Boletin del Posgrado en Historia Nro 8

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Boletín del Posgrado en Historia Nro.8

Mayo 2016

ISSN 2250-6772

BOLETIN DEL POSGRADO EN HISTORIA Numero 8 ISSN 2250-6772

Fuente: Caras y Caretas, 1930

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Mayo 2016

ISSN 2250-6772

El Boletín del Posgrado en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella es una publicación dedicada a la actualización de temas e investigaciones de profesores, alumnos y graduados del Posgrado en Historia.

Su objetivo es contribuir al debate de los temas de Historia y difundir e incentivar la investigación en el campo de la historia contemporánea argentina y europea.

El Boletín es de formato digital y se publica 2 veces al año.

La dirección y coordinación académica de la publicación está a cargo del Posgrado en Historia.

Más información sobre el Departamento de Historia: http://www.utdt.edu

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Índice

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Página

 Dorothea Lange, el Nuevo Trato de FDR y la fotografía como herramienta política.

6 M. Graciela Abarca

 Chicago Y New York: Planes y Paralelos 1889-1929

11 Carol Herselle Krinsky

 Estados Unidos y el hemisferio occidental en la mirada de los latinoamericanistas: Historiografías contrapuestas de las relaciones interamericanas, 1898-2016.

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Juan Pablo Scarfi  Los viajeros del tango: anclados en New York

41 Andrea Matallana

 Conferencia: Americans All. Good Neighbor Diplomacy in World War II Darlene J. Sadlier  Usar la percepción para cambiar la realidad: el fenómeno Donald Trump Emma Sepúlveda Pulvirenti

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 Notas de Investigación: Guerrilla, Marxismo y Peronismo. Un abordaje de la trayectoria de las Fuerzas Armadas Revolucionarias desde la Historia Política. Carlos Ignacio Custer

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 Perfiles: Sebastian Miglioranza, graduado de la Maestría en Historia.

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Ignacio López, graduado de la Maestría en Historia.

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 Novedades

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Presentación: El Número 8 del Boletín compila una serie de artículos que abordan aspectos vinculados a los Estados Unidos, ya sea en su relación con la Argentina, los procesos de exportación cultural, las relaciones diplomáticas como así también en los aspectos referidos a la arquitectura de las grandes ciudades norteamericanas. Aquí se incluyen, el trabajo de las profesoras Graciela Abarca y Andrea Matallana, de Juan Pablo Scarfi (graduado de la maestría y luego doctorado en el exterior) además de la colaboración de dos académicas norteamericanas: la Profesora Carol Krinsky Herselle de New York University y la profesora Darlene Sadlier de Indiana University con una conferencia dictada, en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, en la que examina la política exterior norteamericana en tanto política cultural en la década del cuarenta. En las notas de investigación publicamos un avance de Carlos Cluster, alumno de la Maestría en Historia, sobre la relación entre la guerrilla, Marxismo y Peronismo, examinando a las Fuerzas Armadas Revolucionaria desde el punto de vista político. Participan con sus perfiles profesionales dos graduados de la Maestría: Sebastian Miglioranza e Ignacio Lopéz. En las Novedades comunicamos la designación de la nueva directora del Departamento de Historia: Paula Bruno, además del cronograma de los próximos eventos por el Bicentenario de la Independencia y el adelanto de nuevos libros.

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Dorothea Lange, el Nuevo Trato de FDR y la fotografía como herramienta política M. Graciela Abarca En los Estados Unidos de los años veinte, “el poder persuasivo de la cámara”, afirma Miles Orvell, “contribuyó a establecer la credibilidad del mundo perfecto de los objetos de consumo que se publicitaban”, ya que los presentaba totalmente separados del “mundo real del polvo, la grasa y las cuentas bancarias”.1 Sin embargo, a principios de la década de 1930, a medida que la depresión económica se profundizaba, las diferencias entre el mundo soñado de la publicidad y el mundo real más allá de las revistas y de los carteles se volvieron penosamente obvias. Gradualmente, la cámara fotográfica se alejó de las situaciones idealizadas de los estudios y penetró en la realidad de la vida urbana y rural. La crisis económica conmovió a un gran número de creativos que optó por lanzarse de lleno a la búsqueda de “lo real” y así “documentar” el desastre económico del país. En 1933, la fotógrafa de retratos Dorothea Lange (1895-1965), dejó su estudio de San Francisco por primera vez y se aventuró a las calles de la ciudad para retratar a hombres y mujeres atrapados en el desempleo masivo y la pobreza. Dos años más tarde, Lange se incorporaba a la sección fotográfica de la Dirección Nacional de Recolonización (Resettlement Administration), que luego pasaría a llamarse Dirección Nacional de Seguridad Agropecuaria (Farm Security Administration), creada por el Nuevo Trato de Franklin D. Roosevelt. Hasta 1939, Lange formó parte de un equipo de fotógrafos que abandonaron sus carreras profesionales para dedicarse a un proyecto colectivo por la justicia social. En 1942, pocos meses después del ataque japonés a Pearl Harbor, el gobierno federal la convocó nuevamente: Lange tendría la tarea de registrar el traslado de 120.000 estadounidenses de descendencia japonesa a los denominados “campos de reubicación”. Este sería el gran desafío de su vida profesional: “documentar” un programa de la Administración Roosevelt al que se oponía rotundamente. Originalmente, la capacidad de la cámara para replicar lo que los ojos ven parecía indicar que era la herramienta documental por excelencia. Muchos fotógrafos se auto convencieron de que la fotografía, como afirmaba Walker Evans, era “un registro riguroso…de la realidad intacta”. Lange nunca se jactó de la representación exacta en su fotografía. A menudo repetía la siguiente frase: “Una cámara es una herramienta para aprender a ver sin una cámara”.2 Su fotografía ofrecía belleza a la vez que hacía un llamado a la empatía. Por otro lado, se sentía cómoda recibiendo un salario del gobierno federal por una tarea cuyo objetivo era atraer la atención del público hacia las condiciones socio-económicas de las zonas rurales durante la Gran Depresión. Su misión era, además, presentar a las víctimas como ciudadanos merecedores de ayuda federal y capaces de aprovecharla.

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Sin embargo, el ataque japonés a Pearl Harbor transformaría dicha misión y confrontaría a Lange con un dilema moral. A pesar de que algunos insistían que no existía una necesidad militar, ni evidencia de sabotajes planeados, ni peligro de una inminente invasión, el 19 de febrero de 1942, el Presidente Roosevelt firmó la Orden Ejecutiva 9066 que permitió el traslado masivo de 120.000 personas de descendencia japonesa y residentes de la Costa Oeste a 10 campos de detención en siete estados: California, Wyoming, Idaho, Utah, Arizona, Colorado y Arkansas.3 Para sorpresa de Lange, el Comando de Defensa Occidental del Ejército de los EE.UU. la convocó para documentar la implementación de la Orden Ejecutiva 9066. Si bien Lange rechazaba la medida, también sentía que el registro fotográfico podría contribuir a humanizar el proceso. Por otro lado, los responsables de la Autoridad de Reubicación de Guerra (War Relocation Authority) probablemente pensaron que las fotografías podrían protegerlos de acusaciones falsas de maltrato o supuestas violaciones de la Ley Internacional. Sin embargo, no se dieron cuenta de que corrían el riesgo de que las fotografías de Lange precisamente confirmaran que tales acusaciones eran verdad. Si consideramos el clima político de la época, la crítica de Lange es particularmente notable. En 1942, después del ataque a Pearl Harbor, existía una histeria generalizada frente a la posibilidad de ataques japoneses en la Costa Oeste, exacerbada por un siglo de racismo contra los asiáticos. En consecuencia, estereotipos raciales humillantes saturaban la cultura consumida por la sociedad estadounidense. A pesar de su lealtad manifiesta al presidente Roosevelt, Lange no dudó en adoptar una posición polémica para la época y abordó la tarea con inusual intensidad. Trabajó bajo la presión de la censura que las autoridades le imponían, supuestamente, en nombre de la seguridad nacional, pero que en realidad apuntaba a evitar imágenes poco halagüeñas. Tenía prohibido incluir en sus fotos torres de control, alambres de púa, guardias armados o cualquier situación que sugiriera resistencia por parte de los internos. Esquivar la censura de las autoridades no iba a ser una tarea sencilla, pero Lange tenía una estrategia clara. El primer paso fue apresurarse a fotografiar a los japoneses antes de la evacuación para ubicarlos en el contexto de la sociedad y economía californianas y así establecer claramente su “condición de estadounidenses”. Las imágenes resaltaban la respetabilidad, la ética de trabajo, los logros económicos y la realización del “sueño americano” de habitantes que ahora eran tratados como criminales. Retrató niños que leían comics; alumnos que saludaban solemnemente a la bandera de los EE.UU.; pequeños que jugaban al baseball; adolescentes japoneses vestidos a la moda; jóvenes vistiendo el uniforme del Ejército de los EE.UU. Las leyendas que agregaba a las fotos también reforzaban el mensaje que intentaba trasmitir. Por ejemplo, un retrato de Ryohitsu Shibuya tomado en Mountain View, California, es acompañado por las siguientes palabras “exitoso productor de crisantemos, que llegó al país con 60 dólares y una canasta de ropa…Los horticultores y otros evacuados de descendencia japonesa tendrán la oportunidad de ejercer su oficio en los centros de la Autoridad de Reubicación de Guerra donde permanecerán”.4 ¿Realmente creía 7


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que esto iba a suceder? ¿O al incluir esta promesa estaba presionando al gobierno para que la mantuviera? Quizás Lange supuso que los censores escrudiñarían tanto las imágenes como las palabras, por lo tanto intentaría complacerlos, utilizando el lenguaje y las promesas del propio gobierno con respecto a los campos de detención. Documentar el proceso de evacuación fue el segundo desafío para Lange. Tomó fotos de órdenes de registro y evacuación pegadas en paredes y postes; familias enteras etiquetadas; ventas de garaje apresuradas; filas de gente con maletas esperando para subir a autobuses o trenes. Retrató el “proceso de procesar”: los evacuados eran registrados, numerados, etiquetados, categorizados, transportados, segregados, inspeccionados y vigilados. No sólo les robaban sus granjas, educación, negocios y empleos, sino también sus identidades personales. Lange retrató fila tras fila y barraca tras barraca, intercalándolas con símbolos de la creatividad e ingenio de los internos en los campos de detención. En una tercera etapa, se trasladó a un “centro de reunión temporario” establecido en el Hipódromo Taforan de San Bruno, California. Los centros de reunión temporarios constituían una parada previa al destino definitivo en los campos de detención. Retrató los establos transformados en habitaciones; el polvo y la sequía; la falta de limpieza y ventilación; la cuidadosa inspección del equipaje; las largas filas para recibir comidas tres veces al día. Su mirada también se posó sobre los evacuados mayores que, al igual que el resto, esperaban pacientemente. En un intento por “humanizar” la escena y esquivar la censura, Lange agregó la siguiente leyenda: “Estos evacuados mayores han sido registrados y están descansando antes de ser asignados a las barracas. La etiqueta grande de la mujer a la derecha indica consideración especial por edad o enfermedad”. Al mostrar la calma de las familias japonesas en condiciones tan deshumanizantes, las fotografías denuncian una política injustificada, innecesaria y racista. La última parada fue el campo de detención de Manzanar, ubicado al este de Sierra Nevada, en un clima extremo. La geografía constituía las paredes de esta prisión californiana: la única que Lange llegaría a visitar antes de que su tarea fuera interrumpida por el Ejército. La disciplina impuesta en los campos perturbó profundamente la rutina familiar de los detenidos: les quitó privacidad y alteró el ritual japonés de las comidas. Algunos hombres cayeron en depresiones al perder sus actividades laborales y su rol como sostén de familia; otros trataron de refugiarse en la jardinería, la carpintería y las artes para recuperar la energía perdida. Lange se dedicó a registrar estos esfuerzos de los detenidos por crear un ambiente “civilizado”. Cada foto era un claro reflejo de su preocupación por la supervivencia de la dignidad humana bajo circunstancias imposibles. El Comandante del Ejército de los EE.UU. Beasley pondría fin a la tarea de Lange con la palabra “incautada” sobre un número de sus fotografías. Se le solicitó que entregara todos los materiales: las copias, los negativos y el film sin revelar, y que firmara una declaración jurada. Su registro fotográfico nunca 8


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sería publicado y al concluir la guerra fue trasladado a los Archivos Nacionales. A pesar de todo, el proyecto de Lange no fue totalmente ingrato; recibió un cálido reconocimiento a nivel personal, ya que muchos internos se dieron cuenta de lo que estaba haciendo y se lo agradecieron después de la liberación. Pasaron más de veinte años antes de que Lange pudiera ver las fotos que había tomado. En 1964, visitó los Archivos Nacionales para acceder a la colección. Suponía que su trabajo no había sido de calidad, dada las difíciles circunstancias en las que había trabajado. Sin embargo, le reconfortó descubrirlas: “…Dios, cómo había trabajado…algunas son hermosas, algunas de las fotos son realmente convincentes…” Lange creía que cuando se cumplieran los 25 años de la Orden Ejecutiva 9066, debía realizarse un documental televisivo que, en sus palabras, abordara las siguientes preguntas: “¿Esto es lo que hicimos? ¿Cómo sucedió? ¿Cómo pudimos hacerlo?” Desafortunadamente, murió en 1965, dos años antes del aniversario de la infame decisión del Ejecutivo.5 Ni la fotografía ni la historia simplemente informan acerca de los hechos. Los historiadores y los fotógrafos eligen qué incluir y qué excluir en las fotos que toman, encuadran a sus sujetos de tal manera que les permitan revelar, enfatizar, relacionar o separar diferentes elementos y utilizan técnicas interpretativas. Algunos argumentarán que los historiadores y los documentalistas no deberían promover sus opiniones, pero se asume erróneamente que es posible evitar hacerlo. La historia y la fotografía documental necesariamente proceden de un cierto punto de vista. Las decisiones que Lange tomó al encuadrar sus fotos no son tan diferentes de las decisiones que toman los historiadores al escribir sus libros. A pesar de los años registrando el sufrimiento causado por la Gran Depresión y brindando su apoyo al Nuevo Trato de FDR, Lange no dudó en documentar el daño provocado por el gobierno federal como resultado de una decisión que consideraba injusta y racista. La Segunda Guerra Mundial fue intensamente documentada por fotoperiodistas, cuyos registros de los sacrificios y el heroísmo de los hombres y mujeres estadounidenses contribuyeron a moldear la memoria popular de este conflicto como “la buena guerra”. Si bien Lange estaba convencida de que la guerra era honorable y necesaria, sus fotografías definitivamente han matizado este veredicto y le han planteado a los estadounidenses la necesidad de desarrollar un pensamiento más crítico y complejo acerca de la política exterior y el racismo en los Estados Unidos durante la nostálgicamente recordada “buena guerra”.

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Sobre la autora Graciela Abarca es profesora de Historia de los Estados Unidos en el Departamento de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella en grado y posgrado. Obtuvo su doctorado en Historia en la University of Massachusetts, Amherst, Massachusetts, U.S.A. Es profesora de historia en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad Austral, entre otras casas de estudios. Ha realizado la coordinación editorial De Sur a Norte: Perspectivas Sudamericanas sobre Estados Unidos. Los Estados Unidos Latinos, Nro. 18, Vol. 10, Centro Regional de Estudios sobre Estados Unidos, Buenos Aires, Argentina, 2010; y ha publicado diversos artículos y capítulos de libros entre los que se destacan: “El Destino Manifiesto y la construcción de una nación continental”, en Fabio Nigra y Pablo Pozzi (comps.), Invasiones Bárbaras en la Historia Contemporánea de los Estados Unidos,”. “La descendencia ‘equivocada’: la comunidad japonesa de los Estados Unidos y los campos de detención durante la Segunda Guerra Mundial”, en De Sur a Norte: Perspectivas Sudamericanas sobre Estados Unidos 17, Vol. 9, 2008, Centro Regional de Estudios sobre Estados Unidos.

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Miles Orvell, The Real Thing: Imitation and Authenticity in American Culture, 1880-1940 (Chapel Hill & London: The University of North Carolina Press, 1989), págs. 226-227. 2 Ibid, pág. xviii. 3 La mayoría de los campos de detención estaban ubicados en reservas de pobladores originarios, por cuyas tierras nunca fueron compensados o consultados. Los habitantes se consolaban pesando que quizás al menos podían ser mejoradas, pero al final de la guerra, todos los edificios y jardines que habían sido construidos, fueron tirados abajo o vendidos por el gobierno. 4 Linda Gordon y Gary Y. Okihiro (eds.) Impounded. Dorothea Lange and the Censored Images of Japanese American Internment (Nueva York y Londres: W. W. Norton & Company, 2006), págs. 27-28. 5 Grabaciones de entrevistas con Lange en la estación de radio de San Francisco KQED, en Linda Gordon, Dorothea Lange. A Life Beyond Limits (Londres y Nueva York: W. W. Norton & Company, 2009), pág. 326.

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Chicago Y New York: Planes and Paralelos 1889-1929 Carol Herselle Krinsky* Originalmente publicado en Art Institute of Chicago Museum Studies, Vol. 10, The Art Institute of Chicago Centennial Lectures (1983), pp. 218-235

Los visitantes de la "Gran Manzana" saben que, en la arquitectura y la planificación urbana, Chicago fue, a menudo, la banana de la cúspide. Sin embargo, los observadores de la fuente de frutas se dieron cuenta de que la manzana parecía empujar al plátano, quizás movida por el gusano de la envidia. Estas, después de todo, eran las ciudades más grandes y con más energía de Estados Unidos durante el periodo más dinámico de la expansión urbana. Sus nuevos rascacielos y sus riberas, sacudieron el ritmo de otras ciudades de Estados Unidos e impresionaron a los observadores extranjeros con su actividad y sus innovaciones tecnológicas. Aunque Chicago y Nueva York a menudo fueron vistas como rivales, muchos aspectos de la planificación y de la construcción de las dos ciudades tienen logros comparables, incluso aun cuando los medios y los resultados específicos difirieron. La disposición geográfica similar llevó a soluciones de planificación y construcción similares. Ambas estaban situadas en una gran masa de agua, ya sea un océano o un lago. Ambas se ubicaron en un río que conducía a zonas de influencia o que podría hacerlo si el río se expandía con la creación de un canal. Las dos, por lo tanto, se convirtieron en centros de intercambio, sobre todo después de la creación del canal de Erie, que las unía a través de Albany, Buffalo, y los Grandes Lagos. Los productos agrícolas y minerales enviados desde Chicago a Nueva York para el reenvío a lo largo de la costa o a Europa (o dentro de los Estados Unidos por ferrocarril) ayudó a hacer una fortuna a las dos ciudades. Presentadas en una grilla con calles rectas cruzadas por calles rectas, cada ciudad tenía también algunas diagonales: Broadway en Nueva York, y Clark, Ridge, y Vincennes en Chicago -aunque las calles independientes de la grilla fueron excepciones. El plan de una grilla era muy adecuado para el desarrollador de bienes raíces y para el hombre de negocios, ambos fueron esenciales en el crecimiento de nuestras ciudades. El desarrollador de bienes raíces casi garantizaba una parcela rectilínea, fácil de vender y en la que era fácil construir casas rectilíneas de madera y ladrillos, mientras que los comerciantes aseguraron una expansión para establecer tiendas y mostrar mercancías. La grilla de Chicago es más interesante y está concebida de una forma más inteligente que la de Nueva York ya que Chicago se presenta como una cadena 11


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de secciones que forman los barrios separados por las calles principales, como Halsted y Ashland, Cermak y Roosevelt. Con el tiempo, las rutas del transporte público se establecieron a lo largo de estas amplias calles. Manhattan ha espaciado menos las calles principales que cruzan la ciudad- 14th, 23th, 34th, 42th, por ejemplo. Las principales zonas de negocios de cada ciudad- el Loop en Chicago y Wall Street en Nueva Yorkfueron determinadas por las necesidades de los asentamientos originales para el puerto y la defensa. Las instalaciones militares próximas a los establecimientos comerciales ayudaron a promover la temprana actividad comercial. La concentración en los centros fue confirmada posteriormente por la ubicación de las instalaciones de transporte masivo. La combinación entre ferrocarril, bienes raíces y los factores de zonificación finalmente llevaron a la creación de dos centros de negocios en Manhattan y este paralelismo no se puede llevar demasiado lejos. Ninguna de estas ciudades ha hecho mucho para detener el crecimiento de las barriadas más pobres. Nueva York, al menos, comenzó a hacer cumplir las normas mínimas de seguridad de la vivienda, el aire, la luz, y la decencia en 1879, pero en ese año Chicago estaba preocupada con su reconstrucción después del incendio. Reconociendo la necesidad de espacio de recreación público, ambas ciudades se beneficiaron de las actividades del arquitecto y paisajista Frederick Law Olmsted. El Central Park de Nueva York se abrió en 1893. Chicago compró un espacio del parque en la costa norte, en 1864, y creó el Park District en 1869, un mecanismo administrativo facultado para crear un sistema de parques. Los parques de Chicago fueron planeados de forma inteligente, y se tomaron medidas para el acceso a ellos por ferrocarril. Aunque hubo superficie y el tránsito elevado en Central Park, no fue hasta los años en torno a la Primera Guerra Mundial que el servicio de subte llegó al lugar. Ambas ciudades agotaron sus suministros locales de agua pura, principalmente debido a que, junto con sus vecinos, contaminaron las fuentes: el lago en Chicago y los ríos de Nueva York. Como resultado, los “padres de la ciudad” tuvieron que recurrir a medidas heroicas para asegurar el agua esencial para sus poblaciones. Chicago, a la vuelta del siglo XX, mediante la creación del Sanitary and Ship Canal, invirtiendo el flujo del río Chicago. Manhattan trajo el agua de las montañas al norte del estado en 1842 y posteriormente realizó la construcción de un túnel de agua adicional. Originalmente, las costas en ambas ciudades no se utilizaron para la recreación pública sino para el intercambio y, más tarde, para las vías del ferrocarril. Sólo tardíamente, la ciudad de Nueva York redactó propuestas integrales para proporcionar servicios públicos a lo largo de sus costas. El desarrollo de la tecnología de la construcción en el caso de Chicago, como las bases flotantes que John Wellborn Root utilizó

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para la construcción del Montauk Building a principios de I880s, facilitó la construcción a lo largo de sus costas. Otros desarrollos paralelos son evidentes en los logros en la construcción urbana. Nueva York, con otras ciudades del Este, en realidad educó y entrenó a muchos de los arquitectos que crearon los primeros grandes rascacielos de Chicago. El hierro enrollado como soporte estructural, el marco metálico, el hierro laminado y las estructuras de muro-cortina (courtain-wall) se desarrollaron en Nueva York. El ascensor con topes de seguridad y la creación de diseños con pisos agrupados para sugerir una extensión vertical, se originaron en el área de Nueva York. Por otra parte, ésta fue durante mucho tiempo el hogar de algunos de los edificios más altos del mundo: Singer (1907), Woolworth (1913), Empire State (1931), y el World Trade Center (1962). Sin embargo, fue a Chicago donde muchos arquitectos emigraron. Esta fue el hogar del primer edificio con estructura de acero; se hizo famoso por sus edificios que expresaban estéticamente una estructura subyacente. A finales del siglo XIX, Nueva York era famosa por sus edificios altos, pero Chicago lo era por sus hermosos edificios altos1. Por supuesto que no todos los arquitectos de la época estaban especializados en el diseño de rascacielos. Muchos preferían proyectos de edificios públicos -incluso algunos edificios altos de oficinas-al estilo del "American Renaissance". Los edificios de este estilo exhibieron planes con ejes claros, inspirados por prototipos romanos, así como proporciones y adornos relacionados con lo romano, el renacimiento italiano y los prototipos franceses contemporáneos. Las paredes eran a menudo de piedra caliza, tradicionalmente un material prestigioso2. Algunos de los jefes de diseño de estos edificios, incluyendo a McKim, Mead & White, Carrere y Hastings, Cass Gilbert, y Richard Morris Hunt se basaron en Nueva York. Edificios tales como la Biblioteca Pública de Nueva York (Carrere y Hastings, 1898-1911), la Custom House (Cass Gilbert, 1901-7) y el Museo de Brooklyn (McKim, Mead & White, 1897-1924) ejemplifican el estilo. Pero Chicago patrocinó la Exposición Universal de 1893, que dio prestigio generalizado a este estilo de diseño. En la feria, muchos de los edificios eran combinados para hacer una mágica "Ciudad Blanca", brillando majestuosamente de día y noche intensamente (gracias a la primera utilización integral de iluminación nocturna). Por otra parte, Daniel Burnham, que diseñó la feria, también diseñó varios de los edificios monumentales de la Nueva York de la época, entre ellos el Flatiron (1902) y el Wanamaker (1903). Por supuesto que la "Ciudad Blanca" no era una ciudad real y no duró mucho tiempo. Sin embargo, inspiró a una buena parte de la construcción civil, siendo ella misma la culminación de la actividad de la enérgica construcción que estaba teniendo lugar entre I880s y la publicación del Plan de Chicago en 1909. En esos años, fue creada gran parte de la infraestructura urbana de ambas ciudades, especialmente aquella relacionada con el agua y el transporte. Por otro lado, se hicieron importantes avances en la ingeniería civil.

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Chicago construyó el Ship and Sanitary Canal (1890-1900), respondiendo así a los problemas de transporte, control de inundaciones, la contaminación del agua, disposición sanitaria y el suministro de agua dulce a la vez. Casi al mismo tiempo, Nueva York construyó su segundo túnel de agua (1885-1891, 1910). Chicago vinculó tres líneas elevadas para formar el bucle en el año 1897, y los ferrocarriles elevados de Nueva York continuaron proporcionando un amplio servicio. Hacia 1900, los planificadores estaban trabajando en el primer metro, que se abrió en 1904. Chicago consolido su posición como uno de los centros ferroviarios del país. Entre 1902 y 1910 en Nueva York, la Pennsylvania Railroad excavó un túnel para llevar los nuevos trenes electrificados desde el continente en Nueva Jersey a la isla de Manhattan. Al mismo tiempo, los ferrocarriles Central de Nueva York, el New Haven y el Hartford se combinaron para construir Park Avenue como la conocemos ahora: el techo del túnel fue apoyado ingeniosamente sobre las vías del ferrocarril. Chicago construyó más puentes para aliviar los problemas de tráfico creados por inadecuados puentes sobre el río Chicago y Nueva York añadió dieciocho puentes de diferentes tamaños sobre sus cursos de agua entre 1888 y 1909. En el campo de la administración pública, Chicago y Nueva York siguieron cursos comparables, pero no idénticos. En 1898 se unieron los cinco distritos de Nueva York. Anteriormente, Brooklyn había sido una ciudad separada, la cuarta más grande de la nación. Al año siguiente, Chicago anexionó algunos de sus suburbios. Nueva York guío a Chicago en la regulación de inquilinatos. Aunque la diferencia era que los límites de la ciudad de Manhattan no eran infinitamente ampliables. Mientras que los fabricantes de Nueva York tendían a agruparse, en Chicago se expandieron a lo largo del río Chicago y fuera de los focos auxiliares, como los corrales. Los trabajadores de Nueva York se amontonaron cerca de la zona industrial en viviendas de varias plantas que fueron reguladas y se hicieron tolerables ya en 1879. En 1901 la ley de conventillos fue revisada con el propósito de proporcionar un tamaño menor del edificio, más luz y aire, mejor plomería y medidas de seguridad contra incendios3. Al requerir que los edificios de apartamentos fueran construcciones a prueba de fuego a partir de una altura específica, Chicago superó a Nueva York. Tal regulación tuvo el efecto de limitar el número de edificios construidos más allá del nivel en el que se requería la construcción a prueba de fuego. Los edificios más bajos crearon menos congestión, a menos que estuvieran abarrotados por la acción de propietarios inescrupulosos que amontonaban a familias pobres, familiares y pensionistas4. Con la creación de la Comisión Especial de Parques en 1899, destinada a gestionar parques recreativos, piscinas, rutas verdes y otras instalaciones, Chicago se convirtió en el líder en la planificación y coordinación de parques. Los paralelismos entre las dos ciudades también pueden verse en la coordinación de los distritos industriales y comerciales. En 1890 Irving Bush, un empresario, comenzó la construcción de la

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Terminal Bush Distritc, una propiedad de doscientos acres en la ribera de Brooklyn. Era un complejo de loft y almacenes, depósitos ferroviarios, carga de agua y muelles. Al mismo tiempo, Chicago creó el Distrito Central de Fabricación para la coordinación de las manufacturas, almacenamiento y envío de los productos de esa ciudad. Aunque ambas ciudades tenían una única zona de negocios, los edificios fueron erigidos con poco sentido de la acción común. Una zona empresarial unificada se logró en Nueva York, cuando los ferrocarriles Central New York, el New York, New Haven, y Hartford crearon los edificios de oficinas y hoteles, apartamentos y clubes, oficina de correos y tiendas alrededor de la Grand Central Terminal y la creación de Park Avenue que conduce al norte de la misma. Los edificios descansan sobre cimientos instalados entre las vías, amortiguados contra las vibraciones de los trenes. El plan fue un logro de William Wilgus, un ingeniero brillante. En la Avenida Vanderbilt, que fue cortada en la grilla de la ciudad para proporcionar acceso a los trenes a un lado de la terminal, hay hoteles, el Club de la Universidad de Yale y oficinas. Justo al oeste en Madison Avenue está la zona comercial de los ricos hombres de negocios que llegaban desde los suburbios por tren a los nuevos edificios de oficinas. Los edificios cerca de Grand Central Terminal eran casi todos cuadrados, con piedra caliza en los pisos inferiores y ladrillo arriba. Aburridos como eran, aparte de excepciones como el Waldorf-Astoria, la uniformidad general de su diseño creó la unidad visual del proyecto. Debajo de la tierra, una red de túneles permitió que muchos trabajadores de oficina y los huéspedes del hotel descendiera desde sus edificios hacia la terminal, que también era una estación de subterráneo con tres líneas (tal vez algunas de las ideas para su coordinación se inspiraron en los túneles ferroviarios que unen algunos de los edificios de Chicago.) El brillante diseño del propio edificio de la terminal llevó a los pasajeros a los trenes, metro, tiendas, oficinas, hoteles y a la calle en todas las direcciones más eficientemente que sus grandiosos rivales, como la estación de Pennsylvania en Nueva York o Unión Station en Washington, DC. La zona de Grand Central Terminal era el modelo, al parecer, para cada desarrollo empresarial coordinado más adelante en el país y tal vez en el mundo5. La construcción en la zona comenzó en 1902, pero no fue terminada sino hasta 1909, cuando el Plan de Chicago fue publicado. Sin embargo, tuvo un impacto en Chicago, ya que los planes de la Grand Central, así como los planes para la zona de la estación de Pennsylvania, fueron conocidos en ese momento. Tal vez el interés evidenciado por el Plan de Chicago en la construcción de derechos aéreos de ferrocarril y la de estructuras multicapa tenía que ver con los proyectos por ese entonces crecientes - la construcción de túneles subterráneos - en Nueva York. Nueva York fue testigo de la mayor actividad en la planificación de enclaves urbanos. El City Hall Park ya tenía una oficina de correos, un palacio de justicia además del propio ayuntamiento. Entre 1899 y 1911,

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los arquitectos John R. Thomas y Horgan y Slattery añadieron a un lado del parque el edificio de la Corte de Subrogación. Los ciudadanos estaban representados en este centro de otra manera: al otro lado del parque estaba la " hilera de las noticias", donde se alojaban las oficinas de varias revistas importantes a la vista del alcalde. El Plan de Chicago proponía un espectacular centro cívico en la intersección de las calles Halsted y Congreso. Nueva York también desarrolló un enclave cultural, en el momento en que el Plan de Chicago fue presentado. En 1908, la construcción comenzó en la Calle 155 y Broadway: se trataba de un complejo de museos y sociedades conocidas como Audubon Terrace. Se incluyó la Sociedad Numismática Americana, la Sociedad Geográfica Americana, la Hispanic Society of America, el Museo del Indio Americano, y la Academia Americana de Artes y Letras. El sobrio estilo de estos palacios de piedra caliza, de no muy imaginativas formas clasicistas, basado en los antecedentes franceses del siglo XVIII fue fuertemente inspirado por la arquitectura de la Exposición Universal de Chicago. Son el tipo de edificios que se ven en Washington D.C. o en Chicago (por ejemplo, el Ayuntamiento, de Holabird y Roche, 1907-11). En términos generales, sin embargo, los líderes cívicos de Nueva York no agruparon sus instalaciones culturales como lo hicieron en Audubon Terrace o, más recientemente, en el Lincoln Center. Tampoco Chicago, a pesar de que la mayoría de las principales instituciones culturales de la ciudad están en las cercanías del Parque Grant. En ambas ciudades, las clases ricas establecieron grandes instituciones culturales más o menos al mismo tiempo. En Chicago, el auditorio se abrió en 1889, la biblioteca pública en 1897, y el Instituto de Arte se trasladó a su actual lugar, un legado de la Exposición Universal de Chicago, en 1897. En Nueva York, el Metropolitan Opera House abrió en 1883; el Museo Americano de Historia Natural se amplió entre 1892 y 1899; el Museo Metropolitano de Arte se expandió y recibió su actual fachada de la Quinta Avenida entre 1895 y 1906; mientras que la Biblioteca Pública fue construida entre 1898 y 1911. Fuera de Manhattan, el Jardín Botánico del Bronx abrió en 1895 y el zoológico en 1899. El Museo de Brooklyn fue diseñado en 1897, y el edificio de la actual Academia de Música se completó en 1908. Ambas ciudades tuvieron importantes enclaves educativos alrededor de 1909. El campus de la Universidad de Chicago fue establecido en un cuadrángulo de edificios realizados por Henry Ives Cobb y otros en una primera gran ola de construcción a partir de 1891 a 1910. Durante el mismo período, en Nueva York, McKim, Mead & White diseñaron el nuevo campus de la Universidad de Columbia (1892), así como los principales edificios del campus del Bronx de la Universidad de Nueva York (1894- 1901). Cerca de diez cuadras al norte de Columbia, los edificios góticos del City College fueron dispuestos bajo el diseño de George B. Post (1903-1907).

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Ambas habían planeado cuidadosamente sus espacios residenciales, algunos diseñados para la clase media y algunos para la clase obrera. El suburbio de Riverside en Chicago (iniciado en 1879) es anterior y tan bueno como el de Nueva York, mientras que el Pullman (iniciado en 1880) era mucho más amplio que los proyectos de Nueva York destinados a los trabajadores de las fábricas. El barrio de Steinway en Queens, de aproximadamente 1880, era un área de modestas casas de ladrillo para los empleados de la compañía de pianos. En Brooklyn, los edificios Tower and Home de 1879 eran bloques de viviendas modelo, erigidos por un importante filántropo, Alfred Treadway White. Por 1911, se anunciaron planes para Forest Hills Gardens en Queens que, como el Riverside, fueron diseñados con calles curvas y un estudiado paisajismo. Construidas para la clase media, las casas aún son requeridas. Son de hormigón, lo que demuestra que los neoyorquinos, así como los habitantes de Chicago, estaban interesados en la moderna tecnología de construcción. Construidas en la sección de Flatbush, Brooklyn, desde aproximadamente 1885 a 1905, Prospect Park Sur sigue siendo un hermoso desarrollo de casas bien cuidadas. El diseño y el paisajismo fueron supervisados cuidadosamente por su desarrollador, Dean Alvord, que aprendió algunas de las lecciones de Riverside. Los empresarios de Nueva York generalmente prefirieron construir sus proyectos por separado, a veces incluso en la rivalidad, al igual que construyeron sus instituciones culturales en lugares muy diferentes. Pero los hombres de negocios más ilustrados de Chicago acordaron trabajar juntos por el bien común en la planificación. El plan de desarrollo urbano más importante de la primera década del siglo XX fue el logro de Chicago, no de Nueva York. El Plan de urbanismo de Chicago, en 1909, miró hacia el futuro en muchos sentidos a pesar de que tenía poco que decir sobre la vivienda de los más pobres. Muchos de sus elementos merecen especial atención. El inteligente apéndice del Plan, por ejemplo, examinó la base jurídica para la creación de un plan de este tipo, lo que refleja la seria intención de su patrocinador, el Club del Comercio, y su diseñador, Daniel Burnham. Allí consideraron las implicaciones regionales de las propuestas de la ciudad. En la contratación de Burnham, el Club de Comercio eligió al hombre adecuado para el trabajo: tenía una alta calificación, pero además tenía una relación amistosa con el alcalde. Una gran suma de dinero se gastó en la publicación de un hermoso volumen, que podría impresionar a ciertos sectores de la población, mientras que el Manual de Wacker, una forma simplificada del plan, fue utilizado para explicarlo a todo el público. Debido a que el Plan de Chicago había sido realizado por el Club del Comercio, que no estaba contaminado con el socialismo o la utopía, era prescriptivo, aunque no particularmente restrictivo. Por otra parte, podría ser considerado práctico porque tenía una base en ideas ya existentes. En 1909, Nueva York tenía un subte, tenía las propuestas de la terminal Grand Central y de la estación de Pennsylvania para

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edificios con derechos de aire; un tráfico que había sido segregado en caminos peatonales, vías de transporte y carreteras de alta velocidad, algunos de estos emprendimientos diseñados por Olmsted para Central Park. Los neoyorquinos familiarizados con el Plan de Chicago ciertamente simpatizaban con la idea de construir más instalaciones culturales, parques y un centro cívico formalmente planificado que constara de edificios con diseños armoniosos. Ellos fundaron el Hunter College en 1913. Emile Perrot diseñó un campus universitario de estilo gótico para la Universidad de Fordham, que fue construido a partir de 1911. El edificio municipal (de McKim, Mead & White), en una esquina del Parque del Ayuntamiento, se terminó en 1914. Nueva York instituyó una competencia por el edificio de la Corte Municipal en 1912, en la que Guy Lowell fue el ganador. Este edificio, adyacente al edificio municipal, se convirtió en la piedra angular del centro federal y judicial de Nueva York en Foley Square, una cuadra al norte del grupo de edificios del City Hall Park. Foley Square fue desarrollado a partir de 1912 hasta la depresión, en los años sesentas se retomó su diseño, es la respuesta más cercana de Nueva York a un proyecto de centro cívico como el presentado en el Plan de Chicago. Los edificios alrededor de la plaza Foley fueron diseñados en estilo clásico. Un plan para enderezar la plaza propuso una importante intersección de la calle. Al igual que en los proyectos de Chicago, se incluyó un espacio abierto. Por desgracia, sólo unos pocos edificios en el diseño original se completaron, y la calle y los planes para el espacio abierto nunca se concretaron. Sin embargo, la apelación al Plan de Chicago puede haber sido algo individual de los neoyorquinos, ya que no hubo un grupo económico dispuesto a patrocinar algo similar. Nueva York no contaba con los servicios de Daniel Burnham. Quizá en ese entonces no parecía necesario un plan tan amplio en una ciudad que ya tenía su centro cívico, sus parques, plazas, Coney Island; sus universidades y museos; sus subterráneos, trolebuses, transbordadores, y ferrocarriles elevados; su túnel de agua; y sus leyes para las casas de inquilinatos. De igual importancia, Nueva York no había experimentado ni el incendio de la ciudad ni la Exposición Universal de Chicago, ambas requirieron un enorme esfuerzo compartido para los propósitos cívicos comúnmente percibidos. Así que Nueva York continuó haciendo las cosas de una forma poco sistemática. Los pensadores progresistas en el gobierno y en la vida cívica no abandonaron totalmente las sugerencias de Chicago. En 1910, Nueva York estableció una Comisión sobre el hacinamiento de población. La misma centraba su interés en las calles y carreteras, y recomendó restricciones en la altura de los edificios para reducir algo de la congestión. Esto tenía el potencial de hacer frente a varios problemas en toda la ciudad, como el control de la explotación de la tierra y las instalaciones de tránsito en relación con el desarrollo de diversos barrios y zonas.

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Otro problema que la planificación ayudaría a resolver en Nueva York era que los desarrolladores de edificios se estaban destruyendo unos a los otros. Un constructor que erigía un edificio de doce pisos en un bloque creaba gran valor para su estructura debido a su visibilidad y por el hecho de que los ocupantes de los ocho pisos superiores disfrutaban de abundante luz, circulación de aire y buenas condiciones de trabajo. Pero el valor de su edificio se reducía dramáticamente al momento en que alguien construía uno de doce pisos o de veinte al lado. El recién llegado reduciría un poco la brisa, la luz, las vistas y el prestigio tanto como atraería a algunos inquilinos. La perspectiva de las siguientes construcciones fue causando rápidos y drásticos cambios en los valores de la propiedad mientras incrementaban la congestión urbana. Finalmente, no estaban lidiando con estructuras de doce o veinte pisos sino con edificios colosales, los más altos del mundo. La peor ofensa fue el Equitable Building, diseñado por Ernest R. Graham de Chicago. Erigido entre 1913 y 1915, este enorme edificio tenía más espacio de oficinas que cualquier otro, a pesar de que no era el más alto rascacielos de Nueva York. Comprendía 111.484 m2 y se elevó por encima de la acera cerca de 164 metros. Cortó el aire y la luz de sus vecinos, contribuyendo así a la atroz contaminación en la estrecha calle Thames, a través de Broadway. La ciudad no tenía todavía una manera de detener la construcción de edificios similares. El Equitable Building violó tan claramente el trato equitativo en los negocios y las relaciones de ciudadanía que hizo que cada vez más neoyorquinos pensaran en la importancia de una planificación integral. En 1913, el Consejo de Estimación y Distribución, que tenía poderes legislativo y ejecutivo, creó una Comisión para el Plan de la ciudad, que tuvo poco efecto debido a que otro comité, establecido para estudiar las alturas de los edificios, tenía mucho más efecto. El Comité de Altura de los Edificios recomendó que toda la ciudad se dividiera en zonas. Se nombró una comisión para hacer este trabajo, y para 1916 la ciudad de Nueva York tuvo la primera resolución de zonificación integral de la nación. Si el Plan de Chicago fue el gran plan modelo en nuestro país durante al menos dos décadas, a continuación, la resolución de zonificación de Nueva York fue la gran solución parcial para males urbanos. Fue adoptada con variaciones locales en cientos de comunidades de los Estados Unidos. Las normas de zonificación de Nueva York fueron de dos tipos. Una regulaba la altura de los edificios, tal como la Comisión lo había previsto. En amplias calles en una zona comercial densa, un edificio podría elevarse a una altura de dos y media veces el ancho de la calle, pero no más. (En las calles estrechas, el uso permisible podría ser sólo uno o uno y medio el ancho de la calle). Si era mayor que esas medidas, el edificio debía ser apartado de la línea de edificación frontal según el siguiente procedimiento: Una línea sería trazada desde la mitad de la calle hacia la cornisa marcando la altura recta permitida hacia arriba, entonces se proyecta hacia atrás en el terreno de construcción. Todos los pisos adicionales tendrían que caber debajo

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de esa línea, conocida como sky-exposure plane. Esta regla de zonificación es responsable de la característica forma de torta nupcial de los rascacielos de Nueva York diseñados entre 1916 y 1961. Sólo cuando el edificio hubiera sido colocado sobre las tres cuartas partes del terreno, la cuarta parte restante podía ser cubierta con una torre ascendente tan alta como el arquitecto y su cliente desearan; esto explica las torres de los edificios Chrysler y Empire State. Otro tipo de regla de zonificación concernía a los edificios que se permitiría en algunos barrios de trabajadores. Los dueños de las tiendas estuvieron particularmente interesados en esta regla, porque ellos no querían estar rodeados de las fábricas que producían lo que ellos comercializaban. Estas estaban moviéndose hacia el norte siguiendo a los comercios, pero los dueños de las tiendas no querían a los edificios de las fábricas ni a los trabajadores inmigrantes, ni furgonetas de reparto o carretillas empujadas a mano cerca de ellos. Uniéndose a otros hombres de negocios que tenían problemas análogos, promovieron la segregación de la ciudad en diferentes tipos de zonas: residenciales, comerciales, de fabricación y zonas de libre disposición para las fábricas sucias, curtiembres, mataderos, etc.6 Mientras que la resolución de zonificación fue una herramienta poderosa, no fue constructiva o correctiva, como el Plan de Chicago ya que sólo podría prevenir futuros abusos mientras los edificios altos y las fábricas existentes debían quedarse donde estaban. Sin embargo, la zonificación ha sido el principal, aunque limitado, mecanismo de la mayoría de las comunidades estadounidenses, muchas de los cuales carecían de una visión más amplia como fue evidente para Chicago con la planificación de 1909. Chicago, por su parte, nombró una Comisión de Planificación Urbana en respuesta al plan. Esta se enfocó en grandes proyectos, como promover el centro cívico, una obra gloriosa pero costosa al punto que era impracticable. Se propuso un boulevard principal de este-oeste que conectaba al centro cívico al lago; planeaba calles de varios niveles, incluyendo Wacker Drive y una terminal de ferrocarril. El diseño de los parques frente al lago, que con el tiempo se construyeron, y un bosque para preservar un espacio verde estaban en su jurisdicción. Los comisionados tenían una idea más completa de lo que debía ser una ciudad que lo que propusieron la zonificación de Nueva York. Antes de la zonificación, se podía imitar castillos góticos y palacios renacentistas, añadiendo esas fachadas a edificios preexistentes como bancos o edificios de apartamentos. O bien, si ya tenían un castillo o palacio disponible para la conversión, solo debían añadir una docena de pisos de manera adicional, un procedimiento que la mayoría de los arquitectos no juzgaban extraño. Las normas de zonificación de Nueva York servían para el diseño de un nuevo tipo de edificios más emocionantes para muchos arquitectos. Estos no podían diseñarse como fachadas aplicadas a cajas: ¿Quién había oído hablar del retiro de un palacio renacentista italiano? En lugar de ello, tuvieron que ser diseñados como formas tridimensionales de una

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nueva manera7. Si bien es cierto que el diseño ganador del premio de 1922, para la torre del Chicago Tribune, es gótico, está retirado cerca de la cima, como si sus diseñadores neoyorquinos, John Mead Howells y Raymond Hood, estuvieran convencidos de que los campanarios góticos habían anticipado en cien años las reglas de zonificación de Nueva York. Aún más notable es el diseño más famoso, el ganador del segundo premio, de Eliel Saarinen, un edificio que seguía las reglas de retiro de Nueva York. Saarinen quedó impresionado por las reglas, o esperaba que Chicago las adoptara. Tal vez no distinguió claramente entre las normas de Chicago y las de Nueva York, pensando en este rascacielos retirado como clásicamente estadounidense, un edificio de estilo moderno. En cualquier caso, ambos diseños para la construcción más importante de Chicago de esta época cumplen con los requisitos de zonificación de Nueva York. Un poco más tarde, las nuevas formas de rascacielos de Nueva York y los estilos modernos llamaron la atención de los arquitectos de Chicago. La fuente de inspiración para el negro y el oro del edificio Chicago Carbide y Carbon de 1929, de los hermanos Burnham, fue el negro y el oro del Edificio American Radiator de Raymond Hood, en Nueva York. Por otro lado, John Mead Howells exportó a Nueva York un diseño que fue el cruce entre los dos diseños ganadores del Tribune que utilizó para su torre panhelénica de 1928. No sólo los arquitectos sino los “padres” de la ciudad de Chicago deben haberse impresionado por la utilidad de zonificación, que se instituyó en 1923. De hecho, trataron de hacerlo antes, en 1916, inmediatamente después que la regulación de Nueva York se puso en marcha. En las medidas que entraron en vigor en abril de 1923, el gobierno de Chicago estableció áreas donde se permitieron edificios de gran altura, aunque podían llegar hasta un máximo de 80 metros, una asignación más alta que los edificios en Nueva York8. Las normas de zonificación de Chicago designaban tantas calles residenciales y comerciales que muchos sostuvieron que esa fue la razón por la que el comercio de Chicago nunca creció lo suficiente como para satisfacer la actividad permitida. Los funcionarios de Chicago pueden no haber sentido la necesidad de ser tan estrictos como los de Nueva York porque Chicago tenía su Comision de Planificación que cuidaba de otros problemas de construcción urbana. En 1923, los neoyorquinos finalmente publicaron algunos planes que eran más amplios que la mera zonificación. Volviendo al tema de la congestión del tráfico, un comité de arquitectos y otros profesionales expuso algunos planes para la construcción de carreteras en niveles superpuestos que fueron propuestas en Nueva York cada pocos años. Esto también habían aparecido en el Plan de Chicago, así como en el trabajo de los planificadores franceses. Las representaciones artísticas que acompañan a las propuestas escritas indican depresiones y carreteras elevadas, así como el sótano, a nivel de calle, y elevadas entradas de los edificios. Los peatones estaban destinados a caminar a nivel elevado, donde las tiendas y otros puntos de interés eran ubicadas. Estos planes nunca se realizaron. Para nombrar sólo una razón obvia, habrían significado el

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traslado a un nivel elevado de todas las instalaciones - restaurantes, tiendas, etc.- de lo que estaba a nivel del suelo de los edificios existentes. En Chicago, el multinivel Wacker Drive podía ser construido porque no había edificios importantes directamente adyacentes. Si bien los esfuerzos de la planificación de rutas de Nueva York estaban en marcha, los ciudadanos neoyorquinos se reunieron para hacer lo que los de Chicago habían hecho antes: producir un plan verdaderamente integral. En Nueva York, fue el trabajo hecho por la Asociación del Plan Regional9, compuesto por autoridades de transporte, recreación, y otros asuntos importantes. Edward Bennett, que había participado en el Plan de Chicago, fue uno de los expertos. Su trabajo, financiado por la Fundación Russell Sage, fue recibido favorablemente por los empresarios ilustrados. Los estudios fueron publicados como libro –unos bien ilustrados volúmenes aparecidos entre 1927 y 1931-. Ellos fueron tan influyentes en la planificación de puentes, avenidas, túneles, carreteras, parques, y en la formulación de ideas sobre el embellecimiento cívico como fue el plan de Chicago. Ambos estaban más preocupados con la rentabilidad de la construcción (caminos, por ejemplo), que en vivienda para los pobres. El hecho de no planificar para una vivienda adecuada ha tenido consecuencias terribles para los pobres urbanos hasta la actualidad. Un remedio de muy pequeña escala adoptado en ambas ciudades fue la continuación de una idea del siglo XIX, el de ganancia limitada: residencias apoyadas filantrópicamente. Los patrocinadores en Chicago incluyen Marshall Field, que construyó edificios de apartamentos de baja altura para los inquilinos blancos de la calle Sedgwick. Los patrocinadores en Nueva York incluyeron a John D. Rockefeller, Jr., quien construyó Paul Laurence Dunbar cooperativa para los inquilinos negros en Harlem. Ambos proyectos se terminaron en 1928 y se construyeron bajo el diseño de Andrew J. Thomas, un arquitecto de Nueva York. Los inquilinos eran de clase obrera, "pobres merecedores", un término que se utilizó generalmente para referirse a familias de buena reputación moral, encabezados por hombres empleados. Puesto que tales personas cuidaban sus viviendas, los costes de mantenimiento eran bajos. El diseño simple, repetitivo pero reflexivo mantenía bajos los costos de la edificación. En teoría, los patrocinadores podrían obtener un beneficio modesto, al hacer el bien a la gente buena. No muchos proyectos filantrópicos de vivienda (o sindical o financiado de forma cooperativa) fueron creados, particularmente con las ganancias anticipadas por las inversiones durante la década de 1920. Estas recompensas eran mucho mayores que el 3 al 7% de retorno de la inversión que la vivienda podría producir si todo iba bien. La vivienda pública estaba aún a una década de distancia y los barrios pobres continuaron floreciendo en ambas ciudades. El desarrollo de las propiedades del ferrocarril prometió mayor retorno. A lo largo de los años veinte, la zona de Grand Central tomó forma. Los hoteles y la oficina de correos fueron construidos alrededor de la

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estación Pennsylvania. Union Station de Chicago se terminó de construir en un sitio asignado para una estación de ferrocarril en el Plan de Chicago. El edificio del Daily News de 1929 (Holabird y Root) y el centro comercial “Merchandise Mart” de 1936 (Graham, Anderson, Probst y White) se construyeron sobre los derechos de aire del ferrocarril. Un gigantesco complejo de edificios de oficinas sobre las vías del Ferrocarril Central de Illinois, donde el encuentro del lago y el río se proyectó entre 1928 y 1930. Las líneas suburbanas que utilizaban el patio de ferrocarril habían sido recientemente electrificadas (1926). Una línea ferroviaria electrificada elimina el vapor y el humo. Cuando éstos se han ido, los trenes electrificados se pueden poner en túneles. Esto es exactamente lo que sucedió, por primera vez en Nueva York en Park Avenue y luego en Chicago. El Illinois Central y el Michigan Central patrocinaron estudios realizados por diversos estudios de arquitectura para su proyecto, el Terminal Park. Hicieron una convocatoria a la firma de arquitectos de Chicago, Holabird y Root, así como a dos arquitectos de Nueva York, Ralph T. Walker y Raymond Hood, los que eran famosos por sus rascacielos. Todas las empresas planificaron para un paquete denso de edificios en altura; algunos incluyeron un centro comercial abierto. Era una extensión de la idea de Grand Central Terminal /Park Avenue, la gente entraba a los edificios desde el centro comercial o de los pasillos subterráneos en el nivel de los trenes suburbanos. El proyecto de Chicago tuvo un atributo que a la zona de Grand Central le faltaba: un embarcadero y un espacio público abierto sobre la línea de la costa característica obviamente difícil de lograr en el centro de Manhattan-. Pero las estructuras habrían sido más voluminosas, probablemente añadiendo un nuevo edificio en Chicago que una economía en auge podía sostener. En cualquier caso, el proyecto no se concretó en 1930 ya sea porque su éxito financiero era incierto o porque la depresión detuvo el avance de cualquier planificación privada a gran escala10 (La Illinois Center es comparable a la del Terminal Park en su concepto, a pesar de que fue concebida de forma independiente.) Al mismo tiempo, Holabird y Root, Ralph T. Walker, y Raymond Hood estaban trabajando en los diseños para la exposición “El Siglo del Progreso” de 1933 a 1934, que fue un éxito financiero. Las condiciones de los negocios asociados con las ferias eran diferentes de las relacionadas con los edificios de oficinas permanentes. La feria y Terminal Park no tenían muchos elementos en común. Accesible por ferrocarril, eran enormes desarrollos que requerían la coordinación de la financiación, planificación, construcción, relaciones públicas, el arte y la actividad de masas a gran escala. Planeado para una variedad de usos que tenían que atraer al público. Los espacios abiertos tenían que ser incorporados a los grandes edificios; el tránsito de peatones tuvo que ser administrado con habilidad para aumentar el contacto de los visitantes con las tiendas y otros locales comerciales además de eliminar la congestión para disuadir a la

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gente a quedarse, rentar y volver. Las fuentes para ambos: el Terminal Park y la feria de 1933-1934 estaban en la Exposición Universal de Chicago y en la estación Grand Central de Nueva York. Proyectos paralelos fueron creados en Nueva York en este período, el más importante fue el Rockefeller Center11. Este fue planeado al mismo tiempo que la Terminal Park y la exposición El siglo del Progreso, y sus dos principales arquitectos, Raymond Hood y Harvey Wiley Corbett, también trabajaban en la feria, mientras que Hood, como hemos visto, presentaba propuestas para la Terminal Park. El Rockefeller Center es una versión más pequeña de la Terminal Park y mucho menos congestionada. Ambos proyectos comparten el concepto de edificios altos alrededor de un espacio central abierto; los edificios se distribuyeron con el balance general, pero sin una simetría especular. Equipado con entradas subterráneas, y entradas a las instalaciones del ferrocarril en Chicago, y a las líneas de metro en Nueva York, fueron concebidos para usos mixtos, tales como oficinas, recreación y residencia en la Terminal Park, y oficinas, producción teatral, y compras en Nueva York. Se pueden hacer comparaciones entre el Rockefeller Center y la exposición “El Siglo del Progreso”. Ambos tenían una publicidad bien dirigida además de departamentos de relaciones públicas. La gestión del tráfico de peatones era vital para el éxito de la feria y fundamental en el Rockefeller Center, donde alrededor de un cuarto de millón de personas entraban en un sitio de tres cuadras cada día. Un dispositivo particularmente brillante para dirigir el tráfico fue la creación de la pendiente artificial que va desde la Quinta Avenida hacia la pista de patinaje, que impulsa a las personas hacia los edificios y tiendas en la avenida. Además, las esculturas, murales, fuentes, árboles y detalles de colores que atrajeron a la gente a la feria se utilizaron para crear la alegría y el prestigio de los grandes edificios del Rockefeller Center. Otro proyecto más pequeño, aunque menor, fue London Terrace (Farrar y Watmough, 1930), un enorme bloque de edificios de apartamentos de gran altura simétricas separadas por un centro comercial cubierto de pasto. El proyecto contiene, 670 apartamentos, así como tiendas e instalaciones deportivas. En este punto, se llega a un nuevo período en el desarrollo urbano de ambas ciudades. Aparte del Siglo de Progreso y Rockefeller Center, había poco nuevo a gran escala entre los edificios privados en la ciudad o, para el caso, cualquier otro lugar durante la Depresión. En los años posteriores a la guerra, la mayoría del desarrollo inmobiliario se llevó a cabo con fines relacionados con la guerra. Por otra parte, la mayoría de los proyectos y planes a escala urbana fueron bien aceptados o influenciados por la construcción de carreteras, trabajos en proyectos de socorro, vivienda de interés social, bases militares, plantas de guerra, como parte de las acciones del gobierno federal. La iniciativa privada que había promovido el Plan de Chicago, el Plan Regional, las normas de zonificación y los vastos proyectos de construcción de 1928-29-

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comenzó a ser rivalizada por las distintas ramas del gobierno que se ocupan de la planificación y la construcción. Este es un buen lugar para concluir este resumen de paralelos en el crecimiento de Nueva York y Chicago. Ha habido muchos movimientos paralelos en ambas ciudades desde 1929, por supuesto. Sin embargo, un visitante de Nueva York, que viene a Chicago para comparar la construcción en ambas ciudades tiene que darse cuenta de que la "Segunda Ciudad" ha ocupado a veces el primer lugar y no sólo en la edad del Plan de Chicago. Chicago, después de todo, era en 1990, cuando este artículo se escribió, la ciudad con el edificio más alto del mundo12.

Nota: La autora quiere agradecer a Sarah Bradford Landau, John Zukowsky y Guy Sterner por su ayuda con las referencias de proyectos y literatura. También agradecer a William Holabird y los miembros del staff del estudio Haines, Lundberg y Waehler por la información e imágenes de l proyecto de la Terminal Park.

Sobre la autora: Carol Herselle Krinsky: Es profesora del Historia del Arte y de Historia de la Arquitectura Norteamericana en New York University donde se doctoró. Su principal área de interés es la arquitectura y la planificación del siglo XX además de la pintura en el siglo XV. Ha sido presidente de la Society of Architectural Historians, del College Art Association; Int'l Center of Medieval Art; Cooperative Preservation of Architectural Records 1975-80); Miembro del Consejo del World Monuments Fund-Jewish Heritage Council 1995-99; Urban History Association; International Survey of Jewish Monuments (Vice-President, 1985-95) Ha recibido numerosas becas y reconocimientos entre ellos, las más recientes: Senior Fulbright Scholar; (200510), Distinguished Teaching of Art History Award/College Art Association, 2004. Entre sus libros publicados figuran: Contemporary Native American Architecture: Cultural Regeneration and Creativity (1996). Gordon Bunshaft of Skidmore (1988). Synagogues of Europe: Architecture, History, Meaning (1985/1996), Rockefeller Center (1978) entre otros.

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Ilustraciones

Edificio Singer, ubicado en Broadway 149, demolido en 1967.

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Equitable Building, 1913-1915.

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VestĂ­bulo de la Gran Terminal Central. 1950

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Empire State y Chrysler Building, ejemplos de las reglas de zonificaciĂłn.

Postal del complejo de la nueva terminal de Chicago.

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Merchandise Mart, Chicago, 1936 * Agradecemos a la autora la autorizacion para la publicación de este articulo.

Citas: 1 Ver “The Chicago School Issue” en Prairie School Review IX, I-2 (1972) para los trabajos de W. Weisman, C. Condit, H.R. Hitchcock y otros sobre las contribuciones de los arquitectos de New York, la costa Este y Chicago al desarrollo de los rascacielos. 2 Para una introducción de este tema ver R. G. Wilson et al, American Renaissance, 1979, exh. Cat.New York, Brooklyn Museum 3 J. Ford: Slums and Housing with Special Reference to New York City, 2 vols., Cambridge, Ma. 1936 es la fuente de información para casas de vecindad, regulación de la vivienda y la vivienda para los pobres. 4 Ver E.M. Bassett, Citizen´s Zone Plan Conference. Chicago. December 16 and 17, 1979. Report of Proceedings: 54. Cabe señalar que las barriadas más pobres de Chicago eran a menudo de madera edificios, uno a tres pisos de altura, más cerca de los barrios pobres de Brooklyn que hacen a la estructura de mamposteria más alta de Manhattan. 5 Para más sobre Grand Central Terminal y vecindad, ver. D. Steck Waite and J. Marston Fitch, Grand Central Terminal and Rockefeller Center, Albany, 1974, con la bibliografía; y Grand Central Terminal, City within a City, ed. Por D. Nevins, New York, 1982. 6 Una conveniente fuente para el fondo de la resolucion de la zonificación puede verse en F. Mujica, The History of the Skyscraper, New York, 19301, I: 37-40. Para el tema de zonificación y su lugar en la planificación de la ciudad, ver M. Scott, American City Planning Since 1890, Berkeley, 1969, esp. Pp. 152-58 (para New York City ). 7 La zonificación también regula las partes traseras de los edificios mediante el control del tamaño de los fondos y patios. Articulos sobre las consecuencias arquitectónicas de la zonificación incluyen Architectural Record XLVIII (sept. 1920):193-217. 8 C. Bostrom, “History of Zoning of Chicago”, en Citizens´Zone Plan Conference… (note4). Handbook for Architects and Builders. Published under the Auspices of the Illinois Society of Architects, esp. vol. XXVI (1923): 297-323 9

El comité sobre el Plan Regional de Nueva York y su ambiente:; Regional Surveyo f New York and Its Environs, 8vols., New York, 1927-29; Regional Plan of New York and Its Environs, 2 vols., New York, 1929-3I 1.

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Haines, Lundberg y firme sucesor Wæhler a Ralph Walker entonces conocido como Voorhees, G Melin, y Walker no tiene información documental sobre este proyecto, aunque su existencia se observó brevemente en la publicación de la firma. Ralph. Walker, Arquitecto de Nueva York, 1957. La firma tiene material fotográfico, sin embargo, lo que demuestra que Walker planeó edificios altos alrededor de un espacio central abierto. Holabird y Root también retienen material escrito en sus propuestas, pero William Holabird amablemente envió a la autora los restantes planes y fotografías, todas menos una de los cuales se encuentran ahora en la Biblioteca Burnham del Instituto de Arte de Chicago. Sus propuestas para el pleno desarrollo del sitio no incorporan ningún espacio abierto, sino que incluyen algunos edificios bajos entre los altos. El Sr. Holabird, quien no diseñó este proyecto, expresó su alivio de que nunca fue construido. Los papeles de Raymond Hood han sido destruidos casi en su totalidad, en parte por accidente. Las fotografías de su modelo para el proyecto están en el New York Historical Society. Su modelo muestra el puerto deportivo. Durante 1920, Eliel Saarin consideró este sitio en sus propuestas generales para desarrollos frente al lago. 11

Waite and Fitch (note 5); and C. H. Krinsky, Rockefeller Center, New York, 1978.

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The Sears Tower (Skidmore, Owings and Merrill;1 974). Sobre la arquitectura de la ciudad de Nueva York en general, ver Real Estate Record and Building Guide, A History of Real Estate and Building in New York, New York, 1914; Mujica (note 6); New York City Guide (Federal Writers Project. American Guide Series), ed. by L. Gody, New York, 1939; King's Views of New York, 1896-1915 and Brooklyn, 1905, comp. by M. King, new intro. by A. Santaniello, New York, 1974; Condit, The Port of New York, Chicago, I980. Sobre la arquitectura de Chicago, ver Condit, The Chicago School of Architecture. A History of Commercial and Public Building in the Chicago Area 1875-1925, Chicago, 1964; H . M. Mayer and R. C. Wade, Chicago, Growth of a Metropolis, Chicago, 1969; and Condit, Chicago, 191o-1929, Chicago,1 973

Imágenes: Library of Congress, Gobierno de los Estados Unidos. http://www.loc.gov/ Museum of the City of New York, http://collections.mcny.org/

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Estados Unidos y el hemisferio occidental en la mirada de los latinoamericanistas: Historiografías contrapuestas de las relaciones interamericanas, 1898-2016(1) Juan Pablo Scarfi

Este trabajo traza una genealogía de los imaginarios geopolíticos e historiográficos de las relaciones hemisféricas interamericanas en la era moderna desde la emergencia de los Estados Unidos como poder hegemónico continental hasta el presente, focalizándose en la trayectoria del lugar de América Latina en el hemisferio occidental. El argumento central de este ensayo puede sintetizarse de la siguiente manera: el carácter contradictorio y difuso de América Latina dentro del hemisferio occidental y de la cultura occidental en general, situado simbólicamente entre occidente y oriente, entre el primer mundo y el tercer mundo, ha tenido un gran influjo sobre el modo en que los latinoamericanos y los latinoamericanistas han estudiado a los Estados Unidos y a las relaciones interamericanas, desarrollando tradiciones culturales, interpretativas e historiográficas contradictorias. La reacción ambivalente de América Latina frente a la ascendencia de la hegemonía estadounidense en el continente desde 1898 en adelante se encuentra en el corazón de estas contradicciones. En otras palabras, los estudios latinoamericanos como campo de conocimiento y los estudios interamericanos tal como los practican los latinoamericanistas se han visto fuertemente influenciados por el impulso de explorar y entender los peligros y desafíos que planteaba el ascenso hegemónico de los Estados Unidos en América Latina. No es casualidad que la mayoría de los pensadores y escritores canónicos que son emblema del latinoamericanismo, como Simón Bolívar, José Martí, José Enrique Rodó, Rubén Darío, Francisco García Calderón y muchos otros, tendieron a ser escépticos y adoptar una actitud defensiva frente a la cultura y las tradiciones norteamericanas. Este legado cultural e historiográfico es todavía hoy muy influyente, ya que cuando en los últimos años comenzó a desarrollarse un movimiento hacia los estudios históricos hemisféricos y de la historia atlántica, y una serie de programas académicos en estudios hemisféricos y de las Américas comenzaron a crearse, hubo una importante resistencia por parte de casi toda la comunidad de los latinoamericanistas en los Estados Unidos y en Europa de incluir a los Estados Unidos dentro del marco de los estudios acerca de América Latina. Cabe ante todo comenzar con algunas observaciones historiográficas acerca del período anterior a la Guerra Fría. Si la guerra entre los Estados Unidos y México marcó un primer momento decisivo en el ascenso de la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental, 1898 y la Guerra HispanoNorteamericana y las intervenciones en Cuba y Puerto Rico constituyen una fecha simbólica crucial asociada 32


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a la institucionalización definitiva de un intento expansionista por consolidar esa hegemonía hemisférica. Aunque los fundamentos ideológicos del expansionismo continental de los Estados Unidos se remontan a la formulación de la doctrina de Monroe y las ideas internacionales de Thomas Jefferson, su expansión por el continente no comenzó hasta mediados del siglo XIX y sólo en 1898 esta transformación fue reconocida internacionalmente, sobre todo por Gran Bretaña y por lo tanto aceptada como un nuevo status quo a nivel internacional y como parte de un orden continental propio del hemisferio occidental. Al mismo tiempo, el concepto de América Latina fue inventado en la primera mitad del siglo XIX en Francia (1836), pero no llegó a ganar prominencia como un ideal regional más amplio hasta la consolidación del expansionismo estadounidense y la aparición del panamericanismo en los Estados Unidos hacia 18892. El latinoamericanismo surgió como una reacción frente a las políticas intervencionistas de Estados Unidos, su creciente predominio en el hemisferio y su promoción de la cooperación interamericana a través del lenguaje del panamericanismo. Fue en este escenario conflictivo que una serie de imaginarios culturales y políticos diversos en defensa de la idea de América y de distintos americanismos comenzaron a extenderse por todo el continente. Por un lado, una defensa cultural y legalista del latinoamericanismo comenzó a surgir como una reacción al proyecto continental encabezada por Estados Unidos de promoción del panamericanismo, tal como fue propuesto inicialmente por James Blaine y luego por Elihu Root, como una política de cooperación económica, cultural, política e intelectual liderada por los Estados Unidos. La obra literaria de José Martí, José Enrique Rodó, Rubén Darío, Manuel Ugarte, Rufino Blanco-Fombona y las contribuciones jurídicas y diplomáticas de Roque Sáenz Peña, Vicente Gregorio Quesada, Carlos Pereyra, Isidro Fabela y otros fueron reacciones defensivas frente a estas transformaciones. Por otro lado, el auge del panamericanismo dio lugar a una unión progresiva de algunas figuras de América Latina con este movimiento panamericanista y continental emergente, incluyendo figuras como Luis María Drago, Alejandro Alvarez, Baltasar Brum, Víctor Manuel Maúrtua, Antonio Sánchez de Bustamante, Jesús María Yepes y otros, quienes encontraron en el panamericanismo una forma de internacionalismo liberal de cooperación y promoción de la paz y el orden legal continental. Los latinoamericanos comenzaron a dividirse y confrontar entre sí en lo relativo a las relaciones continentales con los Estados Unidos y la naturaleza del panamericanismo. Fue en este contexto panamericano y controversial que se consolidó la Historia Latinoamericana como un campo académico en los Estados Unidos, como han mostrado Mark T. Berger y más recientemente Ricardo Salvatore.5 Junto con el auge de esta sub-disciplina, una pequeña minoría de los miembros destacados de este campo emergente buscó analizar esas manifestaciones culturales de latinoamericanismo que eran abiertamente reactivas y críticas de los Estados Unidos. James Fred Rippy y Clarence Haring, dos

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padres fundadores de la historia de América Latina en los Estados Unidos jugaron un papel importante no sólo en el establecimiento de este campo como estrechamente asociado al estudio de las relaciones hemisféricas interamericanas, sino también en ser precursores de otra preocupación emergente: la aparición de antiamericanismo y de la “fobia anti-yanqui” para usar las palabras exactas de un artículo pionero del propio Rippy3. Se podría decir, entonces, que la historia de América Latina en los Estados Unidos surgió como un campo íntimamente asociado al campo de las relaciones interamericanas hemisféricas, es decir, las relaciones entre América Latina y los Estados Unidos, así como también ligado a una preocupación intelectual e historiográfica emergente en los Estados Unidos: el antiamericanismo. De hecho, Rippy, Haring, Herbert Bolton, Arthur Whitaker y otros, se establecieron como expertos tanto en la historia de América Latina como en la historia de las relaciones hemisféricas interamericanas. No es sorprendente que los latinoamericanos que fueron vistos a los ojos de Rippy y Haring como anti-americanistas, como Manuel Ugarte, José Ingenieros, Carlos Pereyra y Rufino Blanco-Fombona comenzaran casi al mismo tiempo a acuñar la expresión “antiimperialismo” para definir a un movimiento defensivo para la construcción de una Unión Latinoamericana, lo cual contribuyó a ampliar y difundir estos ideales a través de diversos países de América Latina, particularmente en Argentina, México y Perú después de la Revolución mexicana y la Reforma Universitaria latinoamericana que comenzó en 1918. La ironía del auge de estas dos expresiones ideológicas e historiográficas es que mientras los escritores e intelectuales latinoamericanos no sentían que tuvieran que hacer ninguna referencia a los Estados Unidos cuando hacían uso de la expresión “antiimperialismo”, los historiadores estadounidenses de América Latina no eran completamente conscientes del hecho de que lo que ellos denominaban “anti-americanismo” y “fobia anti-yanqui” eran de hecho una versión alternativa de “americanismo”, y por ende una reacción defensiva frente al panamericanismo. Por un lado, fue sin duda imposible para ellos predecir en esos años que tales términos habrían de dar origen, sobre todo después del 11 de septiembre de 2001, a una vastísima literatura sobre el antiamericanismo que se expandió mucho más allá del ámbito de los estudios hemisféricos interamericanos.5 Por otro lado, el término “anti-imperialismo” habría de tener también un legado importante en la historiografía latinoamericana producida en América Latina. De hecho, para el momento en que una historiografía moderna comenzó a consolidarse en América Latina en el contexto de la transición a la democracia a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, historiadores y sociólogos argentinos y latinoamericanos, tales como Oscar Terán y Juan Carlos Portantiero, iban a utilizar el noción de “anti-imperialismo” en un intento de ser fieles a la terminología empleada por los fundadores de estas ideologías e imaginarios continentales en los primeros estudios académicos sistemáticos sobre estos temas producidos y publicados en América Latina3

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En el contexto de la Guerra Fría, los estudios hemisféricos interamericanos tal como fueron desarrollados por los latinoamericanistas continuaron produciendo historiografías contrapuestas, pero el nivel de comunicación e interacción entre los latinoamericanistas que trabajan sobre las relaciones interamericanas en todo el mundo, especialmente en los Estados Unidos y en América Latina, comenzaron a aumentar de manera significativa. La institucionalización del concepto de América Latina en un contexto mundial en 1948 con la creación de una serie de organizaciones transnacionales, como la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), Unión de Universidades de América Latina (UDUAL), como así como de otras organizaciones de Cooperación Económica y intelectual de América Latina, ha contribuido de manera notable a la consolidación de un campo de estudio y perspectiva latinoamericanistas.5 Al menos tres enfoques influyentes ayudaron a establecer una serie de preocupaciones continentales comunes y un involucramiento considerable que incluyó la teoría de la modernización, la teoría de la dependencia y el enfoque crítico del estudio del imperialismo norteamericano y la historia de las relaciones exteriores, personificado por William Appleman Williams y la Escuela de Wisconsin4. Estos enfoques tuvieron un impacto muy vasto en todo el continente americano y en Europa también. Por otra parte, fue a mediados de la década de 1960 que los estudios latinoamericanos se consolidaron como un campo académico independiente y distinto en los Estados Unidos y en el Reino Unido y por lo tanto la Latin American Studies Association (LASA), fundada en 1966 y la Society of Latin American Studies (SLAS), fundada en 1964, se establecieron respectivamente en los Estados Unidos y en el Reino Unido5. Aunque la institucionalización del concepto y la idea de América Latina en el contexto mundial y el establecimiento de los Estudios Latinoamericanos como un campo de estudios académicos podrían ser visto como productos de un momento de involucramiento e interacción creciente en el desarrollo de enfoques comunes practicados en todo el mundo, enfatizando la teoría de la modernización, la dependencia e incluso el estructuralismo, esta transformación contribuyó paradójicamente a separar a los latinoamericanistas de otros sub-campos, particularmente de los estudios hemisféricos interamericanos. La consecuencia de este cambio fue que los latinoamericanistas comenzaron a ser considerados como especialistas en estudios de área, separando el estudio de América Latina del estudio del hemisferio occidental y el continente americano, lo que dio como resultado un aislamiento de la comunidad de los latinoamericanistas respecto de otros sub-campos de estudio. La mentalidad geopolítica que predominó durante el período de la Guerra Fría ciertamente no estimuló a los estudiosos de cultivar estudios hemisféricos más amplios de las Américas. La premisa de este enfoque geopolítico fue que era necesario distinguir las regiones y separarlas unas de otras. Por lo tanto, no es sorprendente que en este periodo, los tres enfoques que dominaron el campo tendieron ante todo a enfatizar las diferencias entre Estados Unidos y América Latina. En primer lugar, en el corazón de la teoría de

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la modernización estaba la idea de que los modelos exitosos que se habían llevado a cabo en los países desarrollados, como los Estados Unidos, tenían que ser emulados en las regiones subdesarrollados, como América Latina. Un espacio se utilizó como modelo y otros espacios y regiones como terrenos para la traducción, implementación y aplicación de esos modelos. En segundo lugar, la teoría de la dependencia fue pionera e innovadora al introducir la palabra imperio e imperialismo en los estudios hemisféricos. Sin embargo, se basaba en la suposición de que América Latina se había visto limitada por una serie de estructuras económicas globales que impedían su propio desarrollo independiente y la única solución posible era liberar a América Latina del Coloso del Norte y de la economía mundial capitalista en general. Por último, coincidiendo en varios aspectos con la teoría de la dependencia, la escuela de Wisconsin fue también pionera al poner un fuerte énfasis en la crítica de las estrategias intrínsecamente imperialistas, intervencionistas y hegemónicas y las estrategias económicas de los Estados Unidos en América Latina, pero no tanto la forma en la que se localizaron e implementaron en la región dichas políticas. Una de las debilidades de este enfoque fue que esta historia diplomática se basó casi exclusivamente en fuentes primarias de los archivos de los Estados Unidos. En resumen, durante la Guerra Fría, el cultivo de los estudios hemisféricos interamericanos pasó por un proceso crítico y los latinoamericanistas se unificaron como una comunidad académica, pero esa comunidad dio un paso atrás en el campo de los estudios hemisféricos y de las relaciones entre América Latina y los Estados Unidos. Antes de 1945, en momentos en que no se había institucionalizado plenamente la disciplina de la historia de América Latina como campo autónomo, los estudios hemisféricos interamericanos estaban en el centro de la agenda de investigación de la mayoría de las figuras pioneras en dicha disciplina en los Estados Unidos. Ese cultivo de los estudios hemisféricos coincidió y puede explicarse por las políticas hegemónicas de los Estados Unidos en América Latina durante esos años promoviendo el panamericanismo. Después de 1945, esto cambió significativamente y el estudio de las relaciones hemisféricas interamericanas desde una perspectiva verdaderamente continental fue menos cultivada. El campo de las relaciones hemisféricas interamericanas, tal como ha sido practicado por los latinoamericanistas se ha reavivado en los últimos años, sobre todo a partir del fin de la Guerra Fría. Esta transformación reciente y la vuelta a los estudios hemisféricos en los Estados Unidos y en Europa han tenido un gran impulso en parte como reacción a la idea de la excepcionalidad estadounidense y la necesidad de comparar la historia de Estados Unidos con la de otras regiones para mostrar cuantos puntos en común tiene esa historia con la de otras naciones.6 Algunas interpretaciones e historias hemisféricas de las Américas, sus relaciones internacionales y la dinámica de la interacción continental, como las que proponen James Dunkerley, Charles Jones, Felipe Fernández-Armesto y John Elliott, entre otros, han trazado una

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agenda de intelectual y académica para la conformación de historias continentales y estudios comparativos de las Américas.5 Al mismo tiempo, algunos latinoamericanistas que trabajan en los Estados Unidos, como José Moya y Greg Grandin, han cuestionado recientemente, desde enfoques historiográficos muy diferentes, el excepcionalismo estadounidense. Mientras que Moya ha resaltado el carácter excepcional que tuvo la transición de América Latina hacia la modernidad, Grandin enfatizó la adopción de un enfoque específico de los derechos sociales y del liberalismo en la región, que han sido la antítesis de la tradición liberal individualista dominante en los Estados Unidos.7 En otras palabras, ciertos componentes excepcionales pueden encontrarse también en la historia de América Latina. Por otra parte, la legitimidad y la coherencia geográfica del concepto de América Latina también ha comenzado a ser cuestionado. El corolario de todas estas transformaciones y debates historiográficos recientes es que algunas de las limitaciones de los marcos rígidos anteriores se han superado y el campo ciertamente ha comenzado a ser más flexible, diverso y global. Sin embargo, la comunidad académica de los latinoamericanistas, al menos en el campo de la historia, sigue estando dividida hoy en enfoques y perspectivas contrapuestas. La globalización y el giro internacional en los estudios hemisféricos han dado lugar a serias divisiones en la comunidad de los latinoamericanistas entre los que trabajan en América Latina, los Estados Unidos y Europa. Por ejemplo, mientras que en América Latina muy poca atención, si es que ha recibido alguna atención, se ha dedicado a los estudios hemisféricos, y el campo ha dirigido mayor atención incluso a micro-historias locales y a veces a la comparación con otros países latinoamericanos, la tendencia en los Estados Unidos ha sido el estudio de América Latina en relación con la Historia Atlántica y la historia de las Américas en su conjunto. Aunque América Latina ha adquirido un papel mucho más protagonista en el mundo y en la política de las relaciones continentales con Estados Unidos, han comenzado a surgir de nuevo historiografías contrapuestas y en ocasiones antagónicas en el estudio de las relaciones hemisféricas. Mientras que los latinoamericanos están más o menos unificados, los latinoamericanistas se extienden por todo el mundo y por lo tanto se encuentran divididos en habitus académicos y tradiciones contrapuestas. Cabe concluir este recorrido por las historiografías de Estados Unidos y del continente americano propias de los latinoamericanistas con un breve análisis del estado actual de las relaciones hemisféricas. La declinación de la hegemonía hemisférica de los Estados Unidos y de algunas instituciones interamericanas como la OEA, ha dado lugar a un nuevo campo de estudios, especialmente en el campo de las relaciones internacionales: el estudio de las potencias emergentes, especialmente de China, India y Brasil. El país que ha sido visto recientemente como el prototipo más ostensible de una potencia emergente en América Latina es sin duda Brasil. Un reciente y excéntrico libro escrito por un inversor privado estadounidense, James Dale Davidson, titulado Brazil is the New America (2011), sugiere que el declive de la hegemonía económica

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estadounidense ha llevado a una situación en la que Brasil es el nuevo líder del hemisferio occidental.8 El nuevo papel protagónico de Brasil y América Latina de manera más amplia en el contexto global actual ha contribuido a la expansión del sector académico en Brasil, especialmente en el campo de las relaciones internacionales. Parece que cada vez más los latinoamericanos irán a hacer sus doctorados a Brasil. Si esta tendencia se volviera una norma y continuara, Brasil se convertiría progresivamente en un lugar central dentro del continente americano para estudiar las relaciones hemisféricas interamericanas. Pero la reacción a estas transformaciones por parte de los latinoamericanistas residentes en América Latina ha sido ecléctica, desencantada e incluso defensiva. Aunque en los últimos años ha cambiado fuertemente en dirección a la inclusión de estudios globales y hemisféricos en los nuevos programas de estudios, como es el caso, por ejemplo, del Programa Sur Global de la Universidad Nacional de San Martín en Argentina, esta comunidad académica ha tendido a hacer hincapié en el estudio de aspectos muy locales y micro de sus propios países e incluso sus provincias locales como temas separados de los estudios globales. Con el declive de la teoría de la dependencia y este retraimiento en las cuestiones locales, el campo de los estudios hemisféricos como se practica en América Latina es extremadamente pequeño y lo seguirá siendo por algún tiempo, excepto quizás en el caso de Brasil. Por esta razón, los investigadores con base en América Latina que quieren estudiar y participar en estudios hemisféricos interamericanos tenderán a irse a estudiar a los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania, Europa y ahora Brasil. Quisiera concluir con una reflexión bastante pesimista sobre las perspectivas de los estudios hemisféricos interamericanos tal como son practicados por los latinoamericanistas: la globalización de la academia y de la práctica de la escritura no parecen estar aumentando el nivel de comunicación e interacción entre los latinoamericanistas que trabajan en las relaciones hemisféricas interamericanos distribuidos por todo el mundo. Si estas tendencias se mantienen en el tiempo, seguiremos contando con historiografías contrapuestas de las relaciones interamericanas, lo cual no es malo e incluso es estimulante de algún modo, pero los intercambios seguirán siendo limitados y truncos e incluso persistirán los desencuentros.

Sobre el autor: Juan Pablo Scarfi es graduado de la Maestría en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella, ha realizado su doctorado en historia en la University of Cambridge.

Ha sido becario del CONICET y del FONCyT,

recientemente ha ingresado como investigador al CONICET. Entre sus publicaciones se encuentra su libro El imperio de la ley: James Brown Scott y la construcción de un orden jurídico interamericano (Buenos Aires: 38


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Fondo de Cultura Económica, 2014), y diversos artículos entre ellos: [with Andrew Tillman] Cooperation and Hegemony in U.S.-Latin American Relations: Revisiting the Western Hemisphere Idea (New York: Palgrave Macmillan, 2016); “Relaciones internacionales, identidades colectivas y vida intelectual en Sudamérica, 1810-1945,” Revista Complutense de Historia de América 39 (2013): 15-21.

Citas: 1 Una primera versión de este trabajo fue presentada en la conferencia anual de 2012 de la American Studies Association (ASA), “Dimensions of Empire and Resistance: Past, Present, and Future,” realizada en noviembre de 2012 en San Juan, Puerto Rico, en el marco del “ASA International Committee Talkshop III: Inter-American Studies Outside the U.S.” moderado por Claudia Sadowski-Smith. Quisiera agradecer especialmente a Claudia Sadowski-Smith por la invitación y por los comentarios y sugerencias que contribuyeron a pulir y mejorar este trabajo. Algunas de las ideas presentadas aquí retoman argumentos desarrollados en la introducción que he escrito con mi colega Andrew Tillman para un volumen colectivo que acaba de publicarse muy recientemente. Véase Juan Pablo Scarfi y Andrew Tillman, “Cooperation and Hegemony in U.S.-Latin American Relations: An Introduction,” en Juan Pablo Scarfi y Andrew Tillman (eds.), Cooperation and Hegemony in U.S.-Latin American Relations: Revisiting the Western Hemisphere Idea (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2016), 1-30. 2 Arturo Ardao, “Panamericanismo y latinoamericanismo”, en América Latina en sus ideas, ed. Leopoldo Zea (México: Siglo XXI editores, 1986), p. 157. 3 Ver Mark T. Berger, Under Northern Eyes: Latin American Studies and U.S. Hegemony in the Americas, 1898-1990 (Bloomington: Indiana University Press, 1995), Ricardo Salvatore, “Hemisphere, Region and Nation: Spatial Conceptions in U.S. Hispanic American History,” en Juan Pablo Scarfi y Andrew Tillman (eds.), Cooperation and Hegemony in U.S.Latin American Relations: Revisiting the Western Hemisphere Idea (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2016), 139-168, y Ricardo Salvatore, Disciplinary Conquest: U.S. Scholars in South America, 1900–1945 (Durham, NC: Duke University Press, 2016). 5 James Fred Rippy, “Literary Yankee-Phobia in Latin America” Journal of International Relations 12 (1922): 350-371, James Fred Rippy, “Introduction” in Manuel Ugarte, The Destiny of a Continent, ed. James Fred Rippy (New York, A.A. Knopf, 1925), Clarence H. Haring, South America Looks at the United States (New York: The Macmillan Company, 1928). 4 Sobre el anti-americaricanismo en la literatura más reciente, véase, por ejemplo, Alan L. McPherson, ed., AntiAmericanism in Latin America and the Caribbean (New York: Berghahn Books, 2006), Greg Grandin, “Your Americanism and Mine: Americanism and Anti-Americanism in the Americas”, American Historical Review 111 (2006): 1042-1066 y Max Paul Friedman, Rethinking Anti-Americanism: The History of an Exceptional Concept in American Foreign Relations (New York: Cambridge University Press, 2012). 5 Véase Oscar Terán, “El primer antiimperialismo latinoamericano” en En busca de la ideología argentina. (Buenos Aires: Catálogos, 1986), pp. 85-97, Oscar Terán ed., José Ingenieros: Antimperialismo y nación (México: Siglo XXI editores, 1979), Juan Carlos Portantiero, Estudiantes y política en América Latina: el proceso de la reforma universitaria, 1918-1938 (México: Siglo XXI editores, 1978). Véase también Oscar Terán, “El espiritualismo y la creación del antiimperialismo latinoamericano”, Culturas imperiales: Experiencia y representación en América, Asia y Africa, Ricardo D. Salvatore, ed. (Rosario: Beatriz Viterbo editora, 2005), pp. 301-314. 5 Ardao, “Panamericanismo y latinoamericanismo”, pp. 169-170.

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6 Sobre los paralelismos y confluencias entre la teoría de la modernización y la teoría de la dependencia en los campos de la historia, la historiografía y el planeamiento urbano en la época de la Guerra Fría, véase Adrián Gorelik, “Miradas cruzadas. El viaje latinoamericano del planning norteamericano,” Bifurcaciones 18 (2014): 1–20, y Gilbert M. Joseph, “Encuentros cercanos: Hacia una nueva historia cultural de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina,” en Ricardo Salvatore (comp.), Culturas imperiales: Experiencia y representación en América, Asia y Africa (Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2005), 89-120. 7 James Dunkerley, “The Study of Latin American History and Politics in the United Kingdom: An interpretative Sketch” en Warriors and Scribes: Essays on the History and Politics of Latin America (London: Verso, 2000), pp. 83-116. 8 Sobre esta premisa se asienta el reciente libro de Thomas Bender que analiza la historia de los Estados Unidos en perspectiva comparada, mostrando que se trata de una historia que tiene mucho en común con la de otras naciones occidentales. Véase Thomas Bender, Historia de los Estados Unidos: Una nación entre naciones (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2011). 9 Véase Charles Jones, American Civilization (London: Institute for the Study of the Americas, 2007), James Dunkerley, Americana: The Americas in the World around 1850 (London: Verso, 2000), Felipe Fernández-Armesto, The Americas: A Hemispheric History (New York: Modern Library, 2003), y John Elliott, Do the Americas have a common history? An Address (Providence, R.I.: John Carter Brown Library, 1998). 10 Véase José C. Moya, “Modernization, Modernity, and the Trans/Formation of the Atlantic World in the Nineteenth Century,” en The Atlantic in Global History, 1500-2000, editado por Jorge Cañizares-Esguerra and Erik R. Seeman (Upper Saddle River, New Jersey: Pearson Prentice Hall, 2007), pp. 179-197, y Greg Grandin, “The Liberal Traditions in the Americas: Rights, Sovereignty and the Origins of Liberal Multilateralism”, American Historical Review 117 (2012): 68-91. 11 James Dale Davidson, Brazil is the New America: How Brazil Offers Upward Mobility in a Collapsing World (Hoboken, New Jersey: John Wiley, 2011).

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Los viajeros del tango: anclados en New York* Andrea Matallana

La llegada del tango a los Estados Unidos se realizó a través de tres vías: la primera, como resonancia europea (donde el tango se había instalado desde fines de siglo) porque mirar a Europa como el escenario de la sofisticación, el buen gusto y la alta cultura era una estrategia ampliamente esgrimida por la alta burguesía de New York. Así es que a comienzos de siglo XX se imitaban las modas de las principales ciudades de Europa y, en la medida en que llegó a los altos círculos sociales de Francia e Inglaterra, los norteamericanos la importaron. La segunda, vinculada a la anterior, fue la danza. Los cambios sociales de estos años trajeron las novedades en los ritmos bailables. En este sentido, el one step, el maxixe y el tango se incorporaron a los festejos de la high society (por medio de las patrocinadoras de bailes, por ejemplo) y, posteriormente, se socializó en los diversos centros nocturnos. En este sentido, el instructor de baile (profesional o amateur) fue indispensable hasta que se incluyó en los manuales de danza y llegó a las academias profesionales. La tercera vía de inclusión fue el procesamiento que las industrias culturales hicieron de este ritmo. La expansión del tango coincidió, y no casualmente, con el éxito del consumo de los nuevos soportes sonoros (fonógrafos, gramófonos, cilindros y discos) que se diversificaron en modelos y nuevos sonidos. En este proceso de exportación cultural, Nueva York exhibía la emergencia de una nueva clase burguesa que dominó el drama de la producción cultural ya que como lo expresa Sven Beckert “en ningún otro país en el mundo emergió una elite económica tan poderosa como la de New York”. En

ausencia de una

aristocracia, la burguesía neoyorquina cimentó un enorme poder no solo económico sino cultural y social (Beckert,2003).

Este elemento hacía propicia el arribo del “verdadero tango argentino” como era

publicitado en la época. Cuando se releen las narrativas acerca de la exportación del tango se hace indispensable comprender el modelo de artistas-emprendedores que existía hacia principio de siglo. Los primeros en arribar a Europa, por lo general, habían pasado por el espectáculo circense y tenían una experiencia en recorrer trayectos poco conocidos y actuar en situaciones más precarias que el mundo del star system. Se trataba de un grupo de músicos, bailarines y artistas populares ávidos de aprovechar oportunidades, conseguir fama y fortuna. El desempeño profesional se ponía en juego bajo situaciones variadas: improvisación, monólogos, canto y baile eran algunas de las actividades que debían llevar a cabo en sus actuaciones. Si tomamos como referencia 41


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inicial a Angel Villoldo y Alfredo Gobbi, ambos habían tenido experiencia en los circos populares de finales de siglo XIX y principios del XX, tanto en la reconocida compañía de los hermanos Podestá o en el Circo Rafetto. No es casual, entonces, que hicieran a comienzos del siglo XX sus primeros viajes a Europa y luego a Estados Unidos. Los primeros artistas del tango, en tanto género popular, comprendieron rápidamente la importancia de plasmar su arte en las grabaciones de cilindros y discos, y aprovecharon todas las oportunidades para lograrlo, aun cuando el idioma les fuera adverso. Creemos que, para estos artistas, el proceso tuvo dos formulaciones: la primera, grabar para poder importar hacia argentina; la segunda, más riesgosa, probar suerte en la escena del espectáculo norteamericano1.

Respecto del primer punto,

sabemos por algunos catálogos que artistas como Alfredo Gobbi y su esposa, Flora, no sólo probaron suerte en Paris, sino que se aventuraron hacia Estados Unidos donde grabaron varias piezas para los estudios Victor en Nueva York, y posteriormente para Columbia. Según los datos de ingresantes a Ellis Island, la familia Gobbi viajó junto a su hija de seis años, Orfelia, en varias oportunidades. La primera en 1907 desde Francia, la segunda directamente desde Brasil; la tercera y cuarta vez, en 1909 y 1911 respectivamente, desde Francia. Algunos de los registros sonoros de Gobbi aparecen en catálogos de discográficas norteamericanas y suponemos que hicieron algunas presentaciones teatrales dado que la pareja no solo cantaba y tocaba instrumentos sino que también bailaban. Por su parte, los dos más importantes bailarines argentinos, que lucieron sus cortes en los principales salones de Buenos Aires, llegaron a Estados Unidos en los primeros años de la década de 1910. El primero fue José Benito Bianquet, en diciembre de 1912, desde Buenos Aires, acompañado por María Eloisa Gobbi, bailarina de veinte años de edad. Bianquet, más conocido como el cachafaz fue uno de los iniciadores en los salones bailables de Europa. Junto a su pareja se presentaron como los auténticos bailarines de tango argentino en el Ziegfeld Follies en Nueva York (Society and Entertainment). El otro destacado bailarín fue Casimiro Ain, que viajó por primera vez en 1913, partiendo desde el Havre en La Provence, junto a Martina Ain y su hijo Ricardo, de seis años. Dos años más tarde, volvería a Nueva York partiendo desde el puerto de La Plata y, posteriormente, en 1926, desde Buenos Aires. En el caso de Aín viajó a Paris en 1911 y en 1913 se trasladó a Nueva York para probar suerte en los escenarios bailables locales. En el diario New York Tribune del 3 de diciembre de 1915, se anunciaba su presencia en el baile de carnaval organizado por el Lafayette Fund, como el profesor argentino, inventor del tango, sin dudas una de las grandes atracciones del evento. En el mismo barco que Ain llegaron Eduardo Morelos, Vicente Loduca y Celestino Ferrer, tres importantes músicos que intentaron asentarse en la escena norteamericana aprovechando el impacto de 42


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esta moda. Los artistas tenían dos escenarios internacionales claros para mostrarse: Nueva York y Paris. En este caso, luego de su primera experiencia, Ferrer y Carlos Guerino Filipotto volverían en 1915 a Nueva York, en un segundo viaje intercalando una ciudad con la otra. En agosto de 1920, en el Martha Washington, arribaron desde Buenos Aires Enrique Delfino, Osvaldo Fresedo y David Roccatagliata2. Los tres integraron la orquesta Victor y la orquesta Típica Select: acompañados por Tito Delfino en violín y Alfred Lennartz en cello para las grabaciones realizadas en los estudios de Camdem entre 1920 a 1924. Según el catálogo de Víctor Company, Fresedo era integrante de la orquesta Típica Loduca, en las grabaciones realizadas en Buenos Aires en 1917. Estos músicos fueron contratados por la empresa para grabar cincuenta discos con el verdadero estilo argentino. Cuando algunos rememoraban su estancia en Estados Unidos, lo hacían con cierto escepticismo y desencanto, como sucedía con el autor de Milonguita y la Copa del Olvido, quien señalaba haber hecho todo lo posible para “llevar el verdadero tango a los grandes cabarets y salones de espectáculos pero no resultó (…) los directores me dijeron que era una música muy triste para ser impuesta en salones destinados a reír y a gozar de la vida” (de la Fuente). Parecía ser que la melancolía propia de aquellas composiciones no se llevaba bien con la idea de que bailar era simplemente una diversión, y el tango exitoso en Norteamérica era aquel que podía ser bailado. Para Juan Carlos Cobián que viajó en diversas oportunidades, la experiencia tampoco resultó en fama y fortuna. Al menos dos veces su entrada fue por Ellis Island. La primera vez llegó en el Pan American, en 1923, declaró en migraciones que sus contactos en Estados Unidos estaban en Camdem, Nueva Jersey, estaba contratado por la compañía Panamerican Recording Co donde permanecería un año. Carlos Groppa en su libro sobre el tango en Estados Unidos aborda los viajes de Cobián dándoles un tenor puramente romántico. A juzgar por el testimonio de Enrique Cadícamo, su inseparable amigo, esto parecería cierto, aunque Juan Carlos Cobián estuvo durante años anclado en Nueva York probando suerte en diferentes clubes nocturnos como pianista, desempeñándose en orquestas de jazz y también actuando como solista. En 1927, una publicidad del New York Times lo ubicaba acompañando a Wilda Bennett (una conocida actriz y bailarina del viejo vaudeville) en Ross Fenton Club de la calle Broadway y la 51st. La orquesta argentina de Carlos Cobian aparecía destacada en la publicidad5. Ese mismo año, también era resaltada su actuación en el show que habían presentado con motivo de la celebración del día de San Valentín en el teatro B.F. Keith´s los bailarines Cortez y Peggy, y el cantante José Moriche. La última vez que Cobián llegó a New York fue catorce años más tarde, parando en el Hotel Astoria acompañado por su amigo Cadícamo4.

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También en 1923, llegaba a California el actor Vicente Padula que intentaría probar suerte en Hollywood. Posteriormente, en 1934, viajaba nuevamente desde Francia para participar en varias películas de Gardel: Melodías de Arrabal, Cuesta Abajo y El Tango en Broadway donde dejaría una destacada actuación. En 1925 arribaba por primera vez a Nueva York, José Bohr, acompañado de su esposa Eva. En aquella oportunidad su contacto en Estados Unidos era Mister Jesse Lasky de la Paramount. Este era un contacto que revestía por demás importancia: Lasky además de ser uno de los padres de la industria cienmatográfica norteamericana en Los Angeles, funsionado con Arold Zuckor había creado la compañía Famous Players y había construido un importante estudio en el Astoria de New York en 1920. Al año siguiente, volvería a Nueva York contratado por la Victor Talking Machine Co y la empresa Argentina Ammusement Co, ubicada en West 33d. Street. El caso de José Bohr, autor del famoso fox trot “Pero hay una melena”, es interesante porque al conocer el circuito del show business norteamericano decidió quedarse y probar suerte como actor de cine, entre otras profesiones. Al día siguiente de su llegada por segunda vez a Nueva York, el diario The New York Times del 22 de diciembre de 1926 anunciaba su presencia titulando: “Los gauchos llegan para una gira”. El periódico mencionaba un grupo de doce gauchos que estarían de gira por el país. El hecho que llamaba la atención era la vestimenta utilizada: “camisas de seda blanca, bordeada de encaje, pantalones de seda blancos, chalecos de color rojo y negro, botas altas y espuelas de plata. También llevaban el pintoresco sombrero de ala ancha de las pampas. La mayoría de ellos portaban boleadoras de Argentina. Este instrumento es un lazo de tres metros de largo, en cada extremo se sujeta una bola de plomo que pesa una libra”. Como vemos, la intención del grupo era explotar la imagen que Valentino había establecido en el cine norteamericano. Unos pocos días después de su primera presentación, The New York Times seguía impactado por la manera de vestirse de los “gauchos” de José Bohr, y detallaba el extraño atuendo: “Los hombres llevan espuelas, ponchos, mates y bombillas para beber el té, llamado mate, los bandoneones, y el baile del tango”. El artista sostenía que su grupo era la primera organización musical de América del Sur en traerlo a los Estados Unidos. Posteriormente, Bohr tuvo presentaciones en diferentes estados. En 1931, volvía a los Estados Unidos desde México, donde había fijado su lugar de residencia; y continuaría con sus viajes en los siguientes años hasta 1940, en general acompañado por su esposa. Quizá el caso de José Bohr fue especial, dado que el actor solicitó la residencia para poder permanecer trabajando y adquirió posteriormente la nacionalidad. Para otros músicos la experiencia de viajar a Estados Unidos tuvo vaivenes. Para Francisco Canaro o Fresedo, fue provechosa a nivel musical porque les permitió actualizarse en las nuevas composiciones que se

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representaban popularmente en la escena norteamericana. Así, por ejemplo, Firpo introdujo un set de música de jazz en su orquesta, del mismo modo que lo hicieron Canaro y Fresedo con diferentes resultados. En el caso de Canaro, su hermano Juan arribó a Nueva York en septiembre de 1926, en el Vandyk acompañado por una troupe compuesta por Casimiro Ain, Ernesto Bianchi, Maria Canaro (esposa de Juan), Rafael Canaro, Fioravanti Di Cicco (pianista), Luis Petrucceli, Octavio Scaglione y Cayetano Puglisi. Seis días más tarde, el 27 de septiembre, llegaba desde Francia, Francisco Canaro en el De Gresse, junto a su esposa Myrtha y Linda Telma (Ermelinda Spinelli), los que se alojarían en el Empire Theatre Building. Durante ese año, se presentó en el Club Mirador, en Broadway y la 51, junto al bailarín Maurice y su compañera Eleonora Ambrosio, aunque no tuvo mayor impacto en la prensa norteamericana ni en el público que tenían bastante definidos sus gustos acerca de lo que creían que era el tango. Cuando, en 1928, Caras y Caretas consultaba a estos músicos respecto de si sería desplazado por el jazz, las respuestas coincidían en negarse rotundamente, aunque en el caso de Canaro parecía querer olvidar que había incluido el jazz en sus representaciones y que para intentar fama en Nueva York aceptó disfrazarse de gaucho para ejecutar tangos, tanto como lo había hecho Fresedo. Como parte del circuito latinoamericano, en 1927, Augusto Berto llegó a Nueva York embarcado en el Gobernor Cobb, arribaba desde Cuba junto a otros músicos para presentarse en el Manhattan Opera House, también viajaban la compañía teatral de Camila Quiroga junto a varios artistas de renombre en Argentina como Florindo Ferrario, José Olarra, entre otros. Con el arribo de Carlos Gardel en 1933, en el Champlain, se aventurarían varios de sus amigos o colaboradores, como el caso de Alfredo Le Pera en abril de 1934 desde Francia, y Enrique de Rosas, uno de los actores que lo acompañaron en El tango en Broadway, en diciembre de 1934. En su primer viaje, Gardel fue destacado entre los pasajeros que habían llegado al puerto. El cantante figuraba entre personalidades como el Baron Voruz de Vaux, Rene Das, o Misha Szur. En enero de 1935, Tito Lusiardo también se instalaría en Nueva York para participar de Tango Bar y El día que me quieras. Algunos estudios sobre la vida de Carlos Gardel mencionan que su estadía en Estados Unidos tuvo dos momentos: el primero, entre diciembre de 1933 y mayo de 1934, dedicado a su actuación en la radiofonía norteamericana; y el segundo, en el que se dedicó al cine, y grabó las piezas musicales de sus películas en la RCA Victor. Efectivamente, en diciembre de 1933, Gardel llegó a Nueva York con un contrato de la NBC (National Broadcasting Company) que finalizaría en mayo de 1934. Posteriormente, realizó un segundo viaje en el cuál rodó una serie de películas, cuatro en total, en un acuerdo con la Paramount Pictures y su propia compañía cinematográfica Éxito´s Spanish Pictures, financiada por la Western Electric. El circuito funcionó entre estas tres partes, la Paramount fue la

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distribuidora de las películas y cedió los estudios, mientras la compañía de Gardel, junto a la Western Electric, se hizo cargo de los demás gastos5. Las películas fueron: “Cuesta abajo”, “El Tango en Broadway”, “El día que me quieras” y “Tango Bar”. Las dos primeras tuvieron críticas cálidas en la prensa local, las siguientes obtuvieron mejores comentarios e incluso fueron reconocidas por la prensa nacional. En marzo de 1934 se emitió su actuación desde el Radio City Music Hall donde cantó, y lo acompañaron sus guitarristas ubicados en los estudios de Radio Splendid en Buenos Aires. La Paramount decidió impulsar la figura de Gardel incluyéndolo dentro de su película Big Broadcast of 1935. El éxito de Gardel impulsó el arribo de muchos de sus amigos y colegas que llegaban de la mano del ídolo latinoamericano. Así, por ejemplo, el 12 de enero de 1935 arribaron en el Pan American, los músicos de Gardel: José María Aguilar, Guillermo Barbieri y Angel Riverol, quienes se embarcaron desde Buenos Aires para hacer el viaje de la última gira del cantante. El 27 de diciembre de 1937 Domingo Enrique Cadícamo conoció Nueva York, embarcado en el Western World llegó a aquella ciudad, seguramente para encontrarse con su amigo Juan Carlos Cobián. Finalmente, otro de los que pueden identificarse en los archivos de migraciones es Carlos Pérez de la Riestra (Charlo) quien arribó en 1938 desde Brasil, a bordo del Cottica, hacia Nueva York; un año después volvería desde La Havana, Cuba, hacia Florida. Los viajeros del tango no sólo se aventuraron hacia Paris, como fue el caso de Manuel Pizarro, Villoldo, Gardel, Castillo, entre muchos artistas y compositores, sino que probaron suerte en la otra orilla: la del Rio Hudson o la del Océano Pacífico en California. Los artistas parecían descubrir múltiples posibilidades para desarrollar sus propias performances y carreras. El detalle de estos viajes nos muestra a algunos de los que constituyeron la Guardia Vieja probando suerte en los cabarets norteamericanos o grabando en la Compañía Victor o Columbia en Nueva York o Nueva Jersey. En los años veinte, un número nada despreciable de músicos llegaron a mostrar un tango que se montaba sobre la imagen de Valentino; y en la década del treinta, Gardel llevaría nuevos aires a la representación de la música porteña. Seguramente, ninguno de estos músicos, muchos de ellos sin estudios profesionales, podía imaginarse en sus orígenes que pasearían su música por diferentes continentes. Los inicios del siglo XX y el período de entreguerras produjeron esta posibilidad: los desarrollos de las industrias culturales permitieron una globalización de los ritmos, danzas y gustos musicales.

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Este artículo se basa en uno de los capítulos del libro El tango entre dos Americas: representaciones en Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo XX, que aparecerá en Eudeba en junio de este año.

Sobre la autora

Andrea Matallana es profesora del Departamento de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella. Es doctora en historia UTDT y Magister en Investigación en Ciencias Sociales (UBA), ha publicado entre otros textos: Locos por la Radio, Prometeo, 2006; Que saben los pitucos, Prometeo 2010 y Delicias y sabores Desde Doña Petrona hasta nuestros días, Capital Intelectual, 2014.

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Mapa Circuito Nocturno en Nueva York 5 Salones y Night Clubs donde se bailaba el Tango hacia 1930

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Citas: 1.El texto de Anahi Viladrich More Than Two to Tango: Argentine Tango Immigrants in New York City, explora sucintamente la trayectoria de algunos artistas tangueros en las primeras décadas del siglo XX. 2.Estos datos pueden corroborarse en los archivos de Ellis Island. 3.Como vemos, los datos de las planillas de pasajeros dan el dato preciso de su destino hacia los estudios de la Victor Company, en Camden. Formada en 1921 Pan American Recording Co. fue el nombre con que se conoció la subsidiaria de la Victor Co. en Sud América 4 Para ver la trayectoria de Juan Carlos Cobián puede revisarse el texto de Groppa, o de Cadícamo en “Juan Carlos Cobián” Ediciones Corregidor. Diarios: «An Argentine Importation.» New York Times 28 de enero de 1935: 10. “The Gauchos arrive for tour.» New York Times 13 de junio de 1926 Fuente, Ernesto de la. «Los Reyes del Tango: Enrique Delfino.» Caras y Caretas 4 de agosto de 1928: Nro. 1557 P. 121. New York Tribune del 3 de diciembre de 1915 «Society and Entertainment.» New York Tribune 14 de Diciembre de 1912 Bibliografía: Beckert, Sven. The Monied Metropolis: New Yorl city and the consolidation of the American bourgeoise, 1850-1896. New York: Cambridge University Press , 2003. «David Sarnoff. » s.f. www.davidsarnoff.org/vtm-chapter8.html. Groppa, Carlos. The Tango in the United States. Los Angeles: Mc. Farland, 2004.

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Conferencia - Americans All: Good Neighbor Diplomacy in World War II* Darlene J. Sadlier In August 1940, President Franklin D. Roosevelt named Nelson A. Rockefeller to head the Office of the Coordinator of Inter-American Affairs (CIAA), a new federal agency whose main objective was to strengthen cultural and commercial relations between the U.S and Latin America in order to route Axis influence there and secure hemispheric solidarity. An art patron whose family owned Standard Oil, Rockefeller hired some the country’s top figures to head the various divisions dedicated to the fields of radio, film, print materials, art, libraries and educational activities. This was the US government’s first major investment in culture as a means not only to make friends abroad but also to influence the public at home. Although the agency was not without its problems, the CIAA years have no equivalent in the U.S. history of foreign relations endeavors; it was also a high point of U.S.-Latin America friendship—a relationship that has never been duplicated since. My talk today is about selected CIAA investments in the arts, literature and radio as diplomatic forces. The specific projects that I am highlighting today are those based largely on my research at the Library of Congress in 2009—in the Hispanic Reading Room, and in the Divisions dedicated to Prints and Photographs, Manuscripts, Motion Picture, Broadcasting and Recorded Sound. As I hope to show in my presentation, the Rockefeller agency drew upon myriad personnel and vast material resources both at home and abroad to create a hemispheric dialogue in which writers and artists for the first time had a significant voice.

THE ARTS Just months after the CIAA’s inception, Robert G. Caldwell and Wallace K. Harrison, Chairman and Director, respectively, of the agency’s Cultural Relations Division, received written approval for twenty-six special projects at a cost of nearly one-half million dollars. The most expensive, at $150,000, was an Inter-American exhibit of art and culture under the direction of the MoMA, to be held simultaneously with parallel exhibits in capital cities throughout the Americas. Two hundred fifty-five U.S. paintings were curated by the MoMA in conjunction with other major museums, and in April 1941, these were previewed at the Metropolitan Museum of Art in New York. Portions of the large exhibit then toured eight South American republics, Mexico and Cuba for close to a year, beginning with an exposition at Mexico City’s Palacio de Bellas Artes in June. The emphasis was on modern art and included paintings by Georgia O’Keefe, Thomas Hart Benton, Edward Hopper, Stuart Davis, Loren MacIver, and Eugene Speicher, among others. U.S. specialists accompanied the various tours: MoMA’s Stanton Caitlin went to Mexico City, Quito, Lima and Santiago; New 50


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Orleans artist Caroline Durieux, who had lived in Mexico and worked with Diego Rivera and other muralists there, oversaw exhibits in Buenos Aires, Rio and Montevideo; and Lewis A. Riley, who had studied art and archaeology and lived in Central America for nearly a decade, traveled to Havana, Caracas and Bogotá. The ambitious project was successful in introducing a little-known aspect of U.S. culture to the other American republics. Durieux was enthusiastic about the South American reception, stating in a newspaper interview that over 60,000 people had attended the three capital city exhibits. In Good Neighbor fashion, which focused on the sameness of peoples north and south, she also emphasized fundamental similarities between the Americas that should outweigh any differences. But she seemed to put emphasis on race: “There is a definite kinship between North and South Americans who, after all, have sprung from the same European stock, and there is no reason why misunderstandings should exist between them.” (One might note the absence of any reference to the Americas indigenous and African heritages.) She was particularly pleased that Latin Americans “were learning that there is more to the United States than business”—a recurring slogan in cultural relations. The CIAA project included the publication and distribution of 35,000 tri-lingual exhibit catalogs titled Contemporary Painting in the U.S. with a preface by novelist Waldo Frank, who was a major proponent of Latin American literature and culture in the U.S. Ten sets of fifty-three U.S. art books each were donated to major institutions in the ten exhibiting capital cities. Press reaction was positive and widespread, including positive reviews by two of Brazil’s most celebrated authors, novelist José Lins do Rego and poet Manuel Bandeira. Meanwhile, an amusing anecdote about the exhibit appeared in U.S. newspapers. Among the paintings on display was Eugene Speicher’s portrait of Broadway star Katharine Cornell in the role of Bernard Shaw’s Candida--a painting that Cornell had donated to the MoMA. According to Leonard Lyons’s syndicated column, “Broadway Medley,” Cornell suddenly began receiving fan mail from South Americans who had seen the exhibit and praised her extraordinary beauty. Intrigued by this outpouring, Cornell obtained a catalogue of the show and discovered that two of the artwork titles had been switched: “Cornell as Candida” had been transposed to one of Speicher’s voluptuous nudes. The second part of the Inter-American art project involved an exhibition of Latin American works to be loaned by various U.S. art museums, private companies and institutions, including the MoMA, the Art Institute of Chicago, the Pan American Union, IBM, the Philadelphia Museum of Art and the Taylor Museum in Colorado Springs. The San Francisco Museum of Art was one of the most heavily invested, with a contribution of contemporary Latin American paintings, drawings and photographs by Mexicans Rufino Tamayo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros and Fermín Revueltas; Brazilian Cândido

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Portinari; Colombian Luis Alberto Acuña; Peruvian Julia Codesido; and Cubans Wilfredo Lam and Amelia Pelaez. As a result of CIAA initiatives, certain Latin American artists quickly came to the attention of critics, and markets for their works grew in the U.S. Already in late 1940, Brazilian Cândido Portinari was on the rise in art circles as a result of his larger-than-life, modernist murals of Northeastern jangadeiros (fishermen on rough-hewn rafts with sails), baianas and gauchos, which were displayed in Lúcio Costa and Oscar Niemeyer’s acclaimed Brazilian Pavilion at New York’s 1939 World’s Fair. During his stay for the U.S. exposition, Portinari was commissioned to paint numerous portraits, including a self-portrait for Nelson Rockefeller and four portraits of Arthur Rubenstein family members. In November 1940, poet and Library of Congress director Archibald MacLeish invited Portinari to paint a set of murals for the Library of Congress’s Hispanic Reading Room. As a Good Neighbor gesture, the Brazilian government paid for Portinari’s return to the U.S., and the CIAA matched Brazil’s funds to support the artist’s work. Once sketches were completed, Portinari began painting the murals in October 1941 and finished two months later. Like other muralists at the time, Portinari was drawn to the rural poor and urban working class as inspiration for his work. His World’s Fair murals also depicted Brazil’s three races through modernist-style figures of men and women. While the Brazilian government, under dictator Getúlio Vargas, wanted to promote the country’s modernity and put limits on images of Brazil as poor, black or mixed-race, Portinari continued to celebrate the nation’s racial heritage in his floor-to-ceiling paintings for the Library of Congress. The murals focus on the most humble social types: Portuguese sailors on a ship bound for Brazil; mixed-race São Paulo frontiersmen or bandeirantes pushing into the interior to seize land for the Crown and capture fugitive Indian slaves; Portuguese Jesuits converting Indian women and children; and African slaves being transported during the eighteenth-century gold rush to the Minas Gerais interior. The Library of Congress murals were well-received at the official opening on January 12, 1942, where a specially-produced publication, The Portinari Murals, celebrated the artwork as a step forward in U.S.-Brazil cultural relations.

In spring 1942, Brazil’s Ministry for Education reciprocated by inviting U.S. artist George Biddle to teach a course at the newly-created Escola Técnica in Rio. Biddle had been heavily influenced by Diego Rivera and the Mexican muralist tradition and was a central proponent of the Federal Arts Project under FDR, his first mural having appeared in the 1933 Chicago’s World Fair. Brother of Francis Biddle, Attorney General under FDR, he later chaired the U.S. War Department’s Art Advisory Committee (1942-1944) and wrote Artist at War (1944), about his experiences as an art war correspondent for Life magazine in North Africa and Sicily. Biddle and his sculptor-wife Hèléne Sardeau were invited to create two murals in fresco and

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bas-relief for Rio’s Biblioteca Nacional. Biddle wrote enthusiastically to Henry Allen Moe, who chaired the CIAA’s Educational Activities section of the Division: “I feel very happy now the way things have turned out. The two large murals are in as fine a building as any in Rio, on the main avenue of the City; and the themes which I intend to use have, I believe, great significance: (1) Not hatred, Destruction and Death over America, but (2) Intelligence and Humanity Shall Rule Our World. As far I know, it is the first time that two artists from the States have been invited by a South American Government to execute an important mural commission.” As was the case of Portinari, Biddle also painted portraits while abroad, which brought him into close contact with major Brazilian officials. Biddle’s LOC archive includes a January 20, 1943 letter from Rockefeller to Brigadier General Frederick Osborn, which mentions that Biddle had painted a portrait of the Minister of Foreign Affairs Oswaldo Aranha’s mother—an especially important assignment given Aranha’s close association with the US as Brazil’s former Ambassador to the US. Biddle’s social activism and horror of war, wedded with his various experiences as a teacher and artist in Brazil, led him to draft a document (dated December 23, 1942) advising the CIAA to convene a congress of Latin American and U.S. artists and writers in the U.S. He compared Western Europe’s longstanding program of cultural relations with Latin America with the U.S.’s historic and lamentable indifference to cultural exchange: “Over and over again in a year’s stay in Brazil I saw tragic evidence of the lack of such a program. Commenting on this situation a Brazilian publisher and editor said to me: “‘You are thirty years late at the start. But for these next few months you are without competition. For God’s sake do something NOW. After the war it may be too late. At any rate you will no longer be in a position where you can shape an intelligent cultural program for an eager and friendly audience of 120,000,000.’ ” Having resided in Brazil for over a year, Biddle was possibly unaware of CIAA efforts to promote art exhibits and literary translations—areas he specifically targets in his proposal. On July 22, 1942, Rockefeller wrote to Biddle: “If you ask Dr. Owaldo Aranha to recommend the ten books he feels are most appropriate, we will make a special effort to have them published under this project.” Later, on February 19, 1943, Rockefeller authorized the Brazilian Division to negotiate, at $500 each, Portuguese translations of U.S. publications that Biddle had recommended. These included Charles A. and Mary Beard’s The Rise of American Civilization (1927), Van Wyck Brooks’s The Flowering of New England (1936), and Samuel Eliot Morison and Henry Steel Commager’s The Growth of the American Republics (1930). Biddle also recommended broader, more comprehensive actions, such as discussions over copyright laws to protect artists and writers, federal programs to support the arts literature and theater, laws to preserve historical monuments and art objects, and ways to address common educational problems and goals. His most detailed recommendation involved CIAA sponsorship of a U.S. visit by fifty Latin American artists and writers

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at an estimated cost of $70,000—a figure that he deemed a bargain in terms of goodwill and intellectual dividends, and a scant amount compared to the New York Times (December 10, 1942) report of forty-six billion dollars that had been spent by then on the war effort.

Biddle also convinced the government to

allow a select group of artists to accompany U.S. troops to Italy to make a pictorial record of the war. His correspondence with John Steinbeck on this subject shows the latter’s desire for writers to be included in that group, although only artists were ultimately sent overseas. Along with the Latin American and U.S. art exhibits, the CIAA sponsored a South American tour by sculptor Jo Davidson, who was commissioned in the spring of 1941 to create bronze busts of ten Latin American presidents. Davidson received especially long and favorable newspaper coverage while he was working in Montevideo (El día, August 3, 1941) and Caracas (Crítica, May 14, 1941). In June 1942, the National Gallery of Art hosted an exhibition of his works accompanied by a catalogue, Presidents of the South American Republics. The CIAA’s Good Neighbor agenda was forefront in the museum’s mind when it placed Davidson’s earlier busts of Roosevelt and Wallace among those of the Latin American leaders. No expense seems to have been spared: the CIAA gave the busts to the Latin American presidents and their families and dispatched hundreds of catalogues in Spanish and Portuguese for distribution through U.S. embassies in South America. Similar to Biddle, Davidson is another example of an artist whose life was radically changed by his war-time assignments. Writing to U.S. Ambassador to Chile, Claude Bowers, in August 1944, he reminisced about his South American tour and referred excitedly to his chairmanship of the high-profile Committee of Artists, Writers, and Scientists for the Re-election of FDR: “This is the very first time in my life where I have taken any active part in a political campaign—but I feel it so, that I simply had to do it.” That sentiment was echoed by hundreds of CIAA-contracted artists, filmmakers and writers who, perhaps for the first time, felt that culture was a recognizable and integral part of U.S. foreign diplomacy.

POSTER ART AND PHOTOGRAPHY

The CIAA’s graphics unit sent pictures in print, mat and plastic format to approximately one thousand Latin American newspapers in Rio and Buenos Aires on a daily basis, and from there they were sent on to other South American cities. Up-to-the minute photographs of the D-Day invasion and other critical events were sent by radio transmission from New York to Latin America. Another essential part of the press and publication north-to-south initiative was the distribution of illustrated materials, including posters and cartoons, for the largely illiterate population. In the area of poster art, a “Hemisphere Solidarity Poster

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Contest” was launched by MoMA as part of a CIAA arts initiative in 1942. The competition required the use of one of twelve slogans in English, Spanish and Portuguese, such as “Hands off the Americas,” “21 Republics – 1 Destiny,” “Unite against Aggression,” and “Fight for a Free America.” MoMA received 473 entries from Latin America and 382 from the United States and Canada. Thirty-four prizes were distributed, half to Latin Americans and half to U.S. and Canadian entrants, and there were nineteen honorable mentions. The two largest prizes went to José Renau from Mexico City and Stanley W. Crane from Woodstock, N.Y. Renau’s “Unite against Aggression” was the most visually compelling and hard-hitting poster: colorful flags of the twenty-one republics form the backdrop for a powerful image of three hands that together plunge a sharpened stake into the body of a large, writhing cobra. MoMA published a pamphlet with illustrations of the prize-winning artworks and distributed 13,708 copies in North America and another 6,000 in South America. The contest was also written up in major magazines and newspapers, including Newsweek (November 2, 1942), the New York Times (October 21, 1942), and the Christian Science Monitor (November 7, 1942), whose article included color images. Vogue magazine (February 1, 1943) also ran a full page color ad in which fashion models were artfully posed against a backdrop of the prize-winning posters. By 1945, the CIAA boasted that it had the world’s most extensive collection of Latin American photographs, covering a broad range of subjects. Many of these pictures were taken by professional photographers contracted to travel to Latin America. Arguably the most important among them was Genevieve Naylor, a highly-talented WPA and Associated Press photojournalist who traveled to Brazil in October 1940 with her soon-to-be husband, the artist Misha Reznikoff. According to historian Robert M. Levine, Brazil’s Dept of Press and Propaganda (DIP) restricted Naylor to subject matter that emphasized Brazil’s modernity and largely white, middle and-upper class population; among the Rio subjects she was allowed to photograph were buildings, homes and beachfronts in the fashionable Zona Sul (Southern Zone), yachting and golf club settings, and commercial shops along the historic downtown Rua do Ouvidor. The Vargas government prided itself on its reform measures and as a result Naylor was encouraged to photograph various social services, including a newsboys’ foundation and a school for children of fishermen, which also became the focus of a CIAA documentary, Boys’ Fishing School (1945). Naylor and Reznikoff traveled widely in Brazil for nearly three years, trekking into the interior and as far north as Pernambuco, and despite the limits imposed by the government, Naylor was often able to break free and photograph less officially approved subjects. Still in her twenties, she had studied under Berenice Abbott at the New School for Social Research in New York and her work is very much in the tradition of the socially conscious, depression-era photographs of the New Deal’s Farm Security Administration and the street photography of the New York Film and Photo League. (Famous names from these schools include

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Walker Evans, Dorothy Lang, Ben Shahn and Helen Levitt.) The power of her black and white images derives partly from her poor or working class subjects, who are captured in daily yet dramatic motion: a newspaper boy walking in a chiaroscuro afternoon in downtown Rio, passengers clinging to the outside of an overcrowded trolley, street performers dancing Northeastern frevo, young and old enjoying the beachfront, crowds celebrating Carnival, and hundreds gathering for a religious festival. Significantly, several of her photographs disclose the intimate physical proximity between the poor and the well-to-do. We see a black fishermen hauling in nets while a Zona Sul luxury high-rise looms in the background; In another shot, firstclass passengers loll on a riverboat’s comfortable upper deck while third-class travelers ride on the deck below, where an enormous side of beef on a hook dangles against a backdrop of strung hammocks. Naylor also shows candid scenes of Brazil at war: soldiers boarding a train, street actors comically miming Hitler and Mussolini, and pro-fascist graffiti on a wall—this last a reminder of fifth-column activity in Brazil. She frequently veered away from the DIP’s approved subject matter but was never actually prevented from recording the country’s poverty. In one photograph weary adults stand in long bread lines and in another three child beggars sit on a rough-hewn wooden bench. The latter image is especially moving because Naylor photographs the children from behind; by emphasizing their ragged condition and diminutive size instead of their faces, she creates the feeling of unrecognized people and a powerfully emblematic portrait of child poverty. The shot is especially heart-rending because the children are so small— despite the lowness of the bench, their tiny bare feet dangle above the ground. Naylor’s photographs show Vargas’s portrait displayed in shops, cafés and even a samba school. Her picture of a local photographer’s window display shows small-framed portraits of men, women, and children reverently assembled in front of a large picture of Vargas in presidential attire. Here Vargas resembles a patriarch presiding over his family, a role that many Brazilians associated with the leader. Interestingly, a slightly smaller portrait of Vargas sits above and to the right of this reverential display, as if the dictator were carefully overseeing his own adoration as pater familias. This is the kind of photograph that the DIP might have approved of—perhaps without recognizing its panoptic implications. Naylor’s sizable work, a portion of which was lost during her travels in Brazil, makes an interesting comparison to Orson Welles’s incomplete film about Latin America called It’s All True. Both Robert M. Levine and Catherine L. Benamou have noted that Naylor helped Welles identify film locations in Rio. Like Welles, Naylor was intrigued by samba and Carnival and had to work under the watchful eye of the DIP. But Naylor was less scrutinized than Welles, who naturally drew attention and publicity because of his celebrity, movie cameras and crew. A feature-length documentary by a world-famous director was far more important to the government than individual pictures taken by a little-known woman with a portable still camera. As we

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know, Welles’ filming of black Brazilians celebrating Carnival and the reenactment of a trip made by four dark-skinned Northern fishermen seeking economic justice were anathema to the DIP’s desired image of Brazil. The project incurred the displeasure of not only Vargas but also of RKO studio executives and Rockefeller himself, whose idea of Good Neighbor Brazil included colorful tropical settings and figures such as Walt Disney’s Zé Carioca and the Brazilian bombshell, Carmen Miranda. Anticipating Welles and quite unlike Disney, Naylor did not refrain from portraying Rio as a raciallymixed society, but her photo-documentary was more wide-ranging and eclectic. Her pictures of Brazil’s integrated, racially-mixed population prominently feature trolley cars, trains, luxurious hotel beachfronts and high-rise buildings—symbols of modernity. Group shots of mainly working-class black, brown and white children at play and in school arguably supported Brazil’s much-touted image of itself as a “racial democracy”; and her focus on youth tied in well with the CIAA’s emphasis on children as future hemispheric leaders. At the same time, her pictures of beggars, bread lines and black poverty contradicted the idea of a racially egalitarian society. A seemingly innocuous shot of more than one hundred uniformed schoolgirls performing in an outdoor civic pageant conveys an image of a progressive Brazil that the government was eager to show, but it also reveals that all but a few of the girls are white. Naylor’s work from Minas Gerais and the Northeast is filled with images of churches and religious worship—an important aspect of Latin American life that prompted the CIAA to promote, especially in its documentaries, U.S. families at Sunday worship. But Naylor’s images are far more interesting in their display of the multitudes gathered for outdoor religious processions or the extreme penitence of those who kneel on cobblestone streets in prayer. Her photographs of Minas are culturally informative, showing colonial towns with beautiful baroque architecture and the life-size statuary carved by Brazil’s famous 17thcentury artist, Aleijadinho. Poverty is everywhere evident here and in photographs of the Northeast, but with few exceptions her focus is on family, community, faith and work—elements that were to become central to the CIAA’s image of an ethos uniting the American Republics. Naylor captures the solemnity and dignity of people in poverty as well as the merriment of Carnival revelers, street musicians and children playing toy musical instruments. Her picture of a Northeastern sanfonista (accordion player) could easily have been the model for the blind ballad singer in Glauber Rocha’s famous revolutionary film, Deus e o diabo na terra do sol (1963) (Black God, White Devil). Catherine L. Benamou is correct when she points out that Naylor’s photographs of Northeastern cowboys, families and rural towns anticipate the dramatic style and radical substance of the 1960s films about the Northeast that came to be known as Cinema Novo. On January 27, 1943, just before her return to New York, a small exhibit of fifty of Naylor’s photographs, titled Faces and Places in Brazil, opened at the MoMA. According to a MoMA document, the

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photographs focused on seven areas: school children, Copacabana Beach, types of people in the interior, Rio de Janeiro, religious festivals, the São Francisco River and Carnival. New York Times columnist Edward Alden Jewell’s favorable review mentioned that other, out-of-town reviewers were impressed by the exhibit. The Pittsburgh Sun Telegraph ran Naylor’s photograph of the passenger-laden Rio trolley car and in a caption added a bit of humor while acknowledging the importance of Brazil to the Allied effort: “Ticket please. You think Pittsburgh’s trolleys and businesses are overcrowded? Here’s a trolley at rush time in Rio, Brazil, another country where Roosevelt stopped on his return from Casablanca.”

ON THE AIR

Unlike Hollywood movies, U.S. commercial radio was far from an international industry in the years leading up to WWII, and shortwave was used primarily for receiving foreign programs. That situation changed dramatically with the war and the emergence of the CIAA and other information agencies, all of which recognized radio’s ability to shape public opinion at home and abroad. The CIAA recruited major media figures to build a program of news and entertainment for domestic consumption and to provide Latin American listeners with alternatives to Axis radio--which, along with British radio, had gained world-wide prominence in the post-WWI years. In addition to top-level administrators, the Radio Division recruited some of the foremost names in broadcast writing. Among the contributors were Arch Oboler, who had written NBC’s popular horror series, Lights Out; Norman Corwin, who had worked at CBS and was the nation’s most respected writer of socially critical radio drama; Clifford Goldsmith, the creator of The Aldrich Family; Stuart Ayers, an NBC veteran who wrote the Land of the Free series; and distinguished writers from Dupont’s Cavalcade of America, including playwright and journalist Maxwell Anderson, poet Stephen Vincent Benét and Pulitzer Prize-winning novelist Sherwood Anderson. One of the most active among the agency’s contributors was poet, anti-fascist dramatist and Library of Congress head Archibald MacLeish, who directed the short-term Office of Fact and Figures (OFF) and Committee on Information (COI) and then became Assistant Director of the OWI. MacLeish wrote and narrated many programs for, among others, NBC Inter-American University of the Air, a series that provided informal instruction to listeners to increase awareness of hemispheric relations. Latin

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Americans were also an important part of the Radio Division. Chilean Daniel del Solar, a writer for March of Time and the Associated Press, produced scripts for the series Estamos em guerra (We’re at War); Colombian George Zalamea wrote for Radioteatro de América (Radio Theater of America); and Brazilians Orígenes Lessa, Pompeu de Souza, and Raimundo Magalhães produced material for the DIP’s New York-toRio program Hora do Brasil (Calling Brazil). Undoubtedly the most exciting and flamboyant broadcast contributor, however, was Orson Welles; back from filming in Brazil, he wrote and narrated the CBS Hello Americans series, which blended instruction with entertainment, featuring Hollywood personalities such as Carmen Miranda and well-known actors from Welles’s Mercury Theater. Ever interested in better relations with government, the Hollywood Motion Pircture Society of the Americas regularly loaned out celebrities for radio dramas, interviews and special programs—many of which were broadcast from Hollywood. Film star Joan Blondell greeted listeners in Portuguese in her December 1942 interview with poet and Brazilian Consul Raul Bopp, while Welles was busy writing and broadcasting Hello Americans from the same west coast office. In a sense all CIAA broadcasts were intended to be educational, but from a purely instructional standpoint one of the most original and ambitious CIAA shows, seldom free of dramatized material, was the NBC Inter-American University of the Air. Directed by Sterling Fisher, a specialist in public opinion and radio, Inter-American University was a distance-education program devoted primarily to topics in history and music. Designed in consultation with educators in the U.S. and Latin America, the program was broadcast in English and transcribed and rebroadcast in Spanish and Portuguese to supplement classroom instruction throughout the hemisphere. In the words of a promotional flyer for Spanish-speaking audiences, its objective was “enseñar delectando” or “to teach while giving delight.” The preview show for Inter-American University was broadcast on June 28, 1942, with the program’s General Supervisor, Dr. James Rowland Angell, serving as announcer and backed by the NBC Symphony orchestra conducted by Frank Black. In his introduction, Angell discussed the role of the “ethereal university” for the “spiritual defense of the Americas” as a “permanent agency for mutual understanding based on the finest cultural thinking.” Several prominent figures helped to launch the show. Speaking from Washington, D.C., Nelson Rockefeller talked about the program’s objectives, including opening new intellectual horizons and bringing higher education in reach of everyone; he called it a “free university as opposed to those in totalitarian countries whose cultural vitality was crushed and sapped.” Assistant Secretary of State Adolf Berle noted the program’s high level of scholarship and literacy aims, while J.T. Thorson, Canada’s Minister of War Services, spoke about the program’s ability to bring closer understanding among the Americas. Actor Vincent Price read poetry by Walt Whitman and Archibald MacLeish, which was followed by the song

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“America” performed by the “Voices of America” choir. A roundtable with U.S. and Latin American representatives discussed the new radio university as a medium for promoting the democratic spirit, raising the living standard of people through education, and teaching as entertainment. The program concluded with an announcement of its first series, called Land of the Free. The stated premise for Land of the Free’s projected twenty-seven broadcasts was “mutuality” based on four characteristics supposedly shared by the Americas: republican forms of government; democratic principles derived from constitutions or bills of rights; a stake in world economic and political life; and an expressed common desire to maintain political, economic and cultural independence. The first four shows, or “chapters,” laid the foundation for the series. Aired on July 6, 1942, Chapter One, “The Search for Freedom,” focused on the Atlantic Charter and New World immigrants who fled from religious and political persecution at home. Such historical dramatizations, as always, served as allegories of the present war-time struggle. For example, comparisons were made between persecuted Huguenots, Irish, French, Germans and others who had escaped to the New World, and U.S. residents in Europe who had been imprisoned by the Nazis and then shipped back to the U.S through Lisbon. Chapter Two, “The Few and the Many,” begins with the voices of two fictionalized Nazis who scoff at the idea of representative self-government, one of whom asks: “Where can we find it today?”—as if democracy were passé. A second voice jubilantly replies: “That, my friend, is a blessing of the Western Hemisphere!”—a declaration followed by a narrative on the colonial struggle for representative self-government in the Americas. “Freedom of the Common Man” was the subject of Chapter Three, about Spanish priest Bartolomé de las Casas, who preached against the mistreatment of Indians and later African slaves in 16th-century Mexico. Chapter Four, on the “Freedom of Trade,” began with a conversation between two Brazilian coffee growers concerned about their product reaching U.S. markets because of enemy ships in the Atlantic. Maurício says to João: “Freedom of trade is the very life of our nations!” to which João replies: “We will have it again, Maurício. Some day when the war is over...”. This brief dialogue serves as the basis for a dramatized account of the history of colonial trade in the New World. Praised by radio reviewers for its quality and originality, Land of the Free was renewed for the 1942-1943 broadcast season and was awarded a Peabody Honorable Mention for top educational programming in 1943. That year Inter-American University also featured a new series titled Music of the New World. Scripts and scores for the projected three-year program were prepared by John Tasker Howard, curator of the NYPL Music Division’s Americana Collection; Gilbert Chase, LOC Latin American music specialist; and Ernest La Prade, author of the music primer Alice in Orchestralia (1925). At the time, NBC’s reference collection was limited to music for daily broadcasting needs. Producing Music of the New World

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required extensive knowledge not just of the field but also of the archives where compositions could be found. The programmers’ collective musicological expertise resulted in the playing of little-known compositions as well as older, once familiar but rarely heard songs. Two years after Inter-American University was launched, Archibald MacLeish wrote and narrated a new series for the curriculum, titled The American Story. Once again, the basic focus was the similarity of the Americas based on shared history of European discovery and exploration, Crown-appointed governments, and more general attributes such as the lure of the frontier and the “infection of freedom.” A combination of narration and dramatization, the half-hour evening broadcasts used colonial documents from the LOC and other archives as source texts for the scripts. Aired on February 5, 1944, the first show was a template for those that followed. After a solemn musical opening, MacLeish tells listeners that hemispheric differences, such as the lingua franca, are real. But he immediately reverses direction and poses the rhetorical question: “What is it that binds men more closely than speech?” to which he replies: “Experience…our history,” a theme that assumes the status of a mantra. MacLeish then draws from colonial sources for a dramatic account of Columbus’s life and voyages, which serves as a model for what he calls the “single record” of New World discoveries by the French, German and other Europeans in the late fifteenth and early sixteenth centuries. What makes MacLeish’s program compelling is not only the quality of the script but also the performances by himself and radio personality and stage and screen star Arnold Moss, who appeared throughout the series. In many ways, this and other series in the Inter-American University anticipate You Are There, the popular CBS radio and later television show whose dramatizations brought together figures from the past and present. The February 12th broadcast also anticipates by several decades critic Hayden White’s commentary on the relationship between literary and historical narratives: MacLeish challenges those who say that an American literature has yet to be achieved by referring to the wealth of historiographies (correspondence, reports, and personal journals) written by New World discoverers.

LITERATURE Translations

Although some CIAA-sponsored publication activities, including titles translated into Spanish and Portuguese did not have the extensive public reach of films, newspaper articles, photographic exhibits or radio programs, they transmitted a broad range of U.S. literary talent and scientific information to the Latin America region. The translations were a logical extension of CIAA educational initiatives, which involved

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establishing American libraries and supporting library science training in Latin America. A June 9, 1942 memo from Robert Spiers Benjamin in the Publication Division summarizes important projects underway at the time. Perhaps no one task was as demanding as the division’s role as factotum literary agent for procuring titles and rights for editors and authors in the U.S. and Latin America. One of the largest projects, earmarked at $80,000, was to support translations of State Department-approved U.S. literary and scientific materials by Latin American publishers. The CIAA helped publishers by purchasing and distributing, through the American Council of Learned Societies, a minimum of five hundred copies of each book. These negotiations were based on a report by Library of Congress and Hispanic Foundation’s Lewis Hanke, who visited Latin American publishers in the fall of 1941. Victor Publishing in New York translated a few of its own works into English for a “Good Neighbor Collection” in tandem with its Rio company, Livraria Victor Ltda. The first title was Danton Jobim’s questionable comparison, Two Revolutions: F.D.R. and Getúlio Vargas (from the original A experiência Roosevelt e a revolução brasileira), which appeared in March 1941 and by June was in its fourth printing.5 A status report for February 1944 lists dozens of Spanish and Portuguese translations with details of purchase arrangements for advanced copies by the ACLS and estimated costs. Books selected for publication varied according to the publisher. For example, the Buenos Aires Editorial Losada published translations of Walt Whitman’s Song of Myself, Thomas Dewey’s Experience and Education and The Science of Education, Edgar Lee Masters’s The Living Thoughts of Emerson, Archibald MacLeish’s A Time to Speak, and Ralph Waldo Emerson’s Representative Men & Other Essays, while Guillermo Kraft Ltda. issued, among others, Leland H. Hinsie’s Concepts and Problems of Psychotherapy, Oliver L. Reiser’s A New Earth and a New Humanity, Francis L. Wellman’s Success in Court, and Frank Luther Mott’s History of American Journalism. Benjamin’s report also refers to special subsidies for anthologies; for example, the CIAA contributed $4,350 to An Anthology of Contemporary North American Literature by Editorial Nascimento in Santiago, Chile. According to the same 1944 report, publishers such as São Paulo’s Livraria Martins and certain government agencies, including the Ministry of Agriculture in Rio, received the majority of translation subventions, followed by Argentina, Mexico, Chile and Haiti. The report also lists some of the Latin American titles published in English since 1942. These included New Directions’ An Anthology of Latin American Poetry (subsidized at $2,900) and Five Young American Poets; Macmillan’s Germans in the Conquest of America by Colombian Minister of Education Germán Arciniegas and Chile: A Geographic Extravaganza by Benjamín Subercaseaux; the Knopf anthology The Green Continent and Peruvian Traditions by Ricardo Palma; Houghton Mifflin’s Anthology of Latin American Literature (subsidized at $3,000); and University of Chicago’s Rebellion in the Backlands by Euclides da Cunha. According to Benjamin’s 1941 memo, the CIAA provided

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small grants of $600 to $700 to U.S. publishers to help with translation expenses, and the Press Division helped promote books in newspapers and magazines. In the case of Brazil, Mexico and most likely other countries, a local committee recommended titles. In 1942, the Brazilian committee had numerous judges, including artist Cândido Portinari, literary critic Augusto Meyer, and writers Raul d’Éça, Luís Jardim and Gilka Machado. In Mexico, critic Alfonso Reyes, Antonio Castro Leal and Francisco de Monterde made the selections. There is insufficient space to list all the Brazilian titles recommended for translation. Novelists dominated the list, including Jorge Amado (Jubiabá, Mar morto [Sea of the Dead] and Cacau), Amando Fontes (Os Corumbas), and Machado de Assis (Dom Casmurro, Memórias póstumas de Brás Cubas [Epitaph of a Small Winner]), the last of whom was described in a note as the “best 19th-century writer [,] mother a negress.” Other authors suggested were Vianna Moog (O rio imita o Reno *A River Imitates the Rhine+), Rachel de Queiroz (Caminho de pedras [Road of Stones], João Miguel, As três Marias [The Three Marias] and O quinze [The Year 1915]), Octavio de Faria (Os caminhos da vida [Byways of Life]), Érico Veríssimo (Caminhos Cruzados [Crossroads], Clarissa and Olhai os lírios do campo [Consider the Lilies of the Field]) and Graciliano Ramos (Vidas secas [Barren Lives], Angústia [Anguish] and São Bernardo). The emphasis on the socially-committed Northeastern novel by Amado, Queiroz and Ramos and southern “regional” writers such as Moog and Veríssimo is not surprising given their popularity at home and the radical and left-liberal sentiments of the era. One of the particularly interesting features of the translation program is the high number of book recommendations that deal with race and slavery in Brazil—as if the committee were eager to point out similarities as well as differences between the history of blacks in the U.S. and Brazil. Titles include Josué de Castro’s Alimentação e raça (Alimentation and Race), João Dornas Filho’s A escravidão no Brasil (Slavery in Brazil), Gilberto Freyre’s Casa grande e senzala (Masters and the Slaves, 1946) and Sobrados e mucambos (Mansions and the Shanties), Renato Mendonça’s A influência africana no português do Brasil (African Influence in Brazilian Portuguese), abolitionist Joaquim Nabuco’s Minha formação (My Formation), Artur Ramos’s As culturas negras no novo mundo (Black Cultures in the New World) and O negro brasileiro (The Black Brazilian) and Nina Rodrigues’s Os africanos no Brasil (Africans in Brazil). The committee’s emphasis in this case departs sharply from the Vargas government’s tendency to minimize or erase blackness in the construction and promotion of Brazil’s image abroad. Other CIAA translation activities around this time included $5,000 for best books in Latin America to be translated and published by Farrar & Rinehart, Inc. Peruvian Ciro Alegría’s Broad and Alien is the World (1941) (El mundo es ancho y ajeno), translated by Harriet de Onís, won first prize; the competition generated

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enthusiasm and was continued. Two years later, Farrar & Rinehart published Alegría’s earlier The Golden Serpent (La serpiente de oro, 1935) which, like Broad and Alien, portrayed poverty and class struggle, especially of the indigenous peoples, in Peru. Historian Hubert Herring proposed translating magazine articles into Spanish, Portuguese and English for Inter-American consumption, a project that was funded by the Publications Division. One of the U.S. publishers most actively engaged in the CIAA translation literary initiative was Knopf, and the person largely responsible for the Latin American selections was Blanche Knopf, a keen supporter of modern literature, who brought major authors Jorge Amado, María Luisa Bombal, Graciliano Ramos, Eduardo Mallea, Ricardo Palma, among others, to U.S. attention. On April 9, 1942, Sumner Welles took time out to promote Knopf’s Good Neighbor interests by writing to Claude Bowers about Blanche Knopf’s forthcoming tour of South America “to establish contacts with authors and editors and to identify material for translation.” Blanche Knopf’s enthusiasm about what she discovered on her trip is apparent in her short essay, “The Literary Roundup: An American Publisher Tours South America”: “The chief impression I gained on my recent trip to South America was one of newness, of aliveness, of something being created virtually from the ground up by people who find joy and excitement in that creation, and a great hope for the future” (7). She concisely comments on the book publishing world in Latin America and mentions her own author, William Shirer (Berlin Diary, 1940), and John Gunther (Inside Latin America, 1941) as two of the best-selling contemporary U.S. writers in Spanish translation (8). Knopf was particularly impressed with Chilean writers and compared Gabriela Mistral’s position in the Spanish-speaking world with that of Thomas Mann in preHitler Germany. She also praised historian and geographer Benjamín Subercaseux as “brilliant,” and described Maria Luisa Bombal as a “first-rate young novelist,” whose work would soon appear in English by Knopf.

THE POST-WAR Once the war was over, cultural diplomacy in general was under scrutiny because of its association with the liberalism of FDR’s New Deal, or, in the words of Asst. Secretary for Latin American Affairs Spruille Baden, “do-gooders and one-worlders” and “communist-fellow-travelers”—the latter term intended as a specific reference to the CIAA, which was closed down completely in 1946. Cultural programs were now the purview of the State Department, which, in 1950, was attacked by Joseph McCarthy as having been infiltrated by communists. Among those being investigated by McCarthy, the House Un-American Activities Committee (HUAC) and/or the FBI were Archibald MacLeish, Orson Welles, and former Rockefeller/CIAA advisor William

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Benton, who had served as Assistant Secretary for Public and Cultural Affairs after MacLeish, and was now a U.S. senator from Connecticut. MacLeish was singled out by McCarthy and J. Edgar Hoover for his communist associations; his bemused response was “no one would be more shocked to learn I am a Communist than the Communists themselves.” Welles was secretly and officially listed by the FBI as “a threat to the internal security” of the U.S.; during the period of the Hollywood blacklist he was given few opportunities and as a result became a European exile for nearly a decade. Benton’s criticism of McCarthy’s vituperative and unsubstantiated attacks against State Department officials and his formal call for McCarthy’s expulsion from the Senate resulted in similar attacks against him and U.S. cultural programs in general. According to historian Frank Ninkovich, monies that had been appropriated for the CIAA and the OWI needed to be disbursed prior to June 30, 1946. An early post-war arrangement between the State Department and the National Gallery of Art, which gave the Gallery authority over the government’s art program, came to an end because of the Department’s dissatisfaction with exhibitions that failed to promote U.S. art abroad. To respond to the overseas demand for cultural materials, the Department’s J. Leroy Davidson used the unspent funds to purchase seventy-nine contemporary oil paintings by such figures as Georgia O’Keefe, Stuart Davis, Walter Gropper and Marsden Hartley at the extraordinarily low price of $49,000--which, as Ninkovich points out, was the result of negotiations with artists who agreed to sell under market value as a patriotic gesture. Like the CIAA’s earliest touring exhibits on U.S. and Latin American art, the Department’s emphasis was on modern art and its association with progress and modernity. The purchase was also in keeping with the idea of offering cultural media (as opposed to informational media) directed specifically at the upper and ruling class. The paintings were displayed in New York under the exhibition title “Advancing American Art,” which was already a sign of changing attitudes: formerly used to describe the Good Neighbor community of twenty-one republics, “American” now was being used to describe only the U.S. After a favorable reception in New York, “Advancing American Art” was shipped to a UNESCO international art exhibit in Paris in October 1946, where it received glowing reviews and, in Ninkovich’s words, “provide*d+ an excellent stimulus to further intercultural relations. The collection was later split into two touring exhibits, one for Europe and the other for Latin America. But a cultural backlash began when the February 18, 1947 issue of Look magazine featured an illustrated article on the collection, headlined: “Your Money Bought These Pictures.” Denunciations from Hearst-own newspapers and Republican Party leaders soon followed, accusing the State Department of pushing a left-wing agenda through the purchase and display of art that subverted the “American *U.S.+ way of life.”

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Truman agreed with this view—as his statement “It that’s art then I’m a Hottentot” -- made clear, and he stood with political conservatives who considered representational art to be the only acceptable form for U.S. cultural exchange. Yasuo Kuniyoshi’s Circus Girl Resting was the specific source of Truman’s reaction and one of the paintings most virulently attacked. Benton, who had been Assistant Secretary at the time and approved the purchase of the paintings, received a special drubbing. Reaction was even fiercer when HUAC declared that some of the artists in question had communist affiliations. As John Merryman, Albert Edsen and Stephen Urice have noted in their book Law, Ethics and the Visual Arts, the populist hue and cry against the paintings was not so terribly different in style from the 1937 Nazi condemnation of modernism as degenerate art (or, one might add, the Stalinist program of social realism in the arts). Ultimately the traveling exhibits were cancelled, Davidson’s job was eliminated at the State Department, and the entire collection of paintings was put on the block and auctioned off as “war surplus” by the War Assets Administration for less than $6,000. Benton was personally pursued by McCarthy in the early 1950s for his role in the purchase of the collection and for the “un-American” act of printing his Encyclopedia Britannica in England instead of the U.S. In 1952, at the height of the Red Scare, Benton lost re-election to the U.S. Senate. U.S. cultural diplomacy was scrutinized as never before and became increasingly tethered to U.S. Cold War interests. Looking back on the CIAA today, its policies seem, at least in comparison to what followed, a remarkably enlightened example of the government’s enthusiastic prioritization of modern and relatively progressive forms of public culture as a powerful mediating force for political and economic interests. It is doubtful that Good Neighbor relations would have yielded the same degree of mutuality or cooperation without the cultural agency and its broad-based program of public information and education through radio, print media and the visual arts. Of course as a war-time propaganda agency, the CIAA used its resources to sway attitudes, build friendships abroad and promote an economic agenda that was abundantly favorable to the U.S. In this sense, the CIAA was more than the sum of its parts and played a crucial role in what is sometimes called U. S. cultural imperialism. But while acknowledging the agency’s self-interested character, we should not lose sight of the fact that it helped change, even if only in the short-term and to a degree we can’t precisely calculate, the way the U.S. viewed Latin America and the way Latin America viewed the U.S. Most scholars and students of U.S.-Latin American relations would agree, I believe, that relations among Western hemisphere nations were never as good as during the period when FDR was in office. Some of the recognition for this Good Neighbor closeness belongs to the U.S.’s war-time belief and investment in culture and in its creation of an agency whose mission was, for whatever mixed reasons, aimed at engaging, negotiating and making friends with neighbors.

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* Esta conferencia fue dictada por la Dra. Darlene Sadlier en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en abril del año 2013. Aquí se presentan argumentos que forman parte de la investigación que la Profesora Sadlier lleva adelante y que fueron volcados en su último libro: Americans All: Good Neighbor Cultural DIplomacy in World War II. Austin: University of Texas Press, 2012. Le agradecemos su contribución para la publicación

http://www.loc.gov/today/cyberlc/feature_wdesc.php?rec=6259

Sobre la autora

Darlene Sadlier es doctora en Literatura por la Universidad de Wisconsin-Madison, es Directora Programa de Portugues en la Universidad de Indiana donde es además profesora del Departamento de Esapañol y Portugues. Entre sus libros figuran Americans All: Good Neighbor Cultural DIplomacy in World War II.Austin: University of Texas Press, 2012; Latin American Melodrama: Passion, Pathos and Entertainment (editor and contributor).Chicago/Champaign: University of Illinois Press, 2009; Brazil Imagined: 1500 to the Present. Austin: University of Texas Press, 2008. Ha sido distinguida con la Beca Fulbright Posdoctoral, Distinguished Faculty Award, College of Arts & Sciences, 2012-2103; y obtuvo el primer lugar en el premio del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil en la competencia por el mejor trabajo sobre Graciliano Ramos en 2009.

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Usar la percepción para cambiar la realidad: el fenómeno Donald Trump Emma Sepúlveda Pulvirenti

Donald Trump no es un fenómeno político totalmente nuevo. Sus ideas tampoco lo son. Trump es producto de un movimiento que se venía creando desde hace mucho tiempo en Estados Unidos. Fenómeno que se solidifica, parcialmente, después de la elección de Barack Obama a la presidencia en el año 2008. Un movimiento que se ha ido formando, en parte, por la combinación de la ideología política del llamado Tea Party y la creación del discurso del miedo. Miedo al terrorismo, miedo a que el gobierno quite el derecho a portar armas, miedo a la invasión de emigrantes, miedo a que Estados Unidos cambie completamente y nunca vuelva a ser el grandioso país de antes. País, que para estos “creyentes”, era potente e invencible (inspiraba miedo afuera de sus fronteras); libre y democrático (justicia para todos) ; próspero (el país de las oportunidades) y la tierra en donde la mayoría de sus habitantes eran de raza blanca y hablaban inglés (descendientes de europeos). ¿Percepción de la realidad o realidad que crea la percepción? Tratemos de contestar esta pregunta después de analizar el escenario donde se desarrolla el fenómeno Trump. Para empezar hay que mencionar que Donald Trump, un candidato astutamente mediático, un personaje salido directamente de los llamados “Reality” show[i], ha usado un momento político y una percepción de la realidad nacional, para su propio beneficio y ha logrado llegar, en relativamente corto tiempo, a ser el favorito de muchos y el enemigo de muchísimos más. Este fenómeno, que se ha materializado en la figura y en el discurso de Trump, se empezó a moldear con la aparición de programas radiales y de televisión durante los comienzos del año 2000. Por estos medios masivos varios “personajes”*ii+ llegaban a los oyentes, o televidentes, lanzando ataques en contra de los emigrantes indocumentados, en contra del aborto, en contra de los musulmanes y en contra de los llamados liberales. Liberales izquierdistas, que para estos personajes, inventaban teorías falsas sobre la destrucción del medio ambiente. Liberales que querían subir la tasa de los impuestos, abrir las fronteras y quitarles las armas a todos los ciudadanos de Estados Unidos. Estos conductores-personajes se fueron apoderando poco a poco de un segmento de la población que buscaba justicia y culpabilidad por los ataques del 11 de septiembre del año 2001. Estos dos conceptos se unieron al profundo sentido del miedo a un nuevo ataque terrorista. La vulnerabilidad nacional que muchos nunca habían experimentado. En ese momento las voces de estos personajes mediáticos presentaron una posibilidad de dar justicia apoyando la guerra y encontraron

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la culpabilidad en el “otro”: los que vienen de afuera, los que tienen otra religión, los que tienen otro idioma y los que tienen otro color de piel. Se empezó de esa manera a formar una nueva línea imaginaria que dividía al pueblo, la gente, de Estados Unidos entre “Ellos” y “Nosotros”. A estas voces, como Rush Limbaugh en la radio y Glen Beck en televisión, individuos que crearon una realidad distorsionada, extremista y parcializada de la realidad nacional, se añadieron otras voces nacionales y estatales. Y así fue como figuras públicas, políticos --y hasta periodistas--empezaron a cambiar la información real por la interpretación de las noticias. Esta interpretación, dada de acuerdo a la posición política, mal informó a muchos sectores de la población que aceptaron la percepción de los hechos como una verdadera realidad nacional. Nadie duda que la presidencia de George Bush dejó al país en un estado económico precario (para los estándares acostumbrados de Estados Unidos). Tampoco se puede argumentar en contra de su responsabilidad en las guerras de Irak y Afganistán. Pero también hay que reconocer su incapacidad de lograr que su propio partido lo apoyara en dar una solución a la crisis migratoria nacional, por ejemplo. Resumiendo los argumentos críticos en contra del gobierno del presidente Bush, hay que decir que su gobierno fue un desastre y no solo el partido demócrata lo ha dicho sino que también muchos sectores del partido republicano han estado de acuerdo con esa evaluación. Durante su presidencia continúa no solo la división entre los dos principales partidos políticos de Estados Unidos—republicano y demócrata-- sino que el descontento se extiende también a la base extrema de ambos partidos. Donald Trump usó la presidencia de George Bush, y el profundo descontento de varios sectores del país, para su propio beneficio. Pero en esos años todavía no tiene claro si su juego político será con la izquierda o la derecha (republicanos o demócratas). Y es por esa razón que al final de la presidencia de George Bush, el mensaje, la opinión, de Trump en los medios de comunicación tradicional y en las redes sociales, suena más a demócrata que a republicano. Ataca ferozmente al presidente Bush y al mismo tiempo sus opiniones políticas y las donaciones de dinero van a campañas de candidatos demócratas. Fue en esa época cuando Donald Trump pensó, seriamente, en lanzarse de candidato a la presidencia. Pero en el 2007 no había mucha tierra fértil para lanzar la semilla del odio con fuerza y el nombre Trump todavía no estaba unido a ninguna campaña ideológica populista. El paisaje político cambia completamente en EEUU en los comienzos del 2008. El joven senador demócrata, Barack Obama, se convierte en el favorito y gana las primarias del partido demócrata y las generales en noviembre del 2008. Con este triunfo Obama se convierte en el primer presidente de origen

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afroamericano en Estados Unidos. Un momento histórico que no todos celebran. El Tea Party lo rechaza de inmediato. Y las voces extremas, que ya habían tomado fuerza después del 11 de septiembre del 2001, denuncian públicamente que Barack Husein Obama es musulmán. Trump encuentra su tema y su momento: la percepción de que el presidente no es uno de “Nosotros” (es negro) y el odio a los musulmanes (su segundo nombre es Husein). Estos dos temas lo lanzan a los medios de comunicación de un día para otro. Trump no necesita mencionar la raza del presidente, solo le bastaba decir que no había nacido en Estados Unidos. De esa manera Donald Trump desafía, sin ninguna prueba que indique que Obama había nacido en otro país, a que el presidente haga público su certificado de nacimiento. Obliga al presidente a defenderse de ataques infundados. La mejor defensa que encuentra el presidente Barack Obama es mostrar públicamente el certificado de nacimiento que prueba que no había nacido en Kenia, como su padre, sino en el estado de Hawái. El certificado no detiene los ataques y continúa con fuerza el movimiento de los llamados Birthers (los que no creen que Obama nació en EEUU). Trump se apodera de ese discurso y aparece en todos los medios de comunicación haciendo no solo la denuncia, sino que también insistiendo en que el certificado no es auténtico. Con ese discurso saltó a la popularidad entre los incrédulos y también entre los enemigos de Obama. En una entrevista, en 2013 para el canal de televisión ABC, Trump dijo: “No creo haberme pasado del limite. En realidad creo que eso me hizo muy popular”*iii+. Lo hizo popular porque pudo unir el odio a los musulmanes ( un presidente llamado Husein) con el racismo que todavía existe en EEUU (el primer presidente negro) y las fuerzas anti emigrantes (presidente hijo de emigrante, también negro). La campaña que hizo Trump en contra de Obama fue crucial para lanzarlo a la esfera nacional. Se dio cuenta que usando la percepción de los opositores a Obama podía explotar una idea y convertirla en realidad. Explotó de forma incansable todas las percepciones. Las usó para tener voz pública. Las usó para bombardear los medios de comunicación que anunciaron no solo que Trump le pedía a un presidente prueba de su nacionalidad sino que más tarde el mismo presidente tenía que obedecer a la demanda de un hombre que se había hecho famoso por un programa de televisión de los llamados “Realities”. Un camaleón político que cambiaba sus ideas de acuerdo al momento. Un oportunista que nunca pudo mantener una línea basada en principios, o compromiso social, o político. Un millonario que, irónicamente, siempre había pretendido ser más rico de lo que realmente era. En la campaña presidencial del 2012, después de lanzar su nombre en los medios, y atacar a la mayoría de los candidatos de ambos partidos, Donald Trump decide no presentarse en las primarias. Pero antes de anunciarlo ataca al presidente Obama públicamente diciendo que es: “El peor presidente que ha tenido Estados Unidos”. Después de terminar una campaña presidencial breve , que solo hizo usando los medios de

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comunicación, optó por dar su apoyo en forma muy pública, al estilo Trump, a Mitt Romney. El día que Romney anuncia, en el año 2012, el apoyo de Trump para su campaña, irónicamente y sin quererlo, lanza a Donald Trump en su camino a convertirse en el candidato que ha llegado a ser en el 2016. Las palabras de Romney validaron, en parte, lo que nadie hubiera aceptado, ni respetado, en esos años del perfil político de Trump. No cabe la menor duda que Mitt Romney se ha arrepentido el resto de su vida de haber elogiado de esa manera al que más tarde será uno de sus grandes enemigos políticos[v]. Donald Trump usa la plataforma nacional de la campaña de Mitt Romney para poder cambiar la percepción que tienen los conservadores de su “liberalismo”. La derecha lo adopta y lo usa -y Trump usa a la derecha pero no la adopta totalmente en esos años. Solo le interesa cambiar la percepción de los que creen que es liberal. Barak Obama vuelve a ganar en 2012 y Trump continúa explotando, no solo el descontento creado por los enemigos de Obama sino también la división profunda que se manifiesta en las bases del partido republicano. Aunque el fenómeno que Trump considera su movimiento es algo que se ha ido creando hace varios años, la manera en que Trump lo ha usado para su propio beneficio es algo que merece reconocimiento. El Trumpismo, como algunos lo han llamado, más que un movimiento ideológico político, es la fama temporal de un personaje político narcisista que es capaz de instigar fuertes pasiones en los que no se sienten parte de un gobierno, ni de un sistema inclusivo. Y quiénes son los seguidores de este individuo? Es un sector del país que quiere, espera, y exige cambios, sin tener claro qué cambios y de qué forma se pueden lograr. Grupo que quiere alcanzar la prosperidad que Trump ofrece, pero tampoco tienen ideas de cómo se va a obtener esta prosperidad. Enemigos de Obama, que sienten odio por los que son diferentes. Personas que ven un país, tradicionalmente blanco y monolingüe, cambiando y convirtiéndose en una nación profundamente diversa. Votantes que tienen miedo porque los han atemorizado con un enemigo abstracto. Un enemigo que constantemente cambia. Un enemigo que puede ser a veces interno. El gobierno que les quitará las armas que necesitan para defenderse de ese mismo gobierno que quiere quitárselas. El gobierno que sube los impuestos para pagar por programas sociales para los que no quieren trabajar. Gobierno que les está dando derecho a los homosexuales y está subvencionando clínicas donde las mujeres se pueden hacer abortos cuando lo estimen conveniente. Pero otras veces el enemigo que inspira miedo puede ser también externo. Los terroristas musulmanes que vendrán a destruir “ América” y sus libertades. O esa masa de gente con

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otro color de piel que viene de afuera a cambiar el país, a arruinar la economía porque no pagan impuestos y destruyen los valores nacionales. Emigrantes que traen drogas. Emigrantes que cruzan ilegalmente la frontera que no tiene murallas. Emigrantes que no quieren aprender inglés. Donald Trump aparece en medio de estos sectores del país, no ofreciendo soluciones sino que aumentando el descontento con demagogia simplista y a veces absurda. En medio de estos miedos, provocados por enemigos externos e internos, Trump profundiza el odio y la separación entre “Ellos” y “Nosotros”. oSin mayores planes ni explicaciones, el candidato responde con lo que las masas quieren escuchar. La solución al terrorismo es bombardear a los enemigos de la “libertad” (que se están bombardeando desde el gobierno de George Bush). No dejar entrar a los musulmanes a EEUU y volver a fortalecer la presencia de EEUU en el mundo. Subir o bajar el salario mínimo (porque algunas de sus propuestas cambian radicalmente). Para el aborto, castigar legalmente a las mujeres que se lo hacen (aunque el aborto es legal en EEUU). Y la inmigración indocumentada? Obligar a México a pagar por la construcción de una muralla entre los dos países y deportar a 12 millones de personas cuyos hijos son ciudadanos de EEUU. Aparte de usar el descontento, el miedo y la desconfianza que algunos ciudadanos sienten por la institución que llaman--gobierno—Donald Trump ha usado otros medios no tradicionales para edificar la fuerza de su campaña. Por ejemplo, ha usado magistralmente la prensa en forma gratuita en vez de pagar por propaganda política en esos mismos medios ( en su libro The Art of The Deal ya había escrito --“La cuestión es que, si eres un poco diferente, un poco escandaloso, o si haces cosas que son atrevidas o controvertidas, la prensa escribirá sobre ti”.)5 Para esto su manera de operar fue desde el comienzo lanzar algo tremendista, vulgar, ofensivo, en contra de los otros candidatos, en los medios sociales (de forma gratuita). Creo público percepciones sobre cada uno de sus opositores. Jeb Bush era el hombre sin energía. Ted Cruz era el mentiroso. Marcos Rubio era el “perqueño Rubio”. Estos comentarios incendiarios de inmediato encontraban eco en la televisión, radio y prensa escrita. De esta manera Trump esparcía su mensaje político gratis—“Haz de Estados Unidos un gran país de Nuevo”, por medio de la presa y después en sus eventos repetía que no necesita grandes donaciones de dinero para su campaña para pagar propaganda en los medios de comunicación, como los otros políticos lo hacían. El público que estaba cansado de campañas con anuncios negativos pagados, había leído sus comentarios ofensivos en la prensa pero no veía propaganda pagada en estos mismos medios. De esta manera el público empezó a creer en la percepción de la realidad que inventaba Trump sin ningún cuestionamiento. Donald Trump tiene una gran habilidad para manipular los medios de comunicación tradicionales -y 72


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las redes sociales -pero también ha sido capaz de ser candidato presidencial sin plataforma política. No ha contestado preguntas sobre sus planes porque no necesita hacerlo. Sus seguidores no se lo piden. Lo siguen a ciegas. Y tampoco ha contestado los ataques sobre sus dudosas inversiones-- en la Universidad Trump, por ejemplo. Universidad que está acusada de fraude por no haber dado la instrucción prometida por el magnate a los estudiantes que esperaban recibir educación en el mundo de los negocios, al estilo Trump. Tampoco ha querido hacer públicas sus declaraciones tributarias (algo que todos los candidatos hacen durante sus campañas). Y no lo ha hecho porque para sus seguidores no es importante. Para los partidarios de Trump sus discursos vacíos y sus ofertas de grandeza son un espejismo en el desierto. Las masas que lo siguen no tiene nada en común con él. El gran apoyo de los votantes está entre los hombres blancos, las familias modestas, los con menos educación, los que viven de un sueldo bajo y los que están desencantados con la realidad que perciben. Los que todavía creen en la supremacía blanca y no aceptan los cambios que los movimientos migratorios han traído a EEUU en las últimas décadas. Los que nunca aceptaron que un hombre como Barak Obama llegara a la presidencia. Donald Trump, el candidato que nadie creía que pudiera ganar las elecciones primarias del partido republicano, no solo las ganó sino que las ganó con muchísimos más votos que otros candidatos de su partido en el pasado. Para algunos que no vieron el tsunami venir, es una gran sorpresa. Para los que habían visto el fenómeno de la extrema derecha dividir el partido republicano, Trump no es más que la articulación de un descontento de las bases ignoradas. Las bases de un partido que se preocupó del 1% de la población e ignoró a la gran mayoría. Aunque el fenómeno no es nuevo, el personaje es relativamente nuevo. Es un candidato político salido de un Reality. Un candidato al cual no se le hacen preguntas sobre sus planes para el futuro de una de las grandes potenciales mundiales, pero se le cree a ciegas su demagogia y se le adora por la brutalidad de sus ataques y no por la sensibilidad que tiene por los más necesitados. Un seudo-millonario que le hace creer a los pobres que si lo siguen a él serán tan ricos como Trump algún día. Un hombre que les hace creer a los desencantados que este país está arruinado y que él es el único capaz de devolverle la gloria que merece y el lugar que necesita en el mundo otra vez. La realidad política que ha creado Trump está basada en una percepción de la realidad que sus seguidores no cuestionan. El peligro está en que Trumo no dice lo que piensa ni piensa lo que hace. Lamentablemente lo que va a decidir esta elección, como muchas otras, no es la realidad de las propuestas de los candidatos, sino que la percepción de la realidad que estos candidatos han proyecto en los

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votantes. Lo diferente esta vez es que un candidato sin ninguna preparación para este puesto, sin plan de gobierno y con un mensaje que mezcla el miedo, el racismo y el odio, ha creado una percepción distorsionada basada en una realidad también falsificada. Trump es un peligro no solo para Estados Unidos sino para el resto del mundo. Salga o no salga elegido presidente, Trump ha solidificado un movimiento que puede repetir grandes tragedias de la historia universal.

Sobre la autora: Emma Sepulveda Pulvirenti es Directora del Latino Research Center de la Universidad de Nevada, Reno y miembro del J. William Fulbright Foreign Scholarship Board. La Dr. Emma Sepúlveda, es una reconocida escritora, autora y co-autora de más de 27 libros, graduada de la Universidad de California. Nacida en Argentina y criada en Chile, con estudios en la Universidad de Chile, país que conoce bien. En 1993 recibió el Premio Thornton de la Paz por su trabajo sobre las mujeres chilenas y la defensa de los derechos humanos y fue también galardonada con el Premio al Latino Book de Nueva York, en 2012, por su libro “Setenta días de Noche”, que cuenta la historia verídica de 33 mineros chilenos atrapados en una mina y su histórico rescate.

Notas: *i+ Donald Trump empezó el programa llamado “ The Apprentice” en el año 2005 en NBC. El programa presentaba de 18 a 19 participantes que trataban de ganar $250 mil dólares y un contrato para trabajar en las compañías de Trump. [ii] Entre estos personajes se destaca Rush Limbaugh que tiene un programa radial que lo lanzó a la fama en los 90. El llamado Show de Rush Limbaugh se describe como el programa radial más escuchado en EEUU. Se transmite a través de 600 emisoras del país. Limbaugh aparece en la revista Forbes como la persona mejor pagada en los medios de comunicación de EEUU. Dos de sus libros, con las opiniones políticas que lanza en sus programas, llegaron a la lista del diario New York Times, de los libros más vendidos en EEUU.( http://www.biography.com/people/rush-limbaugh-9382334#early-life). Otro personaje de los medios de comunicación nacional que fue instrumental en darle forma al discurso nacional de derecha en las décadas de los 90 y los 2000, fue Glen Beck. Beck empezó en la radio y después siguió posteriormente en la televisión con su programa llamado El Show de Glen Beck. Este programa sobresalió inmediatamente después de 11 de septiembre por su tono agresivo, extremista y controversial. Más tarde se convirtió en una de las voces más poderosas en los medios de comunicación para la formación del nuevo movimiento político llamado Tea 74


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Party. Beck fue también la voz que atacó vulgarmente a Barack Obama desde los meses de candidato hasta sus años de presidente de la nación.( http://www.biography.com/people/glenn-beck-522294#shiftingideologies). [iii]http://abcnews.go.com/Politics/donald-trumps-history-raising-birther-questions-presidentobama/story?id=33861832 [iv] Amy Davidson escribe en The New Yorker, en marzo 3 del 2006, un excelente artículo (Mitt Romney Misses Best Shot at Dnald Trump) sobre cómo Trump usó a Romney durante la campaña presidencial del 2012. El artículo expone como Romney, elogia públicamente las capacidades y los increíbles valores de Trump en el año 2012. Y cómo durante la campaña de Trump en el año 2016, cambia completamente y lo ataca en un discurso especial dedicado solamente a desacreditarlo como candidato presidencial.

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Notas de Investigación: Guerrilla, Marxismo y Peronismo. Un abordaje de la trayectoria de las Fuerzas Armadas Revolucionarias desde la Historia Política. Por Carlos Ignacio Custer

Hace ya un tiempo y de modo creciente en los últimos años, la convulsionada década del ´70 es objeto de un acentuado interés a partir de obras de la más variada índole. Protagonistas, periodistas, ensayistas, académicos de las ciencias sociales y de modo más reciente historiadores han incursionado en las temáticas de la radicalización ideológica, la violencia política y la represión estatal durante las décadas del ´60 y ´70 conformando un verdadero campo de estudio que se nutre constantemente de nuevas investigaciones. Por medio de obras generales, análisis de la ideología revolucionaria, estudios de organizaciones en particular y testimonios de ex –militantes se ha buscado desentrañar el sentido de una época que, pese a la corta distancia que la separa con la actualidad, parece haberse esfumado irremediablemente. En cuanto a las historias que buscaron explicar la trayectoria de alguna organización armada específica, las mismas han tendido a concentrarse en las dos agrupaciones revolucionarias principales que marcaron aquellos años: Montoneros y el Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). En los últimos años estas organizaciones han sido objeto de renovados análisis y los estudios se han extendido también a otros agrupamientos revolucionarios. Teniendo en cuenta este último hecho, resultaba por demás llamativo que hasta hace muy poco ninguna obra específica se hubiera consagrado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), una organización armada que nació luego del fracaso de algunos de sus fundadores en vincularse con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) liderado por Ernesto “Che” Guevara en Bolivia, iniciando la lucha armada a escala nacional y por medio de una estrategia de guerrilla urbana. En su trayectoria política, las FAR se caracterizaron por iniciar un rápido proceso de “peronización”, que las llevó a asumir el peronismo como su identidad política, hecho que implicó su acercamiento político a las demás organizaciones políticas armadas peronistas existentes a principios de los ´70 facilitando su vinculación y posterior fusión con Montoneros, devenida ésta en la principal organización guerrillera del país. La “invisibilidad” relativa de las FAR en los estudios acerca de las organizaciones armadas y sobre la violencia política característica de los años ´70 creemos que en parte se ha debido a la escasez tanto de fuentes escritas emanadas por la organización como de testimonios de sus otrora militantes. Respecto a

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documentos de la organización, es de destacar que según la propia organización su práctica iba siempre por delante de la teoría, concepción cuya filiación ligaban a los tupamaros uruguayos pero que sin dudas no dejaba de ser tributaria del legado guevarista de las FAR (1971). En cuanto a testimonios escritos de militantes de FAR, muy pocos han llegado a ser publicados, siendo quizás la presente inexistencia de sus principales dirigentes uno de los motivos que explica dicho fenómeno, en virtud de haber sido los mismos asesinados o encontrarse actualmente desaparecidos. La tesis de González Canosa (2012) dedicada al itinerario político-ideológico de las FAR ha sido pionera en intentar colmar ese vacío al constituir el primer estudio consagrado a la organización, remontándose en su análisis a sus antecedentes remotos durante los´60 y seguir su desarrollo hasta la campaña electoral de 1972. En dicho trabajo la autora analiza el proceso de “doble ruptura” que evidencian a través de la militancia previa en otras agrupaciones5 los que serán algunos de sus fundadores y que luego culminaron las FAR ya constituidas como organización. Aquel movimiento será caracterizado por las diversas estrategias políticas que llevaron a dichos militantes a asumir la lucha armada como estrategia de carácter nacional centrada en la guerrilla urbana, mientras se producía una paralela revalorización del peronismo que los condujo a identificarse políticamente con dicho movimiento político. Estas rupturas, sin embargo, no erradicaron ciertas “huellas de origen” de la organización, que la autora asocia al pensamiento marxista y al foquismo que siempre evidenciaron las FAR. Secundariamente la autora también explora de modo panorámico los vínculos que proyectaron e intentaron forjar las FAR con el movimiento de protesta más amplio que se desarrollaba por aquel tiempo, lo que supone abordar como concebía la organización la relación entre la acción militar y la práctica política no armada. Retomando los aportes de indudable valor que desarrolla González Canosa, cabe destacar que la misma realiza un fundamentado trabajo en base a las reconfiguraciones político-ideológicas de la organización en los diversos momentos de su trayectoria, pero tiende a soslayar la concreción práctica de dichos posicionamientos y a contextualizar de forma acabada la acción de las FAR como respuesta al acontecer político que las circundaba. Historizar la trayectoria política de las FAR implica analizar sin dudas las configuraciones político-ideológicas que guiaron su accionar, pero además debemos considerar los hechos concretos que produjeron y su repercusión en el contexto político de la época, cuyas modificaciones incidieron a su vez en las ideas y prácticas que elaboró la organización en respuesta. En este sentido, nos interesa examinar no solo lo que las FAR sostenían que hacían, sino lo que efectivamente hicieron como un modo de tener una visión más completa de la historia de la organización y evitar el riesgo de caer en un excesivo “internismo”.

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A la hora de encarar nuestra investigación y teniendo en cuenta la trayectoria política seguida por la organización nos resulta de interés en primer término, desentrañar los aspectos ideológicos y estratégicos del proyecto de Guevara teniendo en cuenta algo de lo que muy poco se ha escrito, que es la integración de combatientes argentinos y el rol destinado a cumplir por estos en aquel. Seguidamente pasaremos a analizar los elementos que intervinieron en la elaboración de una nueva estrategia en la que las FAR pasaron a combinar lucha armada (en el aspecto político-operativo), marxismo y peronismo (en los aspectos ideológicos), configurando una peculiar amalgama que se conjugó de un modo que las diferenció del resto de las organizaciones armadas contemporáneas. Además, sería de particular interés evaluar la extensión operativa del accionar armado de las FAR, la inserción política de la organización en otros ámbitos de militancia y las vinculaciones entre ambas dimensiones, a fin de dilucidar que puede sugerir la trayectoria de las FAR respecto del debate sobre la militarización de las organizaciones político-militares. Finalmente, y como conclusión, nos gustaría examinar el proceso de fusión de FAR con Montoneros, teniendo en cuenta las razones que lo inspiraron, las tensiones que pudo generar y el grado de homogeneización alcanzado en los diversos ámbitos de militancia de la nueva estructura unificada. Teniendo en cuenta los diversos aportes teóricos realizados por diferentes autores, consideramos que algunas conceptualizaciones resultan útiles para encarar los objetivos de nuestra investigación. Sobre el origen, desarrollo y devenir de las organizaciones armadas, diversos autores han dado un primordial valor explicativo a la composición social pequeñoburguesa preponderante de sus militantes (Gèze y Labrousse 1975, Brocato 1985, Gillespie 1987), a las transformaciones político-ideológicas de las que fueron emergentes aquellas (Hilb y Luztky 1984, Ollier 1986, Moyano 1995, Tortti 1999, Gordillo 2003), mientras que Waldmann (1982) sintetiza factores estructurales, políticos, sociales y subjetivos. En este último terreno hay trabajos que han dado poder explicativo a la subjetividad militante para la explicación de las lógicas implicadas en el funcionamiento de las organizaciones armadas (Ollier 1998), siendo Carnovale (2011) quien de modo reciente ha profundizado en dicho aspecto. Para dar cuenta de la trayectoria política de las FAR, una primera noción pertinente nos parece la de “línea política” tal como la entiende Bartoletti (2010) en su investigación sobre Montoneros. Según la autora, dicha expresión apunta a examinar los procesos de elaboración político-ideológica en relación con la inseparable interacción con el medio en que se actúa, restituyendo a las decisiones de la organización su historicidad propia al ser enmarcadas dentro de un conjunto de alternativas políticamente acotadas. Cabe agregar que en aquellos procesos la materialización de una línea política por medio de acciones concretas opera en el medio actuante, provocando o inhibiendo ciertas conductas en otros actores que a su vez repercuten en el contexto político general y por esta vía pueden generar cambios potenciales en la concepción político-ideológica de la organización. Asimismo, en la

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medida de lo posible y dado que el propósito de la investigación es realizar un estudio de historia política, entendiendo que el mismo implica adentrarse en las configuraciones ideológicas que dan sentido a la acción y son generadoras de prácticas políticas (Ansart 1997), también consideramos que serán una referencia útil los aportes de Hilb y Luztky (1984) y Ollier (1986), siendo quizás relevante tener en cuenta un abordaje sobre la subjetividad militante similar al efectuado por Carnovale (2011).En este sentido y dado el carácter clandestino de la organización estudiada, las entrevistas a ex –militantes pueden ser de gran utilidad tanto para acceder a información fáctica sobre el pasado que de otro modo sería imposible de recabar (Lummis 1991) como también para adentrarse en la subjetividad de los sujetos y de ese modo intentar comprender los significados que implicaron en sus acciones (Lummis 1991, Carnovale 2007). En este punto, resulta también relevante no solo lo que dijeron las FAR que hacían y lo que efectivamente hicieron, sino también lo que sus militantes por medio de su accionar creyeron que hacían. Esta posibilidad exige y realza el valor de los testimonios orales en la medida que sean triangulados en forma conveniente con otras entrevistas y fuentes de archivo convencionales. Respecto a la historia de las organizaciones armadas un foco de debate se ha concentrado sobre lo que se ha denominado el “proceso de militarización” que habrían sufrido o no las mismas. Con “militarización” el conjunto de los autores entiende un fenómeno común que se caracteriza en sus componentes principales por el proceso que llevó a las organizaciones a priorizar la acción armada por sobre las consideraciones políticas, generar en su seno un marcado burocratismo que impuso una férrea verticalidad en su interior y consolidar una dinámica marcada por la lógica de la guerra que las llevó a protagonizar de modo creciente un enfrentamiento “de aparatos” con las Fuerzas Armadas. La opinión entre aquellos parece dividirse entre quienes reconocen un proceso de militarización de las organizaciones armadas que se inicia a partir de 1973-1974 con variaciones temporales y sobre las razones que explican el surgimiento de dicho proceso según el autor (Gillespie 1987, Tortti 1999 Pozzi 2001, Calveiro 2005, Bartoletti 2010) y la organización que se trate (ya sea en el caso del PRT-ERP o de Montoneros) y quienes rechazan la idea de una “desviación militarista” a la luz de la ideas originariamente sostenidas por las propias organizaciones (Hilb y Lutzky 1984, Brocato 1985) o la efectiva correspondencia entre dichas ideas y el accionar desplegado (Carnovale 2011). Hay quien sostiene incluso que la militarización evidenciada es un proceso inherente a toda organización político-militar teniendo en cuenta lo que demuestra la experiencia histórica a nivel internacional (Moyano 1995). Esta noción de militarización tendrá que ser evaluada a la luz del accionar político y militar de las FAR para determinar si es plausible aplicar a la trayectoria de la organización dicha idea, si el proceso referido se desplegó –como sostiene la mayoría de los autores–con

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posterioridad a la fusión entre FAR y Montoneros o incluso si la utilización del concepto carece de pertinencia analítica. Un último punto de controversia remite a la especificidad del vínculo entre las organizaciones armadas y el resto de los sectores movilizados y/o radicalizados. La utilización que se ha dado al concepto de “nueva izquierda” es un elemento que permite comenzar a pensar el tema. Algunos autores han identificado a la nueva izquierda con las organizaciones que asumieron la lucha armada como la vía efectiva hacia la toma del poder, destacando con ello la diferencia con otros sectores movilizados que no compartieron el accionar violento como elemento constitutivo fundamental de su práctica política (Hilb y Lutzky 1984, Ollier 1986). En contraposición, Anzorena (1988) y Tortti (1999) insertan a las organizaciones armadas dentro del “conglomerado de fuerzas políticas y sociales” que protagonizaron una verdadera “revuelta cultural”, en la medida de que compartieron ideas, objetivos y metodologías de tipo radical. De esta polémica se desprende un diferente énfasis en cuanto a la identificación o diferenciación de las organizaciones armadas con un movimiento contestatario y radicalizado de carácter más general que se gestó de modo acelerado por aquellos años, aunque las vinculaciones concretas entre las organizaciones revolucionarias con sus “frentes de masas”, agrupaciones políticas de base u otros sectores movilizados todavía no han sido estudiadas de modo exhaustivo por ningún trabajo concreto. En el caso de FAR, este parece ser un punto dificultoso, pero de especial interés teniendo en cuenta nuestros objetivos de investigación, en la medida en que se puedan identificar posibles puntos de confluencia, tensión o ruptura entre ambos ámbitos de militancia. Iniciar una investigación sobre una organización con las peculiaridades que caracterizaron a las FAR implica sin dudas adentrarse en problemáticas más generales que se relacionan de algún modo con la temática abordada. El surgimiento de las FAR se enmarca en los años del posperonismo y más específicamente durante la dictadura instaurada a partir de 1966 que buscó por medio de la derogación de toda actividad política superar la crisis política argentina marcada por los sucesivos fracasos del gobierno militar anterior (1955-1958) y de los gobiernos seudo-democráticos que le sucedieron (1958-1962, 19631966) en resolver la doble cuestión del peronismo y el comunismo. Altamirano(2001) se refiere de ese modo a la imposibilidad de los gobiernos civiles en incorporar exitosamente al peronismo al sistema político sin generar una virulenta oposición castrense al ser incapaces de evitar la victoria del movimiento proscripto en elecciones abiertas, al mismo tiempo en que dejaban aquellos de ser vistos por los militares como una efectiva valla de contención ante el peligro comunista, principalmente luego del revulsivo efecto que tuvo la Revolución cubana entre las filas de los sectores revolucionarios de toda América Latina. La adopción de la doctrina de seguridad nacional por parte de las Fuerzas Armadas y el carácter fuertemente represivo del gobierno que instauraron sentaron las bases para que una emergente “nueva izquierda” o un embrionario

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movimiento guerrillero (según del autor que se trate) encontrara un escenario propicio para desplegar un accionar centrado en la lucha armada como instrumento preponderante de intervención política (Anzorena 1988, Tortti 1999, Gordillo 2003).La agudización de un escenario marcado a partir de 1969 por el aumento de la conflictividad social, la oposición civil al gobierno y la violencia política desplegada de modo creciente por las organizaciones armadas hizo que algunos analistas no dudaran en calificar tal situación como de “crisis orgánica” (Portantiero 1977), “crisis de hegemonía” (O´ Donnell 1982) o incluso considerarla como una superposición de una crisis del régimen militar y una crisis de dominación social (Cavarozzi 1983). Esta situación es la que dará inicio al proceso de apertura política llevado a cabo por el militar Alejandro Agustín Lanusse a partir de 1971 y que desembocó en la victoria del peronismo en elecciones abiertas en 1973 y el regreso definitivo de Perón al poder ese mismo año. El surgimiento de una izquierda radicalizada o “nueva izquierda” puede rastrearse en la crisis que comenzaron a sufrir los partidos políticos de la izquierda tradicional durante la década del ´60 y que por medio del influjo del proceso cubano y otros movimientos de liberación nacional a nivel mundial forjó una concepción voluntarista de la historia donde los hombres a través de la acción podían definir su resultado pregonando la necesidad de la violencia como medio para poner fin a una situación de opresión que los acontecimientos de orden político parecían no dejar de confirmar en los hechos (Terán 1991). La revolución cubana además constituyó un puente de comunicación entre izquierda, nacionalismo y peronismo, en la medida en que “nacionalizó” a la izquierda demostrando que la revolución podía ser realizada por un movimiento nacional y generó el surgimiento de un ala juvenil entusiasmada con el proceso cubano dentro del peronismo, brindando además una vía de escape al problema acuciante de la nueva izquierda que giraba en torno de su crítica a la izquierda tradicional: el histórico divorcio entre el partido marxista y la clase obrera que evidenciaba la persistente identidad política peronista del grueso del proletariado argentino (Sigal 1991). Estos fenómenos están en el origen de la radicalización que fue en muchos casos acompañada por una concomitante peronización patente en sectores revolucionarios juveniles provenientes en su mayoría de los estratos medios, hecho ilustrado por la trayectoria política de las FAR, que buscó de ese modo dotar de efectividad sus planteos revolucionarios por medio de su intento de desarrollar las potencialidades revolucionarias que le asignaban al peronismo. Por otra parte, preguntarse acerca de la trayectoria política de las FAR implica adentrarse en las diferencias que implicó la radicalización referida en el tránsito de los ´60 a los ´70 y que supuso la configuración de organizaciones políticas revolucionarias significativamente diversas a las que existieron durante los años inmediatamente anteriores. La opción por el peronismo de las FAR las integró dentro de la heterogénea corriente de la izquierda peronista, sector que desde la Resistencia (1955-1958) se caracterizó tanto por una oposición acérrima a los

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sectores integracionistas del peronismo como por adolecer de una debilidad intrínseca dentro del movimiento. A partir de 1966 se produce un quiebre que da paso a un proceso de acumulación de fuerzas y de surgimiento de experiencias autónomas que, luego del Cordobazo y las numerosas movilizaciones populares que estallan a partir de 1969, verá a las organizaciones armadas desplegar un protagonismo creciente en el seno de la izquierda peronista. Entre las organizaciones armadas peronistas, será Montoneros quien logrará a partir de 1972, en el marco de la crisis creciente del gobierno militar y por medio de la incorporación masiva de militantes a través de sus diversos frentes de masas, imponer su hegemonía sobre el espacio que comenzó a denominarse la Tendencia Revolucionaria del Peronismo (James 1976, Gil 1989). Este crecimiento exponencial y los objetivos decididamente revolucionarios de los sectores que se reunieron alrededor de la “tendencia” son claves para entender la opción que realizó dicho sector por la autonomía total de Perón una vez que fuera confrontada con el regreso de este y la colisión entre sus diversas posiciones la coloquen en el dilema de elegir entre: por un lado, el acatamiento a la conducción externa de Perón y la resignación a su proyecto revolucionario o por el otro lado, la aceptación de la salida del movimiento perdiendo la legitimidad que le confería el hecho de constituir el sector radicalizado del peronismo (Fraschini 2008).

Sobre el autor Carlos Ignacio Custer es licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad de Buenos Aires y alumno de la Maestría en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella.

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TERAN, Oscar, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual en la Argentina, 19561966.Buenos Aires: Puntosur, 1991. TORTTI, María Cristina, “Protesta social y ‘Nueva Izquierda’ en la Argentina del Gran Acuerdo Nacional”. La primacía de la política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda en tiempos del GAN. Ed. PUCCIARELLI, Alfredo. Buenos Aires, Eudeba, 1999.205-234. WALDMANN, Peter, “Anomia social y violencia”. Argentina, hoy. Comp. ROUQUIE, Alain. México: Siglo XXI, 1982. 206-248.

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Perfiles  Sebastián Miglioranza Graduado en la Maestría en Historia Me gradué como Profesor de Historia en la Facultad de Filosofía, Ciencias de la Educación y Humanidades de la Universidad de Morón en 2006. Tuve excelentes profesores, entre los cuales quisiera recordar especialmente al Dr. Rogelio Paredes quien desde una formación humanista, dictaba Historia Moderna. Al año siguiente decidí iniciar mis estudios de posgrado en la Universidad Torcuato Di Tella, cursando la Maestría en Historia. El intercambio con destacados profesores durante los seminarios, el vínculo con compañeros de otras disciplinas y el acceso a la bibliografía actualizada en la Historia Argentina del siglo XIX, hizo que mi interés se volcara al campo de la Historia Social y su implicancia en el mundo de la política. El título de mi tesis defendida en 2014 fue “Me han denunciado porque me aborrecen. Poder y delación en tiempos de Rosas (1837-1845)”, cuyo objeto fue concentrar el análisis del fenómeno de la “delación” (un campo poco explorado por la historiografía hasta el momento) durante el período rosista en la Provincia de Buenos Aires; investigando el papel que tuvo la denuncia en el aparato político de Rosas y los móviles y entramados que condujeron a diversos actores de la sociedad civil a delatar a quienes consideraban enemigos del régimen. Mi directora fue la Dra. Marcela Ternavasio, quien, junto a otros docentes del posgrado, me guió de manera ejemplar en el campo del análisis de fuentes, la investigación histórica y el proceso de elaboración de una tesis. A ella va mi agradecimiento con enorme afecto. Hoy sigo dedicado al estudio de la Historia Social y Política del siglo XIX, proyectando continuar con mi tesis de Doctorado. Soy desde hace 10 años, profesor Adjunto en la cátedra de Historia Argentina y Americana II en la Universidad de Morón y profesor en las materias de Sociología e Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado del CBC en la Universidad de Buenos Aires. El año pasado, fui convocado por la Dra. Andrea Matallana, para trabajar como docente en la materia Historia de Occidente a partir de la Modernidad, de la carrera de Economía de la Universidad Di Tella. Después de muchos años, puedo decir que estoy feliz, ya que la pasión por la Historia que abrigué desde muy joven, se ha vuelto hoy disciplina de trabajo. Los espacios universitarios donde me desempeño como profesor y especialmente la Universidad Torcuato Di Tella, me han brindado una experiencia más que valiosa 85


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para continuar motivando y ayudando a los alumnos de grado, en el extraordinario camino del estudio del pasado.

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 Ignacio López. Graduado en la Maestría en Historia Mi contacto primero con la historia y la “ciencia” a través de los libros modernos, como advirtió el británico historiador Collingwood en su Autobiografía, no fue mediante el descubrimiento de obras canónicas ni autores consagrados, sino, como es usual en un niño curioso, en la biblioteca frondosa de una abuela, una ejemplar maestra “normalista”. Allí me topé con fascículos de la Enciclopedia Estudiantil que me llevaron rápidamente a apasionarme por los asirios, fenicios, arte greco-romano y, por supuesto, por los héroes de la historia nacional. Al momento en que un adolescente es “obligado” a optar por una carrera universitaria, mis intereses y cálculos estratégicos me orientaron a decidirme por Ciencia Política en la Universidad Católica Argentina. Pero jamás abandoné mi interés por la historia, sino que, al contrario, la formación de grado estrechó mis inclinaciones por una “historia política”. Al fin de ciclo de mi carrera universitaria, ya estaba completamente decidido a retomar estudios formales en Historia. Allí me decidí por la Universidad Torcuato Di Tella, evaluando prestigio, plan de estudios, y un cuerpo de profesores ilustres. Rápidamente definí que mis áreas de interés eran la “historia argentina” y la “historia política”. Particular atractivo me generaba la historia de los primeros años del siglo XX. Tal vez, una familia llena de ancianos recreó en mí –a través de ricas anécdotas– ese mundo de los años veinte y treinta, donde mi ciudad natal, Avellaneda, florecía al compás de unos tangos, del frigorífico “La Negra”, de un intendente “patriarcal” como Barceló y de una política curiosa que unía a Gardel, a los naipes, a tangueros y también, a algunos matones. Los cursos de maestría tomados en la Universidad por los años 2009-2010 fueron fundamentales para sistematizar conocimientos, definir temas y perfeccionar aspectos metodológicos de la disciplina histórica. Excelentes seminarios con los profesores Tulio Halperín Donghi, Luis Alberto Romero, Ezequiel Gallo, Juan Carlos Torre y Francis Korn, terminaron por decidirme que mi tema de investigación sería, finalmente, la política argentina de los años treinta. Mi directora de tesis de maestría, Elena Piñeiro –con quien rápidamente comencé a trabajar–, fue central en ilustrarme sobre la complejidad del mundo político de entreguerras, los actores y partidos políticos. En 2012, una beca del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) bajo la supervisión de Francis Korn en el departamento de Historia de UTDT, me garantizó la posibilidad de volcarme de lleno a la vida académica y a las ventajas de la escritura e investigación.

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Un año después defendí mi tesis de maestría (“Camino a la democratización. Consideraciones sobre la política aperturista de Roberto M. Ortiz, 1938-1940”). Allí investigué sobre el programa presidencial, el liderazgo específico del presidente y la política en las provincias. A partir de allí, nuevas publicaciones, congresos y un trabajo de investigación intenso en archivos y bibliotecas, me permitió avanzar en la tesis doctoral, pronta a presentarse en la Universidad, sobre la política en tiempos de Roberto Ortiz y Ramón Castillo (1938-1943). En la actualidad, alterno la investigación sobre la historia política argentina de entreguerras con docencia universitaria en cátedras de Historia Argentina Contemporánea en la Universidad Católica Argentina y en la Universidad del Salvador.

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Novedades  Paula Bruno, nueva directora del Departamento de Historia

La profesora Paula Bruno es la nueva directora del Departamento de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella. Asimismo, Paula se desempeñará como directora de la Licenciatura en Ciencias Sociales y de la Licenciatura en Historia. Reemplaza a Lucas Llach, quien asumió en diciembre de 2015 como vicepresidente del Banco Central de la República Argentina, luego de su destacado trabajo durante años al frente del Departamento y de ambas Licenciaturas.

Paula Bruno. Doctora en Historia, Universidad de Buenos Aires. Investigadora del Conicet. Fue investigadora visitante en la Università Ca’ Foscari Venezia, en la Universitat de Barcelona y en Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Se dedica a estudiar la historia de los intelectuales y las elites culturales. Ha publicado los libros Paul Groussac. Un estratega intelectual (2005) y Pioneros culturales de la Argentina. Biografías de una época (2011).

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 El Bicentenario en debate Ciclo de charlas Miércoles 18/5, 17:00 hs. Repúblicas y monarquías. La encrucijada de la Independencia* *Discusión sobre el libro del mismo título, de próxima aparición por editorial Edhasa. Participan: Natalio Botana (UTDT) Darío Roldán (UTDT/CONICET)

Miércoles 15/6, 17:00 hs. Vida pública y cultural en torno a 1816 Participan: Magdalena Candioti (CONICET/UBA/UNL) Klaus Gallo (UTDT) Guillermina Guillamon (UNTREF/CONICET)

Miércoles 17/8, 17:00 hs. Relaciones peligrosas: historia y literatura, 1816-1916 Participan: Karina Galperin (UTDT) Martín Kohan (Escritor, Profesor Visitante de la UTDT) Ricardo Salvatore (UTDT)

Miércoles 28/9, 17:00 hs. Escenario científico: ideas y prácticas Participan: Miguel De Asúa (CONICET/UNSAM) Guillermo Ranea (UTDT) Marina Rieznik (CONICET/UBA/UNQ)

Miércoles 19/10, 17:00 hs. La revolución entre linajes dinásticos y diplomacia Participan: Marcela Ternavasio (Universidad Nacional de Rosario/CONICET) Klaus Gallo (UTDT) 90


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Miércoles 16/11, 17:00 hs. Fiestas patrias, 1816-1916 Participan: Paula Bruno (CONICET/UTDT) Lía Munilla (UdeSA) Pablo Ortemberg (CONICET/UBA/UNSAM)

 Seminarios del Posgrado en Historia (actividad arancelada) Primer trimestre Roy Hora Deporte y sociedad en Argentina, 1850-1960 5, 11 y 18 de mayo, 2 de junio.

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 Libros Ricardo Salvatore, Disciplinary Conquest, Duke University Press,2016

In Disciplinary Conquest Ricardo D. Salvatore rewrites the origin story of Latin American studies by tracing the discipline's roots back to the first half of the twentieth century. Salvatore focuses on the work of five representative U.S. scholars of South America—historian Clarence Haring, geographer Isaiah Bowman, political scientist Leo Rowe, sociologist Edward Ross, and archaeologist Hiram Bingham—to show how Latin American studies was allied with U.S. business and foreign policy interests. Diplomats, policy makers, business investors, and the American public used the knowledge these and other scholars gathered to build an informal empire that fostered the growth of U.S. economic, technological, and cultural hegemony throughout the hemisphere. Tying the drive to know South America to the specialization and rise of Latin American studies, Salvatore shows how the disciplinary conquest of South America affirmed a new mode of American imperial engagement.

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Roy Hora y Leandro Losada, Una familia de la elite argentina. Los Senillosa 1810-1930, Prometeo Editorial, 2016

Este libro ofrece el primer estudio en profundidad de una gran familia de la elite argentina del largo siglo XIX, el período en el que el poder y la influencia de este grupo se encontraban en su punto más alto. Explora la historia de los Senillosa -y a través de ella, del mundo social al que éstos pertenecían- en múltiples planos: economía y política, sociedad y cultura. Así, estudia de qué manera organizaron y administraron sus negocios, cuál era su lugar en la vida pública y cuáles sus ideas sobre el estado y la política. También analiza su mundo privado y, en particular, el conjunto de prácticas e ideas asociados al matrimonio y la familia, a los roles desempeñados por jóvenes y adultos, hombres y mujeres. Por último, estudia de qué manera los Senillosa participaban en la vida social. Atento a las singularidades de un caso familiar tanto como a los aspectos más generales de la experiencia colectiva de los grupos de poder y posición, este estudio magistral nos ofrece una imagen vívida y renovada de la naturaleza y la trayectoria de la elite argentina.

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 Graduados 2015-2016 Tesis Doctorales:

Agustina Vence Conti, “Resolver el problema de la deuda externa: bancos, agentes financieros y negociaciones sobre la deuda pública argentina después de la crisis de 1890. La trama de las negociaciones, 1890-1907", dirigida por Andrés Regalsky, ante un tribunal compuesto por Martín Castro, Carlos Newland y Fernando Rocchi.

Ángeles Castro Montero, “Cartas desde Europa de Ramiro de Maeztu en el diario La Prensa. Transferencias culturales, viajes e imágenes de la Argentina (1905-1936)”, dirigida por Andrés Reggiani, ante un tribunal compuesto por María Inés Tato, Eduardo Zimmermann y Paula Bruno.

Adriana Montequin: “Encontrarse con la carrera universitaria. Historia, tensiones y alternativas en la Universidad Tecnológica Nacional”. Supervisor: Mariano Narodowski. Jurado: Silvina Alegre, Marcelo Rabossi y Andrea Matallana. 2015

Natalia Arce: “Ni santos ni pecadores. Catolicismo, sociedad de masas y vida cotidiana en Buenos Aires, 1940-1980”. Supervisora: Miranda Lida. Jurado: Luis Alberto Romero, José Zanca y Fernando Rocchi.

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Boletín del Posgrado en Historia Directores: Pablo Gerchunoff y Andrea Matallana Secretaria de Redacción: Cecilia Bari Comité Académico: Fernando Rocchi- Ricardo Salvatore- Paula Bruno- Karina Galperín- Andrés ReggianiKlaus Gallo -Guillermo Ranea - Hernán Camarero- Gustavo Paz- Ezequiel Gallo.

Más información: Posgrado en Historia posgradohistoria@utdt.edu 5169-7153

boletinhistoria@utdt.edu

Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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