Número 05 octubre-diciembre 2020

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COMITÉ EDITORIAL PÉRGOLA DE HUMO Núm. 5 (octubre-diciembre 2020) Directora general Tania Rivera Relaciones públicas Alejandra Zuccolotto Editores y dictaminadores Edgar Humberto Paredes Ornelas Gerardo Ronzón Alejandra Zuccolotto Tania Rivera Colaboradores externos Evaluna Pereyra Eufrasio Daniela de la Fuente Mtro. José Luis Martínez Suárez Portada Xilote Ibarra Pacheco Interiores Mónica López REDES SOCIALES Facebook: @pergolaDhumo Instagram: @PérgolaDeHumo Correo electrónico: pergoladehumo@hotmail.com

Registrado bajo licencia Creative Commons. Se permite su reproducción total o parcial citando la fuente.


Sobre nuestros artistas visuales PORTADA Xilote Ibarra Pacheco Inicié en el año 2010 trabajando el collage, la escultura y la fotografía. Posteriormente incursioné en el ensamblaje y el grabado, lo que derivó en una fusión experimental de técnicas que me permitió desarrollar una cosmogonía gráfica y plástica distintiva, en la que una variedad de objetos y materiales confluyen para conseguir una transformación radical en los elementos. La construcción de una obra surge a partir de un objeto que me incita a la especulación en relación con su origen (quién lo diseñó, fabricó, usó, desecho, recolectó o transformó). Éstas son algunas cuestiones que me estimulan al desarrollo de conceptos y estructurar nuevas historias. Redes sociales Instagram: @xiloteibarra Facebook: @xiloteibarrapacheco

INTERIORES Mónica López Estudié en la Escuela Nacional de Pintura Escultura y Grabado La Esmeralda, terminando la carrera en 1993. A partir de ahí comencé con exposiciones colectivas y luego vinieron las exposiciones individuales. He dado clases en el Colegio de México en talleres sabatinos, y por mi cuenta clases particulares. También he colaborado en escenografías para teatro e ilustraciones para arquitectos. No puedo decir que mi trabajo sea puramente abstracto o figurativo, porque siempre invado ambos terrenos. Lo que tal vez sí puedo decir es que el Expresionismo es una constante en mi obra, así como el collage y el uso de diferentes objetos de desecho.


PRESENTACIÓN

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ARTÍCULO “Cuando vayas conmigo… José José y las trampas del amor romántico” Edgar Humberto Paredes 3

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NARRATIVA

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“Sor Oscura” Juan Ignacio Ortega 11

D I C E

“Alondra” Ángel Fuentes Balam 13 “La última congregación” Mauricio Olivier 17

POESÍA “Aproximaciones zen” Karla Dávila 23 “Sacrificio” Francisco José Casado Pérez 24 Dos poemas: “Mujer de ojos rojos” y “Molienda” Enna Osorio Montejo 27


TRADUCCIÓN “El viejo astrónomo”, Sarah Williams “Sredni Vashtar”, Saki 33 Traducciones de Gloria Ramos

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ENSAYO La percepción filosófica de las pasiones y su despertar dentro de la novela Tres pueblos del escritor José Barocio Mayra Vázquez Laureano 39

Í N D

RESEÑA “Cóndores no entierran todos los días: Arquetipo del poder violento en América Latina” Wsneider Cano Montoya 45 “Reseña de Desgracia de J.M. Coetzee. El hombre que lo perdió todo dos veces.” María del Carmen Macedo Odiló 49

I C E



PRESENTACIÓN Decir “gracias” es el cliché de emotividad más

Queridos lectores: Hace ya más de un año, un pequeño grupo de estudiantes de

grande que existe, pero ¿qué otra cosa podríamos decir por el

la Universidad Veracruzana quiso fundar una revista

momento? Nos sentimos profundamente agradecidos con

literaria, con la finalidad de construirse un peldaño en el

los autores que han confiado en Pérgola de Humo para que

mundito de la difusión artística local. Porque claro, la

sus obras vean la luz, pues, aunque el público de las revistas

historia del arte -y particularmente la historia de la literatura-

literarias no sea tan amplio como muchos quisiéramos,

suele mostrarnos que muchos creadores emergentes, los más

nuestra fe en la palabra no puede terminarse. Al

soñadores, están desesperados por estrechar lazos, buscar

compartirnos sus propuestas ganamos nosotros como

influencias y ser reconocidos a como dé lugar, y como

editores, ellos como creadores y, por encima de todo, ganan

última esperanza ante todo eso, no se les ocurre otra cosa que

el arte y las almas sensibles.

hacer una revista. Algo parecido criticaba Octavio Paz, y de

No sabemos por cuánto tiempo más seguiremos

hecho lo anterior pretende ser una muy imprecisa paráfrasis

cumpliendo este anhelo, pero deseamos que, en el tiempo

de su afirmación, cuya pedrada nos causó un humor de esos

restante, nuestra pérgola humeante abrace y a la vez ventile

que producen risita nerviosa. El caso es que de aquel sueño

el sendero de muchos creadores. Ya llevamos un año

de universitarios nació formalmente Pérgola de Humo,

intentándolo, y ha sido obra de ustedes, lectores, escritores,

justamente por estas fechas, pero en 2019.

artistas visuales y gente que ha recomendado el proyecto. El

Ahora que cumplimos el primer aniversario de

mejor agradecimiento que podemos darles está en el esfuerzo

querer ser una humilde “mafia literaria” en nuestra Facultad

con que realizamos este quinto número, el del primer

de Letras Españolas, nos damos cuenta de que en realidad

aniversario. ¡Pasen a leer!

hemos logrado ir más allá de ese inocente egoísmo, o al menos eso creemos. Si bien los espacios de publicación que Comité editorial Pérgola de Humo

ofrecen las páginas de esta revista son todavía limitados, han

Xalapa, Veracruz, México

sido albergue para muchas voces nacientes, no solamente de

octubre 2020

México, sino de varias partes de Latinoamérica. El presente número no es la excepción a dicha regla, pues además de contener el trabajo de valiosos talentos nacionales, cuenta también, por ejemplo, con un participante de Colombia. A esta apertura de fronteras sumamos la intención de crear sanas comunidades para el futuro, por lo que decidimos invitar a dos personas que ya habían sido colaboradores nuestros en números anteriores, y que ahora nos ayudan a realzar la nostalgia de lo que ha sido este proyecto a lo largo de doce meses: Xilote Ibarra Pacheco, quien por segunda ocasión

nos

brinda

una

maravillosa

portada

(complementando así el arte visual de Mónica López para los interiores de la edición), y Ángel Fuentes Balam, narrador que nos comparte el texto “Alondra”.

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Cuando vayas conmigo… José José y las trampas del amor romántico Edgar Humberto Paredes Ornelas

N

o es nuevo hablar sobre la perpetuación del machismo en la cultura popular, ya que es precisamente en esta última donde la opresión patriarcal nace y se reproduce de forma continua. Naturalmente, tampoco la música ha escapado a dicho señalamiento, mucho menos cuando hablamos de artistas ya instaurados en el gusto de una sociedad. Por ejemplo, a un año del fallecimiento de José José, se ha polemizado en varias ocasiones sobre cómo muchas de sus canciones amorosas más entrañables exaltan la normalización de conductas misóginas y “tóxicas” en las relaciones de pareja. Mi objetivo en este sentido es analizar con mayor precisión lo que hasta ahora ha sido un conjunto de menciones más bien superficiales: las diversas representaciones del amor romántico y la violencia machista en algunos de los temas más famosos del llamado Príncipe de la Canción. Es indispensable comenzar aclarando el concepto de amor romántico, el cual, por su carácter altamente idealista, suele asociarse con la categoría de lo “tóxico”, es decir, lo que resulta dañino para quienes lo practican a pesar de ser aparentemente indispensable para el bienestar personal, y que deriva en un círculo vicioso. Según Pilar Sanpedro, este sentimiento funciona a partir de factores sociales y psicológicos: Algunos elementos son prototípicos: inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio con el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así, entre ambos, un todo indisoluble (2004). A partir de lo anterior, puede decirse que el amor romántico se basa en la anulación absoluta del Yo para entregarse al otro, a esa persona cuya presencia se asume fundamental para que nuestra vida se equilibre, y de la cual nos hemos creado una imagen ideal. Dicha entrega desenfrenada favorece la dependencia emocional, y ésta a su vez puede fomentar el dominio extremo de una de las partes de la relación, llegando incluso a la violencia. Para Jorge Cohen, en entrevista con el diario El país, “La violencia de género viene por ahí, ‘porque sos mía’, y el otro se enloquece si esa persona no se comporta como lo estipulado o esperado” (2019). Ya no hace falta una investigación rigurosa para saber que éste es precisamente el modelo de amor que nos caracteriza como sociedad occidental y que solemos aprender de los productos de 4


arte y entretenimiento que más consumimos, como la música y el cine. En el caso de José José, nos encontramos ante un intérprete que ha conformado la educación sentimental de miles de latinoamericanos a través de varias letras que romantizan al extremo la vida en pareja. A continuación, analizaré dicho panorama en algunos de los temas que conforman el repertorio del célebre cantante mexicano. El deseo proyectado La urgencia afectiva, que puede considerarse la primera etapa del amor romántico, se manifiesta especialmente en la canción “Pero me hiciste tuyo” (1981): Quizá fuera el deseo Que esa noche sentía Y al verte entre las otras Busqué tu compañía Quizás sólo buscaba Amor para unas horas Y al conocerte un poco Noté que estabas sola Estas primeras dos estrofas bastan para clarificar el tema central de la composición. Se narra un primer acercamiento casual entre los amantes, en el que el sujeto lírico declara no sentirse seguro de buscar una relación formal al estar mayormente invadido por un deseo pasajero, situación que evidencia al recalcar su búsqueda de un “amor para unas horas”. Pero, aunque aparentemente no exista la intención de hallar un amor duradero, sí hay un afán casi obsesivo por sentirse querido, por saciar algo que se percibe como una necesidad: Tal vez quise olvidar Contigo mi amargura Quizá busqué en tu cuerpo Un poco de ternura Estamos ante el viejo tópico de “un clavo saca a otro clavo”. El sujeto busca llenar su vacío con amor casual, pero inesperadamente se vuelve presa del enamoramiento al exclamar en el coro “Pero me hiciste tuyo, tuyo nada más”. Y ese volverse del otro representa otra faceta de la romantización: perder los estribos y dejarse llevar por el deseo ajeno, como si fuéramos seres sin voluntad. Éste es, sin duda, un principio común de numerosas relaciones de pareja. 5


Mía y de nadie más Cuando la relación se concreta, vienen los celos, el miedo a que la persona amada nos abandone y nos recuerde que estamos incompletos e incapacitados para completar al otro. En la lírica de José José podemos encontrar este tema en la canción “O tú o yo” (1978): Voy a poner cadenas en ti Para que no me engañes Para que no te vayas de mí En busca de otro amante El planteamiento es indiscutiblemente violento desde el principio: retener, encadenar a la pareja para evitar perder su amor a toda costa; pero el sujeto lírico busca justificar su atrocidad a través del amor en sí mismo, y termina confesando su enorme carencia espiritual: Sé que no soy el mejor Que soy un payaso Por eso te guardo aquí Compréndelo, amor, compréndelo Una vez más el sujeto implora ser amado para vivir plenamente, e incluso intenta normalizar la súplica al pedir comprensión a su pareja, como si fuera obvio que ésta debe compadecerse de tan deplorable sentimiento. Sin embargo, la presente letra es apenas la faceta más amable de la posesividad, en la cual el amante se minimiza para dar mayor sentido a su sed amorosa. Por el contrario, en “Cuando vayas conmigo” (1983), la exigencia sentimental se agudiza: Cuando vayas conmigo no mires a nadie Que tú sabes que yo no consiento un desaire Que me sienta muy mal que tú vuelvas la cara Cuando tienes al lado a quien tanto te ama Por razones obvias, esta canción se ha convertido en referencia al tratar de evidenciar el machismo en la música de José José. Aquí el deseo frenético y egoísta no se esconde: eres mía y de nadie más. Y, por si fuera poco, el sujeto profiere una amenaza, la de no aceptar un “desaire”, como si éste pudiera sentirse casi mortalmente ofendido por que ella desarrolle una afinidad mínima hacia cualquier persona o situación que no tenga que ver con lo que existe entre los dos. “Tienes al lado a quien tanto te ama” es la justificación final: Yo te amo de verdad, y si mi amor es sincero, ¿qué más puede faltarte? 6


Sexo y voracidad masculina El tema “Esta noche te voy a estrenar” (1983) deja clara su intención desde el título: “estrenar” a la pareja, como si se tratara de un objeto, en un rito de iniciación sexual. La prueba de amor se combina en este caso con el ejercicio voraz de la masculinidad por parte del amante, quien precisamente fundamenta su deseo incontenible en la exaltación de su hombría y madurez: Ya está bien de niñerías Ya está bien de tanto miedo Ya no soy ningún muchacho Sabes bien que te deseo Y en el fondo estás lo mismo En el fondo estás pidiendo Que te llene de caricias Como yo lo estoy queriendo Enrique Gil Calvo habla de “tres modelos de masculinidad unilateral”: el heroico, el patriarcal y el libidinal. Este último modelo establece que: “es la naturaleza quien hace hombre al hombre, desarrollando sus pulsiones internas: el instinto de placer y de muerte no es voluntad divina ni propia elección personal, sino una fuerza de la naturaleza que un verdadero hombre no está en disposición de controlar” (2006, p. 50). Ésta es exactamente la propuesta de la canción que nos ocupa. El “Ya no soy ningún muchacho” es la señal que lo confirma: Sabes que ya soy un hombre y no me aguanto, así que entrégate. Dicha imposición masculina del sujeto lírico continúa al dar por hecho que su pareja femenina siente el mismo deseo de forma oculta, e incluso llega a utilizar esta premisa para reprocharle su resistencia al acto sexual. Así, la mujer se siente comprometida a tener relaciones íntimas a pesar de sus inseguridades, creyendo que se trata de un sello de amor indispensable. Entonces quedará “estrenada”, perderá la pureza que supuestamente caracteriza a la virginidad. Por lo mismo, queda latente la disputa entre la mujer que ya no tiene su virtud femenina ideal y la que, al estrenarse, es nueva, pero ¿nueva para quién o en qué contexto? Claramente, su novedad radica en el mundo patriarcal. Polvo somos y en polvo nos convertiremos… si no estamos juntos La dependencia emocional, elemento infaltable en la concepción hiperromántica del amor, se hace presente en “Vamos a darnos tiempo” (1981), donde el sujeto lírico, aparentemente consciente del 7


carácter fallido de su relación, implora distancia a su pareja, la cual está sumida en una peligrosa vulnerabilidad: Qué difícil es hablarte y tú no comprender Conversar lo mismo y enfadarnos otra vez Por qué no me dejas que me vaya por un tiempo Sin decirme que al momento Te vas a quitar la vida si me voy La amenaza de suicidio por parte de la persona amada es la representación extrema y definitiva del Sin ti no soy nada. Pero el amante, la voz de la canción, tampoco escapa de esa “toxicidad” aunque parezca hacer un esfuerzo por establecer mejores términos, pues cree que la distancia y el tiempo bastarán para reparar lo que es evidentemente irreparable. Su dependencia se confirma en el coro: Pero antes déjame decirte que te quiero Que tu amor es la única cosa que yo tengo Y me voy de tu lado porque no quiero perderlo Lo que tú y yo necesitamos sólo es tiempo Tiempo para poder curar nuestras heridas Tiempo para empezar de nuevo nuestras vidas Tiempo para saber si tú me necesitas Tiempo para saber si me quieres o me olvidas Entonces, lo que comenzó como un supuesto intento sano de ordenar las emociones de pareja, acabó simplemente por convertirse en una codependencia: Yo tampoco soy nada sin ti. Y aunque se insinúa la aceptación de que el amor pueda terminarse naturalmente, continúa subyacente la idea de que la distancia y la fuerza del amor harán su trabajo tarde o temprano: “Lo que tú y yo necesitamos sólo es tiempo” es el enunciado casi mortal que queda resonando en toda la canción. Conclusiones Debido al carácter meramente popular de las canciones citadas, es posible que algunos elementos de este análisis parezcan banales o demasiado evidentes ante algunos lectores. No obstante, estudiar estos aspectos con precisión es la única manera de clarificar en ellos los mecanismos culturales y semánticos que los relacionan directamente con la romantización excesiva de las relaciones de pareja. En general, hemos podido ver cómo el amor romántico y el machismo, conceptos íntimamente relacionados, han logrado construir todo un imaginario en la música mexicana. José José, uno de los intérpretes más exitosos y queridos en la historia nacional reciente, consiguió un 8


lugar en el corazón de sus escuchas con una receta artística infalible: ser él y además ser todos. En su canto hay un hombre que ama como casi cualquiera de nosotros (de hecho, el lector atento notará que los subtemas en que dividí este trabajo se asemejan mucho al orden de las facetas de un amor hiperromántico). Su amar y querer nos habla de la oscilación entre el goce y el sufrimiento como una medida ya casi utópica de la valentía humana. Ahora sólo resta preguntarse: ¿debe eso enorgullecernos?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Teoría: Gil Calvo, E. (2006). Máscaras masculinas: héroes, patriarcas y monstruos. Barcelona: Anagrama. Sanpedro, P. (2004, julio). El mito del amor y sus consecuencias en los vínculos de pareja. Página abierta (150). Recuperado de http://www.pensamientocritico.org/pilsan0704.htm Souza, R. (2019, 3 de febrero). El amor romántico. El país. Recuperado de https://www.elpais.com.uy/domingo/amor-romantico.html Canciones: Gómez Escolar, L., Seijas, J., Herrero, H. (1978). O tú o yo. En José José (intérprete), Volcán. México: Ariola. Gallardo, J. (1981). Pero me hiciste tuyo. En José José (intérprete), Gracias. México: Ariola. Jaén, A. (1981). Vamos a darnos tiempo. En José José (intérprete), Gracias. México: Ariola. Alejandro, M., Magdalena, A. (1983). Cuando vayas conmigo. En José José (intérprete), Secretos. México: RCA Ariola. Alejandro, M., Magdalena, A. (1983). Esta noche te voy a estrenar. En José José (intérprete), Secretos. México: RCA Ariola.

Edgar Humberto Paredes (Autlán de Navarro, Jalisco, 1996) es estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Forma parte del comité editorial de Pérgola de Humo.

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Sor Oscura Juan Ignacio Ortega

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or Rocío camina a media noche entre los pasillos del convento. Sólo se escucha el aletear de los murciélagos, casi ciegos, que revolotean buscando comida. La religiosa continúa su andar hasta llegar a la parte alta del jardín del monasterio, donde se encuentra el cementerio. Sor Rocío se acomoda debajo de un eucalipto que, a la luz de la luna, parece un ser monstruoso extendiendo sus brazos. La colonia de murciélagos se acomoda entre las ramas. La monja comienza a sacar higos de su hábito. Los murciélagos bajan, uno por uno, por la fruta. Al final, el animal más grande se posa en el hombro de Sor Rocío. Una de las ancianas, insomne, pasa frente a la entrada del cementerio y observa la figura de Sor Rocío. Trata de forzar la vista y en ese momento el murciélago postrado en el hombro de la monja se yergue y extiende sus enormes alas. Es, sin duda, un demonio. La anciana se persigna y se dirige a la celda de la madre superiora. El tañer de las campanas aleja a los murciélagos y atrae a novicias y monjas. Sor Rocío permanece en calma al pie del eucalipto. Las monjas la amarran al árbol por orden de la madre superiora, quien la señala. ―Se le acusa de brujería ―dice la madre superiora, con una mueca de asco. Sor Rocío no contesta, permanece inmóvil con la mirada al piso. Las monjas la rodean, iluminando la noche con velas. ―Quémenla ―pide una de las monjas. ―Quémenla ―se escucha de nuevo. ―Es una bruja ―murmura alguien. La madre superiora levanta su brazo derecho y dibuja un círculo en el aire. Las monjas se apresuran a juntar leña alrededor del árbol. Arrojan las velas y la hoguera se prende. Sor Rocío levanta la vista mirando fijamente a la madre superiora, quien se aterra porque la monja no grita, no llora, no ruega. El fuego consume la ropa de la monja y también sus ataduras. Sor Rocío se pone en pie y camina entre las llamas, con ámpulas en todo el cuerpo y el cabello en llamas. ―¡Odi te!, ¡odi te! ―comienza a gritar. Cientos de sombras aladas caen del cielo. Los murciélagos muerden y desgarran a novicias y monjas. Fotografía: Joshua Newton

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A la noche siguiente, Sor Rocío cierra con cadenas la puerta principal del convento, se acomoda su hábito y camina hacia el bosque, seguida por una nube negra de murciélagos, ansiosos de sangre.

Juan Ignacio Ortega (México). Escritor aficionado, fotógrafo profesional. Instagram: ojuanignacio. Mail: batcave641202@gmail.com

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Alondra Ángel Fuentes Balam

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e escucha una voz, pero no es su voz: son unos sonidos lejanos, guturales y arrítmicos, como si una herida alimaña ofreciera una plegaria a su captor desde una madriguera inhóspita. Es el lamento del dragón que habita dentro de la niña: vibra en las mamparas y en las paredes del baño de mujeres, tatuadas para siempre con injurias vergonzosas que rebasan en creatividad a las pintas de la prisión; hasta que la encargada de la limpieza las elimine con especial quitamanchas, seguirán impactando con todo su odio silencioso en el corazón de las bailarinas. Su nombre está en letras negras y gruesas, seguido de dos adjetivos: “puta” y “gorda”. Mientras vomita, mira el grafo con ojos llorosos e iracundos. Golpea la pared y dobla la columna vertebral por los espasmos. Solamente saca bilis y sangre de la garganta. Las contracciones son brutales; sus quejidos, profundamente lastimeros. Cuando ya no puede pasar más líquidos, camina hacia al lavabo. Se talla la boca, los dientes amarillos, las encías irritadas. Aprieta sus labios, acomodándose el leotardo que perteneció a su madre. Al observarse en el espejo, se ve horrible. Arruga la nariz del asco. Se revisa el cabello: es vital que el peinado no se deshaga; en muchas ocasiones, el peinado es más importante que la mismísima ejecución artística. Lo importante debe reflejarse en la superficie. Al salir, casi se olvida de soltar la llave del escusado. Cuando lo hace, la explosión acuática rompe el silencio del baño, conteniendo en su remolino alaridos insufribles que se burlan de ella. Afuera todo flota en la rutina. Es un globo lo real, el mismo globo de siempre que se estaciona entre las ramas de lo posible y ahí queda sin subir y sin explotar nunca. Camina por la escuela de artes, hacia el aula. El corredor está hinchado de insoportables voces: —Y tres, cuatro. Grand battement. Dos y ¡Estira! —Demi pliè. Así Carolina… —Y la pierna a devant: el empeine y dedos. Un mosco le pica la pierna; no por mucho. Luego de observarlo casi con ternura, da un manotazo con lujo de violencia. Restriega sus nudillos contra la tela: la sangre no puede quedarse adherida a la malla. Se imagina que ella es el mosco y que acaba de ser asesinada por sí misma. Ese acto se repetirá eternamente. Ella vuela hasta su propia pierna, se pica y luego se asesina, aplastando su regordete cuerpo lleno de sangre y bilis. Entra al salón y mira a sus compañeras. Las odio, perras. Las odio a todas. Odio cada una de sus podridas cavidades. Cerdas. Puedo oler el pus de su vagina desde aquí. ¿Por qué siguen vivas? La clase se desarrolla en silencio; repasan los mismos ejercicios de la semana anterior. 14


Necesito algo más, algo mejor, algo. No quiero hacer esto. Pero sí quiero. Me odio. Me quiero aplastar. Detesto el ballet. Me pican las zapatillas. Mi pie es muy grande. Mis nalgas se ven enormes con estas cosas. Me duelen los pechos. Detesto esta música. Odio los espejos. Odio la voz de esa pinche maestra que cree que ninguna de sus alumnas merece la pena. Si ella lo valiera no habría acabado en este lugar, enseñando a niñas imbéciles. Sus piernas tiemblan en el ascenso. Alondra se muerde los labios. Gotas frías de sudor recorren su nuca.

Fotografía: Juli Kosolapova

La clase termina sin mayor incidente. Guarda sus cosas sin cambiarse de ropa. Una a una, las muchachitas dejan el salón solitario, impregnado de una mezcla de olores: talco, pies, axilas, perfume cítrico; la duela huérfana de pies, los cristales empañados. —¡Bye, Alondra! De la mochila, curtida como un árbol viejo, saca un pequeño frasco. Lo abre, echándose una pastilla a la boca. —Si quieres, tengo agua. —No, gracias. Estela sostiene la botella en el aire, sonriéndole con un dejo de repudio. Alondra le responde con ojos fríos. Estela simula un beso (que parece sarcasmo puro), retirándose. Alondra cruza el estacionamiento. Sus pasos son débiles y su andar dibuja patrones irregulares. Otro día más se pierde. ¿Hasta cuándo podré reventar? 15


Alza la cabeza al escuchar unas risas. Mira a cien pasos que va Daniela de la mano de Orlando. Siente en el abdomen un pozo de estiércol, un hueco asqueroso como lo debe ser el culo de Daniela. Se revuelcan sus intestinos, friccionan consigo mismos, quemando, derritiendo, subiendo hacia la garganta como gas. Era obvio que Orlando jamás la notaría, claro como el agua limpia del inodoro. De pronto se siente extremadamente pequeña y liviana, como un mosquito. Así de fea. Así de inservible. Sigue hasta la acera opuesta. Espera el autobús por diez minutos, en los que sobrevuela la ciudad para hallar venas sabrosas que chupar y piensa en algunas maneras para dejar de existir, antes de posarse sobre la pierna de una bailarina mediocre, que la aplasta. Llega el bus. Para pedirle parada al camión, su brazo traza una ligne perfecta; para escalar, sus piernas siguen un movimiento preciso en tres cuartos. En el autobús, repleto de almas aburridas, se pregunta cómo las mariposas que estúpidamente chocan sin cesar en la lámpara del techo pueden volar tan hábilmente a esa velocidad. Es de esas cosas que nadie más que ella se molestaría en averiguar. Mueve la cabeza. Puras pendejadas, Alondra. Por eso nadie quiere hablarte. A través de la ventanilla, observa a los edificios desfilar: se alargan, se deslizan como una serpiente de luces y ángulos agudos. Baja en el centro de la ciudad, que es una proyección de sí misma. Sucio, rebosante de sonidos desagradables, de teléfonos que se quedaron esperando la llamada de no sé quién, los charcos de lodo doloroso, soledades sin edad, lamentos, cariño inválido, dolor otra vez, zapatillas putas que me pican, canciones en los puestos de cacharros, asco, copias fotostáticas, colores que no aguantarán un mes más, masturbación, cuando llegue a casa es lo único que me quedará: tocarme. ―¡Cuidado güerita, la van a machucar! ―grita un hombre viejo, al ver que casi la atropella un auto. Ella reacciona, pero no agradece la advertencia. Mientras camina, repasa la posición de los dedos, las imágenes, la suavidad en las muñecas y a cuántos grados debe colocarse el antebrazo, los codos, la alineación de la pelvis. ―Un agua, por favor ―pide al entrar en una farmacia. Cuando se la entregan, saca otras dos pastillas del frasco y se las echa a la boca. Al tragarlas recuerda su nombre en la mampara del baño, la mirada de sus compañeras, la sangre en sus mallas y en la taza del baño, y recuerda también a Daniela con Orlando. La ciudad hoy es la última de las ciudades. Gorda, llena de sangre, de bilis. Así no llegarás a tener nada. Ninguna posición social, ni una sola obra importante. Saca el frasco, toma tres pastillas. Baja pesadamente del vehículo, sorteando a la gente que viaja de pie y a las bolsas de supermercado que ha colocado una mujer en el suelo. 16


Cruza la avenida. Se detiene para rascar la picadura que dejó el insecto. Pobrecito mosco. Pobrecito. Respira la noche; absorbe en su piel blanca la luz de las farolas; intenta ver las estrellas, pero las nubes se lo impiden. Abre la reja de su casa, el metal lanza un chillido idéntico al de una bruja que se riese de ella. Traspasa la puerta de la sala. ―Buenas noches ―le dice a su madre, absorta en el televisor. Nadie contesta. Extrae el frasco de su mochila, dejándola en un sofá. Va al baño. Saca cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez pastillas. Observa la taza blanca, reluciente, hermosa. La acepta tal y como es. Con un poco de suerte, entre sangre y bilis, se desintegrará para no ver la mañana.

Ángel Fuentes Balam. (Mérida, Yucatán, México, 1988). Director de teatro, escritor y actor. Director de “Perros que parecen laberinto Teatro”. Es autor de los libros: “Melodía tu engranaje quieto” (Editorial El Drenaje), “Cruoris o la rabia que fuimos” (Libros en Red), “Devoré el cráneo de Eros” (Ediciones O) y “Ya nadie cuida las antorchas” (Sangre Ediciones. En proceso). Ha publicado en antologías y revistas a nivel nacional e internacional. Productor de: “Buqueic” (2017-2018), presentación de lectura y acciones escénicas sobre literatura erótica, realizada por autores mexicanos. Actualmente, es director y profesor de la Compañía Escuela de Teatro de “El Claustro”, en Campeche, y cursa el Diplomado en Creación Literaria del INBAL.

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La última historia de la Congregación Mauricio Oliver

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xiste una leyenda, un mito urbano sobre catacumbas clandestinas por debajo de la Catedral X, que usaban los antiguos frailes durante la guerra cristera, para proteger las más sagradas reliquias que habían caído en manos mexicanas. Sin embargo, nadie había encontrado jamás esas cuevas artificiales creadas por el hombre hasta hace poco, a causa de los movimientos telúricos provocados por la explotación de aguas profundas y por las perforaciones subterráneas para crear una nueva línea de metro. Mientras fray Mateo Alcázar colocaba el grial sagrado con el que daba misa en su caja favorita y lo depositaba en uno de los cuartos inferiores de la Catedral, notó que había una enorme piedra suelta. Se acercó para removerla y, con sorpresa, notó que detrás de ella se alargaba un pasillo con las paredes cubiertas por cráneos. Encendió su celular, bendición luminaria del siglo XXI y caminó con cautela en el interior de la catacumba. En el fondo, después de veinte minutos de caminata, topó con una pared improvisada de roca volcánica. Pudiendo más su curiosidad que el miedo de profanar caminos vetustos, corrió por un mazo y un pico para, en poco tiempo, derrumbar el muro falso. La pared se desplomó y dejó ver una vitrina antigua que protegía en su interior un relicario gigantesco, un baúl triangular de dos niveles recubierto de oro fundido y detalles artísticamente místicos. Un candelabro con tres velas en perfecta condición se situaba enfrente del relicario, prueba de que, antes de ser sepultada la reliquia, se pensaba vigilarla y conservarla, pues algo valioso, suponía nuestro fraile, se escondía en su interior. Rompió la vitrina de un mazazo y, no sin pesar, colocó el relicario en el suelo. Lo acarició concupiscentemente, lascivia dactilar extraña para los dedos célibes de un monje. Rompió el candado que protegía el interior del relicario y lo abrió con un orgiástico suspenso divino. En su interior halló un relicario más pequeño, una cajita triangular también tallada en oro con la figura de Jesús, y detrás de él, una cruz que hacía las veces de aureola; en la mano izquierda cargaba una biblia, y en la otra, un pequeño relicario circular. Fray Mateo abrió el relicario para toparse, con una sorpresa más profunda, un relicario idéntico al que sostenía la figura de Jesús que lo protegía. Este relicario, igualmente labrado en oro, con el color carcomido por la longevidad, le provocó al fraile un vuelco en el corazón, presentimiento inequívoco de la magnanimidad milagrosa de Cristo. 18


¡Cómo no se dio cuenta antes! Él, profundo investigador de los evangelios apócrifos y, en especial, de los escritos de su alter ego, el apóstol Mateo El Falso. Él, que conservaba la pintura original de Friedrich Herlin sobre el tema. El Fraile sabía que tenía en sus manos, por las referencias históricas y escritas, por las señales artísticas y por una profunda fe, ni más ni menos, que el relicario original y sagrado que guardaba en su interior el Santo Prepucio de Nuestro Señor Jesucristo. Con el milagro entre las manos caminó víctima de una sonrisa que delataba un gozo en el futuro, la fama y la gloria de haber descubierto, para acabar de una vez con los debates y apócrifos relicarios, y mostrarle al mundo que él era el elegido, que una señal divina le puso en las manos la carne de Jesucristo. Colocó el relicario en su escritorio y dio varias vueltas por el claustro que le servía de estudio. Cogió un botiquín que compró como parte del donativo al Teletón y sacó de su interior un par de guantes de látex para poder abrir el relicario sin el temor a profanar la gloria santísima. Una vez colocados los guantes, con el sudor frío en la frente y el nerviosismo latente en las manos, le dio vueltas a la tapa del relicario. Una manta amarillenta en su interior parecía proteger algo. El fraile no podía con la emoción, demasiado milagro para sí mismo. Sin embargo, tomó fuerzas de su fe ciega y retiró con cuidado la manta. ¡Gloria a Dios!, pensaba mientras la retiraba. La manta no protegía nada. El relicario estaba vacío. Presa de la desesperación, revolvió la manta una y otra vez. Se agachó para ver si en algún movimiento brusco el pedazo de carne sagrado hubiese caído. Nada. Ni en el escritorio, ni en ningún lado. ¡Pero es el relicario!, gritó aturdido Fray Mateo. Buscó con estrépito varios libros de un estante, revolviendo páginas, arrancando, buscando textos subrayados, alterado, sin localizar nada. Y de pronto encuentra la cita que buscaba en un viejo libro sin título y de pasta gruesa, páginas que casi se deshacen al contacto con la piel. En su interior, el dibujo descrito por Mateo El Falso en donde se veía el recipiente dorado en que María Magdalena depositó el prepucio proporcionado por San Juan Bautista. ¡Es el mismo! Dudó un momento de su fe, mientras temblaba a causa del escalofrío que recorrió su espalda mientras una pregunta retumbaba en su cabeza: Si era la piel de Cristo, y Él es divino, ¿cómo es posible que haya desaparecido el prepucio?, ¿sufrió el mismo destino que conlleva en su esencia la carne humana con el tiempo? ¡No!, alguien debe haberlo tomado…, sí, eso es. Alguien robó el prepucio y… ¡Mi gloria!, ¡oh, desdichado halo que ha poseído mi alma! Fuera de sí, sin dejar de pensar en la gloria de las letras de oro en las paredes del Vaticano que confirmaran el descubrimiento de una reliquia real de Jesús, llamó a su monaguillo. Fausto, quien había escuchado atemorizado los gritos y el revoltijo del fraile, corrió angustiado en su ayuda. Cuando entró en la habitación, fue recibido con un fuerte golpe en la cabeza y, desconcertado, sin perder el conocimiento, pero mareado, vio como Fray Mateo lo ataba al escritorio, ignorando las súplicas infestas de terror y con un miedo profundo, capaz de desorbitar los ojos del monaguillo, éste vio como el fraile trastornado cogía un cuchillo afilado y, levantando 19


la levita blanca del pequeño, arrancó, de un solo tajo, el glande entero del pene del monaguillo, para, ya con más calma, e ignorando el grito y desmayo del niño, cortar con cuidado el prepucio, tal y como lo habrían hecho los judíos en tiempos de vida de Jesús. Cortes divinas para la selección indiscutible de reliquias con respecto a la vida, obra y cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. ―Fray Mateo Alcázar, pase al frente con su relicario ―dijo con gravedad la voz aguardentosa del Ministro Celestial de Asuntos Divinos en la Tierra, Benedicto Rosetti. El fraile avanzó con temor, pues se encontraban frente a él no sólo los altos mandos del Vaticano y de la representación de Dios en la tierra, sino también un grupo enorme de fanáticos, que se hacían llamar la Congregación del Santo Prepucio, procedentes de la provincia de Calcata. ―Fray Mateo Alcázar ―repitió el ministro―, está usted aquí presente, proveniente de las lejanas tierras de la antes denominada Nueva España, para demostrar ante los ojos del Juicio de Dios, que usted tiene entre sus manos, y que la Divina Gloria me perdone por lo que mencionaré, el Santo Prepucio de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué tiene que decir al respecto? ―Nada distinto a lo que ya tiene por escrito, su Excelencia Divina ―dijo un titubeante Fray Mateo, tratando de aparentar seguridad sin conseguirlo. ―Entonces, ¿sostiene el hecho de que argumenta poseer el Santo Prepucio? ―Así es. ―Bien, Fray Mateo Alcázar ―dijo tranquilo el ministro―, antes de continuar, tendré que leer la reglamentación que data del año 1742 con respecto a la presunta posesión del Santo Prepucio. Es la única que tenemos, pues no creímos, ni nuestros antecesores, que fuera necesario renovarla, al considerar el tema olvidado. Además, la última vez que la corte entró en sesión con respecto a esta índole fue, si no me equivoco, en 1900, donde la Congregación del Santo Prepucio dijo poseer la reliquia original, pero no se comprobó la veracidad, debido a que fue robada en 1983, fecha desde la cual se han creado debates sobre el irrevocable hecho de la no existencia del prepucio sagrado. De la enorme reglamentación, nos conviene rescatar únicamente el punto en el que se describe el caso en que, de ser falso el prepucio señalado como divino, la persona o personas que lo hayan presentado como real serán capadas y obligados a comer sus propios testículos, como castigo por no tomar con seriedad las leyes celestiales. El fraile comenzó a sudar frío. Rosetti lo miró con fijeza, enfocándose en la gota de sudor que resbalaba por el cacarizo rostro de Alcázar. ―Lo noto nervioso ―dijo Rosseti con sorna― y creo saber por qué. Podemos dejar de lado la visión teológica medieval, en la cual se disputa infructuosamente si Jesús ascendió con todo y prepucio a la Gloria, pues es evidente que al encarnarse hay sujeciones mortales que le impiden elevarse a dicha Gloria en su totalidad. Pues, ¿qué hay de las uñas, la sangre, o la orina que vertió Jesucristo durante sus treinta y tres años de vida humana? Es irracional pensar que, donde quiera que estén estos elementos, ascendieran también después de la resurrección. No cabe la lógica 20


cuando se trata sobre tópicos de fe. Esto sólo se lo digo, mi estimado fraile, para hacerle notar que el prepucio de Jesús probablemente se desintegró poco después de su asunción. El fraile se sentía mareado, no esperaba tal dictamen tan pronto, tan categóricamente. No pensó estar perdido tan de repente, y lamentaba no haber conocido los reglamentos de la Congregación del Santo Prepucio. ¡Él!, ¡el gran estudioso no conocía esas leyes infames! Es algo que le sucede, por lo común, a los pretensiosos: creer que lo saben todo sin haber leído mucho, así que, resignado, siguió escuchando el argumento de Rosetti. ―Es por eso ―prosiguió Rosetti― que aquí ya no tienen cabida réplicas que habitan la esfera de la falacia sobre el prepucio que regresa al cuerpo de Jesús en la resurrección o cosas semejantes, pues la encarnación de Dios presupone mortalidad, ergo envejecimiento y degeneración de una parte del cuerpo de Jesús, que, al ser separado de la divinidad, únicamente goza, o sufre, el proceso de descomposición. Más aún, dejando de lado las tesis de fe, podemos demostrar con base en las investigaciones históricas, que la supuesta existencia del Santo Prepucio se dispersó en la Edad Media, donde tenían poco conocimiento del proceso de circuncisión de los judíos que habitaban los tiempos de Cristo, pues ellos, mi pobre fraile, sólo cortaban el prepucio, sin extraerlo por completo, es decir, el corte no superaba los dos milímetros. ¡Y he aquí, que usted presenta un prepucio en su totalidad!, ¿a quién trataba de engañar?, ¿con qué necesidad, si no premiamos la existencia de milagros, más que con la garantía de la gloria y felicidad eterna al creer en la misericordia de Jesucristo? Pero, aún hay más: fue tan descuidado que no se cercioró si el pobre monaguillo al que amputó de partes nobles continuaba vivo o murió de susto. Pues bien, que él murió, a causa de una infección por el utensilio que utilizó, pero nos contó con detalle la forma siniestra en que usted, por motivaciones del demonio, me inclino a pensar, cortó salvajemente el prepucio del pequeño. Es por ello que lo condeno a castración y a ingerir el fruto de vida que emane de usted en su totalidad. Aprovecho para informar la desintegración de la Congregación del Santo Prepucio, debido a las resoluciones teológicas a las que llegamos, además de que el Vaticano nos ha quitado el subsidio, al tenerse registro reciente de otras siete iglesias que presumen de tener el prepucio de Jesús. Por este motivo, la Santa Sede nos ha quitado la facultad de castigar a estos herejes mentirosos, pero, gracias a mi intervención, nos han concedido la gracia de la última acción de legalidad celestial para expiar a este pecador sacrílego, y he de confesar que me siento honrado de ser yo mismo el que proceda a la castración.

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Fotografía: Debbie Hudson

Fray Mateo Alcázar escuchó estupefacto la sentencia, alcanzó a decir que Dios habló con él y le pidió que tomara el prepucio de un joven virgen para sustituir el de Jesucristo resucitado, y que él, con su omnipotencia, dotaría al extracto de carne el milagro de la perpetuidad, pero todo fue en vano. Mientras lo castraban, era tal el dolor que sufrió una alucinación, o tal vez fue una aparición real. Tenía frente a sí a Jesús que sonreía con sencillez. Estaban ambos desnudos y había un aura de paz alrededor de ellos. De pronto el fraile se pasmó, y antes de desmayarse por el dolor, alcanzó a balbucear que tal vez y sólo tal vez, Jesús no era judío.

Mauricio Oliver (Ciudad de México). Participé en los talleres de escritura del escritor mexicano Herminio Martínez y de la poeta mexicana Andrea Montiel. Estoy próximo a sacar mi primer libro de poesía, derivado del taller “Tinta libre”, de Andrea Montiel. He escrito los guiones de dos cortometrajes mexicanos Absoluto (2018) y Breve (2020).

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Aproximaciones Zen Karla Dávila 1 En este llano terreno la cima del nunca miro incrédula al pasado cubierto de polvo, lo limpio con los dedos. Como ejercicio de honestidad, reparo el lienzo, tomo el tiempo que es esfera rota entre las manos. No hay necesidad de resquebrajar lo ocurrido. Desde esta perspectiva, es borrosa la línea que nos devuelve al presente. Ahora llueve de camino a casa. 2 ‘Hoy estoy aquí’ significa: no estoy allá. El ciclo de las cosas vuelve sobre sí mismo; si lo que pasó fue hecho con meticulosidad o fueron los hechos que tropezaron al azar, ya no importa. Afirmo: sí, fue. 3 Esta esperanza añejada no se marchita se vuelve más blanca, pasa el tiempo.

Karla Dávila (Fresnillo, Zacatecas), 23 años. Pasante de la licenciatura en Filosofía por la Universidad Autónoma de Zacatecas “Francisco García Salinas”; miembro del colectivo de poesía emergente ‘Simposiarquía XIX’ de la Ciudad de México. Ha publicado en Revista Lasílaba y su única esperanza es ir a Japón antes de que el mundo se acabe.

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Sacrificio Francisco José Casado Pérez ET OMNIA PAENE IN SANGUINE MUNDANTUR SECUNDUM LEGEM, ET SINE SANGUINIS EFFUSIONE NON FIT REMISSIO. -Carta a los Hebreos, 9, 22. Henos aquí (de nuevo). De último momento con el cielo al rostro. Miro por encima de los ojos –sobre una tierra donde ya no pertenezco– hacia la teándrica comunión del cuerpo; una voz primigenia detrás de la puerta me conduce sin vacilar sobre este camino de luz. ¿Quién mejor que yo para sufrir por mi propia vida? ¿Cuántos habrán muerto para este momento? Ninguno como tú, oh cordero, ninguno, a pesar de parecernos a ti, excepto cuando la piel no cubre los colmillos. Ambos entendemos desde el nacimiento la imposición de arder juntos, cordero, por nuestra proclive condición de criminal, esbirro, paria de una patria que solicita sangre para emancipar toda culpa ante la nada y así levantar el peso ignoto de los actos im-puestos a hombros del alma. ¿Qué tendrá la sangre para hacer fácil penetrar la letra; saldar cuentas y embrujar a quien la toca en vísperas de la próxima luna? No sientas lástima, cordero, ante la gentrificación del sacrificio. Con el tiempo, la única sangre para ofrecer será la que se desgasta en cualquier oficio: 26


la insensible muerte a través del tiempo. Lo único que nunca sabremos será cuánta fue derramada para que la nuestra se volviera un bien de equivalente oferta. ¿Será suficiente este cuerpo para borrar el castigo sobre la estirpe donde nacimos como cualquier extraño? Aún después de tanto tiempo frente a ella, nunca cesó el sentimiento de culpa. Lo intuíamos, cordero; por nuestra sangre corre la estrella enemiga que algún día habría de salvar al resto de la humanidad; somos los testaferros que revelarán a los muertos la verdad a sus rostros que añadieron las navajas su color pétalo y en todas latitudes a sosegar el corazón: vacío inocuo de la carne. Devórame, padre, así como te he devorado en el intento por resarcir la memoria de quienes dedico esta inmolación; instante –por el momento– donde otros quedan exentos de cualquier falta o adeudo. Queda conformarnos ante nuestro cadáver, cordero, donde la tumba que nos sigue ha lanzado su cadena intangible para dar introducción y reincidencia al martirologio del que nadie lleva la cuenta (¿acaso Dios también queda exento de culpa?) hasta la muerte del último hombre sobre la tierra. Así como el amor ardió sobre mí en soledad, la sangre se azulea por el éxtasis, se deja atrás todo mal dividido entre templos sobe el universo: altares donde se predica el hecho implícito que todo cuenta con una cuota de sangre.

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Francisco José Casado Pérez (Ciudad de México, 1990). De formación arquitecto con enfoque en la restauración de edificios históricos, su curiosidad lo ha conducido en busca de una voz escrita, afortunadamente, publicada por revistas digitales Primera Página, Página Salmón, Granuja, Nudo Gordiano, Teresa Magazine, Perro Negro de la Calle, Sinestesia (Colombia), El Almacén (Perú); así como parte de los fanzines Áspera (#3 y #4), Signos (#1) y ETC #6 del Taller Ambidiestro (Colombia). Recientemente fue seleccionado como parte de la 4ta generación de Nido de poesía de las editoriales Los Ojos del Tecolote y LibrObjeto Editorial.

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Dos poemas Enna Osorio Montejo Mujer de ojos rojos I Nunca supe de sus cantos íntimos y no me hará bien saber de su receta, que mengua los dolores del vidrio y el asombro, porque el vello profuso de su cuerpo abrazando al mío es telaraña rubia sin reliquias; pero el jarrón de agua fresca en el centro de mi mesa, como estuvo sin falta en la suya, adivina claridades. Ana María de vientre dulce, rotundo, tenía voz de papel y con ella tapizó las paredes de la casa al cobijo de un gran árbol; también un timbre color acero para sus escasas palabras que degollaban. Mi cuerpo la recuerda por las marcas que le dejó una mañana, cuando la fiesta familiar abandonó a los niños con hambre y a los adultos ebrios. Al llegar de puntillas me sorprendió en busca del dulce de leche. −Ya te dije que no hay y, si lo encuentras, no es para ti. Nunca supe de sus cantos íntimos y tampoco me hará bien saber de su fórmula para el enervamiento de peces en el estómago, ni de la llave con que guardó en su ropero las almas de asedio capturadas en cajas como moldes de familia. Ana María de vientre abultado tenía la voz original de una santa imposible; con ella el cáncer, verruga de su vientre, y el frutero repleto de bendiciones que pretendo en mi mesa. Nunca tuve sus cantos y me hará bien saber.

II Su casa no fue fría por la pobreza Su casa no fue para mí 29


Me pertenece el último impulso de su entraña Con la voz de pájara Anamaría aprendí a brincarvolar caer l o a brincar v r porque entre los pulmones llevo la aguja mareadora de las aves

III −La clave es estar dispuesta a perderlo todo en cualquier momento. Es lo que va a suceder. Y yo que nací de un puñado de reinos. La historia escrita a color se deslavó en todos los matices del gris. Mi estómago, también deslavado, roído de tanta bilis. −No te quedes haciendo pucheros como una rana en los charcos de la luna. Es tiempo de que te hagas mujer. Y yo que nací de un puñado de reinos… Una vez roto el cascarón de los sueños, como cantó Ana María, no hay vuelta atrás. Porque los pájaros mueren y quedan los críos.

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La molienda Soy vela abandonada en el altar, canica que rodó más lejos para perderse entre la hierba, palillo chino bajo la cómoda de ébano, resignación de piedra. Una tarde tuve que rescatar el dedo índice de mi hermano enredado en la cadena de un columpio; lo hice desde el miedo porque con él señalaría su mundo. Salí de la casa al olvido de las muñecas tras cortarle la frente a mi hermano con unas tijeras: se movió cuando pretendí emparejarle el flequillo. Soy vela que se extingue. Mi nombre era mafia de mujeres que sabían del polvo por la molienda de huesos para la porcelana. En el juguetero las figuras de bone china descansan. Soy humo de una vela.

Enna Osorio Montejo radica en la ciudad de Oaxaca. Estudió la Licenciatura en Humanidades en la Universidad de las Américas, Puebla. Ha publicado en diversas revistas literarias como Cantera Verde; Albedrío de la UNAM; Luvina, Revista Literaria de la UDG; Círculo de Poesía; y Avispero, publicación donde pertenece también al consejo editorial. Ha participado en varias antologías: Poemas para un poeta que dejó la poesía (El Financiero ediciones), Desde el fondo de la tierra, poetas jóvenes de Oaxaca (Editorial Praxis), Cartografía de la Literatura Oaxaqueña Actual II (Editorial Almadía), Asamblea de Cantera, 25 Años (Cantera Verde Ediciones), Como si estrechara tu cuerpo (Dilema Ediciones), entre otras. Becada por el FONCA en el Programa Jóvenes Creadores 2011-2012. Pertenece al Mapa de escritoras mexicanas contemporáneas.

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El viejo astrónomo Sarah Williams Traducción de Gloria Ramos Alcanza mi Tycho Brahe, cuando al fin lo haya encontrado, le diré mi última ciencia, humilde, a sus pies postrado; sabrá las leyes del mundo, mas quizá llegue a ignorar que buscamos, desde entonces, nuestra labor completar. Doy mi teoría entera, te pido que lo recuerdes, sólo unos datos faltantes vendrán cuando los encuentres; el mundo ha de rechazarla, por original y cierta, y la infamia de lo nuevo tal vez sobre ti se vierta. Pero, como mi aprendiz, comprendes el menosprecio; nos reímos de la lástima y gozamos del desprecio. Para nosotros no es nada ni la amistad ni su miel, para nosotros, ya nada los placeres de oropel. Dile al colegio teutón que su honor llega ya en vano, pero no hay que condolerse del sino del docto anciano. Si oscura mi alma anochece, luz será su amanecer, mucho he amado las estrellas para a la noche temer. ¿Tus ojos, mi niño, lloran? Guárdalos para mirar, te harán falta, observador, esta noche y muchas más. Sólo tú me sobrevives, tú que conoces mi plan, ¿no tienes a nadie, dices, y te dejo en soledad? Besa entonces mi frente; algo ha faltado a mi ser desde que mi madre dejó su bendición en mi sien. Puedo apenas comprenderlo: debí mostrar más bondad, quererte con más esmero ya que he de dejarte atrás. ¿No carecí de bondad? No, reñir nos era inferior, 33


la frialdad más reservada fue en nuestra vida el error; mas tu alma es inmaculada, bien te puedo consagrar a servir a nuestra ciencia. ¿La harás avanzar? ¡Lo harás! Quiero revisar contigo todavía ciertas cuentas, saber que tus deducciones serán lógicas y ciertas. Y recuerda, la paciencia siempre es del sensato lema, ni este día, ni mañana, vendrá al fin la era perfecta. Sembré, como Tycho Brahe, lo que otros han de segar, mas, si mis mieses se pierden, no podré yo descansar. Así, sé celoso y fiel, aunque, como yo, sin nombre; cuida que nada te induzca sólo a perseguir renombre. Mi aprendiz, he de marcharme, ya me es imposible hablar, Abre la ventana a Venus, mi vista es muy débil ya; Curioso que, como Marte, rojo luzca el astro perla. La merced de Dios guiará mi paso entre las estrellas.

Sarah Williams (Londres 1837 – 1868). Poeta y novelista, en vida publicó relatos cortos y un volumen de poesía bajo el pseudónimo Sadie. Un segundo volumen de poemas y una novela fueron publicados de manera póstuma.

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Sredni Vashtar Saki Traducción de Gloria Ramos

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onradin tenía diez años y el doctor había proclamado que, en su opinión profesional, el niño no viviría ni cinco más. El doctor era obsequioso y relamido, y tenía poca importancia, pero su opinión venía respaldada por la señora De Ropp, que era la persona más importante para casi todo. La señora De Ropp era la prima y tutora de Conradin y, para él, representaba esos tres quintos del mundo que son reales y desagradables y necesarios; los otros dos quintos, en perpetuo antagonismo con los anteriores, se limitaban a él mismo y su imaginación. Conradin suponía que uno de estos días sucumbiría ante la presión aplastante de las fastidiosas cosas necesarias, como las enfermedades, las restricciones atosigantes y el aburrimiento prolongado. Sin su imaginación, que corría desbocada bajo la espuela de la soledad, habría sucumbido desde hace mucho tiempo. La señora De Ropp no hubiera admitido, ni en sus momentos de mayor honestidad, el desagrado que sentía por Conradin, aunque tal vez sí alcanzaba a darse cuenta de que reprimirlo “por su bien” era una tarea que no le resultaba del todo molesta. Conradin la odiaba con una sinceridad desesperada que era capaz de ocultar a la perfección. Los pocos placeres que lograba procurarse ganaban un gusto adicional por la sola idea de que podrían enfadar a su tutora y el reino de su imaginación estaba cerrado para ella, que era un ser impuro que no debía encontrar acceso. El jardín sombrío y miserable le ofrecía escasos atractivos. Estaba vigilado por numerosas ventanas siempre a punto de abrirse con un llamado para no hacer esto ni aquello, o con un recordatorio de la hora de los medicamentos. Los contados árboles frutales que crecían en él se hallaban celosamente protegidos contra manitas hambrientas, como si fueran ejemplares extraordinarios de su clase que florecían en la aridez de un baldío; hubiera resultado difícil encontrar a algún tendero dispuesto a ofrecer siquiera diez centavos por toda su cosecha anual. Sin embargo, en un rincón olvidado, casi oculto detrás de unos arbustos taciturnos, se erguía, abandonado, un cobertizo de buen tamaño donde se guardaban las herramientas. Entre sus muros, Conradin encontró un refugio, un lugar que asumió los distintos papeles de cuarto de juegos y de catedral. Lo había poblado con una legión de fantasmas familiares, que evocaba en parte de fragmentos de la historia, en parte de su propia mente, pero también ostentaba dos habitantes de carne y hueso. En un rincón vivía una gallina de Houdan de plumas desgreñadas a la que el niño le mostraba un afecto que casi no tenía otro desahogo. Más al fondo, entre las tinieblas, había una enorme jaula conejera dividida en dos compartimientos, uno de los cuales tenía 35


apretados barrotes de hierro en el frente. Esta era la morada de un gran hurón salvaje; un amistoso chico carnicero lo había traído de contrabando, con todo y jaula, a su recinto actual a cambio de unas piececillas de plata atesoradas a escondidas durante largo tiempo. Aunque Conradin sentía un pavor terrible de esa bestia ágil de colmillos afilados, era su posesión más preciada. Su sola presencia en el cobertizo era una dicha secreta y temerosa que debía ocultarse a toda costa de La Mujer, como Conradin llamaba a su prima cuando estaba solo. Y un día, de quién sabe qué material, le urdió a la bestia un nombre maravilloso y, desde ese momento, ésta se convirtió en su dios y su religión. La Mujer se entregaba a la fe una vez a la semana en una iglesia cercana y llevaba a Conradin con ella, pero, para él, ese servicio religioso era un rito ajeno de un templo pagano. Cada jueves, en el tenue silencio impregnado de humedad del cobertizo, en elaboradas ceremonias místicas, rendía culto ante la jaula de madera donde moraba el grandioso hurón, Sredni Vashtar. En su altar se ofrendaban flores rojas en temporada y bayas escarlata durante el invierno, ya que era un dios que sentía especial inclinación por el lado impaciente y feroz de las cosas, a diferencia de la religión de La Mujer, la que, hasta donde Conradin podía observar, se inclinaba justo en la dirección opuesta. En las festividades mayores se rociaba nuez moscada en polvo frente a su jaula; un rasgo importante de esta ofrenda era que la nuez debía ser robada. Dichas fiestas eran ocurrencias irregulares y, principalmente, se marcaban para celebrar algún evento pasajero. En una ocasión, cuando la señora De Ropp sufrió un fuerte dolor de muelas durante tres días, Conradin mantuvo la celebración los tres días completos y casi logró convencerse de que Sredni Vashtar era el responsable directo del dolor de muelas. Si el malestar hubiera durado un día más, la reserva de nuez moscada se habría agotado. A la gallina de Houdan nunca le atrajo el culto de Sredni Vashtar. Tenía tiempo que Conradin había decidido que la gallina profesaba el anabaptismo. No tenía ni la menor idea de qué era el anabaptismo, pero albergaba la esperanza de que fuera algo intrépido y no muy respetable. La señora De Ropp era el modelo en el que basaba y detestaba todo lo respetable. Después de un tiempo, la constante presencia de Conradin en el cobertizo comenzó a llamar la atención de su tutora. No le hace bien andar perdiendo el tiempo ahí a todas horas, decidió inmediatamente y, una mañana, durante el desayuno, anunció que, de un día para otro, había vendido la gallina de Houdan. Luego observó a Conradin con sus ojos miopes, esperando un estallido de ira y dolor, para el cual ya tenía listo un gran sermón lleno de excelentes preceptos y razonamientos. Pero Conradin no dijo nada: no había nada que decir. Tal vez algo en la palidez de su rostro le provocó a la señora De Ropp un remordimiento pasajero ya que esa tarde, a la hora del té, sirvieron pan tostado, una delicadeza que usualmente estaba prohibida bajo pretexto de que le hacía daño al niño y también porque prepararlo significaba “una molestia”, lo que era una ofensa mortal ante los ojos femeninos clasemedieros. ―Pensé que te gustaba el pan tostado ―exclamó, con aire ofendido, al notar que él no probaba bocado. 36


―A veces ―dijo Conradin. Esa tarde en el cobertizo, se añadió una innovación al culto del dios de la jaula. Conradin acostumbraba cantar sus alabanzas, pero esa noche entonó una plegaria. ―Concédeme un milagro, Sredni Vashtar. No especificó el milagro. Sredni Vashtar, en su calidad de dios, tendría que saber lo que le pedía. Conradin ahogó un sollozo al mirar el otro rincón vacío y regresó a ese mundo que tanto odiaba. Y cada noche, en la grata oscuridad de su cuarto, y cada tarde en el crepúsculo del cobertizo, se elevaba la amarga letanía de Conradin: ―Concédeme un milagro, Sredni Vashtar. La señora de Ropp se dio cuenta de que sus visitas al cobertizo no cesaban y un día realizó una inspección más profunda. ―¿Qué guardas en esa conejera atrancada? ―preguntó―. Creo que son cuyos. Haré que se los lleven. Fotografía: Annie Spratt Conradin no pronunció palabra, pero la mujer saqueó su dormitorio hasta que encontró la llave que él había escondido con sumo cuidado y, en el acto, se encaminó al cobertizo para completar su descubrimiento. Era una tarde fría y a Conradin se le había ordenado no salir de la casa. Desde la ventana más lejana del comedor apenas y podía verse la puerta del cobertizo, detrás del borde de los arbustos; ahí se apostó Conradin. Vio a la mujer entrar y la imaginó abriendo la puerta de la sagrada jaula para luego asomarse con sus ojos miopes a la gruesa cama de paja donde su dios yacía escondido. Tal vez daría de manotazos a la paja en su torpe impaciencia. Conradin suspiró con fervor su plegaria por última vez. Pero supo, mientras oraba, que su fe no era auténtica. Sabía que, en cualquier momento, La Mujer saldría del cobertizo con esa sonrisa apretada que él tanto odiaba verle en la cara, y en una o dos horas el jardinero se llevaría a su maravilloso dios, ya no divino, sino un simple hurón café en una conejera. Y sabía que La Mujer siempre triunfaría como triunfaba ahora y él se pondría cada vez más enfermo bajo su acoso y su dominio y su sabiduría superior, hasta que un día ya nada importaría para él y el doctor tendría razón. Y en el dolor y la miseria de su derrota, Conradin comenzó a entonar, en voz alta y desafiante, el himno de su ídolo amenazado: Sredni Vashtar prevaleció, Sus pensamientos eran sangrientos y sus colmillos blancos. Sus enemigos imploraron la paz, pero él les trajo la muerte. Sredni Vashtar, El Hermoso. 37


Y, de pronto, dejó de cantar y se apretó contra el cristal de la ventana. La puerta del cobertizo había quedado entreabierta y los minutos corrían. Eran largos minutos y, sin embargo, corrían. Conradin observó a los estorninos que jugaban y volaban en pequeños grupos por todo el jardín; los contó una y otra vez, siempre atento a la puerta del cobertizo. Una sirvienta mal encarada entró a poner la mesa para el té, pero Conradin continuó de pie, a la espera, observando. La esperanza invadía poco a poco su corazón y, ahora, una mirada triunfal comenzó a arder en sus ojos que sólo habían conocido la paciencia melancólica de la derrota. En voz baja, con furtivo entusiasmo, retomó su himno de victoria y devastación. Y, en ese momento, sus ojos contemplaron su recompensa: atravesó la puerta una bestia café y amarilla, sus ojillos entrecerrados contra la luz crepuscular, una humedad oscura manchaba el pelo de sus quijadas y su garganta. Conradin cayó de rodillas. El gran hurón salvaje se abrió camino hacia un arroyito al pie del jardín, bebió por un momento, después, cruzó un pequeño puente de madera y se perdió de vista entre los arbustos. Tal fue la marcha de Sredni Vashtar. ―El té está listo ―dijo la sirvienta mal encarada―. ¿Dónde está la señora? ―Bajó al cobertizo hace un rato ―dijo Conradin. Y mientras la criada fue a llamar a su señora para la hora del té, Conradin sacó el tenedor de tostar del cajón de los cubiertos y comenzó a tostarse una rebanada de pan. Y mientras lo tostaba y lo enmantequillaba con mucha mantequilla y se lo comía con tranquilo placer, Conradin escuchó los sonidos y silencios que estallaron en rápidos espasmos más allá de la puerta del comedor. Los estridentes gritos idiotas de la sirvienta, el coro de exclamaciones interrogativas que les respondieron de la región de la cocina, un rumor de pasos apresurados y la urgencia de los emisarios que salieron a buscar ayuda, y luego, después de un momento de calma, los sollozos aterrorizados y el andar vacilante de aquellos que transportaban una pesada carga al interior de la casa. ―¿Quién le va a decir al pobre niño? ¡Yo no podría hacerlo por nada del mundo! ―dijo una voz chillona. Y mientras discutían el asunto entre ellos, Conradin se preparó otra rebanada de pan tostado.

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Hector Hugh Munro (Birmania 1870 – Francia 1916). Mejor conocido por su pseudónimo Saki, escribió numerosos relatos cortos, publicados en varias antologías como son Las crónicas de Clovis (1912), Bestias y súper bestias (1914) y Juguetes de la paz (1919). Gloria Ramos [traductora] (Ciudad de México, 1985). Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán, se especializó en traducción literaria en la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción. Forma parte del colectivo de traducción Falsos Amigos.

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La percepción filosófica de las pasiones y su despertar dentro de la novela Tres Pueblos del escritor José Barocio Mayra Vázquez Laureano

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uando se hace alusión a las pasiones, la primera connotación que se asigna es siempre negativa, pero esto tal vez se deba a que no hay una concepción acertada de lo que una pasión es y representa. Su alcance dentro de la literatura a lo largo de la historia es incuestionable, y la narrativa colimense no es la excepción. Por ello se abordará el tema de las pasiones dentro de la novela Tres Pueblos (1997) del escritor José Barocio. José Merced Méndez Barocio, nacido el 28 de mayo de 1970 en Chinicuila, Michoacán, es un escritor responsable de la difusión de obras escritas por autores colimenses contemporáneos a él, gracias a su trabajo en el programa de radio Voces de la literatura regional de 1994 a 1996, y su colaboración en La flama en el espejo. En cuanto a la percepción general de la pasión, los pensadores estoicos la concebían como el origen de la zozobra y de la turbulencia del ánimo, la “detresse” que nos lleva al desastre, y la única manera de librarnos de este tormento que es la pasión es llegando a la ataraxia. Spinoza, por otra parte, estaba convencido de que las pasiones no debían eliminarse, pues nacen de nuestra naturaleza y por tanto es necesario preservarlas. La cuestión es saber si las pasiones enriquecen o perjudican al hombre, qué pasiones pueden surgir en el niño, y específicamente cuáles pasiones se ven reflejadas a lo largo de la novela Tres Pueblos y despiertan en el niño según su entorno. Dentro de Tratado de las pasiones se explica que, a lo largo del tiempo y para poder entender el término “pasión”, varios personajes importantes en la historia han marcado su propio concepto de éste. Tal es el caso de Hegel que, citado por Gurméndez, manifiesta lo siguiente: Y si llamamos pasión al interés en el cual la individualidad entera se entrega, con olvido de todos los demás intereses múltiples que tengo o pueda tener, y se fija en el objetivo con todas las fuerzas de su voluntad y concentra en este fin todos sus apetitos y energías, debemos decir que nada grande se ha realizado en el mundo sin Pasión (1986). Entre el listado de pasiones que Gurméndez nos ofrece, y la naturaleza fuerte o débil que ellas tienen, retomaremos tres pasiones que se relacionan directamente con el protagonista, José Ciriaco Yaco: la ambición, el odio y el amor. Rememorando el título, se hablará del despertar de las pasiones dentro de la novela Tres pueblos de José Barocio. Por consecuencia, no será posible ver 42


total ejercicio de las pasiones que se enlistarán a continuación, sino un inicio claramente señalado que, aunque tenue, será suficiente para ver su impacto en el actuar. Retomando a Gurméndez (1986), sabemos que la ambición es una pasión que manifiesta la voluntad pura del deseo. Es una mezcla enérgica de envidia, codicia, avaricia, celos, lujuria y amor. Nace de nosotros mismos, y es la radicalización de un deseo como objetivo: se considera pasión cuando existe con claridad un objeto a aprehender. Justamente desde el inicio se puede comprender que es un claro despertar y experimentar con estos sentimientos que generan necesidades. Dentro de la novela de José Barocio podemos ver dos figuras clave cuyos ideales se enfrentan: por una parte, se encuentra Martín Flores, el maestro de primaria, que personifica la ambición llevada a un alto grado; y por otro está Ciriaco, el padre de José, cuya escasez de objetivos se refleja no solo en él, sino en los hermanos mayores de nuestro protagonista. Martín Flores muestra a José el esfuerzo con el que se empeña en conocer y hacer conocer la historia de la comunidad para no ser repetida por los habitantes. Su objetivo no es otro sino “convertirse en un investigador erudito y dejar para siempre la docencia, que no le gusta ni para verla pasar como papalote” (1997, p. 14). Este personaje exhorta a José a indagar, a saber y conocer más sobre diversos temas, especialmente en su propia historia. Don Ciriaco, por otra parte, es una repetición misma de la falta de ambición que tanto existe en las zonas rurales: Lo único que hacen cuando regresan es oír a Los Tigres del Norte. […] Ninguno se ha hecho rico en esos viajes, ganan algunos dólares y los gastan en mujeres y cerveza cuando vienen a Tres Pueblos; esos dólares no han sido suficientes para salir de pobres (Barocio, 1997, p. 22). Ambas figuras se posicionan frente a José, como bifurcaciones a seguir, entre las que debe elegir cuál le asegurará una retribución a futuro. No exactamente, pero debe seguir alguna opción: tener o no ambición, y permitirle crecer dentro de sí para lograr lo que aspira. A esto se refería Gurméndez (1986) cuando señala que la pasión debe ser tomada como una llama que se enciende del ser, lo impulsa y consume hasta sentir saciedad, y no de manera negativa, como las tinieblas de la razón. El hombre, movido por el poder, quiere sentirse afirmado como un individuo. Las carencias de José toman la bifurcación: se transforman en metas, en el deseo de tener algo que considera fundamental: comodidades monetarias. “Ya sé lo que quieres hacer cuando seas mayor: sembrar y vender marihuana, ese será un buen comienzo para que seas otro tipo de cultivador, muy diferente a tu padre” (1997, p. 22). Deja de lado la figura paterna como un agente impulsor de sus ambiciones y, como busca Martín Flores, no desea repetir la historia de sus antepasados: tumbar, sembrar y hacer hijos. 43


En cuanto al odio, se menciona como la sensación de oposición hacia el otro que nos mantiene en disputa con ideas ajenas. El personaje infantil muestra esta pasión despierta, sus desacuerdos con la percepción que los mayores comparten no le satisfacen, y es por ello que comienza a tener sentimientos negativos hacia ellos. Las principales figuras con las que tiene conflictos son sus padres. Su estilo de vida, similar al de todos los adultos del pueblo, le afecta negativamente y le priva de ciertas comodidades, como se ve reflejado en el inicio de Tres Pueblos: “Ya sé: estás renegando porque tendrás que cuidar los hijos que Dios le mande a tu padre” (1997, p. 19). La contradicción con su padre no es exclusiva de la falta de ambición en uno y el inicio de ésta en otro. La carga que es heredada de padre a hijo puede ser en ocasiones poco soportable o no requerida. Esta clase de antagonismo la vemos desde el nombre. José Ciriaco se llama así en honor a su padre, un sembrador cuya hombría jamás será puesta en tela de juicio gracias a los 12 hijos que tiene. El problema no es solo con su padre, pues el narrador puntualiza también una oposición hacia su madre: “Ya sé que te cae gorda tu mamá por tener un hijo cada año” (1997, p. 20) Muchas veces esta pasión lleva a un comportamiento irracional, sin embargo, en los niños de ocho años o menos, es un poco más complicado que se llegue a ese nivel. Las confrontaciones con la figura paterna son más usuales de lo que se cree, y no siempre conllevan una reacción violenta o física. En este caso, una fuerte razón por la cual José siente aversión hacia los actos de su padre es la relación que mantiene con Don Chema, el papá de los Alatorre. Cuando sentimos al otro como una potencia que puede dañar nuestra integridad es que la pasión de la que hablamos comienza a tomar fuerza dentro de nosotros. El odio marca una división entre los hombres, como puede apreciarse cuando los soldados llegan a la comunidad buscando presuntos culpables, y comienzan a abusar del poder que se les ha conferido. Es entonces donde José debe crear juicios de valor respecto a las acciones llevadas a cabo por el ejército: “No estás a gusto en un pueblo sin policías, donde se matan hasta porque una mosca se les paró en la nariz; te repugna este pueblo de matones, no soportas tanta violencia cuando todo podría tener una solución sin las armas” (1997, p. 48). Las pasiones son cambiantes, tanto de intensidad como de objetivo. Entre las pasiones que pueden o no ser tomadas de manera negativa, existe una cuyo matiz es mayormente positivo y lleno de esperanza, esta pasión es el amor. El amor se apodera de quien lo posee, lo domina y convierte a uno en pertenencia del otro. Es una pasión que no necesita ser desarrollada totalmente para ser efusiva y esperanzadora. El amor implica una unión cuerpo-espíritu por las partes vinculadas. El amor es una actitud voluntaria; según el Diccionario de filosofía (1953, p. 51), el amor saca de su aislamiento a la personalidad individual conduciéndola al devenir en las formas primordiales de comunidad humana. En la novela Tres Pueblos, las interacciones que aluden al amor en mayor o menor medida, son entre José y los hermanos Alatorre: “Guillermo te besa en la boca y Efraín te lame el cuello. Los 44


tres son un bulto, una sola masa, un ser con tres corazones, seis manos, tres bocas” (1997, p. 38). También se habla de ellos como la Santísima Trinidad. David Le Breton, por su parte, señala en Las pasiones ordinarias (1998) que el amor no necesita de demasiado contacto físico, aunque así lo parezca, pues la unión asciende a un plano también espiritual. En el amor, el beso y el contacto físico carecen de medida, porque su límite es la ternura. Mientras el amor que José siente por los Alatorre se gesta dentro de sí, en ocasiones es difícil aceptarlo como amor: “Se nota que los Alatorre te gustan, no abras la boca como si el mundo se fuera a acabar, te gustan y eso a nadie le importa, o a ti ¿te importa aceptarlo?” (1997, p. 23). Barocio comulga con la idea que Giacomo Leopardi muestra en Las pasiones (2013, p. 12), “un amor excesivo puede acabar en un egoísmo que cierra a los demás cualquier posibilidad; por el contrario, un amor equilibrado genera cuidados y afectos”. Podríamos concluir con la afirmación del poder que ejercen las pasiones dentro de la conciencia; mueven al ser, y éste no llega a ningún lugar sin ellas. Inclusive desde pequeños, las emociones que nos dominan fugazmente repercuten en nuestras acciones, hasta apoderarse de nosotros mismos. En consecuencia, el despertar de las pasiones es parte de la transición de la infancia hacia la adolescencia; la diferencia es que, si dicha transición se ve apresurada, la exploración de las pasiones que conforman la naturaleza humana no seguirá un cauce, e irá hacia objetivos difusos.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Barocio, J. (1997). Tres Pueblos. México: Praxis. Brugger, M. (1953). Diccionario de filosofía. España: Herder. Consuegra Anaya, N. (2010). Diccionario de psicología. Bogotá, Colombia: Ecoe. Gurméndez, C. (1986). Tratado de las pasiones. México: Fondo de Cultura Económica. Hume, D. (2007). Tratado de la naturaleza humana. México: Folio. Le Breton, D. (1998). Las pasiones ordinarias. Argentina: Nueva visión. Leopardi, G. (2013). Las pasiones. España: Siruela. Papalia, D. (1987). Psicología. México: McGraw-Hill.

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Mayra Vázquez Laureano. Licenciada en letras hispanoamericanas, egresada de la Universidad de Colima. Se desempeña como Asistente de investigación Centro de Estudios Literarios Universidad de Colima. Ha participado en el foro “Estudiantes de narrativa” en la Feria Internacional del Volcán Colima 2018, y en el foro “Ellas son creadoras”, parte de la actividad “Cultura y mujeres, las voces de un encuentro”. Recientemente colaboró en el libro titulado Homenaje a Salvador Márquez Gileta. Acercamientos a su narrativa, con el capítulo “La representación de la casa dentro del imaginario de Salvador Márquez Gileta en la novela España, la calle”.

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Cóndores no entierran todos los días: Arquetipo del poder violento en América Latina Wsneider Cano Montoya

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a violencia política ha sido el rasgo característico de los pueblos latinoamericanos. Se ha perpetuado tanto que no es descabellado tildar este tipo de violencia como arquetipo de las confrontaciones que han desangrado los pueblos de esta parte del mundo. Un ejemplo específico, pero no por ello menos latinoamericano, es Colombia. Este pueblo no sabe, históricamente, lo que es la paz. Desde su independencia del dominio español, las guerras intestinas le han estado carcomiendo. Podría decirse que Colombia es (porque aún hoy lo sufre) un claro ejemplo del complejo caínico: el hermano que mata al hermano. La historia de este rincón del mundo tiene en su haber muchas guerras, pero aquí se abordará una en especial: la época de la violencia. Dicha contienda se dio a finales de la década del cuarenta del pasado siglo, teniendo como detonante la muerte, el nueve de abril de 1948, del “caudillo” liberal Jorge Eliecer Gaitán. Mucho se ha escrito sobre este momento en la historia del país; sin embargo, desde la literatura, hasta el día de hoy, una novela escrita y vivida por Gustavo Álvarez Gardeazábal (Tuluá, Valle del Cauca, 1945) sigue siendo el más grande referente para entender desde dentro el verdadero límite de la contienda entre los dos partidos políticos imperantes del momento, a saber: liberales y conservadores. El título de la novela es Cóndores no entierran todos los días, título enigmático que devela su sentido real en las últimas líneas, donde el autor da una última estocada a su personaje principal, llamado León María Lozano. La novela narra la vida de un habitante de Tuluá, pequeña ciudad ubicada en el departamento del Valle del Cauca. León María Lozano era un hombre de a pie, común. En su juventud trabajó como librero, hecho que no lo determinaba en cuanto a aspiraciones intelectuales. El inicio de la novela nos muestra al personaje siendo testigo de un hecho aberrante: una persona pasa a cuestas de un caballo, completamente envuelta en fuego. Esta acción es muy importante en la trama del libro, porque allí comprendemos que esa persona fue incinerada por un grupo de liberales, dejando comprender que pertenecía al bando opuesto: el partido conservador. El ser testigo de dicho suceso tuvo una enorme repercusión en el espíritu de León María, quien era profeso militante de los conservadores. Para dejar claro la postura política de ambos bandos puede sintetizarse como sigue: los liberales eran aquellas personas que entendían la libertad de acción y pensamiento como fundamento para la creación de un estado acorde a las exigencias del momento (gran influencia del sistema de los Estados Unidos); por su parte, los conservadores comprendían que el mantenimiento del status quo, entendido como el control por parte de la aristocracia y el

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sustento moral de la iglesia católica, era la mejor forma de “conservar” lo que se tenía desde siempre. Estas condiciones eran por sí mismas, ingredientes para el derramamiento de sangre. Volviendo a la narración, posteriormente León María consigue, gracias a la ayuda de una reconocida dama liberal, Gertrudis Potes, un puesto como vendedor de queso. Hasta aquí el personaje no es relevante en su entorno, pero todo cambia el día que se anuncia en la radio el asesinato en la ciudad de Bogotá, del líder liberal y máximo candidato a la presidencia, Jorge Eliecer Gaitán. Esto tuvo su repercusión en la pueblerina Tuluá, incitando a los liberales que allí vivían a tomar justicia por mano propia, intentando quemar el colegio de los salesianos, construido con el apoyo de personajes conservadores. Dicho colegio está ubicado aledaño al hogar de León María, quien en un acto inesperado de valentía, enfrenta a la turba, lanzándole un taco de dinamita. El hecho no deja víctimas, pero sí crea en el vendedor de quesos la idea de ser fiel a los ideales conservadores y en los demás habitantes del lugar, como héroe y villano a partes iguales. El siguiente hecho relevante es el deseo de arribar a Tuluá de algunos máximos dirigentes del partido conservador, quienes pretenden organizar un grupo de personas que estén en disposición de defender la causa, incluso si tomar las armas es necesario. Debido a la tensión generada por la guerra declarada por ambos partidos, los principales conservadores de la ciudad evitan tomar en sus manos la responsabilidad de estar al frente de tan compleja empresa. Es allí donde León María, gracias a la fama adquirida por evitar la quema del colegio, y viendo engrandecido su ego, decide hacerse cargo de un grupo armado conservador. Desde ese momento comienza un continuo paseo de la muerte por las calles Tulueñas y sus alrededores. León María, el vendedor de quesos, el hombre que fielmente iba a misa de seis todos los días, defensor de la moral cristiana y de la tradición conservadora del país, se convierte en el cabecilla de los llamados Pájaros, brazo armado ilegal del conservadurismo. Como lo dijo en algún momento su autor, esta novela es un fiel retrato del poder. Esto es tan evidente cuando la narración nos va mostrando el actuar del personaje; cómo manda a matar, como si de cualquier cosa se tratara, de cuanto liberal hubiese participado en la asonada. Pero no paró allí: expandió su reino del terror a las zonas rurales, donde incluso hizo derrumbar las puertas de una cárcel donde estaban detenidos algunas personas conservadoras. León María perdió la cabeza, aunque sus órdenes eran tan claras que no podría pensarse que estaba loco. No, sus decisiones, que estaban permitidas por ser fiel al partido, no le dejaban ver que, noche a noche, semana a semana, eran asesinados aberrantemente familias enteras, hombres, ancianos, niños, mujeres… todo esto por ser liberales, por ser “la chusma”, como también se les conocía. Así fue el auge de este tímido vendedor, quien de un día para otro se encontró con la posibilidad del poder; posición que de antemano le perdonaba por los crímenes que cometiera. La danza de la muerte le permite a León María adquirir tanto poder, que los mismos dirigentes del gobierno departamental del Valle del Cauca, son tratados con prepotencia. En uno de los viajes de este a la ciudad de Cali, para exigir que le regresen el puesto de docente a una mujer conservadora, nos narra cómo surge el apodo que le hará famoso. En una de estas oficinas hay un “gringo” que se admira por la forma como León María se dirige al gobernador; es en ese 50


instante que le pregunta a uno de los guardaespaldas de este por su nombre, a lo cual responde: “El Cóndor, líder de Los Pájaros”. Esta comparación al “Cóndor” le maravilló, porque nominalmente le hizo sentir poderoso. Finalmente, después de asesinar a personas reconocidas de Tuluá que eran de los pocos liberales que quedaban, León María logró tanta fama, que todo el país supo de su quehacer, hecho este que le provocó el destierro, pero nunca fue juzgado por los crímenes cometidos, lo que demostraba que la dirigencia conservadora del estado no lo señalaba, debido al “servicio” prestado a la causa. León María Lozano fue asesinado en la ciudad de Pereira por Simeón Torrente, hijo de uno de aquellos dirigentes liberales que él, tiempo antes, mandó a asesinar. Pero allí no termina la novela; el cuerpo de León María fue trasladado a su ciudad natal, Tuluá, para ser enterrado allí, en el mismo cementerio que él llenó de huéspedes. Aquel día todos los habitantes se encerraron en sus casas, porque sabían que la venganza sería grande: “las puertas están cerradas hoy, y mañana estarán casi que selladas… Cóndores no entierran todos los días”. Esta novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal permite, sin duda, reconocer ese arquetipo que se ha generado en la idiosincrasia del poder político en América Latina. Lastimosamente, las diferentes posturas políticas que existen y han existido en nuestros países terminan bañando en mares de sangre y miseria. El poder que recayó en El Cóndor le llevó a tomar decisiones que marcaron con dolor la historia de Tuluá, y por ende la historia de Colombia. Como reflejo, Cóndores no entierran todos los días nos enseña que el poder desmedido, polarizado, deshumanizado, daña. El fanatismo político, sumado a la posibilidad del poder, es la unión perfecta para que la vida pierda todo su valor y sea reemplazada por ideas impuestas, alejadas de lo realmente importante: el otro como igual a mí mismo. Es por esto que cóndores siguieron y, hasta el día de hoy, siguen reinando por medio del terror.

Fotografía: Jens Holm

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Wsneider Cano Montoya (Medellín, Colombia, 1990). Licenciado en Filosofía por la Universidad Católica Luis Amigó. Se ha desempeñado como docente en las áreas de Filosofía, Religión y Ética y Valores. Apasionado de la lectura y la escritura, entendiendo estas como la posibilidad de ser muchos otros para, finalmente, encontrarse a sí mismo.

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Reseña de Desgracia de J.M. Coetzee. El hombre que lo perdió todo, dos veces María del Carmen Macedo Odilón

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avid Lurie es profesor de universidad, amante de Soraya, habitante privilegiado de Ciudad del Cabo, dos veces divorciado, padre, adulto contemporáneo, amante de Lord Byron, acusado de abuso sexual y desempleado. Es un desgraciado… Sin embargo, el destino le tiene preparado más apelativos: hombre blanco, vendedor de vegetales orgánicos para hippies, quemado vivo, testigo de una violación, incinerador de perros callejeros privados de amor igual que él, puente entre la vida y la muerte, guía hacia un mejor lugar. Lástima que no pueda también hacerlo consigo mismo. Una verdadera desgracia. J.M. Coetzee nació en 1940, hijo de un abogado y una maestra. Profesor de literatura, crítico literario, lingüista y traductor. Desgracia (Disgrace), su octava novela, se publicó en 1999 en Sudáfrica por Harvill Secker. Ese mismo año obtuvo el premio Booker por su descripción de la sociedad sudafricana, mientras critica al periodo pos-apartheid. La exitosa carrera de Coetzee lo hizo acreedor al Premio Nobel de literatura en 2003. Desgracia relata en 24 capítulos la vida de David Lurie, un catedrático de “Poetas románticos” en la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo. A sus 52 años y después de que su amante Soraya deja la prostitución, concluye que se está perdiendo la oportunidad de vivir como él hubiera deseado. Para validar su atractivo sexual y status social fija su atención en su alumna Melanie, a la que lleva a su departamento y con quien se acuesta en un par de ocasiones. Al momento en que la relación se descubre, el comité académico y la defensa legal exhortan a David a disculparse públicamente, pero él es incapaz de aceptar el cargo de acoso sexual y formar parte de un show mediático en una sociedad que se asume como ética, pese a estar igual o más corrompida que él. Una vez que renuncia y con el objeto de dedicar su tiempo libre a la creación de una ópera inspirada en Byron, David deja Ciudad del Cabo y se muda con su hija Lucy, quien reside en una granja y da pensión a perros a la par que cosecha vegetales que vende en el mercado. Es entonces cuando David contrasta la vida rural, una Sudáfrica desconocida para él, tanto así como la mentalidad de Lucy, aislada de la urbanidad y de su pareja, Helen. Es una Sudáfrica anacrónica donde existe una serie de códigos de comportamiento que corresponden a la ley del más fuerte. El ayudante negro de Lucy, Petrus, tiene dos esposas, vive cerca y es el capataz de las tierras, dada su posición de hombre. Cuando unos hombres negros irrumpen en la casa, encierran a David en el baño y en medio de una golpiza le prenden fuego, pero él solo puede pensar en Lucy escaleras arriba. Al término, ella decide aceptar la violación como ritual de bienvenida de una mujer blanca a tierra de negros, 53


jugando a ser una de ellos. El costo es elevado, Lucy lo acepta ante las protestas de David. La venganza de la raza negra ante siglos de odio y dominación, es el fin del Apartheid. La fuerza de la destrucción arrebató de David la lozanía de Lucy, cual si fuese un trozo de tierra, como en toda guerra, el fin es la conquista. El cuerpo un arma. “Ella [Lucy] no contesta. Prefiere ocultar la cara, y él sabe por qué. Es por la desgracia. Es por la vergüenza” (David reflexiona al respecto de la resignación de su hija). Lucy queda encinta y de nuevo, lo asume. El “padre” es un pariente de Petrus, este acepta a Lucy como tercera esposa y al bebé como su hijo a cambio de protección. Adaptarse o huir, Lucy lo entiende así, pero David no lo consciente, la distancia entre padre e hija lo orilla a distraerse colaborando con Bev Shaw, una mujer que le parece repulsiva por dedicarse a una muy precaria veterinaria. Atienden animales enfermos, desahuciados, abandonados por sus dueños y otros tantos ferales, residuos de la sociedad, justo como David se siente, razón por la cual esta labor humanitaria conduce a los animales a morir con el menor dolor posible y con el abrazo de un último gesto genuino de amor. Justo como él quisiera para su persona. —(…) todas las mujeres con las que he estado me han enseñado algo acerca de mí mismo. (…) estoy viviéndolo día a día, procurando aceptar mi desgracia como si fuera mi estado natural. ¿Cree usted que a Dios le parecerá suficiente que viva en la desgracia sin saber cuándo ha de terminar? (David Lurie) El drama nacional sudafricano como eje rector en Desgracia también se ve reflejado en el papel de las mujeres, aspecto que me es sumamente atractivo: Soraya es una prostituta que mantiene a sus hijos y que renuncia a ese estilo de vida por la vergüenza que le causa. Melanie es una joven que cede al cortejo de David, pero no sabe por qué, se queda a vivir con él unos días y después regresa con su novio. La segunda esposa de David, Rosalind, le atribuye a su crisis de la mediana edad todos los errores que cometió, mas no lo ayuda, sólo lo critica. Lucy es una mujer autosuficiente, alejada de los convencionalismos de la sociedad, pero sacrifica su humanidad con tal de no renunciar a su modo de vida, aceptando la opresión como medio de redención en nombre de sus antepasados blancos, y Bev es esa mujer que vive para hacer el trabajo que nadie más aceptaría, tan sólo por el deseo de ayudar. En cambio David, al principio ególatra, seductor, irónico, y fugaz, ve disminuida su posición de hombre privilegiado y por medio de la desgracia se reconcilia con su lado más humano. El lenguaje de Desgracias es claro, emplea metáforas para describir la psique de David y de quienes lo rodean. La omnisciencia de su narración permite un vínculo de intimidad entre el lector y el protagonista, y nos recrea esa Sudáfrica que también cae en desgracia. Una novela trágica, donde la violencia, miseria y realidad nos enseña a avanzar, a sobreponernos de las dificultades y reconciliarnos con nosotros mismos o con esos otros que podemos ser. Altamente disfrutable y conmovedora, no solo en relación con la sociedad sudafricana, sino que el hábil manejo de 54


emociones, la situación, evolución y resolución de los problemas humanos dota a esta novela de un carácter de universalidad.

Fotografía: Alex Iby

María del Carmen Macedo Odilón. Bibliotecóloga, estudiante de Lengua y literatura hispánicas y Creación literaria. Diseñadora emergente, activista huidiza y amante de los gatitos, loca por el orden y de dormir en las tardes.

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NĂşmero 5 (octubre-diciembre 2020) Xalapa, Veracruz MĂŠxico 57


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