OPINIÓN
Firma invitada / RODRIGO CARRIZO *
EL DESAFÍO DE AMIGAR A DARWIN CON EL AGRO
Ilustración: Kiko Gómez ©
D
urante el mes de febrero se festeja el Día de Darwin, una celebración instaurada para conmemorar el aniversario del nacimiento de Charles Darwin, en febrero de 1809. Esta celebración busca destacar el aporte y la contribución a la ciencia del “padre de la Teoría de la evolución” y promover la práctica de la ciencia en general. “El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida” de Darwin y Wallace, se publicó en 1859 cambiando para siempre la perspectiva evolucionista de la biología. Cuando leí “El origen de las especies”, hace ya más de una década (no es fácil leerlo para quien no sea fanático de los tordos rupestres de Guayana), me despertó especial interés el hecho de que la extinción era una de las dos posibles consecuencias de la evolución por selección natural, siendo la otra la modificación. Como es bien sabido, esta selección natural describe la competencia entre los individuos de una misma especie por sobrevivir debido a la influencia del medio que los fuerza a adaptarse. En base a esto, es sumamente fácil hacer la analogía a las empresas y sistemas económicos y productivos. La revolución tecnológica es hoy. Es irreversible, real, tangible y cambiante. Muestra señales de una evolución constante y un desafío de resiliencia y reinvención tanto de procesos y metodologías como de modelos de negocios u operativos; de palancas de financiamiento como de paradigmas de compra y trazabilidad. Estas señales predicen un Darwinismo latente en todos los sectores productivos. Transformarse o morir, digitalizarse o desaparecer. Puro Darwinismo. Con la principal y no menor diferencia, que el entorno y las necesidades de la humanidad avanzan más rápido respecto a los tiempos de “evolución natural” de las empresas, principalmente del sector agroalimentario, y es clave el papel de la ciencia aplicada en todos los aspectos: microbiología, nutrición, educación, química, genética, biotecnología, ingeniería y hasta comercialización. La pasada pandemia aceleró los procesos de compras, dándonos la posibilidad a las empresas nativas digitales como AURAVANT, de liderar los nuevos hábitos de compra, atender las nuevas necesidades de consumo y ser la mejor alternativa para las empresas agrícolas que necesitaban implementar de manera rápida y eficaz una transformación digital interna. Aún así, con todas las condiciones dadas, el sector agrícola se manifiesta distinto al resto de los sistemas económicos-productivos, y continúa perdiendo la carrera de la adopción digital frente al sector financiero, la salud, y otros. En el agro no todos los actores juegan en la misma liga, especialmente en España, donde la diversidad de suelos y cultivos es tan amplia como el nivel de adopción a la digitalización de sus agricultores y empresas. El sector agroalimentario que aporta en orden de magnitud
casi un 10% al producto bruto, un 12% al empleo, que representa alrededor del 20% de las exportaciones, sigue siendo uno de los sectores más relegados en I+D con solo un 4% del total de la inversión en investigación y desarrollo de España. La razón no está en la carencia de políticas estatales (aunque haya algo que corregir en este aspecto) donde las PAC aprobadas en Bruselas ya tienen el foco puesto en la sostenibilidad y la necesidad de digitalización. Tampoco busquemos la causa en la falta de nuevos desarrollos y tecnologías aplicadas o, en escasez de nuevas empresas o herramientas digitales y, mucho menos en falta de interés en el sector. El tema es tanto cultural como de riesgo asociado. El agro es un sector drásticamente afectado por los acontecimientos sociales y políticos, íntegramente ligado a las condiciones naturales y principalmente influenciado por su rol dentro de la historia: el motor de la alimentación mundial y la base fundacional de las sociedades. La única industria capaz de perdurar en el tiempo sin abrazar con dinamismo considerable nuevas practicas digitales y avances tecnológicos, en otras palabras, sin evolucionar al ritmo del entorno. Las causas están asociadas a los hechos históricos que han influenciado y alejado a estos grupos del resto de los sectores productivos y a los enormes riesgos intrínsecos que conlleva que “algo salga mal”. Esta barrera en la adopción de la revolución digital y tecnológica hace que las personas que toman las decisiones en mayor o menor escala sepan que tienen que transformarse digitalmente, pero tengan incertidumbre de donde dar el primer paso. El gran desafío es amigar a Darwin con el Agro, hacer que el sector evolucione, que se suba a la revolución digital y que quien marque el ritmo del sector sea la evolución tecnológica de la mano de la eficiencia y digitalización, y que en esa ola evolucionista se arrase a toda aquella práctica plausible de ser digitalizada, tecnologizada y/o eficientizada. Aunque ya hay signos de que esto está cambiando, el camino es largo, y es más parecido a un camino rural que a las autopistas de quienes crecimos en la era digital. Poder entender los ritmos de los caminos de agro y seguir pese a las sequías y a las inundaciones, con la tenacidad y persistencia de quienes los transitan a diario, es clave en esta transformación. La sociedad global lo necesita. El potencial es infinito. Los próximos años estarán marcados por un crecimiento exponencial en la digitalización, lo que tendrá un efecto directo en la productividad y en la seguridad alimentaria. Como siempre, la “mayoría temprana” impulsará (y está impulsando ya) al resto, y los siguientes adoptantes recibirán una contribución marginal de valor generado, dejando fuera del mercado a una parte de los escépticos actuales o late adopters. Generando así sobrevivientes que lograron evolucionar para adaptarse al medio y, extintos que no logran subirse a la ola de la transformación a tiempo. *Director comercial de Auravant www.auravant.com
PROFESIONAL
Febrero
8
2022