Aunque todo sea silencio

Colectivo Editorial Hojas Sueltas

Aunque todo sea silencio Antología Narrativa

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Aunque todo sea silencio Antología Narrativa

Serie De Antologías Colectivo Editorial Hojas Sueltas

Primera Edición Noviembre de 2013 Derechos Reservados para esta edición: Proyecto Escecam Colectivo Editorial Hojas Sueltas ISBN XXXXX-XXX-XX Lucero de la Fuente Guzmán, Yuly Mariana Ayala Del Río y Liliana Yerbes ® Impreso en San Francisco de Campeche, Campeche, México Imagen de Portada: Niña Enferma, Gustavo Aimar (Argentina)

ÍNDICE Lucero de la Fuente Guzmán.................................................9 Frankenstein..........................................................11 Jack be quick.........................................................17 Adivíname..............................................................19 No esperes al mar..................................................27

Liliana Yerbes....................................................................31 Inevitable, Amor....................................................33 Cuando la lluvia termine........................................35 Mely y la Estrella color rosa....................................39

Yuly Mariana Ayala del Río...................................................47 Sentidos nulos.......................................................49 Flores Marchitas.....................................................51 Reflejos..................................................................59 Demasiado joven para matar..................................61

Lucero de la Fuente Guzmán Nació en la Ciudad de México el 8 de Mayo de 1996.

Radica en San Francisco de Campeche desde los 7 años de edad. Estudia la preparatoria en la “Ermilo Sandoval Campos“, perteneciente a la Universidad Autónoma de Campeche.

“Gracias a mis primeros lectores, de verdad”

Frankenstein Ella solía visitarte a medio día porque le gustaba el sol y a esa hora los rayos iluminaban todo el observatorio, atravesaban el techo de cristal y rebotaban en arcoíris sobre los espejos y algunas botellas.

Le gustaban esos arcoíris artificiales, y el olor a alcohol y cobre. ─Es que me recuerda a ti ─decía cuando se lo cuestionabas.

Llegaba con pasos cortos y lentos pero seguros, no titubeaba ni se detenía como la mayoría de los ancianos, como tú lo haces.

Hasta su último día se rizó el cabello con tubos, se puso labial y usó Channel Número 5. Hasta su último día sonrió, los ojos y la boca rodeados de arrugas aunque los ojos castaños brillaban con vida.

Sólo se veía cansada cuando insistía en que abandonaras tu proyecto. Te decía: Frankenstein, ya déjalo. ─Nunca lo voy a dejar, ya lo sabes.

Te insistía, como siempre. Llevaba 61 años insistiendo.

En sus últimos años te llevaba arándanos y uvas al observatorio y hablaban por horas como lo hacen todos los viejos amigos. Te invitaba a dar un paseo. ─Vives en la punta de una montaña y nunca tomas aire fresco. Habrase visto ─te regañaba.

Te tomaba del brazo y te llevaba fuera del observatorio, se sentaban bajo el árbol con forma de serpiente, ella sostenía tu mano y te hablaba de sus hijos, de sus nietos y de la última película que había visto.

Todo bajo la sombra del árbol, encima del pasto siempre 11 Aunque todo sea silencio

verde y a través del aire limpio en aquella montaña, tan lejos de la ciudad pero un poco más cerca del cielo.

Tú le hablabas de las estrellas, de los planetas, de los cambios en el universo luego de tantos años, de nuevos elementos y compuestos, de reacciones químicas coloridas en el laboratorio. Todo eso que, aparte de ella, eran lo único que tenías y querías.

Bueno, a ella ya no la tuviste, aunque todavía la quieres.

Ella no perdió su encanto ni un solo instante.

Al principio pensó que tu idea era genial, te acompañó en tu obsesión, se sentó por horas en el rincón más alejado de la biblioteca del pueblo, estudiando, leyendo.

Juntos robaron los utensilios, que necesitaban, del laboratorio de la secundaria. No los descubrieron pero el conserje sospechó.

Tenían quince años entonces, el entusiasmo por el proyecto le duró a ella hasta los dieciséis, luego se cansó, aseguraba que era imposible.

Trataste de explicarle que no, que embotellar el amor no es imposible, se lo explicaste mil veces. ¿Qué es el amor?

Un proceso bioquímico del cuerpo y un conjunto de ideas en el cerebro. La parte de la química era fácil.

Estudiando el comportamiento de ratones descubriste que una dosis de oxitócica, la hormona generada en el hipotálamo que regula varios procesos fisiológicos, relacionada con las emociones, la felicidad, la estabilidad emocional y el deseo sexual, podía cambiar el comportamiento de un macho a una hembra o viceversa, aceptándolo casi inmediatamente.

En cambio, una baja de esta hormona significaba hostilidad de inmediato.

Los sobrinos de ella todavía se acuerdan cuando los usaste de conejillos de indias para tu investigación de la parte social del amor.

Descubrieron que antes de conocer a la “persona indicada” ya tenemos en la mente un mapa de circuitos cerebrales de 12 Aunque todo sea silencio

lo que somos o preferimos amar, definido por situaciones que nos hicieron felices o relacionamos con el amor.

Claro, la oxitócica no es la única hormona relacionada con el sentimiento conocido como amor. Sin embargo, si lograbas embotellar oxitócica con dopamina y destruir el mapa mental que cada individuo forma de “su pareja ideal”, lograrías tener embotellado el amor.

Un mísero año le gustó la idea luego, ella se aburrió.

Ya no la entretuvieron los libros, ya los había leído todos, ni las entrevistas, ya habían hablado con todos con quienes podían y serían de utilidad. Nunca le perdonaste que te dejara solo en eso, que cambiara tu compañía por la de un montón de idiotas, ni tus palabras por un puñado de risas efímeras.

Y ella nunca te perdonó que no asistieras a sus fiestas de cumpleaños, que no fueras al campo ni a la playa como todos los demás adolescentes.

Te dijo que sí, pero todos sabemos que no te perdonó.

Fue en esa época en que surgió el apodo: Frankenstein.

Lo empezaron a usar para molestarte por tus ojeras, tu piel pálida y el hecho de que te la pasaras en el laboratorio durante los recesos pero ella cambió la intención, llamándote Frankenstein cariñosamente, besándote en la mejilla y riéndose de sus chistes privados.

Al final, terminó gustándote. A ella, no tanto. Se preocupaba por ti, sus intenciones siempre fueron bondadosas, lo sabes, no te mientas. Quería sacarte del laboratorio.

Pasó horas tratando de convencerte de asistir a esa fiesta de disfraces, no lo logró, tampoco eso te perdonó. A lo mejor te perdonó por haber pasado por ella en tu Chevy azul a las tres de la mañana, por haberla arropado en el sillón de tu casa. Supongo que nunca lo sabrás.

Así como no sabes en qué momento se escurrió en sus vidas ese tipo. Cuando te diste cuenta, ya no la tenías escribiendo garabatos en tu libreta de álgebra, ella estaba sentada junto a él.

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Con este suceso tu obsesión por embotellar el amor se intensificó. Todo lo demás te aburría, empezaste a salir todavía menos, te quedaste en los huesos, los maestros estaban preocupados.

Esa fue su peor pelea. Ella pensó que era sobre tu proyecto científico, tú sabes que no era por eso. ─No sales a la calle, no conoces gente, no hablas con nadie excepto conmigo ─gritó ella, exasperada─ ¿cuántos años más vas a seguir con esta locura de convertir un sentimiento en una medicina? ─El amor no es un sentimiento ─respondiste, sin elevar la voz, frío─. Es un proceso psicológico y un conjunto de conexiones cerebrales. ─¡Aggg! ─gruñó ella─. No importa lo que sea, estás obsesionado con eso. Llevas cinco años con lo mismo. ¿Cuánto más? ─Cuanto sea necesario ─contestaste entonces, joven y terco, furioso con ella─. Cuanto sea necesario, ¿no has pensado en lo importante que sería un descubrimiento así? ¿En el bien que le haría al mundo? ─¿Qué bien? Si provocas el amor no es amor de verdad. ─Mucha gente dejaría de sufrir sí pudiéramos provocar el amor ─le dijiste─. Y más importante: la gente no estaría con la gente equivocada.

Ella te miró con furia. Nunca te había mirado así, nunca la viste mirar a nadie así. ─Tú no decides eso. Sobre todo tú ─dijo ella, luego recogió aquellas novelas, que nunca te habían gustado, de tu escritorio.

Tú todavía recuerdas esas palabras de vez en cuando, aunque ella las olvidó y te regaló un LP de Nirvana y lo escuchó contigo, en el laboratorio improvisado de tu sótano.

Esa noche hacía mucho calor, ella llevaba shorts rosados, estaba acostada en el piso y cantó en voz alta solo un pedazo. ─I’m not like them but I can pretend. The sun is gone but 14 Aunque todo sea silencio

I have a light...

Ella estaba obsesionada con Courtney Love, tú pensabas que era un nombre ridículo. Pero pensabas sobre Courtney y Kurt, y ella. Estudiaste el cerebro humano y trabajaste con los antidepresivos, patentaste uno cuyos efectos eran más duraderos; al mismo tiempo vino el dinero, el suicidio de Kurt y la boda de ella. Y tuviste que tomar tu propio antidepresivo mientras tratabas de embotellar el amor.

Endoxina, exitocina, dopamina. Experiencias emocionales, mapas mentales.

Casi, cerca. Muy cerca cuando nació tu ahijada, pero los efectos colaterales de la combinación de hormonas eran peores que los de la quimioterapia y tu persona de prueba estuvo a punto de morirse en tu aún improvisado laboratorio.

Tú sólo pudiste molestarte por fallar. Llevabas medio siglo molestándote por lo mismo.

El día que ella murió sentiste tanto dolor que te concentraste como nunca, no escuchaste a tu ahijada que te pedía que fueras con ella a casa, no escuchaste a nadie.

Endoxina, dopamina. Procesos emocionales, a los siete años, a los cinco, a los quince. No sientas, sólo piensa.

Neuronas, sangre y nervios.

Pero era muy tarde, ya no lo necesitabas. Y Frankestein, después de ochenta años resolviste el acertijo aunque el monstruo ya estaba creado desde hace mucho tiempo.

Con la botella en la mano casi la escuchaste decir: Ya déjalo, Frankestein ─Pero no era ella porque ahora su cuerpo se consumía─. No dejes caer la botella, Frankestein, tanta vida desperdiciada y ahora dejas caer la botella. No rompas eso, ni eso, no destruyas tu laboratorio. Estás muy viejo para llorar, Frankestein.

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Jack be quick No te debes de acordar pero estábamos en Denver cuando me di cuenta de que lo que imaginas, te atormenta.

Estábamos en una colina o en un terreno baldío con pasto, quién sabe, lo recuerdo como una colina. Llevábamos siete semanas y cuatro días viajando.

Un tren iba a pasar al día siguiente y teníamos que colarnos en los vagones de carga. Tú esperabas que transportara manzanas, como la última vez, y no ganado o algo peor.

Era de noche, o estaba amaneciendo, no sé, y el aire soplaba dócil y tú soplaste burbujas de jabón, riendo y corriendo por el lugar.

Yo te vi como en una película en 3D y me reí porque la sudadera verde limón que llevabas encima te hacía ver muy pequeño. Te pregunté de dónde la habías sacado pero no me contestaste.

También te pregunté si querías un trago y me dijiste que no, que tenías que estar alerta para cuando te encontraran y trataran de llevarte. ─¿Quién te está buscando? ─pregunté, creo. ─Tú sabes quienes ─me contestaste muy serio. Luego sonreíste con tus dientes torcidos y graciosos, como si fuera una broma pero no era una broma.

Soplaste más burbujas y trataste de atraparlas con la boca.

Espero que nuestra risa se haya escuchado hasta el lado del país que habíamos abandonado furtivamente.

Te escuché entonar esa vieja canción que el cocinero de nuestros albergue cantaba, y que te gustaba porque decía tu nombre y hablaba de un auto, de trenes, de gente que 17 Aunque todo sea silencio

bailaba y bebía whisky. ─Nos están buscando, pero cuando lleguen ya vamos a estar muy lejos ─prometiste, entre asustado y solemne.

Entendí porqué ellos insistían en darte píldoras, aunque no, no lo entendí.

Nadie nos estaba buscando pero viajar te daba la impresión de que huíamos con éxito y estabas tan preocupado sobre esto, que no te importó que el tren que se acercaba no transportara manzanas y que ya no te quedaran burbujas, ni ganas de correr.

Subimos a un vagón, recargaste tu cabeza en mis piernas y entonces dormitamos, juntos, quietos, como los vagabundos que duermen cuando nieva en alguna ciudad de Nebraska, me dijiste antes de cerrar tus ojos y dejarte ir.

18 Aunque todo sea silencio

Adivíname Martín masticó su bocado de huevos con tortilla lentamente, observaba cómo Teresa no lograba o no intentaba adivinar que Julio estaba imitando a Hulk, no a un oso ni a cualquier otro animal.

En la televisión, el gordo presentador de las noticas locales anunció que tenían los detalles de un reciente asesinato en el Estado, pero que antes darían las novedades sobre el Carnaval. ─Papá ─Martín levantó la vista de su plato y miró a Julio─. ¿De veras tenemos que ir a casa de la abuela mañana?

Por la mirada en la cara del pequeño, Martín entendió que su hijo se sentía igual de mortificado con la idea de visitar a la madre de Teresa, quien no hacía otra cosa que regañar a Julio hasta por hablar y de recordarle a Teresa que se pudo haber conseguido algo mejor.

No obstante de sus sentimientos, Martín le sonrió a su hijo, tratando de infundirle ánimos. ─Sí, Julio, tenemos que cenar con la abuela ─le dijo y aquel hizo un puchero. ─Pero si mañana en la noche no voy a tener hambre -aseguró el pequeño con mucha convicción ─. No tenemos que ir si no tengo hambre, ¿verdad, papá?

Martín quiso con todas sus fuerzas apoyar a su hijo, pero sabía que hacerlo iniciaría la tercera guerra mundial. ─Pero tu mami seguro que sí va a tener mucha hambre mañana y va a querer cenar ─dijo Martín, señalando con su tenedor a la mujer sentada a su derecha. ─Pero podemos cenar aquí...

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─Vamos a ir, Julio ─intervino Teresa con tono y mirada severa─. No digas más y acaba tu desayuno.

Julio volvió su atención al plato de cereal, no sin antes compartir una mirada cómplice con su papá.

En las noticias ya habían terminado con lo último del Carnaval (acontecimientos, opiniones, críticas) y anunciaban que Paulina Rubio sería la estrella invitada de la próxima coronación, poniendo, para ilustrar al televidente, unas imágenes de la cantante y uno de sus más recientes hits.

Martín sabía que era una canción reciente porque no la conocía, puesto que en los noventas se aprendió cada una de las canciones de la famosa cantante, escuchándolas en un cassete que Natalia, su hermana mayor, reprodujo sin descanso en ese entonces, cuando era joven y sana, cuando tenía cabello y sonrisas. ─A Natalia le encantaba Paulina Rubio ─comentó Armando sin poder reprimir el escozor en los ojos y la garganta. ─Mmm ­─fue la única respuesta de Teresa, quien estaba inmersa en su iPad. El presentador en el televisor ya empezaba con los escasos detalles del homicidio local. *** ─Esto fue lo último, lo último que me haces, maldito mal nacido ─bramó Teresa cerrando su maleta. ─Sólo le dije a tu madre que no le volviera a pegar a Julio ─dijo Martín, modulando su voz. Y aunque también sentía ganas de gritar, no quería que su hijo de cinco años en la sala los escuchara. ─No, no, no ─dijo ácidamente la mujer─. Lo que hiciste fue faltarle al respeto a mi madre. Ahora sí, ¿no? Tú muy bueno, el razonable... ─Tu madre no tiene derecho de ponerle las manos encima a mi hijo.

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─También es mi hijo ─chilló Teresa, poniendo énfasis en el “mi” y azotando su tacón contra el suelo─ . Y ella es su abuela. ─Sólo es su abuela para reñirlo y ahora, pegarle. No, Teresa, eso no lo voy a permitir.

Teresa, maleta en mano, se acercó a su esposo hasta quedar frente a frente. Tenía las negras cejas fruncidas y los ojos duros, sólidos, como el hielo. ─Si mi madre no tiene derechos sobre mi hijo, entonces yo no soy su madre y en lo que a mí respecta, tú te puedes ir directito al diablo con todo y niño.

Martín trató de decir algo más pero ella no se lo permitió y Teresa salió de la casa con pasos apresurados, como si huyera de algo, como si hubiera planeado la huida hacía mucho tiempo.

Julio, sentado en el sillón con una figura de acción del Capitán América en la mano, tampoco dijo nada. Martín lo sentó en sus piernas y lo abrazó. Nadie dijo nada.

Martín sabía que aquella escapada iba a llegar tarde o temprano, sólo le habría gustado que Julio estuviese en el jardín de niños o en casa de un amigo para que no lo tuviera que ver. *** En McDonalds, Julio no eligió el juguete de su Cajita Feliz, ni siquiera miró el área de juegos y casi no comió, por más que Martín trató de convencerlo de que arreglaría las cosas. ─Papá, no tengo hambre ─decía Julio picando sus papas fritas─. Ya no va a regresar mamá, ¿verdad? Papá, lo siento. ─Vamos, te compraré un helado.

El helado se lo terminó comiendo Martín mientras llevaba de la mano a Julio que caminaba cabizbajo, con pasos más cortos de lo normal.

La luz amarilla de la señal de McDonalds y los faros que 21 Aunque todo sea silencio

alumbraban la calle también parpadeaban y parecían tristes.

Julio y Martín, de la mano, se pararon frente al Mazda gris, sin acercarse. ─ ¿A dónde vamos? ─preguntó Julio, levantando la cara para poder ver a su papá. ─¿A dónde quieres ir? ─le contestó con otra pregunta y Julio se encogió de hombros. ─¿Quieres regresar a la casa? ─Julio sacudió la cabeza indicando que no.

Demasiado cansado como para interrogar a su hijo o pensar en algún buen sitio a donde dirigirse que no fuera la que querían llamar casa. Martín se dio la vuelta y encaminó a Julio fuera del estacionamiento del restaurante.

Sorprendido, se dio cuenta de que justo en frente se iba a realizar la Coronación de alguna de las mil reinas del Carnaval.

Habían cerrado las calles paralelas al foro, alguien decía probando, probando, no escucho nada, wey, en un micrófono y un montón de gente iba y venía, algunos con disfraces de colores.

Aquel movimiento festivo sorprendió a Martín, él se sentía muerto por dentro, la única motivación que lo obligaba a no dejar que la miseria lo arrastrara fuera del mapa, era el niño que todavía le sostenía una mano.

Se quedó embobado mirando a un par de chicas que corrían a una de las puertas del foro, vestidas con lo que a Martín le pareció una especie de traje de baño verde y amarillo, con pedrería azul y maquillaje de los mismos colores.

Aunque lo que realmente parecía llamar la atención de Julio era el penacho con plumas coloridas que las muchachitas tenían en la cabeza.

Martín había estado buscando con qué distraer a su hijo desde el momento en que los dos vieron a Teresa marcharse, y acababa de encontrarlo.

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*** Les tocaron buenos asientos gracias a la fortuna que Martín le pagó a un revendedor, pero valió la pena al ver los ojos brillantes de Julio cuando en una de las comparsas apareció una representación enorme del Cristo Redentor de Brasil. ─Papá, ¿te imaginas lo increíble que sería tener uno de esos en nuestra casa? ─dijo Julio, señalando a la imitación de Cristo Redentor que se erguía muy digno entre los bailarines─. Todo el mundo querría visitarnos para verlo. ─Podríamos construir uno.

La idea emocionó mucho a Julio y estuvo casi totalmente entretenido como por una hora pero se quedó dormido justo después de que le lanzarán una de las pelotas de plástico que el Rey del Carnaval estaba regalando y por las cuales la gente se peleaba, como si esas pelotas tuvieran oro por dentro.

Julio abrazó su nuevo juguete y se acurrucó en el regazo de su padre, con las piernas colgando y la cabeza, llena de rizos castaños, recargada en el antebrazo de Martín que lo acunaba sin problemas.

Martín se estaba asegurando de que su hijo estuviera cómodo y de no provocarse una tortícolis, cuando una batería, unas guitarras eléctricas y una voz rasposa le despertaron el recuerdo de su hermana Natalia.

Al frente había un escenario donde se movían Paulina Rubio y sus músicos pero, en realidad, Martín miraba a Natalia, su hermana, con 23 años, cantando esa canción con esa voz horrible, feliz y desafinada, mientras manejaba.

Veía a Natalia sonriéndole y revolviéndole el cabello. Y conforme las canciones avanzaban, poco a poco veía de nuevo a Natalia enfermándose, adelgazando y perdiendo brillo pero nunca su humor.

Julio se despertó unos segundos sólo para abrazarse al cuello de su padre, envolviéndolo con sus brazos y 23 Aunque todo sea silencio

recargando la cabeza en un hombro para volverse a dormir, antes de suspirar profundamente.

Martín abrazó a su hijo con fuerza, como su hermana solía abrazarlo a él, y se aguantó las lágrimas porque a Teresa, su esposa, sentía, sabía, que nunca la había tenido de verdad y que a Natalia la había perdido hacía tan sólo tres meses.

Ya no veía el escenario, puesto que todos los adolescentes a su alrededor estaban encaramados en las sillas, pero no importaba porque Martín sólo quería escuchar y sentirse un poco menos lejos de Natalia, más cerca de Julio, su hijo, que le respiraba en la oreja. Él pensaba que el nuevo juguete de Julio estaba a salvo bajo la silla hasta que una mujer se le acercó, con la pelota color naranja en mano. ─Creo que esto es de tu niño ─dijo la mujer, sonriente.

Tenía el maquillaje ligeramente corrido y el cabello teñido revuelto tras haber disfrutado el concierto desde adelante, como Martín pudo deducir por su aspecto y su energía chispeante, quizá demasiado chispeante.

Le agradeció y maniobró para poder tomar el balón sin dejar caer a Julio y hacerse escuchar en medio de la música y los gritos.

Julio se despertó con el movimiento y observó a la mujer que cansada se sentaba junto a ellos, todavía cantando, pero volvió a dormirse. ─Los años no pasan en vano, ¿verdad? ─comentó la mujer por encima del resto del ruido, no sonaba nostálgica sino divertidamente resignada.

La última canción sonó y la mujer aplaudió y gritó con ganas, luego se quedó sentada, al parecer esperando, como Martín, a que los demás salieran y ya no estuviera la multitud a las puertas del foro.

Martín observó el confeti de colores bajo sus pies y pensó en voz alta, sin saber muy bien por qué. ─A mi hermana le encantaba Paulina Rubio.

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─¿Le encantaba? ¿Eso significa que dejó de gustarle? ─inquirió la desconocida, un poco ofendida y un poco recuperando el aire. ─ Murió ─aclaró Martín─. Hace poco. ─Eso es terrible ─dijo la mujer después de un corto silencio─. Apuesto que era excelente, por lo menos sé que tenía buen gusto musical.

Martín sonrió con el comentario, pensaba en Natalia como se piensa en las cosas que no queremos olvidar, en esas sensaciones felices que ya no pueden recuperarse pero que se valoran. ─Sí, lo era.

Las salidas tardaron tiempo en despejarse y a Martín le dio tiempo de presentarse y enterarse de que la mujer se llamaba Amanda.

Julio se despertó con un gran bostezo, y aún con los ojos somnolientos hizo su imitación de Hulk para Amanda. ─¡Hulk! ─adivinó Amanda en seguida─. ¿No deberías estar salvando al mundo?

Julio abrió los ojos como platos, sorprendido de que alguien entendiera al primer intento su imitación del súper héroe, hasta se despertó completamente y miró a su padre, sonriendo.

Martín miró a Amanda, luego a Julio y sonrió también.

25 Aunque todo sea silencio

No esperes al mar La señora Florence era muy buena, había venido de los Estados Unidos a México cuando tenía 58 años, en el 2000, el año de mi nacimiento. Mamá dice que llegó como un ángel para nosotros, porque la lancha de papá se había hecho pedazos en una tormenta y no tenía forma de pescar.

Llegó ya muy viejita, el cabello casi totalmente blanco pero la espalda recta. Por fotos sé que fue muy guapa, mamá dice que parecía una modelo de revista, yo creo que era más bonita que ellas.

Había un retrato suyo muy grande en el comedor, enmarcado con madera fina, donde se le veía con su traje de aeromoza, muy alta, los labios rojos, la sonrisa fresca, el cabello recogido en un chongo muy elegante, el cuello largo como el de un cisne.

Siempre que veía esa foto pensaba que la señora Florence había sido la mujer más hermosa del mundo y que de grande quería una esposa igualita a ella, pero nunca lo dije por miedo a ofender a mi madre.

Una vez, la generosa anciana le regaló a mamá un vestido traído de Portugal y le rogó que lo estrenara en una ocasión muy especial.

También tenía una foto con los Beatles, una instantánea viejísima en blanco y negro que tenía escrito atrás Vuelo 101 de Pan Am, 7 de febrero de 1964. Pan Am era la aerolínea en que la señora Florence trabajó en su juventud. Eso me lo dijo ella, como también que los 4 habían sido encantadores y amables con todos en el vuelo, pero que George Harrison era el más guapo y el más tímido del grupo.

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No tengo la menor idea de quién era George Harrison, excepto que siempre fue el amor platónico de la que fue como mi abuela.

La señora Florence me prometió regalarme buena música cuando fuera lo suficientemente grande para apreciarla y buenos libros, cuando pudiera entenderlos.

Viví toda mi infancia en la mansión que la señora Florence compró aquí en las costas de Acapulco, donde mi mamá cocinaba y mi papá limpiaba la alberca y vigilaba en la noche.

Crecí con ella, que siempre me compraba regalos en Día de Reyes y aseguraba que Melchor, Gaspar y Baltazar se los habían entregado para mí. Crecí con ella y con el mar, que lo teníamos de patio trasero gracias a que Dios tiene esta clase de atenciones con los ricos.

En la zona donde vivíamos no había niños, sólo parejas adineradas, así que mis mejores amigos de la infancia fueron ella y el mar. Aprendí a nadar tan rápido como aprendí a andar, nadaba más que hablaba.

Desde muy chiquillo tiraba al mar, desde la ventana, los centavos estadounidenses que la señora Florence dejaba por ahí y luego, me disponía a recuperarlos. Me acuerdo, al principio de mis sumergidas, cómo se sentía la presión en lo más profundo, la desesperación de los pulmones, el triunfo de salir a la superficie, respirar, y la sal secándose en mi piel el resto del día, hasta que me obligaban a bañarme.

Un día estuve a punto de reventarme en las piedras como la lancha de mi padre, me dieron de nalgadas y quisieron mantenerme dentro de la casa pero no los dejé alejarme del mar. Y qué bueno que así lo hice, porque aunque no lo supiera, mis días bajo el sol, en el agua azul, fueron los días más felices.

Porque yo del mar no me quería salir nunca y pienso que la lancha de papá tuvo una buena vida y no se ha de haber quejado de su forma de morir.

Cuando le dije a la señora Florence que quería convertirme 28 Aunque todo sea silencio

en buzo profesional ella me aconsejó que, entonces, no gastará mis pulmones, que los guardara para cuando fuera un hombre y quisiera volver mi sueño realidad, porque si seguía buscando centavos ahora, en el futuro ya no tendría oxígeno suficiente para seguir buceando.

Me horrorice ante esa idea, así que dejé mi juego preferido y aprendí a pescar. Aunque seguí nadando a pesar de la advertencia.

En esos tiempos me llenaba las manos, prematuramente callosas, de estrellas de mar y con las conchas más bonitas de la playa para llevárselas a la señora Florence y ella, a cambio, me contaba historias de los países donde había estado de joven.

Y había estado en todos lados: Londres, Portugal, Francia, Brasil, China... Tenía vestidos de todos estos sitios, pero los guardaba en su closet hasta que llegara la ocasión adecuada para estrenarlos, como los perfumes franceses todavía en sus cajas. Del mismo modo, guardaba sus mejores semillas hasta encontrar el sitio perfecto donde plantarlas, por lo que no había flores en el jardín.

Nunca tuvo tiempo para nada de eso, ni para darme buena música o para ver a mi mamá estrenar su vestido. Murió en su cama, una tarde de tormenta en noviembre.

Mi padre me ha dicho siempre que los hombres no lloran, así que me tiré al océano y me fui nadando muy lejos para que nadie me viera llorar. Lloré tanto que yo creo subió la altura de las olas ese día.

Mi madre y yo tuvimos que limpiar la habitación de la señora Florence. Encontramos ocho perfumes sin abrir y otros cinco que apenas se habían gastado. Encontramos un mundo de ropa todavía con la etiqueta, dos botellas de vino antiquísimas, un tocadiscos y vinilos de los Beatles que tenían una etiqueta con mi nombre.

Y no sólo los vinilos y el tocadiscos tenían mi nombre, también había juguetes, una caja repleta de libros en varios 29 Aunque todo sea silencio

idiomas, un cuaderno hecho en Japón, unos zapatos hechos en Italia y un anillo de bodas, que era un regalo planeado para mí.

Había una carta con el anillo que decía Ahora ya eres un hombre, dale esto a una mujer tan buena y decente como tú.

Entonces también me puse a llorar, porque la señora Florence había esperado demasiado y entonces, se había muerto.

Puse el tocadiscos en el balcón, con el volumen más fuerte que alcanzaba, y desde la ventana tiré el anillo al mar.

Después, yo también me lancé del mismo punto a las olas y buceé por horas y horas luego de rescatar la joya, para no echar a la basura la última lección que la señora Florence me enseñó, sin querer, en contra de todos sus principios.

30 Aunque todo sea silencio

Liliana Yerbes Nació en la Ciudad de San Francisco de Campeche el 25 de mayo de 1981. Es Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Campeche.

Inevitable, Amor…

Estamos en una fría ciudad con calles largas y edificios grises, caminamos tomados de la mano hablando de nosotros y de lo que hasta el día de hoy ha sido nuestra relación...

Nos vimos por primera vez un año antes, cuando yo intentaba encontrarle sentido a mí existencia y ella buscaba a alguien a quien cambiarle la vida.

No teníamos mucho que pensar y dejamos que nuestras almas se llenaran con la historia de uno y las manías del otro.

Sin embargo, tengo motivos para vivir siempre en desasosiego, pues una sentencia de muerte me persigue desde hace años como una sombra ineludible.

En algún punto de mi adolescencia desarrollé una insólita enfermedad que me debilita el corazón, gravemente, cada vez que me enamoro de alguien.

Descubrí que tenía este padecimiento cuando me enamoré por primera vez y aunque no fui correspondido por la persona en cuestión, mi abatimiento fue tal que necesité la ayuda de un psicólogo, un sacerdote y, finalmente, un doctor, quien tras realizarme diversas pruebas me diagnosticó el mal.

Así venía sucediendo desde entonces, cuando conocía a alguien y me gustaba, la iba queriendo y después me enamoraba profundamente.

Si la relación acababa, como cualquier otra, mi corazón resultaba dañado emocionalmente. Pero si la relación seguía, mi corazón, fisiológicamente comenzaba poco a poco a dejar de latir y yo, a morir...

Lo irónico de esta rara condición es que la misma enfer33 Aunque todo sea silencio

medad provoca que me enamore irremediablemente una y otra vez, así que no hay que ser un experto para saber que esta relación es la última.

Por ello, mientras seguimos nuestro camino por la inmensa calle, me armo de valor para contarle a mi acompañante el destino que me espera.

Unos metros adelante, justo al doblar la esquina, comenzaré a hablar sin saber si tendré la oportunidad de terminar de expresarle con palabras todo el amor que siento por ella, este amor verdadero e insoportable que desde hace un año ha comenzado a matarme.

34 Aunque todo sea silencio

Cuando la lluvia termine…

Cuando escuché mi nombre por el altavoz la primera vez, dudé que realmente fuese a mí a quien llamaban. La segunda ocasión, lo pude oír claramente y aunque sabía que ella vendría a verme esta semana, me sorprendió que lo hiciera tan pronto.

Mi tiempo estaba contando. Me apresuré a pedir prestada una casaca naranja y corrí hasta el primer portón tratando de llegar a la escalera antes de que me llamaran por tercera y última vez.

En el portón estaban varios custodios, los cuales me revisaron como siempre, con la misma descortesía e indignante proceder, pero esta vez no perdí el tiempo echándoles miradas furtivas o insultándolos entre dientes. Hoy era un día especial y podía cambiar mi vida para siempre.

Por fin, llegué al segundo portón donde había una fila de internos que entre rechiflas, burlas e insultos pretendía igual que yo, llegar al locutorio.

Cuando estuve ahí, la comencé a buscar entre la gente, mientras respiraba esa mezcla de sentimientos y olores que flotaban como nubes a punto de reventar sobre todos los que estábamos en ese lugar.

Cuando la hallé, me acerqué y le di los buenos días. Confiado como soy, me atreví a sonreírle. Ella no me devolvió la sonrisa y esquivó mi mirada, contestándome los buenos días de manera fría y distante.

Sí, de esa manera con la que no te queda duda de que esa persona ha construido un muro infranqueable entre los dos.

35 Aunque todo sea silencio

A pesar de ello, no me desanimé y le pregunté qué noticias me traía. Ella no se inmutó y se limitó a buscar una carpeta.

Mi corazón parecía querer salirse de mi pecho y escabullirse entre los barrotes de la prisión.

Siendo sincero, a las personas que me conocen no les sorprendió que acabara aquí. Desde pequeño, les causé muchos dolores de cabeza a mis padres y hermanas. Primero, con mis travesuras inocentes y luego, con mis actos irresponsables que con el tiempo se volverían ilícitos.

De esa manera es como no tardé en llegar a este lugar, acusado de robar en una casa habitación. Aunque me duela pensarlo es mejor que a mi madre no le haya alcanzado la vida para ver en que me he convertido.

Ella era la única que siempre creía en mí y no me abandonaba cuando me metía en problemas.

Mi padre y mis hermanas no venían a visitarme y no los culpaba, porque a mí no me gustaba que tuvieran que soportar las revisiones tan indignantes y humillantes para ingresar a este lugar.

De todos modos, si lo analizaba un poco, nunca había hecho nada bueno por ellos, solo les hacía pasar vergüenzas y disgustos.

Ni los que se decían mis amigos habían venido a verme, así que los días de visita observaba a los demás internos con sus familias y me daba cuenta de que había desperdiciado mi vida y que tenía muchos deseos de formar una familia propia.

Entonces, en esos días terminaba en una banca platicando con algunos custodios, de esos que son buenas personas y no nos trataban como animales; y con el padre Enrique, que los domingos venía a celebrar la misa. Él me daba ánimos y soportaba con paciencia mis preguntas capciosas y mis herejías.

La verdad es que gracias a esas pláticas me había empezado a dar cuenta del daño que le había hecho a mi familia y a las personas que por desgracia se cruzaron en mi camino.

36 Aunque todo sea silencio

Por lo menos, tenía el consuelo de saber que de alguna u otra manera, estando ahí, pagaba un poco de mi culpa.

La mujer sacó un documento. Lo leyó sin pausas. Sólo logré escuchar una parte, la cual me conmocionó. Mi visión se hizo borrosa y antes de que las lágrimas se asomaran y bajaran por mi rostro, las desaparecí con la mano. Le di las gracias y firmé el documento.

Yo estaba hecho un remolino de emociones y sólo quería llegar a mi galera lo más pronto posible. Caminé rápido y ya estaba por pisar el último escalón, rumbo a mi celda, cuando una patada en el estómago me dobló y me hizo caer el suelo.

Alcancé a levantar la cara y vi al Simio, el mismo que una semana antes había intentado robarme mis zapatos. Pude comprobar que todavía traía las huellas de los golpes, que le di, en la cara.

Esta vez, el Simio venía preparado. Sacó de entre sus ropas una barreta con punta, de esas que fabrican clandestinamente, ante la mirada indiferente de los demás internos, que junto con los guardias casualmente se marchaban.

Estábamos solos. Una fina lluvia comenzó a caer y entonces recordé a mi madre. El Simio y yo comenzamos a forcejear.

Pude ver a mamá sentada en su viejo sillón, costurando la ropa, y la sorprendí por detrás tapándole los ojos con mis pequeñas manos.

Un chorro de sangre cayó al piso mezclándose con el charco de agua que comenzaba a formarse.

Me sentía feliz entre sus brazos. Ella me cubría de besos y yo me perdía en sus bellos ojos negros que me miraban con amor.

Por fin, llegaron los custodios con sus radios y macanas pero ya era muy tarde. Nos separaron. Estábamos uno frente al otro.No sé porqué pero comencé a sentir las gotas de lluvia una a una sobre mi cuerpo, sin embargo, ya casi no podía ver ni escuchar.

37 Aunque todo sea silencio

Fue cuando más deseé que fuera verdad lo que me había platicado el padre Enrique: que Dios me ama y que puede perdonar todos mis pecados...

38 Aunque todo sea silencio

Mely y la Estrella color rosa I.-EL ENCUENTRO

Cuando somos pequeños muchas veces se nos prohíbe la entrada al mundo de los adultos y el único acceso que tenemos es la estrecha ventana que nos dejan abierta, de vez en cuando. Porque ¿quién no ha escuchado decir a un adulto vete a ver la televisión, para que pueda hablar de cosas que tú siendo un niño no puedes escuchar, ni mucho menos entender? Como cuando hablan de papá que hace años se fue de casa.

Y además, ¿quién no ha notado que ellos pierden el sistema auditivo, de manera repentina, cuándo le hacemos preguntas que no quieren contestar?, ¿y cuántas veces nos ponen en ridículo cuando quieren presumir nuestras habilidades o enjuiciarnos ante otras personas?

En tales circunstancias, mientras esperamos nuestro turno para ingresar a ese mundo misterioso, no nos queda otra opción que inventarnos uno propio, en el que podamos sentir que no somos extraños, donde todo es real en la medida en que así lo creemos.

Yo quiero crecer lo más pronto posible. Creo que siendo pequeña me pierdo de muchas cosas interesantes cuando escucho a los adultos hablar y leo libros que no entiendo.

Me doy cuenta de que ignoro muchas cosas y me surgen deseos de saber qué pasa fuera de mi hogar, cómo viven las personas en otros países.

Quisiera entender idiomas distintos al mío y viajar a lugares desconocidos como los que aparecen en la televisión. Otras 39 Aunque todo sea silencio

cosas que llaman mi atención son los astros del firmamento, ¿cómo es que pueden permanecer flotando sin caerse sobre mi cabeza?, ¿por qué las estrellas son de colores? o ¿por qué la luna es blanca y no siempre se ve redonda?

Tal vez por esas ideas que tengo mi madre piensa que no soy como las demás niñas de ocho años que conoce, pues, según ella, tengo una extraña afición que me hace perder el tiempo y me llena la cabeza de fantasías. Lo que pasa es que a mí no me gusta jugar a las muñecas, ni me agrada maquillarme la cara o ponerme la ropa y zapatos de mi mamá, como hacen mis primas cuando toman el té y juegan a ser mayores.

Para mi madre la situación empeoró la pasada navidad, ya que no pedí juguetes sino que preferí un telescopio, porque a mí lo que me divierte y me gusta hacer por horas y horas es mirar las estrellas del firmamento, tratar de contarlas, descubrir las figuras que forman, distinguirlas por sus colores y la intensidad de su luz, para después bautizarlas con un nombre.

De entre todas las estrellas que he observado, hay una de color rosa que es mi favorita porque es muy grande y brilla más que las otras. Llevo mucho tiempo admirándola y creo que un par de veces me ha sonreído. Por eso, ayer no pude contenerme más, levanté los brazos hacia el firmamento y la tomé entre mis manos para poder guardarla dentro de mi caja de recuerdos que tengo escondida bajo la cama.

II.-DESCUBRIENDO SUS ENCANTOS

Ayer pensé en un nombre para la estrella y se me ocurrió llamarla Tití. A ella parece gustarle su nombre porque resplandece cuando se lo repito.

Quizá no le guste estar en la caja de los recuerdos pero no es cualquier caja, en ella sólo guardo cosas importantísimas que no le presto ni enseño a nadie. Ahí tengo sellos, calcomanías, juguetes pequeños, llaveros y unos broches 40 Aunque todo sea silencio

que eran de mi mamá, que tienen forma de animalitos y me encantan.

Es maravilloso tener a Tití conmigo, cada vez que quiero verla sonreír la saco de la caja, la acomodo entre mis manos y le hago cosquillas mientras el polvo astral que la cubre se le desprende cuando se mueve.

Ella no sólo es hermosa, sonríe, tiene otras habilidades como lo confirmé por casualidad una noche en que a mi pueblo lo azotó una tormenta que trajo consigo fuertes vientos y relámpagos, que al poco tiempo se transformaban en ruidosos truenos y hacían retumbar las ventanas y puertas de mi casa.

Esto provocó que la luz eléctrica dejara de funcionar y mi casa quedara sumergida en una profunda oscuridad. Así que ante el temor que sentía por las tormentas, intenté llegar hasta mi habitación para meterme en la cama y cubrirme con una manta de pies a cabeza como hacía siempre que llovía.

Recordé a Tití y pensé que estaría tan temerosa como yo, así que me apresuré para encontrar la caja de los recuerdos y en cuanto la abrí, la luz color rosa que Tití irradiaba, me cubrió, expandiéndose por todo el cuarto. En ese momento me sentí segura y el miedo que tenía se esfumó, al igual que la oscuridad que antes había en mi habitación.

Esa misma luz me ha ayudado a no disgustar a mi madre mientras leo en las noches cuando ya han apagado las luces de la casa, pues, me cubro con una manta y dejo abierta la caja de los recuerdos para leer con la luz que Tití me regala.

También me ha ayudado a encontrar juguetes, zapatos y ropa que se me pierden en las profundidades del ropero o debajo de mi cama.

Además de eso, cuando llegaba el invierno y las noches frías me impedían conciliar el sueño, descubrí que tener a Tití cerca me producía un tibio calor que me quitaba el frío y me hacía olvidar los montones de nieve que rodeaban y congelaban la casa.

41 Aunque todo sea silencio

II.-ALGO INESPERADO

La vida era buena en esos días, estaba tan entretenida que no había caído en cuenta que no había visto a mi papá desde hacía muchas semanas y que sólo me había hablado por teléfono dos veces.

Tampoco me importaba que mis compañeros me hicieran bromas o me pusieran sobrenombres porque sólo hablo de estrellas, planetas, continentes, personajes de mis libros y cosas que les parecen aburridas.

Hasta mi mamá estaba contenta porque decía que ya no pasaba tantas horas mirando las estrellas y haciendo mil preguntas sin sentido, incluso, la escuché decir a sus amigas Mely está en su cuarto haciendo tarea o viendo televisión.

Lo que mi madre no sabía es que ya no tenía necesidad de salir para ver las estrellas porque tenía una en mi propia habitación.

Comenzó la primavera. El azul del cielo era más transparente; el viento era fresco, limpio; los pájaros parecían felices en los árboles; las mariposas volaban por todas partes y los rayos del sol calentaban todo suavemente.

Así que, aprovechando este clima y la alegría que trae la primavera, mi maestra organizó una excursión. Todos nos emocionamos cuando escuchamos que iríamos a conocer unos bosques cercanos.

La alegría terminó cuando pensé que tendría que dejar sola a Tití un día entero. Entonces, se me ocurrió una idea magnífica: podía llevarla conmigo, la escondería en mi mochila y nadie se daría cuenta.

Así lo hice. Cuando llegamos al lugar que visitaríamos nos instalamos y después salimos a explorar. Nos organizamos por equipos para recoger hongos, corteza de árboles, flores e insectos. A mí me tocó con el grupo de los estudiosos, siempre andan serios, no se ríen de mis bromas, no les interesan las estrellas ni los animales y sólo les gusta hablar de 42 Aunque todo sea silencio

números, los diplomas que han recibido y sus calificaciones.

Al cabo de unas horas yo moría del aburrimiento así que, tras subir el sendero que conducía a una laguna, me detuve para ver sonreír a Tití. Eso sí que me entretenía, esperé que nadie me viera y abrí lentamente la caja. Para mi sorpresa, Tití salió como una ráfaga dejando a su paso polvo rosado.

Se estiró, bostezó y dio dos vueltas sobre la copa de los árboles. Yo estaba feliz observándola hasta que el lejano sonido de un pájaro me sacó de mi placentero hipnotismo, entonces, caí en cuenta de que no estaban cerca mis compañeros. Comencé a caminar lo más rápido que pude, mientras Tití me seguía de cerca hasta que, asustada, se metió nuevamente a la caja y se negó a volver a salir.

Caminé por donde vi por última vez que se fueron mis compañeros, grité muchas veces, hasta que el cansancio se apoderó de mí. Me senté sobre una roca con la esperanza de que regresaran a buscarme.

El tiempo comenzó a pasar muy lento y mi innata impaciencia me hizo caminar por varios senderos, aunque el sonido de los animales, el espesor de los árboles y las plantas me atemorizaron.

Comenzaba a oscurecer y yo comencé a llorar muy fuerte hasta que mis lágrimas se acabaron, mis ojos se inflamaron y mi garganta me dolió. Vi una cabaña algo descuidada, con miedo pero con determinación me dirigí hacia ella y después de rodearla, por lo menos tres veces, me decidí a entrar.

Estaba muy sucia, debía de tener años vacía pero era mejor que estar sola en el bosque. Tenía hambre, así que busqué entre mi mochila algo para comer. Vi la caja donde tenía a Tití, la saqué y la vi temerosa como yo. En el bosque, las noches son muy frescas y oscuras, de manera que el frío y el miedo me invadieron, y ante esta situación Tití resplandeció dándome la luz y el calor que necesitaba. Imaginé que mis padres ya sabían de mi desaparición y que todos me estaban buscando. Así pasé mi primera noche en el bosque.

43 Aunque todo sea silencio

Para cuando amaneció, esperé hasta que ya no pude soportar más el silencio y el frío, salí pero el gruñido de un animal me hizo volver enseguida. Extrañaba tanto a mi mamá y a mi papá, que en estos últimos meses casi no me visitaba, quería tanto estar en mi cuarto, ver a mis compañeros pero ahora estaba perdida, con Tití como única compañía.

Ella me animaba mucho, me sonreía y me entretenía haciendo figuras en el techo de la cabaña. Gracias a ella las horas pasaban más rápido y me hacía olvidar el hambre que me comenzaba a atormentar.

III.-AMIGAS PARA SIEMPRE

Así pasé mi segunda noche en el bosque, con sed y hambre. Aunque tenía sueño no conseguía dormir. Por fin, el cansancio me venció, tenía abrazada a Tití y su luz rosa fue lo último que recuerdo.

No sé cuánto tiempo pasó, cuando desperté estaba en mi cuarto, rodeada de mamá y mis amigos, quienes me contaron cómo me habían hallado por una luz rosa que vieron en medio del bosque. Ellos quisieron escuchar mi aventura pero yo, lo único que quería era saber cómo estaba Tití.

Así que no me quedó más remedio que fingir un gran cansancio para que se fueran. Entonces le pregunté a mi madre por mi caja de los recuerdos. Temía que hubieran descubierto a Titi pero cuando mamá me respondió, sin darle importancia, que la caja estaba a un lado de la cama, me tranquilicé y le pedí que me dejara sola.

Me apresuré a mirar dentro pero Tití no estaba, en su lugar sólo había un polvo rosado que oprimió mí corazón. Ella se había desvanecido. Pensé un poco y me di cuenta de lo que había hecho: me había dado toda su luz y su calor para que no sufriera en el bosque.

Comprendí que no había sabido cuidarla y que no le había dado nada a cambio de toda la felicidad que recibía de ella.

Comencé a llorar y mis lágrimas rodaron. Una a una iban 44 Aunque todo sea silencio

cayendo sobre el polvo color rosa dentro de la caja.

Entonces, sucedió algo increíble. Las lágrimas mojaron el polvo y éste comenzó a emitir una débil luz, luego, la caja se iluminó. Miré dentro y ahí estaba Tití resplandeciendo y sonriendo otra vez. La abracé fuertemente hasta que su calor me hizo soltarla.

Viéndola feliz, con su luz rosa en el cielo raso de mi habitación, supe lo que tenía que hacer. Debía devolverla al lugar al que pertenecía, aunque la extrañaría ahora me correspondía demostrarle mi amor.

Salimos al jardín, la noche estaba tranquila, suave, fresca, y en el cielo millones de estrellas titilaban. Tomé a Tití entre mis manos, me sonrió como siempre y resplandeció como nunca, la acerqué a mi corazón, pude sentir su titilar como un tibio abrazo, y supe que seríamos amigas para siempre.

Tití se fue elevando poco a poco, haciendo espirales en el viento, atravesando las nubes, hasta tomar su lugar en el firmamento.

La voz de mi madre me despertó de mi letargo, mi padre había venido a visitarme, finalmente estaba aquí, y ella me llamaba para cenar, como antes, cuando los tres vivíamos juntos...

45 Aunque todo sea silencio

Yuly Mariana Ayala del Río Nació en la ciudad de Campeche el 10 de noviembre de 1993.

Vivió su infancia en Palizada hasta la edad de 11 años.

Graduada de bachiller del Colegio Particular Guadalupe Victoria.

Actualmente estudia la Licenciatura en Literatura en la Universidad Autónoma de Campeche.

“En el único superhéroe que creo, y por el que estoy aquí, es en Iron Man”

Sentidos nulos Me despierto… o tal vez no. No veo, no puedo saber si es de día o de noche. No sé si mi vista se ha ennegrecido por un humo oscuro o simplemente me he quedado ciego.

No escuchó, es todo tan silencioso como si no hubiese vida después de esta caja… o donde sea que esté. Está todo en completo silencio y lo único que puedo escuchar es el color negro que ven mis ojos. Sí, puedo escuchar el sonido del color negro. Es terrorífico. Ni siquiera puedo oler.

Ni siquiera sé si estoy respirando.

No sé cuánto tiempo ha pasado, no sé qué hago aquí.

Puedo sentir temblar mi cuerpo y un sudor frío, pero no moverme. Mi cuerpo no me obedece, no responde a mis llamados. Recuerdo que cuando era niño miraba fijamente mi pierna y pensaba en porqué se mueve, cómo sabía mi pierna que yo la quería mover. Pero ahora, no, no puedo, mi pierna no sabe que la quiero mover, mi cuerpo me desobedece y no entiendo qué pasa.

Hace frío, mucho frío. Mi cuerpo tiembla y dentro de mí se mueven mis tripas, que si pudiera escuchar las escucharía rugir como un león. Sé que el rugido sería fuerte por el movimiento que hacen dentro de mí. Lo más extraño es que sé que tengo frío, puedo decir que siento el frío calar mis huesos, pero no, no lo siento. Ni siquiera la brisa. Pero sé que mi cuerpo está frío. El frío está dentro de mí.

No puedo gritar, mi garganta me duele como si ya hubiese gritado desesperadamente por auxilio y nadie me hubiese escuchado. Y yo grito y grito como un idiota hasta quedar49 Aunque todo sea silencio

me sin voz. Maldita sea, dónde diablos estoy.

Trato de recordar dónde estaba antes de llegar aquí, qué estaba haciendo, cómo llegue aquí, dónde está mi familia, mis hijas, mi esposa… ¿Dónde están? No entiendo porqué me dejaron aquí, ¿o yo habré caminado hasta aquí? A lo mejor estoy drogado. Soy un hombre adicto y mujeriego.

Engañé innumerables veces a mi esposa, fantaseaba con las amigas de mis hijas. Soy un mal hombre y ahora quizá pago una condena, como Prometeo.

Qué hice, qué hice para estar en esta situación, dónde me tienen metido que no puedo moverme, tal vez estoy secuestrado. Dios mío, ayúdame. No siento, no me muevo, no veo, no escucho, no puedo hablar, porqué, será que acaso…

50 Aunque todo sea silencio

Flores Marchitas Magdalena tenía tiempo que no se sentía así. Se miró en el espejo y se peinó los cabellos pajujos, dorados, como el bronce bajo el sol. Se desnudó frente al espejo y se sintió a gusto con lo que estaba viendo.

Manuel se asomó por la puerta de la tienda, como de costumbre, lo único diferente es que solía hacerlo a las 8:45 pm, hoy eran las 8:20. Al ver que ya no había ni un alma en la calle, cerró.

A paso lento pero para él apresurado, se dirigió a su casa que quedaba atrás de la tienda de abarrotes. Entró al cuarto y se empanizó de talco, se refrescó y se cambió la camisa.

Hoy no tenía tiempo para la rutina.

Magdalena, en el cuarto, se puso el vestido blanco con rayas negras, con el que él solía decirle que parecía una cebra. En su mente se iluminó ese momento en que tales palabras salían de la boca de su marido, boca que después la devoraba.

Una sonrisa gastada salió de sus labios y pensó en darle alegría con un labial rojo. Se miró nuevamente en el espejo y se dijo se vale vivir una noche de pasión loca.

Manuel se apresuró a encender el tocadiscos y poner esa canción que ella siempre ha detestado, negra, negra consentida. Él estaba listo.

Ella se atrasó arreglándose y buscando un par de zapatos rojos para romper con el patrón de rayas negras y blancas de su vestimenta, y para que combinaran con sus labios rojos escarlata.

51 Aunque todo sea silencio

─Negra, ¿qué tanto haces? Date prisa. ─Ya voy, parece que no puedes esperar. ─He esperado toda mi vida para esta noche.

Manuel se acostó en la cama para esperar a su mujer pero cuando ella salió, él ya estaba dormido. *** Amaneció. ─Hoy cierra más temprano ─le dijo mientras Manuel se escabullía a la tienda.

Miró a Magdalena y le contestó: Yo ya te soy inútil. ─Sólo estás enfermo. ─Enfermo y viejo.

Ella miró a su marido salir del cuarto y después sólo pudo escuchar el sonido de sus pies arrastrados, ya cansados de tanto andar. Rápido se levantó para verlo irse y vio un cuerpo encorvado y pálido, lleno de pecas y una cabeza baja, casi calva. Pobre de mi viejo, parece que va cargando un muerto. *** Manuel, sentado, sacaba las cuentas de lo que había vendido el día anterior, con unos lentes de pasta café, grandes, con cristales amarillos y viejos, igual de viejos que su viejo propietario.

Tenía la camisa desabrochada y debajo tenía una sport blanca y estirada que dejaba ver el vello grisáceo del pecho bronco que solía tener. Lo sorprendió la llegada de Magdalena a la tienda. ─Necesito que mandes a Julián al mercado.

Sin alzar la vista, le respondió que Julián ya no estaba con ellos, que ahora era otro chalán de mayor edad que había contratado. Velo a ver atrás, está bajando los sacos.

52 Aunque todo sea silencio

*** ─Oye muchacho, hazme un favor. ─¿Qué pasó, señora?

Ella lo vio detenidamente de pies a cabeza, hasta detenerse en sus ojos, cafés como la mierda, pensó. ─Necesito que vayas a comprarme estas cosas al mercado ─le extendió la lista. ─No sé leer. ─¿Si te las digo te acuerdas?

El joven se quedó mirando la lista sin entender esos garabatos anotados y aunque hubiera sabido leer, no hubiera entendido la letra cursiva de Magdalena. ─Llévame al mercado en el triciclo. *** ─¿Cuántos años tienes? ─Tengo 27, señora. ─Veintisiete tenía Manuel cuando nos casamos, ¿tú eres casado? ─No señora, todavía no me llega el amor. ─Ni a mí ─le dijo mientras soltaba una carcajada ronca─.

Baja el huacal y ponlo en la casa, ahí en la cocina.

El chalán cargó el huacal y lo llevó adonde su patrona le ordenó. Ella miró al joven sin discreción hasta que desapareció. Lo siguió.

Manuel alzó la cabeza y siguió a su mujer con la mirada.

Cuando se quedó solo, regresó los ojos a las cuentas. Seguía en la misma posición que estaba cuando su esposa y el joven se fueron al mercado, la única diferencia es que ahora tenía un ventilador de pedestal directo a él. ─Pídele a don Manuel unos centavitos por el favor de ahorita.

53 Aunque todo sea silencio

─Está bien, señora. ─Oye ¿cuál es tu nombre? ─Javier.

Javier, qué bonito nombre, pensó, tal vez necesite ir al mercado más seguido…

Esta vez, a Magdalena no le importó si su esposo cerraba la tienda temprano, y a él tampoco. Manuel cerró a las 8:45 de la noche cuando vio que no había ni un alma más en la calle. Llegó directo a tomar su café con leche.

Ella se retiró de la cocina mostrando su indiferencia, sin lavar los platos, directo al cuarto. Cuando Manuel entró, ella ya estaba acostada fingiendo dormir. Él le dio un beso en la frente, hizo toda la rutina que uno hace antes de dormir, y se recostó.

Pasaron los favores y las idas al mercado en el triciclo.

Cuántos favores no le hizo a Magdalena, pues, Javier fungía de todólogo. ─Necesito pedirte un favor, Javier, pero no un favor cualquiera, y necesito discreción. ─Dígame. ─Necesito que me hagas el amor. ─Señora… ─le dijo el joven, asustado por la propuesta que acababa de hacerle Magdalena. ─Velo como una ida al mercado. Mira, el domingo en la mañana el viejo se va al café de don Vicencio y regresa hasta el almuerzo. ─No lo sé, señora, don Manuel es buen hombre, no quisiera faltarle el respeto y aparte, perder mi trabajo. ─Te pagaré y don Manuel no se tiene que enterar. *** Manuel se despertó muy temprano, para ser domingo. Se había levantado antes de que el despertador sonara. Lo apagó antes de que comenzara el ruidoso y molestoso can54 Aunque todo sea silencio

to de gallo. No hubo tiempo para el desayuno pero no importaba, Magdalena le preparaba café con leche y galletas, fruta picada: melón, papaya, sandia y manzana verde; que era la única que le gustaba a Manuel porque decía que iba bien con esa facha de viejo verde que él estaba agarrando.

También le picaba plátano y uvas, igual de verdes que la manzana, pero en realidad esas frutas le gustaban verdes por el color de ojos que él tenía.

Javier, como todos los domingos, llegaba y satisfacía a Magdalena. Estaré viejo, pero no pendejo, pensó Manuel.

Habían pasado ya meses, que en él recayeron como años porque estaba enfermo de un mal que le atribuimos al corazón, aunque todo es juego del cerebro: el amor. ─Don Manuel, qué cansado se ve.

El viejo miró al joven Javier que le sonreía con esa sonrisa amarilla, tan amarilla que no se notaba el diente de oro. ─A ti Magdalena te debe tener más agotado que a mí ─le dijo mientras lo miraba seriamente. Javier salió rápido de la tienda diciendo con permiso.

El viejo sabía las clases de favores que le hacía a Magdalena los domingos en la mañana, y ahora Javier sabía que él sabía. *** ─¿Qué ha pasado? ─le preguntó Manuel a una señora que limpiaba la escarpa frente al café de don Vicencio. ─Don Vicencio está grave y por hoy, no se abrirá. ─¿Sólo por hoy? ─Pues yo creo que hasta ver qué pasa con don Vicencio.

Caminó sin rumbo pensando en el pobre Vicencio. Se quitó el sombrero y se lo puso en el pecho. Se sentó en las bancas del parque. Miró el piso, unos niños corriendo, el piso, las campanas repicaron, luego miró las palomas que volaron asustadas por el sonido de las campanas, nueva55 Aunque todo sea silencio

mente los niños y otra vez el piso, las palomas y la iglesia.

Entró a la iglesia, desde que hizo su primera comunión no había regresado. Entró sin querer llamar la atención pero su manera de caminar, arrastrando los pies, hizo que todos voltearan. Él fingió no importarle la mirada y el cuchicheo de las personas. El motivo por el alboroto era que Manuel se decía ateo.

Se quedó mirando la imagen de Cristo en la cruz. Lo miró lleno de sangre, con esa corona ridícula de espinas, famélico. Un niño empezó a llorar en el momento de darse la paz.

Don Manuel observó a todos dándose el fraternal saludo de la paz, estrechando hipócritamente las manos. Recordó porqué se volvió ateo.

Miró a Cristo y dijo Simplemente no te cagues en Vicencio.

Se levantó y se fue más rápido, tan rápido que cualquiera pensaría que eso de arrastrar los pies era pura actuación.

Llegó a su casa y se sentó en una mecedora mientras se abanicaba con el sombrero. Infló sus pulmones de aire y fue en busca de Magdalena. Al entrar al cuarto se encontró con la asquerosa imagen de una vieja de 72 años viviendo una aventura de amor con un joven de 27.

Magdalena parecía querer gritar y fruncía la cara mientras arañaba la negra espalda de Javier. Cerró la puerta con tranquilidad y en silencio. Se fue al cuarto contiguo y se acostó. Don Manuel cerró los ojos y pensó te pedí que no te cagaras en Vicencio y ahora te cagas en mí.

Manuel agarró las flores marchitas que estaban en un jarrón verde, en el buró que tenía a su lado, las agarró todas y se las metió a la boca. Las empezó a masticar y de él brotaron lágrimas cristalinas. Eran lágrimas tras sollozo y un trago de flores marchitas.

Se quedó llorando hasta que los gemidos silenciosos de su amada se callaron. No hizo por levantarse y encarar a los dos fugitivos de amor. Se quedó acostado, así, hasta desvanecerse.

56 Aunque todo sea silencio

*** Así iban los encuentros amorosos todos los domingos y Javier no faltaba a ni uno. Era ir, comerse a la vieja y luego comer el desayuno que ésta le daba.

Todo iba muy bien, exceptuando el asco que le daba Magdalena: sus senos caídos, los ruidos de ay, ay, que hacen todos los viejos cuando le duelen los huesos o tienen algún otro dolor físico; el aliento a muerta que sentía cuando la besaba. Parecía que Magdalena se estaba pudriendo.

Sabe a flores marchitas, pensaba Javier cada que la besaba pero valía la pena soportar todo eso a cambio de los 80 pesos que le daba todos los domingos. Le iba tan bien que ese día pensaba en renunciar al trabajo en la tienda de don Manuel.

Al llegar a la tienda se acercó al viejo y lo vio tan acabado que hasta lástima le dio decirle que venía a renunciar. ─Don Manuel ─ le dijo ─ qué cansado se ve. ─A ti Magdalena te debe tener más agotado que a mí ─le respondió el viejo mirándolo seriamente.

Javier borró la sonrisa que tenía en el rostro. ─Con permiso ─exclamó mientras escapaba de ese momento incómodo. *** El viejo llevaba días acostado. Se había negado a que el doctor lo visitara. No tenía fiebre, ni malestares, ningún dolor, ni vómitos, ni mareos, ni alucinaciones. Sólo tenía 70 años marchitos.

Esa noche, Magdalena recibió la noticia de la muerte de don Vicencio. Fue a ver a su esposo a quien tenía desatendido desde que ella había encontrado el amor en los brazos de un joven. Entró al cuarto y vio a Manuel en cama, entre 57 Aunque todo sea silencio

sábanas blancas, ya amarillas para ese entonces, y un colchón matrimonial hundido. ─¿Qué te pasa, Manuel? ─le dijo mientras se tragaba el llanto. ─Me estoy muriendo, mi vieja.

En ese momento, ella ya no veía a Manuel cargando con un muerto, veía a un muerto.

Se acostó a su lado y puso la cabeza de su amado en su regazo. Ella sabía que él estaba enterado de su amorío con ese joven y Manuel, enamorado, le clavaba su mirada verde, como la manzana o como las uvas.

-No me quiero morir sin hacerte el amor.

Ya es tarde, Manuel, pensó Magdalena. Él empezó a despojarse de los trapos que tenía encima y ella, no sabía si por amor o por lástima, le siguió el juego. Cuando quedaron desnudos, el besó todo el cuerpo de ella y por cada beso era un quejido. Es por lástima, se dijo Magdalena.

Lo abrazó y lo llevó a su lado, y ambos, desnudos, quedaron inmóviles. ─Nadie entiende el amor, sólo los viejos ─le dijo Manuel antes de taparse con las sábanas y dormirse. Ella lo miró y lo abrazó más fuerte, aunque tratando de no despertarlo.

Tenía abrazado a un viejo pero entre sus brazos era un joven, y era joven porque era dos años menor que ella.

Despertó a la mañana siguiente y Manuel ya no estaba.

Se había ido para siempre. Magdalena se levantó de la cama y descontroladamente empezó a toser sus 72 años.

Con la mano izquierda se cubrió la boca y cuando la vio, había escupido unos pétalos rojos que se marchitaron en unos segundos.

Se miró en el espejo y poco a poco se fue deshaciendo, su rostro fue cayendo en pedazos también, deshojándose de lo marchita.

58 Aunque todo sea silencio

Reflejos Y estaba frente a lo que siempre había soñado. Una imagen tan tierna, tan virginal, sofisticada, tan recatada. Todo lo que unos ojos desearían observar, contemplar hasta sangrar la vista, hasta tener que mantener los ojos cerrados por el dolor de mirar fijamente un punto determinado en el horizonte.

Ni siquiera la pequeña luz que aparecía en la vista, esa luz odiosa que de repente se hace presente en el mirar, ni siquiera esa luz fastidiosa me impedía contemplar tu belleza. Si miras de un lado, ahí está; si miras hacia el otro lado, ahí sigue. A diestra y siniestra la luz sigue tu mirar… ¿O tu mirar sigue la luz?

Eras toda perfección, esa perfección que cualquier artista busca en su trabajo: el escritor destilando en sus palabras, el pintor creando en su pintura. El lápiz del escritor, la paleta del pintor. Eras todo eso y más.

Me perdí en la inmensidad de tu cuerpo, en la sensualidad, en tus curvas definidas. Y no me refería sólo a tu cuerpo, sino a tu sonrisa, a tus ojos, esos pequeños agujerillos que se forman en cada esquina de tu sonrisa, tus arrugas de expresión… toda tú…

Te necesitaba probar, palpar, oler, estrujar, para verificar que lo que veía era verdadero y no producto de mi imaginación. ¿Dónde habías estado toda mi vida?

59 Aunque todo sea silencio

Demasiado joven para matar Suspensión de labores hasta nuevo aviso, no, no suspensión, algo peor. Aunque suspensión de clases eran las mejores palabras que podía escuchar. Al menos para mí es como un puente vacacional sin derecho a exámenes y sin derecho a tareas. No es una noticia que le alegre a mi madre pero vale, ninguno de mis logros le han alegrado, y sé que esta noticia será como mandarme de misiones durante mis últimos años de preparatoria.

No tenía ni los once años cuando tuve mi primera relación sexual con un primo, cuyo nombre prefiero ni mencionar.

Sí, vaya que estoy enferma. Pero nos encerrábamos en mi cuarto y mi madre llegaba a apagarnos la tele y nosotros la poníamos en TV vídeo. Mi madre se tragaba el engaño. Mirábamos películas para adultos de esas que tienen escenas no tan escandalosas como las que encuentras en internet, en esas páginas de videos pornográficos. Le bajábamos todo el volumen y lo único que se veían eran bubis y culos.

Nos excitaba.

Sí, a dos niños nos excitaba, era la comezón de experimentar los besos y esa penetración que ni siquiera sabíamos que se llamaba así. Sin embargo, sólo era montarme en mi primo y fingir tener relaciones, contorsionarme encima de él y hacer gestos y gemidos como los de las mujeres de las películas. Hasta que un día me penetró. Él era mayor que yo, unos años, no mucho, le estaba saliendo vello en las axilas y en el pene. A mí ni me había bajado y tenía esa comezón de que ya me baje porque todas 61 Aunque todo sea silencio

mis amigas presumían sus toallas femeninas de colores y aromas y texturas y súper guais.

Mi primo me había mencionado que si teníamos relaciones me bajaría, que porque él rompería el himen y sangraría, y así permití que su pene erecto entrara en mi vagina infante que ni siquiera estaba húmeda. Me penetró tan rápido y fuerte que le pedí que se detuviera, sentí que no podía moverme, me dolía. Él, desobediente, inició un movimiento suave y delicioso, hacia arriba y hacia abajo.

Ahí fue mi primera vez y el inicio de mis múltiples encuentros sexuales con él hasta que un día le prometí que cuando me crecieran las bubis volveríamos a tener relaciones.

Nunca me crecieron más de lo que yo esperaba, sin embargo, desde antes de los once años me convertí en una puta adicta al sexo y hasta ahora se viene a enterar mi madre.

Vaya mierda.

Estaba en secundaria, semanas antes de cumplir mis quinces, y como siempre me encontraba en el cuadro de honor de toda mi familia. La pequeña niña de excelentes calificaciones, la futura doctora, abogada o arquitecta. La que no le gusta salir y no tiene novios. Pero vaya que me encantaba ser el centro de atención y que todos los chicos se fijaran en mí.

Vaya que me encantaba presumir de mi cuerpo y sabía perfectamente que era bella, que cualquier hombre se fijaría en mí. Lo sabía. Como cuando en un examen estás seguro de la respuesta. Sabía que cuando hablaba con hombres ellos me veían, ellos me coqueteaban y yo les correspondía.

Ahí, en secundaria, conocí a la segunda persona con la que tendría relaciones sexuales, Damián, un chico deportista, alto, delgado, guapo, con olor a colonia que te penetraba por la nariz y te dejaba un sabor nauseabundo y por supuesto, más grande que yo. Comenzó como una relación seria, él me mandaba mensajes de textos, de repente una 62 Aunque todo sea silencio

llamadita, que si me iba a ver a la escuela en la hora del receso, hasta que un día salí con él en su Chevy viejo y azul.

Me iba a enseñar a manejar y me llevó a un terreno baldío y solitario, un terreno llano donde podría moverme con facilidad y sin miedo. De primera no pasé, o más bien él no quiso que pasara. Detuvimos el carro y me dijo que saliéramos un rato. Yo le había dejado en claro que no besaba antes de tener el título oficial de novios pero no me resistí y lo puta salió a relucir. Debo admitir que fue asqueroso sentir su saliva y sus dientes chocar con los míos, los movimientos de cabezas no coordinados y la baba escurrir por mi barbilla aunado a la lengua que parecía querer llegar a la garganta.

Luego nos metimos a la parte trasera del Chevy por comodidad y ahí desabrochó mi corpiño. Eso fue como un alivio ya que mis senos estaban prendidos al igual que mi vagina.

Ambos senos estaban encendidos, a punto de estallar, pidiendo que los tocara, que los palpara como se palpan las frutas en el súper antes de ser compradas y verificar cuán maduras están.

Sin embargo, no permití que llegara a más. Bueno, no fui yo, fue la policía que llegó. Al ver las luces rojas y azules llegar, me sentí nerviosa y él sólo me dijo: Si nos piden nombres, invéntate unos e invéntate una escuela por si te preguntan. Y sí, me preguntaron mi nombre y dónde estudiaba.

La historia con Damián es muy larga, en múltiples ocasiones nos vimos pero perdí el interés por él. Sin embargo, en una fiesta que terminó hasta la madrugada, un día de verano, él me llevó a mi casa y yo preferí ir a la suya y ahí, ahí se dio todo. Pasados los días me arrepentí, mejor dicho, horas después de hacerlo me arrepentí pues me trató peor que una prostituta. Hizo que realizará sexo oral y terminó en mi boca, hicimos sexo anal y múltiples posiciones, y eso sí, no usó condón.

Y aunque no me haya gustado esa experiencia con Da63 Aunque todo sea silencio

mián, se convirtió en mi amigo con derecho, nos veíamos y fajábamos y algunas veces llegábamos hasta la cama.

Pero después de hacer lo que teníamos que hacer, los dos actuábamos como completos extraños.

Cuando pasé a preparatoria me vi envuelta en el alcohol y las drogas. Probé éxtasis, cannabis y cocaína. Tal vez y no estaba tan hundida para algunos. Por supuesto que cuando ya no tenía el control de mí misma me terminaba despertando en cualquier motel. Siempre me aterraba pensar que un día mis padres se enterarían. Y vaya que se enteraron pero unos meses después.

Había empezado a salir con Gonzo, un niño de mi edad y de mi mismo grado escolar. Era un niño bueno y aplicado.

A mis padres les encantaba. Él era tímido y cuando estaba con él me volvía igual de tímida. Nos besamos a las dos semanas de estar en una relación pero ya después de unos besos fuertes, un día me sorprendió en un taxi: me tocó el seno izquierdo y yo toqué su abdomen, seguidamente el tocó mi vagina que estaba a reventar y el taxista fue testigo de todo esto. Nos dejó en mi casa y yo le pedí que se quedara un rato más. Como era media noche, ya todos dormían, él y yo hacíamos desorden.

Con él sí me gustaba ser sucia y él parecía disfrutarlo.

Fue placentero ver como un niño tan recatado se fue convirtiendo y destapando. A los dos meses de noviazgo tuvimos relaciones sexuales en las vacaciones de fin de semestre pero fue lindo. Él fue tierno y me cuidó, creía que yo era virgen y no sabía mucho de mi pasado, yo era buena para ocultarlo, y es que yo no le quise desmentir esa idea porque él lo era.

Hicimos el amor. Con él no sentí que haya tenido sexo, fue hacer el amor. De verdad que me gustaba pero nos volvimos adictos al desorden, tanto así que hasta en la escuela lo hacíamos.

Un día lo empecé a retar a que no me besaría y él lo hizo, 64 Aunque todo sea silencio

luego le lamí el rostro y él se notó incómodo por lo que yo me molesté y lo que hizo fue fingir que lo disfrutaba, hasta que le toqué sus partes y fue como un cañón que se alzó entre sus piernas y apenado me dijo: perdón, pero no lo puedo controlar.

Nos metimos al baño de hombres y nos desnudamos, vi cómo humedeció su pene para luego introducirlo en mí y ahí fue cuando temí, temí que nos encontraran y que nos expulsaran pero la calentura podía más y continúe con el desorden.

Era recreo y algún cabrón nos habrá escuchado o habrá querido entrar al baño, que fue a pedir que abrieran la puerta. Cuando oímos el ruido yo corrí a esconderme en un baño y él se quedó afuera, desnudo. Le dijeron que qué es lo que hacía y no supo qué responder, se vistió y lo mandaron a la dirección. Qué embarazoso pero él, maldito Gonzo dijo todo, les contó desde que yo inicié retándolo y cómo terminamos ahí.

Cuando me mandaron a hablar no podía ver a la directora.

Me preguntó que si estaba consciente de mis actos, quizás quería decir de nuestros actos, pero, claro, el otro es hombre y la mujer es la que queda como puta. No le respondí y me echó un choro de ser una mujercita, sobre la educación, hasta sobre la religión, el infierno y el cielo, sobre mi futuro y sobre el qué dirán.

Sus últimas palabras fueron: suspensión de clases. Pero no era la primera vez que me suspendían. Ya en varias ocasiones lo habían hecho pero sólo de un día o dos días, y yo le decía a mis padres que había junta de maestros, junta del sindicato, huelga, etc; yo sabía cómo arreglármelas.

Cuando dijo suspensión, fue como un alivio, hasta que corrigió: Suspensión, no. Esto es digno de una expulsión, no toleramos este tipo de conductas en este colegio, es una institución y jóvenes como ustedes, sin el más mínimo respeto por su escuela no los toleramos y no los queremos 65 Aunque todo sea silencio

aquí. Joder, que me den ahorita, porque ahora sí que la he regado.

Mandaron a hablar a mis padres y mi madre estaba muerta. No podía ni mirarme pero, vamos, si hubiera matado a un maestro no le hubiera importado, si hubiera golpeado a una alumna no le hubiera importado, si hubiera quemado la biblioteca no le hubiera importado, pero tener relaciones… es la muerte.

Ahora resulta que coger es peor que asesinar pero, bueno, la verdad es que resulta que soy demasiado joven para matar.

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La presente edición consta de 500 ejemplares y estuvo al cuidado del escritor Julio Peniche

Colectivo Editorial Hojas Sueltas

Aunque todo sea silencio Antología Narrativa