Ciclo Literario y de Diseño No. 176

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SEPTIEMBRE-OCTUBRE

Los aretes de perla

UN MUNDO

SIN ÁRBOLES

MIGUEL ARMANDO LÓPEZ RAMÍREZ*

Hubo un tiempo (miles de millones de años) en que no existían árboles sobre la faz de la tierra.1

Se ha descubierto evidencia fósil de que hace unos tres mil millones de años (tres Eones) ya existían organismos microscopios capaces de realizar la fotosíntesis y liberar oxígeno como uno de los productos de este proceso.

Me refiero a las mal llamadas algas cianofitas (o algas azul verdosas) ahora conocidas como cianobacterias ya que su estructura y organización es semejante a las bacterias. Es por eso que se les clasifica actualmente dentro del Reino Monera.

El Reino Monera esta constituido por los grupos Bacteria, Cianobacteria y Archibacteria (estos últimos considerados un reino aparte y muy diferente a los otros dos grupos desde el punto de vista molecular).

Estas bacterias fotosintetizadoras (las cianobacterias) son muy conocidas pues en algunas tiendas naturistas o incluso en farmacias las venden como un complemento alimenticio. Me refiero a la mal llamada “alga Spirulina” rica en proteínas y de la cual existen solo dos plan- tas procesadoras en el mundo, una en África y la otra en Texcoco, México.

Lo interesante de la Spirulina y otras miles de especies de ese grupo, es que son tal vez los organismos fotosintetizadotes mas antiguos del planeta y lo más relevante es que son los responsables de formar la atmósfera terrestre tal y como la conocemos ahora.

Los árboles aparecieron en el sendero evolutivo muchos millones de años después.

Es por eso que a esa época se le ha llamado “La era de las cianobacterias”

Los primeros organismos fotosintetizadores eran microscópicos y su proliferación en los vastos oceanos prehistoricos fueron los precursores de la formación de la atmósfera tal como la conocemos actualmente.

De la unicelularidad evolucionaron a las formas coloniales hasta llegar a la pluricelularidad, la complejidad y la diferenciación. Luego, a la metacelularidad de las plantas, animales y hongos.

Según la teoría endosimbiótica de la Dra. Lynn Margulis de la Universidad de Boston, estas cianobacterias dieron origen (por endosimbiosis) a los cloroplastos organismos que están en las hojas de los árboles y de todas las plantas. Poseen DNA independiente del resto de la célula y se desplazan y se dividen independientemente de los procesos de la célula en la que se encuentran. Se han podido mantener en cultivo sintético fuera de la célula.

Los cloroplastos fueron alguna vez organismos de vida libre y que por simbiosis (endosimbiosis) se asociaron a otra célula formando los organelos celulares que ahora llamamos cloroplastos.

Lo mismo sucede con otro órgano celular, la mitocondria, es por eso que la famosa “clonación” que tan de moda está y que tanto miedo produce en los medios sociales, no sea cien por ciento efectiva ya que se clonan los genes del núcleo celular, pero los genes independientes de las mitocondrias no. Y debido a la impor-

tancia dentro de las funciones de la célula la supuesta clonación es incompleta.

Los verdaderos “pulmones” de la tierra son los organismos microscópicos que viven flotando en todos los cuerpos acuáticos: océanos, ríos, lagunas, etc. Y que como producto de su actividad fotosintetizadota liberan oxígeno gaseoso. Se pueden ver las burbujas de oxígeno gaseoso en algún acuario, recomiendan los acuaristas colocar algunas “algas” filamentosas en el acuario, se verá como producen burbujitas que no son otra cosa que oxígeno gaseoso el cual liberan a la atmósfera.

La fijación de bióxido de carbono (que ahora tenemos en exceso) de la atmósfera es mas efectiva en los océanos por el plancton que en la tierra por los árboles, de tal suerte que existe un proyecto de incrementar la actividad del plancton de los océanos con la finalidad de regular la cantidad de bióxido de carbono tan perjudicial (en exceso) de la atmósfera.

* Investigador del Instituto de Investigaciones Forestales. Universidad Veracruzana. Presidente del Colegio de Biólogos de México delegación Veracruz armlopez@uv.mx

1. Es importante mencionar que ya existían organismos tipo bacterias que realizaban un tipo de fotosintresis sin clorofila (que aún no se había creado evolutivamente) y el producto de su proceso no era oxígeno sino otros gases, Me refiero a las bacterias púrpuas y otras.

Kısırkaya, Istanbul. Fotografía de Emir Kandil

LOS ARETES

DE PERLA

LUZ COLULA-LEÓN

E ra un mediodía de octubre, el sol caía con fuerza sobre el auditorio de la Facultad de Derecho. El doctor Guillermo, mi maestro y mentor, organizaba uno de sus congresos anuales, esos donde se reunían los grandes penalistas del país. Yo tenía apenas veintidós años y me sentía honrada de estar ahí como su asistente. Llevaba semanas ayudando con los preparativos, y esa mañana tenía una emoción especial: uno de los ponentes sería el doctor Sergio González, un jurista cuyas obras había leído con devoción en los semestres anteriores. Ese día incluso llevaba uno de sus libros en el bolso, con la secreta esperanza de que me lo firmara.

Minutos antes de su ponencia, el doctor Guillermo se acercó a mí con gesto apurado.

—Layla, ve a ayudar al doctor Sergio. Tiene problemas con su computadora —me dijo con ese tono tranquilo que lo caracterizaba.

Me dirigí al salón donde Sergio debía hablar. Al entrar, lo vi: alto, de cabellos grises perfectamente peinados hacia atrás, ojos azules vivaces detrás de unos lentes delgados, con un traje color marfil que contrastaba con su piel clara. Estaba inclinado sobre el podio, presionando teclas con frustración.

—¿Puedo ayudarle, doctor? —pregunté, acercándome con cautela.

Él levantó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. Por un momento pareció que el tiempo se detenía. Me observó con ternura, como si me reconociera de otra vida.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó, con voz baja pero firme.

—Layla —respondí.

Sonrió.

—Qué bonito nombre… igual al de mi esposa. Ella me ayudó en la vida, y tú ahora me ayudas en este momento —dijo, con una calidez que me desarmó.

En ese instante supe que ese encuentro no se me olvidaría jamás.

Después de resolver el asunto técnico, el doctor Sergio pudo dar su ponencia sin contratiempos. Habló con pasión y precisión, como si cada palabra hubiera sido pulida durante años. Lo observé desde el fondo del auditorio, sentada entre asis-

tentes distraídos, pero para mí, todo lo que decía tenía un eco personal. Había leído esos mismos conceptos en sus libros, pero escucharlos de su voz era distinto: tenían peso, tenían alma.

Al finalizar la conferencia, el doctor Guillermo me llamó para que me acercara.

—Sergio, quiero presentarte formalmente a Layla. Es mi asistente y una brillante estudiante.

—Ya nos conocimos —dijo él con una sonrisa cómplice—. Me salvó el discurso.

Le extendí el libro que llevaba en la mochila, uno de sus tratados más conocidos sobre derecho penal. Se detuvo un momento a observar la portada, luego me miró, casi con incredulidad.

—¿Tú has leído esto completo?

—Sí, doctor. Varias veces. Incluso he subrayado todo —respondí con una tímida sonrisa.

—¡Qué maravilla! —exclamó—. Estoy halagado… no sabía que tenía una fan tan joven y tan bella.

Firmó el libro con una dedicatoria cálida, escribió con su pluma antigua y elegante: “Para Layla, que ha leído mi obra con ojos nuevos. Que el derecho y la vida te sonrían. Con admiración, Sergio Gonzalez”

Luego, los tres salimos a almorzar. Fuimos al restaurante de un hotel muy bello, clásico, de techos altos y manteles blancos, en una ciudad llamada San Evaristo, una joya colonial escondida entre montañas y niebla. Durante la comida hablamos largo rato. Sergio me hizo preguntas inteligentes, se interesó por mi historia, mis lecturas, mis sueños. Me habló también de su esposa fallecida, de sus viajes, de los errores que la vida a veces perdona.

Cuando terminamos de comer, pidió un café negro, se levantó un momento y al regresar, con la discreción de un caballero antiguo, me ofreció una rosa blanca.

—Gracias por la conversación, Layla. Ha sido el mejor momento de mi día —me dijo mirándome con dulzura.

Sentí un leve rubor en las mejillas. Tomé la flor entre mis dedos como si fuera algo sagrado.

—Gracias, doctor. Nunca olvidaré este almuerzo.

—Ni yo —respondió, con esa sonrisa suya tan particular, entre melancólica y traviesa—. Ni yo.

Esa noche regresé a casa con el libro firmado bien guardado en mi bolso, la rosa blanca envuelta en una servilleta de lino que tomé discretamente del restaurante. El aire estaba fresco, y en la ciudad dormida de San Evaristo todo parecía moverse más despacio.

Entré a mi recámara, aún iluminada por la luz tenue de la lámpara de mi buró. Mi perrito blanco, un pequeño y leal compañero de nombre Luno, corrió hacia mí moviendo la cola con entusiasmo. Lo levanté en brazos, le di un beso en la cabeza y me recosté un momento en la cama, sin quitarme los zapatos.

Me quedé así un instante, con la mirada fija en el techo, reviviendo cada detalle del almuerzo: la voz del doctor Sergio, su manera de sostener la taza de café, la forma en que me miraba como si yo fuera un misterio que no quería resolver del todo.

Me puse de pie con calma, me quité el vestido y lo colgué con cuidado en el perchero. Me puse mi pijama de algodón suave y me acerqué al buró. Coloqué la rosa blanca en un pequeño vaso con agua, justo al lado del libro firmado, y la observé durante un buen rato. No era solo una flor: era una promesa suave, una delicadeza que no había esperado de un hombre como él.

Fotografía de Angèle Kamp

Luno se acomodó en su rincón favorito al pie de la cama, y yo me metí bajo las sábanas, con la cabeza aún llena de preguntas dulces. Cerré los ojos lentamente, sabiendo que al día siguiente volvería a ver al doctor Sergio, y que tal vez, sólo tal vez, algo dentro de mí ya había empezado a cambiar.

Dormí con una ligera sonrisa dibujada en los labios, envuelta en el aroma de la rosa y el recuerdo de su voz.

El segundo día del congreso comenzó con un aire distinto. Me puse una blusa blanca de lino con botones pequeños y un pantalón gris claro; quería verme sobria pero luminosa. Al llegar al auditorio, el doctor Sergio ya estaba en la mesa principal. Su ponencia de aquella mañana era para presentar su nuevo libro, uno sobre delitos patrimoniales y justicia restaurativa. Lo escuché con atención desde la primera fila, tomando notas no por obligación, sino por puro deleite.

Cuando terminó, el doctor Guillermo —que se mantenía siempre cerca como un anfitrión sabio— me buscó con la mirada. “Acompáñelo, Layla”, me dijo sin decir mucho más.

Sergio y yo salimos del recinto y caminamos unos minutos por el centro histórico de San Evaristo, hasta llegar a un restaurante antiguo, de paredes verdes y ventanales llenos de bugambilias. El lugar olía a madera, vino y hierbas secas. El mesero nos condujo a una mesa junto a un ventanal que daba a un pequeño jardín interior.

“Hoy pruebe algo especial”, me dijo con una sonrisa. “Las codornices en salsa de rosas, como en Como agua para chocolate.”

Le sonreí sorprendida. Había leído esa novela hacía poco, y justo ese platillo me había parecido de una belleza casi irreal. “¿Le gusta esa obra?” le pregunté.

“La leí con mi esposa”, dijo suavemente, sin melancolía. “Siempre dijimos que ese libro tenía algo… alquímico.” Me miró. “Y ahora se repite en esta comida. Todo se conecta, ¿verdad?”

Me quedé en silencio, observándolo. Esa forma suya de hablar de la vida como si todo fuera parte de una narrativa profunda me hacía sentir dentro de una historia escrita con tinta delicada. Brindamos con vino tinto, y mientras cortábamos la carne suave de la codorniz, me contó de su carrera: de juicios complejos, de momentos duros, de alumnos que lo decepcionaron y de otros que lo inspiraron.

“No tengo hijos, Layla”, me dijo de pronto, como si hablara al aire. “Pero cuando alguien escucha mis palabras, cuando alguien lee lo que escribí… siento que algo de mí sigue vivo.”

Yo lo escuchaba en silencio, con una mezcla de respeto y ternura. Al final del almuerzo, sacó de su portafolio una pequeña libreta de notas, arrancó una hoja y me escribió una dedicatoria sencilla, como si no necesitara pretextos para dejarme una huella.

Caminamos un poco antes de regresar al hotel del congreso. Él me habló de poesía francesa y me preguntó qué soñaba con hacer en el futuro.

“¿Escribir?”, le dije.

“Pues comience pronto”, respondió, “que las historias que valen la pena no esperan.”

Esa noche, al volver a casa, tomé la pequeña nota que Sergio me había escrito y la guardé entre las páginas del libro que me firmó. Cerré el ejemplar con delicadeza, como si sellara un secreto. Dormí pronto, envuelta en una sensación dulce, con la emoción suave de saber que al día siguiente sería la última jornada del congreso.

El tercer día comenzó con sol tenue. Me vestí con un vestido largo color vino, de tela ligera, con mangas cortas. Sabía que ese día el doctor Sergio daría su conferencia magistral antes de volver a su ciudad natal, San Pedro de los Arrayanes, un lugar al norte, montañoso y frío, del que había hablado con cariño la tarde anterior.

La conferencia fue brillante, llena de anécdotas, reflexiones profundas sobre la justicia, el perdón, y el valor de la palabra escrita. Cuando terminó, el doctor Guillermo se acercó a mí con ese gesto breve que ya le conocía: una inclinación de cabeza, una orden implícita. “Acompáñelo a su hotel, por favor.”

Sergio y yo caminamos por última vez juntos por los pasillos del recinto. El hotel quedaba a sólo unas cuadras, en una casona antigua convertida en hospedaje de lujo. Subimos en silencio por un ascensor de puertas doradas. Al llegar a su habitación, ya lo esperaba su chofer en el vestíbulo.

Antes de bajar, Sergio sacó de su maleta una pequeña caja de terciopelo azul. Me miró con una sonrisa cálida, de esas que no se olvidan.

—Layla, quiero que aceptes esto —me dijo con voz baja—. Son de mi esposa. Los conservé por años, y no podía regalárselos a nadie más.

Abrí la caja. Eran unos aretes de perlas, clásicos, delicados, con una luz suave que parecía venir de otro tiempo.

—¿Puedo ponértelos yo? —preguntó.

Asentí. Me acerqué un poco, y él con manos firmes pero gentiles colocó cada perla en mis oídos. Fue un momento silencioso, íntimo sin ser vulgar, casi sagrado. Lo miré con una gratitud inmensa, más profunda que las palabras.

Bajamos juntos al vestíbulo. El chofer ya tenía el equipaje en el coche. Nos despedimos con un

abrazo largo. No fue torpe ni tímido. Fue sincero. Me besó la frente, como quien marca una página importante antes de cerrarla.

Regresé al congreso caminando despacio. El doctor Guillermo me preguntó si todo estaba bien. Le dije que sí, y por primera vez, lo vi sonreír como si supiera algo más.

Esa tarde terminó el evento. Volví a casa cansada pero radiante. Me quité los zapatos, me miré al espejo con los aretes puestos y sonreí. Luego me acosté con mi perrito junto a mí, y dormí emocionada, como si algo dentro de mí hubiese despertado para siempre.

A la mañana siguiente me presenté puntualmente en la oficina del doctor Guillermo. Llevaba una blusa blanca abotonada hasta el cuello y una falda lápiz azul oscuro, procurando cuidar cada detalle de mi aspecto. Aún sentía la ligereza del congreso en la piel, el murmullo de las palabras de Sergio en la memoria, pero sabía que el regreso a la rutina implicaba un cambio de ritmo.

Guillermo me recibió en su despacho como de costumbre, con una taza de café humeante sobre su escritorio, el periódico extendido a un lado y los lentes apoyados en la punta de la nariz. Sin embargo, no había rastro de la calidez habitual. Cerró el periódico con parsimonia, me miró y, tras un breve silencio, habló con voz firme.

—Layla, tengo que decirte algo —empezó, sin rodeos—. Es sobre Sergio.

Me quedé inmóvil. Sentí cómo mi columna se tensaba poco a poco.

—Sé que entre ustedes ha habido… cierta cercanía —dijo con cuidado—. Y no me malinterpretes: no es mi deseo entrometerme en tu vida privada. Pero sí debo decirte que, como tu jefe y como amigo de Sergio, tengo la responsabilidad de protegerte.

No supe qué responder. Me limité a asentir ligeramente, esperando que continuara.

—Sergio es un hombre encantador, no cabe duda. Ha sido uno de mis amigos más entrañables desde que teníamos veinte años. Llevamos medio siglo compartiendo cafés, congresos, derrotas y libros… Pero también lo conozco bien. Y sé que es ligero con las mujeres. Le gusta emocionarse con la juventud, con la belleza.

Fotografía de Sixteen Miles Out

Hizo una pausa. Su mirada no era severa, sino profundamente preocupada.

—No lo digo por desconfianza hacia ti. Sé que eres inteligente, prudente. Pero hay cosas que no son justas, y una de ellas es que hombres de nuestra edad a veces olvidan lo que significan ciertos gestos. Para nosotros pueden ser flores, para ustedes pueden ser fuego.

No entendí de inmediato por qué dijo “nosotros”. Tal vez fue un desliz. O tal vez, sin saberlo, Guillermo se permitió un resquicio en su fortaleza.

—Lo estimo demasiado como para ocultártelo. Sergio te visitará con frecuencia; cada fin de semana viene a la ciudad, como sabes. También habrá ocasiones en que yo mismo lo visite en San Pedro de los Arrayanes. Esta amistad no es reciente. Es parte de mi vida. Lo único que te pido es que guardes las formas. Sé discreta. No le des motivos a nadie para malinterpretarte.

Hubo un silencio largo. Yo apreté las manos sobre mi falda, sintiendo una mezcla de vergüenza y tristeza. No por mis acciones, sino por la sospecha de que algo tan delicado y hermoso como lo vivido con Sergio tuviera que ocultarse.

—¿Me entiendes, Layla?

Asentí. No supe si sentía que me reprendía o si, en el fondo, intentaba cuidarme de un dolor que él mismo no podría consolar si llegaba.

Salí de su despacho más serena de lo que habría imaginado. A pesar de todo, el respeto seguía intacto entre los dos. Caminé por el pasillo con paso firme. A veces la vida adulta se escribe con silencio.

Era viernes por la tarde cuando llegué a la casa del doctor Guillermo. El sol ya comenzaba a esconderse tras las jacarandas del jardín, y una brisa suave me acarició el rostro al subir los peldaños de piedra. La residencia del doctor siempre me había parecido preciosa: techos altos, vitrales cálidos, columnas antiguas que daban un aire casi europeo. Esa noche parecía aún más especial. Todo estaba dispuesto para una cena íntima, de esas que no se olvidan.

Yo llevaba un vestido azul marino de seda, sencillo pero elegante, y mis pequeños aretes de perlas. Guillermo me había dicho que esa noche vendrían dos invitados importantes: el doctor Sergio González y el doctor Rolando Torres, amigos suyos desde la juventud.

Sergio llegó primero. Al verlo, no pude evitar sentir ese pequeño estremecimiento que me provocaba su presencia. Vestía con sobriedad: saco de lino claro, camisa crema y una sonrisa que parecía esperarme. Me besó la mano al saludarme y me dijo con voz baja:

—Qué gusto verte, Layla.

Detrás de él venía Rolando, un hombre de cejas marcadas y ojos grises, más serio, más distante. Nos saludamos con cortesía. Guillermo los recibió con alegría sincera; se notaba en sus ojos que los consideraba familia.

Esa noche nos sentamos en la terraza, bajo unas luces cálidas y el sonido lejano de música suave. Guillermo había preparado una cena exquisita: caviar con blinis calientes, champaña burbujeante, y de plato fuerte, magret de pato con salsa de higos. No podía creer estar ahí, rodeada de tres doctores que se reían entre copas de vino y recuerdos universitarios.

Yo no hablaba mucho, pero observaba todo. Era como presenciar una pequeña obra de teatro donde los protagonistas eran hombres que habían vivido demasiado y aún conservaban el brillo en la mirada. En un momento, Sergio se levantó con su copa y exclamó:

—Por las mujeres hermosas que nos hacen sentir vivos, y por la juventud que nos visita sin avisar.

Reímos todos, aunque noté que Guillermo frunció apenas el ceño.

Después, alguien puso música. “A mi manera”, cantada por Julio Iglesias, llenó el aire. Era la favorita de Guillermo; lo supe porque la cantaba con los ojos cerrados, como quien canta con la memoria. Sergio y Rolando lo acompañaban con entusiasmo. Era enternecedor verlos así, tan hombres, tan niños también.

Cuando la canción terminó, Sergio vino hacia mí. Me ofreció su mano.

—¿Me concede esta pieza, señorita Layla?

Yo acepté. Bailamos lento, como si el tiempo se hubiese detenido sólo para nosotros. A mitad de la canción, la voz de Guillermo cortó el momento:

—Sergio, ella es mi becaria. Me gustaría que mantuvieras la compostura.

Sergio no se inmutó. Sonrió, con esa mezcla de encanto y desafío que lo hacía tan… Sergio.

—Vamos, Guillermo. Una mujer joven también merece divertirse. ¿O ya olvidaste lo que era eso?

No supe qué decir. Me sentí en medio de algo delicado. Sergio me acompañó de vuelta a la mesa y, sin más, me entregó una rosa roja. No dijo nada, pero su gesto decía todo.

Cuando la cena terminó, cada uno se retiró a su habitación. Yo subí despacio, sintiendo el pulso aún acelerado. Puse la rosa en el tocador y me quedé unos segundos observándola, como si pudiera contarme algo.

Esa noche dormí con el corazón revuelto. No sabía exactamente por qué, pero sentía que algo se había despertado dentro de mí. Y aunque no podía ponerle nombre, sabía que esa historia apenas comenzaba.

Desperté con la luz de la mañana filtrándose a través de los visillos blancos de la habitación que me había asignado el doctor Guillermo. Me había quedado a dormir en su casa después de la cena, y el aire del sábado olía a bugambilias húmedas y café recién hecho.

Bajé a desayunar aún con el recuerdo de la noche anterior vibrando en mis pensamientos. En el comedor me esperaba una mesa finamente dispuesta: fruta fresca cortada en figuras geométricas, panecillos de masa madre aún tibios, mantequilla artesanal, mermelada de pétalos de rosa, una copa de jugo de toronja rosado y un omelette de trufas con espárragos. Todo dispuesto como en un hotel elegante, aunque sabía que era el estilo natural del doctor Guillermo.

Luno, mi perrito blanco, estaba ahí también. Jugaba alegremente con los tres perros del doctor Guillermo, que correteaban por el pasillo con la libertad de quienes han sido amados toda su vida. Ese día me tocaba llevarlos a su chequeo general con la veterinaria y a su cita en la estética canina. Sonreí al verlos y acaricié a Luno, que vino a frotarse contra mis piernas como cada mañana.

Los doctores no estaban. Habían salido temprano a jugar golf al club campestre de la ciudad. Yo tenía la casa entera para mí. Terminé mi desayuno, vestí algo cómodo pero elegante —pantalones de lino y una blusa blanca con bordados sutiles— y avancé con algunos pendientes que debía preparar para la semana.

Por la tarde, los tres regresaron, relajados, tostados por el sol y con ese humor expansivo que a veces viene con el deporte y el vino de mediodía. Almorzamos juntos una comida deliciosa: risotto de setas, ensalada de higos y queso brie, y una tarta de pera con almendras. Luego cada uno se retiró a su oficina como era costumbre después de comer.

Mientras ordenaba algunos papeles, el doctor Guillermo me llamó. Su voz sonaba amable, pero firme, como siempre. Me entregó unas hojas para transcribir y me pidió que pasara también a la oficina del doctor Sergio.

—Él necesita que le ayudes con unos apuntes — dijo—. Ya te está esperando.

Asentí en silencio y me encaminé por el pasillo largo que llevaba a la oficina de Sergio. A lo lejos, escuché música. Reconocí la voz: Julio Iglesias, suave, nostálgico. Sonreí para mí misma.

Toqué suavemente la puerta entreabierta. Sergio estaba escribiendo en un cuaderno de piel oscura. Sobre el escritorio, un vaso de whisky descansaba, intacto. Me miró por encima de los lentes y sonrió.

—Pasa, Layla. Hoy te ves… hermosa —dijo con una lentitud que me hizo estremecer.

Caminé hacia él. Sus ojos se detuvieron un instante en mis orejas.

—Veo que llevas los aretes de perlas… —murmuró, casi con ternura.

—Claro —le respondí—. Son un regalo muy especial.

Se levantó y caminó hacia el tocadiscos antiguo que tenía junto al ventanal. Cambió la melodía y comenzó a sonar una canción distinta. Una más alegre, provocadora. “Soy un truhán, soy un señor…”

—Ayer Guillermo no me dejó invitarte a bailar — dijo—. Pero hoy no está aquí. ¿Bailamos?

Tomó mi mano y comenzó a moverse con esa mezcla suya de elegancia y picardía. Me dejé llevar por el ritmo, reímos un poco, y por un instante todo pareció flotar.

Al terminar el estribillo, me sentó suavemente sobre el escritorio. Él tomó asiento frente a mí, se sirvió otro poco de whisky y me miró fijo, sin apuro.

—Esa canción… —dijo con voz grave— esa canción me describe a la perfección. Soy un truhán, sí. Pero también un señor. En el fondo, lo que me define es que nunca me aburro de la vida… ni de la belleza.

No supe qué contestar. Me limité a sonreír con los labios apenas abiertos.

Ahí estábamos: él, yo, Julio Iglesias sonando de fondo y la tarde cayendo lentamente sobre la casa del doctor Guillermo.

Al día siguiente, después de haber terminado algunas tareas para el doctor Guillermo, fui a buscar al doctor González a su oficina. La puerta estaba entornada y dentro se escuchaba música instrumental muy suave, como un susurro de violines en una tarde antigua. Toqué dos veces con suavidad y empujé la puerta. Él alzó la mirada desde unos papeles y me sonrió como si llevara todo el día esperando verme.

—Pasa, Layla —dijo con voz pausada—. Siempre es agradable cuando entras.

Me acerqué y me senté frente a él. Tenía una copa de coñac a medio beber y su camisa blanca estaba remangada con un aire de descuido intencional.

Tomó mi mano con delicadeza, como si fuera una reliquia, y la sostuvo entre las suyas.

—¿Tienes novio? —preguntó mirándome con esa mezcla de ternura y picardía que lo caracterizaba.

Negué con la cabeza, esbozando una sonrisa tímida.

—¿Y pretendientes?

—Ninguno que me interese —respondí, dejando que la complicidad flotara entre nosotros.

Él asintió, satisfecho. Entonces, como quien revela un tesoro escondido, me preguntó:

—¿Te gustaría viajar conmigo a Madrid?

Me tomó por sorpresa, pero no del todo. Ya lo presentía en su forma de mirarme, en su afán por compartirme sus recuerdos.

—Quiero enseñarte lo que es Europa de verdad. Sus calles empedradas, sus vitrales, la música que se respira en cada rincón. Y la religión… —su mirada se elevó un momento, como si contemplara una catedral invisible—. No hay nada más bello que la fe católica en esas tierras. Todo tiene un alma más antigua allá.

Lo escuché en silencio. Por un momento me imaginé con él en alguna plaza de Madrid, cenando en un café escondido, caminando junto a fuentes barrocas, hablando de libros y arte. Pero entonces la voz de Guillermo se hizo presente en mi memoria. Su advertencia, su gesto serio, su confianza en mí.

—No puedo —le dije con suavidad, apretando ligeramente su mano—. El doctor Guillermo me pidió que guardara las formas. Le tengo un gran aprecio y no quiero fallarle.

Sergio suspiró. Su sonrisa se hizo más tenue, más melancólica.

—Él siempre fue el más correcto de los dos. Y yo… yo soy un viejo truhán. Pero te entiendo, Layla. Me basta con saber que lo pensaste un instante.

Soltó mi mano con cuidado, como si la devolviera al presente después de haberla tenido un momento en su pasado. Y entonces me ofreció un chocolate que había traído de Viena. Lo tomé, sabiendo que ese gesto era una manera de continuar, aunque con una distancia más clara.

Esa noche regresé a casa con Luno. El cielo estaba despejado, la luna colgaba sobre la ciudad como una lámpara antigua, derramando su luz pálida sobre las calles. Caminamos despacio desde la estación hasta mi departamento, como si no quisiéramos que el día terminara del todo. Luno iba feliz, olfateando cada rincón, ajeno al torbellino de pensamientos que me habitaban.

Apenas cerré la puerta detrás de nosotros, me deslicé hasta mi cuarto, me puse la bata de algodón azul que tanto me reconforta, y encendí la lamparita de mi buró. La rosa que me regaló Sergio —ya algo marchita— seguía allí, sobre un libro de poemas de Benedetti. Tenía algo de persistente esa flor, como él.

Me senté frente a mi escritorio, saqué mi diario de la gaveta —el de tapas rojas, con candado dorado que ya no cierro— y comencé a escribir:

“Hoy el doctor Sergio me ha invitado a Madrid. Lo dijo con esa voz suya que hace que todo suene más suave, más real. Me habló de iglesias antiguas, de plazas europeas, de calles llenas de historia y de arte. Me lo imaginé contándome la historia de España mientras cenamos frente a un balcón con flores, bebiendo vino tinto. Me lo imaginé guiándome como un caballero del pasado.

Pero le dije que no.

No por falta de deseo, sino por lealtad. Porque quiero ser digna del cariño que el doctor. Guillermo me tiene. Él confía en mí, me protege, y lo aprecio profundamente. Es un hombre recto, lleno de principios, y en este mundo cada vez menos delicado, eso vale más que cualquier paseo por el viejo mundo.

Aunque… en el fondo… en el fondo una parte de mí hubiera querido decir que sí.”

Guardé el diario sin releer lo escrito. Luno ya estaba hecho ovillo sobre mi cama. Me acosté junto a él, apagué la luz, y durante un largo rato me quedé viendo el techo, imaginando cúpulas, vitrales, y una ciudad que aún no conozco.

Al día siguiente, volví a casa del doctor Guillermo como de costumbre. Luno me acompañaba como cada mañana, y en el jardín los perros del doctor revoloteaban alegres, ajenos al peso de los días. El doctor Sergio no estaba esa jornada, había salido temprano a atender asuntos pendientes y a dar clases en la facultad. Solo compartí el día con Guillermo, quien se mostró amable, preciso, como siempre, aunque había en su mirada algo más taciturno que de costumbre. No pregunté.

Esa noche los cuatro nos reunimos a cenar en el gran comedor. Rolando, Guillermo, Sergio y yo. El chef preparó un ossobuco con risotto de azafrán, servido con pequeños panes de ajo y una ensalada de higos frescos con vinagreta de vino tinto. El ambiente se llenó del aroma cálido de las especias, pero lo que me conmovió profundamente fue la conversación que siguió.

El doctor Rolando, con esa voz suya grave y clara como un faro, ofreció una cátedra espontánea sobre filosofía del derecho. Habló de la justi-

Fotografía de Frank Eiffert

cia como noción poética, como una construcción moral más allá de las leyes. Mencionó a Cicerón, a Dworkin, a los sofistas. A cada palabra suya se encendía en mí un fuego nuevo. Le dije, sin poder evitarlo, que me gustaría aprender griego y latín clásicos. Guillermo sonrió con su ternura habitual y me dijo que él mismo me inscribiría en el seminario, que tenía conocidos allí. Me sonrojé de gratitud. Me sentí parte de algo grande.

Después de los brindis con champagne y de cantar, entre risas suaves, un par de estrofas de “Abrázame” de Julio Iglesias, todos se retiraron a sus habitaciones.

Guillermo detuvo a Sergio.

—Quiero hablar contigo —le dijo con voz seca, formal.

Yo me despedí de todos, ya era hora de volver a casa. Tomé mi bolso, acaricié la cabeza de Luno que dormitaba en el sillón, y salí al patio rumbo al portón. Pero entonces me di cuenta de que había olvidado el celular en la oficina del doctor Guillermo.

Di media vuelta y regresé por la entrada lateral. Al pasar cerca del estudio, noté que la puerta estaba entreabierta. Iba a tocar… pero entonces los escuché. Y me quedé inmóvil, helada, con el corazón apretado en el pecho. No quería escuchar, pero ya no podía detenerme.

—Te estás sobrepasando con ella, Sergio —decía Guillermo con severidad—. Es una becaria, es mi responsabilidad.

—¿Sobrepasando? —la voz de Sergio sonó ofendida, profunda—. ¿Por regalarle una flor? ¿Por decirle que es hermosa? No seas ridículo, Guillermo. Lo desagradable es que tú le dijeras a Layla que soy ligero. ¿Sabes qué hizo cuando la invité a Madrid? Me rechazó. Por respeto a ti.

Hubo un breve silencio.

—¿Y sabes qué es lo más injusto de esto? — continuó Sergio—. Que ni siquiera puedes

decirme por qué te molesta tanto. ¿Es porque la quieres tú también? ¿Estás esperando que crezca un poco más para hacerla tuya? Si ese es el caso, te juro por nuestra amistad que me aparto. No pienso competir contigo.

—¡Cállate, Sergio! —espetó Guillermo con rabia contenida—. ¡No digas tonterías! Yo tengo principios, moral. No todos vivimos como tú, cazando ilusiones.

—No me hables de moral, Guillermo —la voz de Sergio ahora era baja, casi un lamento—. Yo soy viudo desde hace cinco años. Soy libre. Pero tú, tú sigues casado. Si alguien está atrapado, eres tú. Y aún así… pareces más enamorado que yo. Dime, ¿de verdad no la deseas?

Mis manos temblaban. Me llevé los dedos a la boca. Sentí que Sergio sabía que yo estaba allí, escuchando. Cada palabra suya iba dirigida a mí, como si pretendiera que yo escuchara su defensa. Como si, en ese instante, me entregara el derecho de decidir.

Corrí. Bajé las escaleras sin mirar atrás, abrí la puerta y salí como si me persiguiera el viento. Afuera, la noche me recibió con un murmullo frío. Subí al autobús temblando. Luno iba en silencio sobre mis piernas, y yo no podía dejar de pensar en esa conversación, como si en ella se hubiera resquebrajado algo que creía firme.

No sabía si llorar, si enojarme, o si agradecer. Solo supe que, desde ese momento, nada volvería a ser igual.

Esa noche regresé a casa con la cabeza llena de voces. No del bullicio de la ciudad, ni del sonido metálico del autobús, sino de aquellas palabras que se habían filtrado por la rendija de una puerta entreabierta. Me temblaban las manos mientras abría la cerradura. Luno corrió hacia mí, pero no tuve fuerza ni para acariciarlo. Dejé mi bolso caer en la silla, me quité los zapatos sin siquiera desabrocharlos y me senté frente a mi escritorio.

Saqué el diario. Ese cuaderno que había guardado tantas veces mis pequeñas historias, pensamien-

tos sueltos, versos breves. Esa noche no era como otras. Sentía que mi corazón se había dividido en dos partes: una latía por la emoción de haber escuchado de la propia boca del doctor Sergio que me quería, que me veía como compañera, como dama, no como un capricho… y la otra latía con el desconcierto de Guillermo, con ese silencio que gritaba más fuerte que cualquier palabra.

“Hoy lo escuché todo”, comencé a escribir.

“No fue un sueño, no fue una fantasía. Sergio habló de mí como nadie ha hablado nunca. Sin miedo. Sin rodeos. Dijo que me invitó a Madrid porque no soy cualquiera, porque no soy solo un rato. ¿Y yo? Yo lo negué, Guillermo… por ti.”

Me detuve. El nombre de Guillermo pesaba. Lo escribí despacio. Lo volví a leer.

“Guillermo no respondió. Cuando Sergio le preguntó si me quería, él calló. No dijo sí, no dijo no. Se quedó en ese espacio ambiguo donde habitan los cobardes o los que aman con el alma, pero no con el cuerpo.”

Respiré profundo. Tenía el pecho apretado. Miré a Luno, que dormía hecho bolita a los pies de la cama, ajeno a los enredos de los adultos.

“¿Qué hago yo aquí?”, seguí escribiendo.

“Tengo veintidós años. Apenas empiezo a vivir. Y ellos… ellos con sus setenta, llenos de historias, de ciudades recorridas, de mujeres amadas, de libros escritos. Yo solo tengo mi cuerpo tembloroso, mi diario y mis sueños. Y sin embargo… me quieren. Los dos. ¿Qué hago yo en medio de todo esto?”

Cerré el cuaderno con suavidad. Lo dejé bajo la almohada, como si pudiera proteger mis pensamientos mientras dormía. Me recosté y miré el techo oscuro, esperando que el sueño me diera tregua.

Pero esa noche no hubo tregua.

Solo la certeza de que había dejado de ser niña, y no sabía aún en qué mujer me estaba convirtiendo.

LA CÁRCEL Y EL PALACIO

UNA ESCALA GRADUAL EN LA GAMA DE GRISES

JORGE PÉREZ-GROVAS

Julio Scherer García

La cárcel y el palacio

Lorenzo León Diez

Lectorum-Colegio de Veracruz 2023

Aunque vivió rodeado de varias leyendas negras, entre la cárcel y el palacio, como afirma Lorenzo León Diez en su libro homónimo, la leyenda urbana de Julio Scherer García, desde mi perspectiva puede considerarse sin embargo, como una leyenda gris, pero no en el sentido peyorativo del término, sino en el concepto empleado en la fotografía en blanco y negro, típica del periodismo del siglo XX, donde las imágenes más significativas se logran justamente cuando abarcan toda la gama de grises, en una escala gradual que evidentemente parte del blanco total hasta el negro absoluto.

En este breve ensayo fragmentario que Lorenzo León le dedica a la obra de Scherer, esto se resume en el concepto: la cárcel y el palacio, que podrían ser esos extremos sociales donde se expresa el movimiento pendular de la condición humana y toda su gama de grises.

A diferencia de Lorenzo, quien se ha dedicado al estudio del trabajo de Julio Scherer, cuyo ensayo constituye una especie de hagiografía ejecutada con fragmentos radiográficos de su labor periodística, mi acercamiento con el personaje es más bien marginal, primero como lector de Excélsior y del suplemento cultural Diorama, que marcaron mis lecturas adolescentes y domingueras y después con la lectura semanal de Proceso, como referente de mi juventud y vida adulta, revista que compraba y coleccionaba semana a semana, con esa especie de aflicción acumulativa que suele llegar a ser casi enfermiza en los lectores asiduos de la realidad nacional.

En la transcripción de la conferencia que Julio Scherer y Enrique Meza, director y jefe de redacción de Proceso, impartieron en la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana en el puerto de Veracruz en el año de 1982, Scherer –quien sancionó la redacción fidedigna de la misma a petición de Lorenzo– hace una afirmación que a no dudarlo tuvo entonces su eco en mi formación personal y en la de toda una generación. Ahí se afirma que en sus orígenes –resultado de una traición y de un “golpe de estado” en 1976 a la cooperativa del periódico Excélsior, tramado en palacio nacional por Luis Echeverría Álvarez y ejecutado por Regino Díaz Redondo– Proceso pretendía “impactar, impresionar y conmocio-

nar a los hombres del poder, pero sabemos que hay una segunda vertiente, la más importante, lo que yo llamaría la información del pueblo y la lenta, paciente, a menudo agobiante, pero siempre estimulante concientización popular. Hoy se sabe que sin la concientización popular difícilmente pueden avanzar los pueblos; hoy se sabe que la comunicación es fundamental para la evolución de la sociedad”.

No puedo más que estar de acuerdo con esta aseveración y en mi caso personal puedo asegurar que la lectura persistente de la revista Proceso, en su época de oro, contribuyó a mi formación política y a mi concientización social.

Julio Scherer García tenía una aura que lo seguía como un fantasma. Durante la masacre de Tlatelolco en 1968, con solo un par de semanas de haber asumido su dirección, el periódico Excélsior fue de los poquísimos medios impresos que hicieron un reportaje de lo sucedido.

Era tan extrema la censura del régimen, que los jóvenes estudiantes que acudíamos a la hemero-

teca nacional a buscar referencias sobre el suceso, nos encontrábamos con un periódico mutilado a navaja en su primera página, así como en las páginas centrales, donde se aludía al acontecimiento, lo que contrasta ciertamente con la supuesta “censura” que algunos corifeos del desastre y la deriva autoritaria, afirman hoy día.

Scherer había sido electo como director por la cooperativa solo unos días antes de la matanza, así que su entrada en la historia del periodismo nacional, aunque su trayectoria periodística ya era memorable para entonces, se da siguiendo el viejo adagio de la profesión que afirma que reportero sin suerte no da la nota.

La lectura del ensayo de Lorenzo León “Julio Scherer, la cárcel y el palacio: noticia, historia e intimidad en su obra”, publicado por el Colegio de Veracruz y la Editorial Lectorum, resulta muy estimulante, porque en la brevedad de sus páginas consigue, a través de la elaboración de sus propios conceptos, armar un rompecabezas conceptual del “Zarco de nuestro tiempo que creó un nuevo género periodístico literario que decantó en una gran metáfora: la cárcel y el palacio, el asesino y el juez, el criminal y el policía, el regicida y el ministro, la prostituta y la primera dama, la reina del crimen y la reina del castillo”, aspectos de la condición humana con que se construye el edificio de la comunicación moderna.

Julio Scherer García

El secuestro y captura no explicada por parte de los Estados Unidos del Mayo Zambada el año pasado y que desató una ola de violencia en Sinaloa, nos trajo nuevamente a la palestra aquella célebre entrevista de Julio Scherer –publicada por primera vez el 4 de abril del 2010 en la edición 1744 de la revista Proceso– con el entonces prófugo de la justicia nunca atrapado, Ismael el Mayo Zambada, recordándonos la habilidad sorprendente del reportero audaz que es capaz de meterse en los palacios de gobierno para entrevistar presidentes y dictadores, pero que sabe también ganarse la confianza de los criminales más temibles, como lo muestra la portada de aquel número de Proceso donde Scherer aparece sonriente abrazado por el capo mayor del “cartel de Sinaloa”, cuyo rostro se oculta bajo la sombra de una gorra. Ahí afirma –“he leído sus libros y usted no miente–, me dice. Detengo la mirada en el capo, los labios cerrados. –Todos mienten, hasta Proceso. Su revista es la primera, informa más que todos, pero también miente. – Señáleme un caso. –Reseñó un matrimonio que no existió.”

Reportero con suerte que supo irritar a los hombres del poder al extremo de hacer que el presidente José López Portillo profiriera en

SEQUOIA

la celebración del día de la libertad de prensa aquel discurso en que firmó que “no paga para que le peguen” y que tuvo como consecuencia el boicot gubernamental a la revista Proceso, privándola de la compra de sus espacios publicitarios.

El ensayo de Lorenzo León que evoca la eficacia del reportero acucioso, nos recuerda la entrevista amistosa con Salvador Allende quien no le permitió usar la grabadora diciéndole simplemente “haga su trabajo” y donde ambos se bebieron una botella y media de whisky; la vista al dictador Augusto Pinochet, que terminó en un fiasco cuando el general antes de contestarle

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le arrebató el cuestionario que tenía preparado o como sucedió con Alfredo Stroessner quien al recibirlo en Paraguay ante la primera pregunta le dijo simplemente que “la entrevista no fue autorizada”; o los monólogos a los que fue sometido por Chou En-lai y Fidel Castro, que presos de su megalomanía imperial impidieron que Scherer entablara el dialogo que empleaba normalmente a la hora de entrevistar. “Nos interesa destacar el teatro que construyó Scherer con las figuras del poder y algunos artistas esenciales de su tiempo (…) estos retratos que nos dejó de tan disímbolos jefes políticos y creadores (…) con una sorprendente prosa en que lo noticioso y lo simbólico se enlazan en una de las narrativa más trascendentales de finales del siglo XX y el despuntar del presente siglo”.

Un personaje admirable de la cultura mexicana que a través de la pluma, del periodismo de investigación, de la curiosidad insaciable sobre los incontables registros de lo social y de lo humano, nos da un poco de luz en la oscuridad que desafortunadamente todavía hoy se cierne sobre nosotros.

Julio Scherer García

CLARA JANÉS Y DORIN TUDORAN:

EL ENCUENTRO

EN EL BALBUCEO

LORENZO LEÓN DIEZ*

Para mí es muy satisfactorio haber contribuido en la publicación del libro de Dorin Tudoran, Sobre el hombro de la muerte, que ha traducido y prologado Clara Janés. Esta es la segunda vez que mi amistad con ella y Agustín del Moral, director editorial de la Universidad Veracruzana, hacen posible que la poeta catalana figure en el catálogo de nuestra casa editorial; antes apareció Libertad de laberinto. Las geometrías mentales de Rosa Chacel, en el género de entrevista y biografía, que otras veces también ha realizado Clara, como con Federico Mompou el gran compositor catalán.

Clara Janés es mencionada desde hace ya varios años como candidata para recibir el Premio Cervantes, el más prestigioso de la literatura en español…y cada vez cuando estamos a unos días de que se anuncie, en mi constante conversación con ella, le manifiesto mi entusiasmo y mi augurio de que será la elegida…y Clara con cierto fastidio burlón me dice: Ni pienso en eso, ni pienso en eso…Sin embargo sostengo que Clara Janés es la escritora viva más trascendente de la literatura en español y fruto del linaje de los poetas sacrales de la mística castellana: santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.

Ahora encuentro la oportunidad de expresar mi agradecimiento a Clara Janés, cuando en 2014 organizó la presentación de mi corto para la televisión, Santa Teresa de Jesús nada más y nada menos que con las monjas de clausura del convento de la Encarnación de las carmelitas descalzas de Ávila, en el auditorio de la Universidad de la Mística en esa hermosa ciudad amurallada.

Fue una experiencia única entrar en contacto con esa tradición que se conserva tan viva en la organización eclesial católica, pero sobre todo por quien lo propuso y lo promovió, una creadora muy respetada, en una comunidad donde esplende la espiritualidad cristiana en una época tan aparentemente alejada de aquellos fervores que la escritura de estas dos personalidades, santa

Teresa y san Juan, han hecho perdurar y son ecos de aquellas campanas palabrales que iluminaron el siglo de oro.

Estoy seguro que pronto se reconocerá con ese galardón del Cervantes a Clara Janés aunque es preciso señalar que tiene en contra la cultura funeraria de España, como lo ha señalado el gran pensador, recientemente fallecido, en 2121, Antonio Escohotado. El, en una entrevista con Fernando Sánchez Dragó de tele Madrid, dijo: “En este país las personas empiezan a valer cuando son fiambres”

Viene a cuento esta lapidaria frase cuando vimos la ceremonia de premiación reciente, de Álvaro Pombo, en condiciones físicas realmente muy precarias, donde el rey y la reina antes de entregarle el galardón, prácticamente tuvieron que asistirlo.

Y vienen a mi memoria las palabras de Camilo José Cela, cuando en su año, muy viejo también, recibió el Cervantes: “Me lo debían haber dado a los dieciséis años”, exclamó.

Y déjenme contarles ahora lo que me dijo hace

unos días Jorge Juanes, el filósofo que tiene ahora 85 años y que estuvo en la facultad de filosofía de la UV para presentar su libro sobre Nietszche. “Me comunicaron de Bellas Artes que en septiembre me harán un homenaje, eso quiere decir que ya me voy a morir”.

Y entonces me pregunto cual es esa combinación de autoridades estatales y la academia (Estado sea monárquico o liberal) para decidir el premio…porque los méritos, por ejemplo, de Pombo, ¿no lo hacían merecedor de la presa unos cinco o diez años antes?...¿Por qué no hacerlo disfrutar al artista de tan importante reconocimiento cuando está aún en plenas facultades? ¿O existe una determinación para ellos (los que deciden) entre virtud artística y longevidad? O, más bien, ¿entre fiereza del oficio y aguante físico?

Todo esto por supuesto no es interesante para Clara Janés, sino nada más para sus amigos. Ella vive al interior de la flama de la creación, como escritora pero sobre todo como lectora de autores en varios idiomas, no solo los más cercanos a ella, como el inglés y el francés, sino el checo al que ingresó en su admiración por el poeta Vladimir Holan, a quien ha dado a conocer en español; o ahora en rumano, en la poesía de Dorin Tudoran…y también a otros poetas, como Adonis o Forugh Farrojzad, de la cultura persa y turca.

Clara Janés es reconocida como un puente, una mediadora entre el mundo oriental y occidental, pues así como ella ha hecho posible la traducción y difusión al español de un prisma de poetas muy lejanos en la distancia (temporal y espacial) de nosotros, su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.

Su reconocimiento universal, por ejemplo, lo vimos no hace mucho en el premio que en 2019 le otorgó el PEN Club de Hungría, en simultáneo a la traducción al húngaro de su poesía. Y en esa ocasión Clara Janés agradeció con estas palabras: “Debo confesar el estado de asombro y perplejidad que se apoderó de mí cuando me comunicaron que me había sido concedido el

Clara Janés. Licenciada en Filosofía y Letras, Maitre és lettres, por la universidad de la Sorbona, y desde 2015, miembro de la Real Academia Española

premio Janus Pannonius (nombre del poeta latino y primer bardo de Hungría del siglo XV). Este hecho se presentó para mí como un enigma. ¿Y qué puede acompañar mejor a la poesía que el enigma? La poesía se mueve siempre entre lo conocido, en su caso la palabra, y lo desconocido, aquello que quiere ser dicho pero todavía no se ha concretado en letra, ese “no sé qué” del que habla san Juan de la Cruz, “que quedan balbuciendo” flores y prados, árboles y ríos, montes y nubes, noche y estrellas…”

Encontramos en este párrafo una síntesis, una concentración -¿una estructura teórica?- de la concepción que tiene del arte la escritora catalana.

Y vean ustedes cómo viene a nosotros este verso del poeta que hoy presentamos, Doris Tudoran, a través de ella:

No sé cómo salir

No puedo encontrar el camino

El contorno desvaría

Demasiadas sombras para un solo hombre

Y este balbuceando

Una lengua del comienzo del mundo

He aquí este “balbuceo” del que habla san Juan de la Cruz y que Clara encuentra en Dorin Tudoran, un poeta sin duda de su misma estirpe evangélica -¿inútil como la oración de un ateo? Poeta enigmático y sumergido en una extraña teología negativa o red de sombras. ¡Qué jolgorio para la traductora de un flujo eslavo que suscribe su propia creencia. ¿Creencia?! ¿He dicho una palabra religiosa? Es que ambos coinciden, Tudoran y su traductora, en un “páramo cósmico” . La imagen del cielo está enlazada con la del desierto que habita en soledad el poeta y el mónaco.

En fin. Realmente estamos ante una joya de dos idiomas enlazados en la destreza lingüística de las traductoras, Dana Oprica y Clara Janes, pues el poeta rumano crea una especie de liturgia donde está la carne, el ángel, el umbral, la luz, la casa, la noche, la lluvia, el desierto, la nada, el cementerio, la lágrima, el alma, el árbol, la sangre, la cruz, el libro, el eco…y así, la vida que llora sobre el hombro de la muerte. Imágenes que fulguran en una conciencia e inconciencia, precisamente esa frontera a la que alude Clara, palabras que se mueven entre lo conocido y lo desconocido y que celebran la experiencia religiosa que es la experiencia de la muerte; más que la experiencia de la vida -la experiencia de la muerte en medio de la vida, como escribe el pensador Boris Groys.

Dorin Tudoran, uno de los poetas rumanos contemporáneos de mayor solvencia creativa e intelectual, llega a las costas de nuestro idioma con un conjunto de poemas, o de piezas que habita la noche, o de sitios liminales que aproximan a la vida y a la muerte; y al mar del día con los médanos nocturnos, depositados dentro de una jofaina que las traductoras Dana Oprica y Clara Janés vierten en estas páginas.

Esta es la carne de un cuerpo expuesto en versos, el poeta es su propio taller. Aquí se reúnen las trazas de su desasosiego, y queda manifiesta la búsqueda íntima de un hombre pesimista, mas no un desencantado que consigue con elegancia y maestría varios momentos de un humor sosegado.

El autor relativiza el mundo y lo deposita, delicadamente, dentro de una lágrima que escurre en la mejilla de Dios, justo antes de que este contemple su propia muerte en la de su hijo, y así, en la de todas las mujeres y los hombres de la tierra.

Dorin Tudoran es un prominente escritor rumano, periodista y activista político que desempeñó un papel significativo en los movimientos revolucionarios de su país. Nació en Timişoara en 1945, y creció bajo el régimen comunista opresivo de Nicolae Ceauşescu. Se involucró en actividades disidentes a una edad temprana, utilizando su talento en la escritura para criticar al gobierno y abogar por la reforma política de Rumanía.

Dorin Tudoran en 2009

DE LA FORMA LAS ESCUELAS O DE DISEÑO

Y LA ARQUITECTURA

Cuando uno se interesa en la educación de la Arquitectura, por ser arquitecto, docente en esta área, teórico de la arquitectura o simplemente padre o tutor de un hijo que tiene dudas en que estudiar para formarse profesional, aparecen muchos mitos. El primero es que no hace falta arquitectos, ya hay demasiados y lo que no se sabe es que la mayoría que cursan estudios de la arquitectura y hasta obtienen el grado, ni la practican ni la entienden. Esta aseveración la podemos comprobar recorriendo los nuevos fraccionamientos, con muy pocos ejemplos de una intencionalidad para manejar un lenguaje de Diseño. Parte de ello es porque los clientes se conforman con muy poco: basta definir un material — según su apreciación— y que esté zonificada la casa; lo demás es ganancia.

La limitada educación en arquitectura es que los docentes, que en su mayoría no son diseñadores, sino constructores de albañilería, plantean siempre su enseñanza hacia el posible mercado y tecnología local, que son las casas de interés social, creyendo que es ahí más seguro encontrar empleo, en lugar de educar creativamente a los futuros arquitectos. Y esa es la diferencia entre una escuela de la Forma o de Diseño y aquellas que están en Universidades donde el área de Arquitectura es la Técnica, junto a las ingenierías o en la Administrativa. Una visión Técnica o Administrativa será siempre limitativa hacia una arquitectura comercial, pero no propositiva. Y es que se cree que el Diseño solo resuelve la estética del edificio y es completamente erróneo, porque la arquitectura es integral: forma, estructura, tecnología, economía y comercialización, pero va más allá con la innovación, la creatividad, la percepción y sensaciones espaciales, sobre todo en la integración al medio ambiente, proponiendo soluciones a las carencias del futuro.

Pero este enfoque es el de una arquitectura comercial. Lo dramático del caso es que tienen valor similar una casa mal diseñada y una buena. Esto es porque se cotiza en m2 de construcción. La diferencia viene en el valor de venta: ahí sí hay diferencia porque aparecen aspectos que no se contemplaron cuando se construyó, como la orientación, la ventilación, las vistas, la privacidad, el confort y el enfoque bioclimático y sustentable.

Hace algunos días visité la casa de un amigo al que le diseñamos una casa en otro poblado. Él, al regresar a Xalapa, se compró una casa en un fraccionamiento de prestigio y por fuera parecía un palacete adosado, pero con ese estilo o preocupación —esto es un sarcasmo, porque los palacetes no van adosados, sino con amplios jardines. Al entrar nos encontramos con espacios amplios, mal proporcionados, utilizando casi todo el terreno, un pequeño patio al fondo, muchos metros cuadrados desperdiciados de construcción y lo grave, escalones para entrar a la cocina o a los baños. El problema vino cuando quisieron vender esta casa para cambiar de ciudad y aparecieron todas las carencias de Diseño.

La pregunta pertinente es si es necesario formar diseñadores en arquitectura o es una cualidad innata de solo algunos estudiantes de arquitectura ya tienen.

En Europa están diferenciadas las áreas de Diseño con las de la construcción: la de Arquitectura que solo se dedica a elaborar proyectos y, la de Arquitectura Técnica que se dedica solo a la construcción. La especialización es tan importante porque a los constructores no les interesa el diseño y a los diseñadores cuando, prefieren contratar constructores, garantizan calidad y costos.

La educación de la arquitectura debe mirar siempre desde el presente y hacia el futuro para crear modelos, fundamentada en las experiencias históricas, de otra manera se queda al nivel técnico. Con la actitud comercial no es suficiente para alcanzar el nivel universitario y especializado para hacer propuestas innovadoras de aplicación tecnológica. La educación creativa debe de desarrollarse desde el jardín de niños, en escuelas llamadas activas, como del tipo Montessori.

Específicamente, la educación en las escuelas de la Forma o de Diseño, se origina como consecuencia de la competencia comercia a nivel internacional en la Ferias Universales en Europa, esto es porque los productores de bienes de servicio se dedican en esa época al comercio interior, utilizando modelos históricos. Para competir a otro nivel, intervino el gobierno de Gran Bretaña. Para la Feria Universal de Londres en 1850, el Príncipe Alberto,

consorte de la Reina Victoria, se encargó personalmente de organizarla con recursos del estado, con un plan muy estructurado: la construcción de las instalaciones en un solo edificio espectacular, el Palacio de Cristal, dado que en las anteriores Exposiciones, solo se diseñó el emplazamiento y el pabellón local. Cada país participante elaboraba y construía su pabellón con el apoyo de las escuelas y talleres de producción quienes también formaron una revista de diseño y arte para su difusión.

El Palacio de Cristal de Josep Paxton (1851) se ubicó temporalmente en Hyde Park, en el centro de Londres, utilizando tecnología de fierro colado ya utilizada en invernaderos, pero desarmable, para cambiar el edificio de lugar una vez terminada la Feria. Se financió con los Talleres de Oficios y encargó a artistas plásticos, como William Morris hacer producción de tapices de papel. Bajo esos modelos se crearon escuelas de Artes y Oficios, siendo la más notables, la de Glasgow, Escocia; las otras fueron más específicas en la industria local. Con la tecnología del fierro colado y aplicado a la arquitectura de invernaderos y jardines, pasó en estas escuelas hacia la aplicación arquitectónica. Una visión distinta de hacer arquitectura, ligada al interiorismo y producción de mobiliario, como fue el llamado Art Nuveau.

Para contextualizar este cambio en la educación de la Arquitectura, hasta mediados del siglo XX todas las escuelas de arquitectura estaban dentro de las escuelas de Artes Plásticas, de ahí pasan al área técnica junto a las ingenierías, dando prioridad a la construcción con el nacimiento del Movimiento Moderno y el uso del concreto armado.

Con ello en la mayoría de las escuelas se pierden la formación artística en dibujo, expresión plástica en dos o tres dimensiones, la Estética, el color y el lenguaje de la arquitectura histórica, al considerar académica, cambiada por una idea propia del paradigma utópico social del siglo XX, que es: enterrar el pasado para construir el futuro desde cero, a través de la tecnología, la experimentación, la utopía ética de la sociedad sana, de la planeación y la inmediatez. Pero se pierde la esencia del desarrollo creativo al alejarse del Arte Plástico.

Sin embargo, quienes produjeron el cambio fueron personajes que, si bien nacieron con otro tipo de formación académica desde el Arte, plantearon corrientes muy definidas de la interpretación histórica con nuevos lenguajes y es el caso del Art-Nouveau. Este es un movimiento que experimenta con el metal colado, para hacer objetos como lámparas, vitrales, incorpora a la construcción arquitectónica, resolviendo protecciones en las ventanas para que no parezcan cárceles, herrerías, barandales, ménsulas, estructuras, invernaderos hasta llegar a construir edificios completos, partiendo desde los kioscos, con un sistema de ensamblado utilizando tornillos, pues no existe aún la soldadura. Se traslada al Diseño de Interiores como escenografía, como es el caso de la Biblioteca Sainte-Geneviève, en París, hasta muebles de madera doblada como las sillas Thonet.

Lo interesante del caso es que la industria se comienza a involucrar en la fabricación de piezas sean estructurales o accesorios para la construcción y es en el campo del mobiliario urbano donde encuentra un nicho comercial, al igual que en la construcción de fábricas y las estaciones de ferrocarril.

Interior del Palacio de Cristal
Lámpara de mesa de metal de tiempos de la segunda mitad del siglo XX
Silla Thonet no. 14
Biblioteca Sainte- Geneviève
Escuela de Artes de Glasgow, Escocia

UN ESPECTRO EN LA CALLE DEL BURDEL

La vida sexual de Immanuel Kant Juan-Baptiste Botul Universidad Nacional Autónoma de México Colección Pequeños Grandes Ensayos 2014

P ara Kant el celibato forma parte de la esencia misma de la filosofía. Hay un silencio por ello en su biografía, respecto a las experiencias sexuales. Frecuentemente los moralistas predican la castidad. Kant ensalza el placer pero en la práctica se abstiene, se contiene y retiene. Dice: vivir sin mujer es una ascesis.

Kant no habló jamás de sus sueños: el sueño era un gran vacío en su pensamiento. Hay que cortar el sueño como la mala hierba, escribió. En el caso del semen, lo mismo, desperdiciarlo es gastar energía vital; cada eyaculación abrevia nuestra vida. ¿Por qué acortar nuestros días? Saliva, sudor, semen. Hay que guardarlos todos.

Hay diferentes clases de lo sublime. Está lo sublime de la naturaleza, pero está también lo sublime humano y, dentro de este, hay un sublime sexual. Es el panorama del sexo, y más precisamente, del sexo femenino, de la vulva. Volcán, relámpago, poder de devastación.

Lo sublime es un poder de convertir. Entre sus diversos nombres hay que pronunciar el más difícil: lo obsceno, que es del orden de lo sagrado y horrible; la misma ambivalencia: atrayente y repulsivo.

Lo obsceno anuncia la pérdida de sí. Lo sublime se opone a lo bello no como el ser se opone al aparecer, sino como el desaparecer se opone al parecer.

Se conoce el reverso de ese tipo de ascetismo: el burdel. La verdad que se quisiera contemplar toda desnuda a través de la experiencia o de la especulación, se contemplará, finalmente, entre las piernas de la prostituta profesional, la “cosa en sí”.

Los frescos de la Sorbona salieron derechito de una sala de burdel, el artista solamente depiló la “cosa en sí” de esas jóvenes y las rebautizó como Razón, Templanza, Justicia, Virtud que en la vida se llamaban Mimí, Lulú, Fernanda, etcétera.

Desperdiciar el semen es gastar la energía vital; cada eyaculación abrevia nuestra vida. ¿por qué acortar nuestros días? La filosofía es la afirmación de que existe una forma no sexual de perpetuarse.

Kant entraba en el reino de la noche con infinitas precauciones: se sentaba a la orilla de la cama y se deslizaba dentro de ella, después jalaba una orilla del cobertor por abajo del hombro y así con la otra orilla. Así, empaquetado en una envoltura, esperaba que le entrara el sueño.

Forrado en una funda o con una camisa de fuerza, como a los adolescentes a quienes, en los pensionados de esa época se impedía que se masturbaran. Pero él lo hacía voluntariamente: ¡pies y muñecas atadas!.

Y en las noches sin luna el filósofo sale de su casa situada en la calle Prinzessinnen en la ciudad de Königsberg. Toca a la puerta de una casa en el fondo de un callejón sin salida, señalada por una luz roja: es un cliente. Viene a ver si la patrona tiene algunas jóvenes recién llegadas. Doble vida: filósofo respetable de día, libertino depravado de noche.

¿Qué busca un filósofo que duerme atado para no tocarse y que se deshace de las imágenes

nocturnas para sentarse a trabajar todos los días al amanecer?

Esta pregunta la podría contestar su amiga María Charlotta, culta descarada que tenía su puesto en la casa del filósofo. No precisamente en su cama ni sobre el dudoso trono de una esposa.

Ella habría haber sido el alma de su salón. Animadora de la conversación con la gracia de su espíritu. habría haber calmado a Kant que no soportaba la contradicción y hacer hablar a los señores sobre los temas más graves con el tono más jocoso y menos pedante.

Burlarse con afecto de ese pequeño y buen hombrecito, filósofo que pretendía saber todo lo referente a las costumbres de los kalmukas, los pararrayos y el origen de nuestra galaxia.

Una mujer cultivada del siglo XVIII sabía hacer eso.

Ella habría podido hacerle comprender que no se posee ya más la verdad, que no se posee sino una mujer. (Transcripción LL)

EL FINAL

DEL TURNO*

CÉSAR VERGARA SABBAGH

Las cuatro de la mañana. Le dicen la hora de las brujas. Los que están por terminar la guardia ya se encuentran más dormidos que despiertos, mientras que quienes inician a esas horas, aún no se han despabilado del todo.

Noche de perros, además, un frío de ésos que se dejan sentir con profusión de humedad y que calan hasta los huesos. En noches así las sábanas se sienten húmedas, apochcahuadas, diría mi abuela. Cama. Eso era lo que ya pedían los oficiales de la policía de caminos que hacían el recorrido por la sierra cercana a Juchitán, Oaxaca. Cama seca, húmeda, como fuera. Ansiaban llegar a dormir. La niebla tan abajo, que no se podía ver más allá de las propias narices.

A esas horas, luego de tanto andar, el motor irradiaba un calorcito que se expandía por el resto de la patrulla, como si todo aquello no fuera más que un malévolo plan para que Juan Domínguez, primer oficial, se quedara dormido al volante. Su acompañante no iba mucho mejor, frotándose la cara con frecuencia para espantar el sueño. Ya no les quedaban chicles ni cigarros.

El radio de frecuencia policiaca en silencio. Nada que reportar a esas horas. Vuelta en re-

dondo en el límite de la demarcación y nada más una larga, insoportable media hora para volver a la base. Aún tendrían que llegar a rendir su informe: sin novedad. Por lo menos esta vez, y eso si nada surgía sorpresivamente en el último tramo del trayecto, como es clásico que ocurra. Casi siempre se iban a la cama ya con la luz del día.

¡Qué nochecita! Sólo el rítmico vaivén de los limpiaparabrisas, como queriendo hipnotizarlos. En noches alucinantes como ésta, no sería difícil, tampoco inverosímil, ver a la Llorona cruzar la carretera o al Hombre Lobo o al Chupacabras… Pero los policías no vieron nada de eso. En cambio, el primer oficial Juan Domínguez vio, por un instante, aunque nítidamente, la fantasmagórica imagen de una jirafa a galope tendido, por el carril contrario en dirección opuesta a ellos.

―Estoy cansado―, se dijo.

Su compañero, el segundo oficial Demetrio Sánchez, que ya cabeceaba, se obligó a abrir bien los ojos cuando por un lado del camino vio pasar lo que bien pudo haber sido un camión sin luces, pero a juzgar por la trompa y las orejotas, más bien tenia cara de elefante en estampida.

*Cuentos para leer en la hamaca. Liber ediciones, Horizon Entertainment S.A de C.V. 2017.

―Ya estoy soñando con los ojos abiertos―se recriminó―. ¡No se me vuelven a olvidar mis chicles, y cada vez que inicie turno me voy a acordar de comprar cigarros!

Juan Domínguez encendió las luces altas para distinguir cómo entre la bruma cobraba forma un melenudo león africano que bostezaba echado en un montículo a la vera del camino.

― ¡Qué nochecita! ― se dijo para sí―. Voy a solicitar mi cambio de turno, para la noche ya no sirvo, veo visiones.

Abruptamente, al salir de una curva cerrada, hallaron un camión del circo volcado sobre la cuneta. Varias jaulas abiertas y retorcidas por el accidente. Los policías federales de caminos se miraron entre sí.

― ¿Entonces tú también viste la jirafa?

―Sí, ¿y el elefante?

―Sí, ¿y el león?

Encendieron las luces de la torreta y descendieron de la patrulla.

El león , Coatepec, 1986. Fotografía de Víctor León Diez

LA GUERRA

TERMONUCLEAR SE HA DESATADO

Atendamos a cómo razona un miembro destacado de la intelligentzia que está detrás, muy atrás del Kremlin, incluso seriamente enfrentado a él. ¿No es Putin lo peor? Escuchemos pues el modo de razonar de esa Rusia profunda que un día, con Solzhenitzyn y otros, quisimos poner de nuestro lado, liberándola de la melancolía de la tundra para que abrazase los traslúcidos valores occidentales.

Temo que pocos de vosotros se atreverán a recorrer esas casi veinte páginas (por lo que presentamos en Ciclo un resumen), plagadas de sorpresas, de “Una mala ruptura con Europa”. https://rafaelpoch.com/2025/09/04/ una-mala-ruptura-con-europa/ Primero porque se trata de un intelectual ruso, que además no es enemigo declarado de Putin –aunque discuta seriamente sus tesis–, y Rusia ha caído hace tiempo del lado del mal. En segundo lugar creemos, desde una arrogancia europea que Karaganov fustiga, conocer de sobra a esa nación  de tercera. Es una lástima, pues el artículo de Sergei Karaganov, demasiado espiritual para ser un simple halcón, está lleno de anuncios.

La primera nota desconcertante de “Una mala ruptura con Europa” es que no nos habla a  nosotros, ni le interesamos ni intenta convencernos de nada. Al contrario, declara como un craso error –que ha alimentado nuestro engreimiento– la tradicional  eurofilia de Moscú. Lejos de ese supuesto mantra de las élites rusas, Karaganov plantea rotundamente un “retorno a casa”, al santuario de una Siberia que permita hacerse más fuertes y afrontar una probable guerra termonuclear.

“Es necesario por fin renunciar, al menos a nivel de expertos, a la tontería heredada de la época de Gorvachov y Reagan: la afirmación de que ‘en una guerra nuclear no puede haber vencedores y por tanto no debe desencadenarse’” Leánlo completo en la red, no se lo pierdan. Mientras las élites europeas gesticulan ante el espanto totalitario que encarnaría Putin, Karaganov considera que la tibieza de Moscú con Europa ha agigantado nuestra vanidad hasta niveles de megalomanía autista. Aunque este investigador reconoce que el “injerto europeo” en el tronco de la cultura tradicional rusa ha producido la “mejor literatura del mundo” , y un poder científico y militar sin precedentes, a la vez ha debilitado a Rusia con falsas esperanzas. Además, según él, alimentó el “embrutecimiento” europeo con una arrogancia suicida.

Ignacio Castro

El viaje europeo de Rusia de más de trescientos años ha terminado, no obstante la mayor parte de la élite rusa todavía estaba entusiasmada con el occidentalismo y la eurofilia. La ruptura de las relaciones económicas con Europa fueron suavizadas por el notable aumento del comercio con Asia y ahora preparamos un giro intregral hacia Oriente: la siberización de Rusia. Ahora la dirección europea no tiene perspectivas y es percudial. En los próximos años es necesario terminar victoriosamente la guerra derrotando a Europa, mejor sin recurrir a medios extremos. Repetir la experiencia de 1812-1814 (la derrotada invasión napoleónica) y 1941-1945 la victoria de la Gran Guerra Patriótica.

Reolvamos por completo políticamente el “problema europeo”, pues Europa es el centro de todos

los males principales de la humanidad, dos guerras mundiales, innumerables genocidios, colonialismo, racismo y en los últimos años el totalitarismo liberal, mezclado con el transhumanismo, el lgtbtismo, la negación de la historia y, en escencia, la antihumanidad.

Con Europa tenemos las peores relaciones de toda su historia. El actual nivel de rusofobia y sentimientos antirusos no tiene precedentes. Se lleva a cabo una propaganda de carácter total, propia de tiempos de guerra. Europa aún no la ha declarado abiertamente pero participa en las acciones militares de forma indirecta, armando y azuzando contra Rusia a ucranianois engañados y nazificados, que son sus mercenarios, como muchos otrops reclitados en todo el mundo y se están preparando otros mas en los países pobres del este y sur de Europa.

Los estadounidenses han logrado parte de los objetivos que perseguían al desatar la guerra junto con sus sirvientes europeos: socavar la competitividad de sus aliados-competidores, que se han enriquecido a sus espaldas, rompiendo las relaciones gasísticas con Rusia. Pero en Estados Unidos comprendieron el peligro de la escalada nuclear y comenzaron a retirarse de la guerra con Rusia, sin embargo, la expectativa de que EU arrastraía a Europa en esta decisión, no se cumplió y Europa ya se está preparando abiertamente para una gran guerra dentro de 5-7años.

Había llegado el momento de pagar por su codicia que desde la década de 1960 dio rienda suelta a multitudes de migrantes para reducir el coste de la mano de obra y debilitar a los sindicatos. El resultado: una crisis migratoria creciente y por ahora

si salida. Desde casi dos décadas la clase media europea se está reduciendo, la desigualdad va en aumento y los sistemas políticos son cada vez menos eficaces. Desmoronándose por dentro las élites europeas tomaron el rumbo de exagerar la imagen de Rusia como enemigo mortal. Se ha instalado un “parasitismo estratégico” gracias a la prolongada paz -desde 1945- que resulta en la ausencia de miedo a la guerra, incluso nuclear, y una pérdida del instinto de supervicencia.

La situación se ha vuelto peligrosa. A espaldas de Estados Unidos -que en su constante confrontación con la URSS garantizaba la paz en Europa- las naciones europeas han agotado su capacidad de pensamiento estratégico y han llevado a un embrutecimiento casi total de las élites. Estados Unidos, centrándose en sí mismo y en su entorno, puede prosperar, pero Europa ya no. habría que volver a trabajar duro. Y ya no están acostumbrados a ello.

La remilitarización de Europa ha comenzado, dentro de 5-10 años, si no se detiene el proceso, pueden tener muchas más fuerzas armadas. Por ahora no hay que temerles en el ámbito militar, pero si se fortalecen y envalentonan, volveremos a encontrarnos en una situación de riesgo.

Los estaunidenses comprendieron que, en condiciones de pérdida de la superioridad militar y, con ella, de la capacidad de imponer su voluntad e intereses por la fuerza, la superpotencia, la hegemonía absoluta, se vuelve no solo imposible, sino también desventajosa ya que amenaza con degenerar en una gran guerrea global también en el territorio de Estados Unidos. Al comprenderlo, comenzaron a retirarse parcialmente.

Después de que no se cumplieran los sueños de desintegrar rápidamente a Rusia mediante la guerra de Ucrania y eliminarla como el aliado de facto más importante de China, recibieron las señales de Moscú sobre la posibilidad de una escalada nuclear.

A partir de mediados de la década de 1950 la OTAN paso de ser una alianza política a ser político-militar. Lo mismo está pasando con la Unión Europea, que se está convirtiendo en lo mismo, aunque por el momento con un componente militar y técnico muy débil.

Ambas organizaciones necesitan una escalada. La única salida para nosotros, los rusos es la derrota de Europa y el cambio de sus élites, ojalá sin recurrir a medidas extremas. Pero Europa, una vez más, como casi siempre en la historia, es la principal amenaza para la paz.

Los europeos están interesados en que la guerra continue. Los estadounidenses no están interesados en la medida en que la guerra amenazce con escalar a un nivel nuclear y extenderse al territorio de los Estados Unidos.

Hay que continuar con las ofensivas que están llevando a cabo nuestros soldados. La tregua no es una salvación, sino solo un respiro para que el enemigo acumule fuerzas.

Debemos reconocer que el principal adversario no es Kiev, sino la Europa unida. Con el apoyo vacilante de EU, Europa quiere continuar la guerra indefinidamente. Cuando se agote la “carne de cañón” ucraniana, lo cual está lejos de suceder, las filas de los mercenarios que ya están luchando se verán reforzadas por soldados de fortuna procedentes de los países pobres del este y sur de Europa. ya se les está reclutando y preparando a toda marcha.

En términos operativos y tácticos por ahora estamos ganando, aunque a un precio considerable, pero estratégicamente podemos empezar a perder. El enemigo espera arrastrarnos a una guerra prolongada, agotarnos, provocar una división entre las élites y socavar el apoyo al poder supremo. Tenemos que golpear a las fuerzas estratégicas del Reino Unido o incluso Francia, anunciando, por supuesto, que en caso de “respuesta” la represalia será nuclear. Y si a continuación una sola ojiva nuclear del adversario vuela en nuestra dirección o, más aún, llega al territorio de nuestro país, se producirá un ataque contra las ciudades.

La guerra termonuclear mundial, aunque todavía no sea universal, ya se ha desatado y el objetivo principal somos nosotros. Es necesario introducir urgentemente en la doctrina militar de Rusdia la disposición de que, en caso de cualquier guerra con un enemigo que posea un gran potencial demográfico y económico, nuestro país considera obligatorio el uso de armas nucleares contra el agresor. Es necesario comenzar urgentemente a reflexionar sobre la experiencia de la Guerra Mundial. Es necesario bloquear urgentemente el camino hacia una guerra termonuclear mundial que se avecina. Y para ello, en primer lugar, hay que detener a Europa, la principal fuerza que, objetiva y subjetivamente, la impulsa y donde ha vuelto a oírse voces que afirman que Rusia nunca utilizará armas nucleares. Con nuestra moderación y cautela, estamos favoreciendo a las fuerzas de agresión y al militarismo.

Ante las amenazas de que, si continuamos con nuestras acciones militares, se impodrán aranceles “letales” de 500 por ciento a los productos de los países que compran nuestro petróleo, debemos declarar abiertamente que consideramos la aplicación de estas amenazas como un acto de guerra y que, en respuesta, estamos dispuestos a comenzar a lanzar ataques, incluso con instrumentos militares, contra los activos extranjeros de estados Unidos que triplican los nuestros. Y hay que subir por la escalera de la escalada nucleares.

Si todas las medidas (la transferencia de ojivas nucleares en el teatro europeo a vectores de medio y corto alcance, incluidos los basados en aviones, ejercicios de fuerzas

estratégicas con simulación de ataques desarmantes y decapitantes contra Reino Unido, Francia y Alemania) no sirven de nada, habrá que pasar a la siguiente fase y empezar a lanzar ataques contra centros logísticos y bases militares de los países que apoyan la agresión contra Rusia.. En el casi de que se llegue -Dios no lo quiera- a esta situación, será necesario activar el sistema de defensa antimisiles, la defensa civil y advertir que si una sola ojiva llega a nuestro territorio estos países serán borrados de la faz de la tierra.

Es posible preparar para estos fines el sistema “Poseidon”, colocandio torpedos a la salida del Canal de la Mancha al Océano Atlantico. Los objetivos de los ataques decapitadores deben incluir no solo los centros de toma de desiciones, sino también los lugares de concentración y residencia de las élites. Para excluir sus esperanzas de refugiarse en los búnkeres (que los hay).

Entiendo perfectamente que el uso de armas nucleares, incluso limitado, no solo es peligroso, sino también un gran pecado. Morirán masivamente personas inocentes, entre ellas niños. Me imagino las angustiosas reflexiones de nuestro comandante en jefe. Sé que el escenario descrito hiela la sangre en las venas, y una vez más provocaré una oleada de indignación contra mí. Pero esta parece ser la única alternativa posible a verse envuelto en una guerra interminable, aunque sea con interrupciones, con la pérdida de decenas y cientos de miles de nuestros mejores hombres, y luego, de todos modos, con el deslizamiento hacia el Armagedón nuclear y/ o el colapso del país. Hay que hacer entrar en razón a los europeos enloquecidos, quebrantar su voluntad de confrontación y detener el deslizamiento hacia la Tercera Guerra Mundial, hacia la que, olvidando las anteriores y sin haber recibido el merecido castigo por ellas, vuelven a empujar. Al mismo tiempo, hay que sacudir a los estadounidenses. Es probable que Trump desee la paz, aunque en sus propios términos: mantener la mayor parte de Ucrania como plataforma para ejercer presión sobre Rusia. Sin embargo, incluso si aceptamos su «pacifismo» como auténtico, su posición es extremadamente inestable. No se puede reducir la presión nuclear. Al hacerlo durante las conversaciones sobre el alto el fuego, hemos debilitado nuestras posiciones y prolongado la guerra.

Marcha en Estrasburgo, este de Francia. Los organizadores calcularon en un millón la cifra de participantes en todo el país. Fotografía Afp

IN MEMORIAM

RODRIGO MOYA (1934-2025)

“Una presencia ausente” denomina Roland Barthes la sensación que nos producen algunas fotografías, pues es la captura de un instante que ya no existe y, por lo tanto, una asociación con la muerte. A esta sensación el filósofo de la imagen la nombró “Punctum”: evidencia de que algo ha existido.

Y ahora, que los taches en el pie de foto van avanzando e indican, sí, un descuento, pero también una cruz latina (el símbolo crístico de la desaparición), la lectura de la foto le corresponde a uno con el calos-frio (agua quemada): la inquietante certeza de ser parte, “in progress”, de un panteón o una especie analógica (en revelación química bajo luz roja de seguridad) que a tiempo que manifiesta (la imagen) la borra.

Así es que todos los escritores de rostros y cuerpos relajados en el festejo - la excitación de la unión en el arco que reproduce una sonrisa-, salieron a la calle para la foto, levantándose de su gran mesa en La Bodega, restaurante emblemático de la avenida Amsterdam, donde cada mes se reunían en una celebración de su arte, junta etílica que recreó amistades y produjo nuevos encuentros entre personalidades dedicadas al furor del cuento, la novela y el ensayo.

Unos ya eran célebres: Ramírez Heredía, que ganó un concurso internacional con su libro El rayo Macoy, o Gerardo de la Torre, temible con sus temas callejeros, como el famoso El vengador, proletario militante comunista y violador; Hernán Lara Zavala, importante funcionario cultural de la UNAM y ya renombrado como el cuentista más sofisticado con su Ziltechén; Marco Aurelio Carballo, muy requerido por los poderosos por su trabajo destacado como jefe

de información de la emblemática Siempre! Y, en ese entonces los más jóvenes, Daniel Sada, ya un escritor internacional por su poderoso y complejo estilo de prosa rimada; David Martín del Campo, activísimo, quien acumulaba novelas como quien ordena en una servilleta tortillas; Bernardo Ruiz, culto y extraordinario cuentista, siempre en su “esclavitud” oficinesca; Eduardo Mendoza, energético como quien vive en un gimnasio y yo, allí me sorprendo al encontrarme en esa foto que no conocía, pero que aparece ahora, en el suplemento Laberinto de mi esforzado amigo José Luis Martínez, con la triste oportunidad del obituario de Rodrigo Moya (1934-2025).

En el momento de esa fotografía (1987) Rodrigo Moya aún no se manifestaba como el creador literario que era, y que nos sorprendería unos años después cuando ganó el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí con su libro Cuentos para leer junto al mar (1997).

En el tiempo de las reuniones de La Bodega, todos sabíamos de su celebridad como fotógrafo, de su fama como empresario periodístico con la exitosa revista Técnica Pesquera y todos disfrutábamos de su bonhomía, su cultura y sus experiencias que compartía en charlas chispeantes. Ahora cantidad de sus colegas fotógrafos escriben sobre sus andanzas y su marca indeleble en la historia de este arte analógico, pues el fue maestro del periodismo antiguo.

En esta ocasión me interesa destacar la originalidad de su pluma, más que de su lente, pues cuando leí su libro quedó resonando en mí un cuento en especial, conseguido con gran maestría, pues es naturaleza genérica de la “short history”, que el tema trascienda sus limitaciones materiales y quede resonando en nuestra imaginación como el sonido metálico de una campana, y que resumo rápidamente aquí: Un hombre llega al carnaval de Veracruz, se hospeda y sale a disfrutar de esa histriónica fiesta. Se encuentra con una chica clásica, delgada, morena, de fina belleza jarocha y se enlazan en una conversación alcoholizada. Ya están pronto entrando a la habitación del hombre en el hotel. Y ya dispuestos para las acciones previsibles, ella resulta, en sincera confesión, que no es ella, sino él. Primera sorpresa…pero ¡cómo si es tan femenina!...entonces, después de la desagradable sorpresa ella-él lo empieza a convencer de que no pierde nada con probar una nueva experiencia y el hombre va cediendo, en una ensoñación que, ya que acepta y la chica chico, preparándose para el asalto, entra al baño a orinar como lógica antelación a lo que vendrá, el hombre, al oír el chorro cantinero en la taza, ¡despierta! y despide al jovencito. Una historia de esas que se cuentan en la cantina y terminan con una carcajada. (Texto LL)

La obra de Julio Scherer García (1926-2015) está integrada por veintitrés tomos, además de una vasta escritura hemerográfica en Excélsior, el diario que dirigió de 1968 a 1976, y el semanario Proceso, que fundó en 1976. Considerado el "Zarco de nuestro tiempo", Scherer creó un nuevo género periodístico literario que se decantó en una gran metáfora: la cárcel y el Palacio, el asesino y el juez, el criminal y el policía, el regicida y el ministro, la prostituta y la primera dama, la reina del crimen y la reina del castillo.

La dimensión social de la obra de Scherer abre y cierra un ciclo histórico del fin de la modernidad mexicana y primer tramo de la democratización que estamos viviendo.

La máquina de la escritura que organizó Scherer en la estructura industrial del periódico, primero, y, luego, en su revista fue el espacio de expresión de los pensadores, intelectuales y artistas contemporáneos a la violencia con la que posrrevolución dio sus últimos estertores: la matanza de 1968 y la Guerra Sucia, perpetrada por el presidente Luis Echeverría.

Los protagonistas de esos acontecimientos tienen sus recintos en Palacio Nacional y en las cárceles, que incluyen desde el hierro tecnológico de las cárceles de máxima seguridad hasta las escondidad mazmorras, espacios en donde Scherer tejió una sorprendente prosa en que lo noticioso y lo simbólico se enlazan en una de las narrativas más trascendentales de finales del siglo XX y el despuntar del presente siglo.

De izquierda a derecha aparecen Daniel Sada +, Rafael Ramírez Heredia +, Rodrigo Moya+, David Martín del Campo, Lorenzo León, Marco Aurelio Carballo+, Hernán Lara Zavala +, Roberto Bravo, (desconocido), Eduardo Mendoza, Gerardo de la Torre+ y Bernardo Ruiz

GIRO ICÓNICO

NACIONALISMO PÉREZ

RACIEL D. MARTÍNEZ GÓMEZ*

C onsecuencia de un pretencioso vendaval cosmopolita alentado desde la globalización, se apostaba como hecho consumado que un Giro Icónico desplazara los imaginarios nacionales propios de los estados modernos.

Pero no, no es sencillo abandonar esos sentimientos a pesar de la saturación multicultural. No se disipan por decreto entre la vorágine de las redes. Hemos comprobado que disolver enconos históricos y suplir prejuicios no es tarea del mundo woke de Disney solamente.

José María Perceval intenta describir el contenido de estos rancios imaginarios colectivos, suma de utopías y arquetipos, para explicar las reacciones de asco y pánico de las naciones cuando son amenazados sus tipos ideales de identidad.

Los sedimentos que, de forma cotidiana, se depositan en el fondo de la conciencia grupal, se esparcen desde la superficie anodina de los mass media que sueltan por inercia cualquier retahíla de estereotipos.

Al final, Perceval sostiene, la civilización es un cúmulo de imágenes que distinguen y hacen historia dorada de los países con tiempo y espacio ensalzados como destino.

Por ello, un Giro Icónico no es simple de advertir.

Y es que la reacción negativa en contra de la película francesa “Emilia Pérez” (2024), dirigida por Jacques Audiard nos recordó que la xenofobia puede brotar por caminos desconocidos. Si polarizó bandos Audiard, es porque existió un caldo de cultivo para no aceptar el tratamiento de temas sensibles como el narcotráfico, los desaparecidos y las madres buscadoras en formato como el de “Emilia”, un barroco musical de cascos ligeros.

La cinta hiere un sentimiento soterrado en tiempos donde las estéticas pospánicas son moneda de cambio en el cosmos de la levedad artística. “Emilia Pérez” incomodó por su origen ajeno y por no atender una realidad, que se juró, es unidimensional: con altas dosis de dramatismo y con sui generis modos de representación cultural.

Arreciaron señalamientos de lápida instantánea -mínima calidad argumentativa en Tik Tok y Facebook-, que reprocharon el estatus soberano de lo que debería ser la crítica y que yo ignoraba que exigía pasaporte para ejercerla.

Estaríamos de acuerdo en que dichos ingredientes son, a todas luces, distantes en la versión francesa que desconoce o, deliberadamente, escoge un

punto diferente al verismo para medio deleitarse con un estilo shocking muy propio de los que espantan buenas conciencias.

Se queda, según apreciación personal, entre la provocación y el pastiche y desinfla su eficacia narrativa luego de la transformación del “Manitas”.

Lo interesante estriba en la unidimensionalidad del enfado contra “Pérez”. El director monta un discurso teatral a través de una ópera heterodoxa y así se desmarca de la obligación de representar a pie juntillas.

Entonces, el Giro Icónico se suspende y vuelve al conflicto. Aunque la roncha xenofóbica contra “Pérez” no corresponde a ninguna tensión próxima que se le recuerde (¿o acaso la animadversión partió de haber rememorado la ofensa de Tacubaya en 1838 y que dio pretexto para “La guerra de los pasteles”?).

La narcocultura ha desfilado orondamente desde pornográficos blogs, se ha vuelto materia de corridos populares, conciertos masivos y hasta estrellas en series de Netflix se han convertido.

Hay salvedades como “El sicario, room” 164 (2010), dirigido por el italiano Gianfranco Rosi: no hubo osado que la calificara como trampa descontextualizada o engañifa para perpetuar el miedo ante la violencia. El documental se basa en la entrevista a un asesino de cártel y no requiere parafernalia tipo “Emilia Pérez”: su desafío está en la cruda palabra.

Tampoco supimos de oposición en contra de “Narcocultura” (2013), devastador documental dirigido por Shaul Schwarz, de Estados Unidos, por presentar, sin hacer apología, a la cultura del narco como modelo de ascenso social entre el cinismo de la frontera rendida ante el vértigo del dinero y las drogas.

Ambos dirigidos por extranjeros y sus visiones fueron respetadas, acaso por el trabajo objetivo, sobre todo el de Schwarz que muestra en su rol de fotógrafo en el National Geographic un acucioso

*Académico del Centro de Comunicación y la Cultura. Universidad Veracruzana.

registro de la narco cultura.

Cabe recordar visiones acres del narcotráfico con películas nacionales como “Miss Bala” (2011) de Gerardo Naranjo o la ultra violenta “Heli” (2013) de Amat Escalante.

Tanto Rosi, Schwarz, Naranjo y Escalante se ubican en el capitalismo gore, que Sayak Valencia define para describir la crueldad que se vive en la grieta de EU y México donde se lucra con la muerte a niveles espeluznantes. Habría que añadir Navajazo (2014), documental de Ricardo Silva, una mirada apocalíptica sobre el desastre social que genera el crimen organizado.

Existe una línea reflexiva de cintas que abordan la secuela del narco desde el dolor y la impunidad como serían “Tempestad” (2017) de Tatiana Huezo, “Sin señas particulares” (2020) de Fernanda Valadez y “Manto de gemas” (2022) de Natalia López.

En otro tiempo, un extranjero, chileno, nacionalizado francés, Alejandro Jodorowsky, líder del movimiento pánico, causó estragos entre conservadores en el México de los setenta. Con su ópera prima, “Fando y Lis” (1967), Jodorowsky pisó vidrio nacionalista. Cuentan que en el Festival de Acapulco, Emilio “El indio” Fernández amagó con una pistola a Jodorowsky porque no le agradó la película. Podría explicarse tal reacción, porque “El indio” venía de ser protagonista del nacionalismo en imágenes y se sintió ofendido por la pieza iconoclasta.

En “Santa sangre” (1989), Jodorowsky alude a una imagen que conecta con “Emilia Pérez”. Alejandro utiliza una santa, mártir asimismo de la violencia. Schwarz publicó una foto en el NG de un cementerio de Culiacán, nido del cartel de Sinaloa. Dice Schwarz que la muerte no es el final para los traficantes de drogas mexicanos enterrados en los mausoleos que capta.

“Emilia Pérez” plebiscitó el ánimo de época de oro en un México líquido. Tiempos pospánicos, en la parábola de Audiard se encuentran enredados desde Amado Carrillo, “El señor de los cielos”, hasta “Manitas” convertido en Santa, como si fueran claves de una encriptada religiosidad pop en busca del arrepentimiento a través de la mutación del cuerpo.

La censura desvela al otro Emilio Fernández, tenso frente al Giro Icónico rebasado por el asco de un fatuo nacionalismo que retó a la “Pérez” y, eso sí, después torna para reposar su esencialismo entre el trap de Peso Pluma y la comedia del cervantino Eugenio Derbez que sí domeñan el español al contrario de Selena Gomez.

MAGENTA 2025

CATÁLOGO DE

ILUSTRADORES GESTALT

ALEJANDRA PALMEROS MONTÚFAR*

La ilustración es un medio de comunicación cercano a la literatura. Solemos pensar en novelas, cuentos o poesía ilustrados y, más recientemente, historias como las novelas gráficas, cómics e incluso en los juegos. Ilustración es todo eso, pero también está en aquel cartel de protesta, en la cubierta de la revista política, en el mural contestatario, en la fotografía cruda, en la caricatura irreverente que critica con sonrisa burlona. Narrar con imágenes hace que el mensaje sea persuasivo y pregnante, atractivo a los sentidos. Quizá por ello la ilustración siempre ha tenido fieles adeptos.

Con el conocimiento de estos intereses, la Universidad Gestalt de Diseño convoca por segunda ocasión a sus estudiantes, egresados y docentes a participar en la edición de Magenta 2025, el catálogo de ilustradores UGD.

Tras el lanzamiento de la convocatoria a principios de año, Magenta 2025 es una realidad. Una nueva edición que reúne 30 talentos, el doble de participantes del pasado, ofrece al público en general una interesante muestra de ilustradores de diferentes categorías: ilustración digital, tradicional, fotografía y propuestas experimentales que salen de las propuestas convencionales, proyectando las múltiples opciones que tiene la ilustración para abordar temas tan amplios como la fantasía, el amor, la crítica, la educación, el duelo, la naturaleza y la cotidianeidad.

Los autores seleccionados, además de sus habilidades como ilustradores, solo tienen que cumplir con un requisito: haber tenido formación en la comunidad Gestalt, por lo que el catálogo cuenta con trabajos de estudiantes del Sistema de Bachilleres Gestalt, de las diferentes licenciaturas y posgrados de la Universidad. De esta manera, se confirma el papel integrador del enfoque humanista y constructivista del modelo educativo, centrado en el impulso de la creatividad y el diseño.

¡Muchas felicidades a los ilustradores seleccionados para la edición 2025!

MIXTO

Artrópodo | Víctor Hernández "Drako"
Chica y gato | Jorge Martínes
Soy yo quien te anhela | Alan Lumbreras "Luminaaries"
Xinornica | Miguel Tinoco "Maublue"
Simbiosis digital Jorge Reyes "George"
Recuerdo de luz | Isabella Luna "Isa Raccoon"
Umiko | Malú Pensado "Kayto"
Diseño de personaje | Aranza Rico "Ary"
U melt me | Amairany Mendoza "Princesita de sal"
Después del invierno | Mariam García "Mala no tan mala"
Y2k Girly | Angel Juarez "Rob Sigala Art"
La magia de la perla | Johana Gabriel "Joha"
Dulce mirada | Javier Fernández "Dede"
En la noche de estrellas | Ruth Pérez "Daku"
Flores de luz | Yael Sánchez

ARCHIVO

FOTOGRÁFICO

VÍCTOR LEÓN DIEZ

M anuel Álvarez Bravo (CDMX 4 de febrero 1902-19 de octubre 2002) fue uno de los fundadores de la fotografía moderna al lado de Henri Cartier-Bresson, Ansel Adams, Dorothea Lange o Diane Arbus entre otros. Considerado el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX, su obra se extiende desde la década de 1920 hasta los años noventa.

Álvarez Bravo es una figura emblemática del período post revolucionario en México, donde el afán modernizador y la búsqueda de una identidad con raíces propias se en -

trelazan con la arqueología, la historia, la etnología y las artes.

“A excepción de algunas fotografías, diría que mi trabajo es una fantasía. La fantasía viene totalmente de la imaginación. El surrealismo tiene un poco de realidad en ella.”

“Todo lo poético mexicano ha sido puesto por él a nuestro alcance…” escribió André Breton

“...El ojo piensa, El pensamiento ve, La mirada toca, Las palabras arden…” Octavio Paz al referirse a Manuel Álvarez Bravo.

En 1989 se celebraron los 150 años de la fotografía. Álvarez Bravo tenía entonces 87 años. Y la COCEI (Coalición Obrera Campesina Estudiantil del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca) movimiento que deja un legado relevante en la lucha por la justicia social y la democracia en México, publicó el impactante fotomontaje “No habrá huelga”, realizado por Riza Niru con dos fotografías: Obrero en huelga, asesinado, tomada por Álvarez Bravo en Tehuantepec, Oaxaca en 1938 y No habrá huelga general, de mi autoría, realizada en la Ciudad de México en 1979 y premiada en la primera bienal de fotografía en 1980.

RUTA GASTRONÓMICA

BOSQUE DE NIEBLA

FIRENZE

Cocina Italiana

Plazoleta Margarita

Km 3.8 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

LOS RANCHEROS

Cocina mexicana

Plazoleta Margarita

Km 3.8 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

FINCA LA NIEBLA COATEPEC

Hotel Boutique/Restaurante

Cam. Ant. a Rancho Viejo

a 2 km de Plaza Briones

LA FOGATA

Parrilla

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

PIXAN

Café / Pastelería

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

CORAZONCITO OAXAQUEÑO

Cocina Oaxaqueña

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

LA COCHINITA DE BRIONES

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

CASEY

Repostería / Cafetería

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

CABO SUSHI

Cocina japonesa

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

FINCA DON MARCO

Café / Restaurante

Km 3.5 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

ROMA

Pizzería Tratoria

ROMA

Grill & Brunch

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

RUSTIKO

Cocina a las brasas

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

CACHOPO

Cocina española

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

LA CABAÑA DE DOÑA OFE

Barbacoa

Plaza Bosque Briones

Km 3 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

MONTE BELLO

Restaurante / Pizzería

Km 5 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

LAS BRUJAS

Restaurante / Pizzería

Km 6.5 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

AINE

Restaurante gourmet / Eventos

Km 7 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

QUINCHO

Cocina casera argentina / música / convivencia

Mariano Escobedo 16. Zoncuantla, Coatepec

BRÚJULA

Cervecería artesanal / Restaurante / Foro cultural

Mariano Escobedo 11. Col. 6 de Enero. Coatepec, Ver

LA COATEPECANA / CAMPESTRE

Cocina tradicional mexicana

Km. 7.5 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

CASILDA

Pan de masa madre / Alimentos agroecológicos

Adolfo López Mateos 2. Zoncuantla, Coatepec

LA CARNITA ASADA

Restaurante

Km 7.5 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

LA CALERA

Bodega gastronómica

con diversas propuestas culinarias

Km 8 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

CASA DE CAMPO

Km 8 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

MIRADOR SAN FELIPE

Restaurante familiar

Km. 6.9 Carr. a Cinco Palos. Coatepec, Ver

LA CABAÑA

Restaurante / Cortes

Km 1 Carr. a Cinco Palos. Coatepec, Ver

LA ESTANCIA DE LOS TECAJETES

Cocina artesanal mexicana

Km 8.8 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

VIA VÀI

Garden & Grill

Quinta Victoria

Km 8.9 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

R. BONILLA

Restaurante campestre

Km 9 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

LAS HAYAS

Cocina mexicana

Km 9.5 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

ASADERO DOÑA MECHE

Restaurante tradicional

Km 9.5 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

ATEMPORAL

Sabores del bosque

Km 9.5 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

D kr ´ s grill

Mariscos estilo Sinaloa

Km 10 Carr. Ant. Xalapa-Coatepec

ROMA

Pane e Pizza / Masa madre

Plaza Orquídeas

Carr. Nueva Xalapa-Coatepec

LA CASA DEL PUENTE

Cocina mexicana / Especialidades huastecas

Ignacio Zaragoza 119 Carr. Nueva Xalapa-Coatepec

MORFO

Centro cultural / Cafetería

Arteaga 5 Centro histórico. Coatepec, Ver

CHÉJERE

Cocina regional con sabor a Coatepec

Jiménez del Campillo 37. Coatepec, Ver

ROMA

Pizzería Tratoria

Hidalgo 3. Coatepec,Ver.

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NOVEDAD

Más allá del cuerpo denso

Más allá del cuerpo denso es una escala conceptual, vivencial, anecdótica, teológica, teórica, filosófica y mística de hombres y mujeres que en diversas épocas y geografías exploran un más allá del cuerpo físico y constatan con su vida y obra que la materialidad que nos constituye tiene como esencia la desparición. Del autor de El Enigma Grinberg, nos complace ofrecer esta compilación de experiencias de un prisma de personalidades significativas en la atmósfera simbólica de culturas diversas, donde está Gurdijeff, Teresa de Ahumada, Francisco de Asís, Bert Hellinger, Salvadroe Roquet, Alejandro Jodorowsky, Jacobo Grinberg, Win Hof, que han trascendido su cuerpo físico en experiencias activas, de la distancia, unificadas; conciencias nomádicas en pensamiento contemplativo, que callando y obrando se han internado en cavernas de visión, abiertos a una percepción unificada, separando la responsabilidad, sistematizando su conciencia, en atención, en inmortal oración verbal, en oración perpetua, en oración mental interior, en evolución consciente, transformándose en conmoción, en determinación absoluta, en concordancia... personalidades totales que penetrando en su conciencia arquetípica, en su interna oscuridad telúrica, se muestran en relevancia creadora.

Librería Hyperion

Octavio Vejar 59, Ensueño, 91060 Xalapa-Enríquez, Ver.

De venta en

Librería Mar Adentro

Esteban Morales 524, Centro Histórico, 91700 Veracruz, México

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Ciclo Literario y de Diseño No. 176 by Universidad Gestalt de Diseño - Issuu