La noche en que un astro quiso ligar con la luna (AVANCE DE LECTURA)

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La noche en que un astro quiso ligar con la luna

Hugo de Vroom

Todos los derechos reservados conforme a la ley

© Hugo de Vroom

© Silla vacía Editorial

La noche en que un astro quiso ligar con la luna Silla vacía Editorial Primera edición MMXXII México

Colección Narrativa

ISBN: 978-607-59337-5-7

Corrección de estilo, diseño e impresión www.sillavaciaeditorial.com

Las características gráficas y tipográficas son propiedad de Impreso en México - Printed in Mexico

Parte 1 México

Volver a viajar para vivir de verdad… y cambiar la realidad

El escenario es México, lugar de encuentro, según algunos, del género humano mismo, arena secular de conflictos raciales y políticos de toda índole, y donde un pintoresco pueblo indígena genial profesa una religión que podemos describir, a grandes rasgos, como la de la muerte, así que es un buen lugar… para situar nuestro drama.

Malcolm Lowry

Carta a un editor británico, previa a la publicación de Under the Volcano

Pensamientos sueltos de un peregrino Cancún, 9 de septiembre de 2014

Querido amigo:

Te escribo nuevamente para comunicarte unos pensamientos sueltos, residuo de una corriente cerebral formada tanto por observaciones propias como por frases célebres de la filosofía griega; interpretaciones agudas de Schopenhauer y obsesiones contundentes de Cioran que, en su conjunto, pasaron por un filtro verde y maravilloso, suministrado por los amenos senderos del suroeste de Asturias y el este de Galicia, en el llamado camino primitivo para llegar sanamente al envase mental en el pueblo de Noia, puerto antiguo de Santiago de Compostela, donde fueron abastecidos en un lugar fresco de mi cerebro, sellados por un arco iris sobre la bahía de Noia, para luego reaparecer, después de haber atravesado un océano in-

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna menso en un vuelo tedioso procedente de Bruselas con destino a Cancún, con todo vigor humano y sin advertencia alguna, en una noche velada y bochornosa, en un alojamiento sencillo, a doscientos metros de la terminal de autobuses que se ubica en el centro de la ya mencionada ciudad, también conocida como el paraíso de los spring breakers:

1. El demonio que domina nuestras vidas es la preocupación por la sobrevivencia; el suicidio es una manera efectiva de librarse de ello.

2. Debido a una relación conflictiva con el tiempo (a causa de la misma preocupación), el ser humano sufre de una existencia apresurada.

3. La felicidad es una tregua efímera entre la esencia del tiempo y la existencia.

4. El verbo esperar es la base de la infelicidad: encarcelado en el tiempo lineal se espera vivir en vez de sentir conscientemente la vida que se nos presenta en cada instante.

5. El instante es la esencia pura del tiempo que da una sensación de eternidad, la cual conlleva una serenidad profunda.

6. Vivir sereno y plenamente es respetar el pasado, sentir el presente y tener una mirada abierta hacia el futuro.

7. No sabemos captar profundamente el sentido de la vida porque andamos demasiado preocupados en darle sentido.

Voluntad y representación

“Fue entonces cuando Dios creó al mexicano porque sentía que todos los demás terrestres se perdían en preguntas triviales, abstractas y demasiado académicas. Y así nació un ser productivo con el que podemos volver a nuestras raíces y, sobre todo, nuestras necesidades básicas, las cuales siempre han sido solucionadas con la práctica de transformar la naturaleza. El mexicano moderno rehúsa el uso de la razón como medio para conseguir

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la felicidad; sabe que su instinto puede obtenerla con mayor precisión. Gracias a él, a esa nueva creación en que se ha mezclado ingeniosamente la Contrailustración europea con la Flojera mexicana, el complejo debate filosófico a nivel mundial se ha simplificado para enfocarse de nuevo en responder a la pregunta primordial de la humanidad: ¿Qué fue primero, la botana o la chela?...”. ***

En el rincón del cuarto mal iluminado los dos hombres encontraron dos sillas viejas, acompañadas por una mesita baja que no cuadraba del todo bien con los asientos en que se sentaron cautelosamente. Lorenzo, un hombre joven, alto y delgado, de agudos rasgos faciales, volvió al tema principal.

–Bueno Ramiro, explícame otra vez lo del conflicto entre Hegel y Schopenhauer.

El otro hombre, maduro, de altura mediana y con una cara serena, dejó de observar el curioso interior del cuarto y volteó hacia su asistente.

–Es fácil. Es decir, por lo menos en el aspecto personal: en la universidad de Berlín, Hegel era todo un éxito, mientras Schopenhauer fue un fracaso rotundo. Los estudiantes adoraban a Hegel, pero a Schopenhauer no lo pelaron, dejó la uni después de un semestre de sufrimiento. En cuanto a la filosofía de cada uno... creo que primero debemos empezar con Kant porque ambos se dejaron influir por... Hola, para mí una cerveza negra. Lorenzo, ¿qué quieres?

–Este... yo también, y un sándwich con berenjena por favor. A ver, Kant era idealista, ¿verdad?

–Sí, idealista en el sentido de que él suponía la existencia de un Dios, aunque su Crítica de la razón pura es bastante materialista por su intento de conciliar a los racionalistas con los empiristas. En un principio, Kant apoyaba las ideas de los filósofos de la Ilustración que preveían un reino universal

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna de la razón por toda la humanidad, aunque él no creía en una razón absoluta. Hegel incorporó aquellas ideas de Kant en su dialéctica, muy buena como teoría, pero bastante idealista porque ignoraba la realidad del estado prusiano. No hay que olvidar que Hegel tenía su vida bien arreglada y vivía en una burbuja exitosa, lejos de aquella realidad. Digo que para él, apoyado económicamente por el estado prusiano, era fácil creer en el espíritu como esencia del mundo. Como sabemos, Marx luego lo corrigió.

–Sí, con él la dialéctica hegeliana se hizo materialista.

–Exacto, Hegel era un eslabón entre Kant y Marx, igual que Feuerbach. Por supuesto, Hegel no se veía como mero eslabón, sino más bien como el punto final de un desarrollo filosófico. ¿Recuerdas ese Fukaya-nosé-qué que escribió sobre el supuesto fin de la historia? Así son; todos presumen haber encontrado la respuesta final o la solución perfecta a todos los problemas del ser humano.

–Pues es lo que la gente quiere oír, y de ahí el éxito de Hegel, ¿no?

–Sí, obvio, ¿quién quiere escuchar a un pesimista como Schopenhauer? El pan del día de todos los tiempos; desde Shakespeare hasta las películas de Hollywood, las historias con final feliz siempre venden mejor. De allí viene el rencor de Schopenhauer, que opinaba que Hegel no había leído bien a Kant porque el último era bastante escéptico y realista respecto de la conducta humana.

–Entonces… ¿Schopenhauer era materialista?

–Ahí te va. Schopenhauer no era idealista ni materialista: él se opuso a la separación del espíritu y la materia. Según Schopenhauer, el mundo, materia, es representación y objeto desde el punto de vista del hombre, que es sujeto. Pero es en la voluntad humana, el espíritu, con la que el hombre interactúa en el mundo, donde él mismo deja de ser sujeto, ¿entiendes?

–La verdad es que no, ¿puedes darme un ejemplo tangible, porfis?

–Por supuesto, mira, estamos en este bar bebiendo cerveza y este espacio es una representación materialista que estamos observando. Kant decía que nosotros, seres humanos, no podemos estar seguros de cómo es el mundo

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en sí, pero sí podemos saber cómo es para nosotros. En otras palabras: tú y yo podemos diferir en gusto sobre este bar, pero lo que vemos es lo mismo. Schopenhauer va aún más lejos: dice que nuestra voluntad nos lleva a sentarnos y pedir una cerveza –tardan bastante con el sándwich, ¿verdad?–, pero en el acto dejamos de ser los sujetos objetivos… porque ahora somos parte del ambiente del local, que sigue siendo una representación.

–Pero, ¡esto huele a metafísica! Y espero que mi sándwich de berenjena se materialice pronto.

–¡Jaja! También lo espero. En fin, no veo nada mal en ese toque metafísico porque, después de la física de Aristóteles, quien puso fin al idealismo metafísico de Platón, ¿qué viene? El mismo Kant dijo que mientras la física es la ciencia de las leyes de la naturaleza, la metafísica, como parte de la lógica o filosofía pura, se limita a ciertos objetos del entendimiento. O sea, lo que no está regido por leyes mecánicas, el comportamiento humano, por ejemplo. Kant criticaba el dogma de la razón y usó la metafísica para volver a las raíces de la filosofía: ¿cómo percibimos el mundo?, y ¿será objetiva nuestra percepción? No es por nada que Sócrates decía que el origen de la verdad está en dudar de todo. El punto es que nosotros, presumiendo ser criaturas razonables, no actuamos siempre muy razonables que digamos. Tanto Schopenhauer como Kant se dieron cuenta de esa imperfección de la razón humana, y Hegel no. Yo diría que la voluntad humana es pura metafísica. Además opino que hay dos tipos de metafísica: una para escapar de la realidad y otra para dudar de la realidad y como ésta se presenta ante nosotros. Schopenhauer era de la opinión de que Hegel no había entendido a Kant porque “negaba” la realidad en vez de integrarla. Pero claro, Hegel daba respuestas rotundas y hay que admitir que su teoría del desarrollo dialéctico era muy buena.

–¿Y las teorías de Schopenhauer?

–Decía que el destino del ser humano es sufrir porque desde el nacimiento hasta la muerte la preocupación de cómo sostener nuestra existencia llena nuestra vida, y el mundo de la voluntad es ciego e insaciable. O

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna sea, después de una cerveza, con o sin sándwich de berenjena, quieres otra. ¿Pedimos

otra?

El baile de luciérnagas

Al principio del decimocuarto mes Quecholli, en el año 7 Tochtli, el chico serio y la hermosa princesa afinada se marcharon de la ciudad y se fueron a una región donde reinaban los pelícanos sobre el mar y las mariposas monarcas sobre la tierra. Allí encontraron una isla pequeña que tenía una sola palma, pero con billones de granos de arena muy limpia y fina. Los indígenas de aquella zona eran amigos de la princesa y los agasajaron suministrándoles comida exquisita proveniente del mar y de la tierra. Su lecho era de arena y su techo lo formaban las estrellas. Veinte veces se acostaron juntos bajo la luz de la luna. Veinte veces se despertaron con Venus, la estrella matutina. Veinte veces volvieron a dormir en un abrazo y veinte veces el calor del sol les anunció el comienzo de un nuevo día en el paraíso. Cada vez, la princesa se despertaba más hermosa y el chico menos serio. Al final del mes Quecholli, la princesa tuvo que volver a la ciudad; él decidió continuar viajando para conocer el país de su amada. Siguió el vuelo de los pelícanos a lo largo de la costa, con rumbo al sur. Mientras viajaba, pensaba todo el tiempo en su princesa. Observaba las huellas que dejaban las tortugas en la playa, tal como ella había dejado una huella en su corazón, que ni siquiera el mar del tiempo podría borrar. Observaba cómo los zopilotes, circulando arriba en el cielo, lo vigilaban con curiosidad y sabía que su princesa también lo vigilaba desde lejos. Viajaba a través de un mundo verde donde encontró rastros de civilizaciones antiguas que eran los antepasados de la princesa. El decimoquinto mes, Panquetzaliztli, estaba acabando cuando él llegó a los montes azules en los que florecían los arbustos de café.

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Ya era de noche y Tláloc daba alivio a la tierra seca y caliente. De repente, vio cómo miles de luciérnagas se juntaron en la oscuridad, sobre la tierra húmeda. Formaron un baile de lucecitas, alumbraban la noche oscura e iluminaban el alma del chico serio. Cuando vio el espectáculo alucinante que proveían las luciérnagas, decidió volver a la ciudad antes de lo planeado: quería bailar la canción del amor con su hermosa princesa. Pero cuando volvió, lo recibió una sorpresa inquietante: su hermosa princesa estaba triste. Ella le comentó que su padre, el rey del gran territorio de las piedras que cantan, se preocupaba por los escarceos amorosos de su hija y se declaró en contra de la relación de ella, una princesa verdadera, con un extranjero que no tenía dinero ni herencia.

Por consecuencia, la princesa ya no le cantaba tan hermoso; ella vacilaba entre el amor por sus parientes y el amor que, como lava del volcán Iztaccíhuatl, había surgido por ese chico serio. En un primer instante, él quiso secuestrarla y pasar por alto la autoridad del rey. El chico serio no sólo era ingenuo, terco, lento, romántico y viajero, sino también un hombre al que le costaba aceptar la abstinencia amorosa.

Pero ¿valdría la pena tener el cuerpo hermoso de su princesa en los brazos mientras ella tenía la mente atormentada? Tal vez nunca volvería a ser la princesa hermosa de cánticos celestiales; sería una princesa desafinada por el resto de su vida... Pensó en el baile de las luciérnagas que había visto; quería bailar con ella, guiado por su voz afinada. Así que nuestro chico serio, después de haber respirado profundamente, decidió optar por el diálogo con la familia de la princesa.

Los dioses le recompensaron pronto y de una manera adecuada: le devolvieron a la princesa la afinación perfecta de su voz que, a partir de aquella decisión sensata, estaba en plena armonía con su cuerpo. Ella brillaba de nuevo como Chalchiuhtlicue y volvió a ser la princesa afinada. Él la escuchaba, ella lo miraba; eran felices y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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El coleccionador de sueños

Ramiro respiró profundamente, menos por necesidad, más por expresar el estado insatisfecho en que se hallaba por este caso insólito. Lo habían llamado para investigar un acontecimiento criminal en provincia, en medio de la nada. Al principio, el reconocimiento de sus jefes lo había llenado de un orgullo que le costaba controlar. Sin embargo, con el paso del tiempo y sin ningún avance digno de mencionar, no podía quitarse la sensación amarga de que formaba parte de un juego sucio de poder en los departamentos de la policía y que este maldito caso decidiría su suerte. Eran momentos en que anhelaba con todo su corazón volver a su antaña profesión de maestro de filosofía.

Miró la cara inocente del joven frente a él. Ahora el chico parecía más tranquilo, su relato seguramente tendría más congruencia. Decidió retomar todo con la esperanza de encontrar el detalle decisivo que debía estar allí.

–A ver, Juan, para nosotros puedes ser un testigo importante en la solución de este caso. Por lo tanto, te pido que me hables de nuevo y con toda la confianza sobre lo que pasó, según tú, en la casa de los estudiantes. ¡Ah! Explícame otra vez tu profesión porque esto no me quedó claro.

El joven, sentado enfrente de Ramiro, le miraba detrás de unos lentes viejos, quitó un mechón oscuro de su frente con un movimiento ligeramente nervioso y empezó a hablar como si le hubieran dado cuerda a un muñeco.

–De acuerdo. Miren, sé que a ustedes les parece muy improbable mi profesión, pero les juro que existe. Oficialmente, soy mesero y a veces trabajo como tal, pero gran parte de mi chamba consiste en tomar asientos en bares y restaurantes donde aún no hay público. Los seres humanos somos como ovejas en un rebaño: cuando vemos sitios sin público no nos sentamos allí. Por eso, los bares y restaurantes me llaman para tomar asiento en sus locales vacíos y atraer clientes reales. Por supuesto, lo que yo

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Hugo

ingiero no lo tengo que pagar. Yo ayudo a los dueños a conseguir público, ellos me alimentan.

Ramiro puso una cara como si le creyera, dentro de su cabeza madura mantenía sus dudas. Pero no le parecía muy importante si aquel trabajo existía o no; más importante era consentirlo y darle la sensación de que todas sus palabras estuvieran hechas de oro. Recordó las clases de psicología que había tenido en la capital, estaba seguro que ningún miembro de la policía en este pueblo llamado ciudad había recibido la más mínima formación respecto de la mente humana. Estos pensamientos lo tranquilizaron y, con más ánimo, se concentró en su trabajo.

–De acuerdo, vámonos ahora a la parte en que rentaste un departamento en la casa de estudiantes.

–Estaba cansado de moverme todo el tiempo; en mi profesión es necesario viajar a nuevos sitios porque… pues claro, no puedo tomar asientos repetitivamente en lugares porque luego se preguntan por qué vuelven a ver la misma cara en un bar o restaurante. Es obvio, ¿no?

–Sí, por lo menos esto sí es obvio –bromeó Ramiro–. Sin quererlo, había soltado lo que pensaba y había olvidado por un momento su papel de oficial tipo padre-que-comprende-todo-de-su-hijo. Pero Juan fingió no haber escuchado su tono sarcástico, o no se había dado cuenta. Siguió con firmeza:

–En fin, buscaba un alojamiento barato para unos meses. Me recomendaron esa casa de estudiantes, que satisfizo mis demandas humildes. Había muchos estudiantes en la casa y esto me sirvió para uno de mis pasatiempos preferidos... que es coleccionar sueños.

Ramiro se vio obligado a tomar más firme entre sus manos las riendas de la conversación:

–Momentito, Juan, antes de perderme en tu mundo metafísico quiero subrayar que estamos aquí nada más para analizar los acontecimientos, los hechos, pues. Es decir, me parecen muy interesantes tus pasatiempos, pero espero que esto de los sueños tenga algún significado importante en tu relato.

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna

–Pues claro que sí, mis sueños tienen mucho que ver con lo que pasó. Además, los sueños son, desde el punto de vista psicológico, sumamente interesantes para estudiar todos nuestros deseos reprimidos, y entonces…

–Sí, sí, está bien, aquí no estamos en el colegio. Estamos aquí, en este cuarto, para resolver un caso. Esto es la realidad en que tú y yo nos hallamos, ningún filósofo ni psicólogo puede negarlo. Por cierto, yo también tengo mis pasatiempos... –miró a Lorenzo con una leve sonrisa, apenas visible–, pero estoy seguro que a ti no te interesa mucho escucharme hablar de ellos. Además, como la misma palabra lo indica, es pasar tiempo, y aquí no estamos para esto, ¿entiendes?

–Perdónenme, pero verán que lo de los sueños son cosas realmente importantes en mi narración. Sigo entonces. Los habitantes de la casa me parecieron seres interesantes para coleccionar sueños. Había unos diez inquilinos, la mayoría estudiantes, inquietos y con muchos sueños, durante el día y la noche. Empecé a estudiar a los estudiantes. Usted debe saber que escribo cuentos sobre sueños y me interesaban sus sueños como materia prima con la que podría trabajar. En mis viajes había aprendido que, para sacar información bastante personal, tengo que recurrir a este método. Y siempre había personas que me buscaban para zafarse de sus sueños, o más bien de sus pesadillas.

Era asombroso ver la diferencia entre la persona nerviosísima que había entrado hace más de una hora y la persona que ahora desplegaba tanta confianza y elocuencia. Ramiro tuvo que admitir que se había equivocado con Juan: tendría que ser más listo y avanzar con más cuidado; unos piropos caerían bien.

–En otras palabras, eres como Freud, pero pro deo, ¿verdad?

–Si lo quiere ver así, tal vez sí. Solía coleccionar mis propios sueños, pero descubrí que los sueños de los demás eran más interesantes. Pero bueno, recordando sus palabras, no quiero estancarme más en cosas triviales. La verdad es que los sueños de los inquilinos de la casa eran bastante asombrosos. Algunos soñaban con mucha violencia, otros eran de mucho

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miedo por algo indefinido. En resumen, no eran sueños comunes y corrientes que uno esperaría de un grupo de estudiantes.

Ramiro notó un ligero cambio en la expresión facial de su sospechoso. Pensó en la palabra “sospechoso”. El hecho de que tenía como único sospechoso a un tipo que coleccionaba sueños no lo dejaba muy complacido. Ya podía imaginar los intentos poco fructíferos de explicar lo inexplicable a su jefe... un camino cuyo único destino sería el fracaso. El sospechoso frente a él rompió sus pensamientos envueltos en nubes oscuras.

–Los sueños debían haberme advertido que en esa casa algo olía mal y que no era el sitio adecuado para encontrar la paz mental que buscaba. Pero ya era demasiado tarde, había pagado otro mes de renta y no había vuelta atrás. Durante el día, todo parecía normal en la casa, pero en la noche escuchaba –o imaginaba– voces extrañas que murmuraban cosas inenarrables. Se lo comenté al dueño de un bar donde hice mi servicio de tomar asientos y, para mi gran sorpresa, me respondió: “¿Vives en la casa loca? ¡No me digas!”. Luego dijo que la mayoría de los inquilinos estudiaba en un colegio de sacerdotes y según él...

–Espera, ¿tienes el contacto de ese dueño?

La ansiedad de Ramiro por encontrar algo tangible en este caso inconcreto le provocó interrumpir el relato de Juan.

–Eh... sí, sí lo tengo. Se llama João, es portugués. Sólo sé su nombre. ¿Le paso su número?

Ramiro se calmó, retomó su postura tranquila y opaca.

–No, ahora no; luego.

–Bien. Entonces, según João, aquellos en la casa que estudiaban el sacerdocio, no sé si es la palabra correcta para esa función, en fin, ellos practicaban la... pues, la magia negra.

Juan esperaba alguna advertencia sarcástica del oficial, pero Ramiro no hizo más que subir ligeramente sus cejas por un instante. En vez de soltar un comentario mordaz, le dijo que había cambiado de opinión y que sí quería el contacto de João en ese momento para enviar a alguien a

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna buscarlo. Por supuesto, esto fue una confirmación para Juan de que sí lo tomaban en serio. Le dio el número al asistente y prosiguió.

–Me explicaba João que, para conocer bien el mal, estos estudiantes se dedicaban a la magia negra y practicaban ciertos ritos que servían para contraponer a los maleficios. O sea, bajo el lema de que si conoces bien la maldad, la dominas. Pero en el camino de entenderla, algunos de los estudiantes perdieron el coco a causa de las tentaciones malas con las que se rodeaban. João me contaba que era sabido que en la casa había estudiantes que llevaban cada semana a otras chicas inocentes a sus cuartos; había otros que escuchaban música metal a todo volumen, y quién sabe lo que hacían mientras la música cubría cualquier sonido humano. Había otros que intentaban entrar en mentes ajenas.

–Me suena, me suena –pensaba Ramiro. Buscaba en su mente y vagamente recordó un caso semejante hace muchos años que no resolvieron. Ahora no sabía cómo seguir. Para ganar tiempo, le preguntó a Juan si creía todo lo que João le había contado.

–Sí, lo que él me decía cuadraba bien con mis propias observaciones. Como he dicho antes, los sueños de los estudiantes eran bien locos y él confirmó lo que sospechaba. Por cierto, dejé en su bar mis apuntes de los sueños de los estudiantes porque a él le interesaban mucho. Total, desde que João me informó con detalles lo que pasaba allí, ya no podía dormir tranquilo en la casa. Pensaba en salir de ahí antes de terminar el mes; no lo hice porque no quise rendirme y también porque hice amistad con Nicole, mi vecina en la casa. Ella había tenido un aborto. Uno de los estudiantes del colegio de sacerdotes la había embarazado... sí, la casa es una locura, lo sé. Pero ella me daba pena, quise ayudarla.

Juan esperaba alguna insinuación, pero otra vez Ramiro mantuvo su postura de oficial serio y no soltó ningún chisme.

–De acuerdo; ahora bien, ¿exactamente qué pasó en la noche del 11 de octubre?

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Casarão Emigrante

Pero no era todavía América: sólo una prolongación del barco, Un despojo de la vieja Europa donde nada estaba aún adquirido, Donde aquellos que habían partido no habían llegado todavía, O aquellos que habían dejado todo todavía no habían obtenido nada.

João nació en Espinho, un pueblo al sur de Porto. Desde hacía décadas, su familia tenía un café restaurante en Praia de Paramos, cerca de Espinho. Allí, el pequeño João pasaba todos los veranos ayudando a sus padres en el negocio familiar. Cuando el trabajo le permitía él daba largos paseos por la playa. Allí fue donde su imaginación despertó, gracias a la vista ilimitada del horizonte lejano que el fresco océano Atlántico le ofrecía. Y siempre regresaba más tarde de lo planeado al Casarão Emigrante, el café restaurante cuyo nombre había inventado su abuelo.

Un día lluvioso su madre le explicó que su padre siempre había soñado con emigrar al otro lado del océano. Pero el abuelo de João era un pobre pescador que nunca había aprendido a leer ni escribir bien el portugués. Quiso emigrar al país norteamericano de las oportunidades ilimitadas, pero no tuvo suerte: viajó a Estados Unidos después de que el congreso americano votó por el Literacy Act y otras medidas cualitativas, para menguar el vasto flujo de migrantes europeos. El abuelo de João no llegó más allá de Ellis Island, donde su sueño de una vida mejor terminó. Por consecuencia, gran parte de su vida se dedicó a educar, de la mejor manera posible, a sus hijos, asunto que consiguió sobre todo con su nieto.

Los padres de João eran conscientes de que él había heredado el espíritu aventurero de su abuelo. A menudo, veían cómo João clavaba su mirada de anhelo en el mar; vislumbraban que el pequeño no iba a seguir la imperante tradición pesquera de muchas familias de Espinho. Su horizonte

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna imaginario, más allá del mar adentro, no tenía limitaciones espaciales. De eso se dieron cuenta por vez primera cuando él, con apenas once años, caminó por la playa hasta Porto.

Años más tarde, el ya no tan pequeño João era estudiante de sociología e iba cinco veces a la semana a Porto. Le encantaba la ciudad del majestuoso puente, su gente educada y tranquila, sus plazas íntimas, sus librerías solemnes, sus cafés sosegados y sus azulejos estéticos; toda la ciudad emanaba ese aire artístico e intelectual que al joven soñador le fascinaba tanto. A veces demoraba la vuelta a Espinho; en una de esas tardes lánguidas con tonos primaverales se topó con una turista en São Bento, la estación de trenes. Ella estaba mirando los cuadros históricos de azulejos que preñaron la hermosa sala de la estación y se dio cuenta que alguien la estaba observando. Volteó hacia él y su mirada abierta le ayudó a João a soltar unas palabras: “Do you like the wall frescoes?”, fue la oración, poco original, con la que abrió la conversación. Para su sorpresa, la respuesta fue en el portugués de Brasil. Resultó que la chica era una mexicana que estudiaba portugués. ¿Era gay?

Ramiro era un aficionado de la filosofía desde que tenía capacidad de reflexionar. Todo esto gracias a un documental sobre la antigua Grecia, que vio hace muchos años en el Canal 22. Fue uno de esos días extendidos en que todo alrededor de Ramiro pareciera moverse con la misma lentitud con que la tierra gira sobre sí misma. Los griegos antiguos, todavía inconscientes de la rotación mecánica del planeta en su órbita alrededor del sol, habían inventado una “ciencia” que tenía como lema principal dudar todo lo que se presentase incrédulamente a la vista estúpida del ser humano. Sin embargo, no se les ocurrió dudar de que la Tierra fuese el centro del sistema solar.

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Cuando el joven Ramiro tuvo suficiente audacia para avisar a su padre autoritario (pero, en general, buena onda) que quería estudiar filosofía, se produjo un momento insólito de silencio en que se paró todo el mundo a su alrededor hasta, incluso, la Tierra. Mientras las sagradas estatuas de la Acrópolis retumbaron –así fue como él interpretó el zumbido incesante en sus oídos–, su padre lo miró firme, con una pizca de tristeza en sus ojos. En un tono sorprendentemente alegre, le respondió con su elocuencia acostumbrada:

–Me parece bien, y hasta cierto punto me alegro que tengas ideales; sin embargo, el mundo en el que vivimos es bastante hostil respecto a las personas que quieren darse el lujo de reflexionar profundamente sobre la vida humana en nuestra tierra. Por ende, me temo que tengo que desilusionarte, parafraseando aquella respuesta favorita de don Venustiano Carranza, en que el núcleo de la oración, o más bien, de la frase, está formado por el ya conocido adverbio de negación.

Al final, Ramiro, para cumplir con las expectativas de su familia, decidió estudiar criminología. No obstante, sus tiempos libres se llenaron con su gran pasión: se convirtió en un lector ávido de todo lo que tuviera que ver, por remoto que fuera, con el arte supremo de pensar. Indagando en las vidas de los grandes filósofos, empezando, por supuesto, con los griegos mal afeitados, le llamaba la atención la pobre vida amorosa que supuestamente tenían aquellos dedicados a la lógica. Los llamados pensadores románticos de Alemania también eran aparentemente todo menos hombres apasionados. ¡Como si no tuvieran tiempo para dedicarse al amor físico! O tal vez sí, pero a escondidas. Pensó Ramiro que quizá la base de la primera ciencia humana había sido construida (y sostenida) por hombres que, en su mayoría, tenían una preferencia sexual poco ortodoxa. A partir de esa teoría, Ramiro empezó a contemplar, investigar y analizar las pasiones mundanas de todos aquellos hombres que habrían pasado sus vidas enteras entre libros aburridos. En aquella lista de personas masculinas que habían destacado en la historia humana, no quiso limitarse a los

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna pensadores, sino también dar lugar a aquellos que lo merecieran por sus acciones o su voluntad humana. El primer hombre no griego que fue objeto de escudriñamiento sobre su orientación sexual fue Emiliano Zapata.

Conspiración

Juan, un hombre con apariencia de un joven, había nacido en Los Ángeles, de padres mexicanos, y soñaba con ser guionista en Hollywood. Estaba convencido que era víctima de una conspiración que alguien –o algunos– había planeado en la casa de los estudiantes con destreza y paciencia. De hecho, para Juan la conspiración era el pan de cada día porque él parecía vivir perpetuamente en un mundo imaginario. El mismo pan que se ofrecía en la ciudad era, según él, un producto exageradamente endulzado; debía haber un acuerdo secreto entre panaderos y dentistas. Una vez, en una conversación dominguera, Juan le preguntó a su amiga Nicole por qué el pan sabía tan dulce, seguido por la pregunta del ¿por qué la gente consumía tantas cosas dulces? Antes de que Juan pudiera soltar sus propias teorías, ella le contestó: “Porque la vida es muy amarga”.

Juan se calló y empezó a limpiar sus lentes para tener alguna ocupación en ese momento en el que fue privado de la comunicación verbal. Nicole le miraba su cara desnuda y pensó que él, honesto e ingenuo, no la iba a tener fácil en esta ciudad engañosa.

Juan pasaba unos días en un estado muy pensativo, observando la amplia y abundante oferta de dulces, por un lado, y los miles de dentistas, por otro, que se habían asentado en la ciudad. Un colega en el trabajo, ocultando con dificultad una sonrisa desdeñosa, le dijo que la presencia de una enorme facultad de odontología era la sencilla explicación. Pero Juan no se dejaba convencer tan fácil y razonó: ¿cuál fue primero: la facultad de odontología o la demanda exagerada de dentistas? Pronto empezó a ver conspiraciones por todos los lados, sobre todo después de una plática nocturna con João.

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Aunque concordaba con él en que existían varios negocios redondos –o acuerdos secretos– a la vista en México, como los de los políticos corruptos, narcotraficantes y venta de armas, a Juan no le interesaba mucho. Ni tampoco los acuerdos ocultos de los seguros médicos con los hospitales privados, ni de los ginecólogos con sus cesáreas innecesarias en dichos hospitales. Es más, ni siquiera le interesaba el acuerdo en pro de la vida entre el clero y las empresas multinacionales, porque él suponía que era obvio que tal acuerdo existía entre dos sectores aparentemente opuestos. Porque en pro de la vida –en contra del derecho de la mujer a decidir– significaba que los clérigos se aseguraron, generación tras generación, de almas dóciles. Las grandes empresas, por su parte, podían contar hasta el fin del mundo –que, por cierto, se acercaba cada vez más rápido– con consumidores ignorantes que comprarían sus productos chafas, contribuyendo así al desgaste acelerado del pobre planeta.

Pero, a Juan no le interesaban aquellos negocios redondos; su enfoque –más bien, su especialidad– estaba en conspiraciones no tan obvias. Después de unos largos y fastidiosos viajes en autobús se preguntó seriamente si había un vínculo o acuerdo entre los choferes de aquel medio de transporte –de precio sobre elevado– y el mundo farmacéutico, porque Juan no tenía ninguna explicación lógica de porqué debía soplar siempre –con o sin calor– un aire helado a través del vehículo mal manejado, contribuyendo así al aumento de las enfermedades relacionadas con las vías respiratorias. ¿A los mal pagados choferes malhumorados les pagarán un extra las empresas farmacéuticas?

Otra conspiración, no tan obvia para personas con poca imaginación, era la de las películas dobladas y la plaga de academias de idiomas. Según el trabajo mental de Juan, tal vez un poco distorsionado, la explicación era fácil: las miles de academias de idiomas existían gracias al hecho innegable de que millones de niños veían diariamente películas en versión doblada. Con el resultado de que no sólo en México, sino en todo el mundo hispanohablante las academias pudieran cobrar precios de primer mundo a los

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna padres para luego pagar sueldos de tercer mundo a los maestros que, hay que admitirlo, ni siquiera hablan inglés correctamente.

De por sí, era obvio –para Juan– que todo el sistema educativo del país era una red enorme de engaño y conspiración. El año escolar, como tal, con exámenes en tiempo de mucho calor y vacaciones en la temporada de lluvias, no tenía lógica alguna. Por ende, Juan sospechaba una conspiración, aunque aún no había descubierto cuál, ni tampoco quién tenía beneficios económicos de aquella extraña planeación escolar.

Y hablando de dinero: ¿cuál fue el sentido oculto en la escasez de cambio y la omnipresencia de un billete con la cara de un artista que en palabras era comunista, pero en sus acciones más bien capitalista? Otra vez, Juan proveía una respuesta redonda: razonaba que, en efecto, la mera impresión de billetes de 500 era más barata que la doble o la triple cantidad de billetes de 200, 100 y 50 pesos. Pero, según él, nadie se dio cuenta que la gran cantidad de aquellos billetes capitalistas produjo, por la nefasta necesidad de tener que cambiarlos por billetes más pequeños, un efecto neoliberal: en la búsqueda de lugares para cambiar dichos billetes, las personas acudieron a grandes empresas, favoreciendo a éstas, a costa de las pequeñas.

Total, las observaciones personales de Juan brotaban sin cesar para formar una base de datos que lo empujaban a exponer aquellas teorías no académicas, para luego incomodar a otros sobre cómo funcionaba el mundo, en general, y México en particular. Por desgracia, su estancia en la capital nacional de engaño y mentira no ayudó a contradecirlo; por el contrario, parecía confirmar sus teorías excéntricas.

Otro engaño ingenioso era lo de las cuotas que restaurantes y bares supuestamente debían pagar al narco. Juan, después de otra charla con João, estaba convencido de que las cuotas habían existido una vez, pero que ahora eran imaginarias: servían para que los dueños de locales pudieran ofrecer sus productos a un precio muy elevado, bajo el pretexto de que tenían gastos “especiales”. Esa teoría pudo contar con el apoyo de João: a él

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siempre le habían molestado los dueños de un lugar muy exitoso quienes sostenían que, después de seis años de negocios ventajosos, apenas habían recuperado lo que supuestamente fue una inversión inicial –aunque nadie entendía cuál era dicha inversión.

Con esto en mente, Juan decidió, en adelante, tomar sus chelas en casa y raras veces se le veía en la vida nocturna de una ciudad que, de por sí, destacaba por la pobre calidad de su vida cultural. Una vez le preguntó a João por qué no ofrecía eventos culturales en su bar; el portugués lo miró con ojos resignados y le respondió: “Aquí la gente culta no tiene dinero y la gente rica no tiene cultura”.

La Contrailustración, versión mexicana

A João le gustaba observar la sociedad mexicana de manera antropológica y filosófica, puesto que la vida urbana de la capital provincial –de la cual él, a regañadientes, formaba parte– siempre le proveía nuevos datos asombrosos sobre la insólita manera en que los habitantes se interrelacionaban. Retenía en la mente la Ilustración francesa y lo que Kant decía sobre el feliz despertar de la razón en Francia en el siglo dieciocho. Según el filósofo alemán, éste era el momento histórico en que el hombre por fin alcanzaría la mayoría de edad. Observando la extraña mezcla que formaba la conglomeración humana en que João vivía, sólo pudo llegar a la conclusión de que el mexicano común y corriente, o por lo menos la especie humana particular que se hallaba en aquella ciudad antisocial, había dado un paso atrás en la evolución humana. Es decir, siempre y cuando se considerara que la fase primitiva del hombre de la cueva precedía a otra más civilizada en el desarrollo humano como tal.

Por otro lado, era probable que el ilustre filósofo Erasmo no estuviera de acuerdo con esa teoría intrépida de João, teniendo en cuenta sus elogios a la locura humana. Porque si la existencia, según Sófocles, era nada más

25 Parte 1. México

Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna alegría acompañada de ignorancia, entonces se podía argumentar que en este caso los habitantes del pueblo, autonombrado ciudad, presentaban un desvío o rama especial en un desarrollo humano peculiar en el que predominaba la locura. Aparentemente, la razón –o moral– no tenía mucho peso en aquella conducta humana que debiera ser guiada, en teoría, por la comprensión empática: las personas se dejaban arrastrar por las pasiones sin pensar mucho en las consecuencias para el objeto de deseo.

Efectivamente, el amor en su expresión mundana era bastante palpable en el entorno urbano en donde João vivía; brotaba y surgía sin dificultad alguna para luego desaparecer sin dejar rastro. En ocasiones sí reaparecía –después de nueve meses, precisamente– para evidenciar la breve existencia de amor, palabra equivocada para definir una efímera atracción física. Mucho amor (físico) y poca amistad fue la sentencia emocional de João después de muchos años ambiguos en la ciudad capitalina de un estado pobre. Para él, la falta de respeto al prójimo fue un asunto chocante en una sociedad urbana que hubiera obligado a Rousseau a cambiar el título de su famoso libro, añadiendo la palabra “anti” al adjetivo “social”. Parecía que chingar a cualquiera que no perteneciera al séquito íntimo era la versión moderna de la actitud de provecho y diversión egoísta que reinaba en el antiguo régimen francés. Pero con una diferencia: en Francia sólo la clase acomodada podía darse el lujo de sacarle al presente el máximo provecho; en México el chingar al prójimo era bastante democrático. En este sentido, por lo menos, el país pudiera nombrarse democracia.

Un viaje al fin del mundo del cine de arte fumado

Juan había salido y Ramiro miraba a Lorenzo. Menos mal que había traído a su asistente a este pueblo. Ya llevaban diez años juntos, por ello Ramiro sentía que su presencia era necesaria, por no decir indispensable, en este caso ilegible. Otro punto a favor de su asistente: él había nacido aquí, en

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esta tierra conflictiva, pero tuvo la prudencia de hacer una mudanza a la Ciudad de México. La jerarquía estricta al principio de su colaboración se había desplazado por un aire más colegial y de mutuo respeto. Lorenzo era de la nueva generación que se había graduado en la escuela moderna de investigación criminal; sus conocimientos eran equivalentes o, tal vez, aún mejores a los de Ramiro. Claro, este último tenía mucha más experiencia y eso era el discernimiento principal que sostenía una jerarquía light entre ellos.

Lorenzo sabía que su jefe solía empezar con el juego socrático que consistía en que le preguntaba cosas sobre las cuales ya tenía respuestas. Para Ramiro el uso de preguntas retóricas era una manera de poner orden en su cabeza. Esta vez, el asistente vislumbraba que su jefe estaba bastante perdido en este caso extraño; preveía que su respuesta a la primera pregunta iba a llevar a Ramiro hacia nuevos campos metafísicos.

–Entonces –empezó Ramiro–, ¿cómo ves la historia de Juan? ¿Verosímil o inverosímil?

–Pues la verdad es que no sé. El relato de Juan me trajo a la memoria una película que vi hace mucho tiempo. Una de esas pelis de arte bien fumada. Porque, igual como en esa peli, la historia de Juan parece tener varias realidades o posibilidades o qué sé yo. El mero hecho de que tenemos un caso con una declaración de alguien que parece vivir en un mundo imaginario, nos debería advertir que quizás la senda de la investigación ortodoxa no sea el camino acertado para seguir.

–Sí, en eso te doy la razón. Oye, ¿de qué se trata la película?

–Este... no es fácil explicarlo, déjame hacer un intento porque en realidad, o mejor dicho, en la “subrealidad”, son como varias pelis mezcladas. A ver, la peli principal, que llamaremos peli número uno, es sobre actores que están haciendo otra peli, que es la peli número dos. Y mientras están trabajando en la peli dos dentro de la primera peli, se les informa a los actores que la peli dos no tiene un guion nuevo, sino que es una adaptación de una peli vieja, la peli número tres pues. Esta última nunca llegó a termi-

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna narse porque sus dos protagonistas descubrieron algo y fueron asesinados. ¿Me sigues hasta allí?

–Sí, suena como una película rarísima, pero todavía coherente.

–Cierto, así es, pero ahora viene la parte complicada. La protagonista de la peli dos tiene muchos problemas privados, en la vida “real” de la peli número uno, por supuesto. Cuando se entera de lo que les pasó a los actores de la peli tres es cuando ella empieza a imaginar, soñar y percibir otra realidad, que se puede denominar como la peli número cuatro, pero claro, todo esto dentro de la peli uno. Y allí es cuando...

–Espérame tantito, ¿quieres decir que en la primera película la actriz de la película dos hace su propia película número cuatro, y la película tres es sólo una historia que influye a las demás películas?

–Sí, lo acertaste bien, la peli cuatro es como un viaje mental que hace la protagonista de la peli dos en la peli uno. Sigo pues. A ver, como espectador inocente se da cuenta que el mismo director de la peli uno –y no de la peli dos, que es un papel que hace Jeremy Irons de forma espléndida– tiene su propia peli fumada en mente, que la llamaremos peli número cinco. Ésta se puede encasillar como una peli metafísica más que una peli real... digo que las demás pelis tienen, por lo menos, una narrativa que cuadra con el mundo cinematográfico. En cambio, la peli cinco carece de una lógica básica para entender lo que está pasando... Espera, te explico. Imagínate que la peli cinco es invisible para nosotros, seres mortales, y concentrémonos en las demás pelis. Bueno, entonces, en la peli uno se va de la peli dos a la peli cuatro de la actriz, que se deja influir por la peli tres, y claro, ella se vuelve loca de remate porque tiene, en la peli uno, un marido loco y obsesionado, y en la peli dos, un chico guapo como protagonista masculino a su lado. Ella se enamora de él, pero no puede dejar de pensar –más bien, se obsesiona– en lo que le pasó a la otra pareja de actores de la peli tres, que tiene como título, por lo menos en la peli uno, dos números: cuatro/siete, que, por cierto, es una traducción del alemán porque en realidad la peli tres se llama Vier Sieben. ¿Me sigues?

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–Hmm… creo que sí.

–Bien, dentro de lo que se puede denominar como la realidad de la peli uno, la peli tres se llama cuatro/siete. Cosa muy interesante porque en algún momento de la peli uno la actriz de la peli dos, cuando está en su peli cuatro, entra en una habitación con número 47; desde luego, se nos viene a la mente la peli tres. También, es interesante desde otro punto más o menos cercano a la realidad porque todo apunta a que el director está fascinado con la numerología y los idiomas exóticos. Es que la peli tres, según la peli dos, se hizo en Polonia, a pesar de que el título está en alemán; luego, en las pelis tres y cuatro hay personajes que hablan polaco.

–Me parece que la película tres cobra bastante fuerza, ¿verdad?

–Eso es, la peli dos, lamentablemente, casi desaparece. Digo “lamentablemente” porque la peli dos fue la parte más coherente de la peli uno. Luego, lo que uno aún pueda concebir como la realidad degenerada de una peli de cine de arte pacheca se pierde poco a poco por la influencia de la peli cinco. Porque todavía no he mencionado que la peli cinco es como una capa incomprensible que flota sobre todas las demás pelis. Por ende, el conjunto de las pelis carece de coherencia. Es decir, desde mi punto de vista, tal vez. Quién sabe, a lo mejor la peli es una brillante excursión en la filosofía profunda de la Grecia antigua, porque quiere exponer que lo que estamos viendo no es una peli sino, conforme a la tradición platónica, la idea que tenemos de una peli.

–Sí, ahora que lo mencionas, el idealismo objetivo de Platón cuadraría muy bien en esa película, de modo que, como según él las ideas son eternas, tu “idea personal” sería eterna, mientras la película no, porque es nada más una imaginación que hemos construido.

–Sí, puede ser, aunque tú mismo me explicaste que a Platón le venía muy bien inventar ese rollo de que nuestros sentidos nos engañan, percibiendo una realidad no real –es decir, contra la ciencia y a favor de Dios–nada más para escapar del mismo hado al que sometieron a Sócrates. ¿No fue Aristóteles quien echó a la basura todo el sistema metafísico de Platón,

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna declarando que nuestros sentidos tienen razón y nuestra razón no...? O algo así, no recuerdo bien.

–Lo recuerdas bastante bien, pero déjame corregirte: decía que nuestros sentidos tienen razón porque perciben cosas reales que existen –así empezó el famoso empirismo– y no son inventos de la mente, que no siempre tiene razón. De todos modos, con Aristóteles volvemos –o más bien llegamos– a una percepción más científica y más realista del mundo que nos rodea. Pero ¿sabes? Hoy en día vivimos en un mundo bastante materialista –y no idealista– en el que el director, con sus ideas platónicas, sería como un Don Quijote luchando contra molinos de viento tipo materialista. Supongo que, salvo algunos cinéfilos fumados, el mundo moderno verá esa película como algo trastornado e incoherente. Por ende, el director recibirá el mismo trato, o sea, será considerado un loco luchando contra la realidad que, a pesar de los argumentos de Platón, sigue siendo muy realista... y encima, materialista.

–Sí, pero el director tiene una ventaja enorme: él, como director de un arte que se dedica a construir otras realidades dentro de nuestro mundo real, puede darse el lujo de jugar con la noción misma de la realidad sin que la gente lo encasille como un loco de remate. Bueno, lo digo yo. En fin, a lo que voy es que la peli se presta para vincularla con el caso de la casa de estudiantes, gracias a la plática que tuvimos anoche en el bar sobre la representación que tenemos del mundo. Opino que cada quien ve en una peli –y en cualquier expresión humana– lo que quiere ver, moldeando lo expresado hasta que entre en una realidad personal. Mirándolo desde este ángulo, Platón sí tenía razón.

–Bueno, diríamos que existe, desde que nació el hombre pensante, un dualismo entre el mundo externo, en nuestro caso, el bar, y el mundo interno, que es nuestra percepción del lugar. Según Kant, el mundo externo –la famosa cosa en sí– nunca podemos conocerlo del todo porque nuestro mundo interno lo obstaculiza.

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–Pues… sí, Kant afinó lo que Platón estaba esbozando, ¿verdad? Pero volvamos a la peli y lo poco que expone claramente, que es la noción de que todos vivimos en realidades distintas, porque son realidades personales. Y allí es donde regreso al relato de Juan, nuestro sospechoso. Yo creo que él, viviendo en una realidad loca y drogada nos ha relatado la verdad, pero claro, es su versión de la verdad basada en su “realidad personal”.

Ramiro quedó impresionado, pero en su cara no se veía ningún rastro que atestiguara su asombro. Vislumbraba por dónde iba su asistente, pero decidió darle todo el honor de llegar primero.

–Bueno, Lorenzo, supongamos que lo que dices es cierto, ¿qué derivamos de esto y cómo avanzamos en el caso?

Esto sí fue una sorpresa para el asistente, que en los diez años de colaboración nunca había compartido las riendas de una investigación. Parecía que su jefe aún no sabía qué hacer con el caso por ser un campo desconocido donde se percibía como un gringo en México. Reajustó su postura y retomó su relato, aún incómodo, con su nueva posición.

–Este... pues creo que si Juan, como suponemos, dijo la verdad, o su versión de la verdad, podríamos derivar que alguien en la casa de estudiantes probablemente haya mentido, ¿no? –la brevísima inclinación de la cabeza de su jefe lo animó a seguir–. Entonces, la manera correcta de avanzar es buscar de nuevo a los estudiantes y ser más desconfiados con ellos. Pero, en mi opinión, esto no es suficiente, iría más lejos: empezaría a recaudar más conocimientos sobre sueños, magia negra, espiritualidad… en fin, todas esas cosas no tangibles. Tal vez no nos proveerían datos duros, pero sí nos ayudarían a obtener un mejor entendimiento del caso.

–En otras palabras, trataremos este caso como los libros técnicos de la academia nos dictan y, al mismo tiempo, ignoraremos éstos para seguir una segunda senda metafísica. Me parece bien. Entonces, propongo una división de trabajo de acuerdo con nuestras capacidades. Es decir, yo sigo el camino ortodoxo y tú tendrás la libertad de clavarte un tiempo en un mundo... inconcreto, digamos. ¿Qué te parece?

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Hugo de Vroom, La noche en que un astro quiso ligar con la luna

Lorenzo escuchó los verbos “proponer” y “parecer”, los cuales afirmaban el cambio en la jerarquía existente. Estaba a punto de dar su aprobación de forma verbal a la propuesta de su jefe cuando entró Miguel, en un estado muy alterado. Lo habían enviado a buscar a João, el dueño del bar y posible testigo en el caso. A pesar de su confusión, Miguel mantenía su postura de respeto por sus superiores:

–Estimado licenciado, no va a creer usted lo que acabo de descubrir en la casa de João.

–Yo creo en todo, y en lo que no debería creer. A ver, respira y suéltalo.

–Miren, primero fui al bar de João y allí me dieron la dirección de su casa. Y en la casa, ¿qué creen? Alguien la había irrumpido. Y de João no hubo ningún rastro.

–Mi querido Miguel –empezó el oficial en un tono que al asistente le dio escalofrío–, ¿no se te ocurrió llamarnos en seguida?

–Este, pues... eh, no. Pensé que... como su casa está cerquita de la oficina, pensé pues que...

Ramiro lo interrumpió después de un breve intercambio de miradas con Lorenzo.

–Sí, sí, está bien. Bueno, parece que hoy comienza la investigación ortodoxa para mí. Vámonos, Miguel, llévame a la casa de João ahora mismo.

La zona arqueológica

El mundo moderno no será castigado. Es el castigo. Nicolás Gómez Dávila

El guía dirigió el grupo a la siguiente estructura, se acercaron a las ruinas y pudieron ver que habían servido como viviendas. Les explicaba que dentro de las secciones había algunas herramientas antiguas. Al hablar de computadoras, celulares y televisiones, un niño le preguntó qué eran y

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para qué servían. El guía le explicó que en aquel entonces esas máquinas servían como medios de comunicación, pero vio que el niño se quedó muy pensativo.

–Los habitantes tenían poco desarrolladas sus mentes; no dominaban la telepatía para conectarse ni conocían la noósfera. O sea, desconocían la súper-mente colectiva, la confundían con una computadora.

El guía estaba relatando algo que no era nada nuevo para los integrantes del grupo; no obstante, él sabía que les gustaba escuchar, otra vez con detalle, lo que habían aprendido en la escuela sobre sus antepasados.

–En aquella época, las mujeres trabajaban al mismo ritmo que los hombres y no según su ciclo menstrual, como ahora. Y la gente de entonces ponía todos sus esfuerzos en inventar cosas mecánicas, como la televisión, que, en principio, se usaba como medio de comunicación, pero poco a poco se perdió esa función. Nuestras investigaciones respaldan la teoría de que este aparato fue mal usado y que, en vez de informar, sirvió, paradójicamente, para entorpecer a la gente.

El niño hizo un esfuerzo para esconder su confusión, en su cara se veían surgiendo preguntas efervescentes. El guía se anticipó: dijo que lo que ahora sonaba rarísimo e irrazonable no era percibido como tal, porque estaban convencidos de que su camino de desarrollo era correcto...

–Y esto es curioso porque justo aquí, en esta región, existieron civilizaciones aún más antiguas cuyos conocimientos profundos sobre el cosmos rebasaron a todos los demás; su cultura estaba vinculada estrechamente con el universo. Pero, en menos de quinientos años, el ser humano perdió su vínculo con la naturaleza a causa de una ignorancia y ceguera secular. Podemos deducir que aquellas civilizaciones “modernas” eran incapaces de autocriticarse y de verse objetivamente. Por supuesto, la ceguera colectiva de la civilización moderna no fue percibida como tal. Por el contrario, ellos pensaban, incrédulamente, que su ideología era la solución para todos los males, sin darse cuenta que esa misma ideología era la causa de sus defectos. Por decirlo de otra manera, no sabían que no sabían nada.

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Se escucharon unas risas cortas; el guía supo que se había ganado la simpatía del grupo.

–Claro, no toda la gente era ignorante: había artistas, escritores, filósofos y hasta científicos que intentaron despertar a las personas, pero sus recomendaciones no tuvieron mucha resonancia. Una de las deficiencias de aquella “civilización” fue que nadie escuchaba a los pensadores contemporáneos, y cuando lo hicieron olvidaron pronto sus sabias palabras. Un historiador inglés lo definió como la increíble brevedad de la memoria. Un buen ejemplo de su mala memoria es la descripción que hicieron de su sistema político, al que llamaron democracia. Sabemos que la democracia es un sistema en el que el pueblo tiene el poder, mientras que en la oligarquía el poder lo ostenta la gente rica... pero en este caso nadie se daba cuenta que la palabra democracia entonces era incorrecta. Además, no hubo evolución humana porque la “evolución” era otro ejemplo de una palabra equivocada en una sociedad que sólo avanzaba técnicamente.

En ese momento el guía era imparable en su discurso y lo dejaron hablar sin interrupciones; el niño ya no se atrevía a preguntar más.

–Otro rasgo sumamente importante de esa civilización fue el sobre dominio de un sistema llamado capitalista. En ese sistema se empleaba dinero –un objeto con cierto valor de cambio– para obtener cualquier servicio o producto, porque se había creado entre ellos la necesidad de obtener dinero para comprar productos innecesarios. Perdieron su autosuficiencia porque habían perdido el vínculo con la naturaleza; como sus dioses eran los de la tecnología, ya no creían en el cielo ni en la tierra porque habían olvidado los elementos esenciales de la vida misma. Prefirieron una vida “artificial” que se desarrollaba, principalmente, en lo que llamaban “ciudad”.

En el grupo se sentía un momento de gran atención.

–Ahora bien, es muy interesante este término porque en aquel entonces la ciudad representaba la civilización. Muy a pesar de que lo que nombraron ciudad albergaba todo lo contrario a lo que nosotros llamamos

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civilización. Aquellas ciudades formaron parte de estados-naciones y, en principio, a los ciudadanos y soberanos de los estados les correspondían derechos y obligaciones. Pero a los soberanos les importaban sólo sus derechos –el derecho al uso del poder–, mientras los ciudadanos no se preocupaban mucho por sus obligaciones. Entre mis colegas hay discrepancia sobre qué hubo primero: los soberanos abusivos y, en consecuencia, ciudadanos que copiaban a los soberanos; o, más bien, que el sistema del estado-nación provocaba un comportamiento abusivo por parte de los ciudadanos y que, desde luego, los soberanos electos ya formaban parte del sistema abusivo en el que todos estaban inmersos. Pero bueno, son teorías y no tienen tanta importancia. Cabe mencionar que en esta civilización nunca existió un sistema político que funcionara como debería funcionar. El guía vio que el niño trataba de no perderse en el remolino de palabras nuevas y desconcertantes que, sin cesar, salían de su boca. Trató de simplificar su discurso y se dirigió al miembro pequeño del grupo sin que el objeto de su atención se diera cuenta. El grupo dio con benevolencia su aprobación a este cambio sutil.

–A ver, esto requiere una explicación más extensa y, a la vez, sencilla, empezando con el término ciudad. La ciudad, como tal, era una aglomeración humana. Muy popular en ciertos séquitos era la siguiente denominación: “sitio donde la gente se apeñusca voluntariamente”. Pero bueno, digamos que la ciudad era una aglomeración en donde la gente sentía la necesidad de buscar, por varias razones, el contacto cercano con otros seres humanos. Sin embargo, el problema social más grande de aquella época era justo las personas anónimas que formaban aquellas ciudades. Deambulaban por las calles sin dirección, sin sentido y, sobre todo, sin tener idea alguna sobre asuntos fundamentales, como la responsabilidad intergeneracional.

El guía sintió agrado al usar palabras más digeribles para el niño.

–Y con estas palabras llegamos al final de mi humilde discurso. La noción de la responsabilidad intergeneracional, un asunto imprescindible para nosotros, era inexistente en aquellos tiempos. Ésta es la razón por la

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