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CARIÑO QUIERE CARIÑO

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¿SABÍAS QUÉ?

¿SABÍAS QUÉ?

POR: SALVADOR VÁSQUEZ | Licenciado en Derecho

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La política y su vasto repertorio de recursos para hacerse con el poder (por lo cual me remito directamente a la política en una de sus más conocidas variantes, la electoral, que es el vértice de las demás en nuestro actual estado democrático) sufrió un desgaste brutal durante la segunda mitad del siglo XX, y, especialmente, en lo que va del siglo XXI. De tal manera que, a pesar de los avances ideológicos y filosóficos con los que se enriqueció a raíz de las innovaciones sociales surgidas en este periodo, es una de las materias más desprestigiadas desde la óptica de los mexicanos, ya que es una referencia —de origen dudoso— de los actores que participan en ella porque parecen seres provenientes de otra galaxia, nacidos en un desierto lejano o cuando menos, en otro estado, porque no son percibidos como individuos que cuenten con las características necesarias para desempeñarse como políticos

Esto, lejos de ser anecdótico, contiene de manera subyacente la explicación de la ruta que ha seguido la vida pública de México en los últimos años: resumida en desánimo, incredulidad, sospechosismo y por lo tanto, en la aceptación de que una oferta partidista basada en la simple esperanza de perfeccionar estos aspectos ha sido suficiente para embarcarnos en una aventura en búsqueda de la mejor definición de la política, satisfaciendo las aspiraciones legítimas de los habitantes, los cuales, a la fecha, cuentan con niveles mínimos y mitológicos de bienestar.

La realidad en ese desdoro de la actividad indica que se han trastocado los valores que debe poseer un candidato para representar a la comunidad y entender sus necesidades. Sin embargo, parece que no ha habido en el horizonte una acepción del postulante y de su perfil, ya que ser burócrata es casi un requisito sin el cual no es posible servir al pueblo que lo contrata, quizás porque la ciudadanía tiene la sensación de que al menos está identificando al suspirante por el poder, quien no se dará a la fuga con el dinero de la nación.

A pesar de ello, frases como: “Seguro que Fulanito será el próximo candidato, ya le dieron tal o cual puesto”. “Es amigo del gobernador, lo tiene trabajando en una dirección creada para él”; se han establecido como la correlación futura, para bien o para mal, de los formados en la fila que llamaremos, apenas, aspirantes a políticos. Así, el quid pro quo, el cariño quiere cariño, no se ha visto retribuido desde la perspectiva del electorado ni con los resultados inobjetables reflejados en las urnas.

Debido a lo anterior, legiones de ciudadanos han acudido al llamado de la simple esperanza sin una actitud crítica que les permita discernir entre dos tiempos (presente: recibo “apoyo”; futuro; recibiré) y por ello, han sido el elemento más acabado de la realpolitik, es decir, se han convertido en el voto cautivo producto de tal conjugación para ser beneficiados en algún momento no muy lejano.

Perdón por el uso pretencioso del término, pero no he encontrado otro que lo explique con el efecto dramático que requiere la ocasión: es que nunca se ha tratado de que los políticos se transformen en prohombres y mujeres puros y castos, ni de que pongan en práctica metodologías y transversalidades, sino de que entiendan el meollo de la coloquial expresión cariño quiere cariño : dar para merecer, dejando de lado valores axiomáticos y comprendiendo que se debe hacer lo correcto: ¡tener conciencia social!

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