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EL IMPONENTE KAMOGAWA
POR MANUEL RODRÍGUEZ MONÁRREZ
DEL RÍO KAMOGAWA AL RÍO TIJUANA
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Un día gélido de febrero, justo como hoy, pero hace 20 años, descendía de la Estación Norte del metro, donde ahora se encuentra el Palacio Imperial a un costado del río Kamo, que significa “pato”, en la prefectura de Kioto, antigua capital nipona, dotada de una transportación subterránea que bordeaba el cauce.
Mi primera aproximación al río de Kioto fue por unos amigos nipones que me invitaron a formar parte de sus filas en un torneo callejero de fútbol que se celebraba en las laderas del río, en una cancha pública y totalmente equipada para quien quisiera acceder a ella. Mi año en Kioto me permitió maravillarme de la vida y el bullicio que aquel cauce central generaba para los ciudadanos de Kansai, quienes establecían cafés para disfrutar de una tranquila y relajante lectura junto a su afluente.
En las tardes, el poder del río liberaba la fuerza luminosa de sus luciérnagas que para el mes de marzo, junto con el floreo de los cerezos a su alrededor, hacían de su entorno un verdadero espectáculo natural. En Japón aprendí que la arquitectura citadina se moldeaba a la naturaleza para poder desatar un equilibrio psicológico, permitiendo a la población apropiarse y disfrutar al máximo de sus entornos.

EL RÍO ERA EL PUNTO DE CONEXIÓN Y ENCUENTRO PARA TODAS LAS ACTIVIDADES AL AIRE LIBRE.
Por 12 meses completos descendí de la misma estación mientras estudiaba clases de economía y leyes en la Universidad de Doshisha. A mi regreso a Tijuana, México, como ciudadano fui testigo del improvisado esfuerzo que hizo un alcalde en 2007 por instalar unas canchas hechizas en el cauce del río Tijuana que no duraron ni un año porque a la enclenque infraestructura se la llevó la primera lluvia.
Desde entonces, junto con otros convencidos de que nuestra ciudad puede mejorar, he desarrollado ideas como la Asociación Río Arriba que ha documentado con drones y cámaras ocultas como se utiliza la tercera etapa del Arroyo Alamar que alimenta el río, para ser el vertido clandestino por excelencia para constructoras, empresarios inconscientes, y drenaje no recolectado de las colonias. Esto se vierte en pipas que utilizan los desniveles para ingresar al cauce federal a depositar todo tipo de metales, líquidos tóxicos, residuos orgánicos e inorgánicos que nos envenenan a diario y que a los primeros que matan es a los migrantes que viven en la canalización.

Muchos antiguos residentes se sienten orgullososy hablan de la maravilla arquitectónica del presidente Luis Echeverría Alvarez quien vino a encementar el cauce para librarnos del riesgo de inundaciones, pero olvidan que el encementado completo acabó con nuestro principal ecosistema ripario en Tijuana y nos condenó a la pérdida de vegetación endémica y a la aniquilación de patitos, garzas y especies que hoy podemos ver al final del cauce pero del lado americano. Allá están cansados de limpiar el hábitat ripario de las aves y peces, de toda la suciedad que les mandamos.

Han pasado 20 años desde que en 2001 conocí, viví y disfruté del Kamo en Japón, y la pregunta es: ¿Hasta cuándo habrá en Tijuana un arquitecto paisajista con un enfoque restaurador que tome control de nuestro entorno? Nuestra vida en sociedad podría mejorar si sólo la ciudadanía retomara el control de su vida pública y no dejara en manos de políticos electoreros las decisiones tan trascendentes como la restauración de un río: Aprendamos del Kamogawa y vivamos la vida que merecemos.