19 minute read

Para deshacer las obras del diablo (V)

Por : Daniel Pujol

La Iglesia

Advertisement

Satanás contra la Iglesia, el gran proyecto de Dios

Desde el momento en que el diablo consiguió hacer caer a Adán ha tenido seguidores que han negado a Dios: “El insensato ha dicho en su corazón: ¡No hay Dios! Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien” (Sal 14:1 VM). Pero Dios no se ha desdicho de su proyecto: “… edificaré mi iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16:18).

Con la caída en la tentación de Adán y Eva, el adversario consiguió inocular el pecado en toda la raza humana (Ro 5), ya que todos sus miembros han tenido progenitores afectados por dicho pecado (Sal 51). Notemos de paso que el hecho de que Satanás consiguiera su propósito no exime al hombre de responsabilidad. Dios ya había advertido a Adán de las consecuencias funestas de su desobediencia (Gn 2) de la que se deriva la pecaminosidad del género humano, en caso de que hiciera un mal uso de su libertad. La sola excepción fue Jesús porque no fue engendrado de sangre ni carne sino por el Espíritu Santo. Y lo excepcional -con lo que quizá no contaría el adversario- es que todos aquellos que han creído en Cristo han recibido la potestad de ser llamados hijos de Dios, no engendrados de sangre ni de carne. Si es cierto que “la muerte entró por un hombre”, no lo es menos que para los que están en Cristo -mal que le pese al diablo-, “por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Co 15:21,22).

Dios nos ha hecho nada menos que hijos suyos; sus herederos y coherederos con Cristo, el Hijo. Y el Señor no descuida a sus hijos.

La salvación, si bien es personal, no es individual, de manera que todos aquellos que han sido hechos hijos de Dios conforman un cuerpo que es la Iglesia, su pueblo. Pues bien, puesto que este es el proyecto de Dios, Satanás se opondrá al mismo con todas sus fuerzas. Cuando Dios comisionó a Moisés para que sacar a su pueblo Israel de Egipto, a causa de la resistencia de aquél, le mostró tres señales. La que nos interesa aquí es la primera. “El Señor le dijo: ¿qué es eso que tienes en la mano? Y él respondió: Una vara. Entonces Él dijo: Échala en tierra. Y Él la echó en tierra y se convirtió en una serpiente; y Moisés huyó de ella. Pero el Señor dijo a Moisés: Extiende tu mano y agárrala por la cola. Y extendió la mano, la agarró, y se volvió vara en su mano” (Ex 4:1-4 LBLA).

No olvidemos que la serpiente es la representación de Satanás. En aquellos tiempos el “ureo”, diadema en forma de cobra erguida era el emblema protector del faraón, símbolo distintivo de su realeza. Moisés tenía que enfrentarse a Faraón para transmitirle la orden de Dios: “Deja ir a mi pueblo”, y no es extraño que Moisés huyera de tal cometido, dado el poder del rey que se opondría a la petición de Dios con todas sus fuerzas. Moisés temía al Faraón, pero Dios le dijo que Su poder demostraría ser muy superior, y así aquella serpiente se convertiría en la vara con la que guiaría a su pueblo hacia la libertad. Cuando el pueblo ya había salido y estaba frente al Mar Rojo que parecía ser una barrera infranqueable, Dios dijo a Moisés: “Levanta tu vara y extiende tu mano sobre el mar y divídelo; y los hijos de Israel pasarán por en medio del mar, sobre tierra seca… Y me glorificaré en Faraón y en todo su ejército” (Ex 14:16,17 LBLA).

“Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín” (Lc 11:21,22). Eso mismo es lo que ha hecho Jesús, el caudillo libertador de su Iglesia.

Ahora bien, el Señor de la Iglesia, a través de su Palabra -y la experiencia nos asevera que esto es así-, nos advierte claramente que la Iglesia, y por ende sus miembros, está sometida a tensión. Poco antes de morir en la cruz, en el escenario de su última Pascua, Jesús dijo a Pedro: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no falte” (Lc 22:31-32 LBLA). Y si esto era antes de iniciar su ministerio apostólico, cuando ya ha acumulado años de experiencia en él, repasa la situación con sus lectores en estos términos: “Amados, no os sorprendáis por el fuego que os ha sobrevenido. Más bien regocijaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo… Si sois insultados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados… Porque vuestro acusador, el diablo, anda como león rugiente buscando a quien devorar” (1 P 4:12-14; 5:8 BTx 4).

No será la persecución la única arma que utilizará el adversario para socavar el proyecto divino y hacerlo tambalear. Dentro de las iglesias locales aparecen problemas que son aprovechados por el diablo para sus fines malévolos. Así no nos ha de extrañar que un caso como el de una conducta francamente inmoral de un miembro de la asamblea en Corinto motivara a Pablo a escribirles en términos tan duros como: “Entregad a ese tal a Satanás para la destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor” (1 Co 5:5 LBLA). La inmoralidad es propia del mundo, del cual el diablo es su príncipe. La excomunión de la iglesia ha de servir para que el que ha pecado recapacite, se arrepienta y renueve su comunión con el Señor y la iglesia. (El apóstol usa los mismos términos para un caso distinto pero igualmente serio como es el de la blasfemia, 1 Tim 1:20). Para evitar posibles problemas en el ámbito de la sexualidad en el matrimonio exhorta a los cónyuges: “No os privéis el uno al otro, excepto de común acuerdo y por cierto tiempo, para dedicaros a la oración; volved después a juntaros a fin de que Satanás no os tiente por causa de vuestra falta de dominio propio” (1 Co 7:5 LBLA). En una sociedad como la nuestra tan liberal en cuestiones de sexo, a Satanás no le es difícil hacer caer al cristiano en este tipo de pecados.

Más sutil, pero que puede dar lugar a conflictos graves para el creyente, es lo que le motiva a advertir: “No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues, ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos?” (2 Co 6:14-16 LBLA).

El apóstol insiste: “Por lo demás, sed fortalecidos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos la armadura de Dios para poder estar firmes frente a las artimañas del diablo, porque no tenemos la lucha contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los gobernadores del mundo de la tiniebla, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por esto, tomad la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, habiendo hecho todo, estar firmes” (Ef 6:10-13 Btx 4). Y sigue describiendo todos los elementos de la armadura porque el maligno no cejara en sus ataques lanzando sus dardos encendidos contra los creyentes (v. 14-18).

Habrá ocasiones en que el Señor usará al mismo Satanás para un fin específico como lo reconoce el apóstol Pablo: “Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca” (2 CO 12:7 LBLA). No olvidemos el caso de Job. Satanás puede actuar y no con la intención de hacer un bien sino todo lo contrario (“que no seamos engañados por Satanás, porque no ignoramos sus maquinaciones” 2 Co 2:11 BTx 4), pero siempre será bajo el control soberano de Dios quien puede revertir la situación usándola, según sus propósitos, para bien de sus hijos. Este es el cuadro de la Iglesia desde su principio hasta nuestros días, y será así hasta que Cristo vuelva (1 P 5:9). Con todo, tenemos la certeza de que “El Dios de toda gracia que os llamó a su gloria eterna en Cristo, después que padezcáis un poco de tiempo, Él mismo os perfeccionará, afirmará, fortalecerá, establecerá. A Él sea la soberanía por los siglos. Amén” (v. 10 y 11).

Satanás y la obra misionera

Durante su ministerio en la tierra, Jesús no solo tuvo que enfrentar la oposición del diablo y los demonios sino que hizo parte de su estrategia misionera el hacerles frente de forma activa. Es por eso que cuando comisionó a los doce les dijo además de “proclamad el reino de los Cielos… sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad fuera demonios…” Y les advirtió de la oposición que encontrarían, concluyendo con que “si al amo de la casa llamaron Beelzebul, ¿cuánto más a los de su casa? (Mt 10:8, 25 BTx 4).

Tras la resurrección y posterior ascensión a los cielos de Jesús, la iglesia empezó su labor misionera con la guía del Espíritu Santo quien iba marcando el camino. Esta centra el interés de Lucas en el libro de los Hechos. Desde el mismo inicio Satanás estuvo activo para ver de estorbar tanto como pudiera esta labor. Ya le hemos visto en operación en el caso de Elimas (Hch 13:412). En la primera comunidad de creyentes de Jerusalén le vemos actuando desde dentro. ¡Si pudiera generar en su interior un principio de corrupción! De aquí que cuando Ananías y Safira presentan la venta de su heredad como una donación íntegra a favor de la iglesia para paliar una necesidad económica del momento, de la cual habían sustraído una cantidad, Pedro les reconviene con estas palabras: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para mentir al Espíritu Santo y sustraer del precio de la propiedad? ¿Acaso reteniéndola no quedaba siendo tuya? ¿Y vendida, no estaba a tu disposición? ¿Por qué pusiste este asunto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír estas palabras, Ananías expiró” (Hch 5:1-5 BTx 4). Casi podemos imaginar a Satanás frotándose las manos, satisfecho al menos por las bajas ocasionadas.

los apóstoles para la oración, les “salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos adivinando. Esta seguía a Pablo gritando: Estos hombres son esclavos del Dios Altísimo, quienes os anuncian un camino de salvación. Y esto hacía por muchos días, hasta que Pablo se disgustó, y volviéndose dijo al espíritu: ¡En nombre de Jesucristo te ordeno que salgas de ella! Y al momento salió de ella. Pero sus amos, al ver que había salido la esperanza de su ganancia, echaron mano a Pablo y a Silas, y los arrastraron hasta la plaza pública ante las autoridades… Y el pueblo se agolpó contra ellos, y los magistrados mandaron que los azotaran… y los echaron en la cárcel” (16:13-23 BTx 4). Tenemos aquí el cuadro completo de la actividad del diablo contra la obra misionera. Él tiene a sus esclavos y a la que ve que empieza a perder terreno se pone en acción. Empieza por manifestarse de forma que aparenta veracidad, si bien de hecho instila en ella ponzoña que contamina. Así lo hizo cuando Jesús empezó su ministerio público (Mr 1:21-28), y así lo hizo con Pablo. En su hacer, no solo cuenta con sus acólitos, sino que lamentablemente muchos se ponen, consciente o inconscientemente, de su parte, “hombres perversos y malos” (2 Tes 3:2).

Como hemos visto en las instrucciones de Jesús a los doce, la misión incluía además de predicar el evangelio y sanar a enfermos como señales que lo autenticaban, echar fuera demonios. Así cumple Felipe cuando fue a Samaria, y “la gente prestaba atención… porque muchos que tenían espíritus inmundos salían clamando a gran voz” (Hch 8:7 BTx 4). La guerra estaba, pues, declarada y los apóstoles anunciaban de qué lado estaba la victoria. Más adelante, cuando Pedro es invitado a ir a casa de Cornelio a predicar el Evangelio a los gentiles, lo hace “respecto a Jesús de Nazaret: cómo Dios lo ungió con el Espíritu Santo y poder. Este anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo” (10:38).

El adversario no iba a desaprovechar ninguna oportunidad. Así, cuando Pablo y Silas pasan a Europa invitados por la visión del varón macedonio para llevar el Evangelio allí. Un primer resultado de las reuniones a la orilla del río predicando fue Lidia, una mujer a quien el Señor abrió su corazón para estar atenta a las palabras de Pablo, la cual se convirtió y fue bautizada. Un día que como de costumbre aquella incipiente iglesia local se reunía con

En Éfeso, durante el tercer viaje misionero, tuvo lugar una situación que, de no ser por la seriedad de lo que estamos tratando, resultaría un tanto jocosa. Durante un espacio de tiempo de dos años Pablo estuvo predicando, de manera que “todos lo que habitaban en Asia, oyeron la palabra del Señor. Y Dios hacía milagros… y los espíritus malignos se iban… Entonces algunos judíos exorcistas ambulantes intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malignos, diciendo: ¡Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo! Y esto hacían siete hijos de un tal Esceva, sumo sacerdote judío. Pero el espíritu malo les respondió, diciendo: A Jesús conozco y sé quién es Pablo, pero vosotros, ¿Quiénes sois? Y abalanzándose sobre ellos el hombre en quien estaba el espíritu maligno, dominó a dos, y se hizo fuerte contra ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa, desnudos y heridos. Y esto llegó a ser notorio… y el nombre de Jesús era engrandecido” (Hch 19:10-17 BTx 4). Diríase que al adversario la cosa se le fue de las manos para gloria de Dios. El propósito de Dios se puede resumir en las palabras del apóstol Pablo cuando fue instado a dar su testimonio ante el rey Agripa. Reproduce las palabras que le dirigió Jesús cuando se le apareció en su camino a Damasco y le dijo cuál sería su misión a partir de entonces ante judíos y gentiles: “Yo te envío a fin de que abras sus ojos, para que vuelvan de la tiniebla a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban liberación de pecados y herencia entre los santificados por la fe en Mí” (Hch 26:17,18 BTx 4). Queda claro que el objetivo de la misión es que los hombres puedan conocer a Aquél que puede librarles de la esclavitud del adversario de Dios.

El adversario de las iglesias

Con el avance del Evangelio se fueron estableciendo Iglesias cuyo progreso espiritual los apóstoles iban siguiendo. Pero esto no fue sin obstáculos. Por ejemplo en el caso de la iglesia en Tesalónica fundada por el apóstol Pablo en su segundo viaje misionero no sin dificultades por causa de judíos celosos que alborotaron la ciudad (Hch 17:1-9), éste deseó visitarles más adelante, pero ante los impedimentos, les escribió la primera carta en la cual les dice: “Nos esforzamos con mayor diligencia para ver vuestro rostro, con mucho deseo. Por lo cual, quisimos ir a vosotros, ciertamente yo, Pablo, y más de una vez; pero Satanás nos estorbó” (1 Tes 2:17,18 BTx 4). Su preocupación era por las iglesias: “Envié a reconocer vuestra fe, no fuera que, de algún modo, os hubiera tentado el tentador, y que nuestro trabajo hubiera sido en vano” (3:5). Ciertamente, la obra del Señor nunca ha estado libre de trabas y sabemos quién las ocasiona. No entenderemos todo lo que sucede, cuando sabemos que la obra es del Dios soberano y que Él está por encima del adversario quien no puede hacer nada fuera de Su control. Quizás es por estas trabas que podemos disfrutar de la primera carta de Pablo a los Tesalonicenses.

También el liderazgo de las iglesias era fuente de preocupación para el Apóstol. En su carta de instrucciones para Timoteo, al hablarle de los requisitos que deberían reunir los obispos, entre otras cosas dice que no sea “un recién convertido, no sea que se envanezca y caiga en la condenación en que cayó el diablo. Debe gozar también de una buena reputación entre los de afuera de la iglesia, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Tim 3:6,7 LBLA). Los líderes de las iglesias son un objetivo importante para el diablo. Y no sólo los líderes; hay colectivos especialmente vulnerables a sus intrigas: “Que las viudas más jóvenes se casen, que cuiden su casa y no den al adversario ocasión de reproche. Pues algunas ya se han apartado para seguir a Satanás” (5:14,15). Por todo ello, Pablo apunta a que “el siervo del Señor sea apto para enseñar y sufrido, que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizás Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Tim 2:26).

Lamentablemente, en las iglesias se pueden dar conflictos entre hermanos y el adversario no pierde ninguna ocasión para aprovecharse de nuestras debilidades para sus fines. Vale en estos casos aplicar lo que Pablo exhortara a sus lectores: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Ef 4:26,27). Y Santiago: “Someteos pues a Dios; resistid al diablo y huirá de vosotros” (4:7).

En la Revelación que el Señor dio a Juan cuando “estaba en la isla de Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús” (Ap 1:9 BTx 4) se nos presentan cuadros de iglesias que se han ido reproduciendo a lo largo de los tiempos. Así que es importante ver lo que el Señor pide a Juan escriba a las iglesias. Por ejemplo, en la carta a la iglesia de Esmirna: “No temas lo que vas a padecer. He aquí el diablo está a punto de echar en la cárcel a algunos de vosotros, para que seáis probados… Sé fiel hasta la muerte y Yo te daré la corona de la vida” (Ap 2:10 BTx 4). A la de Pérgamo: “Sé dónde moras: donde está el trono de Satanás. No obstante, retienes mi Nombre y no negaste mi fe” (2:13). Y a Tiatira: “A vosotros, a cuantos no tienen esta doctrina (ver vers. 20), los cuales no conocieron las profundidades de Satanás (como las llaman), digo: No os impongo otra carga. Sin embargo lo que tenéis, retenedlo con firmeza hasta que Yo venga” (2:24-25). A Filadelfia: “Has guardado mi palabra y no negaste mi Nombre. He aquí entrego a algunos de la sinagoga de Satanás, de los que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten” (3:9). Como podemos ver Satanás está muy activo en las iglesias. Con todo, el Señor habla una y otra vez de victoria: “Al que vence, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como también Yo vencí y me senté con mi Padre en su trono” (3:21). En estos dos capítulos de Apocalipsis el verbo vencer aparece 8 veces. La ascensión de Jesús a la diestra del Padre es la garantía de nuestra victoria sobre Satanás aun a pesar de todas las pruebas a las que nos veamos sometidos. Dios tiene la última palabra.

Satanás y el Evangelio

La victoria de Cristo sobre Satanás forma parte del meollo del Evangelio del Reino. Así que no es de extrañar que Satanás tenga interés en su exposición. Jesús explicó claramente cómo funcionaba. Así lo expuso a sus discípulos mediante la parábola del sembrador, figura del que presenta el evangelio. La semilla es la palabra de Dios. Al esparcir la semilla, esta cae en terrenos de distinta índole. Unas caen junto al camino y se pierden porque no penetran en la tierra pisada, y vienen las aves y se las comen. El Señor aclara el significado: “De todo el que oye la Palabra del reino y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino” (Mt 13:18-23 BTx 4). Lucas especifica aún más: El diablo lo hace “para que no crean y sean salvos” (8:12). Otras semillas caen en otros tipos de terreno con resultados diversos. Pero lo más importante es aquello que apunta a una buena y abundante cosecha: “El que fue sembrado en tierra buena, este es el que oye y entiende la Palabra; el que también da fruto, y produce a ciento por uno, otro a sesenta, y otro a treinta”. Y es que no podemos olvidar el compromiso de Dios mismo al respecto: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero” (Is 55:11).

Podrá darse la circunstancia de que en el reino de Dios haya mezcolanza. El sembrador ha sembrado buena semilla –cierto- y esta ha producido fruto. Pero a la vez, el enemigo del sembrador también ha sembrado cizaña, la cual también ha resultado fructífera, y esta mezcla produce confusión. En tal caso, el Señor instruye claramente a sus siervos de cómo hay que proceder: “Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero” (Mt 13:24-30). El enemigo no se saldrá con la suya. El reino es de Dios y Él triunfa.

Acto Final

En atención a lo que Dios nos anuncia en la Escritura los creyentes estamos esperando “la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con Él” (2 Tes 2:1). Ahora bien, el apóstol Pablo en esta misma carta nos advierte contra los falsos mensajes que anuncian “que el día del Señor ha llegado. Porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y sea manifestado el hombre de iniquidad, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que es llamado Dios o es objeto de adoración, hasta el punto de sentarse en el santuario de Dios, proclamándose que es Dios… Entonces será manifestado el inicuo (a quien el Señor matará con el aliento de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida), cuyo advenimiento es por obra de Satanás con toda clase de poderes, y señales milagrosas, y prodigios falsos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, porque no se acogieron al amor de la Verdad para ser salvados. Por esto Dios les envía una fuerza engañosa, para que crean en la mentira, y sean juzgados todos los que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la injusticia. Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, pues Dios os escogió como primicia para salvación, en santificación de espíritu y fe de verdad” (2 Tes 2:2-13 BTx 4).

El apóstol Pablo nos anticipa aquí la figura del anticristo. Llega el momento (Ap 12) en que Satanás junto con sus ángeles es echado fuera del cielo donde aún tenía cierta posibilidad de acceso (recordemos el caso de Job). Si Dios ha comisionado a Su Hijo, el Cristo, Satanás en su porfía rebelde levantará su contrario para que culmine su labor destructora entre los hombres mediante la mentira y la injusticia. El libro del Apocalipsis, en una sucesión de múltiples cuadros, presenta con abundantes pinceladas al anticristo y su falso profeta, sus perfiles y sus actuaciones tremendas para la humanidad, persiguiendo a los hijos de Dios, engañando a las gentes y forzando una falsa adoración a quien no le corresponde. Ambos son descritos como bestias terribles. Entrar en los detalles sería demasiado extenso para el propósito de este artículo. Vale la pena que el lector interesado lea detenidamente todo el libro.

Sí es interesante y necesario llegar al cuadro final donde vemos algo sorprendente: “Vi a un ángel que descendía del cielo teniendo la llave del abismo y una gran cadena en su mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás y lo ató por mil años y lo arrojó al abismo, y lo encerró y puso un sello encima de él para que no engañara más a las naciones hasta que fueran cumplidos mil años. Después de estas cosas, es necesario que él sea desatado por un poco de tiempo… Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones” (20:1-3,7-8 BTx 4). Este será su último acto.

Por fin leemos con alivio acerca de su final: “Y el Diablo que los engañaba fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también están la bestia y el falso profeta, y será atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (v. 10). Y con él “la muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego” (v. 14).

Este final ya había sido anunciado por el profeta Isaías: “Aquel día el Señor castigará con su espada feroz, grande y poderosa, a Leviatán, serpiente huidiza, a Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al dragón que vive en el mar” (27:1 LBLA). También Jesús hizo mención “del fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25:41 BTx 4). Finalmente, el apóstol Pedro dice que “Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas, reservados para juicio” (2 P 2:4 LBLA). Dada la amplitud de la revelación al respecto, todo esto nos confirma que será así, para descanso nuestro. El que está sentado en el trono dijo: “He aquí que hago nuevas todas las cosas… Estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap. 21:5 BTx 4).

Conclusi N

En el supuesto de que ni Adán ni Eva, ni generaciones siguientes hubieran sucumbido a la tentación, ¿habría quedado resuelto el problema del mal? Seguiría en medio del huerto el árbol de la ciencia del bien y del mal, ¿o no? ¿Entonces?

Tal pregunta es mera especulación. Lo que sí es cierto es lo que a los creyentes nos espera, porque confiamos en lo que Dios nos dice a través de Su Palabra. Y esto no es una elucubración. El proyecto de Dios tiene un final cierto en el cual estamos incluidos como beneficiarios. La historia de este mundo tiene un final alentador para nosotros, los hijos de Dios: “Según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P 3:13 BTx 4).

El diablo, el adversario de Dios, y sus acólitos tienen sobre sí una sentencia irrevocable que implica un destino sin retorno: Satanás será arrojado al lago de fuego para siempre. Y esto será absolutamente definitivo.

Seguramente que hablar de Satanás, el diablo, es tratar un tema poco agradable. Con todo es necesario para entender el porqué de la venida del Hijo de Dios a este mundo. Y la Palabra nos aclara que la razón es “para deshacer las obras del diablo”. El problema viene de muy lejos, de antes de la fundación de este mundo. Y sabemos que al final quedará del todo resuelto para bien nuestro. Tenemos una esperanza que no avergüenza (Ro 5:5) y que nos insta a dar testimonio a otros, ya que tales beneficios están a disposición de todo aquel que crea la Buena Noticia.

A Dios sea la gloria. Amén.

This article is from: