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por Sergio Tagle / Página

Cristina Fernández de Kirchner encabezó un acto en Casa de Gobierno donde entregó documentos de identidad a personas trans.

DEMOCRACIA

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O LIBERALISMO

El kirchnerismo tendría al autoritarismo como rasgo definitorio de su identidad. Esta crítica rutinaria refiere a un gobierno que conjuga al concepto democracia como verbo y guía para la acción: “democratizar”. Medios, justicia, relaciones entre las personas son algunas de las esferas de la sociedad democratizadas por el gobierno nacional. ¿De qué democracia se habla cuando el crítico se opone a democratizaciones realizadas y a otras anunciadas? Ocurre que el liberalismo habla en nombre de la democracia. Liberalismo y democracia no son lo mismo.

por Sergio Tagle

Oponentes al gobierno nacional caracterizan al kirchnerismo con aprioris ideológicos que en su momento funcionaron para definir al peronismo: con esfuerzos, se le podrán reconocer algunas reparaciones sociales pero es, son, insanablemente autoritarios. Este es un pensamiento preformateado que inspira notas periodísticas y libros, muchos libros. ¿Por qué

se le niega virtudes democráticas a un movimiento que en el pasado y en el presente incluyó social, cultural y políticamente a clases y grupos excluidos

de la sociedad? La hegemonía intelectual del liberalismo puede en parte responder a esta pregunta. Liberalismo y democracia no son sinónimos. Ocurre que el primero monopoliza el significado de la democracia; se atribuye el poder de decir quién es democrático y quién no lo es.

Democratizaciones

El kirchnerismo autonomizó al poder político de los poderes económicos y corporativos en un proceso que comenzó ya en el año 2003. Esto es, permitió que

pensar un pais con justicia social

sean los elegidos por la voluntad popular y no los poderes fácticos quienes gobiernen el país. Este es el logro democrático más importante desde los últimos años del gobierno alfonsinista, cuando el poder económico –después de la dictadura- volvió a ingresar a la Casa Rosada y a colonizar a sus moradores. En los últimos nueve años se produjeron transformaciones democráticas en las Fuerzas Armadas, donde ahora una mujer o una persona homosexual pueden ser generales; en la vida cotidiana a través de las reformas al código civil, el matrimonio entre personas del mismo sexo, en la escena mediática a través de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. La soberanía del individuo (tan valorada por el liberalismo, pero solo en el plano económico) llegó hasta la muerte digna y la identidad de género. La voluntad de las personas vale más que las determinaciones biológicas: ahora es producto de una decisión individual dejar de sufrir ensañamientos terapéuticos para prolongar artificialmente una vida. También lo es ser hombre o mujer. La última consigna es democratizar la justicia. El kirchnerismo iguala relaciones de poder antes arbitrarias en la política, en la cultura, en las instituciones más tradicionales. Lo hace con una legitimidad del 54% de los votos. Un sentido común podría decir que se trata de un gobierno democrático por origen y por su práctica. Pero esto diría un sentido común democrático. El sentido común liberal es diferente. Valora un formal funcionamiento de las instituciones, concebidas éstas como autónomas y aisladas de la voluntad popular. Tan es así que la historia muestra extensos e importantes períodos en los cuales las instituciones se desempeñaron acorde el manual republicano-liberal en momentos en que al pueblo le estaba vedado votar. En dictaduras y regímenes basados en el fraude y la proscripción, podríamos decir que hubo liberalismo pero no hubo democracia.

Qué democracia, qué República

¿Por qué, en nombre de la democracia y de la República, tantos dirigentes, periodistas y ciudadanos se oponen a las democratizaciones en curso? Más aún: muchos de ellos alientan movilizaciones y se movilizan con banderas que hablan –directamente- de dictadura. ¿Por qué alertan sobre los peligros que acecharían a la democracia y a la República? ¿Cuáles son esos peligros? El kirchnerismo y antes el peronismo,

Nilda Garré festejando el día de la mujer exaltando la igualdad alcanzada.

por su parte, no son enfáticos a la hora de defender y definir como democráticas a conquistas como las reseñadas más arriba. Sólo refieren al resguardo de la democracia institucional cuando advierten movimientos destituyentes. Lo cual es imprescindible, claro. Pero todavía no logra desestructurar un argumento que debiera ser anulado por su flagrante contradicción. Este es el de solicitar, al menos desear secretamente la interrupción de mandatos constitucionales en nombre de la democracia, la República y de la misma Constitución nacional. Durante los golpes del Siglo XX (al peronismo y al yrigoyenismo) la falaz racionalidad conspiradora decía: “los echamos porque no eran democráticos, porque destruyeron la República”. El nacionalismo popular debe valorar y reivindicar explícitamente sus componentes democráticos –no sólo de origen- sino también de desempeño gubernamental. Quizá, para evitar equívocos y facilitar el debate, sea necesario adjetivar: qué democracia, qué República se defiende, se aspira a construir. Los dos proyectos de país en pugna en el presente y en la historia, también suponen dos ideas diferentes de democracia y de República en disputa. La discusión podría ser más clara si se apelan a adjetivos. Por ejemplo, Democracia/República Popular Participativa o Democracia/ República liberal. Liberalismo no es lo mismo que democracia, aunque tengan muchos parecidos. El liberalismo pone acento en procedimientos. La democracia privilegia el respeto a la voluntad popular. Cuando se imputa autoritarismo al kirchnerismo, al peronismo, a los populismos o gobiernos nacionales y populares en general, se está hablando desde una idea en particular de democracia. La democracia liberal. Y se está negando la existencia de otras concepciones acerca de este modo de gobernar y organizar a las sociedades. El kirchnerismo, el peronismo (podríamos agregar los procesos políticos que se desarrollan en Venezuela, Bolivia, Ecuador) en rigor suponen, sugieren, una democracia de otro tipo. No rigurosamente liberal. Y por este motivo quizá sea más profunda generosa e inclusiva.

República liberal sin democracia

Democracia y liberalismo fueron tradiciones encontradas desde sus orígenes

Una de las innumerables manifestaciones que se llevaron a cabo en el país pidiendo la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

europeos y suramericanos. La Europa de las Revoluciones burguesas modernas tenía al liberalismo como ideología revolucionaria. Este se oponía al absolutismo. Solicitaban parlamentos y –en general- lo que en estos días se llama “controles republicanos”. Ante las monarquías, estas eran peticiones históricamente progresivas. Pero el liberalismo al mismo tiempo le temía a las masas, a la turba. De aquí que el voto estaba reservado a propietarios y a quienes se suponían lo suficientemente educados como para ejercer este derecho. Aquí advertimos que el liberalismo puede ser poco democrático. Más aún, para los liberales de entonces el voto no era tanto un respeto de la voluntad popular, sino más bien un recurso para garantizar la alternancia en el ejercicio del poder político y de esta manera evitar el eventual autoritarismo de gobernantes que reciban demasiado poder por parte del pueblo. La institución del voto, para los liberales europeos del Siglo XVII, debía evitar la emergencia de líderes que –“demagogia” mediante- conquisten el apoyo de las masas y que gracias a este apoyo popular de base impulsen programas de gobierno que desborden los estrechos márgenes democráticos de los sistemas rígidamente liberales-representativos. Aquí tenemos un antecedente lejano en tiempo y espacio de actuales críticas a una reforma constitucional que no prohíba al pueblo elegir a un presidente tantas veces como lo desee.

También nosotros conocimos liberalismo sin democracia. Antes de la Ley Saenz Peña funcionaban las instituciones de la República Liberal. Funcionaba el Congreso, el Poder Judicial, el Poder Ejecutivo. Podríamos decir: estas instituciones se desempeñaban con formal corrección. Pero el pueblo no podía votar en forma universal, secreta y obligatoria. Antes de 1912 había formal funcionamiento de instituciones pero lo que ocurría en ellas no era expresión de una voluntad popular. Había liberalismo pero no había democracia. Lo mismo ocurrió entre 1930 y 1943. Durante la Década Infame funcionaban el Congreso y todas las instituciones de la República liberal. Pero lo hacían en base al fraude y la proscripción. En la Década infame había liberalismo pero no democracia. Un gobierno tan poco liberal como el de Perón fue en muchísimos sentidos, profundamente democrático. Con el primer peronismo se hicieron realidad muchas banderas del mejor liberalismo, del liberalismo democrático, precisamente. Algunos ejemplos: el voto femenino; consignas de la Reforma Universitaria como el acceso de los hijos de los trabajadores a la Universidad, la gratuidad de la enseñanza universitaria. Las dictaduras ocurrieron cuando las demandas democráticas de los pueblos fueron demasiado lejos. Pedían demasiada justicia, demasiada libertad. Dicho en lenguaje actual, querían democratizar el poder, la riqueza, La educación, la cultura. Y el liberalismo dijo no. La libertad de ustedes llega hasta acá. Cuando la exigencia popular de libertad tocó a la libertad del mercado, los liberales apelaron a dictaduras. Quizá “la cuestión democrática” deba formar parte de actuales batallas culturales. Esta lucha de ideas debiera ganar e incorporar al patrimonio del campo de lo nacional, de lo popular, el concepto y la práctica de la democracia. Debe hacerlo porque hay una historia y un presente para argumentarlo. Y no es justo ni conceptualmente preciso que liberales digan “los democráticos somos nosotros”. Sencillamente no es así. El liberalismo argentino no es democrático. En el peor de los casos es autoritario, en el mejor de los casos es apenas libertad de mercado. El campo de lo nacional y popular también debe disputar el significado y la naturaleza de la República deseada, de los derechos individuales. También debe considerar que una “democracia real”, que produce democratizaciones estructurales, no tiene por qué ser incompatible con una democracia de los procedimientos. Este último es uno de sus puntos débiles. Muchas veces, gratuita e innecesariamente se desprecian formas y de esto se vale el liberalismo conservador para hablar de autoritarismo. Pero no es así. La nuestra es una democracia fortalecida y más plena respecto del período histórico precedente y que –tentativa, hipotéticamente- puede avanzar hacia la construcción de una Segunda República, ahora democrático-popular y participativa.

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