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Ruth Miroslava Rivas Mariscal

que nada se pierda. los besos que te dieron. lo que pudo haber sido y no fue. lo que fue y dejó de ser.

También quieres juntos todos tus epitafios los reales o imaginarios quieres que todo entre en la valija del último viaje quieres sobre la mesa toda la baraja en este juego no habrá carta bajo la manga.

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Esta confesión no tendrá comunión porque la boca se ahoga sumergida en la secreta fuente en que se abisma

Quedamente cerca de la cama se extiende un extraño bazar donde hace gala el maléfico número que es tuyo.

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RUTH MIROSLAVA RIVAS MARISCAL (Bolivia) Nació en Cochabamba, Bolivia el 27 de octubre de 1956. Poeta, narradora y traductora del idioma español al quechua boliviano. Hija del escritor Luis Rivas Alcocer. Sus poemas se publican en varias antologías nacionales e internacionales. Recibió varios premios internacionales de poesía. Forma parte de varias instituciones culturales, entre ellas de Escritores Unidos. Participa de encuentros literarios virtuales y presenciales. Libros. Poesía: Pentagrama en mi piel (2018). Fábula: Fabulas de Esopo Quechua-Castellano (2019). Cuento: Cuento para niños. Lombrita y Mama tierra (2020).

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TIEMPO DE PANDEMIA (cuento) Ruth Miroslava Rivas Mariscal

Todos los ruidos de las ciudades se tragaron el invisible, el sonido quedo irresistiblemente atascado en el silencio en un abrir y cerrar de ojos. El engrasado transcurrir de los días se detenía de pronto. Frente a la ventana de un edificio alguien vistiendo solo pijamas y con el pecho pegado al cristal, húmedo, cubierto de vaho, era frio por dentro, como si una mano de hielo tocara el corazón.

En las calles un silencio profundo, voces que se ahogan de tanto callar, no se oyen ni a sí mismos, un silencio ensordecedor, el tedio nace. De tanto en tanto, la policía caracoleando románticamente por las calles con los quejidos de cobre de sus instrumentos, el espectáculo casi se convierte en una fiesta.

Ver telenoticias, con sonido de cartón, el conteo diario que parecía el puntaje de algún partido de football, estremecía al oyente atravesando de lado a lado. Solo haciendo esfuerzo de voluntad se aguantaba para no gritar a voz en cuello por el miedo de que el enemigo se metiera en la garganta. En la muñeca solo la marca de un reloj ¿Qué sentido tenía apresurarse? No había prisa, todo era monótono, no había donde llegar tarde. Mis lagrimas se me antojaban ajenas, a tal punto que independientemente de mi voluntad rodaban por mis mejillas.

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En el campo pareciera que los oídios se hicieron más sensibles, de cuando en cuando pasaba un camión llevando ganado, ballesteando de un costado a otro, el motor retemblaba trabajaba y débilmente, el vehículo se iba tragando, celoso, metro tras metro la carretera. Se oye lejano el tañido del cencerro, que anuncia la llegada del ganado. Levantas los ojos y ves las palmeras erguidas, el sol como aplastada yema de huevo pegada al cielo. Solo bandadas de cotorritas, caycitos, tordos serpentean en límpido cielo, se deslizan dueños de firmamento, celebrando la vida.

Planean hasta un atajado, enormes aves como si no conocieran aquellos parajes esplendiendo su grandeza bajo la rizada lluvia, mientras un guajojó observa impasible desde un poste de cuchi. Una pareja de cardenales toca en mi ventana, anunciando con su trino, el despertar de un nuevo día. Ninguna nube empañaba el pálido azul del cielo. El sol pendía entre las ramas de la enredadera de buganvillas, bajo la cual, sobre una silla de plástico, con las patas colgantes esta Candy, mi perrita con su ensortijado pelo blanco, que dormita, entre abriendo de vez en cuando los ojos para mirarme con cariñosa mansedumbre. Eran chispas de amor para atenuar la tristeza de aquellos días, la sensación de mejoría del mundo, tras una larga enfermedad, como el sentimiento de ligereza inesperada y rebelde que nos embarga al eludir el peligro…

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