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Alida Ortiz Sotomayor: Pionera de la educación marina en el Caribe

Participantes del Campamento Cajaya junto a la doctora Álida Ortiz durante un viaje de estudio en la década de 1970.

Por: Jannette Ramos García

La primera impresión

Entrar a su hogar es internarse en un templo a la educación. Desde que se transita bajo el dintel de la puerta principal hacia la sala, te transportas a un mundo mágico donde los libros denotan la pasión que por ellos sienten la doctora Álida Ortiz Sotomayor y su esposo Edgardo Ortiz Corps. Cajas llenas de revistas, estibas de periódicos perfectamente organizados, cuadros interesantes en las paredes, una bandera de Puerto Rico y libros: libros por todas las esquinas y un sótano donde numerosos anaqueles albergan cientos y cientos de ellos. Se observan libros antiguos perfectamente conservados, libros de ficción, de historia, de ciencias, de política y curiosamente, su dueña y su dueño parecen saber dónde están cada uno de ellos y de qué tratan. Cada libro parece tener un nicho y sobre todo, allí se respira un profundo respeto por ellos. La sola presencia de los textos delatan el compromiso con una tarea que no tiene fin: educar, esa misión a la que Álida le ha dedicado gran parte de su vida.

La niñez

Su niñez en Mayagüez fue presagio de su vida como educadora. El entorno que la vio nacer “era de barrio, era de vecindario,” donde todo el mundo se conocía. Álida se crió junto a sus dos hermanas—Rosa Iris e Irma—jugando en las aguas de lluvia que corrían por las cunetas de las calles no pavimentadas del sector Buena Vista en Mayagüez. Para ellas, era una delicia porque “en Mayagüez llueve todos los días después de las tres de la tarde.” Proviene de un hogar muy conservador y a su alrededor vivía la familia extendida. Las mujeres de su

familia eran y son fuertes de carácter, longevas y muy unidas. Esas características permean aún sus vidas. Su padre, Epifanio Ortiz, poseía un colmado allí en Buena Vista, mientras que de su madre, Inés Sotomayor, recuerda, que fue una mujer que solo llegó hasta octavo grado. Sin embargo, tuvo la sabiduría de leer mucho con ella. Leía a su lado los libros de Álida y la esperaba en las noches cuando tenía que estudiar. De esa forma, hilaba el amor que luego su hija desarrollaría por los libros y la educación sin imaginarse que la niña se convertiría en la primera persona en obtener un doctorado en Ciencias Marinas en Puerto Rico.

Vida universitaria

En 1958, fue la primera de su familia en ingresar al Colegio, como se le conoce popularmente a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez. Todos los días iba a pie desde su casa en Buena Vista hasta el Colegio y luego de regreso. Su sueño era estudiar literatura hispánica. Para ese entonces, el Colegio no ofrecía dicho currículo y sus padres no la dejaron irse a la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Por lo tanto, decidió entrar por ciencias, específicamente, biología. Allí, el impacto que en ella causaron profesores tales como los doctores José Ramos, Juan Rivero, Juan Gerardo González Lagoa y Manuel Vélez entre otros, fue tal que según expresó, “hicieron mi personalidad de estudio y de campo y fueron los modelos más importantes de toda mi vida de estudios.”

Como parte de su experiencia universitaria, tuvo la oportunidad de formar parte de un curso que se ofreció por primera vez en los años 60 llamado biología de campo. En él, se aglutinaron un grupo de profesores y unos 15 estudiantes que durante todo un verano, viajaron por todo Puerto Rico; desde el Bosque de Maricao hasta Maunabo. Ese fue el primer contacto de la doctora Ortiz con el este de Puerto Rico. Allí nació su deseo de vivir cerca de una de las rocas grandes que son características de esa región. Fue un sueño que, al pasar los años, logró. En su hogar en Humacao, una roca enorme se balancea en una pendiente de su patio.

Así las cosas, cada una de las experiencias que adquirió durante su bachillerato la fueron llenando de fascinación por el trabajo de campo. Tanto le gustaba que procuraba asistir a todos los “field trips” que pudiera, aún cuando no estuviera matriculada. Pero fue un curso de biología marina impartido por el doctor Juan Rivero el que la llevó un verano por primera vez a Magueyes. Allí conoció a los pescadores de La Parguera y a los boteros que la llevaban a la islita que luego se convertiría en su centro de estudio. Esas vivencias fueron tan importantes que aún conserva cada libreta y los apuntes que tomó en ese periodo. La interacción con personas de diferentes disciplinas académicas la fueron moldeando y le dieron “estructura y contenido.” Cada persona que conoció aportó a su formación porque más allá de ser expertos en alguna materia, tenían una amplitud de conocimientos, eran sencillamente, interdisciplinarios. Reconocer que esas interacciones son casi cosa del pasado, la lleva

La doctora Álida Ortiz lideró viajes de campo para que los estudiantes de la Escuela Intermedia de Yabucoa aprendieran sobre los ecosistemas marinos y costeros.

a lamentarse de que ahora las universidades crean expertos en una materia pero no le dan el bagaje cultural necesario para que sus conocimientos sean más amplios.

Sus interacciones con sus compañeros y compañeras también han quedado fijas en la memoria de ellos y ellas. Allá para 1972 a 1973, Miguel Rolón (actual Director del Consejo de Administración Pesquera del Caribe) visitaba Magueyes por primera vez antes de comenzar a estudiar biología marina. Al llegar, se topó con Álida sin saber que luego estarían ligados por décadas de trabajo.

“Veo a una muchacha muy hermosa, sentada en un escalón gigante, frente a los laboratorios y yo pienso que era una artista. Entonces, me siento al lado de ella a mirar lo que hacía y le digo: ‘A la verdad que esos cuadros se ven tremendos.’ Ella me pregunta, ‘¿Qué cuadros?’ Y yo le contesto, ‘esas algas, esas pinturas están tremendas.’ Y ella viene y me dice, si serás @$#^%@, ¿no ves que estos no son cuadros? Estas son algas. ¿Tú no sabes nada de esto?’,” relató Miguel.

Miguel le contestó entonces que no sabía nada porque él lo que tenía era un bachillerato en biología. En ese momento, Álida lo sentó y comenzó a explicarle “de la A a la Z” todo sobre las algas, cuáles son las rojas, las verdes. Por qué unas se ponen de una forma y otra. En fin, se tomó el tiempo para darle la mayor cantidad posible de información sobre las algas y la forma de montarlas luego para preservarlas para estudio. Álida aún era estudiante, pero ya bullía en ella, la educadora. Desde ese día nació en Miguel admiración, respeto y una amistad que perdura hasta hoy. En ese periodo, compartieron también como compañeros de clase y tomaron un curso de verano con el doctor Máximo Cerame Vivas. Ella fue la única A en la clase. Miguel la considera una de las personas más inteligentes que ha dado Puerto Rico o en cualquier parte. Por su parte, el doctor González Lagoa quien fue su profesor de biología oceanográfica durante el doctorado recuerda que cuando ella tomó su curso “fue glorioso por el tipo de estudiantes extraordinarios que tuvo, especialmente ella. Me impacta su pasión por la educación de hacerle llegar a maestros y a estudiantes la información sobre los sistemas marinos de forma que sea asimilable para que todos y todas la entiendan. Cuando yo trabajaba con Hernández Ávila en el Programa de Educación (de Sea Grant) yo organizaba los talleres y uno se buscaba personas conocidas porque le llegan a la gente. Y yo la buscaba a ella para que diera una conferencia o parte del taller […]. Ella venía y entretejía todo el material que se le dio sobre los ecosistemas para que luego se lo pudieran llevar a los estudiantes. Juntos, trabajamos en muchas cosas y compartimos en Sea Grant en las cuestiones de educación y luego ella lo cogió [el Programa de Educación] y lo desarrolló en un programa bien fuerte,” expresó el doctor González.

La doctora Álida Ortiz junto al primer grupo de extensionistas marinos y personal administrativo de Extensión Agrícola cuando se inició el Programa Sea Grant en Humacao.

Rumbo a la academia

Al terminar su bachillerato, Álida permaneció en el Colegio en un trabajo de verano dentro

de lo que se conocía como el Centro Nuclear, lugar en donde ahora se encuentra el Centro de Investigación y Desarrollo. En esos días, vino como invitado desde la Universidad de Cornell, el doctor Harlam Banks, quien ofreció conferencias de las cuales Álida participó. A partir de ese momento, Cornell se convirtió en su centro de estudios para la maestría ya que Banks la invitó a estudiar en esta prestigiosa universidad y el doctor Suckey, con quien ella trabajaba en el Centro Nuclear, le regaló el pasaje. En Cornell, dirigida por el doctor Banks, completó su maestría en botánica. Al regresar a Puerto Rico, se reencontró con su antiguo profesor de biología, el profesorÁngel Rodríguez, quien le dijo; “tú vas a ir a Humacao,” refiriéndose a que Álida se convertiría en profesora de dicho recinto.

En aquel tiempo, lo que es hoy el Recinto de Humacao, era un colegio regional donde los programas de estudio solo duraban dos años. La mentalidad de colegio regional era refrescante, porque era “una comunidad de aprendizaje” en la cual la biblioteca siempre estaba abierta para todos y todas. Contratada como profesora, Álida comenzó su vida en Humacao, un pueblo que le era totalmente desconocido y que, posteriormente, se convirtió en su hogar.

El ambiente de colegio regional fue uno excepcional para la nueva profesora. Según cuenta Edgardo, todo el mundo, incluyendo al profesorado, cooperaba organizando los laboratorios, todos salían juntos al campo y cuando “queríamos pasar un momento chévere nos íbamos al Yunque a ver hongos bioluminiscentes, a la playa de Humacao o a la Fanduca. Y lo mejor era que nadie tenía egos en aquel grupo.” El compartir entre profesores y estudiantes, salía de los confines de los salones y de los laboratorios.

Se observa a la doctora Álida Ortiz en el campo. “Además de estudiar la costa, es importante conocer los rasgos geográficos del interior para entender los impactos sobre la orilla del mar,” indicó Álida.

Proyecto Sea Grant

Ya como profesora de universidad, a la doctora Álida Ortiz se le presentaron muchas oportunidades de proyectos de educación fuera del salón de clases. Fue la primera persona en realizar un doctorado en Ciencias Marinas en Puerto Rico y en ese periodo, cuando se graduaba de doctorado en 1976, el presidente de la Universidad era el doctor Arturo Morales Carrión. Para entonces, él estaba en conversaciones con la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) para establecer el Proyecto Sea Grant en Puerto Rico. Durante su graduación de doctorado y mientras recibía su investidura de manos del doctor Morales Carrión, él le dijo que al otro día iniciaban el Proyecto Sea Grant en el Colegio Regional de Humacao.

“Comenzamos como Proyecto de Extensión— asociado al Servicio de Extensión Agrícola— asesorando pescadores con tres extensionistas marinos que trabajaban en el campo. Luego, iniciamos las actividades de Educación Marina, con actividades para estudiantes preuniversitarios y maestros. De aquí nació el Centro de Educación Marina en UPR-Humacao,” explicó Álida sobre los inicios de Sea Grant y su intervención como primera directora del Programa.

Al tiempo en que Sea Grant se desarrollaba, dio comienzo también un esfuerzo muy cercano entre maestras y maestros del área este de Puerto Rico y el Departamento de Educación (DE), gracias a Julio López Ferrao quien era el director de ciencias en el DE. Esta iniciativa dio

Visita al paseo del Indio en la Reserva Nacional de Investigación Estuarina de Bahía de Jobos, lugar que Álida considera como sitio ideal para desarrollar el salón de clases fuera de la escuela.

paso a diversas conferencias que Edgardo y Álida ofrecían en las escuelas y, posteriormente, a varias series de talleres para maestros. Los talleres para maestros, para los cuales contaron con el auspicio del DE, preparaban a los educadores para discutir temas marinos en la sala de clases y facilitaban la trasmisión de conocimiento a los estudiantes. Por cada maestra o maestro que asistía a los talleres, cientos de estudiantes también aprendían sobre los ecosistemas marinos y costeros. Tanto para Álida como para Edgardo, como educadores, era muy importante la relación de excelencia que guardaban con otros Programas Sea Grant en los Estados Unidos. Entre los diferentes programas, se lograron acuerdos de intercambio muy fructíferos. Los maestros y las maestras contaban con la oportunidad de entender el ambiente marino tropical caribeño. No obstante, el marco conceptual que tenían era muy regionalista. Confrontaban entonces con el problema de que los libros de texto con que educaban, eran basados en el marco continental. Por consiguiente, no tenían la base, para entender otras corrientes marinas y otros temas. Así que durante un semestre aprendían sobre el ambiente marino de Puerto Rico y luego acudían a otros lugares para continuar aprendiendo.

Gracias a un acuerdo con el Programa Sea Grant de Carolina del Norte y del estado de Maine, el grupo de maestros y maestras tenía la oportunidad de ir por la costa del Atlántico a ver las diferencias en mareas entre la costa este de Estados Unidos y Puerto Rico. Veían las diferencias en las pesquerías y asistían a los mercados. Luego, los maestros de Carolina del Norte y de Maine, venían a Puerto Rico durante una a dos semanas a conocer nuestro ambiente. Estos intercambios permitían la creación de lazos entre los grupos que con el paso del tiempo, se mantenían. Este esfuerzo era subvencionado por el Departamento de Educación, por el Programa Sea Grant y la Universidad de Puerto Rico y se conocía como Asociación de Maestros Pro Educación Marina (AMPEM).

Luego, durante la presidencia del doctor Ismael Almodóvar, el Programa Sea Grant se transfirió al Departamento de Ciencias Marinas en el Recinto de Mayagüez. Sus oficinas principales permanecen en Mayagüez al día de hoy. El primer director del Programa en Mayagüez fue el doctor ManuelHernández Ávila, quien a juicio de Álida, realizó un excelente trabajo. El componente de educación marina se mantuvo en Humacao hasta el momento en que Álida se jubiló, pero en su lugar quedó su alumna, Lesbia L. Montero Acevedo, quien hasta el día de hoy es la Coordinadora de Educación del Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico (PSGUPR). “Conocí a Álida en 1988 cuando tomé el curso de Seminario de Temas Costaneros durante mi bachillerato en Biología Marina. En ese curso, el tema principal fue Jobos. Álida quería que se desarrollaran trabajos alrededor de la Reserva

Estuarina. A mí me interesó el tema de la educación con el manglar, en especial, realizar una guía de actividades. Desde ese entonces, Álida y yo desarrollamos una relación bien interesante. A partir de ese curso, Álida me contrató por jornal para trabajar en Sea Grant en las actividades educativas. Comencé realizando actividades educativas de varios temas marinos, luego los viajes de campo y por último, los talleres a maestros,” relató Lesbia sobre su relación con Álida en el Programa Sea Grant. Como mentora, Álida ha infundido confianza y le ha permitido a otras personas desarrollar su capacidades. Ella cree firmemente en ayudar a los demás para que ellos mismos puedan adquirir destrezas y ponerlas en práctica. Lesbia es una entre muchos educadores y educadoras a quienes Álida les ha brindado su apoyo y conocimiento.

“Ella tuvo una confianza increíble en mí; ella sabía que yo podía hacerlo y no se equivocó. Aprendí muchas cosas; ella fue un modelo a seguir. Todo lo que soy en el área profesional se lo debo a ella. Fue mi mentora, amiga y mi segunda madre. Yo cuando la llamo le digo madre y algunas veces nos encontramos, hablamos; nos ponemos al día o solo para abrazarnos y ese abrazo es mi forma de agradecerle por todo,” expresó Lesbia acerca de las cualidades de Álida.

Son numerosos los esfuerzos educativos que ha llevado a cabo la doctora Ortiz. Dentro del Programa Sea Grant, Álida también trabajó en el desarrollo del conocido Campamento Cajaya (que significa tiburón en taíno), experiencia que, durante varios veranos, le permitió a una gran cantidad de jóvenes adolescentes conocer el mar. Algunas de las personas participantes de Cajaya continuaron carreras en las ciencias marinas y en la biología marina. Además, Álida colaboró en los inicios del Programa Guardarenas en Puerto Rico. Mediante Guardarenas, grupos de niñas, niños y jóvenes junto a sus líderes, estudian las corrientes, el viento, las olas y la composición de la arena, entre otros factores clave en la dinámica de las costas.

“Álida tiene un compromiso genuino con la conservación de los recursos marinos y costeros y no ha bajado la guardia en su defensa de estos ecosistemas y atracciones naturales. Álida es

La doctora Álida Ortiz junto a grupo de estudiantes de la UPR-Humacao en una visita al Yunque en la cual coincidieron con el cantautor Tony Croatto.

la madre de Sea Grant en Puerto Rico y nunca ha dejado de serlo. Ella ha colaborado con Sea Grant en innumerables oportunidades. Hemos desarrollado proyectos para las escuelas, maestros, pescadores, recepcionistas, agencias gubernamentales, estudiantes universitarios y siempre con la misma pasión y deseo por la educación,” expresó Ruperto Chaparro Serrano, actual director del PSGUPR.

Compromiso continuo y a todos los niveles

Su labor con los educadores de Puerto Rico, siempre ha ido de la mano con el trabajo académico en la universidad. A lo largo de más de 30 años, Álida impartió clases en diferentes recintos de la Universidad de Puerto Rico aun cuando su base fue siempre el Recinto de Humacao. Dictó cursos en temas tales como: Biología general, Botánica marina, Recursos pesqueros, Manejo de recursos costeros, Geomorfología de costas y Didáctica ambiental. En la UPR, además, se desempeñó como Asistente Especial del Presidente de la UPR, Lcdo. Fernando Agrait, durante la implantación del Programa de Desarrollo de la Facultad. De igual forma, ocupó diversos puestos administrativos, muchos de ellos vinculados estrechamente con la educación y la capacitación de maestros y maestras en el área de las ciencias. Álida se jubiló de la UPR en el año 2000. No obstante, esto no significa que la tarea haya culminado.

Actualmente, imparte cursos en la Universidad Metropolitana (UMET), ofrece talleres con el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA) y lidera el Panel Asesor de Extensión y Educación en el Consejo de Administración Pesquera del Caribe (CFMC, por sus siglas en inglés). Desde 2001, a través de su propia firma de consultoría educativa Consultores Educativos Ambientales, C.S.P., ofrece talleres sobre temas de comunicación y educación ambiental, estrategias pedagógicas en ciencias fuera del salón de clases y servicios de mentoría para maestros. Ha prestado también servicios como consultora de la Compañía de Turismo de Puerto Rico (CTPR).

No siempre son estudiantes jóvenes los que acompañan a la doctora Álida Ortiz. Adultos, pescadores y líderes comunitarios también son alumnos de educación marina.

“Mi trabajo en la CTPR, luego de jubilada de la UPR, fue esencialmente proveer espacios de aprendizaje al personal de la CTPR y a los dueños de facilidades de hospederías en las costas con el propósito de que pudieran comprender la importancia de los ecosistemas costeros para el turismo, pero al mismo tiempo, la fragilidad que tienen ante el impacto del turismo. Además, trabajamos en el diseño de la Política Ambiental de la CTPR, en el establecimiento del Programa Bandera Azul de Playas y la implantación de las Buenas Prácticas Ambientales en los Paradores,” comentó Álida al hablar de sus esfuerzos de educación dentro del ámbito del turismo.

Desde el campo de las ciencias y gracias a su vocación de educadora, Álida ha podido llegar a miles de personas y fomentar el amor por la naturaleza y su estudio en ellos y ellas. Su interés profesional ha sido principalmente “la educación para el buen uso de los recursos costeros a diferentes poblaciones, irrespectivamente de sus intereses académicos y niveles de escolaridad,” según expresó. Esta preocupación por el buen uso de los recursos es el motor que la ha llevado también ha trabajar en pro de la conservación y el uso sustentable de nuestras reservas marinas. A lo largo de varias décadas, Álida ha pertenecido a diversos grupos de trabajo cuyo propósito principal ha estado dirigido a la conservación, al uso sabio y al manejo de los recursos. Con

la Reserva Natural de Humacao mantiene un estrecho vínculo que se remonta a la década de los 70 ya que participó del grupo comunitario que luchó para evitar que secaran las lagunas y las convirtieran en urbanizaciones. Esta Reserva le ha servido además como laboratorio de campo en sus cursos y talleres de maestros. “Le tengo un cariño enorme a esa Reserva,” declaró Álida.

Asimismo, revisó el Plan de Manejo de la Reserva Natural Arrecifes de la Cordillera, la cual considera un recurso extraordinario para cursos y talleres en ecosistemas marinos. En tiempos más recientes, ha estado involucrada en las labores relacionadas a la conservación y al manejo de la Reserva Marina Arrecife de la Isla Verde en Carolina, ya que, entre otras cosas, forma parte de su Junta de Manejo. Dentro de la Junta, específicamente, su presidente, Paco López, la considera como “una de sus profesoras” en lo que a ambiente marino se refiere. Álida ha sido la profesora para una gran cantidad de personas en Puerto Rico. Mediante sus talleres y la preparación de materiales educativos para diferentes disciplinas en temas marinos ha logrado capacitar a cientos de maestros y maestras en la enseñanza de temas marinos en el salón de clases. Los materiales educativos que ha preparado han sido incluidos en el currículo general y en los cursos de educación ambiental de muchas escuelas en Puerto Rico.

“Como educadora es excelente, intuitiva, firme y paciente. Ella desarrolla al máximo las potencialidades ocultas de cada estudiante, de forma que, a partir de ellas, puedan ocupar un rol importante en la sociedad,” mencionó Lesbia.

Asimismo, su labor educativa ha trascendido los límites de Puerto Rico. Álida ha servido como Consultora Internacional para el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas (PNUMA) en el Caribe. A través del PNUMA, ha capacitado a personas responsables de tomar decisiones sobre el medio ambiente en temas de conservación y uso sustentable de los recursos marinos y costeros en Barbados, Belice, Jamaica, República

Foto: Jannett Ramos García

Álida Ortiz junto a su esposo, Edgardo Ortiz, frente a la gran roca que forma parte del patio de su casa. “El patio de mi casa es particular...,” dice Álida.

Dominicana, México, Trinidad-Tobago, Saba y Sta. Lucía. También ha servido como Consultora para la Alianza del Caribe para el Turismo Sustentable en la capacitación del personal en las empresas hoteleras y de turismo con el fin de lograr un manejo adecuado del ambiente y la conservación de los recursos costeros en diferentes países del Caribe. Junto con sus labores en el CFMC, se puede decir que todas estas experiencias han hecho de Álida una auténtica caribeña.

“En 1995 tuve la oportunidad de colaborar con el Programa de Naciones Unidas de Medioambiente (PNUMA) en Jamaica y con la Alianza del Caribe para el Turismo Sostenible en San Juan, encuentro que causó una impresión irreversible en mi forma de ver lo que sabía sobre el ambiente marino, por mi preparación profesional y la conexión con la actividad del turismo. Hasta ese momento entendía ambos espacios como contrarios y el turismo como el impacto totalmente negativo sobre el ambiente marino. Los ejemplos de Puerto Rico contribuían bastante a esa idea. Sin embargo, cuando tuve la oportunidad de presentar los ecosistemas costeros como los manglares, las playas y los arrecifes a los dueños de hoteles, gerentes de negocios de turismo y oficiales de gobierno en diferentes lugares del Caribe y lograr que comprendieran que pueden hacerse actividades de turismo sin impacto negativo y que estuviesen dispuestos y entusiasmados a hacerlo, me hizo ver claramente el espacio de educación amplio— más allá de la ecología y las ciencias marinas— para todos los sectores. Y eso es lo que vengo haciendo desde entonces,” confesó la doctora Ortiz al tiempo en que también demostró que ella también sigue aprendiendo.

Hacia el futuro

La educación, al igual que la gran mayoría de los procesos en la vida, no tiene un final. Constituye un devenir constante en el que se busca la transformación permanente del ser humano y su participación integral en la sociedad. En su tiempo libre, Álida se mantiene leyendo y escribiendo y, por ende, viviendo en carne propia lo que es su pasión: educar.

Sus planes futuros siguen atados a esta vocación incesante y desprendida. La doctora Álida Ortiz cuenta con una vasta colección de publicaciones. Entre las más recientes, se destacan Los arrecifes de coral (publicado por el Programa Sea Grant en Puerto Rico), Juntos… aprendemos a preservar nuestra Reserva Natural de Humacao (publicado bajo el Programa de Educación Comunal de Entrega y Servicio) y Local Action Strategies for Coral Conservation in Puerto Rico (publicado con la UMET y el DRNA). No obstante, a ella no le interesa acumular publicaciones sino compartir con los demás lo que sabe y recibir de otras personas más enseñanzas y experiencias. Sus publicaciones, más bien, son herramientas para educar. Le basta saber que ha tocado el corazón y el intelecto de alguien y que esa otra persona puede también seguir transformando vidas.

“Mantenerme en este rumbo de educación en todos los espacios e instancias en los cuales me tope con la mirada brillante de una persona que pueda ser motivada, por lo que digo, a examinar todos los puntos de vista y encontrar más tarde que [esa persona] me diga: ¡lo hice!,” puntualizó Álida sobre sus planes futuros.

Nota de la autora

Conocer e interactuar con Álida Ortiz es estar en la presencia de una mujer que se me antoja excepcional. Transmite luz y aunque se proyecta suave, se nota el empuje, la fuerza y la pasión que siente por lo que hace, por educar. El compartir un rato con ella sencillamente te nutre. Aprendes, disfrutas y sientes que quieres saber más. En fin, dice una canción de Serrat, “es menuda como un soplo.” Ella es pequeña en estatura, tanto como un soplo, pero su estatura intelectual, cultural, de justicia, de conciencia de todo tipo, la hacen una gigante que la lleva a sobresalir entre los y las mas grandes de nuestra patria. Gracias a ella y a Edgardo por abrirme las puertas de su hogar, de sus vidas y por el rato tan placentero que compartieron conmigo. Agradezco también la información provista por el señor Ruperto Chaparro Serrano (PSGUPR), la bióloga Lesbia L. Montero Acevedo (PSGUPR), el señor Miguel Rolón (CFMC), la señora Diana Martinó (CFMC), el doctor Juan G. González Lagoa (UPRM), el señor Francisco “Paco” López Mújica (RMAIV) y la señora Zulma E. Martínez Camacho (UPRM).

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