El año que valimos madre

El año que valimos madre JM García

El año que valimos madre

El año que valimos madre JM García

Primera Edición Diciembre de 2021 Derechos reservados para esta edición: Proyecto Escuela de Escritores Campechanos® JM García ® Impreso en San Francisco de Campeche, Campeche, México

El año que valimos madre

T

enía 12 años cumplidos cuando me morí ahogado. Fue en la pileta de un terreno con árboles frutales. Habíamos ido a jugar futbol y a tomar sangría bajo un cielo azul en un día perfecto de 1995. Fue una estupidez meterse en la pileta con más de 3 metros de profundidad. Fue una estupidez quedarnos solos los dos adolescentes que no sabíamos nadar. Fue una estupidez no salir del agua. Fue una estupidez la voluntad de Víctor por demostrar que no pasaba nada. Fue una estupidez intentar salvarlo cuando empezó a ahogarse.

Debí gritar, ir por ayuda. Creí que no había tiempo y no quería cometer una estupidez que le costara la vida. Pero eso hice. Así que fui por él, aferrado a mi estupidez y a una pelota de futbol que apenas flotaba.

Llegué a su lado, él ya estaba en una danza de muerte y no pude más que seguir ese ritmo. Me empujaba hacia el fondo, Víctor quería treparse sobre mí para existir. No lo culpo, no fue alevosía sino desesperación…

En ese momento me di cuenta de la cadena de estupideces que me habían llevado a esa encrucijada.

Era muy posible que muriéramos, era lógico. Nues7

tros compañeros que sí sabían nadar se habían ido a recoger naranjas a muchos metros de distancia… Era improbable que escucharan nuestros gritos en ese laberinto de árboles frutales. Así que me aparté de Víctor. Lo empujé, decidí pelear por mi vida… No podía morir a los 12 años. No me había enamorado, no sabía nada de la vida… No había llegado a ser quien debía ser. Y sobre todo no podía morir de esa forma tan absurda: Al final de una larga cadena de decisiones estúpidas.

Tracé un plan: Si no podía nadar trataría de acercarme lo más posible saltando desde el fondo a la superficie… Había posibilidades de alcanzar la orilla.

Tal vez. Con cada salida a la superficie tomaba aire y agua, me la tragaba y avanzaba un poco. Ahí estaba el filo de la orilla de cemento. Lo sé, era un plan estúpido… Pero ¿Qué otra cosa había?

Fue lento. Uno entiende la relatividad del tiempo y el espacio cuando se está ahogando: Un segundo son años luz y esa orilla es Alfa Centauri. Tragaba agua, la respiraba un poco, tomaba aire, abrazaba la nada y daba patadas (De ahí el término)…

Tras un tiempo me cansé, ya no me respondía el cuerpo: Salí a la superficie y supe que sería la última vez. Supe que iba a morir. No había más. Y por primera vez en esos años luz me sentí tranquilo porque ya nada dependía de mí. Así que aflojé. Sabía que debía dejar entrar el agua a mis pulmones. Sabía que lo único no estúpido que podía hacer ese día era soltar la vida y entregarme a ese cálido útero final, tenía lógica… ¿Sabes lo que es tener 12 años y saber que no hay nada más? La verdad es que no hay revelaciones.

Solo estás cansado de pelear y quieres ir a casa… w Ahí fue cuando vi la orilla y la mano extendida hacia mí. Erick había llegado. Me sacó de un jalón, fue navidad y día de reyes… Erick me arrancó del tibio útero 8

de la muerte. Me trajo al mundo. Jamás le dije gracias.

Luego fue por Víctor… Y se cancelaron los funerales, no nos convertimos en fantasmas.

Pero algo se quedó ahí ese día. Un tributo al dios de los ahogados: Por un segundo me vencí a la muerte. Pienso en esto en noviembre del 2021… Precisamente un día que me siento así. Cansado. Tras una serie de decisiones estúpidas que desembocaron en este año de mierda. Y algo me dice que no hay más. Algo oscuro, más antiguo que la tierra y que dios, pide que me entregue. Es un susurro… Una caricia y un beso en la mejilla. Quiere que deje entrar el agua a mis pulmones. Pienso en Lola y en todo lo que se perdió este año. Casi es un alivio estar vencido.

Pero como siempre: Soy estúpido, doy una última patada. No sé, quiero ver una nube y en ese viaje relativo encontrar la orilla y una mano prodigiosa…

Es posible

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Lo más dulce, lo más amargo

A

quién quiero engañar. Sé que no puedes leer esto. Quisiera… Daría todo porque leyeras… Porque supieras. Estoy demasiado borracho, no quiero sentir. Quiero estar así, entumido hasta el final. Te fuiste un sábado al medio día. De verdad pensé que sería un sábado normal, que despertaríamos juntos, que irías al patio, que volverías y me seguirías amando como cada día desde hace nueve años. Pero tuve que decidir y me muero. Porque sabes: Soy un pendejo decidiendo… Y no sé. Quisiera saber si es lo correcto. ¿Por qué soy tu verdugo? ¿Por qué me quedo con esa duda? ¿Por qué no estás?

Llegaste a mi vida hace nueve años y me diste todo. Fuiste mi amiga y fuiste todo. Te entregaste hasta el final y hubiera querido ser mejor… Si pudiera, daría lo que soy porque estuvieras aquí. En serio.

Me mata tu ausencia, quisiera estar enterrado contigo en un hueco en la tierra… ¿Por qué me dejaste? ¿Por qué todo se va? ¿Por qué tuve qué decidir?

He tomado whisky y cerveza y he fumado… Y a pesar de todo. Me siento vacío. Éramos tú y yo… Y ahora soy yo. Y es tan poco…

Tan mínimo. Algo se está muriendo dentro de mí, algo se queda en un hueco en la tierra, contigo. ¿Por qué te vas? ¿Cuál es la lección? ¿No sabes que te necesito?

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Quisiera creer en el más allá, pensar que me esperas… Que hay un río y me ayudarás a cruzar. Que volveremos a estar juntos abrazados, suspendidos en el tiempo. Pero no creo en nada, ni en nadie y me muero porque tuve que decidir: Te consta que soy un pendejo decidiendo. ¿Por qué te fuiste este año? En el que todo se cae a pedazos. Soy egoísta lo sé. No soy el amo que merecías. Tú eras la que me paseaba esas tardes. La que me hacía, acaso, una cosa mejor que lo que queda… Me siento tan poca cosa sin ti.

No hay palabras, ni paseos, ni caricias, ni nada para expresar todo eso que te debo. No estaría aquí escribiendo esto, si no fuera por ti. Por todo ese amor que no merezco. Que sepan todos que tu nombre es Lola, que eres épica e inmortal y que te amaré hasta el último día de mi vida.

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La presente edición tiene un enfoque digital y estuvo al cuidado del escritor Julio Peniche.

Antes de entregarme hubo tiempo de una estupidez más, emerger de nuevo, acaso para ver por última vez esa nube que rascaba el cielo azul. “Es un bonito día para morir” pensé.