XXIX Domingo Ordinario, Ciclo C
19 de octubre de 2025

Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
NO. 42
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019 INDA-04-2007-103013575500-106
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19 de octubre de 2025

Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019 INDA-04-2007-103013575500-106

La liturgia de este domingo nos ofrece la enseñanza del valor que tiene una oración incansable.
A veces nos cansamos de orar porque parece que Dios no escucha y podemos concluir que no sirve para nada.
Jesús nos propone la parábola del juez injusto y la viuda incansable. De esa manera nos muestra que se puede tener una confianza incondicional en Dios, aun cuando no se reciba de inmediato aquello que estamos pidiendo, aunque se deba repetir una y otra vez la misma oración.
Dios es diferente
El ejemplo de esta parábola pone de relieve el valor de la petición incansable, ya que al juez le ha movido no la conciencia del deber, sino su propio egoísmo: él quiere liberarse de esa viuda “pesada” y “fastidiosa”. Si la súplica constante llega a obtener algo de alguien radicalmente injusto, ¿cuánta más influencia tendrá esta súplica sobre Dios? Quien siente cansancio en la oración debe recordar cuál es la relación entre Dios y los hombres. Jesús nos recuerda que Dios es Padre, y aquí está la fuente de nuestra fe.
Si de verdad ahondamos en nuestra condición de hijos iremos comprendiendo el valor que suponemos para Dios: somos sus elegidos y sus hijos amados.
Esta relación amorosa es el motivo por el que jamás debemos dejar de rezar, porque la oración va dirigida a alguien que nos ama infinitamente y que es nuestro Padre. Teniendo una oración incesante, mantenemos viva la comunión con Dios.
Si dejamos de rezar, rompemos esta relación y vamos a concluir que la oración no sirve para nada, poniendo la confianza en nuestras propias fuerzas y rechazando, finalmente, a Dios.
La oración nos trae al corazón que Dios es nuestro Padre, y que acudirá en busca de todos sus hijos.
La pregunta que Jesús lanza al final, “cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”, es una invitación a permanecer unidos a Dios, confiando en su acción, pues si renunciamos a esta confianza no podremos ser alcanzados por su ayuda.
Unos por otros
Muchas personas acostumbran pedir oración a los Sacerdotes confiando en su poder intercesor; sin embargo, todos los bautizados tenemos el poder de intercesión, por la gracia del Espíritu Santo y desde nuestro Bautismo. Así que no dejemos de interceder continuamente unos por otros, sin excluir a nadie, como a las madres que buscan a sus hijos, con dulzura y solidaridad, como pedía el Papa Francisco constantemente: “recen por mí”.




De pie
Dios nuestro, que has querido que tu Iglesia sea sacramento de salvación para todos los pueblos, de forma que así perdure la obra redentora de Cristo hasta el fin de los tiempos, despierta los corazones de tus fieles y haz que se sientan llamados a trabajar por la salvación de todos, con tanta mayor urgencia, cuanto es necesario que, de todas las naciones, surja y crezca para ti una sola familia y un solo pueblo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo 17, 8-13


Sentados
Cuando el pueblo de Israel caminaba a través del desierto, llegaron los amalecitas y lo atacaron en Refidim. Moisés dijo entonces a Josué: “Elige algunos hombres y sal a combatir a los amalecitas. Mañana, yo me colocaré en lo alto del monte con la vara de Dios en mi mano”.
Josué cumplió las órdenes de Moisés y salió a pelear contra los amalecitas. Moisés, Aarón y Jur subieron a la cumbre del monte, y sucedió que, cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel, pero cuando las bajaba, Amalec dominaba. Como Moisés se cansó, Aarón y Jur lo hicieron sentar sobre una piedra, y colocándose a su lado, le sostenían los brazos. Así, Moisés pudo mantener en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a los amalecitas y acabó con ellos. Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 120
R. El auxilio me viene del Señor.


Sentados
La mirada dirijo hacia la altura de donde ha de venirme todo auxilio. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
R. El auxilio me viene del Señor. No dejará que des un paso en falso, pues es tu guardián y nunca duerme. No, jamás se dormirá o descuidará el guardián de Israel.
R. El auxilio me viene del Señor.
El Señor te protege y te da sombra, está siempre a tu lado. No te hará daño el sol durante el día ni la luna, de noche.
R. El auxilio me viene del Señor. Te guardará el Señor en los peligros y cuidará tu vida; protegerá tus ires y venires, ahora y para siempre.
R. El auxilio me viene del Señor.
De la carta del apóstol san Pablo a Timoteo 3, 14–4, 2


Sentados
Querido hermano: Permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena. En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, te pido encarecidamente, por su advenimiento y por su Reino, que anuncies la palabra; insiste a tiempo y a destiempo; convence, reprende y exhorta con toda paciencia y sabiduría. Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN ANTES
DEL EVANGELIO Heb 4, 12
R. Aleluya, aleluya
La palabra de Dios es viva y eficaz y descubre los pensamientos e intenciones del corazón R. Aleluya.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18, 1-8




En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’.”
Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?” Palabra del Señor.




De pie
Señor, que la participación en tu mesa nos santifique, y concede que todos los pueblos reciban con gratitud, por medio del sacramento de tu Iglesia, la salvación que tu Unigénito consumó en la cruz. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Se ha dicho que “si sólo oras cuando estás en problemas… estás en problemas”. El trato con Dios no se ha de limitar a pedirle ayuda. Si pensamos que fuimos creados para entrar en una unión muy íntima con Dios, no debería ser algo extraordinario o raro que nos dirijamos a Él desde esta vida terrenal. El Papa Francisco refl exionó sobre cómo actúa en la oración el Espíritu Santo, pues a Él nos dirigimos y, a la vez, Él nos ayuda para rezar como hijos de Dios: A la vez que oramos para recibir al Espíritu Santo, recibimos al Espíritu Santo para poder orar como hijos de Dios, no como esclavos. Y como somos hijos de Dios, somos libres. Por ello también hemos de rezar siempre con libertad, sin sentirnos obligados, ha de ser una oración libre.
San Pablo escribe que no sabemos cómo pedir para orar como conviene, pero que el Espíritu intercede por nosotros. El Papa Francisco recuerda que en el pasado se expresaba un dicho: “Mali, mala, male petimus”, que significa: Siendo malos (mali), pedimos cosas equivocadas (mala) y de la manera equivocada (male). Por ello, el Espíritu Santo viene en nuestro auxilio y “perfecciona” nuestra oración. Pensemos si oramos frecuentemente por los demás.

Gloria a Dios en el Cielo, y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso Señor, Hijo único, Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén

Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos; al tercer día, resucitó de entre los muertos, subió a los Cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
Amén
“Padre, ¿qué es una blasfemia?”
Hace poco una joven me preguntó: “Padre, ¿qué es una blasfemia? Porque he oído decir a varios Sacerdotes y Obispos que en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos se hizo una representación blasfema de la Última Cena. Yo como no vi esa ceremonia, y no sé qué es una blasfemia, mejor quise venir a preguntar”.
Yo le respondí: “La blasfemia consiste en insultar a Dios, ya sea públicamente o en el interior, profiriendo palabras de odio. También,
son blasfemas las palabras o expresiones deliberadamente violentas pronunciadas contra la Virgen María, los santos y las cosas sagradas.
La blasfemia es un pecado grave, ya que implica una falta de respeto profunda hacia Dios y las cosas sagradas. Se puede caer en este pecado a través de palabras, actos o promesas que muestran desprecio o irreverencia hacia lo sagrado. La reconciliación con Dios requiere arrepentimiento sincero, confesión, penitencia y un compromiso firme de enmienda.

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