81_Los60_2016

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Zappa: memorias, testimonio oral de 1988 recogido por el periodista Peter Occhiogrosso (al que en su casa conocen tan bien que le hablan de tú) en el que Zappa cuenta su vida, aderezando la historia con su —de nuevo—peculiarísimo sentido del humor. Por sus páginas desfila una caterva de extravagantes personajes con apodos tan coloridos como Motorhead y el famoso Captain Beefheart, precursor directo de mi adorado Tom Waits, y con quien Zappa sostuvo una tensa relación de amor/odio. El tono desenfadado y su humor ácido sazonan una personalísima historia de los años sesenta, alejados del glamur que cabría imaginar es inherente a toda estrella de rock. Por el contrario, se trata de un volumen desmitificador, cuando no demoledor, que da cuenta de la otra cara de la moneda: los sesenta no fueron sólo amor y paz.

Tengo una relación ambigua con los años sesenta. Crecí en un ambiente jipiteco-comunistoide-liberal de izquierda moderada, donde la sombra del 68 se proyectó siempre sobre nuestro hogar. No viví esa década. Nací en 1972 cuando, aun terminada, sus ecos seguían reverberando por el mundo. Durante mi niñez, México, que siempre llega tarde a todo, se asemejaba más a los cincuenta que a los sesenta. El denominador común de mi generación fue la lectura de los libros de Rius. Imposible entender los sesenta y sus secuelas sin sus libritos maravillosos. Desde La panza es primero, Cómo suicidarse sin maestro, La Revolucioncita Mexicana, así como sus compilados Los Agachados y Los Supermachos, su presencia acuariana iluminó mis primeras lecturas y mi temprana politización. Hoy tengo el privilegio de ser su amigo. Otra voz anidada en el inconsciente colectivo fue la de José Agustín. Este maestrazo, rockero y macizo, fue quizás una de las primeras voces jóvenes de la literatura mexicana. Sí, sí, ya sé que ahí estaban también Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña, pero de todos ellos, los bautizados por Margo Glantz como la literatura de la onda, fue J. A. el que se posicionó en el corazón de los lectores —para usar una frase cursi de mercadotecnia. No conozco hogar mexicano donde se lea que no tenga una copia de De perfil. La novela escrita por un jovencísimo novelista sobre su despertar a la vida desde un jardín

en Narvarte. Hasta ese momento, nuestra Literatura Nacional había crecido de espaldas a la juventud, todo era solemnidad y voces engoladas. No sé si José Agustín fue nuestra primera voz juvenil, el pionero en darle voz a los aún imberbes, pero sin duda sí fue uno de los más amenos. (Y quizá esa fue su condenación. Los lectores lo siguieron viendo como un eterno chamaco, alguien que escribía novelas juveniles aunque no escribiera novelas juveniles. El hoy septuagenario autor acapulqueño sigue siendo percibido como un escritor de jóvenes, lo cual no es del todo preciso.) Decía líneas arriba que tengo una relación ambivalente con los sesenta. Ello es especialmente notorio en la música. Siempre que digo lo siguiente pierdo amigos y lectores, pero no me gustan Los Beatles. Nunca me gustaron y juro que no es pose ni afán de dármelas de duro, simplemente, como Manolito el de Mafalda, no me conecto con ellos. En cambio tengo una debilidad enferma por Frank Zappa y su peculiar, peculiarísima música. Sé que es un gusto adquirido, pero me queda claro que la obra del gran guitarrista de Baltimore —desaparecido, ¡ay!, prematuramente a los cincuenta y tres años— sigue reverberando hoy. Músicos tan disímiles como Danny Elfman, Mike Patton, The Residents, y hasta los Red Hot Chili Peppers en sus momentos más delirantes, tienen deudas enormes con don Frank. Por ello fue un gusto descubrir que Malpaso editó la traducción de sus memorias, La verdadera historia de Frank

De lo anterior deja clara evidencia la lectura de Un hombre de confianza, de Fabrizio Mejía Madrid, biografía novelada de Fernando Gutiérrez Barrios, siniestro personaje que durante varios sexenios fue el responsable de la seguridad nacional. Ya Fabrizio había hecho lo propio con Gustavo Díaz Ordaz en la sensacional Disparos en la oscuridad. Vuelve a la carga en su recuento histórico con el superpolicía, veracruzano ejemplar que resguardó las sombras de varios presidentes. Hablando de policías, ¿ya les conté de mi debilidad por la película Flashback (Franco Amurri, 1990), donde un muy joven Kiefer Sutherland interpreta a un policía yuppie que debe trasladar de una cárcel de alta seguridad a otra a un anarquista de los sesenta, interpretado por Dennis Hopper en uno de sus papeles más entrañables? ¿No? Uy, es una maravilla. Más policías: El complot mongol, de Rafael Bernal. ¡Hay que leerla! Así como Los símbolos transparentes, de Gonzalo Martré, primera novela sobre la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968. Martré, autor de culto, fue también guionista del legendario cómic Fantomas. Pero de los sesenta, mi película favorita es Dr. Insólito, de Stanley Kubrick. ¿Que no las has visto? ¡Ya ni la friegas! Corre a comprártela a Gandhi. Un par de párrafos antes hablaba de Mafalda. ¿Puede haber cómic que capture mejor el espíritu de esta década en Latinoamérica? Una obra maestra que contiene en cada tira de tres o cuatro cuadritos más sabiduría que un aforismo de Cioran. He dicho. El cómic del mes: triple empate entre Mis Supermachos del tal Rius, Los cuatro fantásticos, de Jack Kirby (con guión de Stan Lee) y las Fábulas Pánicas, de Alejandro Jodorowsky. +


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