GRAVELROAD MAGAZINE JUNIO 2017

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“Con todo el dolor de nuestro corazón hoy nos despedimos de nuestro querido amigo Eddie Harsch. Eddie fue un músico brillante con un gran corazón. Debemos recordarle por su música, por su gran sentido del humor y por su visión positiva de la vida. Os queremos pedir a todos respeto a la privacidad de su familia. Rindámosle tributo celebrando su contribución musical al mundo, mostrándole nuestro cariño y rezando tanto por él como por su familia. Nuestros corazones siempre permanecerán con nuestro hermano musical”. Estas eran las palabras que su amigo Rich Robinson compartió en las redes sociales cuando fue conocida la fatal noticia de su fallecimiento, y posteriormente todas las personas que eran preguntadas sobre Eddie Harsch respondían de manera similar. Un gran tipo. Un tipo peculiar. Un buen amigo. Un bohemio de ajado aspecto siempre atrincherado en su tramoya de marfiles y teclados, siempre inmerso en su universo de armonías y sinfonías defendiendo su señorío sin extravagancias y discreción. Un personaje que contribuyó especialmente en la trayectoria musical de The Black Crowes, fundamental para comprender la grandeza de una formación a la que llega tras recibir una inesperada oferta difícil de rechazar. Los hermanos Robinson, aconsejados por Chuck Leavell, quien registró los teclados en su deslumbrante debut dos años atrás, se ponen en contacto con él y le emplazan a una audición. Previos escarceos junto a Muddy Waters acababa de grabar con Albert Collins “Iceman”, y anteriormente, en los ochenta recorrió carreteras con sus artilugios en la banda del armonicista James Cotton, aunque su primera aventura musical fue una especie de banda tributo a Emerson, Lake & Palmer llamada PHD. Tras varias pruebas esta parecía la gran recompensa que la música le concedía, una oportunidad que debía aprovechar.


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