Revista El juglar N.1

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y como todo deseo es más satisfactorio cuando ese deseo ha sido largo que cuando se puede satisfacer de manera sencilla, sin ningún esfuerzo. Y, sin embargo, todos deberíamos poder tener un encierro cómodo. Lo que debería ser objeto de deseo y esfuerzo no es la situación material de la comodidad del encierro, sino la situación de la imaginación llena de fugas y detalles: desear imaginar mundos cada vez más extraños, plurales, diferentes. Esa imaginación es la que nos invita a apreciar el encierro como algo que no tenemos. Es decir, por justicia, lo que no podemos desear es lo que todos deberíamos tener: condiciones materiales dignas para el encierro: comida, salud y un refugio seguro y cómodo. Lo que sí podemos desear es la situación de la imaginación al interior del encierro, que es algo singular y universal al mismo tiempo, es la explosión de lo heredado y lo nuevo. Ese es el ancho océano, del que nos habla Dickinson, que nos genera placer al ser visto o tocado. Y ese encierro silencioso, apartado, es el que más estimula la imaginación ¿De qué sirve un encierro con pompa, un encierro que se muestra a todo el mundo haciendo ruido? Ese ruido incomoda la imaginación de mundos posibles. La misma Dickinson llevó un encierro silencioso, poco conocido. El aislamiento silencioso es respetuoso con el exterior pues no asume que el interior es superior a lo que está afuera. Y, además, el encierro silencioso permite que las ideas nos desborden con su ruido, a veces ideas justas, maravillosas, otras veces ideas psicópatas o malignas. A fin de cuentas, ideas, y por eso mismo el encierro es el espacio para la imaginación, porque allí aun

@Tachicaricatura

“Entienda que no podamos mantener su puesto en la crisis actual, además, ¿dónde está su solidaridad con la compañía?” cuando se imagine lo peor, ese algo solo se imagina, pero no se hace. El encierro silencioso no es un encierro servil, no es autoflagelarse o creer en una falsa humildad de la soledad. El encierro tiene pompa, pero no es la pompa del armiño, es otra pompa, mucho más valiosa. El encierro silencioso nos invita a repensar la riqueza que hace ruido, pero no nos dice que debemos obligarnos a ser miserables. El encierro silencioso sí hace ruido, pero lo hace de forma diferente: sin engañar, sin esconder, y también con las ideas. No es un aislamiento total, pues seguimos hablando con otros, pero esta vez usamos las ideas y la

imaginación. Y nos invita a cuestionar la riqueza material, esa que hace ruido, esa de la que a veces ni siquiera somos conscientes. Precisamente la imaginación del encierro nos permite ver qué es lo que se esconde y cuál es esa riqueza que no es la única riqueza: En harapos -como estos­- misteriosos van los brillantes cortesanos escondiendo la púrpura y las plumas, escondiendo el armiño. Junto a una imponente puerta piden -sonriendo- una limosna. Sonriendo, cuando vamos descalzos por sus pisos de oro. (Poema 117)

Todos los poemas citados corresponden a la numeración de la obra de Emily Dickinson hecha por Thomas H. Johnson, en la edición de la Universidad de Harvard. Las traducciones son de José Manuel Arango y fueron tomadas de la selección titulada “En mi flor me he escondido” y publicada por la Editorial de la Universidad de Antioquia en 2017. Revista El Juglar. Julio de 2020. 17


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