Resistencias letradas

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RESISTENCIAS LETRADAS

Escritura, autoridad intelectual y reformulaciones críticas en Hispanoamérica, siglos xvi-xviii

EDITORES ACADÉMICOS

ANA MARÍA FERREIRA - JOSÉ EDUARDO CORNELIO MARÍA PIEDAD QUEVEDO ALVARADO

Resistencias letradas

Ana María Ferreira

José Eduardo Cornelio

María Piedad Quevedo Alvarado

Editores académicos

Resistencias letradas

Escritura, autoridad intelectual y reformulaciones críticas en Hispanoamérica, siglos XVI-XVIII

Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Ana María Ferreira, José Eduardo

Cornelio, María Piedad Quevedo

Alvarado, editores académicos

© Varios autores

Primera edición: abril de 2025

Bogotá D. C.

ISBN (impreso): 978-628-502-008-7

ISBN (digital): 978-628-502-009-4

DOI: https://doi.org/10.11144/ Javeriana.9786285020094

Número de ejemplares: 300

Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7. a n.o 37-25, oficina 1301, Bogotá

Edificio Lutaima

Teléfono: (601) 3208320 ext. 4205 www.javeriana.edu.co/editorial

Cuidado de texto | Fernando Urueta

Diseño de páginas interiores | Claudia Patricia Rodríguez Ávila

Diagramación | Natalia Rocha

Diseño de cubierta | Claudia Patricia Rodríguez Ávila

Imagen de cubierta | Felipe Guamán Poma de Ayala. "Camina el autor" en Nueva corónica y buen gobierno, 1616

Impresión | Editorial Nomos S. A.

Pontificia Universidad Javeriana. Vigilada Mineducación. Reconocimiento como universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento como personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Las ideas expresadas en este libro son responsabilidad de sus autores y no comprometen las posiciones de la Pontificia Universidad Javeriana.

Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J.

Catalogación en la publicación

Ferreira, Ana María, autora, editora académica

Resistencias letradas : escritura, autoridad intelectual y reformulaciones críticas en Hispanoamérica, siglos XVI-XVIII / Ana María Ferreira [y otros siete] . -- Primera edición. -Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2025.

292 páginas ; 14 x 21 cm

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-628-502-008-7 (impreso)

ISBN: 978-628-502-009-4 (electrónico)

1. Estudios literarios - Historia - Siglos XVI-XVIII 2. Literatura hispanoamericana - Historia y crítica - Siglos XVI-XVIII 3. América Latina - Historia - Siglos XVI-XVIII 4- América Latina - Vida intelectual V. Comunidades indígenas - Historia - Siglos XVI-XVIII I. Cornelio, José Eduardo, autor, editor académico II. Quevedo Alvarado, María Piedad, autora, editora académica III. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Facultad de Ciencias Sociales.

CDD H860.9 edición 21

CO-BoPUJ 20/03/2025

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

Ana María Ferreira, José Eduardo Cornelio y María Piedad Quevedo Alvarado

Incursiones en el archivo

Estrategias letradas de caciques y cacicas en la Audiencia de Quito

Paula Daza Tobasura

Historias intelectuales sobre la esclavitud y la libertad en Cartagena de Indias, siglo XVII

Chloe L. Ireton

La ruina, la lengua y la madre o cómo resistir al archivo: algunas notas sobre humanismo en el Inca Garcilaso de la Vega

María Piedad Quevedo Alvarado

Escrituras y agencias

Criollos soberbiosos, mestizos e indios finos: casta, hábito y lugar social en Guamán Poma de Ayala

Rocío Quispe Agnoli

“Acudimos a las letras para aprovecharnos de ellas en nuestras necesidades”: una lectura de la Ynstrucción de Titu Cusi Yupanqui

Ana María Ferreira

“Sin necesidad de recurrir al Rey Católico”: agencia

letrada indígena y descolonización en el Planctus indorum christianorum in America peruntina (ca. 1754-1758)

José Eduardo Cornelio

Miseria y razón imperial: las Casas, don Diego de Torres y la modernidad/colonialidad del discurso sobre la pobreza

Luis Fernando Restrepo

Sobre los autores

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Agradecimientos

Los trabajos reunidos en este volumen hicieron parte del Seminario Internacional “Ni descubiertos ni vencidos. Historias intelectuales indígenas y subalternas en el periodo colonial”, que se llevó a cabo en línea del 12 al 16 de octubre de 2020. La iniciativa de organizar el seminario surgió en medio de la crisis de la pandemia cuando un grupo de profesores latinoamericanistas en Colombia, Ecuador, Inglaterra y los Estados Unidos decidió reunirse y reflexionar sobre los intelectuales de la colonia que expresaron sus ideas y propuestas de cambio social desde los límites del imperio.

Agradecemos al profesor Ómer Calderón, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, de Bogotá (Colombia), quien originalmente concibió el proyecto del seminario y, con el apoyo de su institución, contribuyó a la organización del evento. Igualmente agradecemos a la University of Indianapolis, Ursinus College y la Universidad Libre de Colombia, instituciones que también formaron parte de la organización del seminario. Para esta publicación, contamos con el apoyo del Departamento de Literatura y la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, así como de la editorial de la misma universidad; también de la University of Indianapolis y el Ursinus College. Expresamos nuestra gratitud a estas instituciones.

Introducción

La enorme complejidad del encuentro colonial, en cuanto proceso histórico entre el Viejo y el Nuevo Mundo, produjo una serie de transformaciones radicales en el orden cultural, político y, sobre todo, epistemológico de las poblaciones nativas, algunas de las cuales habían habitado por milenios estas tierras ignoradas por los europeos, del todo ausentes dentro de sus sistemas tradicionales de saber. La respuesta que Europa produjo a la existencia de estos territorios y gentes bien puede ser entendida como una invención, tal como una larga tradición de pensamiento crítico latinoamericano ha señalado, desde los estudios de Edmundo O’Gorman, o como el encubrimiento del otro, desde la perspectiva de Enrique Dussel; ambas perspectivas comparten una postura indócil a la resolución europea sobre la inferioridad del Nuevo Mundo. Las identidades que emergieron después del desembarco de Colón en las islas de su primer viaje —geográficas, culturales, sociales, étnicas— dan cuenta del establecimiento de una relación colonial con el Nuevo Mundo, pues se definieron según dicotomías de superior-inferior, civilizado-bárbaro, cristiano-no cristiano (gentil-infiel), español/europeo-indio y privilegiaron la perspectiva y las formas de dar sentido de los pueblos europeos. Por

esa vía, la identificación de los pueblos nativos como indios1 y del Nuevo Mundo como Indias Occidentales delata la interpretación europea, también la interdependencia de su asumida superioridad cultural con la atribuida inferioridad nativa, pues no existe una sin la otra. Por otro lado, muestra en la escritura alfabética ya no sólo la tecnología de producción de la diferencia —cultural, política, religiosa, étnica, etc.—, sino un espacio de disputa por la representación, la resignificación y la negociación de sentidos, posibilidades y existencias, que se comienza a hacer tan temprano como el siglo xvI.

La conquista asaltó y agredió a las poblaciones “indias”, enfrentadas al cataclismo de la violencia real y epistémica que trajeron las huestes de soldados españoles —señalados aún con la impronta militar y violenta de la reconquista de la península ibérica— y que reclamaban para sí una parte del codiciado botín. Si bien es cierto que la conquista de América fue también un proceso complejo en el que tanto la “unidad nativa” frente al invasor como la “racionalidad occidental” para vencer a los nativos se diluyen en las aguas del mito2, debido a las formas azarosas y no planificadas

1 A lo largo de las páginas de este libro se usa el término indio de manera intercambiable con indígena para referirse a las poblaciones originarias que encontraron los europeos tras su llegada azarosa al Nuevo Mundo en 1492, sin dejar de reconocer, desde una perspectiva crítica, el error primigenio e imborrable del encuentro colonial que subyace en la confusión de Colón con respecto a los pobladores nativos de las Américas al dotarlos, desde entonces y hasta nuestros días, como sostiene Dussel, de un ser-asiático.

2 Así demuestra, por ejemplo, Gonzalo Lamana el encuentro entre Atahualpa y las huestes de Pizarro en Cajamarca, en 1532, en el que lo crucial no fue la estrategia planificada y pensada previamente ni tampoco el orden con que la historiografía ha narrado este evento: “A diferencia de la representación presente en la mayoría de estudios, en Cajamarca no hubo nada fríamente organizado por el genio de Pizarro, encarnación de la razón occidental. Tal como Feldman señala en su estudio sobre Irlanda del Norte, la idea del poder como contenido en el centro y fluyendo hacia su periferia, externo a la acción violenta, es un ‘mito de la racionalización’ […] La acción violenta no es simplemente instrumental, tiene que

que supusieron las tácticas militares de los españoles y de los “indios”, no es menos cierto que los resultados del contacto inicial fueron perjudiciales sobre todo para quienes tuvieron que afrontar la devastación tanto de sus culturas como de sus sistemas de pensamiento y creencias, así como la humillación de tener que someterse a nuevas formas de estratificación social y explotación laboral que los situaban, sin excepción, en una posición subalterna. En ese tránsito del poder de las élites nativas en el Caribe, Tenochtitlán y Cuzco hacia los conquistadores y la Corona española, una operación no menos importante se hizo presente desde el inicio para garantizar la “legitimidad” de ese nuevo orden de cosas: la instauración de un régimen de poder sustentado en la palabra escrita y en la autoridad letrada. Tanto el acto simbólico y político del “requerimiento” en las islas descubiertas por Colón y en todos los actos de conquista como la imposición categórica de la verdad divina (la palabra del “Dios verdadero”) a través de la palabra escrita (el libro sagrado que se le muestra a Atahualpa en la plaza de Cajamarca) definen desde un comienzo una nueva técnica y estrategia del poder hasta entonces desconocida entre los pobladores del Nuevo Mundo. La palabra escrita y sus soportes materiales (el libro, la relación, el documento, los legajos judiciales, etcétera) asumen la forma

ser pensada como teniendo una autonomía semántica y material; los efectos del poder, como en el resultado de Cajamarca y sus repercusiones, dependen en gran medida de las prácticas locales, de las fuerzas materiales concretas; la legitimación no está relacionada necesariamente con los argumentos establecidos desde el centro, sino con la performance y la contingencia” (70). Sobre las alianzas entre ciertas etnias indígenas, como los tlaxcaltecas en México o los huancas en Perú, para derrocar tanto a las élites aztecas como a las incas, se ha escrito de manera bastante amplia, pero como una muestra véase el ya clásico libro de Waldemar Espinoza Los huancas aliados de la conquista (1972), y los varios análisis en torno al famoso lienzo de Tlaxcala, como el que se incluye en México: 500 años. Descubrimiento, conquista y mestizaje (2021), coordinado por Guillermo Correa. Recordemos también la colaboración efectiva de los traductores Malintzin en México y Felipillo en el Perú, más allá de la eficacia o los errores de la traducción que cada uno hizo posible.

de una autoridad cuasi divina y omnipotente3, que hará posible la implementación de un orden político sustentado en una amplia y compleja red de letrados que afianzaban el poder del rey y su imperio en esta parte del orbe. Se constituyó así en uno de los momentos inaugurales de la historia latinoamericana: la implementación de un régimen de autoridad letrada para sustentar todo un orden de poder colonial e imperial que no sólo hizo posible el dominio hispano en los nuevos territorios usurpados, sino que, al mismo tiempo, permitió el surgimiento de nuevas formas sociales, políticas y epistémicas amparadas en la autoridad de este nuevo orden de saber.

Por su parte, las poblaciones indígenas de los nuevos territorios ocupados por la Corona española tenían sus propios sistemas de conocimiento y representación, diversos y del todo complejos, amparados tanto en la oralidad como en soportes materiales alternativos de registro de la información y la memoria cultural (las pictografías y glifos o los quipus, textiles y keros, entre muchos otros) que, aunque disímiles a la escritura alfabética y el libro, no eran del todo diferentes de ellos. Estas formas “alternativas” de producción y reproducción del saber indígena no sólo facilitaron la transmisión de un conocimiento milenario que no desapareció del todo luego de la invasión hispana, sino que además hizo efectiva la administración de los territorios previos a la conquista, como en el caso de los quipus y los especialistas en su “lectura”, los quipucamayos, entre los incas. Incluso, durante las primeras décadas del establecimiento del 3 Sobre esta cualidad cuasi divina y omnipotente, Cornejo Polar escribe que una de las razones por las que los españoles inicialmente fueron identificados como dioses (viracochas) fue “su misteriosa capacidad de comunicarse con objetos inertes como ‘paños blancos’” (217). En su Ynstrucción, Titu Cusi Yupanqui refiere que “abian bisto llegar a su tierra çiertas personas muy differentes de nuestro auito y traje que pareçia viracochas, ques el nonbre con el qual nosotros nonbramos antiguamente al criador de todas las cossas […] y tanbien los llamavan ansy porque les avian visto hablar a solas en vnos paños blancos como vna persona hablaua con otra, y esto por el leeer [sic] en libros y cartas…” (8-10).

orden hispano, los quipus fueron usados por los señores de Hatun Xauxa en los Andes centrales peruanos para registrar las entregas tributarias que se hacían a los funcionarios de la administración colonial (Murra 249255), lo que muestra que el papel de los quipucamayos era todavía importante durante esos años de crisis y cambio. Lo mismo ocurría en el ámbito mesoamericano, en donde los tlamatinimeh y tlahcuilohqueh eran considerados los productores y guardianes del saber y la experiencia que guiaban a las comunidades nahuas antes de la llegada de los españoles y la escritura occidental, para lo cual diseñaron formas elaboradas del registro del conocimiento y la preservación de la memoria colectiva, tal como se evidencia en los varios códices pintados y manuscritos del temprano periodo colonial en México. El papel de estos sabios e intelectuales nahuas fue tan importante dentro de sus propias comunidades que una figura proveniente de la nobleza indígena del Texcoco del siglo xvI como Antonio del Rincón, sacerdote de la orden de los jesuitas, se encargó de producir una de las gramáticas coloniales de la lengua náhuatl más importantes, Arte mexicana (1595), para corregir y explicar los errores en la pronunciación de su lengua materna, necesaria para una evangelización adecuada de las poblaciones indias que evitara problemas de comunicación tanto en las ceremonias religiosas cristianas como entre ambos grupos étnicos (McDonough 52-58), en un gesto similar al uso de traductores nativos y a la búsqueda de la estandarización de las lenguas andinas impulsado por el Tercer Concilio Limense.

Sin embargo, tanto la oralidad como los soportes alternativos del ars memorativa propios del mundo indígena americano fueron relegados progresivamente por la tecnología letrada que trajeron los españoles y las poblaciones conquistadas tuvieron que enfrentarse a la violencia epistemológica, no por ello menos brutal que las otras, impuesta bajo la forma de la alfabetización que no sólo impuso su lenguaje, sino además su institucionalidad, tradiciones, formas y géneros, modos de reproducción y lógicas de la autoridad en relación con el campo cultural español y occidental. Un momento fundacional de esa violencia epistemológica ha sido identificado en el diálogo de Cajamarca entre el padre Vicente Valverde y

el Inca Atahualpa, el 16 de noviembre de 1532, en el que la oralidad y la escritura se enfrentan conflictivamente, lo que genera como consecuencia el “grado cero” de una interacción marcada por una “mutua ajenidad” y una “recíproca y agresiva repulsión” (Cornejo Polar 188). Los registros escritos de que disponemos, la mayoría evidentemente del lado español, aunque también hay algunas versiones indígenas, refieren en gran medida lo siguiente: fray Vicente Valverde le dice a Atahualpa, mediante el traductor Felipillo o Martinillo, que se le “requería”4 de parte del rey y Dios que se sujete a la ley cristiana y al servicio del monarca hispano, para lo cual se le leyeron pasajes del libro sagrado (la Biblia o breviario) que Valverde tenía entre sus manos, y alegaba que esa escritura era la palabra de Dios y que así lo mandaba; el inca pidió el libro en cuestión para escuchar la palabra de Dios y, al no poder abrirlo (o al abrirlo y no “maravillarse” con la visión del contenido o no “entenderlo”) ni escuchar esas palabras divinas, terminó arrojándolo con desdén por el suelo sin dejar de espetarles a los españoles —en las versiones de los testigos de vista del lado hispano— que devolviesen todo lo que habían robado en su trayecto hasta Cajamarca. Evidentemente, esta “escena primordial” es en lo fundamental un “ritual del poder” en el que el libro se constituye en el símbolo principal del orden y la obediencia, de modo que el diálogo sólo hubiese sido posible si Atahualpa acataba la orden dada por el rey y la cristiandad (Cornejo Polar 215-216). El fracaso de ese diálogo, en el que el libro aparece como “personaje” y símbolo de esa incomunicación primordial, devino en una

4 Sobre el “requerimiento”, Cornejo Polar apunta: “Al margen por un momento del asunto de la escritura, el discurso oral de Valverde tiene un sombrío temple sectario e irracional que en otras circunstancias sería francamente grotesco. En realidad, sólo el fanatismo explica que a alguien se le puede ocurrir que se acepte sin más, y en primera audiencia, los abstrusos misterios de la fe católica, pero lo peor es que la oficialización del ‘requerimiento’ implica que el fanatismo no era por entonces desviación de una u otra persona sino cuestión medular de toda una vasta y triunfante cultura, que es la que comienza a imponerse, desde el episodio de Cajamarca, en el mundo andino” (214).

verdadera tragedia histórica: Atahualpa es capturado y, eventualmente, asesinado, con lo cual se inicia el final de todo un mundo previo que tendrá que luchar por rehacerse a partir de sus propias ruinas dentro de un orden marcado por la colonialidad.

Aun cuando es harto probable que, como apunta Cornejo Polar, tanto Pizarro como gran parte de la soldadesca española reunida en la plaza de Cajamarca fuesen iletrados y, en consecuencia, tampoco hubiesen podido tener acceso al contenido del libro como ocurrió con Atahualpa, no debe perderse de vista la función esencial del libro y la escritura: su ingreso en los Andes no obedece a su cualidad exclusiva como sistema de comunicación, sino que aparece ante todo como un fetiche cargado de gestos de dominio, esto es, “dentro del horizonte del orden y la autoridad, casi como si su único significado posible fuera el Poder” (216). De esta manera, el libro llega al Nuevo Mundo como un objeto sagrado vinculado intrínsecamente con el poder y tanto la escritura como la lectura se convirtieron en las prácticas privilegiadas de una élite civil y eclesiástica encargada de mantener ese orden de poder. Muy pronto los sectores indígenas entendieron esa función fundadora de la escritura y el libro en la sociedad colonial y buscaron, a través de sus propios agenciamientos, apelar a su autoridad y participar de esas prácticas letradas —a las que asimilaron tanto la oralidad como la información de sus materialidades alternativas de saber— para hacer valer sus derechos y proteger sus propios intereses étnicos o de clase, ya fuera mediante el registro de su memoria histórica y cultural para proponer sus versiones sobre su propio pasado o ya mediante el recurso de las prácticas oficiales y legales para acceder a la lejana figura del rey y hacerle llegar sus quejas y querellas. No sólo se trataba, de manera simple como ocurre hoy en día, de alfabetizarse y, en consecuencia, leer y escribir en la nueva lengua, sino que esto implicó complejos procesos de letramiento5 —que involucran la formación en el lenguaje visual europeo 5 Mercedes López propone el término letramiento en su traducción del inglés al español del libro de Joanne Rappaport y Tom Cummins Beyond the Lettered City:

y el ceremonial asociado a la escritura— que les permitieran acceder a la ciudad letrada6 .

De esta manera, resulta crucial identificar y reconocer el enorme esfuerzo de las élites indígenas y otros agentes subalternos que participaron activamente en la producción letrada tanto para seguir ampliando nuestra visión del mundo colonial hispanoamericano como para contribuir a la erradicación de esos lugares comunes y distorsionados por el estereotipo en torno a las poblaciones indígenas o afrodescendientes, a las que no se les considera capaces de pensar o producir saber por sí mismas, esto

Indigenous Literacies in the Andes (2012), en el que se muestran los conflictos y agenciamientos letrados indígenas en la imposición de formas de conocimiento basados en la alfabetización y el sistema occidental de representación visual en los Andes septentrionales (Ecuador y Colombia). El término literacy en inglés es mucho más amplio que su simple traducción al español como alfabetización, puesto que implica no sólo el aprendizaje del alfabeto y la lectura y escritura desde la perspectiva occidental, sino también la competencia de saber algo sobre una materia específica. De esta manera, el letramiento implicaba no sólo aprender a leer y escribir, sino además familiarizarse con toda una tradición tanto de conocimiento como de escritura. Esos procesos del letramiento colonial abarcaron también la incorporación de la cultura visual europea que los ayudara a comprender la lógica de ese sistema de representación, así como aprender a moverse dentro de las nuevas ciudades fundadas por los vencedores, esto es, “dentro de la cuadrícula arquitectónica de un pueblo de estilo español” (Rappaport y Cummins 7).

6 La ciudad letrada, un concepto clave de los estudios latinoamericanos acuñado por Ángel Rama, describe de manera metafórica la idea del control del imperio hispano en territorios americanos por medio de la relación entre la creación del espacio urbano y el ejercicio de la letra. Para administrar y controlar este vasto imperio, que abarcaba desde las Filipinas hasta el Río de la Plata, era necesaria la creación de una red de comunicación letrada entre España y los encargados de la administración de estos dominios. Asimismo, implica el proceso de evangelización de los indígenas por parte de la Iglesia católica romana y el surgimiento de una formación intelectual criolla. Estas comunidades, que orbitaban alrededor de los textos sagrados y el enorme archivo occidental, fueron determinantes también en la constitución y el mantenimiento del poder imperial hispano.

es, tener habilidades intelectuales y la autoridad suficiente para pensar y poner en práctica el difícil ejercicio de la escritura o enunciar de manera lúcida y coherente esos pensamientos7. Aquí entendemos ese esfuerzo como parte de una práctica intelectual en la que estos agentes indios o africanos (como veremos en los textos de este volumen) del Nuevo Mundo se involucraron para dar forma a sus propios fines, definiendo explícita o implícitamente sus propios parámetros críticos amparados en los códigos autorizados de la intelectualidad europea de sus respectivos momentos y empleando con dominio el amplio archivo occidental necesario para la performance de su autoridad letrada. Como consecuencia de estos usos y apropiaciones de las letras, la escritura no se mantuvo intacta en el contexto colonial, pues en su práctica y resignificación por parte de los grupos colonizados fue configurando

7 Sobre este aspecto lamentable de las sociedades americanas contemporáneas, Kelly McDonough escribe, al referirse al caso mexicano: “Más de una vez he tomado por sorpresa a amigos o conocidos de México y de otros países —nativos y no nativos— al mencionar que estaba investigando a los intelectuales nahuas y su escritura tras la conquista y colonización europeas. Por ejemplo, encuestas informales recientes con padres de niños que asisten a una escuela primaria de clase media de Ciudad de México arrojaron sistemáticamente que los códices prehispánicos son, como afirmó uno de los encuestados, ‘una fuente de gran orgullo para todo el pueblo mexicano’. Sin embargo, cuando se les preguntó si podían nombrar un códice o si alguna vez habían visto uno, todos respondieron negativamente. Cuando se les preguntó por la escritura de los indígenas, concretamente de los nahuas, ninguno había oído hablar de tal cosa. ‘No escriben’, me dijo un caballero con un tono que sugería que yo debería haberlo sabido. […] Cuando pregunté por los intelectuales indígenas, casi todos parecían confundidos por la pregunta. En lo que a ellos respecta, era posible que los indígenas prehispánicos hubieran hecho alguna reflexión que mereciera la pena y que fueran artistas de talento. ¿Pero los indígenas de hoy? En el imaginario actual, casi nunca se los considera seres racionales, creativos, pensantes y, desde luego, no se los percibe como escritores. Pensar y escribir: hoy en día esas no son categorías indias” (5-6). Las traducciones de textos citados de versiones en inglés son propias.

agencias y dando lugar a espacios que intervenían la organización política colonial. Fue así transformando el código del colonizador y dotándolo de heterogeneidad. En ese sentido, su escritura no consistió en una mera reproducción de la autoridad o superioridad cultural del colonizador, sino en hacer que esa tecnología y esos mundos de significación que ella contenía comenzaran a hablar de los universos simbólicos de las culturas dominadas e incorporaran las múltiples experiencias de los sujetos coloniales, por lo que ya no sería posible pensar la escritura como unilateral o exclusivamente europea.

Gabriela Ramos y Yanna Yannakakis han propuesto el término intelectual para referirse a los sujetos de origen indígena que usaron la escritura en los ámbitos en que esta construía el orden: la ley, la historiografía, etc., para intervenir desde ahí los sentidos y las estructuras que los afectaban. Su definición es amplia, en la medida en que integra los usos de la letra que no apuntan a su conversión en libro impreso, sino a la construcción del enorme archivo colonial/imperial por medio del cual se desarrolló la relación entre Corona y Nuevo Mundo. En esa línea, el trabajo de Ramos y Yannakakis reconoce la negociación que tuvieron que hacer los intelectuales indígenas de la idea misma de indio colonial, así como el papel que los pueblos originarios desempeñaron en la configuración y el moldeamiento del Estado y la sociedad coloniales. Frente al conocido letrado, que se identifica con la educación en latín y se asocia con las élites peninsulares y americanas formadas en colegios y universidades del Viejo y el Nuevo Mundo, el intelectual de Ramos y Yannakakis tiene un origen étnico distinto y sus conocimientos no se limitan al canon europeo regido por el latín —padres de la Iglesia, autores clásicos, la Biblia—, sino al manejo hábil de códigos y referentes del colonizador, base para la dominación colonial, junto con el conocimiento de sus culturas originarias, para la intervención y agenciamiento. Estas ideas inherentes al letrado colonial (experto en latín y blanco español o criollo) emergen a su vez en contraposición con su lado opuesto: “el indio iletrado era al mismo tiempo un receptor pasivo de la cultura europea, alguien que debía ser aculturado, pero también alguien incapaz de relacionarse creativamente

con los españoles en sus propios términos” (2). No obstante, la enorme complejidad del proceso de letramiento llevado a cabo por los intelectuales indígenas —en el que la escritura fue el centro gravitacional de una producción escrita individual y colectiva que también lleva las marcas de sus propios referentes culturales anclados en la oralidad, la memoria y las tradiciones nativas— crea redes de conocimiento ideológicamente definidas por la colonialidad que ponían estos textos al alcance de las élites indígenas tanto para registrar las historias comunitarias como para garantizar la validez documental de sus linajes y derechos territoriales en las cortes de justicia españolas (3-14). Por su parte, Alcira Dueñas observa en los trabajos de los intelectuales andinos8 de los siglos xvII y xvIII tanto una red colaborativa de activismo orientado a la justicia indígena como un importante proceso de transculturación que los sitúa epistemológica e ideológicamente entre el reconocimiento de sus posiciones subalternas dentro del orden colonial originado en la conquista y el modo de subvertir esa condición para conseguir su autonomía étnica. Aquí fueron fundamentales el aprendizaje y la reelaboración discursiva de las tradiciones filosóficas y teológico-políticas europeas, como la agustiniana, la tomista y la neotomista, que cuestionaban en consecuencia la primacía del dominio de la Monarquía hispana sobre los miembros de la nobleza andina y su derecho legítimo natural y divino (léase cristiano) al autogobierno (93-110).

Como se señaló más arriba, y siguiendo a Joanne Rappaport y Tom Cummins, el letramiento colonial es un proceso mayor al conocimiento del código escrito, pues involucra un ceremonial, la competencia en el lenguaje visual europeo, el reconocimiento de la espacialidad occidental y saber moverse dentro de sus cuadrículas. En esa línea, va mucho más allá del dominio del alfabeto y participa activamente en la producción de nuevos significados y referentes. Este volumen intenta una aproximación a las complejas negociaciones letradas y simbólicas que los agentes

8 Dueñas usa el término scholar, que aquí traducimos como ‘intelectual’, pues sigue la argumentación que estamos proponiendo.

subalternos (indígenas, mestizos y afrodescendientes) establecían con el poder imperial a partir de las heterogéneas apropiaciones de la escritura y la creación de intersticios desde los cuales nombran sus universos culturales, construyen el Estado colonial, afianzan o definen sus particularidades étnicas, desautorizan las historias europeas y resignifican categorías, entre otros procesos.

Dentro del panorama que hemos esbozado, el archivo aparece como un dispositivo que no sólo sustenta la dominación española, sino que rápidamente abandona la unilateralidad desde la que es concebido y se hace poroso y ambivalente. Hay al menos tres dimensiones del archivo que podemos comprobar en el contexto colonial. La primera tiene que ver con la recolección de informaciones y el conocimiento por cuestionario, como en el caso de las relaciones geográficas o corpus que colectan tradiciones y prácticas de comunidades producto de las campañas de extirpación —pensemos acá en el “Manuscrito de Huarochirí”, que al tiempo que robustece el proyecto de implantación del cristianismo y persecución de las creencias de las comunidades nativas, conserva y testimonia dichas creencias y las sitúa en un momento histórico específico—. Una segunda dimensión es la del archivo como acervo de acciones que interpelan el aparato jurídico —peticiones, reclamos, denuncias, etc., en un creciente reconocimiento de parte de los sectores subalternos de la posibilidad de recibir justicia—. La intervención de sujetos indios, mestizos, negros, etc., en el archivo, en cuanto acervo del aparato administrativo colonial, puede interpretarse más que como una aceptación resignada del orden colonizador, como una manera de modificar ese orden, como una voluntad de incidir activamente en la transformación de situaciones de precariedad, desventaja o injusticia. Una tercera dimensión aborda el archivo más allá de la documentación legal y lo entiende como una trama discursiva y epistemológica que puede ser interpelada, alterada e impugnada mediante prácticas como el comentario, la paráfrasis, etc., que funcionan menos como espacios de autoridad y más como evidencia de incompletitud, incomprensión y desconocimiento. En este archivo, el propósito no es corregir el discurso maestro de la conquista y la colonización, sino

aprovecharse de él para contar la historia de la cultura propia, y redefinir así lo que se entiende por historia, por pasado, por archivo.

La primera parte, “Incursiones en el archivo”, reúne cuatro trabajos que entran de modos diversos en el archivo colonial. Por un lado, en su asociación con la producción de documentos y acciones administrativas y jurídicas, que se llevan a cabo por medio de la escritura alfabética, el testimonio, la recolección de informaciones, así como de la preparación de peticiones, el reclamo, la argumentación, la exposición de razones, etc., y que van nutriendo profusamente la particular relación moderna temprana entre escritura y ley, al igual que las apropiaciones que los sujetos subalternos de la colonia efectúan de estos acervos jurídicos para defender sus causas y exigir justicia. Por otro lado, en cuanto red intelectual que permite la entrada en un espacio epistemológico común que puede ser intervenido y atravesado por agendas distintas y dirigido a audiencias que no necesariamente son las de la metrópoli; es decir, constituyen archivos corregidos, completados, comentados y heterogéneos, pues inscriben saberes aminorados, descalificados o suprimidos por el imperio para contar la historia de grupos y sujetos colonizados y, en ese sentido, tensionan las nociones mismas de historia y archivo con las que el imperio impone y ejerce su poder.

En estas incursiones, vemos la elocuencia de las voces subalternas, como señala Joanne Rappaport, su comprensión de la dimensión jurídica de la palabra escrita y de su poder como fuente de autoridad y legitimidad. También la fuerza de su lucha y su actitud vigorosa para reclamar la aplicación de la ley en los casos que los favorecen y para renegociar los términos, introducir unos nuevos o debilitar el sistema mismo cuando se cierra u opone a su situación.

“Estrategias letradas de caciques y cacicas en la Audiencia de Quito”, de Paula Daza Tobasura, es un recorrido por las peticiones de sujetos nativos, con aspiraciones de poder en el Quito del siglo xvIII, para pelear jurídicamente por la autoridad sobre sus territorios. Aquí la incursión en la burocracia colonial no se da para reclamar algo frente a otro estamento social, sino entre sujetos semejantes que pugnan por representarse como

idóneos y, así, ser reconocidos legalmente para ejercer el gobierno de sus comunidades. Para ello, procuran establecer su diferencia —étnica, de género, social, etc.— ante la ley y favorecerse con los términos en que la ley los define. Este juego entre identidad y diferencia revela también las tensiones entre estos sujetos, pues, por ejemplo, reproduce la distinción colonial entre mestizo e indio, ya que su estatuto jurídico es diferente y se usa para deslegitimar la aspiración del otro y obtener una decisión favorable y también devela el grado de asimilación de la estructura patriarcal que llegó con los colonizadores y que privilegió a los hombres nativos frente a las mujeres de sus comunidades.

“Historias intelectuales sobre la esclavitud y la libertad en Cartagena de Indias, siglo xvII”, de Chloe L. Ireton, es un prolijo trabajo de microhistoria que reconstruye la lucha jurídica de Francisco Martín, un joven negro cristiano y libre proveniente del puerto de Cacheu, que apela al aparato jurídico para buscar que su esclavización ilegítima fuera reconocida como tal por la ley colonial y, así, le fuera devuelta su libertad. Ireton enmarca su trabajo en el más amplio panorama de investigaciones sobre personas africanas esclavizadas cuyas acciones judiciales contribuyeron a repensar las ideas que en la metrópoli justificaban o discutían la esclavización, y que dieron pie a las acciones de un hombre como Martín en un lugar como un puerto del Nuevo Mundo, al tiempo que acentúa el contexto de Cartagena de Indias en cuanto puerto comercial. Esto implica la convergencia de sujetos de diferentes proveniencias, intereses y ocupaciones, así como la importante actividad económica que añade la trata al comercio de mercancías, por lo que el puerto bien puede entenderse como un espacio heterogéneo y plurilingüístico. La ciudad, además, contaba con un tribunal de la Inquisición y la notoria actividad de evangelización de la Compañía de Jesús, con dos de sus figuras más relevantes, Alonso de Sandoval y Pedro Claver. Como muestra Ireton, el proceso de Martín no se limita a sus reclamos, sino que involucra la participación de otros sujetos que rinden testimonio a favor de sus pretensiones de libertad, lo que implica la visibilización de una red de personas que, sin ocupar posiciones privilegiadas dentro del estamento colonial de la Cartagena

del siglo xvII, estaban dispuestas a ser identificadas, rendir declaración y apoyar la causa de un joven que se ubicaba en lo más bajo de la jerarquía social. El que no tengamos certeza de cómo terminó su caso muestra los vacíos de la ley y del archivo, y nos hace vislumbrar las ambigüedades e injusticias del sistema colonial.

“Letrados indígenas y la revisión de la conquista de México”, de Amber Brian, aborda los textos de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y Domingo de San Antón Muñón Chimalpahin Quauhtlehuanitzin como reescrituras que comentan, corrigen y amplían la canónica crónica de Francisco López de Gómara. La lectura de Brian muestra la sutileza de estos autores para insertar la historia nativa en el texto maestro de Gómara y, de esta forma, transformarlo y usarlo para sus intereses. Se trata menos de una desautorización que de un aprovechamiento interesado, pues ni Alva Ixtlitxóchitl ni Chimalpahin están comprometidos con desvirtuar la autoridad historiográfica de Gómara o con hacerse reconocibles para una audiencia metropolitana. Todo eso podría suceder, pero no es su motivo; su propósito es contar la historia nativa haciendo un uso interesado de un texto que goza de autoridad epistemológica y servirse de él para inscribir su historia subalterna.

Esta primera parte se cierra con “La ruina, la lengua, la madre o cómo resistir al archivo: algunas notas sobre humanismo en el Inca Garcilaso de la Vega”, de María Piedad Quevedo Alvarado, que aborda las relaciones entre la escritura del peruano Garcilaso y el humanismo renacentista, de forma concreta con la Oratio de hominis dignitate de Pico della Mirandola y las Prose della volgar lingua de Pietro Bembo. En un sentido más amplio, muestra la importante presencia de la dignidad en el proyecto escritural de Garcilaso, en su comprensión de la historia andina y en su presentación de la cultura incaica, como categoría que le permite sustentar epistemológicamente la historia del incario y su cultura, y resituar a los pueblos nativos dentro de un marco de legitimidad y valía cultural. La cercanía con Bembo lleva a reconocer la dimensión humanista de la que Garcilaso dota al quechua y a su propia autorrepresentación como traductor y experto en dicha lengua.

La segunda parte del libro, titulada “Escrituras y agencias”, agrupa cuatro capítulos en los que sus autores reflexionan, entre otros temas, sobre la forma como fue usada la escritura por los intelectuales indígenas durante la colonia. Esta segunda parte del libro describe un panorama bastante intrincado en el que las categorías sociales de los individuos se producen y son definidas por primera vez. La escritura les sirve a estos intelectuales para enunciar su identidad, su posición en la sociedad, y especialmente para reflexionar, críticamente la mayoría de las veces, sobre las prácticas de poder del imperio hispánico. Estos análisis no se quedan en la valoración crítica, sino que muchas veces culminan en sugerencias, demandas, consejos y posibles soluciones a las problemáticas de su momento.

En este periodo histórico, la escritura alfabética era una tecnología relativamente reciente en el continente americano y los intelectuales indígenas aquí mencionados comprendieron rápidamente su importancia y la utilizaron agudamente para comunicar sus pensamientos, peticiones y demandas. La escritura es, en manos de estos intelectuales, una forma de expresar y ejercer su agencia política.

“Criollos soberbiosos, mestizos e indios finos: casta, hábito y lugar social en Guamán Poma de Ayala”, de Rocío Quispe Agnoli, explica cómo se trató de conceptualizar las jerarquías sociales y raciales durante el Virreinato del Perú en los siglos xvI y xvII. La aparentemente simple diferencia entre indios, negros y españoles se complejiza con la aparición de nuevos sujetos coloniales. Muchas veces la posición de los individuos en la jerarquía social estaba asignada por su raza; sin embargo, estas categorías se complejizan en tanto que su definición es difusa y cambiante y muchas veces está asociada a otros factores. Específicamente, la autora se centra en aquellos aspectos de la escritura de Guamán Poma en los que describe generalmente de forma negativa al mestizo, pero al mismo tiempo presenta diferentes definiciones de este basándose en la condición social de dichos individuos. De igual modo, la autora señala cómo otros sujetos, a quienes Guamán Poma también define negativamente, como el criollo o los indios finos, introducen un desbalance en el mundo simbólico en

el que vive el autor andino. El indígena valora a los españoles, negros e indios por encima de otros individuos y argumenta a favor de mantener una separación de los distintos grupos. Quispe Agnoli reflexiona en este capítulo sobre la ansiedad que le produce a Guamán Poma la idea de una inminente desaparición de los indios. Esta ansiedad, sin embargo, no es exclusiva del autor; otros intelectuales, tanto indígenas como hispanos, propusieron ideas similares.

“‘Acudimos a las letras para aprovecharnos de ellas en nuestras necesidades’: una lectura de la Ynstrucción de Titu Cusi Yupanqui”, de Ana María Ferreira, plantea cómo el autor y noble indígena, desde su precaria posición como inca en el exilio, utiliza la voz y figura de su padre, Manco Inca, y a través de la escritura inicia un diálogo con el rey de España. El texto de Yupanqui, según la autora, deposita una enorme confianza en la letra y, por ende, en las formas de burocracia y poder oficial español. Al mismo tiempo, el inca adopta una estrategia militar y política que le permite mantenerse en una posición de poder. Su texto, como objeto discursivo y también como estrategia diplomática, le permite contar su versión de los hechos y le presenta al soberano una solución a la difícil situación política de su momento. Ferreira señala que, en la Ynstrucción, las formas de narrar andinas y el quechua están presentes de muchas maneras y dichos elementos, como en otros textos de su momento, producen objetos textuales únicos en los que es posible rastrear el pensamiento de los intelectuales indígenas y específicamente, en este caso, la forma como Yupanqui reflexionó sobre los acontecimientos históricos que estaba presenciando y protagonizando. Las formas andinas de narrar aparecen a la par de las formas tradicionales europeas de escritura, y el autor presenta sus argumentos pensando algunas veces en un lector europeo y cristiano, para así evidenciar una diestra habilidad para navegar por lo menos en dos culturas, idiomas y visiones de mundo diferentes.

“‘Sin necesidad de recurrir al Rey Católico’. Agencia letrada indígena y descolonización en el Planctus indorum christianorum in America peruntina (ca. 1754-1758)”, de José Eduardo Cornelio, analiza un texto escrito por un grupo de mestizos indígenas letrados y evidencia cómo este ejercicio

escritural es una toma de posición política. El Planctus tiene como interlocutor al papa, y es el poder eclesiástico en Roma la institución a la que se apela como fuente de poder transatlántico. Es muy importante señalar que el Planctus es un documento clandestino que es en sí mismo una insurrección en contra del poder hispano. Como en los otros casos analizados en esta segunda parte del libro, el Planctus utiliza la escritura para mostrar su versión de lo que está pasando en las colonias y propone soluciones específicas e innovadoras. En este caso, señala Cornelio, los autores sugieren que la Iglesia debía tener una relación directa con el Virreinato del Perú, exenta de la mediación de la Corona española. Esta propuesta plantea que los indios deberían tener también acceso a altos cargos jerárquicos en la Iglesia y que debería haber un patriarca eclesiástico específicamente para el Perú. El capítulo señala que la imagen del rey en América, incluso la misma palabra rey, está desprovista del poder que posee en Europa y en el contexto andino no tiene una verdadera influencia en la realidad. El texto denuncia el comportamiento de los españoles contra los indígenas en el continente americano y evidencia dichos actos como opuestos a las verdaderas prácticas cristianas; los autores del Planctus justifican así su promoción de un diálogo directo entre los indígenas y Roma, sin la interferencia del rey o los españoles en general. El papa se reconoce como una autoridad autónoma y por encima del rey en España, de modo que subvierte el orden del poder colonial en el virreinato y desafía, incluso anula, el poder hispano.

Finalmente, “Miseria y razón imperial. Las Casas, don Diego de Torres y la modernidad/colonialidad del discurso sobre la pobreza”, de Luis Fernando Restrepo, aborda el conocido memorial de agravios que el mestizo don Diego de Torres presentó al rey Felipe II en 1584, desde el marco de la discusión jurídica adelantada por el dominico fray Bartolomé de Las Casas, a partir de lo cual el calificativo miserable se identifica como una categoría jurídica que va construyendo un colonialismo humanitario que Restrepo conecta con discusiones teóricas contemporáneas como las de la biopolítica y la necropolítica.

Como puede verse, cada uno de los trabajos que componen este volumen propone una perspectiva precisa en torno a las complejas negociaciones letradas que los agentes subalternos de la América hispana establecieron con el poder peninsular durante el periodo colonial. Desde una mirada actual, estas apropiaciones de la escritura y el saber implícito en su práctica llevan consigo una enorme carga simbólica que las autoriza en el plano de las ideas, sin dejar de considerar que su ámbito de intervención se orientaba en lo fundamental hacia el plano inmediato de la vida cotidiana. Esa intervención implicó un esfuerzo constante, individual y colectivo, en la búsqueda de cambios concretos —moderados o relativamente radicales— que transformaran un espacio social atravesado por la colonialidad que los marcaba y de la cual querían eximirse a partir de un diálogo con el poder imperial y católico, esto es, de un verdadero intercambio de ideas históricas, filosóficas, jurídicas o teológicas anclado en el deseo de encontrar una solución para las dificultades de su condición social. En otras palabras, no sólo se trata de considerar el valor de la práctica letrada en cuanto forma de autoridad intelectual, con el concomitante prestigio que ese ejercicio conlleva, sino de redimensionar esa fe en la potencialidad de que la escritura y el ingreso al archivo —occidental y americano— podían ofrecer a nuestros agentes la posibilidad de un cambio real en el ámbito concreto de sus vidas, y así superar tanto las divisiones sociales como las injusticias provocadas por la invasión hispana en el territorio americano desde su llegada a fines del siglo xv. A lo largo de las páginas de este libro, es evidente esa pulsión orgánica que movía a estos agentes e intelectuales subalternos en su apropiación de la escritura y el archivo, en su cuestionamiento del orden de cosas impuesto por el poder del imperio, en la constitución de una autoridad letrada cuyas ideas buscaban intervenir el ámbito del poder con el fin de virarlo hacia otros rumbos para superar la colonialidad y garantizar un mejor gobierno. En esa intersección en la que confluyen ideas y acción, palabras y praxis, consenso y resistencia, situamos a nuestros intelectuales coloniales. Y tal como ocurre con los verdaderos intelectuales de hoy en día, aquellos buscaban encontrar salidas a sus situaciones opresivas ofreciendo ideas y

acciones, abriendo las posibilidades de un diálogo que fuese verdaderamente fructífero para cambiar las realidades sociedades que les tocó vivir.

Ana María Ferreira, José Eduardo Cornelio y María Piedad Quevedo Alvarado

Obras citadas

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Yupanqui, Titu Cusi. History of How the Spaniards Arrived in Peru. Edición en dos idiomas, Hackett Publishing Company, 2006.

Sobre los autores

Paula Daza Tobasura es licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, historiadora de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, y doctora en Historia de los Andes de Flacso, Ecuador. Entre sus temas de investigación figura la relación entre las mujeres y la política, desde donde aborda el estudio de las cacicas de la Audiencia de Quito en el siglo xv III. Es autora de varios artículos sobre el tema, como “Gobernar en tiempos de cambio. Las cacicas de la Audiencia de Quito” (Fronteras de la Historia, vol. 21, núm. 2, 2016) y del libro Cuando las cacicas gobernaron en la Real Audiencia de Quito (Flacso/Abya-Yala, 2022). Actualmente es investigadora independiente. Correo electrónico: correocurioso@gmail.com

Chloe Ireton es doctora en Historia de la Universidad de Texas, Austin, y lecturer en Historia de Iberia y del Mundo Ibérico 1500-1800 en el University College London. Estudia la historia de la raza, la esclavización, la libertad y el imperio en el mundo temprano del Atlántico sur. En los años recientes, ha estado afiliada al Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, en Bogotá; al Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en Ciudad de México; y al Área de Historia Moderna de la Universidad Pablo

Olavide, en Sevilla, España. También ha sido fellow in residence en la John Carter Brown Library, en Providence, Rhode Island, y en la Huntington Library, en San Marino, California. Es autora del libro Slavery and Freedom in Black Thought in the Early Spanish Atlantic (Cambridge University Press, 2024). Correo electrónico: c.ireton@ucl.ac.uk

Amber Brian es profesora asociada y directora del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Iowa. Sus investigaciones abarcan los campos de la historia y la literatura latinoamericana, específicamente desde la perspectiva de la historia intelectual indígena, el colonialismo y los estudios de traducción. Sus publicaciones abordan el movimiento del conocimiento cultural y la memoria histórica entre individuos y comunidades nativos, así como entre esas comunidades y la esfera política dominante en el México colonial. Ha publicado numerosos trabajos sobre el cronista mestizo Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (ca. 1578-1650), entre los cuales se encuentran Alva Ixtlilxochitl’s Native Archive and the Circulation of Knowledge in Colonial Mexico (Vanderbilt, 2016), que obtuvo mención honorífica de la mla; la edición y traducción de History of the Chichimeca Nation: Don Fernando de Alva Ixtlilxochitl’s Seventeenth-Century Chronicle of Ancient Mexico (University of Oklahoma Press, 2019), preparada junto con Bradley Benton, Peter B. Villella y Pablo García Loaeza; y The Native Conquistador: Alva Ixtlilxochitl’s Account of the Conquest of Mexico (Penn State Press, 2015), en coautoría con Benton y García. Recientemente coeditó, junto con Rocío Quispe-Agnoli, Latin American Literature in Transition Pre-1492-1800 (Cambridge University Press, 2023). Correo electrónico: amber-brian@ uiowa.edu

María Piedad Quevedo Alvarado es profesora asociada en el Departamento de Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia, donde ha sido directora del pregrado en Estudios Literarios y de la Maestría en Literatura. Es doctora en Lenguas y Literaturas Románicas de la Universidad de Harvard. Entre sus temas de investigación se

encuentran los estudios coloniales, la cultura letrada, el Renacimiento y el Barroco, las literaturas del Siglo de Oro, el cuerpo, la anatomía y las maternidades. Es autora de Un cuerpo para el espíritu. Mística en la Nueva Granada: el cuerpo, el gusto y el asco, 1680-1750 (Ica N h, 2007), preparó la edición de Historia de la monja alférez, doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma (Tres Cantos, 2020) y la antología de Sor Josefa de Castillo, Deliquios del amor divino (Universidad Externado de Colombia, 2019. Un Libro por Centavos). Es editora académica de Cartografías críticas y enseñanza literaria. El legado de Cristo Figueroa (Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2019) y es autora de artículos y capítulos de libros sobre la producción colonial neogranadina y sobre los cruces entre las literaturas colonial y del Siglo de Oro, publicados en revistas como Calíope, Cuadernos de Literatura, Telar, entre otras. Correo electrónico: mquevedo@javeriana.edu.co

Rocío Quispe Agnoli es William J. Beal distinguished professor de Estudios Hispánicos en el Departamento de Estudios Romances y Clásicos en Michigan State University y doctora de la Universidad de Brown. Es profesora del Centro de Estudios Latinoamericanos y Caribeños, del Programa de Estudios Indígenas Americanos y del Programa de Género de la misma universidad; dirigió el Center for Intregative Studies in the Arts and Humanities entre 2007 y 2011. Sus investigaciones abarcan los estudios coloniales latinoamericanos, estudios de mujeres, género, identidades indígenas, estudios poscoloniales y subalternos y ficción especulativa latinoamericana. Ha publicado La fe andina en la escritura: identidad y resistencia en la obra de Guamán Poma de Ayala (2006) y Nobles de papel: identidades oscilantes y genealogías borrosas en los descendientes de la realeza inca (Iberoamericana Vervuert, 2016) y coeditó con Mónica Díaz Women’s Textual Negotiations and Textual Agency in Latin America, 1500-1799 (2017), así como numerosos artículos y capítulos de libros. Correo electrónico: quispeag@msu.edu

Ana María Ferreira es doctora en Literatura Hispánica y Estudios Culturales de la Universidad de Georgetown; es también directora y profesora asociada del Departamento de Lenguas Globales y Estudios Interculturales de la Universidad de Indianápolis; y consejera para la Global Language Organization. Sus investigaciones se centran en los estudios latinoamericanos coloniales y poscoloniales, estudios de literatura indígena y estudios de género. Entre sus publicaciones se cuenta la coedición del libro Abogados de ficción, junto con Lina María Céspedes Báez. Varios de sus artículos y capítulos de libros abordan el estudio de autores indígenas coloniales y contemporáneos. Correo electrónico: ferreiraa@uindy.edu

José Eduardo Cornelio es profesor asociado en el Departamento de Lenguas Modernas en Ursinus College, Pensilvania. Hizo estudios de pregrado en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima, y de maestría y doctorado en Georgetown University, en Washington, D. C. Formó parte del equipo de investigación del proyecto “Maestros de la pintura peruana del siglo xx ” del Grupo Editorial de El Comercio, para el cual escribió los ensayos biográfico-artísticos de los pintores Julia Codesido, Venancio Shinki y David Herzkovitz. Ha publicado artículos y reseñas en el suplemento cultural Identidades; las revistas Letras, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, A Contracorriente, Studies in Latin American Popular Culture, Confluencia; la enciclopedia Christian-Muslim Relations. A Bibliographical History, coordinada por la University of Birmingham (Reino Unido); los libros Descalzar los atriles. Vanguardias literarias en el Perú y España, Norteamérica y tiempos de crisis, entre otros más. Recientemente ha publicado, junto con Enrique Cortez, una edición crítica de Júbilos de Lima y fiestas reales ([1723] 2023) del letrado criollo Pedro de Peralta Barnuevo. Correo electrónico: jcornelio@ursinus.edu

Luis Fernando Restrepo es doctor en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Maryland y profesor titular y vicerrector para la Diversidad en la Universidad de Arkansas, donde además fue el director del posgrado en Literatura Comparada y Estudios Culturales durante once años. Es también presidente de la Asociación de Programas de Literatura Comparada en Estados Unidos. Ha sido becario Fulbright y profesor visitante en la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad de Antioquia, la Eafit, en Colombia, y la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Es autor de Un nuevo reino imaginado. Las Elegías de varones ilustres de Indias (2. a ed. Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2020), de la Antología crítica de Juan de Castellanos (2004) y de El Estado impostor (2013), libro por el cual obtuvo el premio Alfredo Roggiano de la Crítica Literaria Latinoamericana. Es coeditor de los libros Narrativas en vilo entre la estética y la política (2016) y El malestar del posconflicto. Aportes de la crítica literaria y cultural (2018). Además, es autor de numerosas publicaciones en revistas académicas como Cuadernos de Literatura, Estudios de Literatura Colombiana, Thesaurus, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, Modern Language Notes y Revista Iberoamericana. Actualmente desarrolla un estudio sobre las narraciones humanitarias de la Modernidad temprana. Correo electrónico: lrestr@uark.edu

Resistencias letradas fue compuesto en caracteres Constantia y Avenir

Next Condensed y se imprimió en los talleres de Editorial Nomos S. A. en papel Holmen Book de 60 gramos durante el mes de abril del 2025.

Resistencias letradas reúne un conjunto de ensayos que analizan las relaciones entre la escritura concebida como tecnología del poder, las distintas formas de construcción de la autoridad intelectual y las reapropiaciones estratégicas del saber occidental incorporado en los procesos de letramiento en un grupo de autores y agentes subalternos durante el periodo colonial en la América hispana. Desde el empleo de tácticas jurídicas y teológicas en el esfuerzo individual o colectivo de reinstaurar derechos legítimos hasta las reformulaciones críticas sobre la Conquista, las historias indígenas previas a la invasión hispana y las condiciones sociales injustas de la Colonia, este libro examina las distintas formas de apropiación de la escritura y la producción de conocimiento de esos sectores subalternos que se enfrentaban a las condiciones de desigualdad provocadas por la dominación española. Asimismo, explora los múltiples escenarios textuales en los que se interpelaba a las máximas figuras de la autoridad real o eclesiástica, lo que revela a la escritura como una herramienta clave para negociar con el orden imperial y a su vez registrar otras perspectivas de la colonialidad. A partir del abordaje de casos específicos, este libro también ofrece una mirada sobre las contradicciones y las fisuras del poder imperial desde las cuales estas voces de la alteridad americana lograron ingresar al archivo colonial.

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