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¿Cómo lo afronta?
from Libro Depresión
by Rosa Aguilar
Cómo lo afronta: Sweeney recurre a la escritura, una forma de terapia que ella compara con la meditación con bolígrafo. “Es parecido a llevar un diario, salvo que lo haces en un lapso determinado, manteniendo la mano en movimiento y sin detenerte a pensar. Captas detalles sensoriales, observas a tu alrededor y escribes lo que ves. Te sitúa en la realidad, en vez de estar metido en la cabeza”. No obstante, el mayor estímulo emocional para Sweeney ha sido correr. No se trata solo de las sustancias químicas cerebrales que produce la actividad física y que mejoran el estado de ánimo, explica. “Existe un espíritu de comunidad, porque a veces corro con un grupo. También participo en carreras que tienen un plan de entrenamiento, por lo que hay una estructura. Y además surge una sensación de logro al alcanzar tus objetivos: dije que iba a correr cinco kilómetros, y lo hice”. Sweeney insiste en que el ejercicio realmente da resultado: “La depresión detesta un objetivo en movimiento”.

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El escritor y periodista radiofónico John Moe tenía más de 30 años cuando por fin comprendió que había estado deprimido desde la infancia, comenta. “Pensaba que la depresión consistía solo en llorar mucho y quedarse en la cama. Siempre he podido levantarme de la cama”.
En cambio, sentía “una especie de desesperanza encarnada que simplemente asumía como una realidad”. Moe solía responder a ese miedo con bromas, y a veces con ira. Esa reacción continuó en la edad adulta: “Adoptó una forma de furia contenida, como la ira que se siente en la carretera. No me bajaba del automóvil ni tocaba mucho la bocina, pero era una especie de locura que se apoderaba de mí”.


A medida que se fueron acumulando las presiones del matrimonio, la paternidad y la carrera, la depresión y la ira empeoraron. Empezó a alejarse de sus amigos y de otros allegados cercanos. “Un amigo me llamaba y me decía: 'Oye, ¿quieres salir a tomar unas cervezas y ver el partido? Yo le decía que no, porque pensaba: 'Bueno, no me voy a comportar como un buen amigo con él […]. Lo voy a decepcionar”.
Finalmente, la esposa de Moe lo presionó para que pidiera ayuda, y el psiquiatra le diagnosticó una depresión clásica. Con el diagnóstico llegó el alivio, explica. “No era un problema de carácter. No era una debilidad. Me dije: ‘Tengo una enfermedad. Esto es algo que tengo, no algo que soy’”. Desde entonces ha tomado varios antidepresivos, muchos de los cuales surtieron efecto durante un tiempo —el psiquiatra modifica la dosis con frecuencia—, y acude a un terapeuta con regularidad.
¿Pero qué le dio mejor resultado? Hablar del problema y ayudar a los demás. Moe ha dedicado su carrera a tratar de desmentir los conceptos erróneos y perjudiciales sobre la depresión y a eliminar la vergüenza que la acompaña: una vergüenza que, en su opinión, contribuyó al suicidio de su hermano en el 2007. “Sentía que [la depresión] era su culpa [...]. Por eso pensé: si hubiera más gente que hablara del tema como algo normal, quizá habría hablado más al respecto y habría pedido ayuda [...]. Si no hablamos de esto, la gente muere”
Cómo lo afronta: además de hablar de la realidad de la depresión en la medida en que puede, Moe dice: “Intento mover el cuerpo. Acabo de dar una caminata de cuatro millas con los perros, lo que procuro hacer unas cinco veces por semana Gran parte de mi trabajo consiste en escuchar material, escuchar entrevistas. Así que simplemente me pongo los auriculares, doy un largo paseo con los perros y voy haciendo el trabajo mientras camino”
Victoria Rimasse, 67 años, North Arlington, Nueva Jersey


