buenanueva nº 27

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ra z ó n c re a d o ra La consecuencia más inmediata es la anulación y negación de nuestra específica “imagen de Dios”, clave de bóveda que sustenta el arco de la antropología católica. Y así, ni el cuerpo ni la sexualidad humana tienen un significado trascendente: ya no se viven como signo e imagen de Dios en el hombre sino que quedan reducidos a un mero producto material y humano de libre disposición. Y, dada su implicación social, una sexualidad así puede regularse también por el consenso de la sociedad o por la manipulación y conveniencia del Estado, con lo que la sociedad civil o el propio Estado se convierten en fuente más que arbitraria de moralidad.

a nt í d oto v i v i f i c a nt e p a ra l a i n c o r r u p c i ó n Por todo ello, resultará siempre más que escandalosa la ley de la encarnación, es decir, el hecho de que el Verbo de Dios se haya hecho carne. Pero el “escándalo” de la carne y del cuerpo de Dios nunca dejará de sacudir ese antropocentrismo racionalista y ateo que parece campar anchamente en el mundo de hoy. Por eso, uno de los más hermosos retos que nos plantea la actual cultura corporeísta es, precisamente, redescubrir la centralidad de la Eucaristía, ese Cuerpo de Cristo en el que se nos hace “carne”, y pan, todo el misterio de Dios. Ese cuerpo eucarístico sigue siendo hoy el centro de gravedad desde donde irradiar esa “cultura de la Eucaristía” de la que habló con va-

liente insistencia Juan Pablo II y que resulta ser el antídoto más eficaz para esta pandemia corporeísta que tanto está debilitando los fundamentos de la más sana antropología. Así pues, ¿por qué no aprovechar en lo bueno ese contagio de tinte corporeísta que nos llega desde el ambiente cultural en el que vivimos y dejar que ilumine aspectos, quizá nuevos, de ese cuerpo eucarístico de Cristo, tan inabarcable en lo divino y, a la vez, tan profundamente nuestro en lo humano? Ese corporeísmo actual, además de ser un síntoma más que evidente de decadencia antropológica y social, puede servirnos de provechoso acicate para enfocar con detalle y redimensionar algunos aspectos del misterio eucarístico. No olvidemos que en el centro de toda la actividad de la Iglesia, de nuestra vida, está la Eucaristía y que en ese sacramento todo el misterio de Dios se nos hace presente gravitando precisamente en un cuerpo y en una sangre que revisten la apariencia de pan y vino. En el cuerpo eucarístico de Cristo, a la luz del cual el hombre se descubre a sí mismo en toda su prístina belleza, tenemos el contrapeso a ese corporeísmo actual que tanto rebaja e instrumentaliza al varón y a la mujer. ¿No es esta, quizá, una respuesta, hermosa y grande como ninguna otra, a las carencias e interrogantes que se encierran en el seno de esta cultura corporeísta que tanto degrada la sacralidad de nuestro cuerpo y de nuestra persona?

EN EL CUERPO E U CA RÍ S T I C O D E C R I S TO T E N E M O S E L C ONT RA PES O A ES E C ORP ORE ÍS MO AC T UA L Q U E TA N TO R E BA JA E I N S T R U M E N TA L I Z A A L VA R Ó N Y A LA MUJER 55


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