In memoriam
Las sinfonías de Roberto Calasso Julio Trujillo
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oberto Calasso fue un gran escritor y un gran editor. No se encuentran ejemplos semejantes: los grandes editores de nuestra época fueron solventes escritores, pero no grandes, y los grandes escritores, solventes editores, pero no grandes (como Eliot en Faber & Faber). Calasso fue ambos, incluso a veces se confunde el arte de ambas vocaciones en él, como si hubiera escrito el catálogo de Adelphi y editado sus propios libros. Él abonó a esta idea de trasvase, diciendo que los libros de un catálogo se pueden interpretar también como los capítulos de un libro, y acumulando libros propios como capítulos de un gran libro sobre los mitos y los dioses, incluso si estos libros eran escrupulosamente literarios, como los dedicados a Kafka y a Baudelaire. La editorial Adelphi nació en 1962 como una pequeña rebelión, publicando las obras completas de Nietzsche cuando a éste todavía se le leía con las anteojeras de la ideología. Esa pequeña rebelión, que no condesciende, es la que hace grande a un editor, pues termina por configurar un gusto (y con él una influencia, y con ella una conversación y una época) ajeno a las tendencias de la época y en realidad único, fruto de un conjunto de mentes afines que lo arriesgan todo por compartir con la sociedad una serie de libros queridos. Esto, como decíamos, no es fácil, hay que resistir y polemizar. Calasso casi no participó en polémicas públicas, y mejor optó (gesto de característica elegancia) por enviar cajas de chocolates a aquellos que lo atacaban. Y así fundió durante décadas su labor editorial con su propia vida. E insisto: a la par de esto, escribió una obra notabilísima, de difícil definición (¿y no es lo difícil de definir siempre interesante?); una obra que viaja en el tiempo y en el espacio con gran facilidad, que perfora en un punto de interés como si estuviera haciendo arqueología y separando capas geológicas con las pinzas del artesano. ¿Su fascinación y casi monotema a lo largo de más de 20 libros?: los mitos, su tejido paralelo al de la historia y su presencia entre nosotros. Y, por cierto, si usted no cree en los mitos ni en su genealogía de mujeres y hombres, de diosas y dioses, ése es un problema estrictamente suyo, porque los dioses sí creen en usted. “No importa lo que hagamos, estamos en una fábula”, dijo bellamente Calasso, y mito significa fábula. Como epígrafe del que sin duda ha sido su libro más leído, Las bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso eligió esta frase de su muy admirado Salustio: “Estas cosas jamás sucedieron, pero existen siempre”. Y, como si ello no bastara, Calasso se ha encargado de recordarnos en varias ocasiones que el primer mito es el mismo mundo. Con una admirable, casi inverosímil visión panorámica, Calasso, en sus grandes libros, es el guía que nos lleva por los ríos de la mitografía tanto de Occidente como de Oriente, demostrando que conocía a ciegas el árbol genealógico de nuestros dioses y todas y cada una de sus ramificaciones. Como Atenea, Calasso es un escritor que teje, que anuda, que conecta su red de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera. Uno de los nudos, pero no el central, de Las bodas de Cadmo y Harmonía es el rapto que Zeus hace de Europa; así abren sus páginas, pero el lector no tarda en descubrir que asiste a apenas uno de los cientos de estaciones, nudos y capítulos que configuran la red de las historias. Los dioses aparecen, desaparecen, comparecen de nuevo, con ligeras
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variantes en sus historias, según las registre Homero, Virgilio, Plutarco, Heródoto o Calímaco, y es Calasso quien nos va a ofrecer la totalidad de la red: el mandala fielmente reconstruido. Además, como desinteresadamente y con una prosa suprema, Calasso cuela aquí y allá hermosas argumentaciones en defensa de los mitos: La actitud de Platón hacia los mitos es la que a veces conquistan los más lúcidos de los modernos. Los más toscos, sin embargo, siguen discutiendo acerca de la palabra creer, palabra fatal en relación con los mitos, como si para los antiguos se hubiera tratado de creer con la misma supersticiosa convicción con que los filólogos de la época de Wilamowitz creían en el encendido de una bombilla sobre la mesa de su estudio. No, ya Sócrates, poco antes de morir, lo había aclarado, se entra en el mito cuando se entra en el riesgo, y el mito es el encanto que en ese momento conseguimos hacer actuar en nosotros. Más que una creencia, lo que nos rodea es un vínculo mágico. Es un hechizo que el alma aplica a ella misma. El regalo que nos da contagiarnos de una convicción como la suya es saber que, incluso cuando estamos instalados en la más estricta soledad, en realidad estamos rodeados de dioses que nos acompañan y nos observan con una curiosidad