Tema del mes
La re-significación del géner Fabián V. Escalante
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a búsqueda de empatía en la sociedad se ha convertido en algo muy exagerado desde el afán de ser incluyentes. Más allá de construir una sociedad en la que las personas cohabitan de manera pacífica, respetuosa y tolerante, éstas comienzan a hartarse de escuchar los mismos discursos de libertad de expresión, amor, igualdad y resistencia. He escuchado repetidas veces la frase “Hay asuntos más importantes por los que deberíamos preocuparnos”. Lastimosamente, quienes la dicen no se preocupan ni por una situación, ni por otra; sólo están “cansados” de escuchar los mismos temas que van de un medio a otro. Pero, ¿por qué para algunos resulta tan cansado el discurso de inclusión y respeto? Porque realmente no están acostumbrados a pasar por situaciones de incomodidad y de abuso. Nadie se pondría en los zapatos del otro que ha sido discriminado por su orientación sexual, tono de piel o estatus. Simplemente permanecen dentro de su burbuja de bienestar personal y hacen caso omiso del problema: si a ellos no les sucede, no existe. Por eso “exageramos” al querer construir una sociedad empática, en la que podamos existir. No podemos permanecer quietos cuando los derechos humanos de alguien son violentados; no se puede no exigir respeto sin que caiga en una provocación. Las personas que llaman berrinches a los posicionamientos —que ni conocen— de la generación actual son las mismas que hacen berrinche cuando se les habla de feminismo, cuando se exige igualdad, cuando les muestran cuerpos diversos y libres, y, claro, también están cansados de las siglas de la comunidad que “busca destruir al género y a la familia tradicional”, según ellos. Actualmente, podemos ver en muchos sitios esa inclusión que buscamos; sin embargo, a veces la presentan de una manera tan forzada —y hasta errónea— que es así como regresamos al problema inicial del hartazgo. Hablar de inclusión y diversidad no sólo significa hablar de las preferencias de cada ser. La diversidad es tan amplia —sexual, racial, cultural y religiosa, todo en un contexto multicultural— que intentar explicarla representa un reto, a pesar de que siempre ha formado parte de la cultura y de la historia, lo que ahora ha creado una educación al respecto. Al nacer, la historia comienza basándose en nuestros genitales: se asigna qué se puede vestir, con qué se puede jugar y qué se
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debe hacer o no. Esas construcciones socioculturales del género son las que la sociedad espera que sigamos para modelar nuestra vida, sin comprender que, al pasar el tiempo, la historia puede cambiar de rumbo por completo. Después de todo, estas decisiones pertenecen a cada persona; no porque uno decida ser un semáforo todos tienen que serlo. No se les obliga, ni se les impone, sólo se les informa. La identidad de género ha tomado un papel crucial en los últimos años. Muchas personas han encontrado un discurso más cómodo para identificarse y poder expresar que la re-significación del género se vive de manera constante para combatir aquellas violencias que atentan contra la igualdad. Paremos de encasillar a los cuerpos y dejémosles fluir. Nacer mujer u hombre es una expresión de la naturaleza, pero ésta se ha visto obligada a seguir la heteronormatividad de una sociedad construida bajo el binarismo y la jerarquía del machismo. El resultado: esta sociedad violenta y excluyente, con toques de homofobia y racismo. Existir bajo una estructura de género ha provocado la invisibilidad de algunos grupos y cuerpos; se han violado y desaparecido derechos. No sólo las personas trans pierden las oportunidades que tiene una persona cisgénero: en Medio Oriente, los derechos de las mujeres continúan estancados debajo de una burka, y los ataques homofóbicos se viven en todas las naciones. La materialización del cuerpo nos ha llevado a una norma de género representada en la construcción de ser lo suficientemente masculino o femenina. Pero, ¿qué sucede cuando aparece un varón afeminado o una mujer masculina —sin importar la orientación sexual—? Se desatan hostigamiento, amenazas y violencia, incentivadas por la norma de género, y nuevamente se le señala como una persona rara que no encaja en esta construcción social.