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Editorial
¿Qué nos pasa por dentro? Este número de Lee+ es un viaje hacia la psicología, no sólo como disciplina, sino como una forma de estar en el mundo: más conscientes, más vulnerables, más humanos.
Dedicamos buena parte de este número a Virginia Woolf, autora que revolucionó la forma de narrar la mente humana y celebramos el centenario de la publicación de La señora Dalloway, una novela que sigue siendo un referente sobre cómo el pensamiento puede ser también protagonista. Brenda Ríos y Anita Mejía exploran la psicología íntima de los personajes de Woolf, mientras que Clarissa Dalloway, desde nuestra sección “Quejas y sugerencias”, nos escribe para cuestionar el exceso de análisis con una sinceridad brutal: “a veces, sólo quiero ser humana”.
También viajamos a la Feria del Libro Infantil de Bolonia, uno de los encuentros más importantes del mundo editorial dedicado a la infancia. Ahí conversamos con dos artistas extraordinarios: Nicolas Lacombe, quien nos habló acerca de su asombrosa técnica de ilustración con cinta adhesiva y su inspiración en la estética del grabado asiático; y Joëlle Jolivet, ilustradora de culto que nos abrió las puertas de su universo visual lleno de linograbados, humor, cultura y memoria. Dos voces que nos recuerdan que ilustrar puede ser, también, una forma de pensar.
La mente también habita el cuerpo y Lisa Mosconi, en conversación con Ximena Hutton, nos revela cómo la menopausia afecta el cerebro femenino, una realidad que la ciencia empieza apenas a reconocer. En la misma línea de salud y reflexión, Lucía Moreno Valenzuela, en su texto “Desde el vientre”, nos alerta sobre la importancia de cuidar la salud mental y física desde antes del nacimiento, apostando por un futuro más consciente y menos tóxico.
Y porque la psicología también se escucha, en “La psicología del sonido” exploramos cómo la música nos moldea. Desde antes de hablar, ya estamos vibrando con el mundo. Y Fernando Sanabrais, en “Diagnóstico: neurosis de literatura”, examina con lucidez e ironía la ansiedad, el cansancio crónico y el colapso creativo en un entorno que parece exigirnos demasiado, incluso cuando sólo intentamos leer o escribir en paz.
José Luis Trueba Lara recuerda a Mario Vargas Llosa en tres rounds, un texto que no sólo es homenaje, sino también una reflexión sobre las ideas, la libertad y los golpes que deja la literatura. En la ficción, entrevistamos a Hannah Nicole, quien nos habla de la evolución emocional de sus personajes en la saga Aprendiz del villano
También presentamos la historia de Whitaker House Español, una editorial que llega a Librerías Gandhi con una misión clara: conectar a los lectores con su propósito de vida. Victor Ruiz, por su parte, conversa con el diseñador Emiliano Godoy sobre ética, sostenibilidad y lenguaje visual en “El diseño como lenguaje”. Y cerramos esta edición con Carina Maggar quien nos comparte una guía clara y visual para encontrar equilibrio en tiempos de agotamiento laboral.
Este número no pretende dar respuestas, sino abrir preguntas sobre lo invisible: la mente, el deseo, la emociónn. Porque, al final, como escribió Woolf, “no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.
Es momento de entrar en la mente, perderse un poco y encontrarse de nuevo entre palabras.+
Yara Vidal
Directora general
Revista Lee+ de Librerías Gandhi
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Revista Lee+ de Librerías Gandhi
Editor responsable: Yara Beatriz Sánchez De La Barquera Vidal, Distribución: Librerías Gandhi, S.A. de C.V., Dirección: Calle Comunal No.7, Col. Agricola Chimalistac, C.P. 01050, Alcaldía Álvaro Obregón CDMX. Número de Reserva al Título ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor: 04-2009-051820092500-102. Certificado de Licitud de Título No. 14505 y Certificado de Licitud de Contenido No. 12078 expedidos en la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Registro Postal EN TRÁMITE. Preprensa e impresión: Fotolitográfica Argo, Bolivar 838, Col. Postal. Alcaldía Benito Juárez, C.P. 03410, CDMX. Título incorporado en el Padrón Nacional de Medios Impresos de la Secretaría de Gobernación. Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa e indirecta, por cualquier medio o procedimiento, del contenido de la presente obra, sin contar con la autorización previa, expresa y por escrito del editor, en términos de
6 Diagnóstico: neurosis de literatura
Fernando Sanabrais
8 Clarissa Dalloway y la extrema conciencia de sí misma
Brenda Ríos
11 Quejas y sugerencias: La señora Dalloway y el sobreanálisis y las redes sociales
Ximena Hutton
12 La intimidad del pensamiento: la psicología de los personajes que pueblan los relatos de Virginia Woolf
Anita Mejía
16 Entrevista sobre salud Menopausia y mente: la ciencia que estaba pendiente
Ximena Hutton
18 Entrevista desde la Feria del libro infantil de Bolonia
Artista de cinta adhesiva: la increíble técnica de Nicolas Lacombe
Victor Ruiz
20 Entrevista desde la Feria del libro infantil de Bolonia
Un paseo por los jardines de la genialidad de Joëlle Jolivet
Rodrigo Morlesin
24 Reseña La psicología del sonido
Ximena Hutton
26 Entrevista literaria Del asistente al aprendiz: la evolución narrativa de Hannah Nicole
Ximena Hutton
28 Inteligencia natural Desde el vientre: un llamado a proteger las generaciones futuras
Lucía Moreno Valenzuela
30 Editorial del mes Conectar a los lectores con su propósito
32 In memoriam Tres rounds con Mario Vargas Llosa
José Luis Trueba Lara
34 Entrevista sobre diseño El diseño como lenguaje: una conversación con Emiliano Godoy
Victor Ruiz
36 Infografía Cómo sobrevivir a tu trabajo (y no morir en el intento) Carina Maggar
Ximena Hutton y Rodrigo Rojas
Directora general y editora Yara Vidal yara@revistaleemas.mx
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Directora de Difusión cultural Beatriz Vidal de Alba beatriz@revistaleemas.mx
Director de arte y editor audiovisual
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Asesor editorial
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Coordinadoras editoriales
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Consejo editorial
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Alberto Achar
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Alejandro Magallanes
Entre el diván y la literatura
Diagnóstico: neurosis de literatura
Los que eran dioses se han convertido en enfermedades
Carl Jung
Un loco es aquel que lo ha perdido todo, menos la razón
G. K. Chesterton
Odio la realidad, pero es el único sitio donde se puede comer un buen filete
Allen
Por: Fernando Sanabrais
Motivo de consulta:
Una compulsiva necesidad de narrar. Episodios recurrentes de postración lúcida. Tendencia sostenida a la impostura. Exacerbación persistente entre euforia creativa y agotamiento existencial. Signos evidentes de deshidratación.
“Sabemos lo que somos, pero no sabemos lo que podemos llegar a ser”, advierte Ofelia, en Hamlet. La literatura, en su acepción más profunda, no es un arte ni un ornamento: es un síntoma. Una tentativa obstinada de explorar todas las posibilidades de existencia, esas versiones que sólo caben en la ficción. La escritura auténtica no proviene de la plenitud, sino del desgarro. No es hija de Claridad, sino de Confusión. Escribir es, para algunos inadaptados, una forma de permanecer.
Philip Roth, en Operación Shylock (Debolsillo, 2013) entiende que el narrador genuino es un impostor: aquel que se persigue a sí mismo para encontrarse —y repudiarse— en el otro. En El mal de Portnoy (Debolsillo, 2013) Roth lleva esta conciencia al extremo: construye un expediente clínico disfrazado de novela, en el que el narrador, personaje y paciente se funden en una sola neurosis. Roth lo sabía: no se escribe para sanar. Se escribe para no desplomarse.
Síntomas observados:
• Disociación persistente entre narrador y personaje.
• Impulso irrefrenable a narrar el extravío propio como forma de resistencia.
• Hipersensibilidad al lenguaje, con inclinación patológica hacia el aforismo.
En el Fedro, Lisias sostiene que es preferible no amar para conservar la cordura: quien no ama permanece sano, racional, indemne. Sócrates, en cambio, reivindica la manía: esa locura que proviene de los dioses y que, en última instancia, ha sido la fuente de la mayoría de las cosas bellas que sucedieron en la Hélade. No es la razón la que ha engendrado las grandes obras, sino la posesión, la entrega.
Así, Sócrates, tras enumerar los cuatro tipos de manía divina, declara que la suprema es la erótica (manía erotiké).
Roberto Calasso, en La locura que viene de las ninfas y otros ensayos (Sexto Piso, 2008), continúa con esta intuición: recuerda que, para los griegos, la posesión era una forma primaria de conocimiento. No un extravío vulgar, sino un acceso directo a lo que el entendimiento no puede contener. La “ira” de Aquiles, por ejemplo, no era mera violencia: era metamorfosis. Cada posesión era una adquisición de lucidez. El saber entendido como páthos: como pasión que toma y transforma al sujeto.
Así, narrar, siguiendo a Calasso, es ser tomado por fuerzas que nos exceden. Escribir no es un acto de voluntad, sino una forma de ser raptados. Como si todavía habitáramos un mundo donde los dioses, imperceptibles y obstinados, siguieran confiriéndonos las palabras.
Diagnóstico preliminar:
• Narrativa como síntoma de desplazamiento psíquico.
• Resistencia lúcida a la entropía existencial.
• Negativa patológica al olvido.
Intercurrencia asociada: Andrés Neuman lo resume con precisión: “la memoria se sostiene en las omisiones”. Recordar, entonces, es también deformar. Escribir desde la memoria no deja de ser una forma sutil —y a veces brutal— de locura: la obcecada necesidad de retener lo que, por naturaleza, tiende a desmoronarse.
Toda evocación es un ejercicio incompleto: una tentativa de invocar los fragmentos que el tiempo va mutilando. A veces, escribir no es otra cosa que intentar fijar esos recuerdos inventados, como los llamaría Enrique Vila-Matas.
Georges Perec, en Me acuerdo (Impedimenta, 2017), emprendió precisamente ese gesto de resistencia: la creación de un
Woody
catálogo personal de evocaciones, un inventario de breves destellos contra el olvido. Al final de su libro, sugiere que cada lector construya su propio archivo de reminiscencias, consciente de que recordar es siempre alterar.
En Cinco miradas sobre el olvido (2024), selección curada por Margo Glantz para Gris Tormenta, se reúnen textos de Roland Barthes, Primo Levi, Sylvia Molloy, Álvar Núñez Cabeza de Vaca y el propio Perec. Todos escribiendo desde el mismo umbral: ese borde inestable entre la razón, la amnesia y el delirio.
Como señala Enrique VilaMatas en Cinco miradas sobre la locura (Gris Tormenta, 2024), ningún libro ha logrado escapar del delirio colectivo. En ese mismo volumen, fragmentos de Cervantes, Chéjov, Laure Adler, Erasmo de Rotterdam y Rem Koolhaas orbitan alrededor de esa fractura luminosa que es la neurosis de la imaginación.
Pruebas realizadas:
• Exposición prolongada a narrativas autoficcionales.
• Lectura sostenida de Roth, Calasso, Cioran y Sloterdijk: agravamiento lúcido de la percepción de la realidad, con tendencia a su alteración degradada y trastornada.
• Exploración de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski: riesgo de cinismo existencial permanente.
J. V. Collins sentencia: “todas las grandes cosas que conocemos las hemos recibido de los neuróticos”. Y no es casual que la literatura se encuentre íntimamente ligada a la neurosis, al delirio controlado, a la memoria deformada.
La ficción no es un refugio: es un modo de desplazarse entre lo inefable, de trascender la opacidad del mundo a fuerza de invención. La literatura no salva. La literatura no cura. Pero está allí para ser el cómplice del escape, de la tergiversación, del extravío consentido.
Porque toda gran literatura es, de algún modo, el diario clínico de una mente raptada por el estímulo irreprimible de las palabras.
Tratamiento indicado:
Escribir. No desistir. Permanecer en el extravío. Celebrar la herida. No buscar la cura: saber que no existe.+
Clarissa Dalloway y la extrema conciencia de sí misma
Por: Brenda Ríos
Ante el furor con la serie de The White Lotus (Mike White, Estados Unidos, 2025), hay que hablar de que uno de sus personajes más emblemáticos es una burguesa sureña, Victoria Ratliff, que vive a base de lorazepam y vino blanco en ese hotel de lujo en Tailandia a donde llega con su familia. Tardé días en imaginar a quién me recordaba, de dónde venía esa especie de displicencia, seguridad acomodada y confianza en su sistema de valores. Lo supe de pronto, ese personaje es una señora Dalloway flotando en una nube de superioridad moral, pero amante de los suyos y de su modo de vida.
Victoria Ratliff —en ese momento eterno de la ficción— tiene cincuenta y dos. La señora Dalloway cumple cien años. Está a punto de dar una fiesta.
La señora Dalloway (1925) arranca una mañana en la que acontece todo un mundo en un solo día. Una novela del flujo de conciencia, una especie de monólogo interior, pero en distintas voces. Cada personaje está “pensando” y en esa muestra del pensamiento se ilumina un cambio en la literatura universal, en el modo en que nos hace partícipes de esos “interiores” de cada uno. Están pensando en el mismo instante que cambian de un yo a otro.
Escrita justo después de la Primera Guerra Mundial, es una novela que distrae con la temática de una fiesta en casa de una familia acomodada en Londres, mientras, por otro lado, suceden cosas terribles.
Bien pudo haber sido sólo la historia de amor de un ama de casa que se reencuentra con un hombre con el que no se casó y
que estuvo apasionado por ella. Ella no es pasional, lo dicen varios personajes que la describen. Es delgada, con cara de pájaro y una postura erguida y señorial. Distinguida, fina. Centrada en las buenas maneras, los buenos modales y la corrección absoluta.
En el prólogo de una de las ediciones del libro, Vargas Llosa dice que los personajes son en realidad simplones y que sólo el talento de Woolf logra levantarlos de su insignificancia. Discrepo. No es que importe mi discrepancia, claro, pero eso es justo lo que sucede en esas vidas cruzadas en un día, entre conocidos y desconocidos donde lo pequeño se hace enorme. Estas breves y pequeñas vidas son profundas porque la narradora se toma el tiempo para verlas, para mostrarnos lo que está viendo en ese presente alargado hasta el fin. Un presente continuo.
La novela es la exploración del tiempo, lo subjetivo del tiempo que habita en cada uno de los personajes y la forma en que éste puede extenderse hasta abarcarlo todo. Un tiempo interno. Un tiempo de pensar en uno mismo. Dalloway
misma se detiene cuando llega a algo que no le gusta explorar demasiado: el arrepentimiento de no haberse casado con Peter Walsh, su felicitación por haber elegido a Richard Dalloway. Pero fluctúa, va de un lado a otro, peligrosamente.
Ahora, me gustaría detenerme en dos personajes secundarios que son absolutamente contemporáneos: por un lado, la señorita Kilman —maestra de Elizabeth, hija de la señora Dalloway—, que es toda negación: no es joven, no es guapa y sólo tiene de su lado su título académico, su fe. Desde su humilde posición desprecia a la señora Dalloway por frívola y cómoda. Y ésta, a su vez, se ríe de ella porque sabe que la mira desde la pobreza. Una mujer como un chantaje vivo.
Por otro, Septimus Smith, ese veterano de guerra que sufre lo que ahora tiene nombre: trastorno de estrés postraumático más que una depresión. No sabemos qué vivió en la guerra, estaba en Italia, perdió a su amigo Evans y, aunque sobrevivió, no puede sentir. Finge que está enamorado, engaña a una chica que hace sombreros en Milán, y también a su familia
Entre el diván y la literatura
entera, y se casa con ella llevándola a Londres. Cinco años después del casamiento, la situación comienza a empeorar. Septimus acude con dos médicos: uno lo deja en cama y se burla de sus síntomas; el otro busca internarlo porque se da cuenta de la gravedad del tema. Seis meses quiere tenerlo en descanso. Sin estímulos.
Septimus es la misma Woolf. Pero Septimus no resiste. Se suicida —como lo hará años después la propia autora que padecía de bipolaridad y depresión—. Y la vida de los demás sigue intacta.
La señorita Kilman y Septimus son tan frágiles que uno podría tocarlos. No así la protagonista, la dueña del sitio, “la perfecta dama de sociedad”, como le dijo un par de veces su exprometido, Peter Walsh. Y en esa perfección ella centra la felicidad, en los detalles, en las flores, en la limpieza, en tener todo listo: la casa hermosa, la hija perfecta, el marido conservador. El matrimonio, las cosas que son para siempre. Clarissa está pensando siempre en todo lo que necesita hacer, las charlas, las cenas, todo para ayudar a su esposo a triunfar.
Por qué, entonces, esas diatribas eternas y las dudas. Por qué el arrebato por Peter cuando, esa mañana, llega de sorpresa y la interrumpe en el instante en que ella misma está a punto de coser su propio vestido de noche —pues los empleados están apurados con los preparativos de la fiesta— y se siente juzgada por él. Y Peter la ve, rodeada por los cuadros, alfombras, muebles, todo lo más caro, lo mejor de lo mejor, y repara en que Clarissa y su marido —por el que lo cambió— pensarán que él es un fracasado —porque lo es—. Ella eligió la vida acomodada y él, la aventura. Sin embargo, se miran y se cuentan la vida y se reconocen como esos que estuvieron a punto de casarse, es como si ese amor no se hubiera ido. Hay lazos que unen a pesar del tiempo. La escena del verano en el que Clarissa lo rechaza vuelve a instalarse entre ellos.
Tienen cincuenta y pocos, la mediana edad. Las decisiones que no tomaron y que los llevaron por caminos distintos. La vida libre y viajera de Peter que ella tacha de irresponsable y la vida asentada de Clarissa, cómoda, que él tilda de convencional — no dice burguesa, pero esa palabra flota en el aire—. Ambos tienen razón. Los dos son una suma de acciones emprendidas cuando se separaron.
Él se había cansado de los buenos modales, la cristalería, los rituales de la cena, las caballerizas —porque a ella le gustaba montar—. Esa comodidad que viene con el dinero, pero que arrastra una serie de prejuicios de clase y, también, de la diferencia de crianza entre hombres y mujeres —preocupación que circula en toda la obra de Woolf—. Clarissa piensa demasiado en lo que tiene, en el hogar, en la vida. Es un análisis completo y absoluto cada instante de ese día. Se explica el mundo, se justifica. Se perdona. Hizo lo que se esperaba de ella. Por eso no trasciende la amistad de Clarissa joven con Sally Seton, esa chica que fumaba y se paseaba desnuda por la casa para escandalizar a su abuela. Clarissa se enamora de Sally de un modo único, como las mujeres aman a las mujeres. Y quizá, por eso mismo, se casa con el hombre predecible y cómodo. Peter Walsh es una utopía, igual que Sally: amores como acantilados. La calma de Clarissa es no haberse aventado nunca.
Las expectativas no correspondían meramente a una persona joven, más bien eran producto de un contexto, predestinación y voluntad de experimentar lo que les fue dado. Los buenos modales pueden ser rotos en la juventud mientras sean recuperados en la vida adulta porque se espera que la gente se divierta sólo un poco antes del destino fijo, definitivo, ulterior. Ese fin tremendo, brutal y serio que les espera a todos: el empleo, la casa, la familia, los deberes, los valores morales.
Pero, entonces, por qué se perturba cuando el pasado llega a su casa e irrumpe de esa manera. Qué queda de ella si no la vida que no eligió. Dice que no se arrepiente, pero su insistencia es tal que la acompañamos con suspicacia.
La señora Dalloway es delicada y tiene un propósito en la vida: flotar sobre las cosas. La extrema conciencia de quién es está ahí, pero también la conciencia de clase. No puede desprenderse de ello. Esa conciencia es una sola entidad: uno es en la medida en que pertenece a un grupo, a rituales, a lenguajes particulares. Clarissa se cansa de pensar, pero afirma en ese acto, una y otra vez, que su especie seguirá y será así hasta el fin de los tiempos.
Si la novela celebra el fin de la guerra, Clarissa es la afirmación de la vida, aun si frívola, son los actos civilizatorios los que afirman nuestra humanidad. Hay que seguir adelante y procurar, de preferencia, que todo sea perfecto.+
Brenda Ríos es escritora, traductora y editora. Miembro del Sistema Nacional de Creadores. Imparte talleres de escritura creativa en distintos espacios del país.
Editorial: Alianza
Queridos expertos en la mente y otros curio- sos del alma:
No sé en qué momento pasó, pero un día me desperté y todo tenía nombre. La ansiedad, la melancolía, la culpa, el apego evitativo, el síndrome de la impostora. Tengo la impresión de que antes una simplemente sentía, ¿no les parece? Caminaba por la calle, miraba las flores, pensaba en la infancia, se sentía vacía o demasiado llena y ya. No hacía falta un manual de diagnóstico ni un pódcast para explicarme qué tipo de herida emocional arrastro desde los cinco años.
Antes de que me malinterpreten, he de aclarar que no tengo nada en contra de la psicología. De hecho, me parece fascinante eso de que alguien quiera meterse en los pasillos de la mente, como si fueran los salones de
mi casa justo antes de una fiesta. Pero también es cierto que hay pasillos que no necesitan visitas. Hay pensamientos que prefieren quedarse con las puertas entornadas, no porque tengan algo que esconder, sino porque no quieren estar todo el tiempo bajo análisis.
Mi deseo no es volver a los tiempos en los que los médicos te recetaban silencio y soledad, como si la tristeza fuera un resfriado. Yo estuve ahí, viendo cómo se perdían otros por falta de escucha. Vi cómo a Septimus, por ejemplo, lo trataron como una avería y no como a un ser humano. Lo encerraron, lo silenciaron, lo empujaron. Y yo me quedé sirviendo té, decorando con lirios, como si nada se estuviera rompiendo.
A veces también creo que las cosas no han cambiado tanto. Las mujeres seguimos siendo traducidas más que escuchadas. Nos analizan las emociones como si fueran síntomas. Nos recetan ejercicios de respiración cuando lo que queremos es gritar. Nos dicen que seamos resilientes, que gestionemos mejor nuestras emociones, como si ser fuerte fuera una obligación de todos los días. Y, perdón, pero hay días en los que una simplemente no quiere gestionar nada. Una quiere llorar en paz sin que le pregunten qué trauma está procesando.
Tampoco ayuda esta obsesión con mostrarse bien. Todo el mundo tan zen, tan equilibrado, tan mindful. La vida no es una app de meditación ni una sucesión de frases motivadoras puestas sobre un fondo de mar. Hay belleza en el caos también. Hay dignidad en el desorden. Y sí, a veces una quiere quedarse quieta con su tristeza, sin tener que aprender lecciones.
Así que, por favor, la próxima vez que alguien me vea pensativa o un poco melancólica, no me sugiera una terapia cognitivo conductual ni me recomiende un retiro espiritual en la sierra. Tal vez sólo estoy recordando. O tal vez estoy triste. O tal vez, simplemente, estoy siendo humana.+
Con la cortesía de siempre y una ramita de lavanda en el ojal,
Clarissa Dalloway
La intimidad del pensamiento: la psicología de los personajes que pueblan los relatos de Virginia Woolf
Texto e ilustración por: Anita Mejía
Un vago retrato de Virginia
Virginia Woolf: un nombre que expresa ingenio, audacia, aventura y aguda inteligencia. Pronúncialo en voz alta: tiene ritmo, armonía y vivacidad. Sin embargo, hoy en día, no se asocia a Virginia con casi ninguno de estos atributos. Al escarbar en nuestra memoria —o en el mismo Google—, el nombre de Virginia Woolf evoca, casi por defecto, imágenes en blanco y negro: una dama pálida, indiferente, lánguida, enfermiza, rayando el aburrimiento o el hartazgo.
¿Cuál es la realidad de esta escritora?
Vale la pena descubrirlo leyendo su obra, sus grandes novelas: Las olas (1931), Al faro (1927), La señora Dalloway (1925), Orlando (1928), por mencionar algunas. Pero no olvidemos que Virginia también escribió muchísimos relatos en los que volcó todas sus curiosidades, dudas, intrigas existenciales, sarcasmos e ironías, siempre que se le antojaba.
Sus relatos fueron el campo de experimentación que, indefectiblemente, su gran ingenio necesitaba. Lo diré sin rodeos: ¡sus relatos son EXTRAORDINARIOS!, en mayúsculas y con admiración.
Por otro lado, antes de pasar a analizar el conjunto de sus relatos, me gustaría completar el vago perfil que aquí he intentado trazar de Virginia Woolf.
Virginia no fue lo que aparenta a simple vista. Observa con meticulosidad sus retratos en grises: capta la ironía de sus cejas, la curva socarrona al final de la comisura de sus labios, la mirada fija y sostenida, la postura segura y audaz, las figuras y decorados
en su vestimenta, que —seguramente, si la foto no fuera en dos tonos— estaría plagada de colores.
Tengo la certeza de que Virginia era campechana, como decimos coloquialmente; bromista, con humor bonachón, de mente aguda, aventurera, cultísima. Lo noto en sus escritos, en sus intenciones, en sus juegos de palabras. Lo confirmé leyendo sus cartas personales y extractos de sus múltiples biografías —que te aconsejo consultar—. Su vida es tan rica e interesante como su obra.
Sus relatos, sus personajes y sus intereses La intriga existencial, es decir, las dudas y cuestionamientos profundos de la propia existencia, el sentido de la vida, pues, son el núcleo de toda su obra.
Sus relatos no se cimientan en la acción dramática clásica. La narración se centra en la vida interna del personaje, sus pensamientos, percepciones, emociones, recuerdos, deseos, ideas. Sucintamente, el relato sigue los conflictos
psicológicos y filosóficos del personaje, por medio de su vida mental, es decir, el flujo de conciencia.
Por todo ello podemos apreciar a detalle, con todas sus sutilezas y complejidades, el alma de los individuos que pueblan sus historias. A veces se sirve del monólogo interior; otras, del diálogo con personajes imaginarios o ensoñaciones, o del pensamiento de un conjunto de conciencias.
Las protagonistas de los relatos son damas aristócratas, solteronas o mujeres solas; jovencitas casaderas; mujeres mayores o maduras, con aspiraciones y sueños marchitos, preocupadas por el qué dirán; alguno que otro buen partido para matrimonio; maridos modelo; abogados frustrados; individuos melancólicos; intelectuales vanidosos; artistas incomprendidos; gente con vidas comunes, pero con un mundo interior rico, y personajes simbólicos o fantasmales. Todos ellos anhelantes de un pasado perdido, deseosos de volver a la naturaleza, ansiosos de abandonar la civilización, agobiados por los bailes, las reuniones con gente ridícula y por la ciudad: Londres.
Virginia lee a Virginia Woolf (ilustración)
• Virginia, la escritora, decía que escribía como Vanessa, la artista, pintaba.
• Virginia Woolf y su hermana Vanessa Bell tuvieron una relación muy cercana, con una conexión creativa y personal muy intensa.
• La autora comentó que fue influenciada visualmente por la obra de su hermana, especialmente en la forma en que construía las escenas y atmósferas en sus pinturas.
• Vanessa diseñó, decoró y pintó cuadros y murales para los hogares que compartió con su hermana: 46 Gordon Square (Bloomsbury, Londres), Charleston House y Monk’s House.
• Vanessa también diseñó las primeras ediciones de muchas de las portadas de los libros de Virginia. Aún podemos reconocer algunas de ellas en las estanterías de las librerías, con ediciones tipo vintage
• Es imposible separar el mundo creativo de ambas hermanas; uno invade al otro y viceversa. A la hora de dibujar y pintar el póster conmemorativo de los 100 años de la publicación de Mrs. Dalloway (1925), no pude eludir la influencia de los temas, colores, patrones decorativos, ornamentos y estilo de Vanessa Bell.
• Como artista y lectora entusiasta de Virginia Woolf, el trabajo de las dos hermanas ocupa un lugar significativo en mis referencias mentales y visuales.
• La ilustración final del póster está imbuida de las sensaciones, ideas, reflexiones y admiración que ambas provocan en mí.
Entre el diván y la literatura
Virginia se interesa especialmente por las emociones reprimidas y las relaciones sociales en tensión. Forman parte integral de su obra el entorno, los objetos y el ambiente que rodea a sus personajes.
Como vemos, Virginia Woolf no se limita a retratar diversos tipos de personas, no se conforma con unos cuantos modelos. Pero hay tres generalidades que los unifican: la soledad, la vanidad y el anhelo de volver a casa, a la naturaleza, al cielo.
Cada relato es un retrato del aislamiento, de la imposibilidad de ver y comprender al “otro”; de almas al margen de la vida real, la que se vive ahí afuera, en conjunto, casi siempre en el baile de Clarissa y Richard Dalloway.
Cuando, por azar, dos personajes logran tener un encuentro real y se sienten extasiados, exaltados, casi felices por el intercambio con el otro, el lector puede notar que ambos se están viendo a sí mismos en la otra persona: se reconocen y se retraen inmediatamente, como niños asustados, en sí mismos. Entonces empieza la autocompasión.
Aquí toma protagonismo la vanidad. Ya sea la señorita madura, acomplejada y ridícula, con un ego del tamaño de las mangas de su vestido, o el erudito, con su agria superioridad y grandilocuencia. Después del encuentro con el resto de la raza humana, o con la alta sociedad londinense, cada uno de sus personajes se siente desairado, incomprendido, ridiculizado, excluido, burlado, ignorado, humillado —por mencionar algunas de las sensaciones dispuestas a invadirnos cuando suena la campana de la vulnerabilidad humana.
Ese retraerse nos lleva al tercer punto en común: el anhelo por volver a casa, el amor a la naturaleza, la nostalgia por el pasado, la certeza de la muerte. En este punto, Virginia desarma a sus personajes: las máscaras caen y eso los humaniza. Entonces, podemos verlos como son, reflejados en el espejo, sin que se den cuenta, creyentes de que nadie los observa.
Clarissa Dalloway
Clarissa, el personaje más recordado, llamativo, replicado y, tal vez, odiado de los relatos de Virginia Woolf. Odiado no por sus lectores —nosotros la amamos—, sino por los personajes que pueblan sus historias, sus fiestas y reuniones. Pero hablaré de eso más adelante.
Clarissa Dalloway recuerda a Emma Woodhouse, de Jane Austen. No sólo por interpretar a Cupido presentando posibles parejitas en sus bailes, por ser rica, vivaz y vanidosa, por disfrutar de la vida social, la conversación ingeniosa y su chispa intelectual, por su conocimiento y apreciación del arte, la moda y el buen gusto, sino también por esas ansias de complacer a los demás, de lograr que todos sus invitados alcancen ese punto de comunión, de encuentro y felicidad, así como por su aparente frivolidad y la soledad profunda que invade su mundo interior.
A Clarissa la vemos ir y venir, entrar y salir, pasearse entre grupos de personas, amenazando con interceptarte y presentarte a tu próximo amigo, colega, compañero de intereses literarios o futuro marido. Clarissa Dalloway es una gran anfitriona, aunque a veces odiada por sus invitados, al sentirse incomodados por su locuacidad o invadidos en su espacio personal, en su preciada soledad.
Como curiosidad: Clarissa Dalloway, al igual que Virginia, era una enamorada de las flores.
El baile, la vida
El baile o fiesta de Clarissa Dalloway no sólo es el punto culminante de la novela La señora Dalloway, también aparece en un puñado de relatos breves que Virginia Woolf escribió antes y durante la realización de la novela.
Pero ¿qué representa el baile? Cada lector encontrará su propio significado. Para algunos personajes —incluida Clarissa— puede significar el paso del tiempo, la vida misma, las máscaras sociales, el vacío existencial... incluso el preludio de la muerte. En conjunto, es el disparador de un montón de preguntas referentes al sentido de la vida o la falta de éste.+
Te esperamos el 20 de mayo a las 19 h en la librería Gandhi Del Valle para platicar con Brenda Ríos y Anita Mejía sobre los 100 años de La señora Dalloway Más info en el código QR.
Algunos de los relatos en los que se desarrolla el baile de Clarissa Dalloway son:
• “La señora Dalloway en Bond Street” (“Mrs. Dalloway in Bond Street”)
• “El vestido nuevo” (“The New Dress”)
• “Felicidad” (“Happiness”)
• “Antepasados” (“Ancestors”)
• “La presentación” (“The Introduction”)
• “Juntos y separados” (“Together and Apart”)
• “El hombre que amaba al prójimo” (“The Man Who Loved His Kind”)
• “Una sencilla melodía” (“A Simple Melody”)
• “Una conclusión” (“A Summing Up”)
Lecturas recomendadas
completos, de
• Virginia Woolf. Vida de una escritora, de Lyndall Gordon. En Gatopardo Ediciones
• De viaje, de Virginia Woolf. En Nórdica Libros
• Relatos
Virginia Woolf. En Alianza Editorial
Anita Mejía es una artista autodidacta y escritora oriunda de Ensenada, Baja California. Su obra está fuertemente influenciada por sus gustos literarios, musicales, artísticos y el cine.
Menopausia y mente: la ciencia que estaba pendiente
Por: Ximena Hutton
Lisa Mosconi está cambiando la forma en que entendemos el cerebro femenino. Con un doctorado en neurociencia y medicina nuclear, dirige la Iniciativa del Cerebro Femenino en el Weill Cornell Medicine (Nueva York), donde investiga cómo envejece el cerebro de las mujeres y qué papel juegan la menopausia, las hormonas y los factores de estilo de vida en ese proceso. Su trabajo, a medio camino entre la ciencia de laboratorio y la conversación clínica, busca cerrar una enorme brecha: la de una medicina que, por décadas, ha ignorado lo que pasa en el cerebro de las mujeres a medida que envejecen.
Autora de El cerebro XX (Océano, 2020), y ahora del recién publicado Menopausia y cerebro (Editorial Kairós, 2025), Lisa Mosconi nos acompaña para hablar de esos años que llegan sin manual de instrucciones, de cómo la salud hormonal impacta directamente en la salud mental y de por qué la neurociencia, históricamente diseñada para entender cuerpos masculinos, por fin está volteando a ver a las mujeres.
Empecemos por el principio. Tienes una formación impresionante en neurociencia y medicina nuclear, pero ¿en qué momento te diste cuenta de que querías dedicar tu vida a la salud de la mujer?
Desde muy joven supe que quería entender el cerebro. Crecí rodeada de ciencia. Mis papás son físicos nucleares, así que desde niña viví en un ambiente curioso y analítico. Siempre me atrajeron la biología y la química, pero lo que más me intrigaba era el cerebro humano. Me interesaban la psicología, la psiquiatría y, con el tiempo, encontré mi camino en la neurología y la neurociencia.
Nací en Florencia, Italia, y fui muy cercana a mi abuela materna. Ella fue una mujer brillante, una de las primeras en su generación en ir a la universidad y graduarse. Ver cómo comenzó a perder su memoria fue profundamente doloroso. Primero fue un deterioro cognitivo leve, después la diagnosticaron con demencia. Fue muy duro, no sólo por lo cercana que era, sino porque también sus hermanas desarrollaron alzhéimer y las tres fallecieron por esa causa.
Mientras hacía mi doctorado, me pregunté si todo esto era algo particular de
mi familia o si había algo más grande que estábamos pasando por alto. Descubrí que el alzhéimer afecta a muchas más mujeres que hombres. Casi dos tercios de los casos se dan en mujeres y el riesgo empieza a aumentar desde los 45 años. Eso me llevó a dedicarme a estudiar esta enfermedad, enfocándome en la prevención para mujeres. Con el tiempo, mi interés se amplió a la salud cerebral femenina en general, no sólo en relación al alzhéimer, sino a todos los factores que pueden influir en su bienestar neurológico.
Una de las cosas que más me impactó de tu libro se encuentra al inicio, cuando presentas la tomografía por emisión de positrones (PET scan) que muestra una caída del 30% en la energía cerebral después de la menopausia. ¿Qué significa realmente este hallazgo en la vida cotidiana? ¿Cómo se traduce esa disminución de energía en lo que sentimos, en nuestras actividades diarias o en lo que ocurre después en nuestro cerebro? Hemos realizado varios estudios para mapear cómo afecta la transición a la menopausia al cerebro de las mujeres a partir de la mediana edad. Cuando comenzamos este trabajo, hace ya más de una década, lo primero que hice como neurocientífica fue revisar qué se había investigado antes. Y, para mi sorpresa, no había absolutamente nada. Nadie había estudiado cómo cambia el cerebro de una mujer antes y después de la menopausia usando imágenes cerebrales.
Así que empezamos de forma muy simple, comparando tres grupos: mujeres con ciclos menstruales regulares
(premenopáusicas), mujeres con ciclos irregulares (perimenopáusicas), y mujeres posmenopáusicas. En uno de nuestros primeros estudios, publicado en 2017, vimos que los niveles de energía en el cerebro bajaban significativamente después de la menopausia.
Desde entonces hemos encontrado varios cambios. Disminuye el volumen de la materia gris, cambia la conectividad del cerebro, el flujo sanguíneo también se altera. Y lo más importante es que esto valida lo que las mujeres han dicho por generaciones: que la menopausia sí impacta el cerebro. No es imaginación, es un cambio real y medible.
Más del 80% de las mujeres experimenta al menos un síntoma neurológico durante esta transición. El más común es el sofoco, pero muchos no saben que ese síntoma viene del cerebro, no del cuerpo. Otro muy frecuente es la niebla mental, esa sensación de no poder pensar con claridad, de olvidar cosas o no poder concentrarse. La llamamos fatiga cognitiva y está directamente relacionada con la baja en los niveles de energía cerebral. Muchas mujeres incluso llegan preocupadas creyendo que están desarrollando demencia precoz. Y, aunque no necesariamente es el caso, su angustia es totalmente válida. A esto se suman cambios de humor, ansiedad, insomnio y síntomas depresivos. No se trata de patologizar la menopausia, porque no es una enfermedad, pero sí de reconocer que los síntomas son reales y merecen ser atendidos.
En tu libro hablas de la “medicina del bikini”, esta idea de que la salud de las mujeres se reduce a sus órganos
reproductivos. ¿Cómo crees que eso ha influido en la forma en que se trata la menopausia y la salud femenina en general?
Es un problema enorme, aunque pocas veces se habla de forma directa. Durante mucho tiempo, la medicina ha reducido la salud de las mujeres a sus órganos reproductivos. Esa visión, la llamada “medicina del bikini”, asumía que el cerebro femenino era igual al masculino, y que lo que se descubriera en estudios con hombres se podía aplicar a nosotras. Pero eso no es cierto.
Los cerebros de las mujeres no sólo son distintos, también envejecen de forma diferente, especialmente a partir de la mediana edad, cuando atravesamos la menopausia. Ahí es donde muchas diferencias se vuelven más evidentes, e incluso se ha observado un posible envejecimiento cerebral acelerado en mujeres, algo que no pasa igual en los hombres.
El gran problema es que, históricamente, la neurociencia ha ignorado estos cambios porque los hombres no viven estas transiciones. No pasan por el embarazo, el parto, ni la menopausia. Por eso hay tantas lagunas en la investigación. Afortunadamente, hoy está creciendo un movimiento fuerte para visibilizar estos temas y hacer que la ciencia los tome en serio.
Algo que me encantó de tu libro es cómo incluyes distintas identidades y experiencias, desde personas trans hasta las desigualdades raciales que hay en la medicina. ¿Por qué fue tan importante para ti abordar esos temas?
Porque soy científica y cualquier investigación que haga debe ser relevante para todas las personas. En este libro me importaba muchísimo incluir distintas identidades y experiencias, porque hablar del impacto hormonal en el cerebro no se trata sólo de una perspectiva, sino de muchas.
Aunque mi trabajo se basa en mi propia línea de investigación, también quise integrar aportes de otros colegas para ser realmente inclusiva. Esto no va sólo de mí, sino de cómo, como comunidad científica, podemos entender mejor cómo los cambios hormonales y sus tratamientos afectan al cerebro.
Históricamente, las mujeres han sido tratadas como el género olvidado en la ciencia y la medicina. Muchas veces hemos quedado fuera de las conversaciones, especialmente cuando se trata de salud. Pero también hay otras realidades que no se han considerado lo suficiente, como las desigualdades raciales o las experiencias de las personas trans.
La salud de todas las personas que atraviesan cambios hormonales sigue en riesgo, no por falta de interés, sino porque no se ha hecho el trabajo necesario. Y para eso necesitamos tanto la voluntad científica como el financiamiento adecuado. Por eso era tan importante para mí que el libro fuera accesible, útil y relevante para todas las personas que puedan beneficiarse de esta información.+
Lisa Mosconi Menopausia y cerebro Editorial: Kairós
Ximena Hutton es estudiante de literatura latinoamericana.
pasión.
Artista de cinta adhesiva: la increíble técnica de Nicolas Lacombe
Explorar el mundo creativo de Nicolas Lacombe es sumergirse en una práctica que combina intuición, técnica y un profundo respeto por el arte manual. Nacido en París y formado entre Rodez y Toulouse, Lacombe descubrió su lenguaje artístico a través del juego infantil con cartón y cinta adhesiva, y lo perfeccionó en sus estudios de Bellas Artes. Fascinado por la estética de los grabados chinos del siglo xviii, ha desarrollado una técnica única de “dibujo con cinta”, en la que cada trazo captura el movimiento, la transparencia y la fugacidad del instante. Su trabajo, que abraza tanto lo manual como lo digital, ha dado vida a libros infantiles, performances en vivo y proyectos que exploran la diversidad cultural. En esta entrevista, nos comparte su proceso, sus inspiraciones y su manera particular de contar historias a través de la imagen.
Tu técnica de dibujo con cinta adhesiva es única y poco convencional. ¿Cómo descubriste este concepto y qué te fascinó de la cinta como herramienta creativa?
Descubrí la cinta de niño, jugando y construyendo cabañas de cartón. Más tarde, en mis estudios de Bellas Artes, experimenté con técnicas de collage inspiradas en Jacques Villeglé. Probando diferentes adhesivos accidentalmente descubrí que podía levantar la tinta sin dañar el papel.
Como en un proceso de estampado, empecé a construir imágenes usando fragmentos de cinta cargados de tinta.
Las estampas tradicionales asiáticas tienen una gran influencia en tu obra. ¿Qué aspectos de su estética —colores, composición, narrativas— te resultan más cautivadores y cómo los reinterpretas en tu estilo?
Me inspira mucho la intensidad y el uso del espacio en blanco en las estampas chinas del siglo xviii. Su filosofía caligráfica, de espacios llenos y va-
cíos, guía mi forma de escribir imágenes. Lograr un resultado refinado y efectivo requiere reflexión y concentración.
Has ilustrado libros como Petit Petit Petit y ¡Danse Sadako! ¿Cómo encuentras el equilibrio entre tu identidad visual y la esencia de las historias de otros autores?
Cada editorial tiene su visión, pero todas confían en mí. El diálogo constante enriquece el proyecto. Para trabajar con autores, primero necesito conocerlos y ver si podemos conectar
Por: Victor Ruiz
a nivel humano. Esa conexión es clave para lograr una obra cohesionada.
Tu obra juega con la transparencia, el con traste y la superposición de materiales. ¿Qué significan estos efectos para ti y qué emociones buscas despertar en quien la ve?
Busco transmitir movimiento, como en la caligrafía asiática. Me interesa crear imágenes que evoquen la sen sación de una sombra proyectada sobre el suelo, algo efímero y lleno de vida.
¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Tienes una visión clara desde el principio o dejas que las texturas y colores te sorprendan en el camino?
Es un poco de ambas. Comienzo con una fotografía como guía inicial, pero luego dejo que el proceso evolucione de manera más libre y meditativa, hasta que el dibujo cobra vida por sí solo.
Has trabajado en proyectos de literatura infantil. ¿Qué te atrae de ilustrar para niños y cómo logras conectar con su imaginación?
Primero desarrollo una visión general del libro en bocetos, y después creo composiciones mediante fotomontajes que me sirven como estructura. Luego paso al dibujo con cinta. Busco siempre reconciliar la estética con el minimalismo, para lograr ilustraciones simples, pero llenas de contenido, y trato de mantenerme conectado con mi niño interior.
Naciste en Toulouse. ¿Sientes que la ciudad y su ambiente cultural han dejado huella en tu proceso creativo?
Nací en París, pero crecí en Rodez y he vivido en Toulouse desde 1997. Es una ciudad muy agradable, pero cada vez me atraen más las grandes ciudades. Me sentí muy libre en Tokio y Nueva York, como si todo el tiempo estuviera en un parque de diversiones gigante.
En un mundo dominado por la ilustración digital, tú eliges una técnica manual y física. ¿Es un acto de resistencia artística o simplemente una forma más íntima de conectar con tu obra?
Trabajo en equilibrio: combino el dibujo manual con herramientas digitales como Photoshop. Sin embargo, el dibujo concreto es mi forma de soltarme, de encontrar una especie de yoga personal.
Proyectos como Awa, el eco del desierto reflejan un interés por la diversidad cultural. ¿Qué te impulsa a explorar estas historias y cómo las traduces en imágenes?
Awa surgió de un proyecto escénico musical ambientado en el Sahara. Me inspiré en los cuentos animados de Michel Ocelot. Quise representar un escenario minimalista y universal, evitando estereotipos, para que cualquier lector pudiera identificarse fácilmente con la historia.
Has hecho presentaciones en vivo dibujando con cinta. ¿Cómo cambia tu enfoque cuando trabajas frente al público?
Desde hace 15 años hago demostraciones públicas y siempre generan entusiasmo. Me encanta el intercambio espontáneo con la gente, sus preguntas, sus sonrisas. Cada experiencia y cada encuentro alimentan mi trabajo, y eso es lo que hace tan emocionante esta profesión.+
Nicolas Lacombe Awa, el eco del desierto Editorial: Cipango Ve la entrevista en mascultura.mx
Entrevista realizada en La feria del libro de Bolonia
Un paseo por los jardines de la genialidad Joëlle Jolivet
Dedicada a Isabelle, quien hizo posible esta entrevista
, y aún más si son ellas y ellos mis
En la pasada Feria del Libro Infantil de Bolonia tuve la oportunidad de platicar con Joëlle Jolivet, una de las ilustradoras más reconocidas con más de sesenta libros publicados y varias traducciones alrededor
En el marco de la feria se montó la exposición “Troppo di Tutto” (Demasiado de Todo) en la Hamelin As sociazione, y ahí fue donde platiqué con ella. Un edificio eclesiástico, cuya construcción data de los siglos , con música barroca y campanadas de fondo, no hay mejor manera de pasear por los jardines de la Pero, ¿cómo comenzó todo? ¿Cuál fue la chispa que provocó el fuego creativo? Tal vez Joëlle puede dar nos algunas pistas.
Cuéntanos esta historia, tu inspiración… Bueno, ¿por dónde empiezo? He estado haciendo libros durante 35 años. No soy una autora que escriba historias, pero me gusta coleccionar cosas.
Soy mucho mejor tratando de hacer cosas, soy más cercana a la no ficción, a la divulgación del conocimiento que se hace de forma divertida o agradable para niños. Esto porque, cuando era niña, me encantaba, por supuesto, todo tipo de libros, pasaba mucho tiempo en casa de mis abuelos, mirando los pocos libros que tenían. Ahí había un diccionario, de esos grandes que tienen láminas, era sobre la historia de Francia y cada 100 páginas había una ilustración con vestuarios, miraba las imágenes durante horas e inventaba historias. Creo que realmente me impresionó.
Como un diálogo… Es un diálogo, absolutamente, y también es, lo conté hace poco, como saltar de un acantilado, esperando que se abra.
Ésa es la manera en que trabajamos.
El paracaídas, y también la pasión por contar esta historia está lista para entregarla de una buena manera. Pero veo muchas influencias de tu trabajo, muchas, tantas cosas diferentes.
Sí, porque para mí cada libro es diferente, y cuando empiezo a pensar en uno, es el mejor momento, pero también el peor al mismo tiempo. Siempre trato de hablarme a mí misma: qué tipo de expresión debería usar, qué estilo merece la historia…
que tiene lugar en India, como Honey Hunter el arte popular de la zona, para enten der un poco, no para copiar, sino para alimentarme y crear algo nuevo con eso, porque pienso que somos el resul tado de lo que está detrás de nosotros.
Cada libro es un camino, una forma diferente de hablarle a la gente, pero al mismo tiempo, todos los caminos son Joëlle…
Sí, supongo… no sé…
También empecé a hacer linograbado, relacionado con los estampados populares, y así comencé a hacer este tipo de libros sobre infinidad de cosas, como el primero de animales, Zoo Lógico, y luego Casi Todo, Atuendos y El cuerpo humano, y libros de ese estilo. Al mismo tiempo, había ido desarrollando uno con Jean-Luc Fromental, mi autor favorito y amigo desde hace un buen tiempo; encontramos la forma de trabajar juntos: creamos las historias juntos, luego él escribe y yo dibujo… Solemos empezar una historia sin saber dónde va a terminar…
Encontrar su propia voz, la voz de la historia…
Sí, para mí, el objetivo es la historia, cómo contarla y trato de encontrar lo mejor. Es como un motor o un mecanismo que simplemente vas ajustando. Tratas de encontrar un buen papel, el tamaño adecuado, las herramientas, los colores correctos y así va emergiendo lentamente. Eso me encanta, así es como lo hago.
No tengo una manera única de expresión, uso lo que sea bueno para la historia o el proyecto, así que tal vez por eso influyen en mí muchas cosas, no sé, como cuando hago una historia
Yo no me lo puedo imaginar, pero, el otro día, había alguien en mi expo sición que no concebía que yo hubie ra hecho todas las imágenes. Primero exclamó: “¡Oh!” y después de un rato de malentendido dijo: “¡Ah! Tú hiciste esto, tú eres la artista… pero ¿tú lo hicis te todo?”. Creo que pensó que era una expo colectiva. Me di cuenta de que tal vez hay varias personas en mi cabeza.
Cuando trabajas, ¿estás trabajando o jugando?
¡Ja! Parece que estoy jugando, pero tengo momentos de bastante difi cultad… Es un placer, pero, al mismo tiempo, a veces resulta complicado en contrar el camino.
Yo quiero preguntarte sobre una pieza en particular de la exposición porque, ya sabes, en México y América Latina es
Rodrigo Morlesin (CDMX, 1972) papá de una camada de perros literarios llamados Elvis, Luna y Ranchera.
Ve la entrevista en mascultura.mx
muy popular tu libro 2017)… no sé cómo se llama en francés… En francés se llama Os court! “court” es “corre”… pero juntos suenan como “au se cours” que se traduce como “¡auxilio!”. Jean-Luc Fro mental siempre hace juegos con las palabras.
¡Oh, qué bonito juego de palabras! Sí, traducir es bastante complicado… En México, a todas las niñas y niños les encanta ese libro, conecta con nuestra cultu ra… las calaveras, el Día de Muertos… …y José Guadalupe Posada.
¡Sí, José Guadalupe Posada! Quien por cierto era un gran grabador…
Esta pieza en la exposición (un ukulele negro pintado a mano con una calavera) es distinta porque formaba parte de una exposición colectiva en la que todos decoramos un ukulele. Quería hacer algo en blanco y negro…
¿Cómo conociste la obra de Posada?
¡Oh! Creo que la primera referencia que vi sobre Posada fue cuando a los 15 años vi una exposición de Tomi Ungerer en París. ¿Ya sabes quién?
¡Sí, sí, lo conocía!
Ése fue mi momento de “¡guau, quiero hacer esto!”. Pero no los libros infantiles… había carteles de cuando él vivía en América, mu chos carteles, dibujos algo fuertes y grandes dibujos de paisajes con él. De hecho, había un dibujo que se llama Homenaje a Posada que es un esqueleto montando una bicicleta…
Y yo ni siquiera sabía quién era Posada ni qué hacía.
Al final, los libros de tus abuelos, o el dibujo de Tomi con el esqueleto, con el tiempo se convirtieron en tus propios libros. Eso es interesante, tus libros empezaron mucho antes de que los comenzaras… Creo que todos somos así y es interesante porque hice un trabajo sobre esto. Estuve en un festival en la República Checa el verano pasado y nos pidieron que mostráramos veinte imágenes que transformaron nuestra vida; me pareció una pregunta muy provocadora porque no son sólo las imágenes que amas ahora, sino las que en un momento te tocaron y te hicieron decir: “¡Wow, puedo hacer eso!”, o “¡eso es, sí existe! Quizá yo pueda hacerlo”. No incluí a Posada, porque creo que llegó después de que empecé a hacer algunas cosas, como el arte brasileño de Cordel. Había otra inspiración, pero la descubrí más tarde.
Gracias por llevarnos en este tour detrás de tu proceso y tus ideas. Muchas gracias por tu tiempo.
Tu arte es increíble. ¡Felicidades! Gracias. Espero algún día ir a México.
Bueno, ¡lo haremos! Sólo escríbeme y lo hacemos. Estaremos felices de tenerte en México. Las niñas y niños te quieren un montón, les encantan tus libros, es increíble. Eres una gran in
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Desde antes de tener recuerdos, incluso antes de nacer, ya estamos escuchando. En el útero, el corazón de la madre suena como un tambor constante y esa vibración se vuelve la primera melodía que el cuerpo registra. Según Reverberación (Océano, 2024), de Keith Blanchard, ese momento es el punto de partida de algo mucho más grande: una vida entera moldeada por el sonido.
Lo que parece al principio una investigación sobre el poder de la música rápidamente se convierte en algo más íntimo. Blanchard no escribe desde la distancia del experto, sino desde la curiosidad de alguien que busca entender por qué ciertos sonidos nos cambian por dentro. ¿Por qué una canción puede devolvernos a un recuerdo que creíamos olvidado? ¿Por qué algunas melodías nos hacen llorar, aunque no sepamos bien el motivo? ¿Por qué hay música que parece hablarnos en un idioma que no conocíamos, pero entendemos perfectamente?
A lo largo del libro, el autor va tejiendo una conversación entre ciencia, arte y experiencia personal. Habla con neurocientíficos, músicos, terapeutas. Recorre investigaciones que muestran cómo el sonido puede cambiar nuestras ondas cerebrales, modular nuestro estado de ánimo, ayudarnos a dormir, calmar la ansiedad o incluso acompañar procesos de recuperación tras un trauma. En ese cruce entre lo biológico y lo emocional, aparece el corazón del libro: entender cómo la música afecta tanto el cerebro, como nuestra forma de ser, de pensar y de sentir.
Uno de los aspectos más interesantes es que Reverberación trata a la música como algo más allá de un fenómeno estético. La presenta como una herramienta emocional y psicológica capaz de afectar nuestro estado interno, de acompañar procesos complejos y de ofrecernos formas nuevas de conexión con nosotros mismos. No se reduce únicamente a gustos musicales o de cultura, sus alcances se extienden a los ámbitos de la salud, bienestar e identidad. El libro nos muestra cómo nuestro sistema nervioso responde al ritmo, a la armonía, al tono y cómo esas respuestas pueden usarse conscientemente para equilibrar emociones, reenfocar la mente o conectar con uno mismo
cuando las palabras no alcanzan. Hay algo profundamente humano en la idea de que nuestros cuerpos, incluso sin que lo sepamos, están afinados a ciertas frecuencias. Que hay músicas que regulan nuestro sistema nervioso como una caricia invisible. Que cuando sentimos angustia, cansancio, insomnio, muchas veces una canción puede hacer lo que ningún pensamiento racional logra. Y eso no es casualidad, es biología, es memoria y es conexión.
Pero más allá del dato científico, lo que vuelve especial a este libro es su mirada sensible. Blanchard no busca respuestas cerradas, sino nuevas preguntas. A veces, cuando describe una experiencia musical que lo conmovió, lo hace con una honestidad que no necesita grandes explicaciones. Nos recuerda que todos, en algún momento, fuimos sostenidos por una canción. Que todos tenemos una banda sonora interna que nos acompaña en las pérdidas, en las esperas, en las decisiones importantes, en los comienzos.
En el fondo, Reverberación es un libro sobre cómo nos escuchamos y cómo aprendemos a percibir nuestras emociones, a atender lo que sentimos sin juzgarlo, a darnos espacio para vibrar con lo que realmente nos toca. En ese sentido, la música aparece como un puente entre el afuera y el adentro, entre el cuerpo y la mente, entre el caos del mundo y el centro calmo al que todos quisiéramos volver de vez en cuando.
El autor también explora cómo las herramientas de sonido han comenzado a utilizarse en entornos terapéuticos, desde prácticas de meditación hasta tecnologías auditivas diseñadas para inducir estados de relajación profunda o ayudar a desbloquear emociones enquistadas. Esta dimensión del libro es especialmente valiosa para quienes se interesan por la psicología contemporánea, ya
que ofrece un enfoque complementario al trabajo emocional: una entrada sensorial, intuitiva, menos verbal pero igualmente poderosa.
Hacia el final, la lectura deja una sensación parecida a la de una canción que uno no quiere que termine. Blanchard elige no cerrar con una conclusión definitiva, en cambio, nos invita a escuchar más. Escuchar con más presencia, con más curiosidad, con más confianza en la capacidad del sonido para conectarnos con algo vital. La música, dice entre líneas, no está ahí sólo para acompañarnos, sino para despertarnos. Para revelarnos partes de nosotros que habíamos olvidado. Para abrir caminos nuevos hacia el interior.
Reverberación no busca deslumbrar. Quiere resonar, quiere quedarse vibrando un rato después de haber sido leído, como lo hace una nota sostenida en el aire. Y lo logra, porque la música es más que lo que se escucha en la superficie, también es todo lo que puede despertar en nosotros cuando le damos espacio para entrar. Porque en un mundo lleno de ruido, a veces lo más transformador es aprender a escuchar distinto. A veces, más que entenderlo todo, necesitamos dejar que algo nos toque. Y ahí, en ese gesto silencioso, comienza otra forma de estar en el mundo.+
Del asistente al aprendiz: la evolución narrativa de Hannah Nicole
Por: Ximena Hutton
Hannah Nicole nos abre las puertas de su universo literario para hablar sobre la trans formación de Asistente del villano en Aprendiz del villano. Con una mezcla de humor, honestidad y profundidad emocional, la autora revela cómo fue lidiar con las expec tativas de los fans, explorar nuevas perspectivas narrativas y mantener el equilibrio entre la comedia y los momentos oscuros. Además, nos comparte los desafíos de expandir un mundo lleno de magia, profecías y relaciones familiares com plicadas, mientras deja entrever algunos secretos sobre lo que nos espera en el tercer libro de la saga. Una conversación imperdible para los amantes de la fantasía y los personajes inolvidables.
¿En qué se diferenció escribir Aprendiz del villano de la escritura del primer libro? ¿Sentiste presión por cumplir con las expectativas de los fans?
La verdad es que, al principio, sí sentí esa presión. Pero luego tuve una charla conmigo misma y pensé: “Necesito encerrarme en una habitación y no mirar nada”. Decidí tomarme un descanso de redes sociales, sin dejar de mantenerme al día con los fans y las cosas tan bonitas que publicaban y el fan art. Me sentí muy emocionada porque me encantó escribir Aprendiz del villano. Cuando lo terminé, pensé: “Ésta es mi cosa favorita que he escrito” y no podía esperar para compartirlo con todos los que disfrutaron del primer libro o que estaban descubriendo la serie.
La diferencia principal con el primer libro es que mi objetivo inicial era hacer reír a todos. Ése era el propósito con Asistente… y pensé que sería el mismo con Aprendiz…. Sin embargo, mientras lo escribía, descubrí que mi intención era hacer que los lectores sintieran algo: enojo, tristeza, ansiedad o una alegría intensa, porque todos esos momentos están presentes. Fue una experiencia más emocional tanto para mí como para los personajes, ya que profundizamos más en ellos. A pesar de seguir siendo divertido —me reí mucho escribiéndolo— también lloré bastante.
La secuela trae nuevos puntos de vista, como el de Rebecca y el misterioso caballero. ¿Cuál era tu objetivo al ampliar la perspectiva narrativa?
Desde el principio sabía que quería incluir más puntos de vista en este libro. Al inicio, tenía varios personajes con sus propias perspectivas, pero al llegar al final y empezar a editar, me di cuenta de que algunos no tenían arcos importantes. Decidí enfocarme en los personajes que estaban viviendo momen tos de cambio significativos. Sabía que Evie y el villano esta rían fuera de la oficina bastante, pero como amo ese escenario, pensé que in cluir puntos de vista adicionales sería una forma excelente de regresar a la oficina entre aventuras. Becky, por ejemplo, fue muy divertida de escribir porque está harta de todos y sólo quiere que sigan las reglas, algo que nadie hace. También me encantan los romances secundarios, así que me divertí insinuando varios de ellos.
Sin dar demasiados detalles, ¿qué pueden esperar los lectores del tercer libro de la saga? Más de todo: más romance, más tensión y más momentos inesperados. Habrá una mayor expansión del mundo y nos adentraremos más en el trasfondo del villano. También habrá puntos de vista nuevos, incluyendo uno que fue increíblemente divertido de escribir. Quiero que los lectores se preparen para momentos ridículamente divertidos y sorprendentes. La tercera entrega será una mezcla de todo lo que amo escribir y espero que los lectores lo disfruten tanto como yo.+
Desde el vientre: un llamado a proteger las generaciones futuras
Por: Lucía Moreno Valenzuela
El desarrollo del ser humano cuando está en el vientre materno es asombroso, milimétrico y orquestado con una precisión que aún hoy al estudiarla nos deja sin aliento. Cada célula, hormona y estímulo responden a un plan perfectamente coordinado, pero, al mismo tiempo, muy sensible
Durante el embarazo, la madre no sólo transmite nutrientes, oxígeno y afecto al nonato: también transmite su química corporal, que incluye residuos de pesticidas, ftalatos, fenoles, retardantes de llama y otras sustancias presentes en productos de uso cotidiano.
¡Y sí! Esta exposición no proviene de grandes industrias químicas, sino de nuestros propios hogares: cosméticos, detergentes, plásticos, ambientadores, textiles, utensilios de cocina. Cada uno de estos productos puede contener sustancias que se acumulan en el cuerpo de la madre y del padre y terminan en el cuerpo del hijo antes de que haya tomado su primer aliento. De todos estos contaminantes te platico en mi libro Inteligencia natural de Editorial Aguilar (2025)
La placenta, ese órgano extraordinario en el que se forma la vida, si bien es una barrera protectora, no lo es al 100% ya que permite el paso de muchas sustancias sintéticas peligrosas presentes en productos de uso diario. El cordón umbilical, lejos de ser una fuente de pureza, puede convertirse en una línea directa de exposición prenatal a un cóctel químico invisible.
¿Por qué es esto relevante? Porque el embarazo es una etapa crítica de desarrollo, en la que interferencias químicas pueden producir alteraciones permanentes en la salud del bebé. Estamos hablando de efectos epigenéticos, disrupciones endocrinas y cambios en la programación metabólica que no se detectan al nacer, pero que predisponen a enfermedades crónicas como:
Pequeñas dosis de estas sustancias sintéticas pueden alterar la programación hormonal, metabólica y neurológica. La dosis no hace al veneno, sino el momento y la vulnerabilidad del organismo. No es lo mismo un adulto que se expone a estos contaminantes, que un ser en formación dentro del vientre materno.
Ahora voy a contarte algo que estoy segura te sonará totalmente lógico: se trata de la urgente necesidad de reparar y sanar el cuerpo de los futuros padres antes de que conciban un hijo. El embarazo no comienza el día que una prueba da positivo, sino tres meses antes.
Esta idea, desarrollada por las autoras Alejandra Ponce y Gabriela Hernández en su libro Trimestre cero (Grijalbo, 2024), representa un llamado urgente a mirar con atención el terreno sobre el que se sembrará una nueva vida. Porque sí, la vida se siembra. Y como toda semilla, lo que la rodea importa: la calidad del aire, del agua, de los alimentos, del entorno… y, por supuesto, la calidad de los pensamientos, vínculos y decisiones. Para sus autoras, la salud y fortaleza de la semilla —tanto del padre como de la madre— comienza a cultivarse al menos tres meses antes de la concepción. Y no sólo la semilla importa: también
el terreno donde germinará esa nueva vida. El cuerpo de la mujer, su entorno, sus emociones y su vitalidad son parte del mismo acto sagrado de dar vida.
Concebir no es sólo engendrar. Nuestra cultura no prepara a las mujeres ni a las parejas para este momento desde un lugar integral. Se habla de ácido fólico, sí, pero no de ftalatos. Se habla de vitaminas prenatales, pero no de microplásticos. Se habla del cuerpo, pero poco del entorno e incluso de las emociones o la salud mental.
No puedo dejar de mencionar al doctor español Nicolás Olea, autor del libro Libérate de tóxicos (RBA, 2024), quien lleva 40 años investigando en el laboratorio y ha publicado más de 130 estudios científicos acerca de las sustancias sintéticas capaces de alterar nuestras hormonas (disruptores endocrinos). Entre sus declaraciones, Olea menciona que no sólo importan los tres meses antes de la concepción y los nueve meses de embarazo, sino también los primeros dos años de vida del niño para protegerlo de la exposición a estos químicos tóxicos presentes en los productos de uso diario. Es crucial que la industria química, que en muchos sentidos tiene sus raíces en la industria del petróleo, asuma su responsabilidad en esta misión global. Si estas industrias han jugado un papel fundamental en la construcción del mundo moderno, también tienen el poder —y la obligación— de garantizar que las futuras generaciones nazcan libres de la carga de contaminantes que comprometen su desarrollo desde antes de su primer respiro.
Más que una responsabilidad individual, se trata de un esfuerzo colectivo por transformar nuestra relación con los productos que consumimos y los entornos que habitamos. Cambiar hábitos y educarnos sobre los riesgos es un acto de amor hacia los más pequeños, y también un compromiso con un futuro más saludable y justo para todos.+
María Eugenia Mayobre Blackstar Editorial: Hachette Literatura
Novedad Editorial Aguilar
Lucía Moreno es autora de Inteligencia natural (Aguilar, 2025) y fundadora de Verde a la mexicana e Immi México, proyectos que promueven el cuidado consciente de
Conectar a los lectores con su propósito
Esta sencilla pero poderosa declaración resume la misión de Whitaker House Español, cuyos títulos ya están disponibles en Librerías Gandhi.
Whitaker House es una editorial con más de 55 años de historia, fundada en Pittsburgh, Pensilvania, Estados Unidos. Comenzó publicando libros en inglés y, hace más de dos décadas, inició su labor en español, con el objetivo de traducir sus obras más exitosas para ayudar a los lectores de habla hispana a encontrar, descubrir y vivir su propósito. En 2014, se consolidó oficialmente la división en español, que hoy no sólo traduce sus mejores títulos, sino que también publica a autores latinoamericanos, reconociendo el valor de la voz latina en el mundo editorial.
De la mano de su director, el editor y escritor ecuatoriano Xavier Cornejo, Whitaker House Español se ha levantado como una voz que busca que cada lector se conecte con su propósito de vida. Como afirma Xavier: “Somos historias que buscan vivir una mejor historia y eso se logra a través de la lectura.”
La editorial trabaja en tres áreas esenciales: crecimiento personal, crecimiento profesional y crecimiento espiritual. Si bien el éxito puede encontrarse en las rutinas diarias, Whitaker House invita a ir más allá: a encontrar no sólo éxito personal, sino una plenitud que nace en el espíritu con la lectura. Su catálogo ofrece libros que equilibran mente, productividad y alma: desde estrategias para mejorar la eficiencia personal con el gurú de productividad Michael Hyatt, hasta el cuidado de la salud mental de la mano de la neurocientífica bestseller Caroline Leaf, pasando por el fortalecimiento espiritual y la búsqueda de la paz interior en obras como El Camino del Guerrero (2025) de Erwin Raphael McManus. Cada uno de sus títulos está diseñado para elevar la mente y guiar al lector a reconectar con su propósito de vida.
Encuentra sus libros en tu librería Gandhi favorita y da el primer paso hacia una vida más plena.+
Tres rounds con Mario Vargas Llosa
Por: José Luis Trueba Lara
Primer round: La casa verde Cuando por primera vez me topé con él, a mí me faltaban pocos años para cumplir los veinte. Mi hallazgo no fue sorprendente: la fascinación que tenía por dos colecciones de Tusquets —los Cuadernos Marginales y los Cuadernos Ínfimos— ya había trasformado a las librerías en tiendas de raya. Esos libritos, que sólo por obra de un milagro llegaban a las mesas de novedades el mismo año que se publicaban, me llevaban hacia lo que jamás había imaginado ni pensado. Gracias a ellos descubrí a Michel Foucault y a Roman Gubern, y lo mismo me ocurrió con Woody Allen y Groucho Marx. Por esta razón, en el preciso instante en que abrí uno con la tipografía impresa con tinta verde no dudé en comprarlo. Su autor era un tal Mario Vargas Llosa.
Llegué a mi casa con Historia secreta de una novela (1971) y de inmediato quedé hechizado. Lo que pasó después es fácil de imaginar: el siguiente libro que leí fue La casa verde (1966) cuyas raíces ya conocía. Enfrentarme a la novela no fue fácil, Vargas Llosa me obligó a aprender a leer de una manera distinta y me enfrentó a las complejidades que a veces me noqueaban. Mis momentos en contra de las cuerdas valieron la pena: le perdí el miedo a lo difícil y con pasos casi firmes pude adentrarme en el boom
Visto a la distancia, no puedo presumir que le gané en el primer round que sostuvimos. Él había aprendido a boxear en el Leoncio Prado y con el tiempo mostraría la real fuerza de su punch. En el mejor de los casos —y con ganas de adornarme— apenas puedo decir que me ganó por puntos, aunque los moretes que me dejó fueron definitivos para mi futuro.
Segundo round: el momento de las definiciones
Tener menos de veinte años no era fácil. Ese momento no sólo era propicio para descubrir la literatura, pues también me obligaba a definirme. En la universidad, el opio de los intelectuales era inobjetable y rimaba con la persona que Vargas Llosa había sido. Su cercanía con la revolución cubana —que compartía con García Márquez, Cortázar, Fuentes y Benedetti— lo había convertido en un personaje digno de ser espiado por la inteligencia de nuestro país. Desde 1962 —como consta en los documentos que forman parte del Archivo General de la Nación— su simpatía por el castrismo lo hizo acreedor a un expediente que fue abultándose con los años. “Recibe correspondencia de Cuba con el truco de depositarla en México y que no se conozca su verdadera procedencia”, se afirma en uno de esos papeles. Hoy no me da pena confesar que yo era un fiel devoto del opio; es más, la idea de que un novelista visitara La Habana como si fuera La Meca cuadraba con las consignas que repetía como si fueran plegarias. Sin embargo, estaba absolutamente equivocado y atrasado en las noticias. Vargas Llosa ya había roto con el castrismo y, como era predecible, sus libros estaban prohibidos en Cuba. En este round, él me derrotó sin darle pelea y, además, tuvo que pasar un tiempo antes de que me convirtiera en un descreído y pudiera compartir su liberalismo. De nueva cuenta, Vargas Llosa fue uno de los autores definitivos para que hiciera mía la definición
que aún me marca. Gracias a él, creo en la libertad y detesto cualquier intento autoritario.
Tercer round: el golpe que cambió la historia En febrero de 1976, Vargas Llosa le dio un derechazo a García Márquez. Si este golpe nació por algo cercano a la novela Los genios (2023), de Jaime Bayly, es algo que pertenece al territorio de las habladurías; para mí, ese nocaut tiene un significado más profundo. El ojo morado del Gabo no sólo marcó el fin de una amistad que se reveló en Dos soledades (2021) o en García Márquez: historia de un deicidio (1971), pues de una u otra manera también señaló el fin del boom y el inicio de una ruptura que aún permanece.
En muchas ocasiones, las consecuencias políticas de ese golpe se miran de una manera simplona: Vargas Llosa se había vuelto un agente de “la derecha”, mientras que García Márquez se mantenía impoluto gracias a su fascinación por Fidel. ¿Quién puede dudarlo? Las dicotomías siempre son buenas en la medida que nos ahorran el trabajo de pensar. La división del mundo entre buenos y malos no llega muy lejos. En este sentido, el día que afirmó “La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la urss. No es Fidel Castro. México es la dictadura perfecta”, llegó mucho más lejos que sus críticos. Lo importante no era la coloratura política del gobernante, sino si un país era libre o no lo era.
Ese día, Vargas Llosa volvió a noquearme sin problemas y me dio una lección fundamental: lo importante es la libertad, lo definitivo es la distancia entre la letra y el cetro, lo indispensable es romper las cadenas. Lo demás es demagogia.+
José Luis Trueba Lara. Escritor, editor y profe. Colabora en la radio y de pilón sale en la tele.
Andrew Roberts
Andrew Roberts, Demontología Doom Slayer, 2025 Modelo en 3D para videoinstalación Cadáver fantasma, MUAC, Ciudad de México, 2025
El diseño como lenguaje: una conversación con Emiliano Godoy
Por: Victor Ruiz
Emiliano Godoy es diseñador industrial egresado de la Universidad Iberoamericana y además cuenta con estudios en la Parsons School of Design (Nueva York). Es cofundador del estudio GodoyLab, enfocado en diseño sostenible y estrategias circulares. Su trabajo ha sido exhibido en el MoMA, el Centre Pompidou y el Design Museum de Londres. Actualmente, dirige la carrera de Diseño Industrial en CENTRO y es miembro del consejo de la World Design Organization. En esta ocasión, conversamos con él acerca de su libro El ABC del diseño (Toronja Ediciones, 2024)
Emiliano, ¿cómo nació la idea de estructurar el libro alfabéticamente?
Queríamos alejarnos del formato tradicional de libros de diseño, que suelen enfocarse sólo en fotos. La idea fue hablar de los conceptos detrás de los proyectos. Al organizarlos por letras, logramos una narrativa cruzada, como en Rayuela, donde puedes leerlo en orden o seguir una ruta alternativa al final de cada capítulo.
¿Qué esperas que aprendan los jóvenes diseñadores?
Que el diseño tiene un rol importante en temas ambientales y sociales. No es sólo una disciplina técnica que cumple con lo que el cliente pide. El diseño refleja valores y debemos asumir esa responsabilidad. El libro invita a verlo como una herramienta de transformación.
En la letra S hablas de sostenibilidad y supervivencia. ¿Es la excepción o ya es la regla?
Sigue siendo la excepción. Hay proyectos muy buenos, pero la industria del diseño sigue ligada a prácticas extractivistas y dañinas. Aún hay mucho por cambiar.
¿Cómo eliges los proyectos en los que trabajas?
Es más fácil saber a cuáles decir que no. Hay materiales, empresas y enfoques que simplemente no comparto. Pero trato de encontrar valor en casi cualquier proyecto, incluso en los más complejos o restrictivos.
Tu trabajo ha sido exhibido en ciudades como Nueva York o Milán. ¿Qué significa eso para ti hoy?
Antes me emocionaba mucho. Ahora, lo que valoro es la oportunidad de plantear ideas distintas. Mostrar que el diseño la tinoamericano tiene otra visión, otras herramientas y que puede cuestionar lo que proviene de los centros eco nómicos del mundo.
También enseñas diseño. ¿Qué ves en las nuevas generaciones? Están muy expuestos a ideas y tienen acceso a todo, pero también hay presión por encajar y brillar en redes. Lo importante es que entiendan que ya tienen las ideas del futuro, ahora deben enfocarse en cómo ejecutarlas.
Si pudieras dar un consejo a tu yo de hace 20 años, ¿cuál sería?
Aprender administración y Excel desde el primer semestre. Y lo más importante: cuestionar rápido. No hay que esperar tanto para desafiar lo que se da por hecho en diseño.
Para terminar, ¿cómo describirías El ABC del Diseño en una frase? Es una invitación a establecer criterios propios para evaluar y entender tu propio trabajo como diseñador.
El libro, más que una guía, es una conversación abierta sobre lo que significa diseñar hoy. Un ejercicio de reflexión para quienes creen que el diseño puede (y debe) ser una fuerza crítica, ética y transformadora. Porque, como bien dice Godoy, “los objetos pueden ser silenciosos, pero el diseño no debería serlo nunca”.+
Victor Ruiz es diseñador gráfico, coordinador de redes y entrevistador. Apasionado por la ilustración, el cine y las historias que conectan. Siempre en busca de nuevas formas de comunicar, tanto con imágenes como con palabras. @aguynamedvictorr
Cómo sobrevivir a tu trabajo
(y no morir en el intento)
Carina Maggar nos cuenta sobre su libro Sobrevive a tu trabajo, publicado por Editorial Trillas. Ya sea que estés dando tus primeros pasos en el mundo laboral o intentando no perder la cabeza en la rutina de oficina, estos consejos ilustrados te ayudarán a que el trabajo no te quite la vida (ni la salud mental). No te pierdas la entrevista completa para más consejos sobre cómo sobrevivir a tu trabajo.
Mantén los ojos (y oídos) bien abiertos.
Siempre busca oportunidades, incluso fuera de la oficina.
Una charla de 5 minutos puede ser el comienzo de algo grande.
¿Y si le pido su mail?
Sal de la rutina.
“Pequeños cambios salvan tu salud mental.”
Habla, aunque te dé pena.
“Si no lo dices, nadie sabrá que tenías una gran idea.”