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el medio ambiente y se oponía al consumo de masas. Se decía que este nuevo modo de vida psicodélico y colorido estaba inspirado en los efectos de sustancias alucinógenas. En realidad se trataba de pócimas y embrujos antiquísimos. Basta con echarle un vistazo a Los embrollos de la bruja Winnie y ver a su protagonista aparecer y desaparecer los electrodomésticos, la ropa, el auto o el teléfono con sólo sacudir una varita mágica y decir las palabras mágicas, no siempre las exactas. Que si Winnie no hubiera nacido hace cientos de años, cualquiera la confundiría con alguno de los iniciadores del movimiento hippie.

Nos encanta explicarnos las cosas, hacer descubrimientos y formular teorías que pensamos podrían pasar a la historia. Claro, después (casi) siempre aparece alguien con una mejor teoría y se nos acaba el instante de gracia. A veces las teorías más fascinantes se quedan archivadas en lo oscurito, sea porque nadie las creyó posibles o porque al inventor no le dio la gana compartir sus hallazgos con el resto del mundo. La década de los sesenta está llena de ejemplos de esto. Cuando en 1969 el astronauta Neil Armstrong dijo con un pie en la Luna: Es un pequeño paso para el hombre, pero un enorme salto para la humanidad, nadie dudó de que se trataba de las primeras palabras expresadas por un terrícola sobre la superficie lunar. Lo cierto es que ningún periódico ni noticiero del mundo indagó entonces si acaso algún otro personaje no terrícola vivía en la Luna desde mucho tiempo atrás. Según rumores, los astronautas del Apolo 11 lo vieron y le relataron su hallazgo a más de un familiar y conocido, pero nadie los tomó en serio, aun cuando en 1967 Tomi Ungerer ya le había hecho justicia a El hombre de la Luna en uno de sus libros: así, al menos un puñado de niños y adultos terrícolas sabrían que ese hombre color niebla existe y que alguna vez visitó fugazmente la Tierra, que fue descubierto y perseguido por la policía, confundido por los asistentes a una fiesta y finalmente auxiliado por un científico excéntrico que ya nadie recordaba, mismo que lo ayudó a volver a casa. Los sesenta fue una era que vio nacer sinfín de inventos caprichosos. Algunos todavía son de lo

más celebrados en pleno siglo xxi, como el internet y el láser. Pero muchos otros viven guardados en carpetas, cajas fuertes, cabezas despistadas y memorias de niños fisgones. La fórmula del doctor Funes es un perfecto ejemplo de esto. Nadie ha confirmado todavía si el autor del libro, Francisco Hinojosa, fue el niño que un día se curó el aburrimiento espiando con su telescopio a los vecinos del edificio de enfrente y descubrió al doctor Funes justo cuando éste preparaba en la cocina de su departamento un brebaje de color verde, a base de ratones, lagartijas y caracoles, que le dio a probar a su gato y lo rejuveneció varias vidas. Lo que siguió a ese descubrimiento mejor que se los cuente él. Pero no todo fue ciencia en los años sesenta, también afloraron los movimientos de contracultura: grupos de anarquistas, contestatarios, rebeldes y revolucionarios que desafiaban las normas de la cultura dominante. Ningún ejemplo más colorido que el movimiento hippie, el cual defendía la anarquía no violenta y antibelicista, se preocupaba por

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DESTROZA ESTE DIARIO KERI SMITH PAIDÓS

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Y ya que entramos al divertido juego de destapar verdades no oficiales, ¿habrá algún elemento más relevante y característico de la década de los sesenta que la Guerra Fría? En internet hay miles de documentos dedicados a estudiarla, explicarla y reinterpretarla. Tan fácil que sería sacar del cajón el álbum familiar de fotografías y confirmar que la Guerra Fría es un fenómeno que ha existido desde que se creó la primera familia del mundo. Pablo Diablo es el libro perfecto para demostrar esta hipótesis. Con su divertido retrato de una familia cualquiera (¿o casi?), deja a elección del lector la tarea de decidir quién de los personajes, Pablo Diablo o su hermano Roberto "el niño perfecto", representa a los Estados Unidos y quién a Rusia. Si quieren pistas, les contaré que cuando a Pablo lo llevan sus padres al colegio procuran caminar detrás de él a suficiente distancia, con la esperanza de aparentar que ese niño, al que no se le quita lo diablo ni cuando las cosas le salen mal, no es su hijo. +

INFANTIL

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