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Prevención de la obesidad desde la primera infancia: cómo lograr una buena educación alimentaria en los niños
Los mil días del niño constituyen un periodo que abarca desde el embarazo hasta los dos años. En esta etapa el crecimiento es acelerado y, por lo tanto, los requerimientos nutricionales son de suma importancia y tienen un papel crucial en la salud futura del niño.
La alimentación de la madre en el embarazo, el tiempo de lactancia y los alimentos sólidos hasta los dos años determinan la genética del niño. Es un periodo crítico donde cada bocado cuenta. La obesidad infantil y adulta es uno de los problemas más graves del siglo XXI, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El estudio de The Lancet 2017 demostró que la obesidad en niños y adolescentes se multiplicó por diez desde 1975. Una situación alarmante, y es hora de hacer algo al respecto.
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La alimentación complementaria marca nuestros hábitos y estilo de vida de grandes, es de vital importancia que nuestros niños tengan este correcto aprendizaje como base para la vida diaria.

Actualmente, se habla de alimentación perceptiva. Desde que inician su alimentación complementaria, a los niños se les permite tocar las comidas, conocer su textura, color, sabor y dirigir su alimentación. Fomentar la masticación y autonomía podría evitar futuras enfermedades, como la obesidad infantil.
Crear patrones de conducta alimentaria depende tanto de los padres como del entorno social, es responsabilidad de todos. Para eso, existen ciertas pautas a seguir que ayudarán a los niños a adquirir hábitos buenos para toda la vida.

Hoy en día, existe un sinfín de productos, no siempre de calidad y saludables, la cuestión no es eliminarlos completamente, sino que moderarlos y encontrar el equilibrio.
El primer error que muchas veces se comete es la recompensa con la comida. “Si terminás la tarea, podés tomar el helado”. “Si comés toda la comida, te doy el postre”. “Te portaste bien, así que te compro la hamburguesa”. Son algunas cosas que les decimos a los niños, sin saber que en realidad estamos implantando el patrón más común y difícil de quitar en los adultos, el de recompensar con comida todo estado de ánimo.
¿Cuántos de nosotros nos sentimos identificados con asociar el estrés con comida, o celebrar algo con comida? No asociar recompensas ni castigos con comida es la clave número uno para una vida saludable. Es mejor premiar con una ida al parque o con alguna actividad de preferencia.

Respetar el hambre es otra de las claves fundamentales, así como ser conscientes de lo que comemos y la cantidad. Muchas veces, los niños desayunan camino al colegio o hacen las meriendas viendo la tele con un paquete de galletitas: grave error.
Sentarse a la mesa crea conciencia de lo que estamos comiendo y podemos controlar mejor su aporte de nutrientes diarios. ¿Y si no quiere comer? Pues no los forzamos, sin insistir ni presionar, pero siempre que esté la oferta.

Hasta alrededor de los cinco años, los chicos tienen aún la conciencia de saciedad biológica. Sin embargo, si siempre les exigimos que coman más, esta conciencia desaparece y de grandes comen hasta terminar todo lo que hay en la mesa.
Con respecto a los dulces, no es precisamente eliminarlos, pero sí moderarlos. En el caso de que merienden un día con alguna galletita dulce, podemos colocar en la mesa cuatro a cinco galletitas y no todo el paquete. Variar y no ofrecer eso todos los días. La porción justa ayuda a aprender a parar, y no a necesitar cada vez más y más.
Es preferible variar entre panificados integrales, panqueques de avena, leche entera, yogures naturales, frutas en los desayunos y meriendas. Con respecto a los cereales en la caja, aunque creamos que es una buena opción de desayuno, debemos evitarlos debido a su alto contenido de azúcar y pocos nutrientes. También, evitar en lo posible los jugos artificiales y las gaseosas.
