Número 11, año III, "Hablo por mi diferencia"

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COMITÉ EDITORIAL PÉRGOLA DE HUMO Núm. 11 (abril-junio 2022), Año III Directora Tania Rivera Editor Edgar Humberto Paredes Relaciones públicas Alejandra Zuccolotto Dictaminadores de poesía Edgar Humberto Paredes Gerardo Ronzón Dictaminadores de narrativa Alejandra Zuccolotto Tania Rivera Colaboradores externos Evaluna Pereyra Eufrasio Daniela Isabel De la Fuente Esquinca Mtro. José Luis Martínez Suárez Portada principal Sol con Viento Portadas de sección Lucía Caro REDES SOCIALES Facebook: @pergolaDhumo Instagram: @PérgolaDeHumo Canal de YouTube: Pérgola De Humo Correo electrónico: pergoladehumo@hotmail.com

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Sobre nuestros artistas visuales PORTADA Sol con Viento Profesional en medios audiovisuales con énfasis en cine. Son las ganas y la pasión de transmitir historias, crear memoria, generar atmósferas y recrear universos lo que me ha hecho parte del mundo de las imágenes. Tengo habilidades en manejo de cámara, edición, montaje, fotografía y realización; también asumo la responsabilidad y creación de historias junto a las directoras y los directores como asistente de dirección, asumiendo también diferentes roles de los proyectos en cualquier etapa de éstos (pre-pro-post). Actualmente estoy entrando en el mundo radial acompañando procesos comunitarios en los diferentes territorios, siempre dispuesta al aprendizaje diario que cada experiencia me pueda brindar. Exploro territorios con un enfoque social y cultural, capturando la magia de los paisajes y las expresiones dicientes en los rostros de todas y todos aquellos que hacen parte de la historia, de la memoria, de la vida. Vivo en función de lo que los caminos y las personas puedan ofrecerme a mí y a mi cámara.

PORTADAS DE SECCIÓN Lucía Caro Resido en la ciudad de Mar del Plata, Argentina. Soy grabadora y comparto mi producción en diversas exposiciones nacionales e internacionales. He sido galardonada con innumerables premios y menciones. Hay dos aspectos que me gustaría que tengan en cuenta sobre mí, los cuales se retroalimentan constantemente desde hace 40 años, y son la docencia en arte y mi producción artística. Hace 7 años me retiré de la función pública en formación de formadores y actualmente coordino al Colectivo Prueba de Artista. Instagram: prueba_artista_grabado, espacio dedicado a la formación, producción y reflexión de la expresión gráfica, que consta de 30 artistas.


PRESENTACIÓN

ARTÍCULO Anne Finch y la teodicea de una vizcondesa Héctor M. Magaña 3

NARRATIVA Etiquetas Hilda Wynne 9

Í N D I

Marlon Blando Eduardo Carillo 13 El segundo vuelo Carmen Macedo Odilón 17

C E

ENSAYO Palabra, una crónica gay Luis Romani 23 Cuerpos, identidades y “el orden” que los atraviesa Julio Villalva 26 POESÍA Ceremonia Gerardo Ronzón 33 Miedo Guillermo Bejarano Becerril 34


TRADUCCIÓN Poemas: Torrin A. Greathouse y Ocean Vuong 37 Brianda Pineda Melgarejo RESEÑA Para una estatua de sal. A Salvador Novo con amor 41 Armando Gutiérrez Victori PERFILES Oye, mamá, si yo muero, ¿cuándo vuelva a nacer ya voy a nacer como niña? Infancias trans: entrevista con Silvia Susana Jácome García. 45 Alejandra Zuccolotto Rodríguez

Í N D I C E


PRESENTACIÓN Queridos lectores:

con una entrevista sobre infancias trans a la activista Silvia Susana Jácome. Por supuesto que, como cada número, estos textos están acompañados de artistas que se suman a este proyecto; no podemos dejar de mencionar la fuerte portada que ilustra este número, así como algunas fotografías interiores a cargo de Sol con Viento, que desde Colombia nos permitió conocer su trabajo. A ella se suma Lucía Caro, cuya obra funge como separador entre las diversas secciones que integran el número. Quienes integramos el comité de esta publicación deseamos que disfruten de los textos que alberga este número, confiando en que la calidad de nuestros autores y el amor que ponemos a este proyecto sean suficiente para recompensar la amabilidad de nuestros lectores que permiten, con su atenta lectura, que Pérgola de Humo continúe, con la misma convicción que mostró Lemebel en su momento: “no necesito disfraz/ aquí está mi cara/ hablo por mi diferencia/defiendo lo que soy”.

En 1986 el escritor chileno Pedro Lemebel irrumpió en la escena literaria con el manifiesto “Hablo por mi diferencia”, un extenso poema-crónica donde comparte su indignación por el rechazo homosexual de la época y su deseo de esperanza. Más de 30 años después, el comité de Pérgola de Humo rinde homenaje a este espíritu con un número dedicado a la diversidad y disidencias sexogenéricas, el cual nos complacemos de presentar a nuestros lectores con el ánimo de abrir el diálogo sobre estos temas que más que nunca creemos necesario poner en el foco de las discusiones artísticas e intelectuales. Abre este número un artículo de Héctor Magaña en donde expone la relevancia de la obra de Anne Conway, equiparando la corriente filosófica que ayudó a consolidar con una equilibrada catedral barroca. Posterior a ello, en la sección de narrativa, Hilda Wynne, Eduardo Carrillo Vázquez y Carmen Macedo Odilón nos presentan tres historias con un núcleo común: la búsqueda de uno mismo, de su sexualidad e identidad, en medio del freno de las convenciones sociales. Esta reflexión combina con el ensayo “Palabra, una crónica gay” de Luis Romani, en donde el autor, a partir de la palabra, expone la rebeldía y disidencia detrás de la etiqueta “gay”. Por su parte, Julio Villalva cuestiona los prejuicios y lo violento de la heteronorma en diversas realidades sexuales a fin de ver qué atraviesa al cuerpo y las identidades. En este número regresa la sección de traducción con dos poemas de Torrin A. Greathouse y otro de Ocean Voung, traídos al español por Brianda Pineda. Finalizan este número Armando Gutiérrez Victoria, con íntima y amorosa lectura de La estatua de Sal de Salvador Novo; y Alejandra Zuccolotto,

Comité editorial de Pérgola de Humo Xalapa, Veracruz

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Anne Finch y la teodicea de una vizcondesa Héctor M. Magaña ace un tiempo empezó a circular en internet un compendio de varias imágenes que consistían en llevar las corrientes artísticas a la arquitectura: el surrealismo, el minimalismo, el pop-art, el cubismo, etc. El resultado era interesante porque resaltaba los puntos fuertes de cada corriente y los volvía todavía más visibles y “palpables”. Ahora bien, si dicha traducción artística la intentáramos con la filosofía, ¿qué resultados daría? Seguramente, Leibniz sería una gigantesca catedral barroca. La filosofía del alemán es una gigantesca estructura barroca donde convive la ciencia de su tiempo, la escolástica, la cultura clásica, el racionalismo, la alquimia, la cabalística, el confucianismo y el cristianismo. Todo perfectamente equilibrado. El pensamiento barroco de Leibniz pertenece a una rama de la filosofía que fue relegada durante el Siglo de las Luces. Una filosofía que, sin caer en la vieja escolástica, criticaba el materialismo filosófico que tenía el defecto de ser reduccionista. Esta filosofía fue ampliamente incomprendida, tal como lo demuestran las sátiras volterianas que se difundieron como la pólvora. Los filósofos que comprendían dicha corriente tenían como fuerte influencia la cábala y la alquimia. Dichas herramientas funcionaron como contrapeso para el fuerte materialismo que empezaba a seducir a los pensadores europeos. Hombres como Leibniz y Berkeley son los primeros que vienen a la memoria, pero hubo otros que han sido olvidados, como Anne Finch, vizcondesa de Conway. Una pensadora original cuya obra fragmentaria supo criticar el racionalismo-materialista cartesiano y encontrar una solución original a los problemas que originaba la nueva ciencia y la crisis religiosa que ésta conllevaba. Corría el año de 1690 cuando se publicó la obra Principios de la más antigua y moderna filosofía. La obra escrita en inglés fue traducida al latín para su publicación. Apareció en los Opuscula Philosophica de un cabalista y médico heredero de Paracelso que estuvo preso en Roma por simpatizar con la cultura judía, cuyo nombre era Francis M. Van Helmont (1614-1698). La obra publicada por el médico cabalista pertenecía a Anne Finch, vizcondesa de Conway a quien conoció en calidad de médico y posteriormente como mentor. La obra era fragmentaria pues la autora del manuscrito murió y sólo dejó unas notas sin corregir que Van Helmont trató de editar lo mejor que pudo. Van Helmont llevó el manuscrito a su amigo Gottfried W. Leibniz, quien de inmediato reconoció las dotes intelectuales de la vizcondesa y las similitudes entre ella y su pensamiento. En nueve capítulos Anne Conway habla de los temas más importantes: Dios, Cristo, el movimiento, las criaturas, y la fuerza vital. Una auténtica teodicea, una verdadera iglesia barroca del pensamiento. 3


Michel Onfray nos recuerda que el filósofo no puede partir su pensamiento desde un objetivo puro y duro, el filósofo posee una vida, una biografía y de ella se sostiene su pensamiento. La vida de Anne Conway, por ende, alimenta su postura filosófica. Hija de un parlamentario, nació el 14 de diciembre de 1631. Su hermano, John Finch, se educó en el Christ College de Cambridge (donde siglos más tarde Charles Darwin se graduaría en teología). Es en este lugar donde conoce a los llamados Platónicos de Cambridge, un grupo de pensadores que buscaban un equilibrio entre el materialismo cartesiano y el puritanismo cristiano. La clave de este equilibrio estaba en la percepción, la cual unía razón y fe. En este grupo, John Finch conoce al filósofo Henry More. Anne Finch conoce a este último por la intermediación de su hermano. Henry More la introduce en el mundo cartesiano: le muestra sus fortalezas (la matemática, el movimiento, las primeras investigaciones sobre la luz) y sus debilidades (dualismo cartesiano, mecanicismo). Podemos imaginarnos a una joven Anne Finch rondando con libro en mano por los pasillos del Palacio de Kensington, perdiéndose en sus pensamientos hasta que era atacada por las potentes migrañas que la aquejarían toda su vida. Con 19 se casa con lord Edward Conway, quien profesó un interés por el cartesianismo y cuyo padre poseía una vasta biblioteca con la que su nuera se nutriría espiritualmente. Las migrañas aumentan y Anne Finch, vizcondesa de Conway, busca la ayuda de los galenos. Las curaciones son dolorosas: sangrías, sanguijuelas y, en una ocasión, le abrieron las venas yugulares. Nada sirve. Surge la idea de buscar ayuda con un paracelsista, y ahí aparece Von Helmont (1614-1698). Cuando una persona experimenta migrañas aparecen alteraciones visuales, destellos de luz que parecen atravesar la cabeza. La luz comienza a interesarle primero como síntoma de su enfermedad y después como elemento religioso-filosófico. Sabe muy bien por Henry More que para Descartes la luz es transportada por el aire, pero cuando lee las obras de Isaac Luria se da cuenta de que la luz es también creación, es divina, es comunicación, movimiento y vida. La mística judía nutre a la mística cristiana, una enseñanza de Van Helmont a la vizcondesa y que se puede rastrear desde pensadores místicos como Margarita Porete, Meister Eckhart y Nicolás de Cusa. Todos tienen en común al declarar que la semilla divina yace en cada uno de nosotros y el ejercicio espiritual puede ponernos en contacto con esa semilla. En la época de Anne Conway hay un grupo que comparte esa misma premisa, un grupo de parias y relegados sociales que buscaron un poco de paz en el Nuevo Mundo. Los cuáqueros empiezan a influir en la vizcondesa y posteriormente se convertirá en protectora de muchos de ellos. Antes de cumplir los cuarenta años las migrañas de Anne Conway hacen mella en ella y muere el 22 de febrero de 1670. La aristócrata inglesa conoció de primera mano el peso del dolor en la vida humana (no sólo físico, sino también emocional, ya que se tiene registros de que el único hijo de la vizcondesa Heneage Edward Conway murió de viruela a los dos años). Milan Kundera, en su novela La inmortalidad, dice: “‘pienso, luego existo’ es la afirmación de alguien que subestima

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el dolor de muelas.” Una cita que bien resume la crítica de la vizcondesa al dualismo cartesiano. El dolor es un recordatorio claro de que la mente y el cuerpo no pueden separarse. Hay una comunicación entre el alma y el cuerpo, más allá de una simple relación mecánica. La vizcondesa crea el “movimiento vital” en oposición al “movimiento mecánico”. Sabe perfectamente que este movimiento resuelve varios problemas que el cartesianismo trabajó sólo superficialmente. Hay más: la perspectiva mecánica del mundo ha llevado al Dios material o geométrico, este Dios es la falla de Thomas Hobbes y Spinoza. Para Conway, la divinidad no puede ser de ningún modo terrenal, este pensamiento se ve reforzado por la cabalística y el cuaquerismo. Dios es el Uno (parafraseando a Nicolás de Cusa: “es lo que hace posible los números”), es lo eterno e indivisible. Para Anne Conway el tiempo es divisible y en eso radica su infinitud: “Si se entiende por eternidad o por tiempo sempiterno un infinito número de tiempos, entonces, en ese sentido la creación fue hecha desde el principio del tiempo”, nos recuerda la filósofa. Con ello, sin saberlo, la vizcondesa se adelantó a las teorías de Bruno Bento, investigador del Departamento de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Liverpool, en cuyos postulados teóricos el espacio-tiempo es en realidad un conglomerado de “átomos de espacio-tiempo”; tiempo eterno y tiempo dividido. ¿Cómo se transmite el “movimiento vital” de un cuerpo a otro? Conway regresa a sus primeras lecturas y cree encontrar la respuesta en El mundo o el tratado de la Luz de René Descartes y en el Zohar. La luz ha fascinado a la humanidad desde tiempos primigenios. Robert Grosseteste le dedicó al tema grandes tratados medievales, Isaac Luria reflexionó sobre cómo la Luz Divina es una ramificación de diversos rayos, los cuales adquieren su propio centro, haciendo de Dios un elemento lumínico muy escurridizo. Dios es quien después de la creación se retrae, lo hace para permitir la existencia del mundo. Leibniz agregará que esto permite la libertad (el mejor de los mundos posibles), ya que un Dios constantemente presente invalidaría la libertad. Para Anne Conway, el Dios escurridizo hace posible el movimiento del mundo, de sus criaturas y elementos, y por ende, hace posible el mismo tiempo. Para los judíos de la cábala entre la Luz Divina y la Luz del Mundo debe de haber un intermediario: Adam Kadmon, quien es la luz divina sin contenedor y que será interpretado por los cabalistas cristianos (Francis M. Van Helmont) como Cristo. Cristo será para Conway el intermediario entre Dios y sus criaturas, una luz que viaja recta hacia adelante (hacia la mejora constante), a diferencia de las criaturas que pueden tender al bien o al mal. La luz de Conway tiene también la capacidad de “percibir”, adelantándose de algún modo al obispo Berkeley. La percepción es producto también del movimiento, ya que la percepción es la emanación de imágenes hacia otras criaturas. El mundo de la vizcondesa es un mundo vivo, donde la percepción hace posible el movimiento vital que a su vez hace funcionar el mundo. En el mundo de Conway no hay discriminación: es un mundo donde entran desde los seres microscópicos (seres dentro de los otros seres) hasta las criaturas “inanimadas” (incluyendo plantas y minerales). Sin 5


saberlo, llega a conclusiones similares a las de Pierre Gassendi: sabe que todo ser, criatura o ente posee un alma. Ese fue el error cartesiano: un mundo mecánico sería un mundo deficiente y eso es imposible con la visión judeo-cristiana de la perfección divina. El filósofo español Juan Arnau, en una interpretación exquisita del modelo atómico de Bohr, dijo: “Para el científico danés, el mundo sólo existe cuando lo percibimos, y si parece que exista al margen de nosotros, es porque siempre hay otro que lo está percibiendo”. Estas palabras podrían aplicarse el monismo vitalista de la vizcondesa. El juego de la percepción es de algún modo budista, y sin saberlo, Anne Conway concuerda con Nagarjuna al decir que la percepción no es un acto individual. El espíritu no sale bien parado de la experiencia de la percepción. Al percibir nos abandonamos para entrar en “lo otro”, y este “otro” nos complementa. El “yo” no existe, si existiera sería como el árbol búdico, auto-causado (como diría Nagarjuna). Lo que conocemos como “yo” es un conglomerado de espíritus en perfecto diálogo. Del mismo modo que Anton van Leeuwenhoek descubrió que dentro del cuerpo hay otros seres viviendo en perfecta armonía (la armonía leibniziana), Anne Conway extrapola este descubrimiento científico y lo aplica en la naturaleza espiritual del hombre. La vizcondesa supo dar en el clavo: el hombre no es mecánico (tampoco el mundo ni su posible Dios). La pluralidad hace al hombre lo que es. Todo nace de la luz. Eso se mantiene vigente, pues, ¿qué es una estrella sino una huella luminosa, un rayo salido de esa Luz Única? El hidrógeno y el helio se ven por espectrografía y gracias a él conocemos la naturaleza de las estrellas, y nosotros, ¿no somos acaso polvo de estrellas? El hombre es complejo y plural, esto lo vemos en las nuevas discusiones sobre sexo y género. Lo binario es el remanente de lo mecánico, materialista y cartesiano. Finalmente, el mundo vital de la vizcondesa se ha transformado en el panpsiquismo, una idea que se rastrea desde Tales de Mileto (el mundo está lleno de dioses) hasta nuestros días con las teorías de Anil Seth y Giulio Tononi con su Teoría Integrada de la Información (IIT). La filosofía discreta de la vizcondesa está más viva que nunca y necesita darse a conocer. Su pensamiento es el equivalente a una iglesia barroca bien equilibrada, pero de una modernidad asombrosa. Si Anne Conway estuviera con nosotros atacaría, no a Hobbes o a Spinoza, sino al algoritmo, al big-data, a la reducción binaria a la que se somete al ser humano. Bibliografía Platas Benítez, V. (2007). El monismo vitalista de Anne Conway y la filosofía de la modernidad temprana. JITANJAFORA.

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Héctor M. Magaña (Xalapa, Ver., 1998) es autor de relatos publicados en revistas fanzine (Los no letrados, Monolito, Noctunario, Revista Almiar, Elipsis) y reseñas literarias en revistas como Criticismo. Ha participado en el taller de creación literaria de Fernanda Melchor. Actualmente estudia en la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana.

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Etiquetas Hilda Wynne l 13 de agosto cumplí cuarenta años. Ese día volví a percibir la profunda necesidad de concretar mi deseo. Estaba solo y confundido. Nunca me había sentido capaz de hacerlo realidad. Pero antes estaba mamá. Su presencia inhibía cualquier cuestión que no coincidiera con sus mandatos, que eran preceptos para mí. Toda mi vida me esforcé en hacer lo posible para que fuera feliz. Ella seleccionó los escasos y efímeros amigos que tuve alguna vez y me marcó la forma en que debía actuar y proceder. Decidió que no servía para el estudio, que tenía que trabajar en la administración pública y que nunca iba a tener novia. ¡Hasta me elegía la ropa! Me conmovía su alegría cuando le llevaba el desayuno a la cama antes de ir a la oficina, su entusiasmo al recibirme para almorzar, su coquetería en el momento de ayudarla a vestirse a la hora del té y su emoción nocturna por las lecturas compartidas. La peluquería era la cita obligada de los sábados hasta que se enfermó. Desde entonces, Margarita venía cada quince días a arreglarle el pelo, las manos y los pies. Me gustaba Margarita. Era dulce, sencilla y ubicada, como decía mamá. Yo las dejaba solas para no incomodarlas, pero me quedaba cerca para tener el placer de ver sus manos pequeñas trabajando meticulosamente sobre las uñas hasta darles la forma que mamá quería. Las pintaba de blanco nacarado. Mamá no aceptaba otro color. ¡Era tan delicada! Siempre la acompañaba hasta la puerta para despedirla, pero nunca me animé a decirle cuánto me hubiera gustado que pudiéramos hablar y conocernos. Simplemente nos dábamos la mano y me quedaba esperando que pasaran los días para volver a verla. Margarita fue una de las pocas personas que recibimos en la casa durante los últimos meses de vida de mamá, además del médico y la enfermera. Mamá y yo nos fuimos acostumbrando a su creciente fragilidad física y mental, que contrastaba con la energía de su carácter. Se fue yendo de a poco, sin dolor ni sufrimiento. Yo la acompañé hasta el final. —¿Dolerá morirse? —me preguntó una mañana, de repente. —¿Qué decís, mamá? ¡Qué cosas se te ocurren! —Abrí el ropero, por favor. Quiero sentir el perfume a lavanda. ¡Ay, Franquito! ¿Qué vas a hacer sin mí? ¡No puedo ni imaginarlo! No duró mucho más. Al final casi no hablaba, pero me miraba con ojos imperativos. Yo no podía sostenerle la mirada. 10


Sin título, Sol con Viento

Cuando murió me quedé solo en esta casa tan nuestra, desorientado por su ausencia. Yo había sido casi imperceptible para el mundo, como si hubiera existido sólo para ella. El niño mimado y sobreprotegido se había convertido en un hombre tímido, retraído y cobarde. Esa es la verdad. Intentando huir de la nostalgia, tomé la costumbre de salir a caminar de noche. Al principio andaba por el barrio, pero con el tiempo me fui alejando hacia zonas periféricas y sórdidas. Una necesidad imperiosa me empujaba hacia otras búsquedas. Enfundado en un abrigo negro, recorría durante horas la zona de la estación, impregnándome de los pesados olores del humo mezclado con tabaco y alcohol, del murmullo de las hordas que bajaban de los trenes y de las presencias clandestinas. Trataba de pasar desapercibido para recorrer esa marginalidad oscura y decadente, repleta de miseria y exclusión. Inexplicablemente, necesitaba caminar sin pausa hasta la madrugada. Pronto me obsesioné con la idea de que alguien pudiera descubrirme. Pocos meses atrás me pareció ver a un vecino y me metí en el cine de trasnoche, un tugurio reservado a los hombres y las mujeres de la noche. La butaca estaba sucia y desvencijada y el contacto de la mano sobre mi muslo, mezclado con el olor desagradable del perfume barato, me sobresaltó. Una voz gangosa susurró en mi oído mientras un pie desnudo intentaba enroscarse en mi pantorrilla.

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Ni siquiera llegué a verle la cara. Me levanté y salí apurado, murmurando una disculpa torpe. Horrorizado, corrí bajo la llovizna como si me persiguiera el diablo hasta alejarme lo suficiente para sentirme seguro. Cuando llegué a casa estaba empapado de lluvia y sudor. Me desnudé y me metí bajo la ducha, como si el agua tibia pudiera borrar la repulsión que me había provocado esa experiencia. Me tomó tiempo tranquilizarme, me sentía contaminado. Envuelto en la toalla, fui al dormitorio de mamá, abrí el ropero y metí la cabeza entre los vestidos colgados de las perchas. Necesitaba oler el perfume a lavanda. Creo que esa fue la primera vez que tomé conciencia de mi necesidad. Terminé de secarme y me puse la ropa de mamá. Lencería, medias de nylon y el vestido verde de crepe georgette que tanto me gustaba. ¡Por fin me había atrevido a hacerlo! Me miré al espejo; me gustó lo que vi y las sensaciones que recorrieron mi cuerpo. Una vez dado el paso no necesité mucho más para convencerme. Había elegido. Esa noche soñé con Margarita. Me miraba con admiración mientras me arreglaba las uñas y las pintaba con esmalte rojo, elogiando el vestido verde de crepe georgette. Su pequeño pie me acariciaba la pantorrilla. Me desperté sobresaltado y conmovido por mi reacción. Margarita significaba mucho para mí. Tenía que hablar con ella acerca de mis sentimientos. Me tomó casi dos meses aprender a maquillarme. Aun así, salí a caminar todas las noches vestido con la ropa de mamá. Una mujer desconocida dejaba la casa después de cenar y regresaba por la madrugada. Una mujer elegante, que recorría los suburbios con desenvoltura y se sentía hermosa y segura por primera vez en la vida. Durante esas horas era realmente libre. Al regresar, volvía a ser Franco. Pero un Franco diferente. El que se había atrevido a desafiar los convencionalismos para darse el gusto de convertir en realidad lo que siempre había deseado. Me faltaba resolver lo de Margarita. Tenía que encontrar la manera de estar con ella. No me iba a rechazar. El sueño que había tenido era una señal. Una revelación. Ya había cumplido los cuarenta años. No iba a esperar más. “Mañana. Va a ser mañana”, pensé. “Porque esta noche tengo que cambiarme para salir a caminar".

Edición del diario vespertino del viernes 16 de mayo de 2014: “Una mujer fue asesinada de un disparo a quemarropa a la altura del tórax, frente a la estación de trenes local. El hecho se registró en horas de la madrugada cuando la víctima, aún no identificada, fue interceptada por dos jóvenes, quienes luego de atacarla a golpes le dispararon a menos de un 12


metro de distancia. La mujer, que fue asistida por algunos testigos, murió a causa de la gravedad de las heridas recibidas, antes de ser trasladada al hospital interzonal. Efectivos de la seccional novena tomaron conocimiento e intervención en el siniestro. Ampliaremos información”. Edición del diario matutino del sábado 17 de mayo de 2014: “Misterioso crimen en la estación: matan a un transgénero de un balazo en el pecho. La víctima tenía 40 años y era vecino de nuestra ciudad. Según informaron fuentes policiales fue identificado como Franco Alberto Moreno, quien recibió un disparo en el corazón y múltiples contusiones en varias zonas del cuerpo. El fallecimiento fue constatado por un médico del Sistema de Emergencias Urbanas. El hecho quedó grabado en las cámaras de seguridad de la estación. Los videos demuestran que el difunto, que iba caminando por la zona usando una peluca y vestido con ropas femeninas, fue mortalmente atacado por sus agresores después de un breve intercambio de palabras. Los presuntos asesinos aún no fueron identificados y se encuentran prófugos. El caso es investigado por la División Homicidios de la Policía local. Voceros policiales indican que el fallecido no tenía allegados ni familiares y manejan la hipótesis de un crimen pasional. El cuerpo fue trasladado a la morgue judicial, para la realización de la autopsia”.

Hilda Wynne nació y vive en La Plata, Argentina. Es médica (UNLP), especialista en dermatología (UBA) y docente del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires, donde desarrolló su actividad profesional y académica vinculada a la salud pública. Dado su interés por la lectura y la escritura, participó en talleres de escritura creativa (Escuela de Artes), seminarios de creatividad literaria y talleres literarios de diferentes temáticas (Recursos Literarios) y talleres de lectura creativa, así como de cuento, novela y teatro (PEPAM. Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP).

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Marlon Blando Eduardo Carrillo Vázquez antas cosas traía Marlina en la cabeza que no entendía cómo su mamá la ponía a limpiar sabiendo que ella nació hombre. Por eso las mujeres tamos como estamos, porque no nos apoyamos entre nosotras, sentenciaba en sus vídeos, en su blog y a todo vecino que rondara la esquina mientras ella forzaba su heteronomía nerviosa traduciendo artes, vagancia y chismes. —Es selección natural lo que nos da el don divino, cariño —decía escurriendo el moco, con sonrisa de todos los dientes o movimientos de artes marciales, mientras la gente que compraba en los abarrotes de al doblar la calle la miraba con cara de a este orate algo le pasa. Un día de plano se fugó de casa. Huyó con un chofer del sitio de taxis libres al que la familia rentaba esa misma banqueta, en la colonia Herrera, Tijuana, Baja California, el México. Le oprimían, se sinceró al enamorado. Fue unos meses después de la decisión femenina en su sexualidad. Y entonces sí, ¡ay de aquel que se equivocará en el pronombre! Durante seis años había ido de andrógino, alternado entre vestir de hombre o de mujer hasta que, de pronto, sorprendiendo incluso a la resignación parental, pasó una semana y Marlina seguía de Marlina, con los parpados violetas y las pestañas que subrayaban la mirada de orate a punto de matar o robarte un beso… Regresó al hogar familiar cuando el taxista le pidió limpiar su casa. El matrimonio, de bodas plateadas y divorcios de leche, oponiéndose al principio debido a los códigos morales (y luego del fracaso de los rituales propios del catolicismo), optó por la psicología que, después de meses de psicoanálisis semanales y en dólar, no dio por explicarles en términos coloquiales el significado de labilidad, hebefrenia, ni los cómos o porqués de la preferencia sexual de Marlon, las aspiraciones faranduleras de su nueva hija o la sodomización con la que marcó a una prima y a la familia en medio de su transición social. Por desgracia, ya la abulia impedía a Doña Lilia seguir a cargo de la casa o los negocios, la desgracia era no poder rendirse. Dos décadas mantuvo a su familia a flote, pues el viejo naufragaba en el erial al que llamaba Jardín de los presentes y en la heteronomía de Marlon, así que tanto para ella como para Marlina, a lo largo de los años papá se limitó a ser lo mismo que un bulto arrastrándoles al fondo del océano. Vistos por separado había esperanza, pero en el retrato familiar pedían auxilio. Y después de un tiempo dos más dos difícilmente dieron cuatro: cuando el chofer enamorado no volvió los taxistas decidieron marcharse al concluir el último mes de alquiler, la fondita de comida mexa cerró al mes siguiente y el café internet contiguo amagaba una primavera igual de negra. Y ya sabes el ISR, papá que dice mami aquí y allá (con la vecina y en 15


todos lados). Por suerte para Marlina y la familia, los abarrotes Gaxiola eran familiares que cumplían tarde o temprano. La propiedad ya tenía esos localitos cuando nació Marlon y, gracias a Dios, nunca les había faltado nada, o ese era el consuelo de otra mujer llamada Señora Esposa… A Don Jerry le acomodaba bien el chaparral espinoso creciendo a la luz de sus ojos y salud de sus tragos. Así fue como el lujo de casa se limitó a imitaciones chinas del esplendoroso arte precolombino y electrodomésticos que la sociedad emplea como máquina del tiempo. Todo a merced del SSI, pues Don Jerry fue jardinero con social security number y grincard desde los ochentas. Pero en el 99 el Walkman y la incompetencia de un compañero en la podadora lo lisiaron para ser familia desde entonces. Y ansina fue. Cojeando maldiciones Gerardo Melgarejo resplandecía un verano de Cristo en la edad y sus acciones: a su Lilia la despertaba con erecciones para hacerle el desayuno después, cachaba o pateaba la pelota con Marlon (más lo primero que lo segundo, obviamente), cultivaba hortalizas e iba ampliando cada uno de los localitos que construyó a partir de horas de trabajo y que la madre abonó con carencias como la de no estrenar zapatos, vestidos ni peinados fuera del catálogo sobreruedero o el no conocer más diversión que el balón o la agricultura para Marlon. A partir de entonces los números los haría Lilia, que se fue inflando de problemas hasta despreciar a la familia y engordar tres vidas en menos de lo que canta un matrimonio. De haber escuchado a su padre: te entrego con terreno para que no vivas de arrimada y tengas en donde morirte, porque al que elegiste por marido es un bicho que incuba su mal de generación en generación. Cuando su corazón se detuvo estaba sonriendo, dijo Marlina, que fue la que la encontró aún tibiecita en su recámara y que, en vez de reportar o pedir ayuda, luego luego se disparó a transmitir un vídeo en vivo y de ahí a la esquina para comer su dolor en público… El luto fue ocasión para heredar y estrenar el turquesa de un collar de tipo mixteca que Marlina también se recetó en los párpados. Organizó un novenario al que sólo acudieron su tía y Lulis, la prima a la que no veía a los ojos desde el incidente que para ambas significó años de terapia. Papá optó por tragos y tragos de Johnnie Negro para retomar la mirada torva y la amargura de los infelices que maldicen poco. Eso sí, la casa no alcanzó a ensuciarse. Dos días merodeó por el delantal de la difunta antes de que Marlina se animara a irradiar limpiando la casa. Ahora era la mujer del hogar, la mujer del delantal. Así no te amará jamás raspando en la garganta para sonar como Amanda Miguel. Los trastes, la estufa, el refrigerador, la cocina, el retrete, la bañera, las camas, el piso, las paredes, las ventanas, las bolsas de basura y hasta ahí que allende la geografía era paterna. Se levantaba temprano, justo después de que Lión, el gallo que vivía en el encino de casa, ahuyentara la noche con el quiquiriquí. Entonces empinaba el licuado de nopal con huevo crudo y salía al patio a practicar Kung Fu a las seis de la mañana, como Gautama o Zaratustra, desvariaba primero en

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susurros y luego a todo pulmón, hasta que el viejo salía a regar las plantas y ella volvía a lustrar las responsabilidades hogareñas y a trabajar en su carrera profesional: escribía una novela. El viejo recorría un largo trecho con Johnie Rojo en el café para hidratar la vegetación del terrenazo. Los siete perros les seguían sin restringir el paso: solaz humanismo que ladra sin voltear a cuestionar al cielo. La hermana menor de Doña Lilia, mamá de Lulis, llevaba los números desde el paro cardíaco. Visitaba a Don Jerry y a Marlina una vez al mes, pero huía tan pronto hundían lo dinerario en los bolsillos. Y aquellos dos también desaparecían del comedor de alabastro y de grabado tolteca apenas quedaban solos. Ahí la familia solía merendar amor y amok sazonados con Rikopollo, pero ahora era tan decorativo como un tzompantli. En realidad Marlina y su papá poco tuvieron que ver entre sí desde fechas que ni el psicóloco logró tutear en el subconsciente de ella. Don Jerry se arrepentía, pero no para facilitar la labor del especialista tratando a su hija. Y jamás volvieron a dirigirse la palabra hasta que, tras 25 años de silencio, ella le confesó que se casaba, sentada en el comedor de mamá anunció que iría a ser la mujer de un tal Pedro Pánuco, fulano encargado de una línea de producción en una maquiladora anglochina, con prestaciones de ley y dos días de descanso, al que conoció en el sobreruedas (luego de perseguirlo entre los puestos), llevaban saliendo dos meses y ella jamás fue más plena: él, divorciado y pagando manutención de dos menores, con panza y sin mascotas decía en su corazón lo que ella preguntaba en todas partes… bebían cervezas artesanales hasta aullarle desnudos a la luna en su casita de allá por Delicias, Venados, más lejos o anda tú a preguntarle al diablo en dónde termina Tijuana, en dónde comienza el México… Pero al viejo los años, la bebida, el matrimonio, el erial, la discapacidad y el panoptismo de la culpa y el prejuicio, le echaron a perder las disculpas que jamás se atrevería a ofrecer. —Pero si te hice vieja namás por un ratito mija… Era el momento que más miedo le daba, pero no estaba asustada. —Soy más mujer yo que lo que usted tuvo de hombre en toda su pinche vida —dijo resollando. Don Jerry sentía que temblaba, le aterraba demostrar temor, así que comenzó a orinarse encima. —Eres una aberración Marlon, a poco crees que alguien se va a atrever a presentarte como su mujer, tu madre prefirió morirse antes que… Y no alcanzó a decir ni a mojar más. Marlina le aplicó un candado al cuello con aquellos ojos a punto de matar o robarte un beso. Cuando el goteó del órgano viril cesó, ella estrelló al fiambre en el comedor tolteca, partiéndolo a la mitad con tremendo chingadazo. Se puso a limpiar como si nada, pasaba la escoba entre cachitos de alabastro sin barrer recuerdos. Era una artista más madura, pues prefirió añejar la idea antes de representarla. Papá 17


serviría para las plantas y los perros, así como hizo siempre, pero ahora sería tan entretenido como al final lo fue el taxista: los fuegos fatuos representan la más solemne puesta en escena existente.

Eduardo Carrillo Vázquez (Tijuana, Baja California, 1992). Infección cultural, reciprocidad y jijij. eduardocarrillov@gmail.com. Obra disponible en Crónica Sonora, Página Salmón, Revista Literaria Monolito, Espejo Humeante y Cósmica Fanzine. Selección en la antología local Letras Diversas (Lapicero Rojo, 2021). Nominación Honoris Causa, Fundación Universidad Hispana (Notas Migratorias César Vallejo, 2021). Finalista del Migrant Voices Today Film Challenge (Goodbye, Chapadream, 2022).

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El segundo vuelo Carmen Macedo Odilón ijiste que no te gustaba el café”, reclamó mi amiga Montserrat cuando le ofrecí, a modo de tregua, hacer una escala camino al trabajo. Esta mañana, ella habría deseado, por vez primera, pasar por mí a casa. Como siempre, por vergüenza, me rehusé. Fuimos juntas a desayunar antes de llegar a la oficina. El desvelo me hizo anhelar una taza de café bastante cargado. La noche anterior no pude dormir bien al leer el último de los mensajes de Montserrat en el celular: “Descansa y sueña conmigo”. ¿Qué significaba eso? Desde luego no conciliaba el sueño, me sentí acariciada por las plumas de un ángel al leer sus sencillas pero cautivadoras palabras: actos de afecto que tenía tiempo sin recibir en una cama de sábanas congeladas. En ese momento, quise confesarle su presencia en mis sueños. Nunca se lo dije puesto que, hasta el instante en busqué en la memoria el recuerdo en de mis noches solitarias, no había caído en la cuenta de que no era la primera vez que mis ideas giraban en torno a ella. —Es que dormí muy poco y lo necesito, pero sabes que no me gusta… tanto. —¿Y por qué no pruebas algo diferente? Te invito un mocaccino, te encantará la experiencia: cálido, dulce… Hizo una pausa. —Delicioso. Sus labios rosas, resaltados con un brillo que los hacía ver húmedos y seductores, me convencieron. Afuera, ni el ruido de la calle o los alaridos de sirenas policiacas podían alterar nuestra paz. Mi teléfono vibró, no contesté. No era común que dejara la casa tan temprano porque siempre viajaba en metro para llegar a la oficina sin contratiempos, pero hoy sería la excepción a todo. Lo apagué. Probar algo distinto, una vez o dos veces para variar. El cambio es parte de la vida, de crecer y de conocerse. Bebimos lo mismo en un apacible silencio con aroma a café. Mientras miraba el corazón dibujado en la espuma, Montserrat dijo que yo le parecía una blanca paloma: inocente y frágil, con un rostro que reflejaba mi pensar. Estaba segura de que le ocultaba algo que anhelaba por gritar. —Es verdad, Montse, me he sentido atrapada desde hace mucho. Si como dices te parezco una paloma, debe ser que continúa cerrada la puerta de mi palomar y muchas veces ansío el momento de permitirme escapar. 19


Respondió que ella era un cuervo y el cielo su hogar. Jamás habría puerta que no pueda abrirse, a no ser… —A no ser que no me dejen entrar —dijo mientras me observaba, sorbiendo de la pajilla esa bebida caliente. Su mirada coqueta, el cabello perfectamente arreglado. —Es obvio que ya he soñado contigo, Montse, pero ¿por qué tenías que pedírmelo ayer? —Porque quería verte de nuevo en mi pensamiento, surcar por la inmensidad batiendo nuestras alas por siempre: dormir un par de horas y buscar juntas el desayuno, por hoy, por mañana, y por el tiempo que quieras… Calladas, dejamos la cafetería y abordamos el tren subterráneo en un abarrotado vagón, mucho más caótico de lo habitual. Las palabras me resultaron innecesarias. No tenía idea de que las cosas saldrían así, tan sencillas, y pensar en todo el tiempo que tuve que esperar para reponerme cuando Abel me rompió el corazón. Para él, cada mañana éramos otras personas: teníamos química, pero sólo en el dormitorio. Sus aspiraciones para mí involucraban maternidad de tiempo completo, y eso no me importaba en lo más mínimo. Cuando estábamos en la calle no entablábamos conversación profunda. Mi amiga estaba convencida de que él era un gran egoísta del que no valía la pena hablar, mucho menos llorar. Después de esa enorme pelea, empezamos a salir juntas a beber, a bailar, a vivir. Una de esas noches conocí a un tipo del que no recuerdo siquiera su nombre. “¿Te vas a ir con él?”, dijo Montserrat, guiñándome un ojo, pero era un Abel II. No podía hacerlo. No me llamó o buscó más, tampoco lo hice yo. —¿Y qué pasaba en tu sueño? Retomó a la salida de la estación Insurgentes, el caos vial amainaba. ¿Qué soñé?, nunca alguien me había hecho semejante pregunta. Me sonrojé por la atención que ella siempre me brindaba: tanto al invitarme a comer o al escucharme si me veía deprimida. Cuando agradecía el analgésico que le guardaba en mi gaveta para su migraña. Tenía cuarenta años, pero se veía más joven, soltera y sin hijos. La admiraba y también, una mañana, al levantarme con el cuerpo húmedo y el corazón anhelante, supe que la quería. Le conté que estaba en sus brazos, hablándole y ella me acariciaba la mejilla con cariño de madre y voz de enamorada. —¿Te quebraste una alita y yo te curé? —Exactamente, Montse, entonces yo… te lo compensé con devoción. Cubrí mis labios, apenada. Ella se detuvo en seco y me observó, sus pestañas negras y curvas me invitaban a mirarle el alma, sonreí con simpleza frente a la puerta principal del edificio. —Leticia… —Te gustó mucho y a mí más. Tus alas negras, tacto suave como seda y tus ojos profundos y chispeantes como la noche que ve nacer a su primera estrella, por eso siempre vistes de negro… Vete ya a tu departamento. ¿Comemos juntas al rato?

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No dijo nada, se perdió en el elevador y fui de inmediato al baño para aplacar el rubor de mis mejillas. La mujer del reflejo no era más como antes, no era blanca ni negra, ni pura ni experimentada, solo era yo: gris, cambiada, feliz y avergonzada, no habría más barrotes ni remordimientos de los cuales escapar. La puerta se abrió y Montserrat entró siguiendo mi rastro. Me temblaron las manos. Preguntó si estaba segura de esas palabras, pero yo jamás lo había estado como en este momento. La arrinconé contra la puerta evitando la llegada de alguna inoportuna. Entonces la besé, rodé su cintura y el perfume de su cuello me impregnó la piel. Ella, envolviéndome en su calidez, hambre y desesperación por mí, se dejó tomar. Maldije estar en ese momento en el trabajo. Nos soltamos, se miró en el espejo y sacó la cosmetiquera. —¿Qué brillo es ese, Montse? Sabe muy rico. Lo puso en mi mano tras usarlo por última vez y me guiñó el ojo. —Me va a gustar más ahora que sabe a ti. No era tan ingenua ni tan tímida como ella creyó, no sería más una mujer sumisa, era el momento de enseñarle el verdadero canto de mi voz contenida. En el almuerzo nos escaparíamos del mundo dos horas para descubrir en nuestro vuelo a la libertad, campos inexplorados para quien no se atreve a despertar esa doble naturaleza que muchos llevamos dentro. Sabía que no habría marcha atrás cuando cruzamos la puerta de la habitación. Una charla animada, miradas llenas de ansiedad y un poco de temor por dar el primer paso. Nos quitamos los sacos y dejamos los bolsos en la cómoda. Los trajes sastres contenían entre sus paredes de tela esos paisajes que ansiábamos conquistar. Sus piernas gruesas forradas en nylon, los tacones agudos, la blusa que trataba de disimular el volumen de sus senos con un largo moño de chifón. Sus brazaletes pesados y hermosos como los aretes dorados que se balanceaban al compás de sus caderas. Un beso fue el atrevido gesto que me impidió contemplarla más. Un beso, seguido de un abrazo y caricias a sus brazos desnudos. Temblando como adolescente, quise fingir control. En mi rostro que de nuevo estaba encendido, en los labios que sólo balbuceaban y en mis manos que se habían posado en el cierre de la falda que me acababa de quitar. —Qué bella eres. Querida mujer de mis sueños y susurros, cobijo de mis noches gélidas, sol en mis días nublados y sombra tranquilizante del ardor que escapaba ahora de mis muslos. —Leticia, ¿por qué no te vienes a vivir conmigo? —decía en medio de un beso, esta vez más largo, que casi me abrasaba el cuello. —Montse, ahora no hablemos de eso, mejor la próxima vez que salgamos así…

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Aún quedaban pendientes los últimos tres botones de mi blusa, pero me interrumpió tomándome los dedos. Dijo que era el momento perfecto, no más de dormir a solas ni tardes desperdiciadas con tipos que no valían la pena. —Pero si yo no he salido con nadie más, Montse, sólo coqueteos y algún beso fugaz; luego acabo diciendo que no puedo quedarme muy tarde y se van. —Ya sé, ya sé, nunca son lo que esperas y no les das falsas esperanzas. Pero ahora… es el inicio de nuestra nueva vida, tengo tanto que enseñarte que estas horas serán sólo el comienzo. —Pero primero tengo que decirte algo… Ordenó que me duchara, quise decirle que no tendríamos tiempo. No me hizo caso, tendría una buena excusa a la hora de regresar. Dúchate primero, esta vez lo pidió. Así le gustaba más, con la piel húmeda y tibia, lista para ser tomada y entregada, me convenció. “Tengo una secadora en mi gaveta”. Alcancé a escucharla cuando abrí la llave del agua caliente. Al salir ella no estaba. No puedo, Leticia, no así. Dejó escrito para mí en una hoja de su agenda. La llamé por la habitación y también por el pasillo, pero nadie contestó. El agua se había llevado los restos de maquillaje que no me habían borrado ya las lágrimas. Me vestí, el cabello me cegaba la vista; manchaba de humedad mis hombros. Subí al metro como un fantasma en espera de una respuesta. ¿Y qué sucedería entonces? Tenía que regresar a lo mismo, pero cómo después de lo que casi sucede. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo verla a la cara otra vez? ¿Qué pasaría en el trabajo cuando me presentara hecha un desastre? ¿Qué diría Abel? si me viera en este estado lamentable por dejarme llevar por un amor que estaba cosechando a base de secretos. El calor de Montserrat aún estaba en mi tacto, el sabor de su beso se desvanecía en mi paladar. El sonido de su voz mientras me hablaba al oído: “Qué bella eres, mi palomita”. ¿Esto no sería otro sueño del que podría despertar para escapar? El tumulto fue disipado. Una sirena, en un principio lejana, potenciaba su llanto mientras más se aproximaba a la estación, un espectáculo propio de la ciudad, el pan de cada día. —¿Cómo te llamas? No te preocupes, no te vamos a lastimar. No hagas esto, no vale la pena. Tienes mucha vida por delante. Dame la mano para que te pueda subir. Vas a estar mejor. ¿Me escuchas? ¿Cómo te llamas? En silencio, descalza, pero de pie, a la mitad de la vía dirección Observatorio de la línea 1. No escuchaba al sujeto de protección civil, a los policías o a mi propia mente que solo pensaba en un nombre. —¿Llamamos a alguien que venga por ti? Llamar… saqué el teléfono del bolsillo y lo encendí. Las llamadas perdidas aparecieron ante mí, esta mañana ocurrió un accidente en Insurgentes y Chapultepec y él quería cerciorarse de que yo estuviera bien. —Abel… soy casada, tengo tres hijos. 22


Carmen Macedo Odilón. Bibliotecóloga, estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas (UNAM) y de Creación Literaria (UACM). Ha publicado en cinco antologías de cuentos para adolescentes de Editorial Escalante y IV antología de cuento de Escritoras Mexicanas, así como en revistas literarias, académicas y fanzines como Ágora, del Colmex; Palabrijes, de la UACM; Resiliencia, de la UACM; Acuarela humanística, de la UAEM; Zompantle; Nocturnario; La Coyolxauhqui; Taller literario Ígitur; Retruécano; Subversivas; Lunáticas MX; Especulativas MX; Cuentística; Alcantarilla; Tábula escrita; Red Universitaria de Mujeres Escritoras (RUME); Clan de letras Elementum; Círculo literario de mujeres; etc. Huidiza, noctámbula y loca de los gatos.

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Palabra, una crónica gay Luis Romani magínate lidiar toda la vida con la boca incesante de la gente que te quema con el apodo de una identidad que no pediste. Lo digo fácil, es lo más doloroso. Nadie quiere nacer gay. Harta. Sufres. Escapas, y sufres más; porque descubres que, en efecto, esa es tu identidad. Ese sentimiento horrible se llama “perder contra la razón de los otros”. Es tu proceso, y ni siquiera puedes descubrirlo solo. Todo el tiempo desperdiciado, luchando contra una palabra que suena a insulto. Todo viaje de descubrimiento es por eso. Una palabra. En algún lugar del mundo un niño nació, creció y se hizo maricón. Y el niño sabe nadar contra corriente del río porque primero tuvo que ahogarse. Ahora confieso que una de las cosas que más me gusta de la palabra “gay” es que no tiene género. Su terminación es rara, su pronunciación volátil; luce de una forma para decirse en otra. Se oye gentil, adorable, medio hipócrita. No sé cuándo la escuché por primera vez. No sé cuánto tiempo lleva en nuestra lengua, es prácticamente nueva. Desde mediados del siglo XX en algún club en los Estados Unidos; una década después en una marcha en México. Ningún dato es preciso. Algunos dicen que necesitamos nuestra propia palabra. La tenemos en español. “Joto” tiene antecedentes en todo el siglo pasado. Se rumora que nació en un calabozo, en un baile, en un calabozo después del baile. Suena chistosa, mitológica, de arrabal. Pero la uso muy poco; escrita mucho, hablado solo donde hay más confianza porque es un término bastante inestable. Joto tiene un hermano mayor que lastima a muchos: el puto. “Puto” es muy famoso en los estadios de futbol, los antros, las madrizas y los asesinatos. Puto de veras es la palabra metamórfica de nuestro idioma, longeva. Esa sí recuerdo haberla oído por vez primera cuando cumplí once años, caminaba con el suéter amarrado en la cintura. Y lo seguí haciendo hasta que dejó de haber frío. La palabra que sí odio con todas mis fuerzas es “diversidad”. Ninguna otra se me hace más vainilla, institucional y fanfarrona como esa. Sin nada de poesía. Una clave que usas para callar gente. El imaginario que construimos a lo largo de nuestra vida; las obsesiones, manías y gustos producto de esa otra sensibilidad, dan a luz un dialecto estridente, forjado como método para aguantar la realidad que a cada rato desborda. Un hechizo. La imaginación en silencio es prodigiosa. Toda historia en plática derrama su propio género. Nosotros, la crónica. La crónica es un acontecimiento gay. Y eso hacemos los disidentes todo el tiempo, bueno, lo diré sin tapujos… sólo en la palabra está la cascada que apaga la flama del insulto… eso hacemos los gays, los jotos, los travestis, los afeminados y los queers todo el tiempo: hacer crónica, y 25


retórica. Atrapamos los fragmentos de nuestra rutina diaria para recrearlos en la anécdota viperina o empalagosa; narramos con la cosmovisión que sólo un joto posee. Nuestro propio realismo mágico netamente gay: esa sensibilidad tremenda, repleta de detalles insignificantes, ridículos, vulgares y desfachatados. Un ramo de condones usados que huele como las flores. Sin título, Sol con Viento El sudor de manzana acumulado en la axila chupada que baila con una majestuosa boa de plumas trepada del brazo bajo un reflector que ciega más que el beso de Medusa, pero nosotros hacemos ver como una simple caricia sólo para seguir la fantasía de ser amados. Los jotos podemos fracasar en muchas cosas, menos en ser barrocos. Todo es visto, hecho y bromeado desde la óptica “flamboyant”; no el término en inglés, olviden eso. Hablo de la mera palabra, rara, visualmente estrambótica, de articulación ultra amanerada, esponjosa. Flamboyant. Extravagante. Grotesco. Esperpéntico. Nada más latinoamericano que combatir la desgracia con humor. Un lenguaje y un modo de ver que se creó desde lo abyecto. Todo para ser maravilloso en un territorio castrante que se puso la bandera de la diversidad, aunque el puto siga lacerando al joto cual patriarca disfrazado en carnaval. Y todo por ser un simple gay que bailaba tropical. Hablar gay es hacerlo desde la primera persona del singular, luego saltas a la segunda, hasta fragmentarnos en el plural, y mucha música, porque la lengua es un leviatán de voces de otros maricones, o mejor dicho: de hermanas, preciosos bastardos de vocablos hechos carne. Así paso de la concordancia de masculino a la onda femenina y una pizca del neutro, la más mojigata. Siempre merodeando la misma paradoja que nos vuelve hidras de mil cabezas. Más que una decisión estilística, intento esbozar una prosa de honestidad brutal. Sólo nosotros pudimos haber hecho una crónica en forma de ensayo. Más que un cliché y una moda, hablar gay es hacerlo sin poses de macho; mantener una conversación real, visceral, pero bonita. Durante mucho tiempo, sólo en las palabras los recuerdos podían ser bondadosos. Todavía.

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La esencia de esta retórica enlodada vive en la creatividad, la locura y el exceso. Un río escandaloso. Una corriente de mierda, leche y aguardiente. Y sí, es medio vulgar, explícito y cochino, todo lo que queramos echarle, pero es cultural. ¿Acaso no toda guerra es para defender a la cultura? ¿O es que la diversidad tiene otra? ¡Claro! Acuérdense que no nació en la oscuridad, lo que pasa en la noche aún le asusta. Las diversiones, incluso nuestras pedagogías las constituyó una vez un antro: el Edén. Muchos se educaron ahí. No encontraban respuesta en otro lado. En el bar nadie envejece, todas las lenguas se comprenden, las criaturas se abrazan. Lo curioso es que cuando salías de ese jardín del Edén alguien podía matarte. Te molían la cara en nombre de la cultura. La suya. Todavía. Ser un árbol torcido es parte de nuestra identidad. No somos derechos, no fuimos de acuerdo con el estándar de la línea recta. El ruido, el escándalo, el exhibicionismo, que nació de los frentes de liberación de finales de los años 60, 70, para seguir en los 80, 90 y todavía, fueron utilizados como recurso para llamar la atención del orbe y gritar encima del incendio: ¡oye, existimos! Las palabras inventadas han sido nuestro salvavidas durante la inundación. Aunque no gritemos, todo el tiempo estamos inventando; creamos relatos para nadar. Por eso han existido afeminados inmortales (Platón, Sófocles, Da Vinci, Miguel Ángel, Shakespeare, Turing), poetas prodigiosos (Whitman, Elliot, Novo, Villaurrutia, Ginsberg, Lezama), dramaturgos extraordinarios (Wilde, Lorca, Genet, Williams), así como narradores que rompieron paradigmas, sociales y literarios, para convertirse en referentes mundiales de la jota cultura (Monsiváis, Arenas, Puig, Lemebel, Vallejo, Blanco, Zapata, afortunadamente la lista es larguísima). Hoy alguien salió del closet dos veces. La primera por enamorarse. La segunda por escribir.

Luis Romani es graduado en Literatura Hispánica por la Universidad Veracruzana. Ha sido residente en el Centro de las Artes de San Agustín, ganador del Festival de Escritores en San Miguel de Allende (2018) y mención honorífica en el certamen de ensayo del Festival de Diversidad Sexual y Género (2019). Ha formado parte del taller literario de la Universidad Finis Terrae y de la Escuela de Escritura en Chile (2021). Actualmente produce el podcast dedicado a la escritura útil, Preciosos Bastardos. IG: @preciososbastardos.

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Cuerpos, identidades y el “orden” que los atraviesa Julio Villalva I ace unos días vi la película Petite Fille (2020), de Sébastien Lifshitz, documental que aborda un año de la vida de Sasha: una niña de nueve años que va en segundo grado y le gusta hacer ballet. Sasha desde que tiene tres años fomenta un sueño: crecer para poder ser una niña. Podría parecer un personaje de cuento de Carlo Collodi pero ni se trata de un cuento, ni Sasha es de madera. La película muestra cómo Sasha, en el albor de su vida, enfrenta una serie de obstáculos cuya hostilidad se antoja innecesaria por gratuita. Tanto el director del colegio al que asiste como los maestros con los que convive se niegan a tratarla como ella se siente y se vive a su temprana edad. Según el criterio heteropatriarcal, tratarla como niña —con el argumento de que su “biología no se corresponde”—, no sólo contraria la concepción binaria que la hegemonía entiende (sexo y género como una y la misma cosa), sino que incluso se cree con el derecho de señalarla como “sujeto anómalo”, condenándole y relegándole hacia la periferia como si fuese un desecho (Butler, 2005, p. 288). Ante situaciones de este calibre, “lo normal” dentro del sistema es algo que perturba por violento. Subestimar lo que Sasha cree de sí tiene el objetivo de deslegitimar lo que ella quiere, la heteronorma no duda en sobajarle y anularla bajo el argumento de que, a su edad, ¿cómo va a saber ella lo que quiere? El caso de Sasha se enmarca en el campo de la disforia de género: su sexo biológico no se corresponde ni con su identidad de género ni con el rol que asume. En este caso la disforia se aplica como disconformidad, y no como trastorno (de identidad de género). No se trata ni de un desorden mental ni de una patología, por más que se quiera endilgar. Está más que comprobado que cuando se presenta una disfunción social, familiar y/o laboral, las causas que desregulan al sujeto no son aquellas que parten de su psique, sino de situaciones que se generan a partir de las experiencias de rechazo social a las que se ven orilladas (CNN Español, 2016). La actitud que nos presenta Sasha —a su edad— en el documental, es de un valor y una autenticidad que destacan al no doblegarse frente a la narrativa en la que se le quiere encajar. La claridad que posee Sasha de sí misma reta al sistema y hace evidente que lo anormal no es su comportamiento sino el estigma con la que se le (des)califica. Sébastien Lifshitz lo expone: “Mi película no trata sólo de una niña transgénero, sino también sobre personas que no se ajustan a la norma o que son diferentes” (Vena, 2020). Al ponerlo en primer plano, Lifshitz hace evidente, por absurda, una “realidad” que dañina, cruel y perversa, se ensaña con aquellos sujetos que no encajan en el perfil de la heteronorma. 28


II En 2021, por casualidad, conocí al artista multidisciplinar y activista no binario Joss Jaycoff en una entrevista donde le escuché decir: Si no se nos puede reconocer legalmente, no podremos crear leyes que nos protejan. Tenemos discursos actuales que vetan la diversidad, que dicen que no existe, que somos personas que queremos llamar la atención […] La cantidad de violencia con la que yo me encuentro a diario no compensa el hecho de que yo quiera llamar la atención. (La Sexta, 2021) El comentario acerca de llamar la atención se maneja como moneda de cambio peyorativa cuando se señala al mundo no binario y trans. Se trata de un patrón que se replica (un eco que se repite) dentro del contexto social y cultural como una patología que subyace en el inconsciente colectivo. Todo aquello que rebasa el prototipo de lo masculino y lo femenino según el estándar dominante es motivo de duda y bajo prejuicio se descalifica: lo que no se sujeta al protocolo identitario está enfermo o es desequilibrado. La lectura al respecto no es nada halagüeña en razón de que deriva en la burla, la ofensa y, en el peor de los casos, en la violencia física y mental como único trato bajo la visión patriarcal. El sesgo que se establece como “anormal” discrimina, condena y margina lo señalado e impone de manera fracturada una narrativa particularmente taxativa. No obviemos que la (auto) afirmación heterosexista se sustenta como contraparte de lo que niega: “En la tradición judeocristiana, las identidades de género se construyen mediante proceso de naturalización excluyentes, en los que se niega en el varón lo que se atribuye a la mujer y viceversa” (Guash, 2000, p. 123). Uno de los problemas al respecto está en el punto donde lo binario se erige como enmienda y el modelo de gestión sexual del deseo se heteronormatiza como única realidad. Lo que se oculta en el fondo de esto no es torpeza, sino algo mucho más siniestro y turbio cuya violencia impone mito y fantasmagoría para legitimarse. Ante lo que se desconoce, y me refiero a aquellas tramas mucho más complejas donde las identidades fluyen y oscilan, se antepone per se el descrédito y el prejuicio. No “asumir” lo que la naturaleza “determina” pareciera ser la premisa con la que se da pie a la condena. La lectura corrobora que el no cumplimiento de las normas nos pone bajo sospecha y sesgo: el primero descalifica, mientras que el segundo margina. Quizá por ello la discreción se torna en valor que blinda la heteronorma: al no abrir (—lo incorrecto—) en la caja de Pandora, el agravio no da pie al insulto.

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Sin título, Sol con Viento

III Mi abuela solía decir: “Lo claro es lo decente”. Pero para ella lo “decente” nada tenía que ver con el “decoro”, ni con el “recato” y su manida carga moral, sino con lo auténtico y lo honesto. Iba más en el sentido de lealtad con una(o) misma(o) y no con lo conveniente al sistema. El caso de Sasha, como el de Joss Jaycoff y el de muchos otres, pone de relieve que la autenticidad, su deseo de ser, suceder y asumirse libremente en lo posible, no es posible. A primera vista, ésta es la pantalla. Bajo el prisma de mi abuela, lo decente en tanto que digno e íntegro, tiene más sentido dentro de la disidencia sexual que bajo el precepto de masculinidad y feminidad heteropatriarcal. Desafortunadamente, la descalificación sistemática que el propio aparato hegemónico impone a las realidades diversas, otras y otres, soslaya de continuo las múltiples realidades con sus muy variados gustos y placeres, perpetuando atavismos, reeditando exclusiones, discriminaciones, sanciones, maltratos y no pocos crímenes. La falta de reflexión y de empatía subvierte la violencia y perversamente la justifica. Se trata de una discriminación estructural que se pretende normalizar a partir del prejuicio. Las consignas que se replican confunden en tanto que subrayan lo distinto 30


como doblemente diferente: por un lado lo alejan y por el otro lo hacen incomprensible, extraño y monstruo de sí, “[…] hablamos de la intensificación de los prejuicios personales, de pensamiento único” (Eddo-Lodge, 2021, p. 215). IV El peso que representa la imagen que tiene que corresponder a un cuerpo queda ilustrado en el suceso ocurrido en los Mundiales de Atletismo de Berlín 2009, con la atleta sudafricana Caster Semenya. Debido a su apariencia física, músculos y vello facial producto de una sobredosis de testosterona natural, levantó la sospecha respecto a su sexo. Por ese motivo se solicitó al Comité Médico de la Federación Internacional: especialistas en anatomía, biología, endocrinología, fisiólogos y psicólogos, certificaran la “realidad” sexual de la atleta. “[...] la competidora de 18 años es sometida a pruebas de verificación de sexo, por las sospechas generadas debido a complexión física y su explosión deportiva, reflejada en un acelerado mejoramiento de sus tiempos” (La Jornada, 2009). Semenya volvió a ser campeona olímpica en Londres 2012 y en Río 2016, pero en Doha 2018 la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) condicionó su participación siempre y cuando se sometiera a un tratamiento para reducir el excedente de testosterona que su cuerpo produce (hiperandrogenismo), a lo que se negó expresamente (López Trujillo, 2019). La apariencia física y la superioridad en los récords que impuso esta atleta le valió injustamente el estigma sexual: un nivel de violencia no sólo como deportista sino como sujeto en el ámbito social. El asunto que vincula la testosterona como patrimonio masculino no es sino parte de un mito que se ha perpetuado de manera equivocada (Karkazis y Jordan-Young, 2019). Las coordenadas en las que nos movemos como sujetos generizados sexualmente son múltiples, no anómalas. V En 1993, Anne Fausto-Sterling, especialista en biología molecular, sacudió al mundo intelectual señalando que no había dos sexos (hombre y mujer), sino cinco. En su opinión, "además de machos y hembras, deberíamos aceptar también las categorías de herm (hermafroditas «auténticos»), serm («seudohermafroditas» masculinos) y serf («seudohermafroditas» femeninos)" (Fausto-Sterling, 2006, p. 103). En octubre de 2005, en la ciudad de Chicago, se realizó una reunión en la que se determinó modificar la terminología sobre los estados intersexuales e incluir el hermafroditismo en un concepto totalizador: Desórdenes del Desarrollo Sexual (DSD por sus siglas en inglés), donde incluso se abrieron dos categorías más: 31


[...] independientes de los hermafroditismos: se trata de los “hombres” que tienen dos cromosomas femeninos, a los que debemos referirnos hoy como “46, XX DSD testicular”, y los “hombres” que tienen cromosomas masculinos pero fenotipo o formas femeninas, a los que a partir de ahora habrá que llamar “46, XY disgenesia gonadal completa. (Flores, 2008) A partir de esto, ya no se trata de los cinco sexos que propuso Fausto-Sterling, sino de siete. Pero el cambio en la nomenclatura de los estados intersexuales es sólo fachada. El artículo producto de esta reunión, aparecido en 2006 (Pediatrics 118 (2): e488-e500), contiene en su parte medular el consenso oficial de esas comunidades médicas sobre el manejo completo de los estados intersexuales, a los que, además de considerar siempre patologías, debe reencauzarse dentro de las categorías únicas de mujer u hombre. Se trata de la expresión más acabada de la medicina científica para definir y determinar el sexo en los humanos al iniciar el siglo XXI. (Flores, 2008) VI La parafernalia de apertura e inclusión, en consideración de las diversas realidades sexuales, aún está lejos de propiciar un panorama optimista. Los prejuicios y lo violento de la heteronorma, que cruza a todo cuerpo cuyas diferencias no obedecen al estándar por exceso o por defecto, continuará relegando a la periferia de lo no deseado, de lo non grato, convirtiéndolo en víctima, ya se trate de niñas(os) hiperactiva(os), inmigrantes, discapacitadas(os), ancianas(os), mujeres, homosexuales, desclasadas(os), indígenas, travestidas(os), transexuales y transgénero. Esto hace evidente que la división binaria del mundo no será algo que podremos dejar de lado. Pensarlo no sólo es ingenuo sino fuera de lo real. Sin embargo, sí podemos augurar como factible lo que las redes de apoyo ya están haciendo posible, generando las colaboraciones convenientes y las solidaridades oportunas, creando (como ya está sucediendo) los escenarios necesarios para la coexistencia de procesos de subjetivación, donde las reivindicaciones identitarias ocupen cargos de representación para que pueda ser posible facilitar un campo de interseccionalidad que perfile y fortalezca con ahínco y persistencia un mejor futuro, próximo al prójime.

Referencias Butler, J. (2005). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Paidós. CNN Español. (2016). Expertos recomiendan a la OMS retirar el transexualismo de la lista de desórdenes mentales. https://cnnespanol.cnn.com/2016/08/03/expertos-recomiendan-a-la-oms-retirarel-transexualismo-de-la-lista-de-desordenes-mentales/ 32


Eddo-Lodge, R. (2021). Por qué no hablo con blancos sobre racismo. Península. Fausto-Sterling, A. (2006). Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de la sexualidad. Melusina. Flores, J. (16 de diciembre de 2008). La muerte del hermafrodita. La Jornada. Guasch, Ò. (2000). La crisis de la heterosexualidad. LAERTES. Joss Jaycoff. (22 de noviembre de 2021). JOSS JAYCOFF en el Intermedio, LaSexta. Identidades NoBinarias [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=AFlnWsobShY Karkazis, K. y Jordan-Young, R.M. (08 de mayo de 2019). El mito de la testosterona y la discriminación contra Caster Semenya. The New York Times. https://www.nytimes.com/es/2019/05/08/espanol/opinion/testosterona-deportessemenya.html?action=click&contentCollection=katrinakarkazis&contentPlacement=1&module=stream_unit&pgtype=undefined&region=stream& rref=collection%252Fsectioncollection%252Fnyt-es&version=latest La Jornada. (20 de agosto de 2009). La IAAF pide a Sudáfrica confirmar el sexo de la atleta Caster Semenya. Lifshitz, Sébastien (Director) y Meynard, Muriel (Productor). (2020). Little Girl (Petite Fille). Francia, Agat Films. Vena, T. (2020). Sébastien Lifshitz. Director de Una niña. Cineuropa. https://cineuropa.org/es/interview/385969/ Zoja, L. (2018). Los centauros. En los orígenes de la violencia masculina. Fondo de Cultura Económica.

Julio Villalva (Ciudad de México). Estudié Danza en la Escuela Nacional de Danza Contemporánea (INBA) y Artes Visuales en la Facultad de Artes y Diseño (UNAM). Actualmente soy doctorando en Investigación y Creación en Arte en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), Bilbao. Coautor del libro Yol-Izma: la danzarina de las leyendas (1997). Colaborador de las revistas Claudia (1988); Ángulos (1994-1995); Straversa (2021), y Espejo Humeante.

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Ceremonia Gerardo Ronzón Supongo que comienza al olerte tienes un perfume grave de flor de metal en la luz verde. La luna corta mi mejilla. ¿Te gusta desde aquí? La luna resbalando entre mis dientes.

Desde aquí, así.

¿Es aquí una puerta o una llave? Sigo pensando.

¿No fue la huida una hierba que se arranca? Salió de prisa, de brisa y viento. Allá va, un reír, un gozar. Allá va en moronas derrumbadas. Allá va un nosotros caminando a por helado. Se esfuma una esfera de cristal en mi mano en cuenca. Vacilan en su eje los metálicos silencios. Vacilan en su eje los metálicos silencios.

Gerardo Ronzón (Xalapa, Ver., 1997). Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana e integrante del comité editorial de Pérgola de Humo. Obtuvo la mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario 2022, categoría poesía José Emilio Pacheco.

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Miedo Guillermo Bejarano Becerril

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Guillermo Bejarano Becerril es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha colaborado como voluntario en el proyecto de promoción a la lectura Soga viviente bajo la dirección de la Dra. Tatiana Aguilar Álvarez-Bay. Actualmente, colabora en el proyecto Vida y obra de José Juan Tablada bajo la tutoría del Dr. Rodolfo Mata; ambos proyectos se han desarrollado en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

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Poemas: Torrin A. Greathouse y Ocean Vuong Traducciones de Brianda Pineda Cuando mi hermano se burló del pánico trans Torrin A. Greathouse Quedará grabado el rasguño, vuelve a mi mente él lo enmarca como una advertencia. Esta broma una taxidermia, un destripamiento de mi miedo. Cuando le digo Me da miedo vivir en Texas & él se ríe contestándome No tienes nada que temer mientras no mientas diciendo que eres una mujer. & esta es la verdad, alquimia de mi cuerpo que deviene primero engaño, luego un crimen atroz. & entonces recuerdo en Texas todavía se porta la pena de muerte como una bandera orgullosa. Así, mi muerte se convierte en una suerte de ejecución, un castigo a la altura del delito de la metamorfosis. Me pregunto qué método van a usar: cráneo reventado contra la pared, cuello torcido con un collar de reata, golpeada hasta que mi cuerpo ya no sea mío, otro tipo de transformación, mi rostro ahogado flotando en el agua rancia del baño. No puedo tomar esto como una simple broma menos si viene del chico que aún me llama hermano. Ese que podría leer mi obituario en voz alta & seguir oyendo un chiste.

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A los que me llaman valiente Torrin A. Greathouse cómo explicar que no hay valentía en salir corriendo de una casa en llamas. que esta historia empieza con un cuerpo nacido niño como un animal que se arranca la piel en reversa & luego la cose mal. que vestirse así se parece menos a vestirse & más a vendar una herida. después de expulsar al chico de mi cuerpo soy una víctima de quemaduras deseando que crezca una nueva piel & no se trata de valentía se trata de supervivencia se trata de fuego cruzado en un pelotón de fusilamiento & declarar mi cuerpo a prueba de balas. cuando apuntas con la escopeta de una boca sobre un cuerpo que tú dices no puede existir yo he comenzado a desvanecerme & tus balas me atraviesan como fantasmas.

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Sin título (azul, verde y café): óleo sobre lienzo: Mark Rothko: 1952 Ocean Vuong La tele dijo que los aviones chocaron con los edificios. & yo dije Sí porque me pediste que no me fuera. Tal vez rezamos de rodillas porque el señor sólo nos oye cuando estamos así de cerca del diablo. Quiero decirte tantas cosas. Cómo mi mayor premio fue cruzar el puente de Brooklyn sin pensar en el vuelo. Cómo nos movemos como agua: probando una nueva lengua sin hablar de las cosas que nos han marcado. Dicen que el cielo es azul pero yo sé que es negro cuando hay demasiado aire. Nunca olvidarás lo que hacías en el momento más doloroso. Quiero decirte tantas cosas—pero me fue dada una sola vida. & no me llevé nada. Nada. Como un par de dientes al final. La tele sigue diciendo Los aviones… Los aviones… & yo espero de pie en el cuarto hecho de ruiseñores rotos. Sus alas vibran entre estas cuatro paredes borrosas. Sólo tú estabas ahí. Eras la ventana.

Brianda Pineda Melgarejo (Xalapa, 1991) estudió Lengua y literatura hispánicas en la UV. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre, Tierra Adentro y Periódico de Poesía. Fue becaria en el área de poesía en la décimo cuarta generación de la Fundación para las Letras Mexicanas. Forma parte de dos antologías poéticas: Versas y diversas: muestra de poesía lésbica contemporánea (Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2020) y Novísimas. Reunión de poetas mexicanas 1989-1999 (Los libros del perro, 2020).

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Para una estatua de sal. A Salvador Novo con amor Armando Gutiérrez Victoria engo 23 años y no conozco el mar”. Así comienza aquel extraordinario libro de viajes que es Return Ticket, y así también me gustaría comenzar este texto, un poco por el mero placer de recordar y otro tanto porque el adagio ha vuelto la espalda a su autor: más de uno quizá dirá “Tengo 23 años y no conozco a Salvador Novo”. Posiblemente exagero, posiblemente acierto; allá cada uno con sus culpas y sus penas, aunque en esta afrenta, el mar haya cobrado su venganza. Sin duda alguna, y aun en contra de que algunos ya lo conozcan, uno debe hablar de Salvador Novo; siempre deberíamos estar hablando de Salvador Novo: poeta, crítico, cronista, dramaturgo, autobiógrafo y, en síntesis, escritor. Y ya que andamos en esas, uno también debe leer La estatua de sal, al menos para enterarse –de pasadita– quién vino a fundar la jotería en las letras mexicanas. Pocos libros se disfrutan tanto como esta autobiografía; pocos libros he leído que exhiban tanta vitalidad y tanta destreza para narrar lo que hasta hace poco se callaba, se enterraba muy bien en un enorme closet, aunque éste fuera del cristal más fino, casi transparente. Yo confieso –me da la impresión– que no queremos lo suficiente a Salvador Novo. Tanta exuberancia nos deslumbra, tanta vida nos repele; su risa abrumadora, carnavalesca, ahuyenta a los adormilados académicos que lo quieren vestir de santo, quitarle las lentejuelas. ¿Por qué hemos dejado solo a Novo? ¿Por qué no estamos leyendo La estatua de sal? Corra, por el amor de Dios, a su librería más cercana a adquirirlo. Disculpen ustedes el comercial y mejor pongan atención a esto: hay una habitación oscura, de proporciones modestas. Hay un hombre, un cuerpo hermoso y vivo, que desea. Y estamos nosotros, abrumados por la imaginación, no sabemos qué hacer, no sabemos qué decir, no sabemos qué pasará. De lo único que estamos seguros es que deseamos, deseamos con un secreto instinto que nos domina, que nos atrae a la piel, que nos hace dar un paso en falso y perdernos en un éxtasis imaginario. Así se figura Novo el sexo, pero no lo nombra, es incapaz de nombrarlo, es sólo un joven adolescente que lo imagina, que sabe que está ahí y no lo entiende. Ya vendrán otros – años más tarde– que satisfagan las ansias de este Narciso ciego. Hay algo en este torrente de recuerdos, de imágenes traspuestas, que termina por abrumar, pero al mismo tiempo gusta, nos fascina. A veces me imagino que esta autobiografía –que siempre ha sido descrita como clandestina, porque clandestina siempre han querido tener a la jotería– fue el libro al que más le tuvo afecto Novo. Y miren que decir eso es mucho, porque a Salvador Novo le sobran buenos libros. 44


Ya desde jovencito, recién venido de la provincia, Novo gozaba en abundancia de dos cosas: hombres y talento. Figúrense ustedes a un JOvenciTO de unos veintitantos años paseándose por la antigua Ciudad de México, salidita apenas de la Revolución. Sabe que puede tener a cualquiera (y lo tuvo), aunque sus predilectos siempre fueron los choferes, quizá por eso mismo uno de sus más famosos retratos es abordo de un taxi. Ya quisiera yo tener un poco del talento que tuvo Novo desde aquel XX poemas, donde doma la vanguardia y nos mete entre los versos el diluvio, el vendaval, de su fuerza, de su voz. Desde entonces todos lo admiraban y le temían, precisamente porque no tenía miedo. Hay una anécdota, también en su Estatua, donde un temeroso Villaurrutia –también joto como Novo– quema aquella primera autobiografía de Salvador, por miedo al qué dirán, por temor a ver cómo sus ángeles nocturnos cobraban forma en cuerpos, en hombres de carne y hueso. Villaurrutia no está listo para verlos (nunca lo estuvo), prefiere dormirse en aquellos versos cursis de Nostalgia de la muerte. Hay días que me pregunto, ¿qué estaría escribiendo Novo hoy? ¿Acaso terminaría aquella autobiografía que nos dejó inconclusa? ¿Por qué demonios no la terminaste, Salvador? ¿Es porque seguías vivo? ¿Es porque secretamente nos dejas a nosotros la tarea de concluirla? ¿Es que siempre anhelaste un placer infinito? Yo no lo entiendo. Yo no sé de cierto cómo hacer para que te lean, querido Salvador. Yo sólo te digo que ya no le tengo miedo a la cursilería, a la jotería, a la risa, a mí mismo. Yo sólo sé de cierto que tengo (más de) 23 años y que tú me enseñaste el mar. Tlalpan, abril de 2022

Armando Gutiérrez Victoria (CDMX, 1995). Actualmente cursa el Doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México. Ha participado en distintos proyectos de investigación literaria en la UNAM y colaborado en distintas revistas académicas e independientes como De Raíz Diversa, Irradiación, Plástico, Tintero Blanco, Ibídem, Campos de Plumas, etc.

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“Oye, mamá, si yo me muero, ¿cuándo vuelva a nacer ya voy a nacer como niña?”. Infancias trans: entrevista con Silvia Susana Jácome García Alejandra Zuccolotto Rodríguez 2022-04-17. Del 100% de los papás y mamás que apoyan a sus hijos e hijas trans, 84% son mamás y 16% son papás. alapa, Ver. En medio de la lucha diaria por el reconocimiento de las diversidades de identidad y orientación sexual, resulta necesario abrir espacios de diálogo que permitan el abordaje crítico de dichas temáticas, para abonar a un mejor entendimiento y evitar la creciente desinformación que se gesta alrededor. Es por ello que, en conmemoración del Día Internacional del Orgullo LGBTTTQI+, quiero recordar la entrevista que tuve el 15 de mayo del Sin título, Sol con Viento 2021 con Silvia Susana Jácome García, maestra en Educación Sexual por el Centro Integral en Sexualidad y Educación Sexual (CISES) de Xalapa, Veracruz, activista trans y autora del cuento Citlali tiene tres abuelas, publicado en 2017 por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, en el cual se aborda la temática trans. Con el fin de conversar acerca de un tema que en los últimos años ha generado un sinfín de discusiones: las infancias trans, así como de su trabajo de acompañante terapéutico. Silvia Susana comenta que para entender qué son las infancias trans es preciso definir lo que se entiende por condición trans, por lo que se deben tener claros dos conceptos importantes: sexo y género, sobre los cuales menciona que: “desgraciadamente en nuestra sociedad y desde hace muchísimo tiempo se han considerado casi sinónimos, pero cuando hablamos de sexo hombre/mujer en realidad estamos hablando de género”. El sexo, señala, “es completamente biológico, tiene que ver con mi cuerpo, los genitales, los cromosomas y hormonas que produce mi cuerpo, por otra parte, el género obedece a una construcción sociocultural”, o sea, cómo las 48


diferentes sociedades en distintas culturas a lo largo de los años y en diversos lugares del mundo van construyendo la idea que tienen de ser hombre y mujer. “Obviamente, estas construcciones sociales, al ser culturales, terminan siendo arbitrarias”, agrega. En este sentido, la activista apunta que sexo y género suelen concebirse como dos cosas que no pueden desligarse, aunque en el mundo real no es así: La realidad nos ha demostrado que no necesariamente hay una correspondencia entre sexo y género: el esquema tradicional de las identidades sexuales nos dice que, si eres macho, si naciste con pene, con cromosomas xy, vas a producir testosterona y tienes que ser hombre; en cambio, si naciste con vulva, cromosomas xx, vas a producir estrógenos, vas a ser mujer, pero no es así. La experiencia ha demostrado que hay hombres que nacen con vulva y hay mujeres que nacen con pene”. Y es así como la autora describe la condición trans: “Cuando un individuo tiene un sexo y un género que no se corresponden de acuerdo con este esquema convencional, entonces estamos hablando de una persona transgénero o transexual”. En este punto la entrevistada hace una precisión, ya que muchas veces se tiende a confundir la orientación sexual con la identidad de género, siendo que la primera se refiere a de quién me enamoro o quién me erotiza, y por otra parte, la identidad de género señala, “es más bien con el quién soy, cómo me asumo, cuál es el género que me corresponde, con el que me identifico”. Con este preámbulo, es posible hablar de infancias trans, con relación a este tema Silvia Susana menciona que: “A diferencia de la orientación sexual que se descubre, y aquí estoy hablando de personas heterosexuales y homosexuales, por lo regular en la pubertad, hay quienes desde la infancia dicen ‘no, pues, yo de niña yo me enamoraba de mi maestro de educación física o de mi maestra de literatura’, pero la identidad de género se descubre a muy temprana edad, entre los dos y los tres años de edad, y lo mismo para personas trans como para personas que no son trans. Dicho sea de paso, de un tiempo para acá, las personas que nacen con pene y se identifican como hombres son hombres cis o cisgénero, y mujeres que nacen con vulva y se identifican como mujeres son mujeres cisgénero; entonces, tanto las personas cis como las personas trans identificamos nuestra identidad de género entre los dos y los tres años. Por supuesto que las personas cisgénero no se dan ni cuenta, en cambio para las personas trans resulta muy claro, porque les dicen ‘eres niño’ y en un momento dado nos reconocemos como niñas; entonces, bueno, ¿qué está pasando?, ¿por qué si soy niño me gusta juntarme con las niñas, me gusta jugar a la comidita, me gusta ponerme la ropa de mi mamá a escondidas?, o dicen que soy niña y resulta que no, yo prefiero jugar futbol o treparme a los árboles, traer el cabello corto, odio los vestidos. En las personas trans esa identidad de género sí produce un momento clave, porque rompe con lo que nos dijeron.” Silvia resume, que las infancias trans son aquellas condiciones de los infantes que 49


descubren su identidad de género distinta a la que les asignaron al nacer, y para redondear el tema añade: “De acuerdo con ciertos lineamientos de UNICEF, la infancia es prácticamente desde el nacimiento hasta los 12 años, cuando ya empieza la adolescencia. Entonces, estaríamos hablando de que las infancias trans son aquellas personas que tienen una identidad de género distinta a la asignada al nacer antes de cumplir los 12 años o que la descubren antes de esa edad.” Por otra parte, la activista reconoce que, si bien los roles son una guía para identificar dicha condición, es inocente y superficial basarse en ellos, pues son algo arbitrario: “En sexología se habla de un concepto llamado variante de género, que se da sobre todo en la infancia y en la adolescencia, y que responde a conductas no esperadas de acuerdo con los roles establecidos. Un ejemplo muy claro es el de la película Billy Elliot, un niño que su papá quiere que sea boxeador y que cuando va al gimnasio ve a las niñas bailando ballet, dice: ‘Yo quiero bailar ballet’. En la película se descubre que no necesariamente que a un niño le guste el ballet o que a una niña le guste el futbol o incluso el box quiere decir que va a ser homosexual o trans, porque además está clarísimo que el niño le gusta bailar ballet en su condición varonil”. Para comprender mejor la condición trans, Silvia recurre a un caso cercano a su experiencia: “Es más allá de lo que nos guste, porque, efectivamente, hay niños con identidad de género masculina a quienes puede gustarle jugar con muñecas, pero cuando un niño juega con muñecas y no es trans, juega a ser el papá de esa muñeca. Cuando yo jugaba a la comidita con las niñas y tenía que ser el papá, era como diciendo: ‘Uhmm, bueno, pues ni modo, seré el papá, porque es la única manera en tengo para poder jugar con ellas’, aun cuando en el fondo yo quería ser la mamá. Y cuando jugaba a doña Blanca, yo quería ser doña Blanca, no el jicotillo. Yo jugaba futbol, porque además me gusta el futbol, pero me hubiera gustado jugar futbol femenil. Ese es el asunto: no es solamente la actividad, no es solamente la variante de género, sino cómo me ubico, y aquí te digo que es complejo porque me ha costado mucho trabajo encontrar palabras, ejemplos o metáforas con las que puedas expresar esa sensación”. La autora describe esa sensación como un no pertenecer al equipo asignado: “La sociedad está dividida, convenga o no al desarrollo humano como especie humana, en hombres y mujeres, y las actividades, incluso las reuniones sociales”. Respecto a esto, recuerda el tiempo en que estuvo casada y vivió como hombre, cuando en la reunión era clara la división de grupos entre señoras y señores, y por su condición debía convivir con los señores a pesar de que ella quería estar en el otro grupo. Silvia no descarta ciertas situaciones en las que se trate justamente de una etapa o mera exploración del infante, por lo que señala continuamente a los padres: “Tampoco es importante que sepamos si a los cuatro o a los cinco años nuestro hijo o hija es trans, digo, a veces pasa que es una etapa o están explorando, pero algunos marcadores, algunas señales más claras que nos pueden dar una mayor idea es preguntarles: ¿cómo te gustaría llamarte? y ¿cómo te imaginas dentro de 15 o 20 años? Si la criatura asignada como niño nos dice que le gustaría llamarse Julieta y quisiera ser enfermera, como que ya hay muchos indicios de que va por ahí”. También pone como recurso la actividad del dibujo, 50


donde se le pide al niño que se dibuje cómo se ve dentro de veinticinco años o sea, una edad adulta y se dibuja con falda y cabello largo o viceversa, que una niña se dibuje con vestimenta y apariencia masculina. Silvia Susana reconoce que, si bien hay mucha información actualmente con relación a la identidad trans, ésta no se encuentra disponible o al alcance de los niños: “Conozco casos de niñas trans de cuatro años que le dicen directamente a su mamá: ‘Mamá, yo no quiero llamarme Juan, yo quiero llamarme Donatella’. Obviamente, esa niña de cuatro años no se va a meter a Google a ver los videos de niñas trans y decir: ‘Yo quiero ser como ella’, o a leer un artículo de Silvia Susana; o sea, por más información que haya, no está al alcance de esos niños y niñas, lo que más bien encuentran es una mayor apertura en papás y mamás que tienen una mayor información”. Siguiendo esta misma línea, Silvia comenta la importancia que tiene la escucha activa a los deseos e inquietudes de los niños: “Hay incluso testimonios de niñas trans y niños trans, sobre todo niñas, en donde le dicen a su mamá: ‘Oye mamá, si yo me muero, ¿cuándo vuelva a nacer ya voy a nacer como niña?’. O sea, fíjate lo fuerte de esa imagen y pensamiento, y hay que tener mucho cuidado, porque si la mamá le dice que sí para quitársela de encima, o para que no sufra, porque además genera mucho sufrimiento el que te obliguen a vivir en un género que no es el tuyo, pensemos lo que puede pasar: que llegue a tal la desesperación de la criatura, que se mate para volver a nacer y nacer ya como niña”. Con relación a su experiencia de acompañamiento, menciona que: “El acompañamiento consiste en hablar con papá y mamá para tranquilizarles, para que sepan que no es una enfermedad, que no es una perversión sexual, que no es que lo violaron, sino que es una condición que, según apuntan algunas teorías, tiene que ver con cuestiones cerebrales, con un gen, una psique con la que nacemos algunas personas. Eso por lo regular les genera un poco más de tranquilidad, de serenidad”. También habla de un trabajo con relación a las expectativas generadas por los padres con sus futuros hijos, puesto que: “por lo regular todo el mundo, todas las personas que tenemos hijos o hijas, pues tenemos ciertas expectativas, a veces, desde el embarazo”, las cuales pueden resultar dañinas. Cuando dichas expectativas tienen que ver con relación a los roles de género, resulta muy fuerte sobre todo para los papás, quienes por lo regular están más sumergidos en una dinámica machista, de construcción de masculinidades fuertes y un desprecio por lo femenino, lo cual también tiene un efecto directo con relación al apoyo hacia los hijos. Silvia, menciona que: “hay estudios por parte de una asociación en México de infancias trans, y del 100% de los papás y mamás que apoyan a sus hijos e hijas trans, 84% son mamás y 16% son papás”. Dichas cifras son importantes, ya que la no aceptación de los papás hacia los hijos o hijas trans genera una ruptura familiar y muchas veces el abandono del padre. Así, el acompañamiento trata justamente de ayudar a un proceso de duelo, ya que “finalmente, aunque la persona sigue siendo la misma, su nombre, su apariencia, su forma de expresarse van a cambiar, entonces, para unos papás y mamás es difícil reconocer en esa nueva expresión a la persona que fue su hijo o hija. 51


El objetivo es acompañar ese duelo y que se vayan encariñando con su nueva hija o nuevo hijo.” Por otra parte, en el caso de los niños, la entrevistada señala que el acompañamiento va más dirigido a una escucha de sus dudas e inquietudes, y hasta cierto punto, en una preparación para enfrentar una sociedad que aún sigue sumergida en una visión imperada por el machismo y que resulta violenta contra lo que es diferente. Acerca de los derechos para las infancias trans, Silvia comenta que para el caso de personas trans adultas se cuenta con los derechos establecidos en la Constitución referentes a la no discriminación; asimismo, habla de un protocolo implementado por el INE, donde se reconoce la identidad trans y garantiza su derecho al voto. Sin embargo, afirma que no existen protocolos a nivel escolar: “No hay en ningún estado, queda a criterio del director o directora el que el niño o niña sea tratado con el género que se expresa.” Y agrega que, si el director no accede, es probable que el niño o niña trans, al no presentarse de acuerdo con el género asignado, se le niegue el acceso a la institución y por lo tanto a la educación, violando dos derechos básicos: el derecho a la educación y a una identidad. A manera de contraste, la activista comenta que existen países como España y Chile en los que sí hay protocolos, en donde al niño se le permite expresarse dentro de la escuela mediante el género con el que se identifica y se le llama con el nombre elegido al momento del pase de lista, aunque el papel oficial, el certificado, lleve el nombre asignado al nacer. Por último, al abordar las dificultades que se presentan como acompañante, Silvia habla de los casos en los cuales existe una clara oposición por parte de los padres a reconocer la condición trans de sus hijos e hijas, lo que lleva muchas veces a abandonar el acompañamiento y, por lo tanto, a interrumpir el proceso de transición del infante. Sin embargo, recuerda con más cariño aquellas experiencias buenas en las que personas se han acercado a ella en busca de ayuda, y trae a colación un momento en especial de una conferencia: “Hace como dos años o tres, hubo un foro de infancias trans que organizó COPRED (Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación) en la Ciudad de México, donde yo hice una pregunta: ¿a qué atribuyen que de diez años para acá ha habido una visibilización importantísima de niños y niñas y adolescentes trans?. Mi teoría era que hay más información, que no está al alcance de los niños, pero sí de los padres, y que además ha habido un cambio muy grande en la crianza, en la que yo soy de la generación de ‘cállate y siéntate’. Hoy en día, afortunadamente, ya se toma en cuenta a sus hijos e hijas y se dan cuenta de que hay una apertura para hablar de esos temas, pero la respuesta que dieron me sorprendió, me dijeron: ‘Es gracias a ustedes, porque han abierto camino’”.

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En la foto: a izquierda, Silvia Susana Jácome García; a la derecha: Alejandra Zuccolotto Rodríguez.

Alejandra Zuccolotto Rodríguez (Córdoba, Ver., 1989) es licenciada en Psicología por la Universidad Veracruzana. Actualmente cursa la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la misma institución. Es becaria en el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias (UV).

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