Miradla allí. La muerte está en su casa.

Miradla allí La muerte está en su casa Las estúpidas historias de la detective Rosa Mel Cacho

Julio Peniche

Miradla allí La muerte está en su casa Las estúpidas historias de la detective Rosa Mel Cacho

Miradla allí La muerte está en su casa Las estúpidas historias de la detective Rosa Mel Cacho

Julio Peniche

Primera Edición Febrero 2022 Imagen de portada: http://colectivoaugur.blogspot.com/ Derechos Reservados para esta edición: Proyecto Escuela de Escritores Julio Peniche San Francisco de Campeche, Campeche, México

Miradla allí.

La muerte está en su casa.

(Parte introductoria) Siempre dicen que las primeras horas después de un asesinato son las más importantes, pero este caso en particular contradecía toda la experiencia que una como investigadora puede tener. Nací y crecí en la colonia 20 de noviembre, aunque alejada de la mayoría de las personas, de su trato, porque mis padres siempre me obligaron a dedicarme solo al estudio.

Mi madre era vendedora de plátanos fritos, chicharrones y otras frituras; mi padre, albañil, no pudo recuperarse de una enfermedad que devastó sus pulmones; así que, mi vida en la 20, fue ver de lejos a los demás.

Así que, cuando me dijeron que don Fermín estaba detenido por asesinato, por más que traté de recordar quién era él, no pude. En mi mente solo tenía una vaga idea de un hombre de mediana edad que siempre pasaba por la puerta de mi casa y saludaba a mi papá, sentado siempre frente a la calle.

-No quiere hablar con nadie -me dijo el detective Belascuarán-. No ha dicho una sola puta palabra desde que lo trajeron. ¿Cómo vienes hoy, Rosa?

-Como diría el poeta maldito Witz, con mi ardiente virginidad y la de esta sociedad, palpitando en la palma de mi mano. ¿Qué fue lo que pasó?

-Pues, eso es lo que estamos tratando de averiguar, pero no coopera, está mudo, ni siquiera pestañea -Belascuarán pestañeó tres veces, se veía cansado.

-El reporte dice que, don Fermín, apenas hace unos días que salió de prisión.

-Así es, Rosa Mel Cacho, él estuvo casi 12 años encerrado por dispararles a dos jóvenes distribuidores de droga, allá, en tu colonia. Lo soltaron según por buena conducta, pero uno nunca sabe con esta gente.

Miré con desdén a Belascuarán, nunca me acostumbré a ese tipo de expresiones que me rodearon durante toda mi infancia y juventud, sobre todo en la escuela, donde constantemente era señalada por vivir en esa colonia.

-Vete a la verga -contesté molesta.

Leí el pequeño reporte que Belascuarán, o alguien más, había redactado: Hombre de aproximadamente 67 años, restituido a la sociedad apenas hace unos días, presuntamente asesina de un palazo (con una pala, pues) en la cabeza a ex funcionario de la Secretaría de Educación al encontrarse ambos en un bar del Centro Histórico de la Ciudad.

Testigos reportan que apenas y cruzaron palabras, que el presunto asesino incluso se tomó una copa con el fallecido, brindaron, se levantó, fue a su triciclo afuera del bar, tomó su pala y regresó al interior.

No hubo discusión alguna, el homicida se detuvo justo a espaldas de la víctima y soltó un certero palazo, de corte limpio; la víctima simplemente se dejó caer sobre la mesa del Bar El Palacito Chino y comenzó a sangrar abundantemente. El inculpado, dicen los testigos y todos concuerdan, no hizo por huir del lugar, simplemente se sentó ahí, en la misma mesa, a observar cómo se desangraba su víctima.

No hay declaración del inculpado, se niega a declarar.

Eso era todo, nadie tenía ni la más remota idea de lo que había pasado. Traté de recordar quién era don Fermín, cómo era su trato, su plática con mi padre por las mañanas, pero nada vino a mi memoria.

Ese era otro día como cualquier otro, eso creí al despertarme esa madrugada, a las 5 am como todos los días, leer un poco del poeta maldito Sergio Witz, maldecir al mundo, tomar un baño, desayunar y salir a hacer lo que mejor hacía: resolver crímenes o dejar que se resolvieran solos.

(Parte uno) -Dice Larry Holmes que eres una perra…

No le contesté a Belascuarán, estaba harta de ese gringo que creía que todas las mujeres se debían derretir por él. Había llegado a la unidad investigadora apenas unas semanas atrás.

-Dice que va a cogerte, hasta apostó por ello.

-¿Cuánto apostó? -contesté mientras revisaba la carpeta del caso de don Fermín.

-Nada más y nada menos que mil dólares, Rosita.

-Diles a los muchachos que apuesto dos mil dólares a que no… hay algo que no cuadra en este caso, Belascuarán. No se ha movido nada en los medios, nada en las televisoras, en la radio, en los periódicos y ni en las redes sociales.

-Eso mismo pensaba yo, pero esa respuesta solo la tiene el jefe. Creo que este caso puede ser uno de los más complicados, aunque ya tengamos al culpable, paradójico, ¿no?

-¿Dónde tienen a don Fermín?

-Lo pasaron a una celda, no tenía caso tenerlo en el cuarto de interrogación.

Me asomé por el pasillo y al fondo, a través de los cristales y las persianas, vi al jefe reunido con una de las mujeres más hermosas que había visto en mi vida. Su rostro era perfecto, los movimientos de sus manos, su cabello, la boca, mientras hablaba, eran de una perfección pura.

-¿Quién está con el jefe, Belascuarán?

-No lo sé, esa señorita llego hace como dos horas y apenas el jefe la acaba de recibir en su despacho.

-¿Te gusta, Rosa Mel Cacho?

-Chinga a tu madre. Creo que iré a hablar con don Fermín.

Caminé por el amplio pasillo, el olor a café negro y galletas, dulces galletas, inundaba la mañana. Llegué a los separos y en una celda, pequeña, de un metro por un metro, lo vi, sentado, sonriente. No había ninguna culpa en él.

-Niña, qué gusto verte.

-Don Fermín -contesté para seguirle el juego, porque no me acordaba de él-. ¿Por qué lo hizo?

-¿Qué caso tiene saber por qué lo hice, mi niña -suspiró- Él está bien muerto y yo estoy tranquilo, no temo regresar a la cárcel, ya me da igual.

Le ofrecí un cigarro, no lo tomo. Yo me encendí uno. No sabía qué decirle, cómo acercarme a él para que comenzara a hablar y los dos nos quedamos sentados ahí. Don Fermín tenía las manos juntas, a la altura del pecho, y oraba en silencio. Eso pensé.

-Es por el alma de ese hombre, rezo por el alma de ese hombre.

El murmullo de su voz me daba cierta calma, una tranquilidad como no había sentido hace mucho tiempo. Lo dejé que terminara de rezar, mientras pensaba en Larry Holmes y los dólares que me podía echar a la bolsa.

Estuvimos así, apretados en esa celda, por más de media hora. Creo que fumé otro cigarrillo y pensaba en las pendejadas que el gobierno en turno hacía, decía y presumía en televisión y redes sociales. En la pobreza que viví en la 20 de noviembre y en la ausencia de acciones de gobiernos estatal y municipal, en la joda que los policías nos ponían solo por vivir ahí. Quizás eso me llevo a ser policía investigadora.

-Mi niña, quieres que te cuente una historia.

-Don Fermín, solo quiero que me cuente qué pasó, por qué asesinó de un palazo a ese hombre.

-Mi niña, déjame que te cuente una historia.

La súplica que escuché en el tono de su voz me hizo callarme y suspirar, y don Fermín, ese hombre del que no me acordaba mucho, comenzó a hablar: “Es la historia de un muchacho que nació en Candelaria, en la más terrible pobreza, donde vivió en carne propia violencia por parte de su padre borracho, y no es excusa.

A los 16 años, cansado de todo eso, decidió escapar de su casa y a puro raid, con traileros, llegó a la ciudad capital, San Francisco de Campeche, para mejorar su vida,

pero ahora sé, a mis casi 75 años, que eso no es posible.

La pobreza es un fantasma que nunca nos deja a los que nacimos sin nada.

Las primeras semanas fueron terribles, hambre, dormir en parques, sentir el frío, la lluvia, el acoso de la policía, sus insultos, los insultos de la gente; hasta que todo comenzó a mejorar. Peón de albañil, el destino de los muchachos pobres que quieren progresar, la marihuana y el alcohol”.

Don Fermín hizo una pausa y yo no le dije nada, esperé paciente, como toda mi vida, como hice para que el amor me llegara; aquel anciano continuó: “Aquel joven, por fin, pudo tener algo de dinero en el bolsillo, su primer pago. Y feliz, aceptó la invitación de otros muchachos para ir a un baile en el local de la Pepsi, sobre el malecón, el sábado después de una colada de techo.

Se arregló, se compró una buena camisa y salió para el local de la Pepsi donde la música, el alcohol, las drogas y la juventud lo hicieron sentirse libre por primera vez en su vida, una felicidad que nunca había experimentado.

Esa fue su perdición, aquella madrugada. De otra mesa comenzaron a mandarles cervezas, una mesa de esos hombres a los que les gustan otros hombres, así me dijeron mis amigos. Y uno de ellos era muy hermoso, así lo vio aquel joven, deslumbrado por su manera de vestir, su cabello acomodado, la joyería en su garganta y manos, dedos.

Sus amigos, bueno, esa gente con la que andaba, lo convencieron de que esa noche podía salir con mucho dinero, que solo tenía que irse con ese hombre afeminado, pero el joven no entendía bien, al principio. Luego lo entendió todo.

Los amigos del joven le hicieron una seña a ese hombre y se acercó a la mesa, les entregó unas bolsitas de cocaína, tomo a aquel joven de la mano y se lo llevó fuera del local de la Pepsi, a las orillas del malecón. Entre los mangles.

Después de tener sexo, a petición del hombre, el muchacho lo esperó ahí, sentado, a que regresara con el dinero, pero eso no sucedió”.

Don Fermín hizo una pausa. Vi que una de sus manos temblaba y no supe de qué, si de ira, de miedo, de tristeza, de impotencia. En ese pequeño espacio de la celda, no podía verlo a la cara, no podía saber qué reflejaba su rostro, pero sus manos sí.

Suspiró y continuó su historia: “Pero no hubo dinero, no regresó con el dinero, al contrario, regresó con los otros hombres en su mesa y sin decir palabra alguna comenzaron a golpear a aquel joven, mientras el hombre aquel se masturbaba.

El adolescente recibió la golpiza más grande su vida y mientras eso sucedía, no hacía más que llorar, llorar su ingenuidad ante el mundo del que creía haber escapado.

Y no fue todo, mi niña, luego de golpearlo, lo desnudaron y lo violaron uno a uno.

Llegó una patrulla, los alumbraron con sus lámparas de mierda, disculpa la expresión, pero cuando vieron quién era aquel hombre tan hermoso, se disculparon y se retiraron de ahí, perros. Ese hombre solo les pidió que regresaran apenas comenzara a amanecer para llevarse al adolescente. Y así fue.

El joven estuvo casi una semana, golpeado y violado, en un baño del DAP, en un edificio del Centro Histórico, donde apenas y lo alimentaban con pan francés y botellas de agua que una secretaría le llevaba a escondidas. ¿Sabes cómo termino su martirio? Fue hasta que ese afeminado tan hermoso llegó al baño, se acercó y le dijo que lo dejarían irse, pero que no dijera nada, que prometiera que no diría nada porque si no, lo matarían. Y aquel adolescente aceptó.

Pero hay algo que nunca pudo olvidar, aparte de su manera extraña de mover las manos cuando hablaba, el color azul de sus ojos, tan claros que daban miedo, donde podías reflejar tu propia mirada y perderte. Esos ojos”.

Don Fermín dejó de hablar. Noté que sus manos estaban húmedas, no sé si era sudor o llanto. Yo no sabía qué decirle,

qué hacer, ¿cómo reconfortar el dolor verdadero, ese que llega de la derrota ante la vida, que te destruye y aniquila para siempre?

Solo pude recordar un fragmento de un poema de Alberti, que no sé si salió de mi boca:

Miradla allí. La muerte está en su casa.

Oye un ciego reloj de horas desiertas, y hay muchas calles donde nadie pasa porque ya nadie puede abrir sus puertas.

Ciudad, que ni una sombra se despierte en esa triste casa de la muerte.

Y después, en la penumbra, los dos cerramos los ojos en espera de que sucediera algo, algún milagro, alguna de esas cosas que no pasan sino solo en las estúpidas historias de los cuentos y novelas.

(Segunda parte) -¿Y, ya tenemos algo sobre el motivo del homicidio en el Palacito Chino, Rosita rosita?

-¿Para qué quieres saber, Belascuarán?

-Pues, estuviste ahí, abajo, como tres horas con él, don Fermín, casi toda la mañana. Debes saber ya cuál fue el motivo, es tu labor como investigadora, como la mejor detective de este departamento jodido.

-Al menos, Belascuarán, confórmate con que, la nueva directora de la Policía Estatal no nos ha enviado a esa mamada de la limpieza de espacios dizque públicos por parte de elementos de la policía.

-Eso sí, Rosa Mel Cacho, ahí sí te doy la razón. ¿Quién nos viera limpiando terrenos con el desmadre de casos sin resolver en la ciudad? Aunque, este caso de don Fermín, pues, técnicamente ya está resuelto.

-Lo has dicho, Belas, técnicamente, pero lo curioso es eso, nada en los noticieros ni en las redes sociales… y otra cosa, esa mujer no se ha ido, sigue ahí con el jefe. Los vi al pasar.

Sobre mi escritorio estaba el escueto reporte sobre el caso de don Fermín y aproveché para repasar los hechos: Hombre de edad avanzada, de rudimentaria vestimenta, entra a un bar, se sienta en la mesa de otro hombre, igual de edad avanzada y ex funcionario muy importante en la ciudad, se toman una copa juntos; luego, el hombre de rudimentaria vestimenta se levanta, sale del bar, toma una pala que llevaba en su triciclo, regresa y lo asesina de un certero golpe, de canto, en la nuca.

Pero las imágenes que proyectó mi memoria no concordaban con las palabras, en lugar de un hombre de avanzada edad, vi a un joven de 16 años, lleno de furia, de miedo, de culpa y vergüenza, con la pala en la mano, entrando a ese bar; y en lugar de un ex funcionario de avanzada edad, vi a un hombre afeminado, riendo y burlándose, riendo no a carcajadas, sino a gritos, sin sentido alguno.

Y todo a mi alrededor comenzó a cambiar: Ya no estaba en el departamento de policía, estaba ahora en el local de la Pepsi, sobre la avenida costera de la ciudad capital; el estruendo de la música no paraba, Polymarch en todo su esplendor, y caminé entre la gente hasta verlo ahí, sentado, a ese joven de 16 años, rodeado de sus amigos.

Vi también, en una mesa cercana, a ese hombre hermoso, reír, disfrutar de una vida sin preocupaciones y lo vi, también, hacerles un guiño a los amigos del adolescente. Sí, todo estuvo preparado desde que lo invitaran a ese día de fiesta.

La música comenzó a sonar más y más, hasta hacerse un ruido ensordecedor en mis oídos; las luces del lugar me hacían sentir mareada, trastabillaba, chocaba con sillas y mesas tratando de acercarme a ese adolescente y prevenirlo, pero no pude.

Solo alcancé a ver cuando aquel hombre hermoso lo tomaba de la mano y lo llevaba fuera del local de la Pepsi, rumbo a la costera, al manglar y quise gritar, gritar como nunca lo había hecho en mi vida… unas palmadas en la espalda me despertaron. Estaba recostada sobre mi escritorio. Era Belascuarán.

-El jefe quiere hablar contigo.

Cuando entré a la oficina del jefe, ahí estaba ella. Sí, era muy atractiva y debía tener como 23 años. Después lo sabría, por boca de otros amigos investigadores, era una joven abogada, recién egresada y amante de un alto funcionario, decían, que había sido traída a la ciudad capital para llevar en silencio, fuera de foco, los casos que implicaran a la cúpula política de la entidad.

-Saludos, detective Rosa Mel Cacho, su fama la antecede en todo el departamento de policía. Y creo que, como dice su jefe, usted puede ayudarme para que este caso pase ya, creo que no hay nada por investigar, ¿o sí? -la pregunta con que cerró su discurso era maliciosa, una advertencia o una amenaza y yo lo sabía muy bien.

-Disculpe, señorita, pero yo no puedo hacer a un lado mi labor como investigadora. Mi credibilidad está en juego y la de toda la corporación. Y si me disculpa… Jefe necesito investigar todo lo relacionado con este hombre, ex funcionario político.

El jefe no dijo nada. Noté que su labio superior, por el lado izquierdo, temblaba, como sucede cada vez que siente ira y no puede sacarla. Su pose, parado y detrás de su escritorio, no era amenazante como otras veces, sino como la de un perro entrenado para no atacar cuando se lo ordenan, pese a que todos sus instintos son un marasmo, una carnicería interna a punto de explotar.

-Creo que eso no se va a poder, detective Rosa Mel Cacho -exclamó la morenaza de fuego, como le diría luego Larry Holmes, el gringo avecindado en la ciudad, el que había apostado dos mil dólares a que podía cogerme-. Tengo aquí estas carpetas de investigación sobre el difunto, que la familia no quiere que se den a conocer o que se usen en una investigación. Es simple, Detective, la familia quiere que todo esto quede ya en el pasado.

El rostro de mi jefe estaba rojo, las facciones duras. Esperaba que él callara a esta joven insolente, que gritara que todo esto era una estupidez y que las investigaciones seguirían su curso normal, pero cuando le pregunté al jefe si la cosa iba a ser así, él simplemente asintió con un movimiento de cabeza.

La morenaza siguió hablando: “Tu jefe -recalcó irónicamente- ya recibió todas las instrucciones necesarias sobre este caso y espero que no olvide que es una orden que tiene que cumplir, además de que usted, Detective, como su jefe y el inculpado, tendrán que firmar un acuerdo de confidencialidad para no volver a hablar sobre este tema. ¿Estamos todos claros?”

-¿Y qué va a pasar con don Fermín? -Le pregunté al jefe, pero fue la joven abogada quien contestó a mi pregunta.

-Como te dije, las instrucciones ya las recibió tu jefe y es él

quien te pondrá al tanto de todo. Creo que yo no tengo nada más que hacer por aquí, pero créanme que me verán muy seguido en este lugar -acentuó con desprecio.

La joven abogada, salió de la oficina sin decir otra palabra.

Yo saqué un palillo de dientes, la costumbre que había elegido cuando las ganas de fumar me atormentaban. El jefe no decía nada, se sentó y dejó escapar un largo suspiro mientras murmuraba: “Perros, somos solo unos simples perros entrenados, al servicio de los políticos”.

-¿Qué va a pasar con don Fermín? -volví a lanzarle la pregunta.

-Homicidio involuntario, así será, 12 meses de cárcel que pueden ser menos por buena conducta, libertad condicional y multas, que por cierto ya están pagadas.

-¿Por quién?

-¿No te lo imaginas, Rosita? -el jefe hizo una pausa.- Pagadas por la misma familia de la víctima.

Sonreí. Recordé muchas cosas que el poeta maldito, Sergio Witz, siempre me decía, la doble moral de los habitantes de este puerto, la mierda permanente entre los políticos, funcionarios de gobierno, ex funcionarios, ex gobernadores y demás. “Parásitos literarios que protegen a sus crías”, murmuré, pero no encontré respuesta en el jefe.

-Bueno, creo que es hora de retirarme, ya no hay nada que hacer en esta investigación.

-¿Sabes lo que había en esas carpetas de la víctima, Rosa Mel Cacho? -no contesté porque sabía que la pregunta llevaba implícita la respuesta.- Más de una treintena de denuncias por diversos delitos como acoso sexual, violación, estupro, golpes y amenazas… toda una fichita nuestro distinguido ex funcionario muerto. Cosas que a nadie ya importarán, aseguran sus familiares, ahora que está muerto. Y créeme, Rosa, que no faltarán los homenajes, las esquelas en los periódicos y redes sociales hablando de lo buen hombre que fue.

-Así es esta vida, jefe, ¿qué le vamos a hacer? Estamos en lo más bajo de la cadena alimenticia de la política, somos

los perros de los perros de los perros de los políticos y funcionarios de gobierno.

-¿Quieres que te sea sincero, Rosa? Lo que te voy a comentar es algo confidencial y, por lo mismo, no lo podemos comentar con nadie, solo entre nosotros.

-Ahora resulta que me tiene mucha confianza, jefe.

No hizo caso a mi comentario y continuó: “Esta joven abogada es muy inteligente, muy preparada, incluso, citó a tu poeta favorito, al que enjuiciaron por su poema a la bandera, el que se limpia el culo con la bandera… pero hubo algo que me sorprendió, el hecho que me planteó, que me hizo entender sin decirlo, sin comprometerse con ello, de que la familia estaba casi agradecida con don Fermín… creo que el ex funcionario no era bien visto por toda su familia, eso creo, eso me hizo entender ella.

Y, por cierto, Rosa, deja de hablar pendejadas de la nueva directora de la Policía estatal, la que trajo este nuevo gobierno sabrá quién sabe de dónde… y prepárate, a la unidad de investigación le tocará ir a hacer limpieza a Playa Bonita la próxima semana”.

-Puta madre -fue lo único que pude exclamar.

(Epílogo sin sentido) Belascuarán me aviso por la madrugada, a mi celular. Había sido un día sin sentido, ajeno a mí, como don Fermín, como la familia de ese exfuncionario muerto en el Palacito Chino, como la presencia de esa morena abogada, joven.

Desperté al sonido del celular. Abrí los ojos y no reconocí el lugar donde estaba. Era frío, lleno de estructuras de metal, pedazos de lámina gris y algunos otros oxidados; un olor a fierro viejo, a llovizna, inundaba el lugar apenas iluminado por un foco amarillento y por la luz ámbar que se colaba por una ventana, desde un poste de luz.

-¿Qué sucede? -murmuró el hombre a mi lado.

-Don Fermín, reportaron que se suicidó en el Cereso de Kobén.

Me senté en la orilla de la cama, rechinó un poco. Estaba desnuda y el frío me había dejado los pies insensibles. Moví un poco los dedos y noté que algunas uñas se estaban despintando. El hombre a mi lado resopló un poco, fue una queja sin sentido como todo lo que había sucedido un día antes.

Me levanté y caminé un poco. Él se sentó y encendió un cigarro. “Esta madrugada hay heladez, regresa a la cama, Rosa”.

Lo recordé todo, así, como si un balde de agua fría me cayera encima y me sentí molesta. Estaba en el pequeño taller de herrería de mi ex marido, en la 20 de noviembre, un poeta frustrado, alguien que había trabajado casi 12 años en el gobierno hasta que lo sacaron de ahí sin más ni más, un hombre que nunca maduró lo suficiente para poder sonreír abiertamente o simplemente llorar, para demostrar cariño a su esposa y su hija.

-Regresa a la cama, Rosa, hay mucha heladez y estás desnuda.

-¿No escuchaste lo que te dije?

-Sí, pero así es la vida, no podemos detenernos ante la muerte de cualquier persona que conocemos. La muerte sigue adelante siempre, como la vida misma… ¿qué quie-

res que te diga? ¿Qué don Fermín era un buen hombre?

No, no lo era.

Yo simplemente me ponía mis pantalones vaqueros mientras él hablaba. Busqué en la penumbra mi blusa y mi chamarra de cuero. Conté el dinero que llevaba en el bolsillo del pantalón parta ver si él no me lo había robado.

Estaba completo.

Poeta frustrado, poeta de provincia, poeta sin futuro, así lo veía yo y no me importaba como lo veían los demás. Ssi era un ejemplo a seguir para ellos, para todos, para mí solo era mi ex marido, alguien tan simple que por eso no podías entenderlo nunca. Simple, encerrado en su mundo.

-¿Ni siquiera algo bueno puedes decir de don Fermín? No imagino lo que dirás de mí a tus amigos de aquí de la 20. Él no me contestó. Terminé de vestirme, tomé mi arma de una mesa de herrería a medio acabar y caminé rumbo a la puerta. Fue entonces cuando la vi, vi esa plaqueta de poesía que él publicara hace muchos años, cuando apenas nos habíamos casado.

Musas en Pasamanos, y en la portada estaba yo, semidesnuda, aunque no se me veía la cara. Musas en Pasamanos, las palabras de un poeta frustrado, ahora de 47 años, trabajando en un taller de herrería de la 20 de noviembre. Solo.

“Yo no quiero un destino así”, murmuré y caminé hacia la pequeña puerta de salida que siempre estaba abierta sin importar la hora. La madrugada comenzaba a disiparse, al igual que la neblina, algunos perros comenzaban a recorrer las calles, hambrientos.

“Yo no quiero acabar así, don Fermín”, murmuré de nuevo y a lo lejos, me pareció ver a don Fermín pasar en su triciclo, adelante se llevaba a él mismo, pero más joven, como de dieciséis años, e instintivamente me llevé la mano al cinto, en busca de mi pistola, pero esas figuras se desvanecieron, todo se desvaneció con la primera luz del día, a mi alrededor.

Desde la ventana, el poeta frustrado me observaba con curiosidad, desde su mundo, un mundo que nunca había

podido entender. “Un mundo como el tuyo, Rosa, que no puedo explicarme, que no tiene sentido para mí. Dime, ¿por qué quieres ser policía y, además, investigadora?”, ese fue el reproche más constante cuando todo comenzó a ir mal entre los dos.

-No, yo no quiero terminar como él- y mis palabras, el aliento, dibujaron un vaho en el frío aire del amanecer y los perros cercanos me comenzaron a ladrar. Era otro día más, otro asesinato más que había qué resolver. Quizás, ¿por qué no?, el de don Fermín.

Colofón La presente edición tiene un enfoque digital y estuvo al cuidado del escritor Julio Peniche.

Leí el pequeño reporte que Belascuarán, o alguien más, había redactado: Hombre de aproximadamente 67 años, restituido a la sociedad apenas hace unos días, presuntamente asesina de un palazo (con una pala, pues) en la cabeza a ex funcionario de la Secretaría de Educación al encontrarse ambos en un bar del Centro Histórico de la Ciudad.