Siete mitos de la Independencia de la Nueva Granada (1810-1819)

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Siete mitos de la Independencia de la Nueva Granada (1810-1819) Imág enes , imag inarios y p olitiz ación de l a historia

Hernán

Rodríguez Vargas


SIETE MITOS DE LA INDEPENDENCIA DE LA NUEVA GRANADA (1810-1819)

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SIETE MITOS DE LA INDEPENDENCIA DE LA NUEVA GRANADA (1810-1819) Imágenes, imaginarios y politización de la historia

Hernán Rodríguez Vargas

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Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Hernán Rodríguez Vargas

Corrección de estilo:

Primera edición: Bogotá, D. C., octubre de 2023 isbn (impreso): 978-958-781-859-8 isbn (digital): 978-958-781-860-4 doi: http://doi.org/ Javeriana.9789587818604 Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

Claudia Patricia Rodríguez Ávila

Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7.a n.° 37-25, oficina 1301 Teléfono 3208320 ext. 4205 www.javeriana.edu.co/editorial

Ruth Romero Vaca Montaje de cubierta y diagramación: Impresión:

DGP Editores Pontificia Universidad Javeriana| Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

pontificia universidad javeriana. biblioteca alfonso borrero cabal, s. j. catalogación en la publicación

Rodríguez Vargas, Emiro Hernán, Autor Siete mitos de la Independencia de la Nueva Granada (1810-1819) : Imágenes, imaginarios y politización de la historia / Hernán Rodríguez Vargas. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2023. 276 páginas ; ilustraciones, retratos ; 24 cm Incluye referencias bibliográficas. ISBN: 978-958-781-859-8 (impreso) ISBN: 978-958-781-860-4 (electrónico) 1. Colombia - Historia - Guerra de independencia, 1810-1819 2. Colombia Historia - Siglo xix 3. Politización de la historia - Colombia 4. Colombia - Historia – Mitos 5. Sistemas de imágenes en historia I. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Facultad de Comunicación y Lenguaje CDD 986.104 edición 19 CO-BoPUJ

Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana. Las ideas expresadas en este libro son responsabilidad de su autor y no comprometen las posiciones de la Pontificia Universidad Javeriana.

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11/08/2023

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¿Qué necesidad de mitos, cuando tenéis la historia? Niccolò Tommaseo

Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad. Sr. Arthur Conan Doyle, The Sign of the Four

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Contenido

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Prólogo. Desmitificación de la historia de la Independencia, una tendencia editorial

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Introducción Sobre el mito y sobre los siete mitos

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I. Un puñado de hombres extraordinarios: el mito de los héroes de la patria El héroe afrodescendiente Morillo, ¿el héroe improbable?

43 50 63

II. La heroína sumisa: el mito de la poca participación de la mujer “Aunque mujer y joven”: Policarpa y la Pola Más voluntarias que los voluntarios Una gran participación con poca representación

75 78 87 98

III. La Independencia de los oprimidos: el mito de la homogeneidad y la completitud El pasado prehispánico: usos y contradicciones Las notables y las otras

109 112 134

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IV. Ciudadanos sin ciudadanía: el mito de las falsas equivalencias Un concepto espinoso llamado revolución ¿El huevo o la gallina? La nación predestinada Ciudadanos sin ciudadanía

145 147 154 162

V. Un paraíso habitado por demonios: el mito del Edén nacional Liberar el paraíso de los demonios Nuevos demonios para un viejo paraíso

171 179 188

VI. El altar, el trono y la Constitución: el mito de la Iglesia despolitizada El altar y el trono El altar o el trono

199 206 214

VII. Hechos e interpretaciones: el mito de la consumación del pasado Independencia, historia solemne Independencia, discurso vivo Cada mito, ¿una deuda con la historia? Nuevas preguntas para un “viejo” pasado

225 229 234 239 245

Epílogo. Mitos, monumentos e historia diversa

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Referencias

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Figuras

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Figura 1. El Libertador, Simón Bolívar (óleo sobre tela, 140 × 108 cm), Ricardo Acevedo Bernal (1920)

26

Figura 2. Policarpa Salavarrieta (óleo sobre tela, 34 × 24,3 cm), José María Espinosa Prieto (1855)

26

Figura 3. Simón Bolívar (óleo sobre tela, 67 x 50,5 cm), José María Espinosa Prieto (circa 1830)

26

Figura 4. Policarpa Salavarrieta marcha al suplicio (óleo sobre tela, 74,7 x 93,5 cm), artista desconocido (1825)

27

Figura 5. Napoleón cruzando los Alpes (óleo sobre tela, 260 × 221 cm), Jacques-Louis David (1801)

45

Figura 6. Simón Bolívar (litografía, 59 × 42,7 cm), Samuel William Reynolds (1824)

45

Figura 7. Retrato del general Santander (acuarela sobre marfil, 7 × 6 cm), José María Espinosa (1841)

53

Figura 8. Retrato de Simón Bolívar (acuarela sobre marfil, 7 × 6 cm), José María Espinosa Prieto (1841)

53

Figura 9. Juan José Rondón (óleo sobre tela, 65,5 × 52,5 cm), Constancio Franco Vargas, José Eugenio Montoya Gallego y Julián Rubiano Chaves (atribuido) (circa 1880)

56

Figura 10. Leonardo Infante (óleo sobre tela, 67,5 × 53,5 cm), Constancio Franco Vargas, José Eugenio Montoya Gallego y Julián Rubiano Chaves (atribuido) (1880)

57

Figura 11. Leonardo Infante (litografía), Ramón Torres Méndez (1885)

57

Figura 12. Paso del ejército libertador por el páramo de Pisba (óleo sobre tela, 243 × 426 cm), Francisco Antonio Cano (1924)

61

Figura 13. Billete de $2000 (1983-1994), Thomas Greg & Sons de Colombia S. A.

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Figura 14. Grabado de finales del siglo xviii que encabeza el Premio del Constante Mérito (litografía), autor desconocido

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Figura 15. “Alegoría de América” (acuarela sobre papel), Jacques Grasset (1796)

71

Figura 16. Bolívar libertador y padre de la patria o Bolívar con la América india (óleo sobre tela, 98,5 × 66 cm), Pedro José Figueroa (1819)

71

Figura 17. Los presidentes de la República de la Nueva Granada (litografía [tinta litográfica sobre papel], 75,3 x 56,8 cm), José María Espinosa, Alexandre-Désiré Collette y Rose-Joseph Lemercier (circa 1853)

74

Figura 18. Policarpa Salavarrieta Ríos (óleo sobre tela, 139 x 100 cm), Epifanio Julián Garay Caicedo (atribuido) (circa 1880)

84

Figura 19. Policarpa Salavarrieta (miniatura sobre marfil, 7 × 6 cm), Luis Felipe Uscátegui (1940)

84

Figura 20. Batalla de Calibío (óleo sobre tela, 82 × 122 cm), José María Espinosa Prieto (circa 1845)

89

Figura 21. María Anselma Restrepo, guerrillera de Santa Rosa de Osos, Benjamín de la Calle (1900)

96

Figura 22. Soldados marchando (óleo sobre lienzo), Eladio Rubio (1902)

96

Figura 23. Portada y fragmento de La Mujer, lo que es, lo que ha sido, lo que debe ser, en el que el autor compara a la doncella de Orleans con Policarpa

108

Figura 24. Gráfica que ilustra, de manera simple, la relación entre un centro de poder y dos formas de organización social antitéticas en la Nueva Granada: la monarquía y la república

112

Figura 25. Venganza y gloria nos darán los cielos (litografía), Louis Parez (1823)

115

Figura 26. Acuarela sin título, Auguste Le Moyne (circa 1828)

119

Figura 27. Camino para Nóvita en la montaña de Tamaná (acuarela sobre papel, 21 × 16 cm), Manuel María Paz (1852)

119

Figura 28. “Monte de la Agonía” (litografía), Maillart (1879)

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Figura 29. Tipos de notables de la capital (acuarela sobre papel, 17 × 25 cm), Carmelo Fernández (1852)

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Figura 30. Interior de un canei en que están ensartando las hojas los cosecheros de tabaco (acuarela sobre papel, 17 × 25 cm), Henry Price (1852)

125

Figura 31. Indios de Coconuco (acuarela sobre papel, 17 × 25 cm), Manuel María Paz (1852)

125

Figura 32. En el río Dagua (acuarela sobre papel, 17,2 × 25 cm), Edward Walhouse Mark (1843)

127

Figura 33. Indio de Fontibón (acuarela sobre papel, 16 × 25 cm), Edward Walhouse Mark (1845) 128 Figura 34. El cocinero del champan (acuarela sobre papel, 16 × 13 cm), Edward Walhouse Mark (1843)

128

Figura 35. “Paso en el canal del Dique” (grabado, 12,1 × 15,7 cm), Adolphe de Neuville (1872)

132

Figura 36. “Tipos del ejército del Cauca” (grabado, 12,1 × 15,7 cm), Adolphe de Neuville (1869)

132

Figura 37. “Los voluntarios” (grabado, 12,1 × 15,7 cm), Adolphe de Neuville (1861)

132

Figura 38. Jinetes de la ciudad y del campo (litografía, 23,1 × 28,9 cm), Ramón Torres Méndez (1848). Colección de Arte del Banco de la República

133

Figura 39. Paseo del agua nueva (litografía, 23 × 29,1 cm), Ramón Torres Méndez (1848). Colección de Arte del Banco de la República

133

Figura 40. La india de la libertad (óleo sobre tela, 82,4 × 62,4 cm), autor desconocido (1819)

138

Figura 41. Indios guahibos (acuarela sobre papel, 20 × 24 cm), Manuel María Paz (1856)

139

Figura 42. India de Funza (acuarela sobre papel, 23,5 × 15,5 cm), Ramón Torres Méndez (1848). Colección de Arte del Banco de la República 139

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Figura 43. Magdalena Ortega de Nariño con Gregorio, su hijo mayor, dama santafereña (óleo sobre tela, 116 x 75 cm), Joaquín Gutiérrez (1801)

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Figura 44. “Doña Justa Cané de Varela, viuda de Florencio Varela”, autor desconocido (1873)

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Figura 45. Antonio Morales y familia (óleo sobre tela, 95 x 118 cm), José María Espinosa (atribuido) (1810)

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PRÓLOGO

Desmitificación de la historia de la Independencia, una tendencia editorial

En el intento de construir discursos fundacionales de la nación y espacios de comprensión homogéneos, luego de algunos debates, los textos de autores como José Manuel Restrepo Vélez (1781-1863), José Manuel Groot (1800-1878) o José María Samper (1828-1888) —producidos a lo largo del siglo xix, y en los que se inscribe el origen de la historiografía colombiana— marcaron una periodización según la cual la Independencia habría sido un punto de ruptura para la configuración de una nación blanca, católica, hispana y de lengua general castellana. A inicios del siglo xx, aún bajo la influencia de algunas estructuras coloniales, en un contexto latinoamericano de guerras interestatales para definir territorios y de luchas entre las élites regionales dentro de los países para obtener el poder, la Academia Colombiana de la Historia se habría apoyado en los presupuestos de Restrepo Vélez, Groot y Samper para fabricar una “historia patria” (de héroes), generar pautas estilísticas y definir periodos que afectarían la escritura y la enseñanza de la historia. No obstante lo anterior, según Alexander Betancourt Mendieta,1 el canon del siglo xix y la manera de escribir la historia fueron puestos en cuestión con los revisionismos de los años treinta del siglo xx; con el marxismo de los sesenta y con la historia profesional, al reconocer la existencia de otros sujetos en los procesos históricos y ahondar en el estudio de otros periodos, hecho que estuvo mediado por una transformación del historiador-protagonista en historiador-científico; por una despolitización de la historiografía, 1

Alexander Betancourt Mendieta, Historia y nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia (Medellín: La Carreta/Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2007). 15

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con el consecuente debilitamiento de la Academia Colombiana de la Historia, y por la adopción de marcos teóricos de la economía, como el materialismo histórico, y de aquellos propios de la sociología y la antropología, entre otras disciplinas. Desde inicios de la década del noventa del siglo xx, cuando las universidades ya habían capitalizado los principales aportes de la Nueva Historia, el cartagenero Alfonso Múnera Cavadía, influido por la escuela de las subalternidades en Estados Unidos, abanderó una tendencia editorial de renovación historiográfica sobre el periodo comprendido entre 1808 y 1831, al darle un papel preeminente en el proceso de la Independencia de Cartagena a los negros y mulatos, de quienes demostraba habían sido la mayoría de los habitantes en la Heroica, y que, gracias a personajes como el artesano Pedro Romero, habían ejercido una fuerte presión para hacer de aquella la primera ciudad de nuestro territorio y la segunda de Suramérica en romper completamente los lazos con la Corona española. Múnera desmontaba así tres mitos historiográficos: 1) que Cartagena era una ciudad eminentemente hispánica, 2) que la independencia de la ciudad se le debía exclusivamente a los criollos y 3) que la Independencia de la Nueva Granada había comenzado en Santafé con los eventos del 20 de julio. Con El fracaso de la nación. Región, clase y raza, 1717-1821 y Fronteras imaginadas. La construcción de las razas y de la geografía en el siglo xix colombiano,2 recientemente reeditados, se abrió un filón sobre el replanteamiento de los mitos del periodo de la Independencia, que diez años después tendría como segundo exponente nuevamente a un autor caribeño. En el 2011, para la conmemoración del segundo centenario de la Independencia, Raúl Román Romero, también cartagenero, publicaría Celebraciones centenarias. La construcción de una memoria nacional en Colombia, reeditado por la Universidad Nacional de Colombia, Sede Caribe, en el 2018.3

2

Alfonso Múnera, El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1821), 3.ª ed. (Bogotá: Crítica, 2020); Múnera, Fronteras imaginadas. La construcción de las razas y de la geografía en el siglo xix colombiano, 3.ª ed. (Bogotá: Crítica, 2020).

3

Raúl Román Romero, Celebraciones centenarias. La construcción de una memoria nacional en Colombia, 2.ª ed. (Bogotá: Editorial Universidad Nacional de Colombia, 2018). 16

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Esta obra tiene como virtud poner sobre el tapete que si bien el 20 de julio de 1810 y el 7 de agosto de 1819 se conmemoran como hitos de la Independencia y fechas fundacionales del Estado nación colombiano, lejos está de tratarse de eventos en los que efectivamente se produjera un deslinde de España, y que fueron elaboraciones propias de una serie de disputas a lo largo de un siglo entre las ciudades andinas y las caribeñas para generar un referente fundacional de la república. En consecuencia, dichas fechas se convirtieron en hegemónicas en la memoria nacional en detrimento de los procesos vividos en el Caribe, como el 6 de agosto de 1810 en Mompox, el 11 de noviembre de 1811 en Cartagena o el 10 de noviembre de 1820 en Ciénaga (Magdalena), cuya conmemoración obedeció en su momento a demandas y expresiones diversas desde lo local y lo regional. Este autor nos recuerda que forjar una memoria que representara e identificara a los colombianos fue en las primeras dos décadas del siglo xx una necesidad de los sectores dominantes de Colombia para subsanar, desde el punto de vista simbólico, la fragilidad del Estado y remediar de alguna manera la ausencia de unidad nacional que llevaba al país a su fragmentación. Por esta razón, las celebraciones de los centenarios, ocurridas entre el 20 de julio de 1910 y el 7 de agosto de 1919, terminaron convirtiéndose en un referente clave para elaborar una memoria nacional capaz de dotar a la sociedad de una visión común sobre su pasado y futuro, al tiempo que fortalecía la naciente identidad colombiana.4

En el 2018, la historiadora caleña Judith González Eraso retomó las banderas del replanteamiento sobre la Independencia para ir más allá de la “verdad de los acontecimientos” dentro de la producción historiográfica nacional e indagar por lo verosímil (lo que tiene apariencia de verdadero) y también por lo fantasioso e identificar las representaciones discursivas, simbólicas y metafóricas que contenían esas narrativas o relatos. En su investigación 4

Ibíd., 273. 17

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encontró que las representaciones no eran propias solamente de los historiadores del siglo xix y de inicios del xx, sino que surgieron también de la opinión pública y de los medios impresos en el contexto de la lucha por la emancipación. Representaciones sobre las mujeres en la Independencia. Entre realidad y ficción. Nueva Granada, 1810-18305 muestra que, contrario a lo que se postuló por mucho tiempo, las mujeres sí fueron relevantes en los debates políticos, en los procesos de creación narrativa y escrituraria y especialmente dentro de los mitos fundacionales y las representaciones sociales en el periodo de la Independencia por parte de los criollos ilustrados. De esta forma, el libro desvirtúa la invisibilización femenina en la historiografía del siglo xix e inicios del xx y, con sobrados ejemplos, muestra que figuras icónicas, como la Pola, y otras no tan conocidas por el público general, como Melchora Nieto o Mercedes Abrego, fueron investigadas por diversos autores. La obra deja entre líneas ideas sumamente revolucionarias, como que Manuela Beltrán, como nombre y apellido, fue una invención del historiador Pedro Ibáñez en 1898, pues, si bien los hechos asociados a ella existieron en apariencia, nadie conocía su identidad. Lo que sí habría pasado a la posteridad sería el gesto valiente de romper un edicto sobre los impuestos, hecho que, según la mitografía, le habría dado origen al movimiento comunero en 1781. Finalmente, entre la historiografía colombiana que recientemente se ha propuesto replantear los hitos de la Independencia, en el 2021 Alfonso Múnera Cavadía abrió nuevamente el debate con su obra La Independencia de Colombia: olvidos y ficciones. Cartagena de Indias (1580-1821).6 En ella decidió replantear la figura de próceres como los venezolanos Simón Bolívar y Mariano Montilla y demostrar, a través de la correspondencia entre estos y el vicepresidente de Colombia Francisco de Paula Santander, el racismo

5

Judith González Eraso, Representaciones sobre las mujeres en la Independencia. Entre realidad y ficción. Nueva Granada 1810-1830 (Cali: Universidad del Valle, 2018).

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Alfonso Múnera Cavadía, La Independencia de Colombia: olvidos y ficciones. Cartagena de Indias (1580-1821) (Bogotá: Crítica, 2021). 18

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estructural de los criollos neogranadinos y los mantuanos venezolanos hacia los afrocaribeños. Múnera sostiene que los “padres de la patria”, a pesar de promulgar en la Constitución y en las leyes la libertad y la igualdad de las gentes de sus territorios, la negaban en la práctica a negros y mulatos, como al general y senador José Prudencio Padilla. Lo hacían para defender los privilegios estamentales de los que habían disfrutado como blancos hacendados en tiempos de la Colonia. El odio visceral de Montilla hacia Padilla, a quien nunca pudo controlar y lo desbordó con sus grandes acciones militares en Cartagena y Maracaibo, toma visos de novela en la parte final del libro y nos lleva a replantear la imagen del Libertador, Simón Bolívar, quien ordenó el fusilamiento y la horca de Padilla, acusándolo de conspirador, movido por los fantasmas de los movimientos libertarios de negros en Haití y Venezuela, que Bolívar intentaba detener con el combate a “la pardocracia”, que no era otra cosa que la lucha de los afrocartageneros por la ciudadanía y la democracia reales. De esta forma, en la parte final de su libro, el profesor Alfonso Múnera usa la confrontación entre Montilla y Padilla como una metáfora de la república naciente, en la que los que gobernaban no estaban dispuestos a que los negros y mulatos tuvieran el poder. Estas obras son apenas cuatro ejemplos del potencial editorial que tiene el análisis crítico de los mitos relacionados con el periodo de la Independencia, y a los cuales deseo sumar Historia de Colombia, lo que necesitas saber,7 una obra divulgativa destinada al gran público que hace eco de los principales debates historiográficos en Colombia y que para el periodo de la Independencia se inscribe en el replanteamiento de los mitos al recuperar las voces de actores sociales invisibilizados en las obras de síntesis histórica, que tradicionalmente privilegian las grandes estructuras o los relatos políticos basados en las élites.

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Mabel Paola López Jerez y Eric Duvan Barbosa, Historia de Colombia, lo que necesitas saber (Bogotá: Paidós, 2021). 19

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Esta es la “historicidad editorial colombiana”, el “lugar de producción” nacional del libro de Hernán Rodríguez Vargas que el lector tiene en sus manos. Adicionalmente, la obra se inspira en el ya clásico libro Los siete mitos de la conquista, del etnohistoriador británico Matthew Restall, que en el 2003 buscó replantear: 1) la creencia de que la conquista española fue posible gracias a individuos sobresalientes, como Colón, Cortés y Pizarro; 2) que se trató de una iniciativa del rey de España; 3) que los conquistadores eran un pequeño grupo de españoles blancos; 4) que casi toda América quedó bajo su control en apenas unos pocos años; 5) que los españoles y los nativos tenían una comunicación fluida; 6) que los indígenas se resignaron a su destino, se integraron al orden europeo y dejaron de existir como grupos étnicos, y 7) que el éxito de la conquista española se debió a la supuesta superioridad tecnológica de los españoles o a una especie de superioridad cultural. Muchas obras latinoamericanas y colombianas, derivadas de tesis de maestría y doctorado en historia, han avanzado en el desmonte de esas creencias después de Restall. Siete mitos de la Independencia de la Nueva Granada (1810-1819). Imágenes, imaginarios y politización de la historia busca describir, comprender y explicar cómo se construyen los mitos historiográficos y a través de cuáles estrategias se enquistan en los discursos colectivos, en las conmemoraciones y en la memoria, dotándolos de un estatus de “verdad” que los lleva a perdurar en la larga duración. Para ello, Hernán Rodríguez Vargas seleccionó los siguientes mitos de la Independencia de Colombia: 1) el de los héroes de la patria, 2) el de la poca participación de la mujer, 3) el de la homogeneidad y la completitud en el periodo de estudio, 4) el de la ciudadanía, 5) el del Edén nacional, 6) el de la Iglesia despolitizada y 7) el de la consumación del pasado. Con un énfasis muy interesante en fuentes iconográficas, como retratos, cuadros y fotografías; numismáticas, como monedas y billetes, o audiovisuales, como series y películas, el autor establece un puente entre los académicos y el público general para evidenciar las ficciones de la historia de la Independencia de Colombia que han llevado a que cada año los ciudadanos de a pie repitan un guion decimonónico que ha desconocido, por más de un siglo, entre otros aspectos, el papel de las regiones, la composición 20

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poblacional diversa de nuestro territorio a inicios del siglo xix y, especialmente, el protagonismo de los subalternos en la lucha por la libertad. Hacer un análisis de las representaciones y los discursos que arrojan un sinnúmero de fuentes primarias, a las que analiza con la ayuda de historiografía reciente, es uno de los principales aportes de esta publicación. Su autor demuestra que los mitos historiográficos “son cambiantes, le pertenecen al tiempo, se actualizan, se yuxtaponen, configuran entramados y se olvidan”. Ese énfasis, así como aquel de recuperar para la historia a los actores subalternos invisibilizados tradicionalmente para el periodo, articula el libro a la tendencia editorial del replanteamiento historiográfico sobre la Independencia. De allí sus constantes alusiones al héroe afrodescendiente, a la gran participación de las mujeres en los procesos libertarios y a los ciudadanos sin ciudadanía. Celebro este libro porque supone un gran aporte para los colombianos, no solo por su objetivo de identificar mitos y deconstruirlos, sino porque es un ejercicio a medio camino entre el ensayo académico y la divulgación histórica, que lo inscribe en la historia pública y lo convierte en un potencial insumo pedagógico para incorporar, a través de los docentes lectores, nuevas narrativas a la enseñanza de la historia en un momento en el que esta retorna como asignatura específica al pénsum escolar en el país. Para aportar a la construcción de una identidad nacional se requiere el reconocimiento del papel fundamental que desempeñaron las provincias durante la Independencia y el análisis crítico de las consecuencias que ha supuesto el centralismo político e historiográfico. Para identificarnos como pluriculturales urge la recuperación de las fuentes primarias que nos hablen de los indios, negros, mulatos y mestizos en general y de sus luchas ante las promesas de libertad e igualdad incumplidas por las élites criollas. Para lograr un país más equitativo en términos de género es indispensable que las niñas y jóvenes reconozcan la agencia de sus ancestras, quienes levantaron su voz en numerosas ocasiones para reivindicar espacios políticos. Siete mitos de la Independencia de la Nueva Granada (1810-1819). Imágenes, imaginarios y politización de la historia llama la atención sobre esas apuestas tan necesarias y suple vacíos historiográficos mediante capítulos cargados 21

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de erudición y curiosidades. Una obra muy recomendada para seguir conmemorando el bicentenario de las independencias y para comprender eventos recientes, como, por ejemplo, el derribo de estatuas ocurrido en el 2021, que el autor usa como pretexto para proponernos un provocador epílogo. Mabel Paola López Jerez Ph. D. en Historia de la Universidad Nacional de Colombia Coordinadora de Divulgación y Publicaciones del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh)

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Introducción

Nuestro modo de aprender y de relacionarnos con la historia es, a la vez de un acto íntimo, una experiencia profundamente colectiva. Recuerdo, por ejemplo, de niño, mi escuela, entre 1994 y el 2005. Cinco años de primaria y seis de bachillerato. En la escuela, los juegos, el uniforme, algunos rostros todavía familiares y algunas clases en particular. De la clase de Ciencias Sociales, por ejemplo, los libros Civilización y Sociedad activa, que utilizamos desde quinto hasta undécimo, lo mismo que la Historia de Colombia, de Henao y Arrubla; junto a la memorización de fechas, los nombres de los dioses en las culturas, batallas emblemáticas y personajes importantes, como reyes, príncipes, héroes, y, más tarde, próceres, presidentes y personalidades políticas, cuyos aspectos y nombres, famosos en los pies de foto, los hacían claramente distinguibles de las masas descritas como “tipos populares”. En los libros, la historia de muchas imágenes, entre pinturas, fotografías, litografías, xilografías, que se sumaban a los contenidos que calificaba la profesora, junto con datos, a veces curiosos, a veces extravagantes. Mis recuerdos, como los de mis amigos de infancia, que también crecieron con estos libros de Ciencias Sociales, en lo que refiere a la historia —diferenciable— de lo que hoy es Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá son la historia de la Nueva Granada y la historia de su independencia. La historia de los héroes, los próceres: el pequeño grupo de hombres que valientemente había ganado para nosotros la libertad, y con ella el derecho de llamarnos hoy república, patria y nación; así, de una vez por todas, con algunas “pequeñas” dificultades en el proceso (como la llamada Patria Boba o el Régimen del Terror). Una independencia deseada por todos: criollos y 23

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mulatos, indios y zambos, mujeres y hombres por igual. La Independencia y los procesos de formación de la patria fueron campañas en su mayoría masculinas (con excepción de unas cuantas heroínas). El papel de la Iglesia era ambiguo, al ser un legado importante de la misma España, de la cual “nos” habíamos emancipado. A veces, incluso, después de clase había que ir a misa, y mientras la profesora hablaba de las hazañas del “hombre de las leyes”, sobre el tablero había un crucifijo, que nos observada piadosamente. Recuerdo además que llegaba semanalmente a casa de mi tía la revista Cromos, que incluía una página dedicada a la difusión de la historia nacional a través de escenas tipo cómic de las campañas independentistas y sus protagonistas. Estas ideas, vistas en clase, se retroalimentaban en diversos ámbitos visuales de la cultura: las visitas a los museos se realizaban con el fin de confirmar los contenidos de nuestros libros y de las imágenes que legitimaban lo visto estampadas en los billetes y las monedas de uso cotidiano, en las estatuas de las plazas y en los programas culturales de algunos canales, como en su tiempo los produjo Señal Colombia.1 Incluso, con los mismos presupuestos históricos, muchos años después, para el bicentenario del 2010, salió una telenovela, producida por rcn, llamada La Pola, con el eslogan “Amar la hizo libre”, la cual, de hecho, muchos profesores hicieron ver a sus estudiantes, porque, según ellos, se podía apreciar en ella “la historia”; para el bicentenario del 2019, Caracol Televisión produjo la serie Bolívar, con el eslogan “El hombre, el libertador, una lucha admirable”. Con cada centenario/bicentenario, se refuerza la idea de dos momentos decisivos para la memoria histórica de los colombianos. El primero con ocasión del llamado grito de Independencia y el segundo con ocasión de la batalla de Boyacá. La perdurabilidad de estas imágenes que tenemos de la independencia de la Nueva Granada y que se repiten “inexorablemente” no son gratuitas. Su origen reposa en las cartas, escritos y discursos de los denominados próceres, en la exaltación de la patria que de ellos hicieron los escritores decimonónicos —la mayoría de estos muy activos políticamente—, en la 1

Dentro de los más emblemáticos, se encuentran: Revivamos nuestra historia-heroínas, producción de Eduardo Lemaitre (1987); Bolívar, el hombre de las dificultades, dirigida por Jorge Alí Triana (1980), y Crónicas de una generación trágica, serie de seis capítulos, con guion de Gabriel García Márquez (1991). 24

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redacción misma de las constituciones, catecismos políticos y de los primeros libros de historia nacional, así como en la producción y en la difusión de modelos iconográficos específicos a lo largo del siglo xix y consolidados en el siglo xx. De un centenario a otro, la expresión decidida, reflexiva y galante de los héroes y heroínas decimonónicos persevera, a pesar de la distancia entre los ideales de belleza, los valores sociales o incluso de las continuas diferencias entre las reproducciones hechas de ellos a lo largo del siglo xix (figuras 1-3); como persevera con ellos el deseo de consolidar valores patrióticos junto a su representación iconográfica y literaria.2 Se trata, por decirlo así, de dar continuidad a ciertos discursos esencialistas, mientras que otros se ajustan a su propio tiempo, como, por ejemplo, la idea del héroe y la heroína de tez blanca. Representaciones que pueden incluso contradecir otras reproducciones de los mismos protagonistas: las imágenes de Bolívar y de la Pola hechas a lo largo del siglo xix y a principios del siglo xx contrastan con los cánones de belleza de los héroes televisivos del siglo xxi. Como puede verse, el Bolívar de la figura 3 y la Policarpa de la figura 4 están más cerca de ser una mujer y un hombre mestizos que criollos, a diferencia de las representaciones de las figuras 1 y 2, en las que sucede lo contrario.3 ¿Acaso la versión heroica de la historia coincide con un proceso de blanqueamiento de sus protagonistas y a la vez con un blanqueamiento del carácter contradictorio de la misma historia? 2

Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona, La independencia en el arte y el arte en la Independencia (Bogotá: Ministerio de Educación, 2010); Olga Isabel Acosta Luna, “Narraciones patrias, representación pictórica de sucesos históricos de la Independencia durante la primera mitad del siglo xx”. En Las historias de un grito. 200 años de ser colombianos (Bogotá: Museo Nacional de Colombia, 2010), 166-191; Carolina Vanegas Carrasco, “Representaciones de la independencia y la construcción de una imagen nacional en la celebración del centenario de 1910”. En Las historias de un grito…, 104-116; Antonio Ochoa, “Entre la realidad y la ficción: la Independencia de Colombia en cine y televisión, 1994-2002”. En Las historias de un grito…, 222-243.

3

Una cuestión de interés comprende la multiplicidad de representaciones de Bolívar como héroe étnico realizadas por numerosos artistas del continente (algunas veces mestizo, otras veces más bien criollo y otras veces casi “europeo”). Dentro de estas se destacan las representaciones que realizó José María Espinosa, el mayor retratista del Libertador, muchas de las cuales presentan cambios físicos étnicos y raciales evidentes. En lo que se refiere a la iconografía de Bolívar se destacan tres importantes estudios: Beatriz González et al., Iconografía revisada del Libertador, Serie Cuadernos Iconográficos 4 (Bogotá: Museo Nacional, 2004); ChicanganaBayona, La independencia en el arte…; Carolina Vanegas Carrasco, “Iconografía de Bolívar: revisión historiográfica”, Ensayos. Historia y Teoría del Arte, n.º 22 (2012): 112-134. 25

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Figura 1. El Libertador, Simón Bolívar (óleo sobre tela, 140 × 108 cm), Ricardo Acevedo Bernal (1920)

Figura 2. Policarpa Salavarrieta (óleo sobre tela, 34 × 24,3 cm), José María Espinosa Prieto (1855)

Fuente: fotografía del autor.

Fuente: fotografía de Ernesto Monsalve, © Museo Nacional de Colombia.

Figura 3. Simón Bolívar (óleo sobre tela, 67 x 50,5 cm), José María Espinosa Prieto (circa 1830) Fuente: fotografía de Ernesto Monsalve, © Museo Nacional de Colombia.

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Figura 4. Policarpa Salavarrieta marcha al suplicio (óleo sobre tela, 74,7 x 93,5 cm), artista desconocido (1825) Fuente: fotografía del autor.

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A lo largo de este libro el lector podrá encontrar respuesta a este tipo de inquietudes. Mientras tanto, se puede decir que el común denominador de las diferentes representaciones es, sin embargo, su claro compromiso patriótico; el cual coincide con uno de los propósitos principales de la fundación de la Academia Colombiana de Historia (1902): “La tarea de afianzar, por medio de la verdad, el sentimiento colectivo, por los grandes hechos, por los grandes hombres que formaron la patria”.4 Así lo explica de manera crítica el historiador Bernardo Tovar: De manera contraria a lo que sucedió en Europa, la centuria decimonónica no representó en nuestro medio un “siglo de historia”. El trabajo histórico apenas si constituía, en aquel tiempo, una pasión intelectual accesoria, considerada por algunos como inútil. […] Con la creación de la Academia, que desde su misma gestación se concebía como una institución de la “conciencia y de la identidad nacional”, surgía precisamente en abierto contraste con la guerra civil de los Mil Días que todavía desangraba al país, [bajo esta máxima]: “Para trabajar con buena voluntad por el viejo y levantado lema: Pro Patria”.5

Bajo este lema y con estas intenciones, en lo que hoy conocemos también como “historia heroica” se abrió paso a todas las ideas recurrentes que nuestra cultura se encarga de repetir continuamente, entre otras cosas, con un cierto gozo ritual. Se trata de una especie de sueño mítico, de cuyo letargo solo puede sacudirnos la reflexión historiográfica crítica que se ha venido adelantando en los últimos años y se ha manifestado, justamente, con ocasión de los bicentenarios más recientes (en el 2010, el primero, y en el 2019, el segundo). Sin embargo, el modelo cultural y pedagógico de la denominada historia heroica se inscribe en lo que muchos historiadores comprenden bajo el 4

Academia Colombiana de Historia, Informes anuales de los secretarios de la Academia durante los primeros cincuenta años de su fundación, 1902-1952 (Bogotá: autor, 1952), 191, citado en Bernardo Tovar, La historia al final del milenio (Bogotá: Universidad Nacional, 1994), 24.

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Tovar, La historia al final del milenio, 24. 28

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horizonte trazado por Eric Hobsbawm y Terence Ranger, cuando enunciaron el concepto de invención de la tradición,6 en el cual el contenido de las historias nacionales resulta ser a la vez teleológico y hagiográfico. Es decir, donde la narración de los orígenes nacionales adquiere la forma discursiva de un gran relato épico, en cuyo tiempo total se cumple el destino de dar forma a las naciones modernas. Siendo profesor de colegio en el 2014, pude corroborar la manera en que muchos manuales escolares están hechos con este mismo propósito y, en consecuencia, el modo en que aparece una especie de tensión entre las formas de contar y reflexionar la historia y aquellas más recientes acerca de cómo interpretarla e interpelarla. Este trabajo se inspira en el libro Los siete mitos de la conquista española (2003), del profesor e historiador norteamericano Matthew Restall, tratando de seguir las huellas de su estrategia, tanto historiográfica como pedagógica, para describir, comprender y explicar los procesos a través de los cuales imaginamos lo que imaginamos, gracias a lo que vemos y a lo que leemos. Lo cual, desde sus orígenes, tendió a configurarse bajo eficaces técnicas de promoción de ciertas ideas y ciertos valores, que luego fueron fijándose a través del tiempo. Se trata, entonces, de analizar ciertos procesos por los cuales se construyó, desde el mismo siglo xix, una serie de imaginarios acerca de la Independencia de la Nueva Granada, en el periodo comprendido entre 1810 y 1819, pero que a través de la difusión iconográfica y mediática llegó a convertirse y difundirse míticamente dentro de lo que se conoce no solo como historia heroica o “invención de la historia”, sino, de hecho, como “historia oficial”. En el título de este trabajo se ha suprimido el artículo los porque estos mitos son más de los que aquí se trabajan; por lo tanto, es un libro

6

Sobre todo, si entendemos por invención, y siguiendo al historiador italiano Alberto Mario Banti, no tanto una tradición que parte de la nada —ex nihilo nihil fit, como propone el principio metafísico en latín—, sino de un uso, una trasposición y un palimpsesto de componentes discursivos y visuales preexistentes que contribuyen a configurar un discurso único de una gran fuerza comunicativa, capaz de condensar viejos recuerdos y de simplificarlos en un mensaje único de identidad nacional. Eric Hobsbawm y Terence Ranger, The invention of tradition (Cambridge: Cambridge University Press, 1983); Alberto Mario Banti, La nazione del Risorgimento. Parentela, santità e onore alle origini dell’Italia unita (Turín: Einaudi, 2011); Antonio Annino y François-Xavier Guerra, Inventando la nación: Iberoamérica siglo xix (México: Fondo de Cultura Económica, 2003); François-Xavier Guerra y Mónica Quijada, Imaginar la nación (Hamburgo: Münster, 1994). 29

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abierto, con el título Siete mitos de la Independencia de la Nueva Granada, se indica una cuidadosa selección dentro de muchas posibilidades. En esta dirección, no se trata solo de un esfuerzo novedoso por cuestionar una serie de lugares comunes que tenemos por ciertos, culturalmente hablando, sino de explorar y recoger además toda una serie de fuentes que sostienen dichos lugares comunes, privilegiando aquellas que pertenecen a la cultura visual, con el fin de potenciarlos bajo la descripción metódica de “siete mitos” o expresiones de la ideología cultural,7 que hoy perviven, como anecdóticamente lo describía al inicio, en libros de texto escolares, pinturas, fotografías, periódicos ilustrados, poemas, películas, textos literarios y, en general, en los más variados dispositivos de interacción social. Por cultura visual se entiende el estudio interdisciplinar en el que se insiste en la historicidad de las prácticas visuales y de la experiencia sociopolítica de la mirada y los modos de ver y hacer ver en determinados momentos históricos o, en la versión lapidaria de W. J. T. Mitchell, “estudios sobre la experiencia y la expresión visual humana”.8 Por su parte, dice el propio Restall, en lo que respecta a la relación entre los historiadores y los mitos acerca de la conquista: Es cierto que en los últimos años los historiadores se han implicado cada vez más en el problema de la subjetividad y nuestra incapacidad para eludirla. La verdad en sí ha quedado desacreditada como concepto relevante para la investigación histórica. Pero la imposibilidad de alcanzar una objetividad absoluta no tiene por qué resultar tan desalentadora. El dominio de la subjetividad tiene también algunos aspectos interesantes. Los conceptos 7

Homi Bhabha, Nation and narration (Londres: Routledge, 1994); Hans Kohn, Historia del nacionalismo (México: Fondo de Cultura Económica, 1949); John Breully, Nationalism and the state (Manchester: The University of Chicago Press, 1982); Federico Chabod, L’idea di nazione (Bari: Laterza, 1961); Hans Kohn, The age of nationalism: The first era of global history (Nueva York: Harper & Row, 1962).

8

William John Thomas Mitchell, What do pictures want? The lives and loves of images (Chicago: The University of Chicago Press, 2005), 6. Véase Nicholas Mirzoeff, An introduction to visual culture (Nueva York: Routledge, 2007); Peter Burke, Testimoni oculari. Il significato storico delle immagini (Roma: Carocci, 2002); Silvia Rivera, Sociología de la imagen. Miradas ch’ixi desde la historia andina (Buenos Aires: Tinta Limón, 2015). Un texto fundamental en esta dirección es el de Sven Schuster y Daniel Hernández, eds., Imaginando América Latina. Historia y cultura visual, siglos xix-xxi (Bogotá: Universidad del Rosario, 2017). 30

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de una cultura concreta, el modo en que se expresan, así como la relación entre esas palabras y la realidad, pueden ayudar a comprender un fenómeno histórico como la conquista española [o, como en este caso, las llamadas independencias en el xix], además de explicar mejor el modo en que se ha interpretado el fenómeno durante siglos.9

En este orden de ideas, este texto se inscribe en esta manera de asumir la historia y los nuevos desafíos que representa realizar una, a partir de los mitos y su difusión acerca de los procesos independentistas que definimos como nuestros; no tanto para desacreditarlos, como para reinscribirlos en esa historia superpuesta con la cual hemos crecido y a partir de la cual podemos decir que la historia de las independencias de toda Hispanoamérica es ella misma y, además, la historia de su construcción, tal y como ha sucedido —con el agravante de una mayor distancia temporal y cultural— con la historia de los procesos coloniales que parten con aquel doceavo día del décimo mes de 1492. Entonces, la elección del periodo (1810-1819) obedece a que la historia a examinar y su mitificación corresponde por excelencia a este modelo de percibir el tiempo que se funda en el primer grito independentista y se “cierra”, si se quiere, al día siguiente de la batalla de Boyacá. No sobra decir que de cualquier manera estos límites son de bordes borrosos, pero que la difusión de la historia heroica tiende a hacerlos ver como definitivos e inquebrantables.10 Mantengo el número de siete mitos por su impacto retórico y, principalmente, por algo que anota el mismo Restall cuando explica la razón del número escogido para su libro:

9

Matthew Restall, Los siete mitos de la conquista española (Barcelona: Paidós, 2003), 20.

10

De hecho, entre los historiadores, existe un fuerte debate a propósito de la coherencia en la elección del 20 de julio de 1810 como fecha histórica a conmemorar. Efectivamente, este no fue el día en el que se proclamó la independencia, y su elección resulta ser más importante que las primeras rupturas con la lealtad al rey, que tuvieron lugar en Mompox, el 6 de agosto de ese año, y en Cartagena, el 11 de noviembre de 1811. Por otra parte, con relación a la batalla de Boyacá, en la medida en que esta no significó la liberación de todo el territorio nacional, aparece la pregunta de si, en consecuencia, no es más relevante la capitulación de los realistas en Cartagena el 10 de octubre de 1821. 31

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Se rumoreaba que eran siete las ciudades del oro de Cíbola, nombre que designaba a veces la zona septentrional de Sudamérica antes de su invasión, región también conocida como Nueva Granada, y otras veces a la totalidad o parte de lo que hoy es el sur o suroeste de Estados Unidos, donde Coronado buscó en vano las Siete Ciudades entre 1540 y 1542.11

De esta forma, el esfuerzo de este trabajo, más allá de la novedad de la investigación, reside, pedagógicamente hablando, en sintetizar una serie de hallazgos planteados por otros historiadores, sumando a estos las explicaciones por las cuales ciertos modos de ver y representar el mundo se fijan como mitos, y al mismo tiempo hacer las veces de carta de invitación para la investigación y profundización de los elementos aquí propuestos, con la esperanza de que pueda funcionar como un punto de partida para cambiar nuestros modos de ver y concebir la historia nacional.

Sobre el mito y sobre los siete mitos Vale la pena esclarecer en esta introducción, además del objetivo y los alcances del trabajo, lo que se quiere entender por mito. No se trata tanto de esa concepción maravillosa y ancestral de la que hablan Mircea Eliade o Joseph Campbell y que se extienden en el folclore de las culturas, aunque la épica nacional tienda a presentarse bajo esta forma en cuanto religión secular. No es el mito de Homero ni de la Biblia, ni el mito de Platón en La república, aunque conserva el esfuerzo filosófico de pararse del lado del error e iniciar un camino hacia la verdad. Se trata más bien del mito comprendido en “la acepción que designa algo ficticio que suele aceptarse como cierto, ya sea parcial o completamente”.12 Se trata del mito tal y como lo concebía Roland Barthes en su célebre libro Mitologías, donde se afirma que el mito es un habla, pero no cualquier habla, puesto que “el lenguaje necesita condiciones particulares para convertirse en un mito”;13 lo mismo que pasa con las imágenes. Esto, en la medida en que no se trata de un concepto 11

Restall, Los siete mitos…, 22.

12

Ibíd., 21.

13

Roland Barthes, Mitologías (Madrid: Siglo XXI, 1999), 108. 32

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o una idea concreta, sino más bien de un mensaje, “se trata de un modo de significación, de una forma”.14 Se trata del uso social, histórico, de ciertas ideas o imágenes en el tiempo y que perduran gracias a efectivos mecanismos de producción, mediatización, promoción y repetición. Dice el propio Barthes: “La mitología solo puede tener fundamento histórico, pues el mito es un habla elegida por la historia: no surge de la ‘naturaleza’ de las cosas”.15 El punto es que los mitos simplifican la complejidad de procesos históricos y los convierten en naturaleza; fenómenos específicos y de larga duración se transforman, por la alquimia del mito, en fenómenos universales, simples y de corta duración. En otras palabras, se despolitizan.16 Dice Barthes: “La semiología nos ha enseñado que el mito tiene a su cargo fundamentar, como naturaleza, lo que es intención histórica; como eternidad, lo que es contingencia”.17 El mito no es una negación en sí misma de las cosas, sino que, por el contrario, habla de ellas: “Las vuelve inocentes, las funda como naturaleza y eternidad, les confiere una claridad, que no es la de la explicación, sino de la comprobación”.18 Como veremos, el relato de la heroicidad de personajes como Bolívar o la Pola (figuras 1-4) —volviendo sobre los mismos ejemplos utilizados al inicio— nos retrotrae no tanto a su historia como a la historia de la patria ideal, aquella historia que sacralizó y le dio forma a los próceres, a sus discursos, a las aspiraciones de las constituciones, a las palabras república, libertad e igualdad, mitificándolos y despolitizando al mismo tiempo la complejidad de los procesos mismos que dieron origen a las distintas naciones del sur del continente, demostrando, continuamente, que es más fácil volver a mitificar, es decir, devolverle a la sociedad sus propios mitos: como darle voz a Bolívar a través de la voz de un hombre galante y encarnar a la 14

Ibíd., 109.

15

Ibíd., 108.

16

“La definición semiológica del mito en la sociedad burguesa: el mito es un habla despolitizada. Naturalmente, es necesario entender política en el sentido profundo, como conjunto de relaciones humanas en su poder de construcción del mundo; sobre todo es necesario dar un valor activo al sufijo des: aquí representa un movimiento operatorio, actualiza sin cesar una defección” (ibíd., 131).

17

Ibíd., 129.

18

Ibíd. 33

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Pola en una célebre actriz y modelo, más que entrar en las complejidades de la historia. Continúa Barthes: Al pasar de la historia a la naturaleza, el mito efectúa una economía: consigue abolir la complejidad de los actos humanos, les otorga la simplicidad de las esencias, suprime la dialéctica, cualquier superación que vaya más allá de lo visible inmediato, organiza un mundo sin contradicciones puesto que no tiene profundidad, un mundo desplegado en la evidencia, funda una claridad feliz: las cosas parecen significar por sí mismas.19

En síntesis, este ejercicio por develar los mitos en su propia historia no es otra cosa que hacer una lectura que desnaturaliza el espacio social que fundamenta y ayuda a consolidar nuestros imaginarios sobre la Independencia. Entonces, de lo que se trata, en últimas, es de resaltar el hecho de que los procesos que llevaron a la(s) independencia(s) de la Nueva Granada y a formar la República de Colombia (hoy conocida como la Gran Colombia) son un espacio culturalmente producido y susceptible de ser examinado históricamente a través de las imágenes y los imaginarios que el siglo xix nos dejó como herencia en sus propias estrategias narrativas e iconográficas.20 Así las cosas, una vez puestas las cartas sobre la mesa, se puede enumerar cada uno de los mitos que corresponden a cada capítulo de este libro y que expondré brevemente. Estos mitos, que son “nuestros mitos”, pueden ser enunciados bajo los siguientes títulos: 1. “Un puñado de hombres extraordinarios: el mito de los héroes de la patria” 2. “La heroína sumisa: el mito de la poca participación de la mujer” 3. “La Independencia de los oprimidos: el mito de la homogeneidad y la completitud” 4. “Ciudadanos sin ciudadanía: el mito de las falsas equivalencias” 5. “Un paraíso habitado por los demonios: el mito del Edén nacional” 19

Ibíd., 135.

20

Luis Fernando Restrepo, Un nuevo reino imaginado. Las Elegías de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos (Bogotá: icch. 1999), 19. 34

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6. “El altar, el trono y la Constitución: el mito de la Iglesia despolitizada” 7. “Hechos e interpretaciones: el mito de la consumación del pasado”

Este libro abre sus puertas con la extensión de un mito colonial. Tal parece que si América fue conquistada por un puñado de aventureros, como Cortés, Pizarro, Magallanes y Colón, siglos después su libertad habría de venir de otro puñado; solo que esta vez bajo la figura del arquetipo del héroe decimonónico, un héroe “criollo”, como Bolívar, Santander, Caldas, Sucre o Nariño. En este primer capítulo, se defiende la idea de que se trata efectivamente de una simplificación y que los procesos de independencia solo son comprensibles a través de la intervención de muchos actores, así como la idea de que las guerras de Independencia no fueron solo las guerras de americanos contra extranjeros, sino de americanos contra americanos;21 la historia de una verdadera guerra civil, de la que unos pocos, apenas un puñado, terminaron por conformar la llamada historia patria, “para la cual los héroes y la guerra de Independencia son uno de los hitos primordiales de la historia nacional; vale decir, constituyen parte esencial del mito fundador de la patria colombiana”.22 Por el contrario, se evidencia que la historia de la Independencia, además de inscribirse en contextos de conflictos fratricidas, se inscribe también en la diversidad de una serie de actores, que muestra, a la vez, que estos procesos no solo pertenecen a la iniciativa de un pequeño grupo de hombres extraordinarios,23 sino que responden también a toda

21

Tomás Pérez Vejo, Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas (México: Tusquets, 2010).

22

Tovar, La historia al final…, 25.

23

Textos como En el camino hacia la nación, de König, y Colombia antes de la independencia, de McFarlane, nos ayudan a reforzar esta tesis, bajo la consiga de la independencia como iniciativa de las élites criollas (que evidentemente no son “el pueblo”). Una iniciativa heterogénea que solo estaba de acuerdo en la independencia, mientras que carecía de unidad política y económica. Como quien dice: primero la idea de nación y después la nación. Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación: nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la nación de la Nueva Granada, 1750-1856 (Bogotá: Banco de la República, 1994); Anthony McFarlane, Colombia antes de la independencia: economía, sociedad y política bajo el dominio Borbón (Santa Fe de Bogotá: Banco de la República/El Áncora, 1997). 35

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una serie de movimientos sociales, en los que las élites criollas encontraron unas veces apoyo y otras veces, resistencias.24 A este mito se superpone —contemporáneamente— el segundo mito, a saber, el de “la heroína sumisa”, cuya denominación se da en virtud de que el imaginario acerca de la participación de la mujer en la Independencia se subordina, por una parte, a la figura masculina y sobrevalorada del héroe y, por otra, a las preconcepciones sociales de los siglos xix y xx sobre los roles de género. De lo que se trata, en cambio, cuando se habla del papel de las mujeres en el contexto de la Independencia es de una cuestión mucho más compleja y que va mucho más lejos de la historia de las denominadas “heroínas”. Siguiendo a María Himelda Ramírez, la participación política de las mujeres durante la independencia de la Nueva Granada constituye un campo de controversias entre la historiografía de las mujeres y la historiografía oficial patriótica. La historiografía de las mujeres confirma varios sesgos androcéntricos en los relatos históricos: el silencio sobre la contribución de las mujeres a la causa independentista; su figuración como partícipes anónimas en la causa por sus vínculos familiares, en su condición de madres, esposas o amantes de los patriotas; la relativa concentración del interés en las figuras excepcionales construidas de manera lenta como heroínas, tal como ocurrió con Policarpa Salavarrieta.25

En el tercer mito se examina la presunta homogeneidad del grito unísono de independencia y, más bien, se oponen a ella los gritos de voces diversas que, en cambio, le hacen ruido al mito de que todos los neogranadinos deseaban con afán libertad e igualdad en la misma dirección; todavía más, se revisa aquella idea de que, una vez firmada la declaración de independencia (una de las tantas), como por arte de magia, todos se convirtieron en ciudadanos libres. Ejemplo de lo anterior son las ideas de Jorge Tadeo Lozano y 24

Ricardo Sánchez, “Movimientos anteriores a la independencia”. En Independencia: historia diversa, ed. Bernardo Tovar (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2012), 29-76.

25

María Himelda Ramírez, “Las mujeres en la Independencia de la Nueva Granada. Historiografía e iconografía”. En El bicentenario de la Independencia. Legados y realizaciones a doscientos años, ed. José David Cortés Guerrero (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2014), 253. 36

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Francisco José de Caldas (personajes emblemáticos de la patria), las cuales, aunque ilustradas, mostraban un claro distanciamiento de corte racial, y sus clasificaciones taxonómicas fueron todo menos una celebración de igualdad en el marco de la realización de sus obras y de sus escritos. Al menos no de “igualdad” en el sentido más contemporáneo y democrático de la palabra. Dicho distanciamiento se puede rastrear, incluso, en la pintura costumbrista y en la prensa ilustrada del xix.26 El solo hecho de hacer clasificaciones raciales de las diversas culturas llevaba un mensaje político implícito: hay sujetos mejores que otros27 y, por el momento, baste esto para poner entre paréntesis la doble ecuación independencia = libertad, libertad = igualdad. En la medida en que, para imponer el orden, la nueva soberanía de los hombres libres tuvo que recurrir a la violencia, a la continuidad de la esclavitud de los indígenas y de las comunidades afrodescendientes, “en este sentido, se puede afirmar que los valores de la Ilustración condicionan nuevos nichos de conducta y rejillas de pensamiento que producen nuevas formas de diferenciación”,28 y que ponen entre paréntesis tanto la homogeneidad de la independencia como su completitud. En esta línea, en el cuarto mito aparece la cuestión acerca las equivalencias —falsas equivalencias— entre haber ganado la independencia y haber ganado la libertad; de paso, se examina si fue lo mismo haber formado el Estado que haber dado forma a la nación, no solo porque, con frecuencia, los héroes que son capaces de ganar las guerras difícilmente son hábiles para organizar la paz,29 sino porque, además, una vez consolidada la república, la nación era todavía una tarea pendiente, a pesar de que para los líderes políticos de las independencias era la nación la que precedía a la formación de 26

Como, por ejemplo, Le Monde Illustré (París), The Illustrated London News (Londres), Illustrirte Zeitung (Leipzig), Frank Leslie’s Illustrated Newspaper (Nueva York), Harper’s Weekly Journal of Civilization (Nueva York, 1860-1880), El Americano (París), Los Andes (París), Europa y América (París), El Reporter Ilustrado (Bogotá), Papel Periódico Ilustrado (Bogotá).

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Amada Carolina Pérez, Nosotros y los otros. Las representaciones de la nación y sus habitantes. Colombia 1880-1910 (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2015).

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Max Sebastián Hering, “Sombras y ambivalencias de la igualdad y la libertad en Colombia a principios del siglo xix”. En El bicentenario de la Independencia…, 212.

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Jacques Lafaye, Los conquistadores. Figuras y escrituras (México: Fondo de Cultura Económica, 1999), 112. 37

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cualquier modelo republicano. Como se verá, en cambio, el proyecto de nación fue más bien difícil e incierto, y su consolidación se dio más en el ámbito de lo ideológico que en el ámbito concreto de lo social, como, por ejemplo, a través de la formación discursiva de los mitos mismos. Contrariamente a esta idea, las independencias fueron más bien un acontecimiento inédito en medio de una estructura colonial, incluyendo las vidas de quienes —de repente— se autodenominaron y denominaron a sus entonces compatriotas hombres libres o, mejor aún, ciudadanos. Se requiere, como se verá a lo largo del capítulo, una importante distinción conceptual, para ver que cuestiones que se piensan de forma homogénea son distintas y múltiples, partiendo, por ejemplo, del concepto mismo de revolución. En este mito, vemos, además, cómo a los procesos independentistas se les suele asociar con la recepción de las ideas de la Ilustración, pero no con la ambigüedad de estas en el contexto neogranadino; como, por ejemplo, las ideas de Montesquieu a propósito de la igualdad y la democracia (las cuales presuponen libertad), pero son también el origen de mecanismos de inequidad y marginalización. En este sentido, tanto igualdad como desigualdad son aspectos de una misma narrativa, la cual no sería tanto esencialista como dialéctica (las dos al mismo tiempo: igualdad para unos y desigualdad para otros). La idea de independencia no se puede superponer a una categoría de lo ya marginado. En palabras de Hering: Tanto las reformas como la crisis habían acelerado el desarrollo de una nueva conciencia ilustrada entre los criollos: “La igualdad se oponía al orden social colonial, jerárquico y escalonado por castas; la libertad se oponía a la fidelidad del rey y, sobre todo, a las autoridades reales”. Ante esta nueva situación surge la siguiente pregunta: ¿se articuló el orden de la diferencia a partir de los principios de la ilustración que abogaban por la igualdad?30

Mientras que el mito de los héroes y las heroínas tiene su origen en formas narrativas del mundo clásico, como la épica homérica o la historia de 30

Hering, “Sombras y ambivalencias…”, 210. 38

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Hesíodo y Tucídides, y los mitos de la homogeneidad y completitud, de la equivalencia entre fraternidad, igualdad y libertad, tienen su origen en la Ilustración y en la Revolución francesa, el quinto mito, que se refiere a la Nueva Granada como un paraíso desangrado por la acumulación española, echa sus raíces en el mundo bíblico, la tradición de la representación de un paraíso terrenal, y pone el énfasis en el modo en que el territorio tuvo un lugar importante en la búsqueda de la fundación de identidad nacional, contribuyendo así a la formación del mundo binario entre la imagen desproporcionadamente maligna del enemigo español y la imagen benigna y atrayente del nuevo orden. Con el tiempo, tal politización del territorio y el paisaje mutó en el mito de un paraíso mal “administrado” o continuamente habitado por demonios, donde dichos demonios, después de la “expulsión” del supuesto enemigo extranjero, fueron unas veces los mismos gobernantes de la república y, otras veces, los habitantes que parecían resistir a un determinado discurso civilizatorio. En el sexto mito, se pone en evidencia la participación de la institución eclesiástica en los grandes cambios del periodo independentista. La variedad de sermones (tomados como constructo histórico) durante los procesos de independencia de la Nueva Granada dan cuenta de la disparidad de criterios frente a los acontecimientos políticos de la época por parte de un actor que se convirtió a la vez en una base —herencia irrenunciable del mundo colonial, junto con la lengua— y en la manzana de la discordia para la configuración nacional.31 Los sermones son un buen lugar para comenzar, en la medida en que, como dice José David Cortés, estos deben ser tomados “también como un constructo histórico que está ligado a cada época”.32 Así como hubo sermones que defendieron al monarca y al dominio español, los hubo del lado de la Independencia; así como se bendijeron armas realistas, se bendijeron armas independentistas. El altar se tuvo que dividir entre el trono y la Constitución, en un continuo esfuerzo por adaptarse a las nuevas circunstancias, es 31

Fernán González, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado nación en Colombia, 1830-1900 (Medellín: La Carreta, 2006), 18.

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Tovar, Independencia: historia diversa, 215. 39

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decir, al nacimiento mismo de la nueva religión secular. En consecuencia, adentrarnos poco a poco a través de estos discursos eclesiásticos significa adentrarnos en el papel de la religión católica en las distintas correlaciones de fuerzas que intervinieron en la formación del Estado y que refuerzan la tesis de que “no se pueda hablar de un proceso homogéneo de construcción del Estado sino de diversos desarrollos según sea la situación resultante de la interacción de poderes centrales, regionales y locales”.33 El último mito, por su parte, tiene que ver con todos los mitos anteriores, se trata de la imagen que se suele tener del pasado como un pasado inmóvil, es decir, como un pasado absolutamente determinado. Se trata del viejo problema de la relación entre lo sucedido y los discursos acerca de aquello sucedido, de los hechos y de las interpretaciones, de lo que se fija en determinados discursos y lo que queda al margen de ellos. Sin embargo, el pasado es más bien abierto, como lo demuestra la deuda histórica con el lugar de los movimientos populares en el marco de estos estudios historiográficos. La marginalización de la historia de los movimientos sociales y la falta de un buen trabajo en historia política sobre ellos implican en buena medida la consolidación de los seis mitos anteriormente expuestos. Así, coincido con Fabio Zambrano, cuando dice en su ensayo Historiografía sobre los movimientos sociales en Colombia que hay que notar que todavía el peso de Bogotá en los estudios es abrumador. Hace falta una mayor profundización de los estudios regionales para comprender mejor los ritmos locales, las formas como llegan a las provincias los lugares y formas de sociabilidad, claves para entender los tipos de movimientos sociales que se dan en las distintas partes. […] Además, es necesario ampliar el análisis a otros actores sociales […]. En conclusión, hay que trabajar por rescatar la especificidad de la historia política, y en especial enriqueciendo este análisis con elementos de la cultura política.34

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González, Partidos, guerras…, 20.

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Tovar, Independencia: historia diversa, 175. 40

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Antes de dar inicio a cada capítulo, vuelvo sobre mis recuerdos, los de mis amigos, los de mis estudiantes y los de muchas otras generaciones a propósito de lo que fue la Independencia de la Nueva Granada (escrita así, erróneamente, con mayúscula y en singular), y puedo afirmar entonces, con seguridad, que este trabajo es sobretodo histórico, porque su búsqueda consiste en examinar cómo han sido vistos unos determinados fenómenos, con el fin de proponer otras formas de verlos y de aproximarnos a ellos. La historia, pensada de este modo, consistiría no solo en una comprensión del pasado, sino de las imágenes que de ese pasado nos formamos y en la búsqueda de incorporar a una serie de recuerdos imprecisos unos más o menos nítidos y llenos de color, respecto de los precedentes, es decir, llenos de diferencias.

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En Colombia, desde hace décadas, se ha enseñado una versión de la historia nacional, que hace parte de un conjunto de imaginarios y de lugares comunes que tenemos por ciertos, los cuales se han ido configurando en expresiones de la ideología cultural como mitos. Estos se han reiterado no solo en las aulas y los libros, sino también en los monumentos, las pinturas, las fotografías e incluso en las telenovelas y en el cine, como expresiones de la cultura e identidad nacionales. Por eso, tras dos centenarios de la independencia de España, este libro se cuestiona por el lugar que dichos mitos tienen en nuestra vida cotidiana, pues, como dijo el patriota italiano Niccolò Tommaseo en pleno siglo xix: “¿Qué necesidad de mitos, cuando tenéis la historia?”. Hernán Rodríguez Vargas, utilizando los más recientes estudios historiográficos y teniendo en cuenta el carácter central de la cultura visual, analiza en Siete mitos de la Independencia de la Nueva Granada (1810-1819) las narraciones y discursos iconográficos sobre los cuales se han asentado una serie de imaginarios parcialmente verdaderos o completamente falsos sobre el periodo en cuestión. Para ello, explica cómo se han construido varios de estos mitos, cuestionando, por ejemplo, la pretendida homogeneidad y totalidad de la independencia de la joven nación, puesto que si bien se asume este acontecimiento como el fin de la dominación española, también fue el inicio de otras opresiones que trajeron nuevas desigualdades sociales. Otros mitos, como la exaltación de los llamados “héroes de la patria” y la poca participación de la mujer, son desmontados reveladoramente por el autor. Todo esto para permitirnos como colombianos revalorar los modos de ver, pensar y sentir aquello que entendemos como nuestra historia nacional.

ISBN 978-958-781-859-8

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789587 818598


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