntas de los alumnos. EL AULA ESTA VACÍA Un gastado marcador azul yace en el suelo. EL AULA ESTA VACÍA Un guaipe sin cumplir su función final descansa sobre un pupitre. EL AULA ESTA VACÍA Todos los días el sol entra y sale por las ventanas. PERO EL AULA ESTA VACÍA La sombra del obelisco muere cada tarde en la fachada del Club de La Paz EL AULA ESTA VACÍA Un arrugado papel, con la brisa que entra por la rendija de una ventana, se mueve de un lado a otro. EL AULA ESTA VACÍA La puerta, abierta electrónicamente, permanece inmóvil. PERO EL AULA ESTA VACÍA La fórmula de color púrpura dejada en la pizarra, por un distraído docente, cada día palidece más y más. EL AULA ESTA VACÍA El data show con su ojo de Cíclope apunta a la pantalla sin mostrar nada. EL AULA ESTA VACÍA Pero, en el corazón de hombres y mujeres que pisaron esas aulas, la esperanza crece día a día, para que nunca más este vacía.
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RECLAMOS A MEDIA NOCHE (cuento) Héctor Revuelta Santa Cruz
Hoy se cumplen tres semanas de obligada cuarentena, dictada por decreto de la presidenta constitucional Jeanine Añez. Son 21 días que mis pies no pisan la calle. Son jornadas de confinamiento que me hacen comprender que es la prisión domiciliaria ¿Cuál es la medida del tiempo? ¿Qué diferencia había habido entre un miércoles y un domingo? Ahora todos los días son iguales al domingo. Compadecido de la soledad de mi tía Eliana la he traído a vivir conmigo, al departamento de un empedernido solterón, junto a su Pinchar ladradora e hiperactiva. Mi tía, hermana muy menor a mi fallecida madre, apenas dos años mayor que yo, se quedó viuda el día que salió su jubilación, hace menos de un año. Vive de su renta, la del difunto esposo y los cien dólares que sagradamente mandan cada uno de sus tres hijos desde España y Australia. Se la ve muy contenta y nos repartimos el trabajo de cocinar, lavar, planchar, asear el departamento y sacar a la perrita tres veces al día, al jardín comunitario del edificio.
No tenemos tiempo de aburrirnos y todas las noches jugamos telefoneen o generala con apuestas virtuales de nuestros bienes y poco falta para que “me quede en la calle”. También hemos bailado frenéticos rock y cumbias, acompañando unos traguitos para nada moderados. Desde antes de que viniera a vivir conmigo repetidamente me decía, y me sigue diciendo, que me casara porque cuando sea más viejito no habrá una persona que me alcance una taza de té. También me dice que nuestra sociedad es muy pacata y cuando ven un hombre soltero y maduro como yo, piensan que es maricón seguro.
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Pero ella no sabe que tuve varias parejas hasta una vez simultáneamente dos. Ahora, desde hace cinco años soy monógamo. Mi actual pareja también es viuda, y tiene tres hijos dos trabajando en Canadá y uno estudiando en Suiza, con la beca Simón I Patiño. Ella es una eximia deportista fue dos años seguidos campeona nacional de tenis y ahora, por la cuarentena no puedo verla porque la agarró en Cochabamba y extraño su apasionado amor que compartíamos dos veces a la semana. No vivimos juntos porque cada uno quiso mantener libre su entorno. En chiste decimos que somos una pareja cama afuera. Hablamos todos los días viendo y deseando nuestros cuerpos por el WhatsApp. El lunes haré cualquier cosa para ir a verla y amarla.
Así transcurrían mis días en paz y nunca la vi a mi tía tan feliz como en esta temporada hasta que hace tres días, a media noche, escuché voces que parecían una mezcla de gemidos y risas de hombres mayores y de chiquillos. Me quedé asustado pensando que el encierro estaba afectando mi cerebro y me puse a cantar fuertemente Granada hasta despertar a mi tía que se levantó apresuradamente de la cama para averiguar qué pasaba. Le conté que escuché voces y ella, entrando en mi habitación me dijo: - yo no escuché nada. Te has debido soñar- y se fue a su dormitorio. También, a esa hora, la llame a mi pareja y me dijo lo mismo que mi tía. Con mucho esfuerzo me quedé dormido y el día me resulto pesado. La siguiente noche pasó lo mismo. Ahora me parecía escuchar un pedido de socorro en medio de risas y llantos. Apoyé mi oreja los muros para escuchar si las voces venían del departamento vecino. Abrí la ventana y no escuché nada y nuevamente se repitió la escena con mi tía, que ya asustada me dio una tableta de valeriana. Llevándome a la cama y sentándose en el borde, acariciando mi cabello, me dijo que era mi imaginación y que pronto pasaría. Ya
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preocupada dándome un beso en la frente se fue a dormir. Yo para salir del trance me imaginé que estaba haciendo el amor con mi pareja que me parecía que su ausencia era la causa de escuchar voces inexistentes.
La tercera noche ya fue el colmo escuché con claridad, nítidamente, gritos de socorro, repetidamente con distintas voces ¡Sáquenme de aquí! ... ¡Quiero ver la luz!,. Tiré las frazadas...busqué debajo de la cama…abrí con inusitada furia los cajones de la cómoda donde guardo camisas y ropa interior…y finalmente con una brusquedad y fuerza desconocida en mi jale la puerta de mi ropero sacándola de sus bisagras…En ese instante callaron las voces que fueron remplazadas por frenéticos aplausos de las solapas de mis ternos, que hace tres semanas no los veía… El primero en hablar fue mi traje azul, como el decano del grupo: -Mucho te hemos extrañado y por eso hicimos este berrinche. ¿Recuerdas que conmigo fuiste a la pedida de mano de esa guapísima chica, que una semana antes de la fecha del matrimonio se desanimó, y tú juraste nunca casarte?
Mi traje combinado marrón, con voz entrecortada me dijo que había sido el que más me extraño porque le daba duro usándolo con más frecuencia, porque era mi color preferido. Mi esmoquin, de grano de pólvora, muy parco, me dice: sinceramente yo no te extrañé mucho porque solamente cada tres meses me llevabas a tus iniciaciones masónicas-
Mi traje marengo, muy orgulloso, me recordó que fuimos a la firma de un buen contrato de trabajo con lo que compré este lujoso departamento. Mi combinado azul claro me dice que extrañaba el sol de los sábados deportivos y quien sabe si no podrá salir mientras dure la cuarentena.
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Finalmente, el Benjamín de mis ternos, de color azul suave brilloso me pide que nunca más los abandone. Abrazándoles a todos con cariño prometí, jurando, no hacerlo y que desde mañana mismo pasearan conmigo por el departamento… Mi tía está muy extrañada al verme cambiar de terno todos los días y me dice: —¡Admiro tu autoestima!
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EL BARBIJO DE ADAN (cuento) Héctor Revuelta Santa Cruz
Nací en la China, no precisamente en Wuhan. Ciudad que tuvo el privilegio de lanzarme al mundo popularizándome por doquier y obligando a usarme en toda concentración de gente, que a medias se reconocen y no te dejan entrar a un banco sin mi presencia. Seguramente, años atrás, si alguien entraba ocultando su rostro sería encañonado por la policía y arrestado ipso facto. Hoy, para cobrar un cheque. debes quitarte el barbijo un ratito para que te saquen la foto y con miedo te vuelves a colocar, desinfectando tus manos con alcohol.
Al poco tiempo de mi nacimiento llegue a Cochabamba, desde luego vía contrabando. Una señora con vestido de amplio ruedo me compró de otra mayorista, en una caja de cien y apresuradamente salió a la cancha a vendernos junto con mis hermanos. Fue primera vez que escuche una voz humana porque en mi cuna, todo era robotizado y esas personas no habían sabido hablar entre ellas. —¡Comprarime caserito! ¡Ranticuy caserita! ¡Tres por cinco! Escuché repetidas veces y un señor, con andar lento y bastón en la mano, me compró por uno cincuenta bolivianos, con rebaja. Ese momento, muy contento, se lo puso en la cara y empezó nuestra sincera e inseparable amistad, llena de cariño recíproco. No tengo nada de que presumir, no tengo pedigrí y no estoy seguro si soy un KN95. No me importa no ser diseño exclusivo. Se que tengo lejanos parientes fashion top como Gucci, Louis Vuitton, Naomi Campbell. Incluso, en un desfile de modas en París, les dedicaron un show especial mostrando a unas niñas anoréxicas que la gente no miraba tanto el tapa boca sino la tapa rabo. El precio de cada uno era de 200 euros.
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En la llacta me han copiado con diversidad de dibujos y telas como aguayos, propaganda política y hasta vi uno con los generosos senos de la Marilyn. Ahora, que ya no son tan exigentes con la cuarentena, salimos dos veces a la semana a tomar una chichita, en un local que está a tres cuadras. Él, los jueves se sirve un picante de pollo con mucho ají y ajos y se queda a conversar con doña Francisca, dueña del local, contándole que tiene cinco hijos, tres trabajando en España y dos en Brasil y que rara vez le mandan platita y que si tuviera más billetitos vendría comer todos los días su picante preferido. También le comenta que toda su vida trabajó informalmente para hacer estudiar a sus hijos y como nunca aportó no tiene jubilación y que su mujer lo abandonó cuando sus hijos eran unas wawas, en la escuela y que ahora él se cocina, con su Bono Dignidad, en su casita de medias aguas, que es todo lo que tiene. Al retornar a la casa me dan mareos y el olor a ajo no me gusta y ya en el dormitorio, poniéndome sobre el viejo velador, termina de emborracharme con un riego de alcohol diciéndome ¡Salud! ¡Tú también tienes derecho a tomar! Cada día estoy más delgado porque dos veces a la semana me lava con jabón y me deja, con mucho cariño, retozándome al sol.
Al escuchar que ya están vacunando me asusté porque eso quiere decir que ya no me necesitará y se habrá acabado la amistad con mi viejo amigo. Cuando llegaron las primeras vacunas, prestadas por Argentina, el recibimiento fue tan grande que ni al Duque de Edimburgo, muerto hace unos días, lo recibieron así cuando visito La Paz, hace décadas. Después de ver la lentitud con la que están vacunan me quedo más tranquilo porque eso quiere decir, que, gracias a estos chacras, estaré más tiempo con mi querido amigo.
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Pese a las limitaciones fuimos pasando días muy felices, hasta que hoy en la mañana, acongojado, con mi cordón elástico roto, no sentí el acostumbrado calorcito de su aliento...
En la casita están reunidos los vecinos, muy tristes, y comentan entre ellos: —¡Qué buen tipo era este Adancito! Yo lo quería mucho, pero poco lo visitaba por la pandemia. —No tenía a nadie. Vivía solito y él se cocinaba. —Don Adán, a pesar de su cojera, ¡siempre estaba alegre! —Les avisaremos a sus hijos —¡A esos alkos! ¿Para qué? —Si no se acordaron en vida. —Seguro que vendrán a pelearse como perros de carroña, por la casita. —Lo dejaremos con su barbijo puesto… ¡Qué tanto lo quería!
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