#38 ¿Y el amor? (Segunda parte)

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Editoriales: El amor femenino en la Teogonía de Hesíodo

Y es en el Seminario Aun donde Lacan nos permitirá pensar que Urano, a menos que sea castrado, a menos que se encuentre con que diga que no a la función fálica, no tendrá ninguna posibilidad de que hacerle el amor a Gea, quien no está dispuesta a darlo todo por quien no ama.

De la cólera a la turbación En el Seminario el Deseo y su Interpretación, Lacan dice que si uno mira en detalle, la castración del hijo no es más que el resultado y el equivalente de la castración del padre y pone en serie la castración de Urano por Cronos, con la de Cronos por su hijo Zeus. Esto nos demuestra que nunca hay más que un único falo en juego y esto es lo que hay que impedir que se vea. Por lo que se denomina complejo de castración es por lo que el sujeto no lo tiene, pero habría alguien que lo tiene: el padre como sujeto de la ley y apacible poseedor del goce, garante supremo. Es Cronos quien se encuentra invadido por la cólera, descrita por Lacan como aquello que ocurre cuando en el plano del Otro, del significante, el de la fe, de la buena fe, no se juega el juego y es Gea la que estimula, la que llama al desorden, al motín del hijo, para que el Dios del tiempo ocasione la turbación, entendida como la caída de la potencia. Cronos transforma la castración en algo positivo, en la garantía de la función del Otro al recaer sobre un real que queda elevado a la pura y simple función de significante. Y es la castración la que funda el poder deseante, erigiendo el objeto en su poder agalmático.

De la separación, del corte, de la división, surge el amor Cronos no se queda con el genital arrancado a su padre. Lo tira, lo desecha al mar. Y sobre este residuo aparece una espuma, de la

cual surge Afrodita, diosa del amor. Escena capaz de ilustrar la relación entre menos phi y la constitución del a minúscula. La reserva inasible imaginariamente, aunque esté ligada a un órgano, deberá entrar en acción para la satisfacción del deseo, el falo. Por otra parte el a, es un resto, residuo, con un estatuto difícil de articular. La hija se transforma así en soporte de aquello que falta en el campo del Otro, encarna la garantía que falta y sobre la que queda suspendida toda la existencia del Otro, al mismo tiempo que ella se representa como la víctima de una castración que aconteció en el Otro y «cuando se hace dos de uno ya no puede haber marcha atrás (Lacan, 1972, pp. 104)». Y en este acto, se produce la metáfora del amor que genera el pasaje de Urano desde erómenos a erastes, sujeto de la falta, por lo que se constituye propiamente el amor. Karothy (1993) nos dirá que es necesario que una parte del cuerpo propio caiga como desecho para que el sujeto se constituya como sujeto deseante, y cito a Lacan: Es lo que le da, por así decir, el instrumento del amor, en la medida en que se ama, que se es amante, con lo no se tiene (Lacan, 1962, pp. 131). Lacan ubica la función del objeto agalmático como aquél al cual el amante, en tanto sujeto (sujeto en falta) se dirige y al que presupone alojado en el amado (objeto). El amado, a su vez, cree en su ágalma, en que aloja algo que despierta el deseo de ese otro. El ágalma es descripta en el Seminario La Angustia como una imagen caracterizada por una falta, evocando en ella lo que en ella no puede aparecer. Es una imagen que orienta y polariza el deseo, tendiendo una función de captación. “En ella el deseo está, no solo velado, sino puesto esencialmente en relación con la ausencia” (Lacan, 1962, pp. 55). Y es en ese lugar de la falta donde algo puede aparecer. 5


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