reportaje 21 En cualquier caso, los ejemplos anteriores hacen referencia a adicciones de andar por casa. Adicciones que le pueden tocar al común de los mortales. Pero como en todo, señores y señoras, hay auténticos pioneros, héroes incomprendidos que se atreven a dar el paso hacia el siguiente escalón evolutivo. Basta encender la tele y ver el programa “Mi extraña adicción” para encontrar a gente adicta a comer papel higiénico, pelo (tricotilomanía), piedras, relleno de colchones, tierra (geofagia) o pladur, gente adicta a oler chicles mascados (por cualquiera que no sea el dueño de la adicción), gente enamorada de su secador de pelo, gente que tiene ataques de ansiedad si no saca con un alambre los pelos acumulados en duchas ajenas, o gente que prefiere un chutecico de botox antes que un viaje con gastos pagados alrededor del mundo. Pero lo jodido de verdad empieza cuando uno quiere poner fin a semejante despropósito autista perpetuado irracionalmente. Lo jodido es que si te quedas sin tabaco y decides aguantar algo más hasta el siguiente piti, la abstinencia puede llevarte a abofetear a tu parienta o a liar cigarros con cualquier cosa que tengas a mano. Orégano, tiras de plátano o telas de araña. Que además dicen que colocan. Qué van a colocar. Si Jazztel te ha dejado sin poder ver el Facebook de tu ex cada diez minutos y sin la posibilidad de descargarte vídeos cochinos,
no serás el primero en rastrear la Super Pop de tu hermana pequeña en busca de la foto de alguna cantante adolescente con pinta de guarrilla con la que poder darle al manubrio a falta de algo mejor. Y estas cosas, aparte de que están mal, son feas y pueden llegar a ser incluso punibles, son verdaderamente tristes. Ay. Si misteriosas son las adicciones y más aún los caminos que llevan al ser humano a abrazarlas con ardor, lo verdaderamente complicado es dejar tanta penuria atrás. Afrontar el mono. Emular a charliesheenes y calamaros con elegancia y tratando de sufrir lo menos posible. Sin recalar por el camino en una nueva dependencia más absurda que la anterior. Darse a la práctica de actividades supuestamente menos perniciosas que no hacen más que evidenciar que el problema en realidad es uno mismo. Desde aquí, opinamos que apuntarse a clases de costura por un desengaño amoroso, lejos de ser la solución, no es otra cosa que el principio del fin. Así que, la lección a aprender hoy es que no hay atajos para sortear el mono, lo único que queda es rendirse a él. Nuevas filias y adicciones surgen cada día. Mientras tanto, nosotros observamos. Sentados en nuestros árboles, pelando nuestras bananas, esperamos divertidos el momento fatal en el que el hombre acabe consigo mismo, dejando, al fin, un poquito de paz en el planeta.