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¿Democracia u oligarquía?
from BYÔDÔ Julio 2023
¿DEMOCRACIA U OLIGARQUÍA?
Cada 4 años los miembros del rebaño nos enfrentamos a una decisión difícil. ¿Quién va a cortar la tarta? La participación de los ciudadanos en asuntos políticos en España, no es del todo directa, los votantes, en teoría, pueden seleccionar quien está en el poder, sin embargo, no redactan las leyes, no determinan las estrategias políticas y sociales del país, por no elegir, no elegimos ni a los líderes, ni a los representantes, ni al partido que acabará gobernando. La elección de la papeleta que metemos en el sobre se basa en mentiras. ¿Qué crees que eliges en realidad?
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Todos los que formamos parte del rebaño, estamos dispuestos a ceder parte de nuestra libertad para que la colmena nos proteja.
El origen de nuestra democracia está en la sociedad ateniense, los ciudadanos libres y no mujeres, se reunían en la ekkesía donde debatían y votaban sobre los asuntos que inundaban sus vidas.
La idea de votación es muy poderosa, ya que nos proporciona una falsa sensación de libertad, control y poder. Estamos convencidos de que cada voto cuenta, puesto que nos lo han repetido hasta la saciedad.
La democracia ateniense influyó en el movimiento político mundial, sentando las bases para sistemas democráticos posteriores, especialmente evolucionando a partir del siglo XVIII con las revoluciones americana y francesa, promoviendo los derechos y libertades individuales al igual que la soberanía popular.
Pero debemos tener en cuenta que el propósito de todos los rebaños es proteger el sistema y no a cada uno de sus miembros. Todos emplean la fuerza para aplastar al disidente y mantener al conjunto en funcionamiento.
La propia definición de democracia asume que el pueblo tiene el poder de controlar su destino mediante la elección entre distintas alternativas; sin embargo, esto no ocurre.
En la actualidad no existe ningún mecanismo, el cual se pueda fiscalizar que las medidas que se impulsan o se derogan coincidan con lo prometido en campaña. Hasta el punto que, en muchas ocasiones, las leyes que terminan por aprobarse no tienen nada que ver con los programas electorales que se votaron. Hay muchos ejemplos, el PSOE no debería haber formado una coalición con podemos, o no hubiera pactado con Bildu, ya que durante su campaña negaba, una y otra vez, con rotundidad, dichos acuerdos.
La falta de fiscalización conlleva a poder saltarse las promesas a la torera, secuestrando el poder del pueblo durante, al menos, 4 años.
La democracia representativa es lógica, en una sociedad enorme como la nuestra, es normal que los votantes nombremos representantes que actúen en nuestro nombre. ¿Qué ocurre cuando esos representantes no nos representan? La filosofía que corroe nuestra política está garantizada mediante un sistema proporcional de listas, otorgando el poder a quien elabora dichas listas. Es una oligarquía política dentro del estado. Cualquier parlamentario se rige a lo que dice el partido, aunque esa votación vaya en contra de sus intereses, ideología, principios propios, o por supuesto, el principio de sus votantes. Lo que dicta el partido no es más de lo que señala el líder.
Aquí entra en juego nuevamente la palabra elección, ya que nunca elegimos directamente al líder que va a controlar el poder en los años venideros.
¿Los votantes del PP elegirían libremente a Feijóo si pudieran? ¿Los votantes de Podemos están satisfechos de que Ione Belarra esté actualmente en la cúspide del partido?
Un régimen de poder donde sus votantes no pueden elegir libremente a sus líderes no puede ser llamado democrático. Los partidos políticos están constituidos por una jerarquía, cuya distribución se decide por una mezcla de servilismo, docilidad y mucha paciencia.

congreso.es
Congreso de los diputados
Dado que no existe una relación directa de representantes, hay una necesidad de generar un lazo emocional hacia las entidades estatales, dichas entidades intentan diferenciarse, a través, de su estética, su mensaje, e incluso, el infantil uso de colores, para atraer votantes que conciban sus ideas de poder establecidas.
Crean así, una falsa sensación de elección, apoyando unas ideas y haciéndonos olvidar que no elegimos a las personas y que no existe democracia como sistema de gobierno. Hemos olvidado que las personas son lo importante, no las ideas, ya que las personas somos responsables de nuestros actos.
En España está vigente la ley Dhondt, una fórmula que se utiliza para repartir los escaños en las elecciones según el número de votos que tiene cada candidatura, distorsionando la voluntad popular, pues no respeta la proporcionalidad entre votos y escaños. Esta fórmula beneficia a los partidos mayoritarios y nacionalistas, dando a estos, un poder de influencia y negociación en la gobernabilidad del estado. Esta capacidad de influencia artificial, provoca que las decisiones que se toman sean condicionadas por decisiones que van directamente en contra de los intereses de la mayoría, convirtiendo la política en un intercambio de cromos.
El miércoles 6 de diciembre de 1978 los españoles del momento se enfrentaron al proyecto de constitución, el rebaño de entonces salía de una dictadura y no estaban acostumbrados al proceso democrático, aunque, hubieran votado que si a cualquier cosa que les prometiera un régimen distinto.
Se ha tachado la transición de modélica, aunque, a decir verdad, la monarquía fue respaldada por un dictador, asegurando los privilegios monárquicos, eludiendo un referéndum, asegurando la jefatura del estado con una ley de autoamnistía, heredando muchas dinámicas de poder dictatorial.
A esta situación debemos sumar unos medios de comunicación que cuentan una visión sesgada de la realidad, con una narrativa dictada por las esferas de poder. La pluralidad solo garantiza una sucesión de bulos contados por unos y por otros. Sin medios libres, no puede existir democracia real.
Tanto tiempo de dictadura había moldeado una sociedad sumisa, temerosa y obediente, condicionando su capacidad de remodelarse.
Como ciudadanos tenemos diferentes opciones de voto.
Podemos depositar nuestra confianza en un partido, en los representantes de este, y en el líder que lo dirigirá. Con esta opción asumiremos que con nuestro voto daremos el poder de decisión a una persona concreta, cumpliendo o no, las promesas electorales.
Otra opción es, aceptar la filosofía de política española y votar a la opción menos mala. No nos sentimos representados por ningún partido, aun así, votaremos a la opción que menos daño nos vaya a hacer. Quizá sea una postura sumisa y servicial.
También tenemos la opción de dar nuestro voto a un partido bisagra, que pueda equilibrar la balanza entre los más grandes, respaldando lo que ya está instaurado.
Está la opción de no votar, pero la ley está diseñada para que aunque la abstención sea muy alta, los resultados sigan considerándose legítimos. La abstención no constituye una llamada de atención contundente.
El votante desencantado puede depositar un voto en blanco, sin embargo, esta opción favorece a los partidos más grandes al aumentar el umbral de votos necesarios.
Queda una última opción, el voto nulo, se materializa si se marca de forma incorrecta, si se marca más de una opción o si se rompe, en cualquiera de los casos, no se contabiliza y no se tiene en cuenta en el resultado de la elección. Ante esta situación, ¿a quién o qué votamos?
Texto: Raúl F. Parra
Fuente:La degradación de Occidente
