Vivimos en la era del conocimiento científico, que ha desmentido algunas ideas que nos impedían liberar nuestras mentes y almas de muchos sistemas o instituciones.
Pero en el vértigo de esa libertad no tenemos idea de qué hacer, y parece que ahora más que nunca son necesarios los magos; no de los que aparecen conejos en un sombrero vacío, sino de los que responden a la antigua acepción persa, difundida al mundo por los pueblos helenos, de “el que es capaz” y, por lo tanto forma parte de un selecto grupo de sabios, eruditos, poseedores de la intuición cósmica, como André Aciman, que nos cuenta por qué el hechizo del primer amor se queda con nosotros de modo definitivo, y Lol Tolhurst nos cuenta de la magia implícita en la música de The Cure.
Brujas, magos, hechiceras y nigromantes llevan el saber infinito y participan del poder para controlar al menos un sector de la naturaleza. La ciencia hace esto último, pero no lo primero. He ahí la hybris de nuestra era y nuestra condición de muggles.