3 minute read

OPINIÓN. ¿En defensa de los monumentos racistas?, o el dilema de la eliminación en la historia

PUNTO FINAL

¿En defensa de los monumentos racistas?, o el dilema de la eliminación en la historia

Advertisement

por Henry Alfonso Chavarro Arias

Cuando se emplea la moral de la sociedad actual para definir qué se debe derrumbar y qué se puede mantener estamos cayendo en un problema de anacronismo: otorgarle significados de nuestra época a situaciones del pasado”.

El 25 de mayo el mundo se horrorizó con un video en el que se observa cómo un policía de la ciudad de Mineápolis aplasta con la rodilla el cuello de George Floyd, un hombre negro acusado de presentar un billete falso, hasta causarle la muerte. La falta de humanidad del policía y su indiferencia ante las súplicas de Floyd —“I can’t breathe”—, desencadenaron múltiples protestas en varias ciudades de Estados Unidos y del mundo ante lo que era señalado como una demostraciónmás de la brutalidad policiaca por motivos raciales. Una de las formas que tomaron las protestas fue el derrumbe y la vandalización de estatuas de figuras históricas asociadas al racismo y la esclavitud como las de algunos líderes confederados de la guerra de secesión o también de otras figuras cuya discriminación no es tan evidente como las del colonizador genovés Cristóbal Colón, la del político Winston Churchill o la de Miguel de Cervantes, quién, paradójicamente, vivió en carne propia la esclavitud, al ser traficado como esclavo en su paso por Argelia.

El debate sobre la necesidad de eliminar estos monumentos genera posturas radicales en los que ambos extremos poseen argumentos importantes. Quienes abogan por su derribo tienen razón cuando afirman que mantener las estatuas de personas que causaron sufrimiento basado en discriminaciones, perpetua el odio. Al respecto vale la pena recordar la paradoja de la tolerancia que el filósofo Karl Popper escribió durante la Segunda Guerra Mundial. Según Popper, para producir una sociedad tolerante esta no puede dar cabida a ideas intolerantes pues, de otro modo, tales ideas terminarían limitando, o destruyendo, la misma tolerancia que las permite. Por su parte, los que se oponen al derribo de las estatuas no lo hacen tanto por mantener dichas figuras, como por la idea de que, a pesar de sus connotaciones negativas, estas representaciones cumplen un papel fundamental en la comprensión del pasado y también porque consideran que borrar dichas huellas no genera un impacto real en las consecuencias que devinieron de tales hechos o acciones en el presente.

Como historiador no puedo estar a favor de derribar elementos que, aún con sus vicios, hacen parte de nuestra historia como humanidad. Para mí estos monumentos se deben mantener, o al menos reubicar, claro que no acríticamente, sino con reformas que generen una reflexión. Herramientashay muchas: para el caso de bustos de figuras esclavistas, se me ocurre que se puede colocar una placa en la que se informe lo que se conoce de sus acciones y su contexto. Por ejemplo, en el caso de Colón este tratamiento más que definirlo como héroe o villano, buscaría comprenderlo como un hombre de una época en la que la esclavitud estaba normalizada. Otra opción muy interesante, siempre condicionada por el acceso a la tecnología, sería la realidad aumentada con la cual esa información se leería en la pantalla del celular, con un solo escaneo o enfoque. La reubicación también es una posibilidad válida. En ese caso los monumentos deberían ser reubicados en lugares de memoria, museos o archivos, donde estos puedan ser puestos en contexto. Por supuesto el verdadero factor estructural que permitiría mantener estas figuras tan controversiales es una población cuyo acceso a la educación le permita desarrollar una comprensión histórica crítica. Un último argumento en contra del derribo de estas estatuas tienen relación con la prohibición al negacionismo que tienen algunos países. Como ha sucedido en particular con el holocausto judío, esta prohibición no se ha traducido en la desaparición de ideas antisemitas en personas de tales países; es decir, la supresión de símbolos no significa la desaparición de las ideas tras ellos.

This article is from: