Forzados a creer

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Forzados a creer

Una

mirada filosófica a la naturaleza del engaño

FORZADOS A CREER

FORZADOS A CREER

UNA MIRADA FILOSÓFICA A LA NATURALEZA DEL ENGAÑO

Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Juan Samuel Santos Castro

Primera edición: abril de 2025

Bogotá, D. C. isbn (impreso): 978-958-781-991-5 isbn (digital): 978-958-781-992-2 doi: http://doi. org/10.1114/ Javeriana.9789587819922

Número de ejemplares: 300

Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7. a , n.º 37-25, oficina 1301

Edificio Lutaima

Teléfono: 320 8320 ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D. C.

Investigación

Corrección de estilo

Ruth Romero Vaca

Diagramación y montaje de cubierta Marcela Godoy Betancur

Impresión

Nomos S. A.

Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J.

Santos Castro, Juan Samuel, autor

Catalogación en la publicación

Forzados a creer : una mirada filosófica a la naturaleza del engaño / Juan Samuel Santos Castro. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2025. (Anábasis. Colección Investigación).

316 páginas ; 26 cm

Incluye referencias bibliográficas (páginas 299-312).

ISBN: 978-958-781-991-5 (impreso)

ISBN: 978-958-781-992-2 (electrónico)

1. Filosofía política 2. Engaño político 3. Verdad y mentira 4. Engaño -Aspectos filosóficos 5. Moral social I. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Facultad de Filosofía.

CDD 320.01 edición 21

CO-BoPUJ 28/02/2025

Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana. Las ideas expresadas en este libro son responsabilidad de su autor y no comprometen las posiciones de la Pontificia Universidad Javeriana.

CONTENIDO

VI . LA EVALUACIÓN MORAL DEL ENGAÑO

La naturaleza, frecuencia y magnitud del engaño en el mundo de la política reciente parecen diferentes a las del engaño de otras épocas. Probablemente, debido a que hoy en día es posible aprovechar las estructuras y dinámicas de la discusión pública de formas en las que hace un tiempo no lo era (y a los gigantescos recursos invertidos para tal fin), el engaño se ha convertido en el medio más efectivo para destruir la confianza, fundamental para la vida política, de que habitamos un mismo mundo.

La práctica de presentar las guerras de dominio imperialista como si fueran luchas morales en favor de la democracia (como en las guerras de Vietnam, Irak, Afganistán y Ucrania), la manipulación de la opinión pública y de los sistemas electorales en sociedades aparentemente respetuosas de la libertad (como en el caso del brexit en el Reino Unido, de las elecciones presidenciales del 2016 en Estados Unidos o del plebiscito por la paz del 2016 en Colombia) y la influencia o cooptación ilegítimas de las administraciones públicas por parte de grupos con agendas que favorecen descaradamente a unos pocos no son fenómenos aislados o extraordinarios en la actualidad. Más bien, son ejemplos cada vez más frecuentes de engaños mediante los que somos llevados a creer, o a actuar como si creyéramos, las interpretaciones sesgadas de la realidad que nos ofrecen los Gobiernos, los medios de comunicación y los grupos económicos y políticos.

Sin embargo, contrario a lo que usualmente se cree, el engaño político en las sociedades contemporáneas no es efectivo debido a que los ciudadanos nos hayamos vuelto más crédulos o apáticos, más susceptibles

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al influjo de la demagogia o menos capaces de distinguir la verdad de la falsedad. Quienes engañan en política se encuentran típicamente en el lado favorable de las desigualdades políticas y económicas, y están por ello en condiciones de usar sus recursos materiales y su poder social para declarar e imponer su versión de la realidad. El engaño de la política contemporánea es una forma de opresión porque lo que ataca no es simplemente la verdad de enunciados específicos, sino las posibilidades que tienen las audiencias para decidir libremente la naturaleza del mundo social que comparten y para actuar en correspondencia con sus propios juicios acerca de tal mundo.

En este trabajo, me propongo defender una concepción del engaño alternativa a la tradicional, que explique el carácter y la efectividad de tal tipo de acción, de modo que permita apreciar sus dimensiones sociales y políticas. De esta manera, busco contribuir a la discusión teórica contemporánea sobre la definición del engaño y las razones para criticarlo moral y políticamente. Para llevar a cabo esta tarea, identificaré cuatro preguntas fundamentales de la caracterización del engaño, contrastaré las respuestas de las concepciones tradicional y alternativa y mostraré que las de esta última atienden mejor a nuestras intuiciones sobre la naturaleza conceptual y normativa del engaño. Sostendré que el engaño político es diferente de otras clases de engaño en virtud de los efectos que los embaucadores buscan producir cuando engañan, a saber, interferir en la capacidad de sus audiencias para crear y mantener una comunidad política que refleje las perspectivas sociales de quienes la habitan. En este sentido, puede llamarse político a cualquier tipo de engaño que corroa de esta manera la posibilidad de la acción política, independientemente del tipo o la complejidad de las comunidades y estructuras sociales en cuestión.

De acuerdo con la concepción alternativa que defenderé, engañar, en general, equivale a buscar interferir de una forma específica en los objetivos epistémicos y prácticos de los otros, mediante la manipulación de la información que el embaucador transmite. El embaucador logra su propósito en la medida en la que es capaz de movilizar los recursos lingüísticos, sociales y políticos a su disposición para conducir a su audiencia a usar cierta información y no otra, y, como consecuencia, la lleva a actuar de una forma y no de otra. De este modo, cuando

un agente engaña no tiene siempre que convencer a su audiencia o hacerle creer la verdad de los enunciados que le ofrece, sino que basta con que aproveche las ventajas lingüísticas, sociales y políticas a su disposición (por ejemplo, su autoridad o influencia social) para hacer que esta asuma lo que él afirma. Debido a que la comprensión alternativa que propongo resalta la dimensión social y los mecanismos comunicativos que hacen posible el engaño, es apropiado caracterizarla como una concepción pragmática. Mostraré que esta concepción permite entender la efectividad del engaño, identificar los daños y perjuicios que este produce y explicar por qué engañar es criticable moral y políticamente.

Específicamente, hay dos razones por las que es apropiado caracterizar la concepción alternativa del engaño como pragmática. En primer lugar, en esta concepción, el engaño es primordialmente una forma de interacción social, esto es, una de las maneras con las que contamos los seres dotados de capacidades comunicativas para actuar junto a o en contra de los demás. El engaño, así entendido, es un recurso moralmente neutral que sirve para hacer cosas en el mundo social que habitamos con otros.1 En segundo lugar, la concepción alternativa es pragmática porque permite entender el engaño como una clase de acto de habla, cuyo éxito performativo depende de los rasgos pragmáticos que lo caracterizan y de las circunstancias que hacen posible su recepción por audiencias específicas.2 En este segundo sentido, el engaño es un acto de habla mediante el cual un agente, a saber, el embaucador, se aprovecha de las circunstancias

1 Para este sentido pragmático de mi concepción, me apoyo en los trabajos de Castelfranchi y Poggi (1994), Parisi y Castelfranchi (1981), Vincent-Marrelli y Castelfranchi (1981) y Vincent-Marrelli (2004, 2006).

2 En este contexto, uso el término recepción como el equivalente en castellano del término uptake, al que recurren los teóricos de actos de habla que escriben en inglés. Desarrollaré con más detalle la versión de la teoría de los actos de habla y la noción de recepción que acojo en el capítulo iii. Para ello, me apoyaré en los trabajos de Kukla y Lance (2009) y Kukla (2014). Nótese, por el momento, que se trata de una concepción amplia de acto de habla, en la que cuentan como tales cualquier acto comunicativo que funcione normativamente dentro de un sistema estructurado de comunicación. Como mostraré más adelante, esta definición permite incluir las simulaciones, la adulteración de la evidencia o las estafas como engaños.

de comunicación en las que se encuentran él y su audiencia para interferir en los objetivos epistémicos y prácticos de esta. Entre tales circunstancias están las convenciones lingüísticas, sociales y culturales que definen el uso de ciertas palabras, expresiones o argumentos en el seno de una comunidad dada, así como el poder social (o la desigualdad de tal poder) que genera la pertenencia a una determinada posición social, al ejercicio de un cierto rol o al encontrarse en una cierta situación con respecto a otros en el marco de una relación social específica. Entre las circunstancias que condicionan la forma en la que una audiencia dada recibe un acto de habla específico también están las interpretaciones disponibles de ciertos comportamientos, los prejuicios, las emociones y las disposiciones que las audiencias pueden experimentar hacia ciertas personas, eventos o asuntos. De este modo, que un engaño dado sea efectivo significa que las circunstancias pragmáticas reales que condicionaron su recepción por una audiencia determinada condujeron a que esta asumiera la información transmitida de la manera en la que el embaucador se proponía o favorecía.3

Como estrategia para resaltar las ventajas teóricas de la concepción alternativa, contrastaré sus respuestas a las preguntas fundamentales de la caracterización del engaño con las respuestas correspondientes de la concepción tradicional. En esta concepción, engañar es comunicar enunciados falsos a otros con la intención de que estos los acepten como verdaderos. La concepción tradicional define el engaño en función de la verdad o falsedad de los contenidos que el embaucador transmite y de la intención que este exhibe al transmitirlos. Este énfasis en la verdad y en la intención de engañar del embaucador lleva con frecuencia a los defensores de la concepción tradicional a presuponer que el engaño es, paradigmáticamente,

3 En este sentido, el comentario de Peter Thiel, justo después de la victoria electoral de Trump, en el 2016, es pertinente: “La prensa siempre entiende lo que Trump dice literalmente […], [pero] nunca lo toma en serio […]; [en cambio], muchos de los que votaron por él lo toman en serio, no literalmente” (citado en Wemple, 2016) (el texto original dice: “The media is always taking Trump literally. It never takes him seriously […]. A lot of the voters who vote for Trump take Trump seriously, but not literally”). Todas las traducciones del libro son propias.

la acción deliberada de un agente individual, como si el engaño siempre fuera ejecutado por un individuo singular que busca intencionalmente engañar a otros. Pero no es infrecuente que el engaño sea la acción de muchos que transmiten información falsa, imprecisa o desorientadora, a veces a propósito, pero también inadvertidamente como parte de rutinas institucionales o de prácticas grupales o debido a su propia negligencia o imprudencia.

Un rasgo desafortunado de la discusión contemporánea sobre el engaño, que se suma al sesgo en favor de la verdad y de la intención individual de la concepción tradicional, es la desproporcionada atención que los teóricos otorgan a la mentira, en comparación con la que dedican al examen de otras formas de engaño. En efecto, la mayoría de los análisis recientes sobre la naturaleza conceptual o sobre la ética del engaño se limitan a ser discusiones sobre la definición o la moralidad de la mentira, a pesar de que se reconoce que esta es solo una de las varias especies del engaño verbal y que, en la práctica, se da con menos frecuencia que las otras (Mearsheimer, 2011).4 Quizás, tal protagonismo se debe a que mentir parece ser la forma de engaño verbal que más palpablemente manifiesta la intención censurable del embaucador. Como sostienen Chisholm y Feehan (1977), la mentira es aquel engaño por comisión (nunca por omisión) mediante el cual el hablante busca producir creencias falsas en su audiencia de manera deliberada y directa; mientras que, cuando engaña de otras formas, el embaucador busca hacer que su interlocutor adopte creencias falsas a través de indirectas o solapadas maniobras de tergiversación de la verdad. Debido a lo anterior, en el debate contemporáneo se presupone que la mentira constituye una falta moral más grave que aquellas cometidas cuando se engaña sin mentir.

En contra del consenso contemporáneo en torno a la concepción tradicional y del protagonismo de la mentira, sostendré que definir el engaño en función de la verdad y adoptar como su paradigma aquel del engaño intencionalmente producido por un agente individual

4 Algunos autores incluso proponen definiciones tan amplias de la mentira que terminan diluyendo las diferencias entre la mentira y el engaño (Barnes, 1994; Ekman, 1985; Smith, 2004; Vrij, 2000).

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constituyen importantes obstáculos para su adecuada comprensión y, en particular, para entender la seriedad del engaño político contemporáneo. La desproporcionada atención que se otorga al análisis de la mentira oscurece la comprensión de otras formas de engaño y sesga la reflexión sobre la evaluación moral de todas sus manifestaciones. Si bien no creo que sea un error afirmar que engaña aquel que deliberadamente tergiversa la verdad, sí creo que lo es afirmar que solamente engaña quien tergiversa la verdad y solamente cuando lo hace de esa manera. De hecho, el engaño en la política contemporánea es más común y efectivo en la forma de grupos y colectivos humanos que producen sistemática y persistentemente versiones sesgadas de la realidad, a través de elaboradas y costosas tácticas de desinformación, ofuscación, bullshit o negación y reescritura deliberada o negligente de los hechos. En ocasiones, las acciones de los individuos que conforman tales grupos o colectivos no cumplen con las condiciones para que cada una de ellas sea clasificada como mentira o engaño y, en otras, hay individuos que ni siquiera advierten que están comunicando información falsa.5 El engaño político contemporáneo no sería tan preocupante si su efectividad dependiera del éxito que pueden tener los embaucadores al hacer que sus audiencias les crean. Pero, en realidad los embaucadores no necesitan lograr esto. El engaño político contemporáneo es efectivo porque acorrala a las personas en estructuras informativas artificiosas que las dejan sin más alternativa que actuar como si las versiones de los embaucadores representaran la realidad.

En la concepción alternativa que defenderé en este libro, la categoría más general es la de engaño, que defino como cualquier maniobra comunicativa a la que el embaucador recurre para llevar a su audiencia a asumir cierta información, con el objetivo ulterior de obstaculizar el ejercicio de la agencia epistémica o práctica de esta. El engaño, en este sentido genérico, incluye todas aquellas maniobras en las que el embaucador se vale del lenguaje verbal y no verbal (mentiras, en sentido tradicional, y engaños verbales o mentiras indirectas) y todas aquellas otras en las que se comunica con su audiencia a

5 Véanse las discusiones sobre las mentiras grupales en el capítulo iv y sobre el engaño por negligencia o imprudencia en el capítulo v

través de sus comportamientos no verbales o a través de las alteraciones que produce sobre objetos o escenarios.6

Esta taxonomía del engaño es diferente de la tradicional en importantes aspectos, y completaré mi argumento en su favor solamente hasta el final del capítulo quinto. Por el momento, basta señalar que se separa de la taxonomía tradicional de dos maneras y captura así lo fundamental de nuestras intuiciones de sentido común con respecto al vocabulario de la mentira y el engaño. Por un lado, mediante esta taxonomía, la concepción alternativa atiende la intuición de que mentir es una acción que se lleva a cabo mediante el lenguaje. En efecto, el que miente engaña mediante lo que le dice, en un sentido amplio, a su audiencia y, por tanto, miente tanto cuando recurre a enunciados orales o escritos en un idioma común, o mediante códigos lingüísticos que ambos entienden, como gestos faciales o corporales estandarizados, lenguaje de señas o lenguajes o códigos particulares, como el código Morse o el código internacional de banderas. La mentira, en este sentido, puede parecer una forma especialmente ofensiva de engañar porque parece más deliberada, ya que el mecanismo comunicativo es el lenguaje común entre el mentiroso y su audiencia. La concepción tradicional intenta atender esta intuición sobre la mentira, pero sus defensores restringen el lenguaje que los mentirosos usan al lenguaje de las aserciones o las afirmaciones. En consecuencia, llaman mentira solamente a lo que, en la taxonomía alternativa, se denomina mentira directa . En segundo lugar, la concepción alternativa recoge la idea de que el término engaño refiere propiamente a todas aquellas formas de embaucar en las que el agente no recurre a un lenguaje o código de comunicación preestablecido y común, sino que aprovecha las inferencias previsibles que su audiencia puede hacer a partir de lo que esta percibe en el comportamiento del propio embaucador o en los objetos o escenarios que este le presenta. Llamo engaño en sentido específico y técnico a estas formas no lingüísticas (es decir, no mediadas por el lenguaje) de engañar. Este es el sentido en el que, en castellano, decimos que nuestra pareja nos engañó, que fuimos engañados al comprar un carro

6 Véase la figura 3, para la representación gráfica de esta taxonomía.

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usado o que el sospechoso engañó a la justicia al plantar evidencia falsa en la escena del crimen. En este sentido específico del engaño, el embaucador también se comunica con su audiencia, es decir, también le transmite información para que esta la asuma, pero el mecanismo no es lingüístico, sino comportamental o indiciario.7 Ahora bien, es indudable que llamar engañosa una acción, embaucador al agente que la produjo y engaño a la información transmitida significa señalar que hay algo moralmente criticable en la acción, el agente o el mensaje. Pero, como argumentaré más adelante, no es correcto asumir que el engaño es reprochable debido a un único rasgo que todas sus formas comparten. En lugar de esto, sostendré que diferentes clases de engaño son criticables en mayor o menor medida por distintas razones. Hay razones pro tanto para considerar normativamente sospechosa cualquier forma de engaño, de modo que declarar que una acción es un engaño significa llamar la atención al perjuicio que puede producir. Pero, dado que son razones pro tanto, no justifican el reproche moral de manera definitiva, sino que dejan abierta la posibilidad de que otras razones, pertinentes en las circunstancias, contrarresten parcialmente la sospecha inicial contra el engaño o de que, por el contrario, la fortalezcan.8 En cada caso, los efectos que puede producir el engaño en la agencia de las personas, o consideraciones sobre la justicia epistémica o moral del engaño, pueden justificar parcial o plenamente la conclusión de que un engaño dado es reprochable. Además, hay engaños que, aunque son levemente reprochables o incluso no lo son en absoluto, pueden con todo despertar la crítica o el rechazo hacia los objetivos o el carácter epistémico o moral del agente que engaña, si se los considera en sí mismos o en relación con sus consecuencias. Debido entonces a que no otorgo prioridad conceptual a la verdad, ni a la intención

7 En adelante, cuando me refiera al engaño en sentido genérico, hablaré del engaño a secas. En cambio, en aquellas ocasiones especiales en las que me refiera al engaño en sentido específico y técnico, llamaré la atención del lector.

8 En contraste con las razones pro tanto, las razones prima facie son aquellas que justifican definitivamente una conclusión, a menos que existan otras consideraciones en contra que anulen por completo la justificación inicial. Para la distinción entre razones pro tanto y prima facie, me apoyo en Reisner (2013).

individual o al análisis protagónico de la mentira, tampoco asumo que el engaño sea reprochable por una única razón, por ejemplo, porque viole un deber universal de verdad o porque manifieste una especie de mala fe o de mala intención hacia la autonomía o integridad moral de las personas (todas estas candidatas usuales en la discusión sobre la moralidad de la mentira). Más bien, asumo que las razones para reprobar el engaño son complejas y diversas, y, por lo tanto, afirmo que es preferible contar con una concepción que no fije inflexiblemente la moralidad del engaño desde su definición, sino que sea compatible con la heterogeneidad o ambigüedad normativa que caracteriza esta acción. De esta manera, es posible argumentar que hay razones propiamente políticas para criticar el engaño en el ámbito de la política.

Ahora bien, hay dos tipos de casos en los que se manifiesta la superioridad teórica de la concepción alternativa sobre la tradicional. Se trata de casos que intuitivamente clasificaríamos como engaños, pero en los que no se dan las condiciones usualmente asociadas a la verdad o a la intención individual, y que, por lo tanto, la concepción tradicional no puede tratar como tales. El primero es aquel en el que una audiencia modifica su comportamiento de acuerdo con el contenido de la información manipulada que recibe, pero no cree que tal información sea verdadera. Se trata de casos en los que se producen los efectos pragmáticos del engaño sin que se cumplan las condiciones epistémicas en la audiencia que la concepción tradicional exige. Casos como estos son cada vez más frecuentes en la vida política actual (Oborne, 2021). Piénsese en aquellas situaciones en las que individuos o colectivos de individuos contradicen descaradamente la verdad sobre ciertos hechos, a sabiendas de que las reglas sociales, jurídicas o institucionales están dispuestas a su favor y que, por lo tanto, sus afirmaciones producirán consecuencias prácticas similares a las que producirían si fueran verdaderas, sin importar que la mayoría de su audiencia crea o no aquello que dicen. Este es el tipo de engaño característico de las mentiras descaradas de Trump, de la negación sistemática del genocidio nazi o, más comúnmente, del rechazo que altos funcionarios estatales o de compañías privadas hacen de su responsabilidad

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legal cuando son acusados públicamente en casos de corrupción. En tales situaciones, a pesar de que las audiencias saben que el contenido de lo que sus interlocutores dicen es falso, son conducidas a actuar en relación con tal contenido como si no lo fuera.

En la literatura contemporánea, se discute si este tipo de acciones, llamadas mentiras descaradas (baldface o bareface lies) o mentiras para el registro (on record lies), cuentan realmente como mentiras o engaños. Sin embargo, a diferencia de la tradicional, la concepción alternativa puede considerarlas como mentiras sin dificultad: un agente se sirve de las circunstancias pragmáticas que regulan la interacción en la que se encuentra con su interlocutor para obstaculizar los objetivos epistémicos de este, mediante la transmisión de información que, aunque contradice abiertamente la verdad o lo que la audiencia tiene buenas razones para creer, está manipulada justo para pasar como válida. Este tipo de casos ejemplifica más claramente que cualquier otra instancia de engaño la concepción que defiendo en este trabajo. Cuando es evidente que no hay buenas razones para creer lo que nos dicen y, sin embargo, debido a circunstancias de tipo pragmático, social o político, nos vemos obligados a creer, o a actuar como si creyéramos, entonces somos engañados. Apoyado en esta idea, sostengo que para explicar la naturaleza y efectividad del engaño político es menos relevante prestar atención al valor de verdad de las afirmaciones que circulan en el ámbito político que a lo que los embaucadores políticos hacen y logran cuando engañan.9

El otro tipo de casos que la concepción alternativa permite comprender como engaño, y con el que la tradicional tiene problemas, es aquel en el que individuos o colectivos transmiten información

9 Los seguidores de Trump no prestan atención al contenido de sus mentiras, sino que responden a lo que él les pide hacer mediante el sentido implícito de sus afirmaciones. Esto explica que haya comunidades de votantes que interpretan sus arengas no como las de un político tradicional que hace promesas a futuro, sino como las de un pastor o líder religioso que invoca la lealtad de sus seguidores en inminentes batallas, y así logra comprometerlos a actuar en favor de un proyecto de salvación colectiva, como el de Make America great again (Tripodi, 2018). En este sentido, Tripodi documenta las técnicas inspiradas en la hermenéutica bíblica que los seguidores evangélicos de Trump usan para decodificar sus discursos políticos. Las estrategias de comprensión que tales seguidores despliegan son similares a técnicas de decodificación de mensajes cifrados usadas para la comunicación en el frente de guerra.

alterada, pero no por efecto de sus intenciones o de las de los miembros del colectivo, sino como efecto de su actuar negligente o imprudente en la recolección o comunicación de la información que transmiten. Tales casos no cumplen con la condición tradicional de que el contenido haya sido falsificado intencionalmente o con la intención de engañar, pues no es claro que los colectivos puedan tener intenciones ni que sea posible engañar por negligencia o imprudencia. No obstante, se trata de casos en los que no es simplemente accidental, ni libre de reproche, que un agente individual o colectivo transmita información alterada que afecta las acciones de quienes la reciben. Los mejores ejemplos al respecto involucran agencias gubernamentales o empresas privadas que, por mantener una buena imagen, aumentar su clientela o asegurar su supervivencia política, generan presiones institucionales que llevan a sus funcionarios y empleados a desarrollar prácticas que afectan la integridad de la información que procesan, y que terminan convirtiendo a las organizaciones en máquinas de producción de información imprecisa o rotundamente falsa. Esto fue, en efecto, lo que, según Arendt (1971/2017b), ocurrió con las varias Administraciones estadounidenses que dirigieron la guerra de Vietnam y lo que, según otros autores, ocurre con el tratamiento de la información técnica en la que se apoyan las medidas de muchos Gobiernos democráticos.10

El engaño es entonces una clase de acción más diversa y compleja de lo que sugiere la concepción tradicional. Pese a ello, la apariencia de que definir el engaño es relativamente sencillo subyace a la suposición, que muchos de los autores en la filosofía y teoría políticas contemporáneas parecen compartir, de que discutir detenidamente la naturaleza conceptual del engaño es innecesario o puede despacharse rápidamente. En su favor, podría alegarse que mentira y engaño son nociones que designan conductas con las que estamos familiarizados en muchos ámbitos de la vida y, sin ninguna duda, en el ámbito de la política. Por ello, en comparación con conceptos políticos más

10 Por ejemplo, en el tratamiento de la información sobre la pobreza, el desempleo o la criminalidad, que lleva a los Gobiernos a adoptar políticas que terminan reforzando los males que se supone que debían combatir.

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técnicos en los estudios de la comunicación política contemporánea, como la desinformación o la propaganda , o con conceptos más recientes y polémicos, como el bullshit, las fake news, el gastlighting o la posverdad, mentira y engaño son nociones intuitivas, que solamente requieren moderados esfuerzos de articulación conceptual. Pero esta suposición es equivocada. Si bien es cierto que estamos familiarizados con la mentira y el engaño, vale la pena preguntarse si las nociones que usamos para referirnos a ellas reflejan apropiadamente tal familiaridad. Así podemos juzgar si nuestros conceptos describen los fenómenos que se supone deben describir; si contienen suposiciones infundadas o sesgadas, o si pueden servir para las tareas de clasificación, regulación y crítica de la conducta con que las cargamos en prácticas sociales como la política, el derecho o la moral. En efecto, hay numerosas formas de engañar, y en la política contemporánea el repertorio parece haber crecido. La respuesta usual de teóricos y comentaristas políticos consiste en proponer una nueva categoría para designar cada nueva táctica (por ejemplo, gaslighting, 11 spin , 12 fake news, 13 desinformación, misinformation , 14 malinformation , 15 etc.). Como resultado, el panorama del debate sobre la comunicación política actual es atiborrado y confuso, y se presta fácilmente al uso estratégico de los conceptos con los que se pretende aclararlo.16 Es cierto que cualquier concep -

11 El gaslighting es un tipo de abuso psicológico en el que la víctima es llevada a dudar de su propia percepción de la realidad a través de la manipulación sistemática de la información a la que puede acceder.

12 El spin es una forma de propaganda consistente en defender públicamente la interpretación sesgada de un evento o comportamiento que favorece la apariencia pública de un Gobierno, organización o individuo.

13 Las fake news son el resultado de la práctica de diseminar información adulterada a través de formatos, medios o, en general, de recursos que dan la apariencia de ser información periodística confiable.

14 La misinformation es información falsa que es diseminada sin la intención de engañar a la audiencia o de causar daño a alguien con su difusión.

15 La malinformation es la información que se basa en la realidad y puede llegar a ser estrictamente verdadera, pero cuya diseminación pública puede causar daño a alguien.

16 El ejemplo más claro en este sentido es el concepto de fake news (Boyd, 2017; Habgood-Coote, 2019; Jack, 2017). Inicialmente, esta noción se usaba en el discurso informal

to puede generar confusión y que cualquier concepto político puede ser reconfigurado para desactivar su potencial crítico o para ser usado como arma política. Pero conceptos como mentira y engaño resisten mejor tales presiones debido al lugar central y tradicional que ocupan en nuestras prácticas morales y políticas. Es importante entonces luchar por ellos, aclarando qué queremos decir y hacer cuando los usamos.

Además, el discurso moral es esencialmente político y el discurso político es esencialmente moral. El discurso moral es político porque sirve para establecer o reconfigurar diferencias de poder social en las interacciones entre individuos y grupos, y el discurso político es moral porque muchas de sus nociones y razonamientos son extensiones de las nociones y razonamientos morales. Examinar el significado de nociones como mentira y engaño, a las que recurrimos tan frecuentemente en las interacciones cotidianas, equivale a cuestionar las diferencias de poder que el discurso moral constituye y mantiene y, a su vez, a cuestionar la validez de su uso en el discurso político. Propiciar una comprensión profunda del engaño en el público general puede evitar que las discusiones sobre casos específicos de engaños en la política (aquellas que usualmente ocurren en los medios de comunicación tradicionales, en las plataformas digitales o en las conversaciones cotidianas informales) se limiten a ser opiniones encontradas sobre la correspondencia entre ciertos hechos y las afirmaciones de unos pocos y que, más bien, se amplíen al reconocimiento y examen de las dimensiones sociales y políticas del recurso al engaño y sus efectos sobre la agencia epistémica y política de quienes habitamos las sociedades contemporáneas.

sobre medios de comunicación para referirse a los programas de televisión o publicaciones periódicas de sátira política que aprovechaban el formato y las normas estilísticas y de producción del género periodístico (por ejemplo, Quack, Zoociedad , Actualidad Panamericana , The Daily Show, The Colbert Report , The Late Edition , The Onion , etc.). Luego, su significado mutó gradualmente, y el término pasó a ser usado para referirse de modo genérico a diversos problemas en la práctica periodística, como los sesgos políticos, la negligencia periodística o la desinformación deliberada. Sin embargo, quizás debido al carácter peyorativo que fue adquiriendo en esta fase, líderes políticos de derecha e izquierda se apropiaron del término para convertirlo en uno de descalificación a cualquier intento de control o cuestionamiento de sus acciones por parte de los medios de comunicación.

Este libro se compone de siete capítulos. En el primero, identificaré cuatro preguntas, cuyas respuestas considero indispensables para caracterizar adecuadamente al engaño: las preguntas por la descripción específica, por la no accidentalidad, por la condición epistémica y por el perjuicio del engaño. Las presentaré como exigencias, o desiderata , para evaluar la corrección de las concepciones del engaño que examinaré en este trabajo. En este sentido, usaré tales preguntas para articular el resto de los capítulos y el contraste de las respuestas que ofrece cada concepción.

En el segundo capítulo, presentaré los planteamientos centrales de la concepción tradicional y de la concepción alternativa y sus correspondientes respuestas a las preguntas que identifiqué en el capítulo primero. Señalaré algunas de las fortalezas y desventajas de estas formas de responder a la pregunta por la naturaleza conceptual del engaño, y de esa manera prepararé el contexto para introducir y defender mi propia propuesta en el resto del libro.

En el tercer capítulo, iniciaré la defensa de mi concepción, empezando por la respuesta a la pregunta por la descripción específica. Examinaré la versión de la concepción tradicional según la cual mentir consiste en aseverar insinceramente y engañar en comunicar insinceramente contenidos falsos. Presentaré las críticas más importantes a este planteamiento y mostraré que mi versión de la concepción alternativa constituye una mejor respuesta a la cuestión de cómo describir las acciones de mentir y engañar, pues resta importancia a la distinción entre mentir y desorientar y a la supuesta asimetría moral entre tales acciones. En este capítulo, introduciré la idea de que engañar involucra un tipo de acto de habla cuya fuerza pragmática característica consiste en llevar a otros a asumir cierta información. Argumentaré que, aunque engañar, en este sentido, no es siempre absolutamente criticable desde el punto de vista moral (pues, a fin de cuentas, es lo que hace cualquier hablante que transmite exitosamente su mensaje a su audiencia), los embaucadores con frecuencia se aprovechan ilegítimamente de las circunstancias pragmáticas que rodean sus actos de habla para llevar indebidamente a sus audiencias a asumir la información que les proporcionan. Esta explicación permite entender el nexo entre el engaño

y la manipulación, reconocido por el sentido común y presente en las reflexiones de varios autores contemporáneos.

En el cuarto capítulo, revisaré las objeciones dirigidas a otra variante de la definición tradicional de la mentira, a saber, aquella que enfatiza la intención de engañar. Mostraré que el énfasis en la intención individual en la definición tradicional del engaño es problemático y sostendré que definirlo como un comportamiento orientado por objetivos permite responder a las críticas y atender mejor a la pregunta por la no accidentalidad. Definir la mentira y el engaño como comportamientos orientados por objetivos permite además acomodar las intuiciones de que algunos colectivos e instituciones humanas mienten y engañan plena y literalmente. En este capítulo también ofreceré mi respuesta a la pregunta por la condición epistémica en la que el embaucador debe encontrase cuando engaña. Contrario a la concepción tradicional, para la cual basta con que el embaucador no crea que lo que comunica es verdadero, afirmo que el embaucador no debe asentir a aquello que comunica (lo cual puede ser verdadero o falso) y que, además, debe creer que comunicarlo, o comunicarlo en la forma en la que lo hace, obstaculiza los objetivos epistémicos de su audiencia.

Como resultado de la discusión de los dos capítulos anteriores, en el quinto capítulo, ofreceré un criterio pragmático para distinguir las diferentes variedades del engaño lingüístico y para darle un sentido específico y técnico al concepto de engaño. Además, argumentaré en favor de la idea de que es posible mentir y engañar a otros por negligencia e imprudencia.

En el sexto capítulo, plantearé mi propuesta sobre la evaluación moral del engaño y las posibles razones para culpar moralmente a aquellos que engañan a otros. Mi punto de partida es que, debido a la heterogeneidad de formas y circunstancias en las que el engaño aparece, no es plausible suponer que existe un solo rasgo que justifique la crítica moral de todas sus manifestaciones. Diferentes clases de engaño son criticables en mayor o menor medida por diferentes razones. Revisaré las más sobresalientes de tales razones y llamaré la atención sobre algunas consideraciones consecuencialistas. En particular, sostendré que afirmar, como se hace tradicionalmente, que la mentira y el engaño son reprochables porque corrompen las

creencias de aquellos a quienes se dirigen es una respuesta incompleta a la pregunta por el perjuicio epistémico. El engaño también daña cuando corrompe las actitudes y disposiciones que permiten a aquellos a quienes se dirige investigar y cuestionar la validez de la información que reciben. Mi propuesta para conceptualizar cómo evaluar moralmente el engaño es que los perjuicios que el engaño puede producir justifican considerarlo como una acción pro tanto inmoral, pero, para evaluar moralmente cada caso de manera definitiva, hay que recurrir a consideraciones que tengan en cuenta los objetivos y el carácter moral del agente que produce el engaño, así como las consecuencias dañinas que este causa en su audiencia.

En el séptimo, y último, capítulo, articularé la respuesta de la concepción alternativa a la pregunta por la naturaleza conceptual y normativa del engaño político con ayuda de las reflexiones de Koyré, Arendt y Derrida. El engaño político se distingue de otras clases de engaño por su objetivo motivador: el embaucador político busca interferir, de forma sistemática y mediante desmejoras en la integridad epistémica de aquellos a quienes se dirige, en la capacidad de estos para crear y mantener una comunidad política que refleje sus perspectivas. Esta comprensión del engaño político explica por qué se trata de una acción seriamente criticable.

El enfoque que adoptaré a lo largo de este trabajo es primordialmente teórico. Presentaré argumentos de varios autores, en su mayoría contemporáneos, los discutiré y criticaré, y propondré alternativas para responder a los problemas que inicialmente los motivaron. Apelaré frecuentemente a ejemplos ficticios, inspirados en casos reales, con el fin de introducir ideas y propiciar la discusión de ciertas intuiciones. No pretendo examinar empíricamente casos de mentiras o engaños políticos específicos ni diagnosticar las condiciones que posibilitan el engaño en la política a través de alguna clase de modelo teórico sobre la comunicación contemporánea. Si bien creo que la reflexión filosófica es compatible, y hasta imprescindible, para tales labores de crítica situada, en este trabajo me limito a un análisis teórico y general.

Este trabajo desarrolla en profundidad algunas de las ideas que planteé sumariamente en Santos-Castro (2019). Ni en aquel trabajo ni en este asumo que la concepción del engaño que defiendo

constituya una explicación omnicomprensiva de los males políticos que aquejan a nuestra sociedad actual. Más bien, mi presupuesto es que el engaño político es uno de los factores que interactúa de maneras complejas con otros para producir efectos negativos en la discusión pública de nuestras sociedades. Mi motivación final es que investigar filosóficamente la naturaleza del engaño y sus efectos en la política contribuye en alguna medida a comprender la situación en la que nos encontramos. Confío en últimas en que la comprensión es condición indispensable de cualquier acción política.

Inicié la composición de este trabajo, a finales del 2019, luego de terminar el proyecto de investigación Mentira, Poder Estatal y Democracia (id de propuesta 00007801 e id de proyecto 08016) en la Pontificia Universidad Javeriana. Aunque, estrictamente, este libro no es uno de los productos formalmente atribuibles a aquel proyecto, debe contar como uno de sus resultados. Por ello, agradezco antes que nada a la Pontificia Universidad Javeriana y a su Facultad de Filosofía, por ofrecer las condiciones materiales y académicas que hicieron posible aquel proyecto y que ahora hacen posible este libro. Gracias a la Universidad he podido reflexionar, junto a amigos, colegas y estudiantes, sobre la mentira y el engaño durante los últimos cinco años. Por el apoyo institucional a la publicación de este libro, agradezco a Luis Fernando Cardona Suárez, decano de Facultad, y por la orientación editorial y el duro trabajo de revisión y preparación, agradezco especialmente a Nicolás Alvarado, Alejandra Marín y al equipo de la Editorial Pontificia Universidad Javeriana. También doy las gracias a los dos pares evaluadores, que supieron leer el texto de este libro con admirable diligencia y cuyas observaciones me motivaron a volver con entusiasmo una y otra vez sobre mis ideas.

Agradezco con especial afecto a Carolina Montoya Vargas y a Gustavo Gómez Pérez, por el trabajo conjunto que adelantamos en la formulación, desarrollo y cierre de nuestro proyecto sobre el engaño en política y por animarme luego con sus comentarios y observaciones a escribir y terminar este libro. Muchas de las reflexiones que propongo aquí se originaron en las animadas conversaciones que tuve con ellos y con varios otros amigos y estudiantes de pregrado y posgrado de la Facultad de Filosofía en el grupo de estudio

Forzados a creer

Mentira y Veracidad en Política; también en las discusiones que se dieron en el escenario más formal del seminario de énfasis Mentira y Engaño en Política, que ofrecí para el programa de pregrado de la Carrera de Filosofía durante el primer semestre del 2019, y en los eventos académicos que organizamos en el 2018 y el 2019: el Simposio Mentira, Poder Estatal y Democracia y el Simposio Internacional sobre Mentira y Engaño en Política. Agradezco a todas las personas que participaron en estos encuentros. Durante la composición de este trabajo, varios eventos afectaron su escritura: aumentos de responsabilidades académicas, los desafíos de la pandemia de la covid-19, nuevos encargos laborales y cambios en mi vida personal. En todos esos retos, siempre recibí el apoyo incondicional de Ángela Calvo y de Carmen Abril, cuya escucha y consejos me ayudaron a sobreponerme a las dificultades y a enfrentar con paciencia y tenacidad los desafíos de las situaciones inesperadas. Ángela también revisó la primera versión de este trabajo, y sus preguntas y sugerencias me ayudaron a convertir un conjunto tenuemente articulado de conjeturas en una serie organizada de afirmaciones plausibles.

Gustavo Gómez, Bernardo Caycedo y Luis Fernando Sierra leyeron versiones posteriores del manuscrito, y sus perspicaces observaciones hicieron que tuviera que aclarar y darle mayor solidez a las explicaciones y propuestas que había formulado con demasiada ligereza. A la irrefrenable inclinación de Gustavo por las anécdotas, debo la inspiración de varios de los ejemplos que uso en este texto, mientras que, a la rigurosidad de Bernardo, debo la necesidad de advertir con cuidado los límites de mis hipótesis, y, a la continua preocupación de Luis Fernando por la claridad y solidez de la argumentación, la precisión de la mayoría de mis posiciones.

Me hubiera gustado terminar este trabajo en menos tiempo del que lo hice, pero las obligaciones académicas y laborales terminaron condicionando el ritmo de escritura. Dediqué numerosos fines de semana a este libro y, por ello, debo un profundo agradecimiento a la cariñosa paciencia que durante estos años mi madre, mis hermanos, Alejandra y mis amigos y amigas tuvieron conmigo. Siento mucho haberlos descuidado para terminar este proyecto.

Espero que las reflexiones que ofrezco a continuación motiven a quienes las lean a mantenerse en guardia contra la mentira y en búsqueda constante de la verdad. Solamente así mantendremos vigente el proyecto de una comunidad política en la que podamos vivir libres de la opresión que provoca el engaño.

Contrario a lo que comúnmente se cree, la efectividad del engaño político en las democracias actuales no se debe a que los ciudadanos se hayan vuelto más crédulos o apáticos, más susceptibles al influjo de la demagogia o menos capaces de distinguir la verdad de la falsedad. Quienes engañan se encuentran típicamente del lado favorable de las desigualdades sociales y económicas y pueden usar por ello sus recursos materiales y su poder social para declarar e imponer su versión de la realidad. El que engaña fuerza a otros a asumir lo que quiere que asuman, de modo que el engaño en política es una forma de opresión, pues ataca las posibilidades que tienen los individuos y las comunidades para decidir libremente la naturaleza del mundo social que comparten.

Forzados a creer analiza filosóficamente el engaño y propone una visión pragmática alternativa a la concepción tradicional. Al examinar la posibilidad del engaño colectivo e institucional, la mentira por negligencia e imprudencia, y las dimensiones éticas y políticas de algunas prácticas comunicativas, concluye que el engaño, y en particular el engaño político, constituye una auténtica forma de socavar la integridad de los engañados. Este carácter pragmático del engaño, y no la relación de quien engaña con la verdad, permite entender su efectividad y las razones de las críticas morales hacia la desinformación, la propaganda y las demás formas de engaño masivo que turban la política contemporánea.

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