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Manifiesto del taller de arquitectura del paisaje / Universidad de Montemorelos, mayo 2020

Por: Samuel Rosales, Jahmai Montijo, Koreisy Morales, Samuel Rosales, Giovanni Taracena y Esli Venancio

Alumnos del taller de arquitectura del paisaje en la Universidad de Montemorelos, Nuevo León, México.

Como alumnos del sexto semestre de Arquitectura de la Universidad de Montemorelos y como futuros arquitectos, manifestamos que…

Dios es nuestro principal arquitecto y artista y no hay quien se le asemeje. Todo lo que él creó fue bueno en gran manera y perfecto. A través de los relatos bíblicos podemos imaginar cómo fue el inicio de la creación. A pesar de la desgracia del pecado, que afectó no sólo a la raza humana en su anatomía, sino también a todo el diseño paisajista que Dios creó, tenemos grandes evidencias del diseño original. Un diseño del cual Dios nos ha hecho mayordomos.

Dios nos ha otorgado la potestad de obrar y elegir, según como nosotros consideremos mejor, nos ha dado libertad para tomar nuestras propias decisiones y el privilegio de labrar y cuidar la tierra que en un principio fue encomendado a Adán y que nos ha sido heredado de generación en generación. No debemos olvidar que todos estos privilegios encierran una gran responsabilidad que, como arquitectos, hemos decidido asumir. Por ello, al diseñar, crear, mejorar e intervenir espacios debemos ser conscientes del impacto que pueden causar en la vida de quienes los habitan para que contribuyamos al cumplimiento del propósito de la naturaleza que consiste en manifestar el amor del Creador.

Con respecto a lo anterior, Elena G. White, en su libro Patriarcas y Profetas (1977) menciona que “cuando la tierra salió de las manos del Creador, era sumamente hermosa. La superficie presentaba un aspecto multiforme con montañas, colinas y llanuras, entrelazadas con magníficos ríos y bellos lagos. Pero las colinas y las montañas no eran abruptas y escarpadas, ni abundaban en ellas declives aterradores, ni abismos espeluznantes como ocurre ahora; las agudas y ásperas cúspides de la rocosa armazón de la tierra estaban sepultadas bajo un suelo fértil, que producía por doquiera una frondosa vegetación verde. No había repugnantes pantanos ni desiertos estériles. Agraciados arbustos y delicadas flores saludaban la vista por dondequiera. Las alturas estaban coronadas con árboles aún más imponentes que los que existen ahora. El aire, limpio de impuros miasmas, era claro y saludable. La hueste angélica presenció la escena con deleite, y se regocijó en las maravillosas obras de Dios”. -- También manifestamos que uno de nuestros ideales principales como creyentes de Dios es lograr conocer el cielo y, al imaginarnos ese día glorioso, podemos visualizar, en nuestra mente, gracias a diferentes textos, el maravilloso paisaje que tendrá ese lugar. Tanto las Sagradas Escrituras como los escritos inspirados de Elena G. de White nos ofrecen una imagen más clara de los diseños de Dios.

White también comenta, en su libro La Educación Cristiana (1985) que, “en el mundo natural, Dios ha puesto en las manos de los hijos de los hombres la llave que ha de abrir el alfolí de su Palabra. Lo invisible queda ilustrado por lo que se ve; la sabiduría divina, la verdad eterna y la gracia infinita se entienden por las cosas que Dios ha hecho”.

Además, manifestamos que el libre albedrío del hombre y de la mujer forma parte de la naturaleza configurada por Dios desde la Creación. De ahí se derivan las decisiones que las personas toman y por ende su desenlace espiritual. El entorno es un factor de suma importancia en esta toma de decisiones.

A través de la historia, han existido precursores del paisajismo y de la arquitectura que han sabido plasmar, a través de sus obras, respuestas concretas y sublimes al paradigma de evocar, a través del diseño, la cualidad más inherente a la naturaleza del hombre: el espíritu. Uno de estos personajes fue el arquitecto catalán, Antonio Gaudí, quien nos muestra, a través de su obra, la importancia de concatenar el arte de la edificación con todos los elementos naturales que existen previo al proceso mismo del diseño. Gaudí logra, en su obra arquitectónica, potencializar las características constructivas y de diseño propias de la naturaleza como lo son, el movimiento, las formas orgánicas y las relaciones de armonía y tensión que la naturaleza ofrece libremente.

Con solemne compromiso, también manifestamos que en el ejercicio de nuestra profesión tenemos la facultad de generar entornos que acerquen a las personas a la voluntad de Dios, orientándolas a elegir la senda natural de lo que en esencia Él quiere para cada uno de nosotros. Es imprescindible que nuestro actuar profesional trascienda de la intención a la acción; ordenando, sistematizando, jerarquizando elementos, pero sobre todo, participando de los protocolos que intervienen en la ejecución de proyectos. Debemos involucrarnos en la creación de normas que regulen el desarrollo urbano, garantizando que se dé luz a estas, a través de un proceso que cuide el diseño natural de nuestro Creador. De esta forma se podrán configurar grupos especializados que vigilen la implementación de proyectos de urbanización y rescate de espacios públicos, tutelando la autonomía de la naturaleza en todo tiempo y desde cualquier trinchera.

Por otra parte, manifestamos que mientras permanezcamos en esta tierra debemos cuidar y proteger nuestro hábitat, y un día no muy lejano cuando Dios, el Arquitecto paisajista principal nos pida cuentas de lo que ha dejado a nuestro cargo, podamos escuchar las palabras: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:23). La recompensa será tan grande que Él transformará todo el entorno. Todo volverá a ser perfecto, como lo declara White, en Eventos de los Últimos Días (2010), “Veremos todos los campos llenos de toda clase de flores y al cortarlas, exclamaremos: ¡No se marchitan!. Veremos campos de alta hierba de color verde vivo, con reflejos de plata y oro al ondular para gloria del Rey. También veremos un campo lleno de toda clase de animales: el león, el cordero, el leopardo y el lobo, todos vivirán allí juntos en perfecta unión. Pasaremos por en medio de ellos, y nos seguirán mansamente. Habrán bosques, no sombríos como los de la tierra actual, sino esplendorosos y gloriosos en todo, y exclamaremos todos juntos: ‘Atravesemos los bosques en camino hacia el monte de Sion”.

Por último, manifestamos que hacemos nuestras las palabras de Ben Carson y Van Gogh: “Aquellos que contemplan la belleza de la tierra, encuentran fuerzas que durarán para siempre” y “mantén tu amor por la naturaleza, pues es la verdadera forma de entender el arte”.

Esto es lo que nosotros como alumnos del sexto semestre de Arquitectura de la Universidad de Montemorelos creemos.