Uno de los primeros aprendizajes que se inculcan a los niños consiste en diferenciar las cuatro estaciones del año y sus características. En primavera todo florece, los campos resplandecen de verdor; durante el verano, además de las vacaciones, llegan el calor y la lluvia; el otoño no está hecho para los melancólicos, que ven en la caída de las hojas de los árboles un pretexto para no salir de la cama; y por último el invierno, que marca el fin del ciclo, la muerte de las flores y de los árboles, la hibernación de los osos, el congelamiento de los lagos y los ríos… en ciertas latitudes. En un clima como el de la Ciudad de México es muy complicado advertir el cambio de las estaciones, sobre todo porque padecemos de una especie de eterna primavera, con perdón de Cuernavaca; llueve prácticamente todo el año, el frío no suele sentirse demasiado fuerte y no cae nieve, por lo que las imágenes románticas de los inviernos que sí ocurren en el hemisferio norte sólo pueden verse en las películas