Carla Faesler
Texto es el ser con quien vivo D
esde hace años me pregunto: ¿por qué escribo como escribo lo que escribo? O lo que es lo mismo: ¿por qué pienso como pienso lo que pienso?, todo el tiempo. Y busco claves para comprender, analizar y cuestionar la visión del mundo que expreso al escribir. La poesía tiene que ver más con procesos de pensamiento que con literatura, por eso —pienso que pienso— es el pulso del acontecer contemporáneo, ¿pero cuál? A mí, el presente me duda de manera insistente, la urgencia me pregunta sobre el cambio que nos late en ese futuro —como le solíamos llamar— que, por fin, no existe ya. Cancelada la idea del tiempo lineal, el “progreso'' —ese exitoso concepto de negocio planetario— ha desaparecido, y con él se ha derrumbado el tiempo, que sólo existía, secuestrado, para proyectar en nuestro muro de realidad una mirada única y homogénea sobre las cosas. Trastocada la idea base del existir en esta la historia de los últimos siglos como un movimiento hacia sólo un lugar y no otro, la poesía podría convertirse —¿ya es?— en la nave que transporta nuestra imaginación a un universo distinto al precepto, a lo ya determinado, a lo uniforme, que, general e ineludiblemente, es nuestra manera de discurrir sobre las cosas y por ende, de escribir poemas.
Preguntarme sobre la escritura como instrumento de reproducción de una forma de pensar es indagar en mi marco de referencia con el mundo: ¿por qué formulo de esa manera un poema sobre una silla, sobre el amor o un fantasma?, ¿por qué se me ocurre tal o cual cosa cuando escribo sobre una flor, un hombre o un cuchillo? Porque así estoy hecha, de esa serie de significados, definiciones y acepciones de diccionario que devienen instrucciones y directrices para funcionar en el mundo en el que crecí. Pero el mundo no sólo ha ido cambiando a lo largo de los siglos, el mundo, ahora, es radicalmente otro. Desde ayer. Y yo sigo siendo la misma. Voltear a ver lo que sucede y percibir el cambio no me es un asunto fácil; no es sólo cuestión de girar la cabeza, el entendimiento y la atención; es también deshacerme, reconfigurarme, aprender, abrazar lo que ocurre, que es esa corriente de emociones, hechos y reflexiones que arman el inconsciente colectivo, esculpen los imaginarios comunes y actúan sobre el alma y la inteligencia individual. Así, la posibilidad de cambio deja de ser un discurso vacío, un tic de mainstream disfrazado de conciencia para convertirse en gesto
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