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“La más absoluta desesperanza”

Victoria Rimasse piensa que su depresión puede ser genética. Sospecha que su madre la padecía, pero no se la diagnosticaron. Rimasse recuerda que su madre se sentaba en la oscuridad durante horas y fumaba, o bien se refugiaba en su cama durante días, sin querer salir de casa. Después de terminar sus estudios universitarios, Rimasse vivió en su casa durante algunos años, y sentía una fuerte sensación de culpa cada vez que pensaba en salir por su cuenta. Fue durante este período que tuvo su propio ataque de depresión.

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“Tenía una profunda sensación de aislamiento”, comenta. “Simplemente no me sentía conectada con el mundo”.

Rimasse llegó a su peor momento décadas después, cuando su hijo dejó el hogar para ir a la universidad. “Me sentí sola y abandonada. Mi hijo no me necesitaba, y yo ya no tenía ningún propósito en la vida, ningún valor. Me habían despedido del trabajo y en ese momento tenía muy poco dinero. Estaba a punto de cumplir 60 años”.

A raíz de ello, se replegó. “Lloraba hasta quedarme dormida, me levantaba durante la noche para darme un atracón y luego volvía a la cama”. También empezó a medicarse en exceso con fármacos recetados.

Rimasse describe su depresión como un sentimiento de “absoluta desesperanza: nada te produce alegría. Ir a la tienda se convierte en un temible suplicio, porque quizá haya que hablar con alguien y tienes miedo de ponerte a llorar”.

Rimasse ha recibido tratamiento a intervalos, y desde el 2005 ha estado tomando Zoloft continuamente. Le ayuda a estabilizar el estado de ánimo. Hace poco comenzó a trabajar con un terapeuta cognitivo conductual, que “me da ejercicios para hacer en casa. Me ha ayudado muchísimo”.

Cómo lo afronta: el método más eficaz para Rimasse es mantenerse ocupada y participar en actividades, como el grupo Toastmasters para aprender a hablar en público. Se siente agradecida porque su trabajo diurno como asistente legal en un estudio jurídico (también es asesora de mercadotecnia) es muy exigente. “Tengo que dedicarme por completo y cumplir los plazos, y no puedo preocuparme por mis propios problemas”. Sin embargo, lo que más le sirve es ayudar a los demás. “Si alguien necesita algo —ya sea orientar a nuevos miembros de Toastmasters o ayudar al hijo de un amigo a redactar un currículo—, siempre me apunto”, señala Rimasse. “Ayudar a los demás me produce un sentimiento de autoestima y me permite salir de mí misma”.

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