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Carlos Sánchez, un buscador de belleza

Doctora Cecilia Echeverría Falla

El 24 de enero de 2014 tuvo lugar la apertura de una galería de arte en el Hood Museum de Dartmouth College en Hanover, New Hampshire, donde se exhiben dos obras maestras del prolífico pintor y arquitecto guatemalteco, Carlos Sánchez. La muestra titulada In Residence: Contemporary Artists at Dartmouth celebra la historia y el importante legado que el programa Artist-in-Residence ha tenido en la vida y andadura de la prestigiosa Universidad, que comenzó en 1931 cuando el joven guatemalteco fue invitado con una beca para dar clases de arte y trabajar en el taller de pintura. A partir de entonces, ese programa internacional ha beneficiado a artistas nóveles y más experimentados, cuya autoridad ahora está fuera de toda duda. Artistas de la talla de Charles Burwell, Walker Evans, José Clemente Orozco, Magdalene Odundo, Robert Rauschenberg, Alison Saar, Paul Sample y Frank Stella han transitado por el campus y su presencia ha sido decisiva para impulsar el vigor de las artes. Sus obras están en exhibición en la muestra hasta el 6 de julio de este año.

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Pese al papel fundamental que Carlos Sánchez jugó en el comienzo de esta aventura, hasta el momento se sabía muy poco de su vida y obras. El Hood Museum emprendió una auténtica “cacería” para rescatar datos de su trayectoria, y finalmente adquirió las dos piezas que ahora están en exposición. Fue a raíz de esta indagación y del interés que el Hood Museum mostró por sus cuadros, que surgió en mí el deseo de conocer más de su persona y de su pintura. Decidí “darme un paseo” por su vida y dejarle hablar a él a través de su diario, de su correspondencia escrita, de su pintura y de lo que otros saben y han escrito de él. No se puede decir que lo encontré, sino que lo “descubrí”; y como sus obras son una huella suya en el mundo, me atrevo a afirmar que Carlos Sánchez tiene todavía mucho que decir. Sus 98 años de vida le permitieron pintar mucho y dejar un legado inestimable al mundo del arte, que está aún sin desvelar.

Carlos Sánchez nació en Guatemala en 1898, fue el séptimo de 10 hijos de una familia de abolengo en Guatemala. Desde niño amaba los colores y su retina se sentía atraída por las formas, que empezó a plasmar desde muy joven. A los 5 años trazó con un palo el retrato de su hermano en la arena, el cual solía decir su madre, que era un dibujo perfecto. A pesar de lo notorio de su talento y su afición a la pintura, cuando llegó el momento de elegir carrera, pensó –influido por su familia- que el arte, según relata él mismo 1, no sería una carrera de provecho, pues no le ayudaría a labrarse un porvenir seguro, así que decidió estudiar Ingeniería y se trasladó a la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, en 1915. Él mismo recordará, pasados dos lustros, la desolación interior en que se vio envuelto:”en esos años perdí la fe que había practicado de pequeño y la esperanza de encontrar algo seguro. Estaba inquieto, desasosegado”. No encontraba lo que anhelaba, y no le llenaba lo que hallaba. Buscaba belleza en todo, en los paisajes, en los rostros, en el cielo, en el mar. Su mirada estaba en busca del corazón de las cosas; pero se le escapaba. Por eso, doce años más tarde, al regresar a Dartmouth, con el espíritu más aquietado, pudo escribir: “Dartmouth fue para mí la renovación. Mi viejo, sabio y amado profesor, George

D. Lord, aún estaba allí y en vez de aburrirme, me dio parte de su belleza. En mis clases, la juventud de mis alumnos con los que también hacía amistad, vertían un nuevo vigor en mi alma reseca”2 .

En el ínterin, había recorrido un largo periplo por diversos países y universidades. Tras haber comenzado los estudios de Arquitectura en Dartmouth, donde estuvo dos años, decide viajar a Alemania (Leipzig y Berlín) para estudiar Medicina; le fascinaba la idea de irse de misionero a la China, a curar enfermos. Allí estuvo alrededor de tres años estudiando medicina y más que todo, visitando museos e inspirándose en el arte romántico de la república de Weimar, que recogía las ruinas que la guerra había dejado con su paso y abría nuevos caminos de vanguardia artística. Dispone abandonar el proyecto de la medicina y, al regresar a EEUU, entra nuevamente a Dartmouth, donde termina College en 1923. Al año siguiente ingresa a Yale University y se recibe de Arquitecto en tres años –en lugar de cuatro- en 1927; obtiene una maestría en Arquitectura también en Yale en 1928. Avalado por su prestigio y por el reciente título de maestría, obtiene trabajo como dibujante en la firma Bertram

Figura 1. Pintura “El joven con el pájaro”. El artista diseñó para esta pintura un marco y lo talló él mismo en madera, dotándolo de un sello propio y original.

Goodhue, en Nueva York, con los destacados arquitectos Shreve, Lamb y Harmon, que entonces diseñaban el Empire State Building y luego construyeron también el Nebraska’s State Capitol.

Pese a su acusada habilidad para el diseño de construcción, prefiere rastrear belleza en los lienzos y pinceles. Resuelve irse a México a trabajar junto al connotado pintor Diego Rivera, con quien colabora en el fresco mural del segundo piso del Palacio Cortés en Cuernavaca y en el famoso mural titulado: “La épica del pueblo mexicano” situado en las escaleras del Palacio Nacional de la Ciudad de México. “Mientras el maestro fijaba las formas con estuco, los discípulos -otros artistas- lo completábamos”, escribía Carlos en su diario. La impronta de Diego Rivera, José Clemente Orozco y Juan Soriano deudora del realismo social y del expresionismo no pasa inadvertida en su obra. Una de sus piezas maestras al óleo expuesta en el Hood Museum de Dartmouth, ”El joven con el pájaro”, exhibe con maestría la madurez adquirida desde su primera estancia en Dartmouth. Un joven de pelo rojo tiene en sus manos un ave de un rojo intenso y traslúcido a la vez, detrás el cielo oscuro y estrellado. Sus ojos cerrados sugieren una fuerte nostalgia de un más allá, de una belleza total, aunque su sentido preciso se desconoce. Destaca en esta obra la facilidad para conjugar el misticismo del joven con los tonos y densidades del color rojo que maneja a la perfección. El fondo sombrío contrasta con la palidez e inclinación del rostro del joven y la centralidad del ave o paloma que aletea sobre su pecho expresa una cierta aquiescencia espiritual.

Figura 2. Autorretrato de Carlos Sánchez expuesto en Hood Museum. Ese mismo año 1931 regresa a Guatemala, donde pasa tres meses en Santiago Atitlán viviendo con los indígenas. De su estancia en Atitlán son 22 acuarelas de hermosos paisajes y trajes indígenas, llenas de colorido, donde se advierte su habilidad en el manejo del pincel y en el modo en que deja fluir los manchones y gotas, sobre los que se puede adivinar la figura de un indígena o la capa de los cofrades en las procesiones, o bien, la silueta de un volcán. Sus acuarelas y sus primeras pinturas al óleo manifiestan una deuda también con los pintores expresionistas alemanes de principios de siglo, cuyos lienzos y pinturas, sin duda alguna, fueron para Carlos un punto de referencia básico.

Figura 3. Mural del Baker Library en Dartmouth, The Epic of American Civilization, José Clemente Orozco. Su primer autorretrato, otra pintura expuesta en el Hood Museum, (Figura 2: Autorretrato) pone de manifiesto el dominio del claroscuro y de los contrastes lumínicos, pues a pesar de ser una obra de gestación (1923), está cargada de una tremenda fuerza expresiva. El rostro severo, la mirada turbada expresan el conflicto interior por el que está atravesando el artista. Lo que más destaca del cuadro es el empleo ágil del pincel que deja espacios en blanco y manchones para dar mayor expresividad al rostro.

También en esta época tiene su inicio la valiosa colección de traje indígena que la familia donó al Museo Ixchel del Traje Indígena de la Universidad Francisco Marroquín. Su fecunda vocación de coleccionista se extendería a lo largo de su vida en variados objetos y géneros artísticos. A estas alturas, ya reputado como pintor consumado, es llamado a Dartmouth para ser el primer Artist-InResidence, con una beca financiada por la familia Rockefeller. Tiene lugar, en ese periodo, su encuentro con el prominente muralista mexicano, José Clemente Orozco, cuya genialidad se exhibe en el famoso mural del Baker Library en Dartmouth, “The Epic of American Civilization”. En ese fresco, Orozco expone, con un marcado acento antieuropeo y una perspectiva de izquierdas, al dios mítico Quetzalcoatl abrazando las dos culturas: la indígena-americana y la europea con gesto majestuoso y desgarrador (Figura 3: Quetzalcoatl). A diferencia de otras instituciones norteamericanas, donde las críticas socio-políticas y reivindicativas hacia el indígena fueron rechazadas por ofensivas (como el caso de David Alfaro Siqueiros en Los Ángeles y el mural de Diego Rivera en Rockefeller Center en Nueva York), Dartmouth acogió desde el inicio con entusiasmo el mural de Orozco, y se honra de tenerlo como una de sus joyas artísticas, muestra del espíritu liberal que le anima.

Al término de su residence-in-art, Carlos permanece en Dartmouth colaborando con Orozco en la elaboración

del mural y sirviéndole de intérprete al inglés. En 1932 (18 a 20 de marzo) posa a instancias de Orozco para otro mural que lleva por título: “Man released from the Mechanistic to the Creative Life”. Este fue un panel que pintó Orozco después de la guerra y simboliza la mecanización que produce el dominio de la técnica, que deshumaniza al hombre. Las manos que salen de la máquina destructiva representan la esclavitud, el automatismo y la transformación del hombre en un robot sin alma ni libertad, y sometido al control de otra maquinaria. Al fondo, se yergue la figura de un hombre (retrato de Carlos) con las manos libres como en actitud de configurar su propio destino. Este mural se encuentra en el pasillo que conecta Carpenter Hall con la biblioteca de Dartmouth. (Figura 4 cuadro de Orozco)

En ese mismo año traba contacto con un joven arquitecto, Luis Barragán, que luego adquirirá un renombre internacional extraordinario, siendo el primer y único mexicano ganador del Premio Pritzker, cuyo semblante describe en su diario con trazos sutiles: “Ayer conocí a Luis Barragán, de Guadalajara, México. Tiene veintinueve años, es alto y fino. Le gustan las mujeres altas y delgadas al estilo de Degas. Sobre esa cara, sin sensualidad y casi de niño, ha dibujado la naturaleza ciertas suavidades voluptuosas que, junto con la costumbre hacia cosas sensuales que inculca la cultura latina, ha hecho –este conjunto de hombre de mundo y espíritu puro, que él tiene por herencia- un tipo en un sentido muy acabado tal como uno lo encuentra en la literatura de Gide”. Unas páginas más adelante de su diario, escribe: “Fuimos a comer Barragán, Mrs. Reed, Orozco y yo. (…) Barragán y yo poco a poco nos sumergimos en una conversación que cubría la religión, las costumbres y mil otras cosas. Parecía que nos entendíamos (…)”. Y concluye sus anotaciones de ese día diciendo: “Ahora la religión es el lazo que más profundamente nos liga a Barragán y a mí”3 . Diego Rivera, José Clemente Orozco, Luis Barragán, Juan Soriano… Carlos no podía estar mejor rodeado de artistas de predicamento y de un clima envidiable para mejorar su técnica plástica y adquirir personalidad propia en la pintura. Su futuro artístico parecía prometedor. Pero Dios tenía otros planes para él. En aquel momento sintió su llamada para el sacerdocio. “Decidí dejar mi carrera arquitectónica y artística y entregarme por entero a Dios, y conocer más del catolicismo. Dios arregló las cosas de modo que los monjes de la abadía de San Anselmo necesitaran profesores para su curso de verano y me puse en contacto con ellos desde Dartmouth”. 4 En otra carta le cuenta a un amigo lo que constituyó para él ese acto de entrega: “Yo sabía que tenía que entregarme a Dios por completo, pero no sabía qué hacer. (…) Entonces decidí dejar mi carrera de toda la vida y este fue el primer gran sacrificio que Dios me ayudó a hacer, porque en estos días Dios estaba conmigo día y noche”5 .

Ciertamente, lo seguía acechando la belleza, pero la belleza con perfiles eternos, sin amenazas de envejecer. También era una invitación a gustar la vida en profundidad y a soñar en un futuro sin fecha de prescripción. Sin embargo, el querer de Dios no podría verse cumplido en un plazo inmediato, pues debido a la crisis económica mundial, tuvo que volver a Guatemala para hacerse cargo de las fincas de la familia. Pasaron once años de espera nostálgica; y, cuando ya parecía haber perdido la esperanza de hacer realidad su deseo de entregarse a Dios, obtiene una beca para estudiar en el seminario de San Antonio Texas, que le consigue un amigo de Dartmouth, recién ordenado jesuita y que conocía sus inquietudes espirituales desde hacía años6. En 1950 recibe la ordenación sacerdotal cuando frisaba los 52 años. Se dedica por entero a servir a la iglesia en Guatemala atendiendo diferentes parroquias durante 15 años. En 1965 es acogido en Baton Rouge, Louisiana, para

continuar su vida sacerdotal. Allí hizo muchas amistades y mucho bien dentro de ellas. Continuó pintando hasta el final de su vida en 1997.

Ni la vida ni la obra de Carlos Sánchez podrían entenderse al margen de su apuesta por el arte y la pintura. Esa búsqueda de la belleza interior, que pronto encontró cobijo en la expresión de su arte al deslizar el pincel sobre el lienzo, se vio colmada con creces cuando descubrió a Dios, belleza absoluta. Conforme avanza el tiempo y se afianza su técnica plástica, Carlos se distancia cada vez más de las leyes del realismo, y adquiere en su pintura una ilimitada libertad. Ya no interesa que la pintura refleje la realidad, sino que trasluzca su interioridad, y comienza a verter sus experiencias y sus emociones Figura 4. Man Released from the Mechanistic to the Creative Life en la obra artística. Sin tener 1932, José Clemente Orozco.. para nada en cuenta las convenciones artísticas, Carlos y añoranza. El simbólico color rojo de la cabeza de recreó sus personajes con colores que no corresponden Dios Padre (la misericordia divina) contrasta con el a ninguna noción realista, como la imagen de Dios azul que representa la libertad humana y el marrón Padre en ”The need of God” (Figura 5: “The need of que reproduce lo terreno. Hay una figura humana God”), pero que es capaz, por su gesto y su mirada, que emerge del fondo de la tierra, sosteniendo un de expresar la emoción de benevolencia y compasión círculo blanco azulado con gesto menesteroso: es la divinas que él sentía y quería transmitir. nostalgia del Creador que atenaza al hombre junto a la percepción de sus límites.

En el dinamismo de la composición de este cuadro destaca la audacia cromática. Los colores marrón, rojo, azul y brochazos de amarillo y blanco se degradan como en una sinfonía cromática, portando emoción En su etapa de madurez el color se convierte en un elemento dinámico y sugestivo. En ocasiones su estilo expresionista se reflejará en el rostro abatido de Pedro al

negar a Jesús, o en un Cristo roto por el peso de la cruz o en el actuar del Espíritu Santo sobre el río Mississippi. (Figura 6: “The Holy Spirit over the Mississippi”. Cuadro perteneciente a la familia, pintado en 1988).

Carlos fue un perenne viajero que no supo de fatigas ni reposos para expresar lo que llevaba dentro.

Notas

1 Anabelle ARMSTRONG, “Father Sánchez. View from the 14th floor”, The Advocate, August 28th (1988) (Se trata de un artículo publicado para sus noventa años en una revista de Baton Rouge L.A.).

2 Anotaciones del diario -escrito en inglés- del 26 de junio de 1932. La traducción es mía.

3 Anotaciones del diario –escrito en inglés- del 11 de abril de 1931. La traducción es mía.

4 Carta de Carlos Sánchez dirigida a Abbot Columban Thius, o.s.b. el 9-II-1967. Adjunto el texto original en inglés: “Around the year 1930 I was teaching art at Dartmouth College, when

I had what in old fashioned language would be a “call” from God to know him and him crucified. I determined then to give up my architectural and art career and give myself entirely to God, and to learn what Catholicism was.

God arranged it so that the monks of St. Anselmus’ Abbey wanted some professors for their Summer course and I put them in touch with them at Dartmouth and then arranged to come my self to St. Anselmus’ in the winter –I was to receive no pay, but, I should have my board and room, and the put me to teach Spanish, of which I knew only the spoken language, instead of teaching art which I knew.

There I learned to know Christ in the liturgy”.

5 Carta dirigida por Carlos Sánchez al Rev. D. Amadeo Verona,

Burgos escrita el 7 de octubre de 1971. El original está en español.

6 “Ted me vino a visitar a San Anselmo en sus vacaciones y un día que regresábamos de Manchester, N.H. ciudad comercial horrible hacia el monasterio pasamos enfrente de la Iglesia católica del Sagrado Corazón y yo le dije silenciosamente al S. Corazón que le dejaba el corazón de Ted –se llamaba Theodore V. Purcell- en el tabernáculo y me volví con Ted y le dije “¿Por qué no te vuelves sacerdote?” El dice que aquello le causó una sorpresa tremenda. Regresó a Chicago y poco a poco se comenzó a encerrar en su cuarto al regresar del trabajo en vez de salir a divertirse con sus amigos y amigas y estudiar religión católica. (…) Apenas se ordenó de sacerdote me escribió preguntándome que qué había pasado que yo no seguí con el sacerdocio. Yo le contesté que a no ser que Dios me presentara una beca para estudiar en un seminario que yo no me volvería sacerdote.” Ted ya de sacerdote jesuita se dio trazas y lo primero que yo supe y pronto fue una carta del rector del seminario secular de San Antonio Texas que me presentara al seminario pues había una beca para mí. Pensé morirme. En aquel tiempo manejaba el rancho de la familia con alrededor de dos mil cabezas de ganado vacuno y también otras fincas pequeñas y mi hermana quería que le manejara su finca de café. ¿Qué hacer? No había más remedio: yo no podía desairar a Nuestro Señor“. (Carta dirigida por Carlos Sánchez al Rev. D. Amadeo Verona, Burgos escrita el 7 de octubre de 1971).

Bibliografía

Diario del autor escrito en inglés del 27 de abril de 1926 al 10 de noviembre de 1930. Epistolario del autor. Annabelle Armstrong, “Father Sánchez: View from the 14th

Floor”, The Baton Rouge Sunday Advocate, August 28, 1988. Rod Dreher, “Father Sánchez: Retired Priest Found Calling Relatively

Late”, The Baton Rouge Sunday Advocate, June 16, 1991. Jessica Womack, “Finding Carlos Sánchez”, Quarterly, Hood

Museum of Art, August 2013. Michael Taylor, “Carlos Sánchez”, en Michael R. Taylor - Gerald

Auten (eds), In Residence: Contemporary Artists at Dartmouth,

Hood Museum of Art, Hannover, New Hampshire, University Press of New England, 2014, pp. 24-25.

Cecilia Echeverría Falla

Es icenciada en Filosofía por la Universidad de Navarra. Máster en Asesoramiento Académico Personal por la Universidad del Istmo y Doctora en Filosofía por la Universidad de la Santa Cruz en Italia. Actualmente es profesora de Antropología, Ética y Pensamiento Filosófico en la Universidad del Istmo y Asesora Académica.

Entre sus escritos figuran: La estructura de la razón práctica según Ch. Larmore, Università della Santa Croce, Roma 1997; Reflexiones en torno al Liberalismo, Promesa, Costa Rica 2000; Los zapatos rojos de Andersen y el éxtasis de lo efímero, en Lecturas de Hans Christian Andersen (1805-1875), Promesa, Costa Rica 2005; “Un intento de aproximación a la imagen de Dios en el hombre según Wolfhart Pannenberg”, Pensamiento y Cultura, 13/1 (2010); Voz Templanza en el Diccionario de San Josemaría, Ediciones Monte Carmelo, Madrid 2013, “La imagen de Dios en el hombre. Consideraciones en torno a la cuestión en W. Pannenberg”, Scripta Theologica 45/3 (2013); “Educación ética: ¿normas o virtudes? ¿Qué giro debe tomar la enseñanza de la ética en la formación de universitarios solidarios?”, Persona y Bioética XII (2013).

Figura 5. “The need of God”. Cuadro perteneciente a la familia. Pintado en 1984.

Figura 6 (contraportada): “The Holy Spirit over the Mississippi”. Cuadro perteneciente a la familia pintado en 1988.

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