Participantes del Campamento Cajaya junto a la doctora Álida Ortiz durante un viaje de estudio en la década de 1970.
Por: Jannette Ramos García
La primera impresión
Entrar a su hogar es internarse en un templo a la educación. Desde que se transita bajo el dintel de la puerta principal hacia la sala, te transportas a un mundo mágico donde los libros denotan la pasión que por ellos sienten la doctora Álida Ortiz Sotomayor y su esposo Edgardo Ortiz Corps. Cajas llenas de revistas, estibas de periódicos perfectamente organizados, cuadros interesantes en las paredes, una bandera de Puerto Rico y libros: libros por todas las esquinas y un sótano donde numerosos anaqueles albergan cientos y cientos de ellos. Se observan libros antiguos perfectamente conservados, libros de ficción, de historia, de ciencias, de política y curiosamente, su dueña y su dueño parecen saber dónde están cada uno de ellos y de qué tratan. Cada libro parece tener un nicho y sobre todo, allí se
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respira un profundo respeto por ellos. La sola presencia de los textos delatan el compromiso con una tarea que no tiene fin: educar, esa misión a la que Álida le ha dedicado gran parte de su vida. La niñez
Su niñez en Mayagüez fue presagio de su vida como educadora. El entorno que la vio nacer “era de barrio, era de vecindario,” donde todo el mundo se conocía. Álida se crió junto a sus dos hermanas—Rosa Iris e Irma—jugando en las aguas de lluvia que corrían por las cunetas de las calles no pavimentadas del sector Buena Vista en Mayagüez. Para ellas, era una delicia porque “en Mayagüez llueve todos los días después de las tres de la tarde.” Proviene de un hogar muy conservador y a su alrededor vivía la familia extendida. Las mujeres de su
Foto: Archivo Fotográfico de Sea Grant Puerto Rico
Álida Ortiz Sotomayor: Pionera de la educación marina en el Caribe