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A 25 años de Nortec

A 25 años de Nortec

La sinfonía electrónica para banda y beat

Por Pedro Ochoa

Hace unos días acudí al concierto conmemorativo de los 25 años de Nortec en Las Pulgas.

La cita ya estaba en el calendario: 7 de marzo de 2025. Un cuarto de siglo no se celebra todos los días aún en el lugar mismo donde todo empezó: la Avenida Revolución. Unos días antes, asistí a la rueda de prensa para escuchar los pormenores del evento. Allí, Ramón Amezcua y Pepe Mogt, – Bostich y Fussible – evocaron aquel lejano origen: la primera gira que realizaron partió exactamente frente a Las Pulgas. Un regreso simbólico al punto de partida, pero esta vez con una historia que contar, porque Nortec ya forma parte del ADN de la ciudad.

En la conferencia de prensa me llamó la atención la pregunta de una chica que cuestiona si se trata de un concierto nostálgico o interpretarán nuevas creaciones. Yo encuentro en una sola pieza de Nortec pasado, presente y futuro: es uno de sus grandes aciertos. La añoranza por lo norteño tocado sobre una pista electrónica.

Nortec no pudo haber surgido en ninguna otra ciudad que no fuese Tijuana, porque Tijuana es mezcla, frontera, vértice y vorágine. La esencia del colectivo es esa fusión irreverente y natural entre lo norteño y lo electrónico; el carácter de experimentación constante; y el signo de innovación permanente.

Afirma Pepe Mogt que todo comenzó en una fiesta familiar, cuando imaginó vincular los metales de la banda —tuba, saxofón, clarinete— con los beats electrónicos. Y el acierto fue instantáneo, casi como un click de mouse. No se trataba solamente de una mezcla de géneros: era una apuesta al futuro. Una sinfonía posible, emitida por máquinas simuladamente inanimadas, de innumerables compuestos metálicos, magnéticos, cables ocultos, generando funciones algorítmicas, muy rítmicas, surgiendo de ese experimento para abrir camino: “Ventilador” de Fussible y “Polaris” de Bostich.

El “Colectivo Nortec” nació entre músicos, programadores, diseñadores, DJs, artistas visuales, ingenieros de sonido y fotógrafos. Una convergencia única. El resultado: un enjambre creativo. Los integrantes fundadores son: Bostich (Ramón Amezcua), Fussible (Pepe Mogt), Panóptica (Roberto Mendoza), Clorofila (Jorge Verdín), Hiperboreal (PG Beas), Plankton Man (Ignacio Chávez) y Terrestre (Fernando Corona). Cada uno aportó una visión, un estilo, un lenguaje visual o sonoro. Nacieron en las noches del último año del siglo pasado, como para arrancarle el aliento a la centuria pasada, siendo el primer concierto en 1999 en un bar de la Calle Sexta. A unas cuadras de aquí… de Las Pulgas, fue el lanzamiento del sello Mil Records y la publicación del primer disco recopilatorio The Tijuana Sessions Vol. 1 en el cual Nortec empezó a tomar vuelo como fenómeno sonoro y visual.

Los antecedentes de Nortec son de una ciudad con un mapa sonoro propio, intenso, complejo y diverso. Porque Tijuana ha sido, sin duda, hervidero de músicos, de individualidades: desde Javier Bátiz, el padre del blues mexicano, que supo elegir sus influencias y perfeccionar su guitarra con una diestra maestra; Los Moonlights, que enamoraron generaciones con sus baladas sesenteras en el Centro Mutualista Zaragoza; Julieta Venegas, quien añadió a la banda convencional el sonido norteño del acordeón y letras de notable calidad y sensibilidad. Nortec hizo una apuesta por una expresión sobrepuesta, electrónica y norteña.

Al saturarse la Zona Río resurgió el centro: Las Pulgas se consolidaron como epicentro musical popular. Distintos salones dieron cabida a todos los géneros: norteño, bandas, solistas, conjuntos sinaloenses. Mientras tanto, paulatinamente, la Calle Sexta, se va poblando de nuevos espacios. Porque si la Avenida Revolución fue para turistas, la Sexta es para tijuanenses. Entre bares de madrugada y bandas independientes, hay dos sedes que tienen la cabecera, el Dandy del Sur (búsquese la canción de Nortec) y La Estrella. Tijuana empezó a escuchar a las nuevas generaciones, encontrándose. La mesa estaba puesta para que apareciera un grupo propio, Nortec, como un acto de afirmación e identidad. Y su otra gran aportación es ésta: un sonido netamente urbano. De banquetas sucias, de muros grafiteados, de luces intermitentes e inagotables. No es la nostalgia del campo. Es la ciudad que todo lo abarca. No es la añoranza agrícola: es el amor al asfalto.

Finalmente, encuentro estacionamiento en calle 4ta y Revolución, al lado de donde estaba Sara's, todos los demás están llenos. Me encuentro con la legendaria Avenida Revolución, he arribado tres horas antes del concierto, pero desde la tarde, es la aorta más iluminada de Tijuana; un hervidero multicolor va desde la Segunda hasta la Séptima, haciendo propia la avenida en ambos sentidos. ¿Por qué?, me pregunto, si el evento no es sobre la avenida propiamente y aún faltan varias horas.

La respuesta me enciende cuando platico con amigos entre el público: Nortec es orgánico. No sólo crean una música propia, generan ambiente. Tienen el don de convocar sin alarde ni pretensiones. Ramón y Pepe son unos tijuanenses más, hoy los más destacados, pero mañana harán su vida normal, como todos. Esta noche todo Tijuana está en Las Pulgas. En la pista, en los pasillos, en los balcones, en los baños, hay una sola cadencia: esa mezcla que nos representa, ese loop nos dice que hemos sobrevivido 25 años y que el beat es imparable. Para mí el inicio del concierto es como la obertura de 2001: Odisea del espacio de Kubrick, pero prefiero decir: Tijuana: Odisea 2025. Así es, cada nota suena en el lanzamiento al espacio sideral con una lata de cerveza en la mano. Como siempre, primero fue la luz, pero ahora el despliegue me parece mucho más brillante, formidable y abarcador. Poderosos juegos de luces tienden en el cielo cuadrículas y geometrías en movimiento, nunca se detienen, la iluminación es desbordante, la introducción es cósmica, envolvente, una cuenta regresiva sonora que nos proyecta hacia otro tiempo, hacia escenarios apenas imaginados. Ya estamos dentro de la escena, la escenografía virtual tiene esa cualidad de hacernos sentir parte del mundo imaginado.

Foto: Archivo de Nortec

Nortec abreva de la tradición pionera de Wendy Carlos, quien a finales de los años sesenta reinterpretó a Bach y musicalizó magistralmente La Naranja Mecánica, con marchas beethovianas en sintetizadores Moog. De Isao Tomita que en los setenta nos llevó al espacio sonoro versionando el Bolero de Ravel desde la cumbre del Fuji. Las altas bocinas plateadas de Nortec nos recuerdan también a los futuristas italianos como Luigi Russolo, inventor de los intonarumori, aquellas cajas de ruido que anticipaban la era de la máquina musical. Muchos músicos electrónicos reinterpretan el pasado, pero Nortec hace algo completamente nuevo: mezcla la tuba y el beat, el clarinete sinaloense y el loop, el acordeón y el bajo sintetizado. No traduce ni versiona: transfigura. Porque lo suyo no es copiar, sino aprender de lo aprendido. ¿Y cómo darle a la tecla electromecánica un sentimiento? Solo con el talento musical de Bostich y Fussible.

Para mí, lo más atractivo de la noche son los visuales de Pepe Mogt y el diseño de luces de Carlos Leyva: botas y sombreros norteños flotan en el espacio, giran como satélites sobre un desierto que rodea una ciudad imaginaria. Metrópolis salidas de un sueño digital, donde lo rural y lo futurista conviven sin fricción. De la esquina de mi barrio en la Zona Norte, base de Calafias urbanas rojo y crema, del olor a taco de asada y del escurrimiento imparable de aguas negras, volamos a una alegoría de ciencia ficción, donde el escenario y la pista de baile son una plataforma de vuelo, esperándonos detrás del foro.

Bostich y Fussible aparecen enfundados en trajes galácticos. No hay duda: son los Julio Verne del nuevo sonido metálico y vernáculo, los ingenieros de una nave intergaláctica con motores de tuba y combustible de petróleo mexicano. No viajan solos: llevan con ellos a la ciudad entera, al imaginario colectivo de una frontera que también es plataforma de lanzamiento. Los Verne de botas y sombreros norteños. Mi atrevimiento de llamarles los Julio Verne de la música electrónica se debe a su capacidad de imaginar lo inaudito y convertirlo en sonido. Como el novelista francés, Nortec no se conforma con recorrer caminos trazados: los reinventa. Lo suyo no es solo reinterpretación ni fusión, es exploración. Son capaces de realizar un viaje al centro del sonido, donde la tuba y el sintetizador son parte de una nave, y cada pieza es una travesía entre lo vernáculo y lo futurista. Como Verne, combinan ciencia, música y audacia, para llevarnos —con botas norteñas y cascos galácticos— a planetas que antes solo existían en el sueño dominical de una tarde fronteriza en el kiosko del Parque Teniente Guerrero.

Foto: Archivo de Nortec

Los músicos norteños que acompañan el espectáculo lo hacen con una destreza admirable: insertan la música de los metales norteños con secuencias electrónicas sin perder ni identidad ni tonada. No solo son acompañamiento: son protagonistas de esta sinergia sonora. Cada uno aporta su oficio, su ritmo, su calidad. No hay duda de que esta música se basa en la experimentación, pero también en el virtuosismo de quienes la ejecutan. Los responsables son, bajo: Pliego Villarreal (Kinky); acordeón: Juan Téllez; acordeón: Gerardo Espericueta; tuba: Ramón Ontiveros; trompeta principal: Iván Trujillo; trompeta: Gustavo Medina y bajo quinto: Kevin Espericueta.

La originalidad le ha llevado a Nortec a aterrizar en otros mundos: Europa, Estados Unidos, las ciudades más importantes de México, pero siempre despegando de Tijuana. Sorprenden, impresionan y emocionan. El público se fascina desde los primeros ritmos. Los beats iniciales invocan a una estratósfera musical. Se levantan los celulares para captar todo lo posible: las luces, los sonidos, los ritmos. Los cuerpos empiezan a brincar para alcanzar los decibeles, la música electriza el ambiente que se convierte en estratosfera.

Pero cuando empiezan los acordes de Tijuana makes me happy, las revoluciones se potencian, el delirio se apodera del gran salón. El público se enciende. Todos saltamos, gritamos, cantamos. Empieza a sonar el soundtrack de Tijuana del siglo XXI. Se reconoce ese coro. Y en ese momento, la música rítmica no solo suena, nos atraviesa.

El público abarrota el lugar con dos características que no siempre coinciden: Nortec convoca a un público sin barreras generacionales. Hay jóvenes que nacieron apenas con el primer disco, maduros que los escuchaban cuando salían en vinil, y viejos que alguna vez creímos que la música electrónica era un gusto temporal de “chavos creativos”. Aquí estamos todos, juntos, conectados por una misma frecuencia. En efecto, la Tijuana nocturna, a veces desbordada, se contiene esta vez como quien escucha una obra clásica pletórica de electrones.

Y lo otro, aún más notable: en completa paz. Se corea, se baila, se graba, se grita, se goza en absoluto respeto. Todo ocurre con tranquilidad por el lugar y por el compañero de concierto, en una ciudad que goza de la fama contraria: la más violenta del país. Como si todos supiéramos que esta noche es irrepetible. Que estamos en un momento que no sólo se disfruta, sino que se coloca en la historia artística: el primer cuarto de siglo de una música destinada a no envejecer, por el contrario, a mantenerse viva: Nortec.

Nortec nos recuerda algo que a veces olvidamos: Que esta ciudad también sabe soñar con los ojos abiertos, que, entre el polvo del camino y los neones del after, también cabe la rica poesía de la mezcla. Y que cuando el sonido preciso llega al corazón, no hay diferencia de edad, de barrio ni de idioma. Solo queda lo esencial: el ritmo compartido. Una experiencia auditiva única.

Cada pieza de Nortec contiene la reminiscencia norteña —la tuba y la tarola retumban como si estuvieran siendo interpretados un domingo soleado en el muro de Playas de Tijuana—, con el liderazgo musical de los teclados, me queda claro que la música de Nortec es una suma, un ejercicio colectivo y envolvente como una obra sinfónica, en la cual, lo plural es la esencia. Por lo cual afirmo que, por su complejidad orquestal, su riqueza creativa y la amplitud emocional de sus tonos — que impactan distintos registros sensoriales—, Nortec se escucha como una sinfonía fronteriza del siglo XXI. Con orgullo puedo decir: Tijuana makes me happy.

Foto: Pedro Ochoa
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