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De aquí y de allá” Entrevista a Alejandra Kamiya

“De aquí y de allá ”

Abandonar por unas horas la oficina para hablar con la escritora Alejandra Kamiya era una promesa de desconexión. Caminamos unas cuadras, presentándonos, y dimos con un convento en pleno microcentro. Nos sentamos allí a dialogar. Fue una charla de [nuevos] amigos, con la excusa de una entrevista.

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¿Cuándo empezaste a escribir?

Siempre escribí. No tengo recuerdos de un comienzo. De hecho creía que todo el mundo lo hacía.

¿Cuándo fue pública entonces por primera vez esa escritura tan tuya?

A Abelardo Castillo, mi maestro, le gustaba esta historia. Cuando tuve un hijo, ya grande, mi vida cambió de eje. Salía sólo para trabajar o ir al supermercado. Fue ahí, en un supermercado, dónde vi el anuncio de un concurso literario con un premio frívolo y al mismo tiempo muy tentador: un día de

spa. Yo no conocía cómo funcionan normalmente los concursos, y escribí ahí mismo el cuento e intenté presentárselo a la cajera, que por supuesto no lo aceptó. Finalmente lo presenté como debía y gané el concurso. Me llamaron y me propusieron pasar por el hotel Sheraton un día al atardecer. Yo pensaba retirar un voucher y me encontré con una recepción muy paqueta, en la que todos me preguntaban hacía cuánto tiempo que escribía. Yo no respondía y pensaba que tal vez había algo allí para desarrollar.

¿Qué decidiste hacer con esa sospecha? Fue un proceso muy natural, como tirar de un ovillo: le conté a mi madre, que estaba leyendo “La profesora de español” de Inés Fernández Moreno y me la recomendó. Busqué su número, hablamos, tuve una entrevista y me aceptó en su taller, que estaba de casualidad muy cerca de mi casa. Después de unos meses ella me dijo que tenía que seguir mi camino con quien había sido su maestro, Abelardo Castillo. El taller de Castillo era lo opuesto al de Inés Fernández Moreno, que había sido cálido, lúdico, suave. El de Castillo era arduo e intenso.

“No soy de aquí ni soy de allá”. Cuando eras chica te trataban de china y cuando fuiste a Japón te sentiste extranjera. ¿De dónde es Alejandra Kamiya?

De aquí y de allá. Muy argentina y muy japonesa, aunque creo que la identidad o su construcción, en mi caso, va de la mano de la incomodidad, de la extrañeza. Siento también que estamos hechos de partes, y esas son partes mías. Cuando trabajo pongo en juego una parte de mí, y acá sentada con vos, otra. Cuando escribo, otra.

Contame de esa última parte. ¿Cómo es tu proceso creativo?

El primer estímulo puede ser desde algo sensorial, un perfume, un color, una frase leída en un libro o escuchada al pasar, una escena de una película. Por ejemplo una escena que hace que la historia tome un rumbo que yo no hubiera elegido, algo así como la historia que el guionista no contó. soldados japoneses perdidos en Filipinas que continuaron peleando la Segunda Guerra durante décadas. a la noción que estás intentando transmitirle. ¿De dónde sacaste esa destreza?

“Los restos del secreto” es la historia que yo imaginé para dos amigas que una fotógrafa argentina llamada Alessandra Sanguinetti retrató durante años en un campo vecino al campo de su familia.

¿Una vez que tenés la idea cuánto tiempo te lleva escribir el cuento? ¿Horas, días, meses, años?

Yo hago un trabajo interno previo a la escritura en sí, lo que hace que en general no me tome mucho tiempo el primer borrador. Trabajo en dos etapas, una en la que intento no controlar nada y dejar fluir, y una segunda que es todo lo contrario: intento corregir lo más impiadosamente posible. Abelardo Castillo decía que corregir es corregirse. No creo que nadie pueda decir que ya terminó con la tarea de corregirse a sí mismo. Lo mismo pasa con los cuentos. No es una destreza: yo pienso así, de ese modo, con imágenes y comparaciones. Tal vez también lo aprendí de mi padre. Él usa muchas metáforas y comparaciones.

Decís que has escrito desde siempre y que te dedicás a ellos como algo esencial y al mismo tiempo marginal porque tenés otro trabajo, te has preparado con Inés Fernández Moreno y Abelardo Castillo, publicaste varios libros y ganaste muchos premios. ¿Qué cosas te aportó este profesionalismo en la escritura?

Lo que me dio esta última etapa es lo mejor: los lectores. Yo les doy mis historias simples y ellos me las devuelven enriquecidas por su mirada. No puedo pedir más.

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¿Dónde te inspiraste para cuentos como “El pozo”, “Desayuno perfecto” o “Los restos del secreto”?

“Desayuno perfecto” surgió de leer unas estadísticas del horario de suicidios en Japón: los hombres se suicidan de noche o de madrugada, y las mujeres, al mediodía. Me llamó la atención y cuando me di cuenta del motivo, sentí mucha tristeza y escribí el cuento.

“El pozo” surgió de un libro de Borges y Bioy en el que recopilan textos breves ajenos. Ahí hay una nota de Hawthorne para eventualmente escribir un cuento y dice así: “un hombre le da una orden a otro, el primero desaparece y el segundo continúa llevando a cabo la orden eternamente”. En ese momento pensé que el segundo hombre era japonés y recordé los

¿Te relees?

No. Una vez que cierro el cuento, lo suelto. Pero a veces, por ejemplo cuando tengo que hacer lecturas, no tengo alternativa y vuelvo a leerme, y cada vez que lo hago descubro algo nuevo.

Uno de tus libros se llama “Los árboles caídos también son el bosque”. ¿Por qué en tus cuentos la muerte siempre está presente?

La muerte está presente no sólo en mis cuentos sino en la vida, todo el tiempo. Está presente ahora en este almuerzo. Es una decisión fingir que no es así o aceptarlo, y aceptarlo de un modo que resignifique cada momento.

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