Número 12, año III, julio-septiembre 2022

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COMITÉ EDITORIAL PÉRGOLA DE HUMO

Núm. 12 (julio-septiembre 2022), Año III Directora Tania Rivera Editor

Edgar Humberto Paredes Relaciones públicas Alejandra Zuccolotto Dictaminadores de poesía Edgar Humberto Paredes Gera Ronzón Dictaminadores de narrativa Alejandra Zuccolotto Tania Rivera Colaboradores externos Evaluna Pereyra Eufrasio Daniela Isabel De la Fuente Esquinca Mtro. José Luis Martínez Suárez Portada principal y portadas de sección Irina Tall Bianca VanDijk by Pixabay

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Sobre nuestros artistas visuales

PORTADA E INTERIORES Irina Tall (Novikova)

Es artista gráfica e ilustradora. Se graduó de la Academia Estatal de Culturas Eslavas con un título en crítica de arte y también tiene una licenciatura en diseño. Su primera exposición personal Mi alma es como un halcón salvaje (2002) se llevó a cabo en el museo de Maxim Bagdanovich. En sus obras aborda los temas de la ecología. En 2005 dedicó una serie de obras al desastre de Chernobyl, y aborda también temas contra la guerra. La primera gran serie que dibujó fue The Red Book, dedicada a especies raras y en peligro de extinción de animales y aves. Escribe cuentos de hadas y poemas e ilustra cuentos. Dibuja varias criaturas fantásticas: unicornios y animales con rostros humanos; le gusta especialmente la imagen del hombre, el pájaro y la sirena. En 2020 participó en la Semana del Arte de Poznań.

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La leyenda del Capuz José Cosmer Sánchez Troncos 3

Sin nombre Victoria Pavlova 6

El ilegal Ronnie Camacho 13 Droste Gerardo Hernández 18

POESÍA

En esta débil luz Roberto López 25

Poemas: Luces de parafina/ No quiero parecerme a los retratos que cuelgan en la pared Gabriela Sepúlveda 26

Tres poemas Gerardo Daniel Jiménez 28

TRADUCCIÓN

El olor de la sal, Katia Kapovich Édgar Trevizo 33

6 PRESENTACIÓN 1
NARRATIVA
Í N
D I C E

ENSAYO

El sueño de Schaeffer

37 Gera Ronzón

TEATRO

SOUL SOLUTION 41 Alberto Bejarano

RESEÑA

Regreso a los brazos de la dueña del volcán: Pobo Tzu (Noche blanca) Tania Ximena, Yollotl Gómez Alvarado 47 Tania Rivera

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Í N
C E
D I

R E S E N T A C I Ó N

Queridos lectores:

A casi tres años de comenzar este proyecto, el comité editorial de Pérgola de Humo se complace de contar con cada vez más autores y autoras que se suben a este barco, el cual nació con la misión de ser un espacio para las voces nuevas que se abren paso en el panorama literario. Prueba de ello es este número que reúne a 11 voces, que desde diferentes géneros como la narrativa, la poesía, el ensayo y el teatro, muestran parte de las exploraciones contemporáneas en literatura.

Nuestro número abre con una nutrida sección de narrativa, en donde encontramos a José Cosmer Sánchez Troncos, autor peruano cuyo cuento nos remite a los tiempos prehispánicos. Por su parte, Victoria Pavlova también nos transporta al pasado, pero a Cartago, al presentarnos una trágica historia familiar. Ronnie Camacho, en su cuento “El ilegal”, explora las barreras de lo fantástico para exponer la situación que viven los migrantes latinos en Estados Unidos. Cierra la sección Gerardo Hernández con un cuento muy borgiano sobre el peso de las decisiones en la vida.

Poetas tampoco faltan en este número. Hallamos en esta sección a Roberto López, nacido en Ciudad Victoria, Tamaulipas, que presenta su poema “En esta débil luz”. Junto a López encontramos dos poemas de Gabriela Sepúlveda, quien explora la memoria y el recuerdo tras la ausencia. El tercer poeta es

Gerardo Daniel Jiménez, cuyos versos son un puente entre meditaciones oníricas y el lector. La poesía se encuentra de igual forma presente en nuestra sección de traducción, pues gracias a Édgar Trevizo conocemos los versos de la poeta rusa Katia Kapovich. Por supuesto que tampoco falta la representación en otros géneros literarios como el ensayo y el teatro; respecto al primero Gerar Ronzón en su ensayo “El sueño de Schaeffer” expone cómo los músicos y sus inquietudes permiten a una comunidad a encontrarse a sí mismos. En cuanto al teatro, Alberto Bejarano nos permite gracias a Marieta a escritoras como Olga Orozco, Alejandra Pizarnik e Hilda Hilst. Concluye el número con una reseña de Tania Rivera sobre la película “Pobo Tzu” (Noche blanca); filme nacional dirigido por Tania Ximena y Yollotl Gómez Alvarado, que recupera la cosmovisión zoque y la memoria de una comunidad en Chiapas de la erupción en 1982 del volcán Chichonal.

Por supuesto que las breves líneas anteriores son una mala síntesis de lo que hallará el lector en estas páginas, pero esperamos sirvan para picar su curiosidad y visitar con expectación este número. Pueden tener la seguridad de que algo de lo que dicen nuestros autores se quedará con ustedes, como lo hizo con el comité editorial de esta publicación.

Comité Editorial de Pérgola de Humo

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La leyenda del Capuz

José Cosmer Sánchez Troncos

Sobre mi piel corre sangre Tallan, Más tu oscuro color, Es la herencia de mi negro luto Y las voces que los hombres callan.

Dicen que soy la vestidura de los dioses, la letra de un relato que no se ha escrito, el alma del mito en agonía y la música prehispánica que se ha olvidado. Me convertí en una extinta leyenda Tallan, que duerme entre relatos perdidos de viejos sabios olvidados. Soy la mágica leyenda del incandescente desierto. La historia descansa tristemente en mí. Escondo el alma de linajes Tallanes. Conmigo está el misterio y la gratitud. Soy un tesoro anhelado y el recuerdo de un traje postrado. Abrigué mansamente a la Capullana de estirpe real y de pueblo. Dicen que mi nombre proviene de una extinta lengua ancestral: Lulú, Lutú y Nequique. También me dicen Anaku, nombre ancestral, de raíces indígenas. Entre las líneas del tiempo transité y emigré a la costa norte del Perú. Capuz fue mi furtivo y sagrado nombre. Abrigué el alma y el cuerpo de los indios del norte del Perú. Cobijé la esperanza de la mujer y hombre Tallan. Fui capa y escudo ante la inclemencia del desierto norperuano. Del sol, el viento y la arena, defendí al oprimido hombre piurano.

Negro fue mi original color, pigmento que aleja los males y que se guarda triste luto en honor a un familiar que viajó a otra dimensión. Rectangular fue mi forma, que dio elegancia a la figura de la gran Tacllapona. Me adorné de sagrados denarios y chaquiras multicolores. Abrigue celosamente el alma y los recuerdos de la indomable mujer norteña. De algodón pardo vestí mi piel y sobre mis fibras se ensañó la resistencia nativa. Sobre mis finos hilos de algodón de ceibo se escondió la sangre guerrera de las agrestes Capullanas. Alejé los hechizos y espíritus maleros y envolví las figuras femeninas de corazón sincero. Me transformé en el atuendo sagrado de los dioses desérticos. Soy el traje de linaje ancestral y la indumentaria perfecta para los mágicos rituales. Mis ancestros son de ascendencia selvática con corazón indomable. Mis padres y hermanos emigraron a la sierra y se asentaron definitivamente en la Yunga. En la altura me cubrí de lana fina de auquénido y de algodón nativo, en la desértica costa. Los dioses me crearon, dejándome dormir por días en las entrañas de la madre tierra para consolidar el color de mi piel. Me bañaron con barro negro y sangre de extrañas plantas, adopté un color serio y guardo energía eterna. Soy negro como la noche y, a veces, claro como el sagrado día.

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Mi imponente presencia impactó al invasor. La colonización trató de extinguirme. Me invadió una cruel maldición. Soy traje ceremonial y las viles intensiones occidentales cortaron lentamente mi aliento de vida. Mi nombre autóctono fue cambiado celosamente por el grotesco y morisco apelativo “Capuz”. Quisieron comparar mi singular y autóctona figura con el traje referencial de la ciudad de Andaluz, allá en la lejana España. Capuz me denominaron, ese fue mi original nombre, una nueva definición. Dicen que fui el causante del vacilante nombre Capullana. Fui envidiado, irreverenciado, mancillado y, por último, hostigado. Mi presencia llenaba de orgullo a la gran Capaullana. Engalané su presencia y más de un conquistador español se impregnó en su endiosada belleza. Muchas veces fui paño de lágrimas, rebozo de grandes faenas y atuendo de sagrados sacrificios.

Las nuevas costumbres me transformaron y, sin razón alguna, evolucioné. No resistí más. El tiempo me castigó. Otra cultura me dominó. Fui cambiando con la historia. Mi elegante figura se perdió en la línea final de la historia Tallan. El hombre no luchó por mí, en cambio la mujer masculló una silenciosa resistencia. A toda costa, me quisieron aniquilar. No quería desaparecer, me resistí a morir. Me alejé lentamente de la identidad popular, que fácilmente se dejó vencer del cruel conquistador. El miedo, la vergüenza y el temor ayudaron a mi desaparición.

El alma de mis ancestros se fue reencarnado en una nueva aparición. Cambié de contextura y mi piel se transformó. Adopté los hilos gruesos de lana en las alturas piuranas y muchos colores adornaron mi negro color. Una faja multicolor ciñó mi cintura y me dijo que debía luchar. En la costa me repartí en dos, ahora sobrevivo convertido en una larga y negra pollera adornada de llamativos colores. Un largo y grueso camisón me acompañaba interiormente, convertido en blusa blanca y fiel fustán. En esencia soy el mismo, pero vivo repartido en dos. Total, el color y la utilidad son lo mismo: vestir a la mujer piurana. Me resisto a la modernidad. Me oculto en ancestrales trajes. Mi alma, mi espíritu, mi piel y mis finas fibras se encarnan en el traje actual de la bella Capullana. Me convertí en negro luto y el fiel compañero del poblador piurano. Evolucioné y seguiré cambiando. Seré protección, trabajo, belleza e hidalguía; seré danza y baile, música y símbolo de piuranidad. Seré por siempre un ancestral tesoro Tallan.

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José Cosmer Sánchez Troncos (Ayabaca, Piura, Perú, 1974). Tiene la especialidad de docente en Educación Primaria y en Acompañamiento Pedagógico. Magister en Administración de la Educación. Ha publicado Frías de antaño: historia, herencia y tradiciones (2014), Duelo de guapos: cuentos y leyendas de Piura (2017) y La Chepa Santos: una leyenda perdida en el tiempo (2020). Ganador del concurso nacional de “Mis lecturas favoritas” (UMC MINEDU, 2018). Ha publicado en revistas nacionales: Pluma y Trazo (2020), La otra orilla (2021), Pirhua (2019), Chaquira (2020), Hecho Arte, Alborismos (Venezuela), y La literatura del arte (Colombia).

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Sin nombre

En los ojos la carga de una enorme tristeza, en el seno la carga del hijo por nacer, al pie del blanco Cristo que está sangrando reza: ¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer! “La que comprende”, Alfonsina Storni

E“No te conozco. Me dijeron que no importaba”. l sol de Cartago nos pondrá mejor el talante apenas volvamos, será mejor que echarse pieles encima para quitarse el frío. El vino será recio y oscuro. Sentiremos la eterna resolana metiéndosenos en el cuerpo, poniendo nuestra sangre brava al calor de una llama inextinguible. Tanit nos guiará en el regreso a casa. El viento de Cartago, en el recuerdo, corre por mi corazón como sobre los campos de trigo; entonces me doy cuenta de que no es la polis si no fuera de ella, una villa de columnas blancas que el salitre del mar no alcanza a besar. Es… ¿Qué? ¡Perros oretanos!

Por el camino helado del bosque, en la dirección de esa, esa que llaman Helike, no vemos ni a Orisón ni a sus bárbaros sino una cosa salida de alguna maldición vieja: tremendos toros de cuernos prendidos fuego, la luz amarilla reverbera en sus ojos y tras ellos, en la carrera, arrastran carros incendiados. Se acercan, los veo irse sobre los nuestros, atravesarlos con la cornamenta o aplastarlos bajo sus pezuñas enloquecidas. ¡Cobardes oretanos! ¡Salvajes! En lugar de salir a la batalla como los hombres.

Me vuelvo bruscamente. El futuro de Cartago es el futuro de los Barca, y el futuro de los Barca es toda mi estirpe menos yo, Amílcar Barca es un nombre ya cantado por la muerte; lo sé al mirar frente a mí y no distinguir más que el humo de los toros infernales, los muertos no ven el mundo. Lo sé al sentir una corriente fría, pero sin encogerme, el frío no hace nada a los muertos. El futuro de los Barca son todos menos yo. Llamo al jefe de mi guardia y, señalando a mis hijos con el mentón, le encargo: Llévatelos a Akra Leuke. No los quiero aquí. Aníbal no es ningún estúpido y da vuelta a su montura apenas recibe la orden. Asdrúbal duda, siempre duda. Tiene miedo éste, lo veo en sus ojos cada que se cruzan con los míos. Tiene miedo y no sabe qué se lo causa: si quedar como un cobarde o el enemigo. ¡Qué se vaya al diablo! Ya no tengo tiempo.

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Los oretanos salen de la humareda iguales a espíritus negros. Me buscan, rugen en su lengua de salvajes: ¡Amílcar Barca, gusano cartaginés!

¿Y si no me quiero morir todavía? Noto que mis manos tiemblan al sostener las riendas de Hyrum ¡No me quiero morir! ¡Retirada, retirada! ¡No me quiero morir! ¡Retirada!

Dirijo a Hyrum hacia el Alebo, los libios y los celtas me siguen confusamente, pero los de Orisón también. ¡Váyanse! ¡Aléjense! ¡Amigos o enemigos atrás! ¡No me quiero morir! ¡Baal, diles que no me maten! ¡Diles que no me maten!

Espoleo la montura todo el tiempo, no quiero oírlos. El galope de Hyrum sobre el suelo como golpes en la piel de un tambor, se ha transformado en un gran salpicadero. Tengo la cara mojada, no sé si es agua o llanto. Hyrum para en seco ¡Vamos, preciosa bestia, vamos! ¡Sigue, maldito animal! ¡Hyrum, mi fiel Hyrum, sigue, bello caballito! ¡Bestia estúpida! El animal se encabrita, el golpe contra el río me deja sin aliento, el peso de Hyrum me empuja al fondo. No puedo respirar. Amílcar Barca era un nombre ya cantado por la muerte…

El sol de Celtiberia me deslumbra bajo las aguas del Alebo. El sol de Cartago me pondrá mejor talante al regresar. No es la polis si no fuera de ella, una villa de blancas columnas que el salitre del mar no alcanza a besar. Es… es ella, ¿de verdad? Con todas las bellezas que Astarté me ha dado para calentarme la sangre, con tres hijos bravos y bien hechos, ¿será la última imagen? Ella que es un grano de anís, nada más que un grano de anís…

Pero no es un grano de anís si no una niña. La hija mía, la Niña Barca que tiene nueve años y el pelo del color de la tierra de Celtiberia. No le gusta que la peine su sirvienta libia. Se queja constantemente con su madre de que esa salvaje le tira del cabello y la pellizca para que se esté quieta. Intenta zafar la cabeza, se retuerce en el asiento y su sierva quiere apaciguarla con buenos modos:

Cálmate, Niña. Ya termino. Va a ser más rápido si me ayudas. ¿No quieres estar bonita para que te vea tu padre?

No. ¿Para qué? Padre no me hace caso así le hable una hora. Es que tú estás para ser vista, Niña Barca. Padre no me ve aunque soy mayor que Aníbal y sé más que él. Mira, te dejaste de mover y acabé. ¡Qué bonita te ves! Vamos a que comas con tus hermanos.

¿Y por qué iba yo a mirarla? Su nacimiento fue un castigo de los dioses: otra hija después de la mayor. Además, la Niña Barca dio sus primeros berridos en medio de una temporada de sequía.

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Me dijeron de ofrendarla para que Baal concediera de nuevo su favor a Cartago y dije que no sin saber por qué, aunque argumentando: “Es una niña, ¿de qué les servirá a los dioses una niña sin gracia?”. Le concedí el favor de la vida en este mundo, ¿por qué iba yo a mirarla? A mis cachorros de león sí, a la hija mayor también porque era bella como el sol, iluminaba todas las estancias con su presencia y daba lustre a los Bárquidas. Pero la Niña Barca no era particularmente inteligente ni linda, si llegué a notarla fue por escandalosa: su voz rompía la armonía no tanto por el ruido como por el contenido: “¡No quiero que me peines!” “¡Aníbal, eres una bestia!” “¿Verdad que no estás solo, Asdrúbal? ¿Verdad que no tienes miedo? No eres ningún miedoso. Me tienes a mí, ¿verdad?” “¿Y cómo es Sicilia, padre? ¿Me lleva con usted a Cartago, padre?”

Sus ojos eran los granos de anís. Los vi ese día al llegar desde Cartago arrastrando la derrota contra los gusanos del Lacio. No quería ver a nadie y me encontré con la Niña Barca en el jardín, andando entre los capullos abiertos, con el pelo lleno de flores y la piel dorada por el sol. Al notarme corrió hasta mí e inclinó la cabeza en un gesto de bienvenida.

Es bueno que esté de vuelta, padre.

¿No vas a empezar con el interrogatorio, Niña?

—Me espero.

Al hablar levantó la cara para enfrentarme. No sé si eso fue lo que despertó mi interés, pero no la pasé de largo. Pregunté:

¿Cuántos años tienes, Niña?

Nueve, padre. Tres más que Aníbal. Tu hermana la mayor ya está casada y tú eres más alta que ella . Me reí. Ella era muy seria: Es que crezco rápido, padre.

Entonces ya no tienes nada que hacer correteando con tus hermanos, Niña bajó la cabeza de nuevo, bruscamente— Es más, ya no eres una niña sino una muchacha en edad de merecer. Va siendo hora de que te quedes en casa como una mujercita que espera sus bodas. Cáseme rápido, padre, con el primero de los bereberes que labran los campos. Me miraba a los ojos otra vez, entonces le tomé la cara con una mano y se la adelanté hasta alcanzar a besarle la frente olorosa a jazmines. Ordené ese día separar a la Niña Barca de los chiquillos. Sé que no la dejaron llevarse sus muñecas ni a su sierva. Ahora debía peinarse sola. Sus ojos eran los granos de anís, ella era una niña; la hija mía, la Niña Barca. ¿De verdad será la última imagen entre las aguas del Alebo?

¿Debí quererte o repudiarte? ¿Debí ser tu cómplice o delatarte? ¿Debía ser tu amante o tu marido? ¿Debí traerte a Celtiberia?

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***

¡Ah, maldita Mesalina! Veo tu mano en esto. No es Tagus, Tagus murió en la cruz; tú, bruja, no dudo que tu espíritu sea tan vengativo como para guiar el puñal de este celta. Tagus, Tagus está bien muerto; eres tú, puta desvergonzada, me atormentarás hasta arrastrarme contigo, a dormir el sueño eterno a tu lado. Maldita Hija de Amílcar, ¡mira, mira cómo estoy sangrando! Es más sangre de la que tú dejabas caer sobre los trigales para hacer fértil a la tierra, pero ante todo para demostrarme que tu vientre se resistía a mi simiente; era sangre de menstruación, entonces ganabas tú. Yo ganaba todas las veces que abrías las piernas y ahí se te olvidaba que la naturaleza de nuestra unión era la guerra, aunque luego me dijeras: “Preferiría dormir con un puerco romano que contigo”. Creía tenerte mano sobre mano y ahora sé que has vuelto a ganar. ¡Mira cómo me desangro, Hija de Amílcar! Al menos no me voy sin hablarte de nuestras verdades.

Te ordené venir a Qart Hadasht a propósito para que no pudieras honrar la muerte de tu padre. ¿Y tú que me respondiste? “Iré cuando se terminen los funerales”. Supe que lloraste, que te adelantaste a besarle la frente antes de que le prendieran fuego ¿Tratabas de revivir al Bárquida? ¡Qué inútil esfuerzo, Hija de Amílcar! ¿Y para qué? ¿Sabes por qué tu padre te prometió conmigo? Porque quería darme a la más fea de sus hijas. ¡Himeneo, miren qué bello es el novio! Pero la novia… No importa cuantas siervas y esclavas hayan ayudado a prepararte, no importa cuantas gemas y filigranas te hayan colgado para adornarte; no eras la hija mayor, la más hermosa hembra de Cartago, ni la hija menor, de trato fácil y humor agudo que hacía reír a todos. Eras la Doncella Barca de doce años, toda flaca, larguirucha y con los huesos de la cara muy marcados igual que una esclava mal alimentada. Pensé que te romperías sólo con que te tomara entre mis brazos. A penas valías por dos cosas: la primera tu nombre, la segunda te la arranqué con los dientes en la noche de bodas ¿Te acuerdas? Son los pocos beneficios de casarse con una fea. Yo sí me acuerdo, Hija de Amílcar: olías a espliego, tu piel estaba caliente por el sol. Al besarte supe que no conocías varón, luego la membrana sangrienta y cómo gritaste. Más tarde te dije que una novia siempre debía estar feliz en el tálamo nupcial, te pedí que no te fueras y volví a tomarte sobre las telas manchadas ¡Y qué dispuesta te encontré! ¡Cómo me besaste entonces! ¡De qué manera Astarté te calentó la sangre!

A la mañana siguiente, después de abandonarme en el sueño, estabas preparándote para salir hacia Cartago. Mientras te prendías el velo al cabello, notándome despierto, me miraste por encima del hombro como si fueras a darme una orden, me miraste igual que a un criado o a un esclavo.

Nos bastó un año para detestarnos, sin embargo nos gustaba dormir juntos, ¿no? En tanto más peleáramos, más nos deseábamos, y el lecho sólo convertía a la noche en una extensión de la batalla diurna, una extensión juguetona, dulce y chispeante como el vino.

Cuando supiste que partía a Celtiberia con tu padre, viniste a mi lado, te sentaste sobre el suelo apoyando la cabeza en mis rodillas y, modosa, suplicaste que te llevara conmigo, dijiste que querías seguirme para darme un hijo. No sabías mentir y repliqué:

Para tener un niño no necesitas venir a Celtiberia.

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Me adelanté a besarte y fue nuestra despedida: el intento de revivir la noche nupcial, hasta nos dijimos las mismas cosas. Te prometí mandar a buscarte y qué bueno que falté a mi palabra, con lo ingrata que resultaste. ¿Creías que no me enteraba? Tu marido estaba lejos, Hija de Amílcar, pero nunca tan lejos de Cartago como para ignorar que había desposado a una puta. Bereberes, celtas, libios, itálicos. Me enteré de todo el que te seguía a tu dormitorio. Lo sabía y me quedé callado, si ahora te delato es porque ya no importa. Si te hubieras encontrado un puerco romano, como tú decías, también hubieras dormido con él. Nunca te basté. Nunca me dijiste “amado mío” en todas las noches que nos regaló Astarté.

Tú sabías que te llamaba a Celtiberia para callar las habladurías que eran ciertas, y ni bajaste los ojos al encontrarnos en Qart Hadasht. Había pensado muchas cosas antes de ir a recibirte, en repudiarte públicamente, en golpearte en privado; y al mirarte, alta y hermosa, rendí mi orgullo a tus pies, te llamé “señora” y “amada mía”. En privado volví a besarte y tú te dejaste besar, tal vez por el hábito o porque ya estabas embarazada.

¡Maldita seas! Maldito sea yo mismo por haberte llorado, por haber agradecido a los dioses que el mocoso que te mató naciera muerto también, por pensar que pobre de ti, que al final no eras tan mala; por haber comparado los abrazos de esa sosa íbera y decidir que no contenían ni un poco del ardor que había en los tuyos, complacientes hasta la saciedad, Hija de Amílcar. No es Tagus, Tagus murió en la cruz; pero tú, bruja, tu espíritu es tan vengativo como para haber guiado al celta, protegerlo de todos los contratiempos sólo para que pudiera llegarse hasta mí y acuchillarme por la espalda con mi propio puñal. Él dijo que iba a pagar la crucifixión del rey de los olcades, en realidad lo que estoy pagando, lo que he pagado toda la vida es haber aceptado la mujer que Amílcar me regaló ¡Mira cómo me desangro, Hija de Amílcar! Moriré en la misma tierra extraña que tú, y mis huesos serán llevados a Cartago junto con los tuyos, como dejé ordenado.

Ya te veo, bruja; tu reflejo en la sangre. No te vayas. Es lo que quiero: mi amada, el campo y la miel. No llores, ¿nunca te dijeron que una mujer siempre debe estar feliz cuando su marido vuelve a su lado? ***

Todos los Bárquidas moriremos lejos de Cartago. Yo soy el último, un anciano acorralado que ha sobrevivido a todos los suyos: padre, madre, hermanos, hermanas, cuñados, sobrinos, mujer e hijo. Han muerto todos los míos, los lugares, la ciudad, que eran refugios contra el mundo ahora están lejísimos. Lo sé desde hace tiempo, pero parece que recién me he dado cuenta, después de tanto correr y correr por tierras ajenas veo que no tengo motivos, que soy nada más un viejo general derrotado y abandonado; ni si quiera sé por qué los romanos insisten en capturarme, ¿qué más problemas les puedo traer? Son bestias que buscan una venganza inútil, no pueden olvidar que yo, Aníbal, estuve respirándoles en la nuca; que pude haber tomado Roma y que arrastré a sus

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poderosos legionarios por el lodo. Pude haber tomado Roma, eso debe valer algo ¿no? ¿Dónde está la grandeza que me prometieron? ¿Dónde el favor de Baal? Mi padre levantó a la familia desde el anonimato y los dioses la sostuvieron más alto y cada vez más alto sólo para despeñarnos de la cima de la gracia. De modo que así acaban los grandes, así caen. Ahora sé que todos los demás fueron más valientes que yo porque enfrentaron a la muerte. Soy el último de los Bárquidas, los hijos huérfanos de Cartago.

Doy vueltas al anillo en torno a mi dedo, observo el líquido mortal en su interior. No quiero huir más, casi no queda mundo y prefiero morir por mano propia que por la mano de Roma. Me quito el anillo y lo pongo en la mesa frente a mí. Levanto la vista: la tarde, el sol invade la habitación con su claridad dorada, el Mármara refulge a la luz, se mueve, está vivo. Yo nací en un lugar así, fui sol y mar, bendito entre las mujeres: el primer hijo después de tres hijas. ¡Cómo no extrañar mi vida de niño!

Me gustaría decir que recuerdo la dulzura de mi madre, pero a penas me acuerdo de ella. No sé cuántas veces la vi, sólo estoy seguro de que fueron pocas; en cambio puedo dar fe de la ternura de mis hermanas: el mundo ordenado por la mayor donde uno encontraba cobijo ante el miedo y consuelo ante las heridas; los dulces y frutas favoritos de la menor que saciaban el hambre y los caprichos; y la buena disposición de la Niña Barca para seguirnos en los juegos, sus bríos y cómo nos miraba de abajo hacia arriba porque era mayor y debíamos obedecerla. Nos molestaba su voz fuerte, indiscreta, y su risa escandalosa. Nos molestaba que se quejara tanto. Una vez que se echó a reír, Asdrúbal y yo nos fuimos sobre ella para taparle la boca, y la Niña Barca nos empujó con todas sus fuerzas, nos miró airada y reclamó:

—Idiotas. No podía respirar.

Ella nunca nos mimó mucho, pero después de que la mayor partiera para casarse nos agarramos a ella aunque siguiera siendo tan niña como nosotros. Asumió su papel porque le gustaba mandar: imponer los horarios de comida, de dormir, de estudiar, de jugar; mandar en los guisos, mandar a los siervos. Tenía ocho o nueve años y se portaba como una madre muy buena a pesar de que no me quería; me guardaba rencor por ser más que ella a pesar de sus años. Y por eso, porque no me quería, yo hacía lo posible por obtener su atención, aunque me golpeara. Durante sus bodas me tomó la mano y me mantuvo a su lado todo el tiempo porque estaba asustada. Fue la última vez que nos vimos en muchos años. Los dos habíamos crecido y éramos huérfanos al reencontrarnos en Celtiberia, pero a penas alcanzamos a saludarnos, formales, hieráticos. Asdrúbal Janto, yo, mi padre y Asdrúbal, todos teníamos oídos y sabíamos lo que se rumoreaba sobre ella, más nunca lo discutimos, ¿para qué? Era cosa sin importancia y si a alguno comprometía era sólo a mi cuñado, que no se quejaba. Una única vez salió a relucir el asunto, cuando la división de Celtiberia por el Íber y el respeto a la romana Sagunto pasó de disputa política a disputa doméstica. Al acusarlo de ser blando y hasta amistoso con los enemigos de Cartago, a Asdrúbal Janto sólo se le ocurrió responder que qué más daba si mi hermana también había sido amistosa con hombres de todos los pueblos, amigos o enemigos.

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Respeta a los muertos, Asdrúbal, en especial a los que nos unen en sangre advertí ¿Qué buscas? ¿Que esto lo terminemos por las armas cuando estamos tan tranquilos?

¡Qué claros son los recuerdos! A veces son más tangibles que la realidad: las manos suaves de mis hermanas, la miel y las granadas robados en la niñez, el calor de las hogueras del campamento, el olor montarás de Celtiberia, el frío de las montañas que nos cortaba la piel, la vid de los campos romanos. Cuántas cosas no pasan desapercibidas frente a nuestros ojos, sin el privilegio de la memoria, creemos que nunca nos servirán hasta que nos urge recuperarlas en el último momento. Ya no se puede.

Soy el último de los Bárquidas, un anciano acorralado que los sobrevivió a todos, jóvenes y viejos. Todos moriremos lejos de casa: mi padre ahogado en Celtiberia, mi cuñado apuñalado en Qart Hadasht, mi hermano Asdrúbal decapitado por las huestes latinas, nos echaron su cabeza al campamento, entre risas; Magón, el más pequeño de nosotros, murió en el mismo mar que nos concedió todas las batallas y nos llevó a todas las conquistas, el que hizo grande a Cartago y a los Bárquidas; mi hermana favorita dando a luz a un niño muerto. Y yo, caído de la gracia de todos los dioses, voy a morir a orillas del Mármara porque estoy harto de huir y no tengo motivos para seguir huyendo. Pronto veré a los míos, a mi hermana; sólo basta decidir en qué momento tomaré el veneno.

Victoria Pavlova nació en Mérida, Yucatán, el 7 de noviembre de 1998.

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El ilegal

Llevo horas encerrado en esta sala para interrogatorios, la potente luz blanca de la bombilla sobre mi cabeza me causa migraña y mis manos esposadas a una fría mesa de metal hace tiempo que se han entumecido. Por si fuera poco, me gruñen las tripas, me siento sucio y no he vuelto a ver a mis hijos desde que esos hombres me separaron de ellos, Dios quiera y se encuentren bien. Sé que debí sacarlos cuando pude, pero ¿qué más podía hacer? En aquel momento estábamos entre la espada y la pared, creí que hacía lo correcto al confiar en él, después todo era nuestro amigo, nuestro líder, nuestro pastor. Mientras me hundo aún más en mi frustración, la puerta de la sala se abre y un hombre vestido completamente de negro entra. Lleva un café en la mano, silba alegremente y su rostro se encuentra cubierto por un sombrero fedora y unas oscuras gafas de sol.

Buenas noches, señor… ¿Marines?

—Es Martínez. Discúlpeme sonríe con una falsa amabilidad mientras se sienta frente a mí Señor Martínez, ¿podría decirme que fue lo que pasó?

—No, no voy a responder ninguna de sus preguntas hasta que sepa dónde están mis hijos. Sus niños se encuentran bien, los hemos alimentado y nuestro personal médico se asegurará de que no tengan ningún tipo de daño, usted tranquilo, ahora responda a mi pregunta, por favor.

Aunque se lo cuente no me lo creería.

Pruébeme me desafía antes de dar un trago a su café.

Como usted quiera —carraspeó mi garganta antes de empezar— . Todo comenzó la noche del viernes pasado. Como siempre, después de salir del trabajo, junto a mis niños fui al servicio nocturno que ofrece la iglesia que se encuentra entre Boulevard Luther King y la calle quinta, ¿la conoce?

Claro que la conozco, después de todo el escándalo que se armó, toda Norteamérica sabe de ella dice de forma burlona . Por favor, prosiga.

—El encargado de dar la misa era el reverendo Swanson, el hombre era nuevo en la ciudad, pero rápidamente se ganó toda nuestra confianza. Después de todo, su iglesia era una de las pocas que aceptaba con los brazos abiertos a gente como nosotros.

— ¿Cómo nosotros? ¿Habla de su condición como ilegal?

Así es la cara se me cae de la vergüenza cada vez que escucho esa palabra.

¿Hay algún problema? supongo que por mi silencio nota mi inconformidad.

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Ninguno señor, como le decía, el reverendo Swanson era el responsable del servicio. Se encontraba dando los últimos anuncios parroquiales cuando de pronto el potente resonar de unas sirenas ahogó su voz. No fue difícil saber de qué se trataba, pero por la expresión en su rostro lo supimos al instante: era una redada, los agentes de inmigración habían llegado por nosotros.

Eso debió tomarlos por sorpresa. Sí y no. Semanas antes de la redada, muchos de mis compañeros del trabajo y otros miembros de la congregación que también eran ilegales habían desaparecido sin dejar rastro. Era más que obvio que migración se encontraba detrás de todo aquello, y por eso el pastor ya había coordinado una estrategia con nosotros.

¿O sea que lo de bloquear la entrada con las bancas fue idea suya?

—Dijo que eso sería lo más sensato. Después de todo, si ellos querían separarnos de nuestros niños y sacarnos de este país, primero tendrían que llegar hasta nosotros. ¿Cómo fueron los primeros días después de que se atrincheraran en la iglesia?

—Como es obvio, durante el primer y segundo día los agentes trataron de entrar en más de una ocasión, pero como pudimos, evitamos que tumbaran las barricadas, nos apoyamos entre todos e incluso ciudadanos como usted, aun estando en contra de la ley y sin haber formado parte del plan del pastor, nos ayudaron a resistir cada una de las incursiones. Algunos hasta subieron videos denunciando la situación y expresando la indignación que sentían al ver como su gobierno trataba a personas como nosotros igual que a criminales.

Esos videos fueron los que hicieron que toda la nación pusiera los ojos sobre ustedes. ¿Qué pasó después?

Todo se fue al carajo. La gente tenía hambre, nos cortaron la luz, el agua y hasta tiraron la señal telefónica para impedir que siguiéramos comunicándonos con el resto del mundo. Pronto las disputas comenzaron y el compañerismo murió, fue entonces cuando muchos quisieron abandonar la iglesia, pero no podíamos permitirles que abrieran las puertas o, de lo contrario, los agentes entrarían por todos nosotros.

¿Qué fue lo que hicieron con ellos?

El reverendo ordenó que los encerráramos en el sótano del templo. Nos dijo que no estarían ahí mucho tiempo, que él hablaría con ellos y los haría recapacitar.

Supongo que cuando vio los cuerpos se dio cuenta de que no fue así, ¿cuándo los encontró?

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Los encontré durante la quinta y última noche. Para entonces hasta nosotros habíamos perdido la fe en que los agentes de inmigración se fueran, además nuestros niños ya estaban muy cansados y hambrientos como para continuar, así que después una votación, fui el designado para ir a decirle al pastor que abriríamos las puertas.

Entonces fue al sótano intuye.

—Sí, después de no haberlo encontrado ni en su despacho o el en salón, decidí ir ahí. Supuse que todavía estaría hablando con aquellos que querían irse, así que no toqué la puerta, simplemente entré y con cada paso que daba al bajar por las escaleras una tenue luz verdosa se hacía más intensa.

¿Una luz verdosa?

Sí, con cada escalón que bajaba ésta se hacía más intensa, y cuando llegué al último, me encontré con la fuente de la que emanaba.

¿De dónde provenía?

La luz salía de unos enormes cristales verdes similares a esmeraldas que se encontraban incrustados en el piso y techo de una cueva excavada en donde alguna vez estuvo el sótano. Fue una sorpresa encontrarme con aquello, pero el asombro desapareció tan pronto y como vi la decena de cuerpos mutilados esparcidos por cada rincón del sitio.

—¿Eran ellos?

Sí, eran todas las personas que habíamos encerrado. Todas estaban muertas, pero sus rostros aún mostraban un terror indescriptible, además a cada uno les faltaba algo, un ojo, un brazo e incluso el corazón; sin embargo, a pesar de que sus órganos y extremidades fueron extirpados de sus cuerpos, éstos no se encontraban muy lejos de ellos, alguien los había metido dentro de jarras de vidrio llenas hasta el tope de un viscoso líquido transparente que parecía estarlas conservando frescas.

Ya veo el hombre de negro se muestra tranquilo a pesar de todo lo que le he contado ¿Dónde estaba el pastor?

Horrorizado comencé a retroceder hasta que mi espalda chocó con algo muy duro, cuando me di la vuelta para ver de qué se trataba, por fin lo encontré. Antes de que siquiera pudiera decir algo, el reverendo me tomó por el cuello con una sola mano, me levantó del suelo y luego con una voz cavernosa me dijo: “No debiste ver aquello, pero de todos modos, ya no faltaba mucho para que llegara la hora de cosecharte”. Entonces, comenzó a azotar mi cabeza contra una de las paredes de la caverna.

¿Cómo fue que escapó?

Estaba por asesinarme cuando de la nada una explosión sacudió el piso de arriba. Eso lo distrajo lo suficiente como para que pudiera alcanzar una de las urnas de cristal que terminé estrellando sobre su cabeza. El golpe hizo que me soltara y mientras me reponía, vi como las esquirlas de vidrio desgarraron la mitad izquierda de su rostro, dejando expuesta una segunda piel de color negra y escamosa que se escondía debajo.

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¿Qué hizo al percatarse de aquello?

Lo que toda persona en sus cabales haría: apenas pude incorporarme salí corriendo en busca de mis hijos; ya no me importaba si migración me separaba de ellos, lo único que tenía en mente era sacarlos de ahí. Cuando llegué hasta la sala donde se auspiciaba cada servicio, me encontré con la sorpresa de que nuestra barricada había sido derrumbada por explosivos y que varios agentes ya se encontraban sacando a mis niños y a todos los demás. Al notar mi presencia un par de ellos corrieron hacia mí, y cuando vi sus armas, por instinto me tiré al suelo y levanté las manos, pero en lugar de esposarme, sacaron un cuchillo e hicieron un corte en mi mejilla, luego estiraron la piel de la herida y comenzaron a ver en su interior con una linterna. En ese momento lo comprendí: si buscaban a alguien, no era a nosotros.

¿Qué pasó después?

Les dije dónde estaba esa cosa y de inmediato fueron directo al sótano, donde tras un siseo amenazante, lo último que escuche fue el sonido de sus armas al disparar.

Ya veo, muy bien, ¿es todo lo que recuerda?

Es todo lo que he querido olvidar.

Perfecto sonríe complacido.

¿Podría decirme que era él? Sé que ya no tiene sentido, pero debo saberlo.

—Escuche. Sólo le diré que, a diferencia de usted, el “Reverendo Swanson” no era de ningún lugar de este mundo… Bueno, es hora de que me encargue de usted se levanta de su silla y mete la mano en su saco.

—¡Por favor no me mate, sólo regréseme a México junto con mis hijos y le juro que jamás le diré nada nadie!

Al escuchar mis suplicas el hombre sólo arquea una ceja confundida.

—Señor Martínez tranquilo, no le mentiré, a veces hacemos uso de la violencia y la intimidación, pero en su caso haremos algo distinto sonriente, saca la mano de su traje y pone sobre la mesa un pequeño cuadernillo de cuero negro con el escudo de los Estados Unidos grabado en la tapa.

¿Qu...qué es eso? el azúcar se me ha ido hasta los suelos, al pensar que iba sacar un arma.

Su pasaporte. Bienvenido a Norteamérica, señor Martínez.

¿Por qué me entrega esto?

Después de todo lo que pasó se lo ganó, además preferimos tenerlo cerca y vigilarlo, que lejos y hablando de más, ¿comprende?

Lo…lo comprendo.

Es bueno que nos entendamos me da una palmaditas en el hombro, para luego con una llave abrir las esposas que retienen mis manos . En breve lo sacaremos a usted y a sus hijos de aquí. Le deseo buena suerte y que sea muy feliz

—Gracias.

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Sólo no olvide que lo estaremos vigilando tras esa última advertencia y una intimidante sonrisa, el hombre se retira y yo me quedo solo en la habitación esperando a que vengan por mí.

Ronnie Camacho Barrón. Lic. en Comercio Internacional y Aduanas y técnico analista programador bilingüe. Autor de Las crónicas del quinto sol 1: El campeón de Xólotl (Amazon, 2019) y Carlos Navarro y el aprendiz del diablo (Editorial Pathbooks); también de diez libros infantiles, siendo el más reciente Entre nosotros (Amazon 2021). Colaboró en 11 antologías y ha publicado textos en más 110 revistas y blog nacionales e internacionales.

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Droste

Me presenté en el lugar por la tarde, como se me había indicado. Sopesé la idea por algunos meses y, después de hacer algunas cuentas, decidí que podía probarlo una vez. La dirección que me habían comunicado era la de una casa relativamente vieja, con una arquitectura y decoración que databa, por lo menos, de los años setenta. Nada en ella hacía sospechar sobre su actividad. Ni siquiera los vecinos o transeúntes se fijaban o reparaban en su fachada. Los nervios me carcomían. La adrenalina, mezclada con otras sustancias producidas por el cuerpo, recorría mis órganos, acelerándome el pulso, la respiración, e incluso los movimientos del intestino. Por fin, en un salto de fe, toqué el timbre.

La puerta se abrió en silencio sin que pudiera observar a nadie. El interior estaba en penumbras: las gruesas cortinas evitaban que la luz penetrara en el recinto. Avancé un poco y entonces lo vi. Era un hombre de mediana edad, cuyos rasgos se difuminaban entre las sombras. Extendió la mano en señal de que tomara asiento en uno de los sillones. No tardé en hacerlo. La estancia olía a incienso y perfume barato. El misterio predominaba en la mezcla de sencillez, de banalidad, con lo grave de los gestos de la persona. Debieron pasar dos o tres minutos antes de que el hombre me dirigiera la palabra. Me preguntó si estaba seguro de lo que haría, mis dudas sobre el costo y, más importante, si deseaba continuar con el proceso. Le respondí con una afirmación casi silenciosa. Tan sólo pude adivinar, por sus movimientos, que sonreía al escuchar la respuesta. Tomó una libreta de la mesa a su lado, la abrió y apuntó. En cuanto terminó, hizo sonar una campana. Me sobresalté, liberado del trance de los nervios. La cortina que dividía la estancia con el resto de la casa empezó a moverse, las piedras que la componían sonaron al chocar entre ellas. Aparecieron tres figuras, apenas definidas. La primera, dijo el hombre, era especialista en el amor. La experiencia no tenía igual, pues no importaban las vivencias propias, se encargaría de superar todo. Me costaba comprenderlo. La segunda portaba una enorme túnica que rozaba el suelo. Se dedicaba a la felicidad. Poco entendía de nuestra lengua, mas el hombre aseguró que nunca fallaba en su trabajo. La tercera me intrigó

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más que las anteriores. Ataviada en ropas negras, su rostro se percibía estático, oculto. Su especialidad era la vida misma. La experiencia era tan poderosa que pocos se atrevían a llevarla hasta el final. El costo, sin embargo, era el mismo. Decidí, por sus palabras y por el misterio, irme con la tercera opción. Las figuras desaparecieron detrás de la cortina. El hombre repitió el costo y yo me levanté para pagarle.

El hombre señaló el camino. Sólo en ese momento percibí la otra forma, oculta detrás de la puerta, en espera de una señal o indicación. Portaba una máscara negra con dos rayas blancas para sus ojos. Su ropaje era tan oscuro como las sombras. Al verme de pie, se acercó y posó su mano en mi brazo. Me guio con mucho cuidado, cruzamos la cortina y caminó a mi lado hasta llegar a la escalera. Había imaginado que el resto de la casa tendría más iluminación, pero se habían asegurado de evitarla a toda costa. Mi guía me indicó que debía subir y yo obedecí, sin preguntar nada.

En la segunda planta, un pasillo con cuatro habitaciones se presentaba. Sólo una puerta estaba abierta, con una tenue luz azul. Me dirigí hacia ahí, obedeciendo a mi sentido común. Me detuve al llegar para observar el espacio. Había una cama, una silla y algunas otras cosas menores sin importancia. Entré sin que nadie lo indicara. Al ingresar, noté el fuerte olor a pino y a limpiador de pisos. Me sorprendió la falta de ventanas. Ningún ruido del exterior llegaba hasta ahí. Habían tomado todas las precauciones necesarias para evitar cualquier interrupción o molestia. Sentía descargas eléctricas en mi cuerpo. Era la primera vez que hacía algo así y ninguna plática previa podía prepararme para la situación. Miraba las figuras repetitivas en el suelo cuando escuché el roce de la tela. Levanté la mirada y observé a la figura desplazarse hacia donde yo estaba. No tardó en estar delante de mí. Era un poco más alta que yo y su vestimenta no dejaba nada a la vista. La única comparación en mi mente era con una túnica, aunque su cuerpo se comportaba de otra manera. Parecía flotar. Sus manos portaban unos guantes de fina seda negra, que absorbían la luz a su alrededor. También pude ver su rostro, o lo que yo imaginaba que lo era. Una enorme máscara blanca, sin ojos ni labios, coronada con unas largas estructuras negras, me observaba desde lo alto. Con parsimonia y delicadeza terminó de entrar en la habitación y cerró la puerta. Nos miramos, o lo que yo pude creer que fue mirarnos, por un momento. Después, caminó hacia el otro extremo. Su voz me sorprendió. Era apenas un susurro, como la brisa suave de los veranos. Me pidió, con un español apenas inteligible, que me desnudara y dejara mis pertenencias en la silla. Procedí como me fue indicado. En cuanto estuve listo, me pidió que me acostara. Mi cuerpo se relajó en la cama, la más cómoda que he sentido en mi vida. La figura caminó hacia mí. Primero se retiró un guante, revelando su piel blanca como el marfil. Sus dedos terminaban en finas puntas como agujas. Me pidió que cerrara los ojos. Tenía miedo, también la curiosidad de los inocentes. Seguí sus órdenes y sentía sus dedos clavándose en mis párpados, penetraban la piel y se sumergían en mis pupilas hasta lo líquido del globo. Ni siquiera pude gritar: el dolor fue inmediato, como inmediata fue su desaparición. Realizó un movimiento y sentí otra de sus manos en mi estómago, una leve punzada, y después un calor similar al del

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adormecimiento. Lo último que mi cuerpo registró fue su aliento sobre mi rostro. Olía a lavanda, a un perfume que sólo respiré de niño, a tierra mojada. Entonces me quedé dormido. Al despertar, me encontré de nuevo en mi casa. No podía explicarme lo que había pasado, pero supuse que me habían estafado. Mi paranoia me llevó a revisar mi cuerpo. Por fortuna, estaba completo. Miré el reloj. Casi debía ir a trabajar. Mi vida continuó de manera normal. Sólo con el paso de los días noté algunos cambios. En primer lugar, mejoró mi situación laboral. Al mes de aquella visita y engaño, logré un ascenso a un puesto por el que llevaba peleando, por lo menos, cuatro años. Mi cuenta bancaria también aumentó y pude permitirme algunas mejoras, algunos gustos. Compré un auto, renté un departamento más grande y empecé a salir los fines de semana. El dinero, por supuesto, no lo era todo. Noté cómo mejoraba la relación con mi familia y mis amigos. Algunos, a quienes no visitaba desde años atrás por disputas vacías, se mostraron alegres de hablar otra vez conmigo. Con mi padre logré renovar la relación, algo imposible en otras épocas. Podíamos comportarnos como gente civilizada, sin necesidad de luchar o confrontarnos. Mi madre me hablaba todos los días, tranquila de que no habría más gritos y luchas con nadie.

El amor, así, llegó pronto. Conocí a Liliana en la fiesta de un amigo. No tardamos en conectar profundamente. Su plática, su modo de caminar, sus gustos. Todo en ella me parecía y me hipnotizaba. Una invitación siguió a otra. Después de un año, formalizamos la relación. Jamás me imaginé experimentados esos sentimientos. Sin darme cuenta, estaba tan enamorado que decidimos casarnos. Para esto, habían pasado cuatro años desde aquella tarde de la estafa.

La vida, sin embargo, es aleatoria. Al casarme con Liliana, la relación pasó por algunos momentos de tensión. Perdí mi trabajo pocos días después de saber de su embarazo. Mi padre había enfermado y mis amigos enfrentaban sus propias dificultades. Los días eran lentos y pesados. El desánimo se quedaba a mi lado. El nacimiento de mi hijo me llenaba de incertidumbres. Fue cuando vi el anuncio una vez más. Con lo poco que tenía de ahorros, fui a la casa, en la misma dirección de antes, y entré. El hombre estaba sentado en la penumbra. Se me presentaron las opciones. Aproveché ese momento para denunciar su estafa, su manera tan vil de robarle a la gente. El hombre sonrió. El servicio, me dijo, no tendría costo, y aseguraba que quedaría más que satisfecho. Acepté la oferta. Es difícil negarse a lo gratis. Subí de nuevo la escalera, entré a la habitación, me desnudé y llegó la figura con su máscara blanca. Me saludó con suavidad y posó sus manos, una sobre mi rostro, otra en mi pecho. Caí en un sueño profundo. Desperté en la habitación, la figura sentada en la silla, observándome. Con su susurro, me indició que el problema fue solucionado. Salí de nuevo a la calle y me sorprendió verla. Caí en cuenta de que había regresado a mi cotidianidad. Toqué la puerta, en vano. Nadie respondió. Decepcionado, continué con mi existencia. No hubo grandes avances ni cambios. Poco a poco envejecí, igual que todos. Me casé algo tarde, tuve un hijo con el que casi no podía hablar. La muerte de mis padres sucedió de manera normal, con la distancia impuesta entre nosotros por las antiguas peleas. Mi existencia fue la de cualquiera. Resignado a morir sin tener algo que contar, sólo aguardaba al destino. Entonces, un día, mi hijo murió en un accidente. El dolor de la pérdida

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era algo insoportable. Lloraba todas las noches. Le imploraba a Dios su perdón. Nada tenía sentido. Viejo, nada más me quedaba esperar el final. Y así habría sido, pero la curiosidad y la pena pueden obrar milagros.

Una noche de insomnio me levanté de la cama sin despertar a mi esposa. Medité sobre todo y nada. Tuve una buena vida, aunque me había resistido a aceptarlo. Por supuesto, se trataba de una mentira, de un sueño. Entonces pensé, por un instante, si no estaría soñando una vez más. Recordé una frase muy repetida sobre el tema. Sólo así percibí el inicio de la mañana y el cielo azul, de un tono conocido ya por mí. Cerré los ojos con fuerza. Deseaba que todo acabara. No sucedió sino al día siguiente, cuando vi el anuncio. Volví al lugar y repetí el proceso. Al entrar en la habitación azul, vi a la figura, acariciando el cabello de una persona. Era yo, joven. Volteó con tranquilidad para verme y me invitó a pasar. Al levantar su mano, desperté. Nos miramos fijamente por un momento. Yo, incapaz de entender lo que pasaba. Él, sonriente, seguro de sí mismo. Con calma, me cedió su sitio. Ni siquiera me quité la ropa. En cuanto toqué la cama, caí dormido. Al despertar era yo, revitalizado, el que miraba el cuerpo del viejo. La presencia se levantó. Me tomó del brazo y me acompañó a la puerta. Caminó conmigo por el pasillo, por las escaleras. Salimos a la calle. Afuera, me señaló el cielo. Yo entendía aquello como una despedida.

Viví otra vez, y envejecí también. Cuando la vida se hizo pesada, lenta, absurda, volví a visitar la casa. Repetí el ciclo incontables veces. Tuve hijos que amé, otros que deseé nunca conocer. Vi a mis padres morir. Conocí distintos amores, gocé y sufrí de distintas maneras. Me hizo resistente a las experiencias, tomaba con calma los eventos que acaecían. En el momento adecuado, antes del final de todo, realizaba de nuevo la visitaba. Y empezaba de nuevo. Perdí la cuenta de los años después de los quinientos. Era yo el hombre más viejo del mundo: el más sabio y antiguo. No había nada en la vida que me pudiera sorprender, que me causara asombro o molestia. Me hice resistente incluso a mis propios hábitos. Y habría continuado así, hasta que llegó el momento en el que deseaba mi muerte. Era la única experiencia desconocida. En el último ciclo, me atreví a acercar mi mano a la de la figura. Me tomó con la suavidad de una nube. En su rostro no se observaba ninguna emoción, aunque pude adivinar, levemente, que aceptaba mi solicitud. Morí una noche de otoño, en el año setecientos ochenta y cuatro de mi vida. Entonces abrí los ojos. A mi alrededor, la casa estaba en ruinas. Mi cuerpo se encontraba acostado en el suelo. Salí de ahí, confundido. Al abrir la puerta de la entrada, la presencia me esperaba, rodeada de escombros y cenizas. Me ofreció su mano y yo la tomé. Conforme caminábamos, recobraba la seguridad en mi andar y en mi mente. Todo se hizo blanco y el mundo desapareció. Sólo quedamos los dos. Por fin, llegamos a un espacio indefinido, me mostró el camino y acepté soltarla. La figura se alejaba de mí. Poco a poco dejé de voltear hacia atrás. Su forma se perdió en el aire.

Y desperté. No había nadie en la habitación. La puerta abierta, yo perfectamente vestido. Me dolían los párpados. Salí por el pasillo, bajé la escalera y volví a la estancia principal. El hombre

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leía algo, lo que me pareció increíble. La persona con la máscara esperaba en una esquina, cerca de la entrada. Incluso con su rostro oculto, noté la decepción. La tristeza. Comencé a elaborar algunas teorías al respecto, que quedaron incompletas cuando el recepcionista habló. Me preguntó mi satisfacción con el servicio, si la experiencia fue de mi agrado. Le respondí que sí y él sonrió. Me invitó a visitarlos de nuevo en cuanto tuviera oportunidad. No podía quedarme así. Le pregunté sobre la realidad, si podía asegurarme que ya no era un sueño. Me miró. Su respuesta todavía resuena en mi cabeza. Sólo la muerte, me dijo, podía darme la seguridad que buscaba. Decidí salir en aquel instante. La persona con la máscara abrió la puerta y, al hacerlo, toqué su mano. Algo familiar tenía su tacto. Algo conocido en su cuerpo, en sus movimientos. El miedo se apoderó de mí. Salí a la calle y no volteé en todo el camino.

Gerardo Hernández (1993). Ha publicado algunos relatos en revistas electrónicas. Ha sido beneficiario del PECDA.

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En esta débil luz

Y si la sed no fuera más que el deseo de abrazar el caudal hasta romperlo. Si las manos tuvieran inscrito el vértigo en la sangre. Si hubiéramos descubierto el nombre oculto de la hondura que flotaba sin rumbo en el sueño (el mismo que no supimos enunciar). Si la caligrafía del agua fuera siempre igual. Si el horizonte de nuestros sentidos ya no tuviera movimiento. De no haber visto, oído ni tocado una piel más brillante, huidiza, la oscuridad fuera cierta, en esta débil luz la oscuridad fuera real.

Roberto López (Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1994). Ganó el I Concurso Nacional de Poesía Rubén Bonifaz Nuño 2017 y el primer lugar en la categoría de poesía en el XII Certamen Altaír Tejeda de Tamez 2019. Poemas suyos aparecen en Bitácora de vuelos, Revista de la Universidad de México, Blanco Móvil, Primera Página, Tintero Blanco, Sol Filamento, entre otras, y otros han sido incluidos en diversas antologías. Autor de los libros de poesía Donde el cielo desemboca (ALJA, 2018) y Saudade (ITCA, 2019).

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Poemas

Gabriela Sepúlveda

Luces de parafina

Cada mañana busco la luz abro el refrigerador es falsa los minutos se convierten en polvo, ojos rojos y lumbre La luz tiene el sacrificio del obrero amanece en la oscuridad nadie lo ve Qué pensarán de la luz Rjukan, Hammerfest, Isla de Grimsey, Kiruna, Nunavut, Yukon y Barrow Imagino a Rjukan de septiembre a marzo mientras mis ojos ven a un anciano leyendo a la luz de la vela cuando el pintor gira el pincel al ritmo de la parafina

No quiero parecerme a los retratos que cuelgan en la pared

No quiero encontrarme con tu rostro Imagino que habitas la casa jugamos a invadirnos el espacio como cadetes en guerra de fondo escucho aquella película que vimos quince veces Te heredé en vida no reclamaste la casa ni las llaves de la puerta te llamo suelo para tirarme en él abrazo el polvo

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nombro los cuatro apodos que crecieron en mis labios los podé pero quedaron las raíces

Gabriela Sepúlveda. Licenciada en Filosofía por la Universidad de Guadalajara y maestra en Docencia por la Universidad Tecnológica de Guadalajara. Ha participado en distintas publicaciones como compiladora, investigadora, revisora técnica y autora. Fue ganadora como poeta en el concurso de Mar de voces, organizado por la Secretaría de Educación Media Superior de la Universidad de Guadalajara, en los años 2018 y 2020. Es miembro fundador del colectivo poético Inubicables.

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Tres poemas

i. aqua alsietina

Qué si todas las palabras dibujan el mismo túnel cabizbajo. Ando como un lentísimo diluvio; tengo la mirada de unos cerros ambulantes a lo lejos. Soy la casa constante del caballo, del tordo los demonios del judaísmo, el petirrojo, la araña las hormigas, la fauna de los espejos, los animales icosaédricos y los saltimbanquis desolados en altos acueductos umbríos. También a mí vienen los cuervos a arrancarme la comida de la boca. No busques constelaciones en mi viruela mi anemia; yo desapareciendo; la muerte dibujando árboles, trazamos una senda entre dos soles apagándose.

ii. jacarandas

Minerva anda sonámbula por los más frágiles puentes de madera ¿qué palabras diluye en el rumor del agua? ¿y cuáles dentro de las cuentas de su rosario amnésico? En el transparente puente de sus meditaciones oníricas, se sienta a arpegiar la memoria de sus ancestros y los míos. Suenan como una alameda pensativa que volviera a derrumbarse sobre ríos casi secos, llenos de titilantes ciudades Ella escribe de nuevo los desiertos con las palabras de todas las novelas antiguas: “Ah el azar fallido de sus alfabetos” se lee desde el otro lado de sus ojos neblinosos. El mundo nos escribe con palabras más sabias y aun así nos borramos como a una luna en la arena.

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Al teléfono

Era como si a través de todas las tormentas pudiera escuchar el susurro de dos voces que me hacían avanzar por direcciones opuestas, ¿cabría esto como una explicación? A veces me parece que todas las tempestades son un laúd más del polvo. He llegado a cierta edad sólo como un parque hecho pedazos: no sé qué cantaré después. No sabría deletrear exactamente la angustia que todo esto me suscita. Mientras tanto Ágata me cuenta que su sobrina casi se fractura el tobillo en una clase de basquetbol. Aquí me gustaría decir algo como: “me siento como un oleaje de lunares muy cansados” pero no sería demasiado falso. Me quedo mirando unos mechones sueltos del tapiz. Llevamos aquí no sé cuántos… a veces no sé qué día es hasta muy tarde. Pero ahora Paula comienza a platicarnos de unas imágenes que descarta distraída con los dedos. Me gustaría estar en una tierra lejana ganándome la vida leyendo el futuro en los residuos de las tazas del café. Estafaría a todos los turistas con rimas italianas viejísimas. Me creerían ingenioso. Tan solo de propinas ganaría más a la semana que aquí todo el mes en la taquilla de la terminal autobusera. Intercambiaría correspondencia con damas extranjeras como gente de hace muchos siglos. Me acuerdo de una vez que Paula y yo nos quedamos oyendo a un saxofonista tocando de madrugada en una avenida, porque nunca supimos dónde estaba la calle a la que íbamos. Ahora nos quedamos viendo el tiempo pasar en vasos de agua de Jamaica que nos servimos sólo por hacer algo. A veces me ponía detectivesco conmigo mismo pero al poco rato el forcejeo perdía tensión,

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iii.

escuchaba los acordes que me faltan de la cotidianidad, repitiéndose incesantemente, pero nunca como la primera vez. Ahora escucho la misma música triste marchitándose en nueve televisiones antiguas. Escucho lo que unas macetas cuarteadas dicen sobre las cenizas y los puentes y los párpados que nos dibuja la sangre seca en la ventana. Hablo y hablo, pero del otro lado de la película los subtítulos escriben cosas que yo no digo en un idioma que no existe. Cuando hablo de una lámpara quebrándose en la pantalla aparecen frases sobre un balcón nublado donde nos miramos como a los niños muertos que seremos algún día. Si dibujo en el espejo un reloj allá afuera sólo se ven dos criminales navajeándose en un callejón. No sé tampoco adónde va la cinematografía que me envuelve.

Gerardo Daniel Jiménez (Aguascalientes, 1994). Es maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Ha publicado poemas en diversas revistas como Letras Libres, Replicante! y Cultura de Veracruz. Es editor de la revista literaria La madre oculta.

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El olor de la sal

(Katia Kapovich) Traducción de Édgar Trevizo

De pie en la iluminada capilla de madera miro alrededor y reconozco a familiares y amigos de Iskra. Hay unas cuantas babushkas a las que no he visto antes, que deben haber venido a la Funeraria Levin hoy como un ensayo para sus propias partidas. No se pierden la oportunidad de nada gratis.

Le digo adiós a mi vieja amiga, de sesenta y siete años de edad.

La mujer bajita, regordeta, una versión femenina de Winnie Pooh, Iskra Kogan, yace ahora con lirios sobre su alta frente.

El rabino alarga un complejo discurso alabando el gran don de mi amiga para relacionarse con las personas y su papel en la comunidad judía rusa. Sus tonos, afiladamente afectados, son indiferentes, una astuta sonrisa curva su boca. Pero yo sé que Iskra era una solitaria, su única compañía, su hija y un puñado de amigos.

La historia de su vida es simple. Nació en Leningrado, en donde su madre trabajó en un jardín de niños cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Había seis niños en su grupo, y cuando un frío día sus padres no vinieron a recogerlos, su madre no tuvo otra opción que cuidar de todos ellos. Se las arreglaron para escapar de la ciudad moribunda

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un día antes del comienzo del gran cerco y vagaron a través de una tierra devastada hasta los Urales. No regresaron a Leningrado sino hasta después de la guerra. Entonces Iskra trabajó como correctora en la revista literaria Zvezda y se encontró con una envejecida Ajmátova en algunas ocasiones. Una vez incluso compartieron un cigarrillo en las escaleras de mármol de aquella famosa oficina editorial en la calle Pestel.

Iskra escribió poemas desde los quince años, pero nunca publicó nada y ni siquiera le contó a sus amigos sobre ello. (“No parecía una poeta: era obesa.”) Hija de la guerra, prefería la comida a la fama. Le gustaba comer y pasar un buen rato, riéndose, a la mesa.

Amé aquel poema que alguna vez, con reluctancia, recitó para mí tras una enorme cena que ella había preparado. Leyó lentamente, de un cuaderno azul. Cada letra de su escritura de niña ocupaba un cuadrito blanco: recuerdo aromas, más que cualquier otra cosa: el olor del agua del Neva en los canales herrumbrosos, el olor amarillento de las páginas de las galeras cubiertas de tinta fresca, y finalmente, el olor de la sal sucia y cruda que compraba durante la guerra, cuando las lágrimas sabían como nieve derretida…

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Édgar Trevizo. Poeta, traductor y editor. Ha creado y dirigido diversos programas de fomento a la lectura y escritura de poesía, como el Programa Integral de Fomento a la Poesía Wikaráame, para la Secretaría de Cultura de Chihuahua. Es autor de diversas compilaciones y traducciones de poetas como Izumi Shikibu, Anna Swir, Jim Moore y Billy Collins, entre otros. Sus más recientes publicaciones son “La vida espiritual de las hormigas”, poemas, y “Tengo vino, luna y flores”, una selección y traducción de poemas chinos. Actualmente dirige el sello editorial independiente Medusa Editores.

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El sueño de Schaeffer

Gera Ronzón

Igual al oído que, ante el sonido constante y repetitivo de la cigarra, difumina su atención, escuchando ya no el sonido llamativo y extraño, sino la maraña entretejida que conforman los ruidos de la atmósfera nocturna como un todo unificado, sin elementos discernibles; así pareciéramos asentar las innovaciones tecnológicas en nuestra vida diaria; algunas más que otras, sin embargo. Parece más difícil aceptar la reproducción asistida en parejas del mismo sexo que el acto de escuchar música en formatos digitales y en streaming, aunque en ambas acciones los actantes adultos fértiles y músicos, genitales e instrumentos estén ausentes en la experiencia, quedando sólo una reminiscencia de fluidos y música, de células y sonidos. Haya sido el encierro, o un sesgo pronunciado en mis preferencias personales lo que me hizo fijar la atención en las innovaciones musicales que han venido suscitándose en las últimas décadas, lo cierto es que hay personas en el mundo imaginando nuevas formas de escuchar y experimentar el sonido; nuevas formas, también, de crear experiencias indescriptibles en aquel espacio singular y solitario donde los auriculares desplazan la voz de nuestra mente y emerge la fantasía y el sueño. Fueron los concretistas quienes, guiados por un antiguo concepto pitagórico, murmuraron las conjeturas del futuro que habitamos. Acusmática, el sonido escindido de su fuente; se piensa que Pitágoras impartía sus clases tras una cortina, vedando su figura, sus labios y sus gestos para que sus alumnos se concentraran puramente en las palabras, en el sonido. Pierre Schaffer en 1955 propuso el término para describir una música escindida de sus instrumentos y de sus emisores. La posibilidad de grabar sonidos en cintas magnéticas y vinilos produjo una situación análoga a cuando las palabras fueron abstraídas de la boca de las personas y del sonido para plasmarse en un sistema de escritura. Es la música fija e inalterable, es la música texto. Todo audio, testimonio de un evento sonoro único en el mundo. Ahora podemos entrar a nuestro servicio de streaming de preferencia y reproducir cualquier canción, sin necesidad de que Madonna tome un vuelo a Xalapa para susurrar sus Bedtime stories en nuestros oídos. En una época donde el contacto con el otro fue sinónimo de enfermedad y muerte, recluirnos en nuestros audífonos resultó una alternativa viable para evitar un ataque psicótico.

Por otra parte, el capitalismo no hizo oídos sordos a la estruendosa posibilidad económica que conllevó, en un principio, fijar música en objetos físicos y venderla; ni luego de transmitirla directamente en los dispositivos móviles y computadoras de consumidores a través de streaming. Allí donde el capital interviene, homogeniza. Allí donde insistió profundamente el sueño de crear experiencias sonoras inolvidables, atmósferas imposibles, de experimentar con las habilidades de grabación, de manipulación tímbrica, de aleación de sierras con el retroceso de una puerta recién

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abierta, llegó la ambición de capital a insistir más bien en la repetición, la fórmula comercial, sonidos homogéneos, música de creación rápida para consumir, usar y desechar como el plástico, como comida rápida. Este tipo de música no se realiza como necesidad de un grupo social para expresar sus tradiciones, su forma particular de entender el sonido, el ritmo, el goce, sino que es guiada por su rentabilidad económica. A este modo de crear se oponen los creadores que buscan expresarnos su universo interno, las peculiaridades de su grupo social, una visión particular de su gusto musical. Ahora bien, dentro de los avances tecnológicos y paradigmáticos que se han suscitado en las últimas décadas se encuentra la posibilidad de crear música de forma digital. Lo que antes hubiere requerido una enorme mezcladora, cintas magnéticas, conocimientos de ingeniería en audio y mucho capital ahora puede realizarse con una computadora personal. Esto ha permitido un auge de creadores independientes, donde las propuestas musicales tienen la oportunidad de desapegarse de la estética impuesta por las corporaciones y las disqueras. Las posibilidades son infinitas, y las ganas de crear también lo son. Esta nueva forma de producción musical da paso a que distintos creadores puedan permitirse un retorno a una creación enfocada en la innovación y en la búsqueda de un estilo propio.

Ante este paradigma, pareciera incubarse una tradición peculiar e interesante en el seno de la música electrónica de la mano de creadoras y creadores pertenecientes a comunidad LGBTTTIQ+, específicamente de la comunidad trans, cuya historia se encuentra íntimamente relacionada con el desarrollo de la música electrónica y los sintetizadores. Fue Wendy Carlos, mujer trans, pionera en la ingeniería de síntesis y co creadora del sintetizador Moog modular, fundamental para entender el desarrollo y los sonidos característicos de la música popular de la década de los sesenta. A partir de su ejemplo, múltiples mujeres trans han destacado como artistas de música electrónica, tal es el caso de Sophie. Particularmente, Sophie formó parte de un movimiento contracultural, mayormente consolidado a través de internet, llamado PC Music, donde la consigna era la creación de un pop hiperbólico, que resaltara las características más exageradas del pop actual y volverlo una reacción en contra del consumismo y el capitalismo musical. Ella fue pionera en el movimiento, y su trabajo es innovador y fresco, sin embargo, no por ello fácil de digerir en una primera escucha. Su propuesta es arriesgada, apuesta por un estilo que va de lo industrial a lo meloso, sin dejar de cautivar a cada momento, ni de sorprender. Los sonidos se transforman, una voz deviene en una suerte de estructura metálica que se desenreda hasta alcanzar el silencio al final de Faceshopping,

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canción que crítica la fijación cultural por el rostro y el marketing. Así también el consuelo emocional de canciones como It’s ok to cry, que reivindican la expresión de las emociones difíciles a través de la normalización del llanto. La historia de Sophie, sin embargo, culmina de forma trágica con el anuncio de su fallecimiento el 30 de enero del 2021, en circunstancias misteriosas.

La música, si no se encuentra en conversación con la realidad social de los creadores, pierde la oportunidad de ayudar a los miembros de una comunidad a encontrarse a sí mismos, de construir una identidad comunitaria basada en las necesidades emocionales de los integrantes, de sus historias de vida, de sus formas de habitar el mundo. Me alegra, no obstante, que existan creadores que ocupan la música para explorar su universo interno, sus inquietudes y aficiones, pues al conocerse a sí mismos ayudan a los demás a conocerse. Esto es algo que una música desarraigada, comercial y capitalista no puede brindar a los individuos.

Gera Ronzón (Xalapa, 1997). Persona no binaria. Obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario de la Universidad Veracruzana, en la categoría José Emilio Pacheco de poesía. Miembrx del comité editorial de Pérgola de Humo. Cantante, productorx y compositorx en su proyecto musical Eara.

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Soul solution

Alberto Bejarano

Duración: media hora

(Un escenario compuesto de afiches de viejas películas, canastos en el piso y campanas pequeñas. Cinco sillas rojas y negras. Marieta, la protagonista, también llamada Faith o Fate, está vestida con un vestido de lentejuelas)

¿Qué quieres decir cuando dices que todo está en tu cabeza? ¿Qué quiero decir cuando digo que todo está en mi cabeza?

Me han citado aquí, en este escenario en penumbras (luces de neón de fondo) para que interprete el papel de una actriz pasajera. Me han dicho que seré una aulladora, Marieta. Me han dicho que seré Amparo, Auxilio, Socorro, Remedios, Caridad Lacouture, el personaje de la novela Amuleto de Roberto Bolaño. Me han hecho aprender pedazos de poemas de poetas latinoamericanas:

(SUENAN VOCES EN OFF)

(Mientras suena cada poema, Marieta/Faith/Fate, está sentada en una silla diferente. En el primer poema se maquilla, en el segundo se desmaquilla y así alternativamente)

BLANCA VARELA

Curriculum vitae digamos que ganaste la carrera y que el premio era otra carrera que no bebiste el vino de la victoria sino tu propia sal que jamás escuchaste vítores sino ladridos de perros y que tu sombra tu propia sombra fue tu única y

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desleal competidora.

OLGA OROZCO

Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las bujías en el amanecer... Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las bujías en el amanecer y no puedas recordar hacia atrás, como la Reina Blanca, déjame en el aire la sonrisa. Tal vez seas ahora tan inmensa como todos mis muertos y cubras con tu piel noche tras noche la desbordada noche del adiós: un ojo en Achernar, el otro en Sirio, las orejas pegadas al muro ensordecedor de otros planetas, tu inabarcable cuerpo sumergido en su hirviente ablución, en su Jordán de estrellas. Tal vez sea imposible mi cabeza, ni un vacío mi voz, algo menos que harapos de un idioma irrisorio mis palabras. Pero déjame en el aire la sonrisa: la leve vibración que azogue un trozo de este cristal de ausencia, la pequeña vigilia tatuada en llama viva en un rincón, una tierna señal que horade una por una las hojas de este duro calendario de nieve. Déjame tu sonrisa a manera de perpetua guardiana, Berenice.

ALEJANDRA PIZARNIK

Cenizas

La noche se astilló de estrellas mirándome alucinada el aire arroja odio embellecido su rostro con música.

Pronto nos iremos Arcano sueño antepasado de mi sonrisa el mundo está demacrado y hay candado pero no llaves y hay pavor pero no lágrimas. ¿Qué haré conmigo? Porque a Ti te debo lo que soy Pero no tengo mañana Porque a Ti te… La noche sufre.

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HILDA HILST

Las cosas no existen. Lo que existe es la idea melancólica y suave que hacemos de las cosas. La mesa de escribir es hecha de amor y de sumisión. En tanto nadie la ve como yo la veo. Para los hombres es hecha de madera y está cubierta de tinta. Para mí también más la madera protege su interior pues su interior es humano. Los libros son criaturas. Cada página un año de vida, cada lectura un poco de alegría y esta alegría es igual al consuelo de los hombres cuando inquietos permanecemos en respuesta a sus inquietudes. Las cosas no existen. La idea, sí. La idea es infinita igual que el sueño de los niños. (Pasea por el escenario marcando diagonales en un movimiento de danza sutil)

¿Qué quieres decir cuando dices que todo está en tu cabeza? ¿Qué quiero decir cuando digo que todo está en mi cabeza?

En mi cabeza transitan esas voces fundidas en la descompostura del preguntarse cómo se resiste al mundo solo con la poesía, como Auxilio en el baño de mujeres de la facultad de filosofía de la UNAM en el México del 68. Soy manglares, soy vertientes, soy aguas que se pueden des estancar, des de nuevo encantar. Como el tanteo en las letras en las sombras los dolores no vienen solo del

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futuro pero del pasado tampoco recibimos solo dolor. Hay huellas que se desvanecen y empezamos de cero como un golpe de dados y hacemos un baile de la mudez a tientas

(Busca una escoba y un recogedor, se pone un delantal, se recoge el pelo)

En mí están desnudas la noche, el sueño, el sonambulismo y la espera, como un laberinto que va atrapándonos. La visión de la sociedad es oscura y llena de paradojas. Nadie es el que realmente es, somos una mezcla de contradicciones y también de argucias con nosotros mismos y los otros. “hay tantos laberintos en la vida real, ¿no lo creen?, tantos encubrimientos. Uno se encubre y pretende estar hablando de una cosa cuando realmente está hablando de otra. Eso se ve mucho en la política: la gente miente casi todo el tiempo; lo que dice es muy persuasivo pero, básicamente. Es una mentira”, dice Joseph Losey. Interacción con la noche, impresión de solipsismo, introspección rota con los otros, caminar trastabillante, como de duende nocturno. Un cruce inesperado con las sensaciones de las más o menos vagas vigilias, la ruptura de la aparente continuidad de las cosas que solemos llamar realidad. Pero la realidad es laberíntica y un día tomamos una siesta y al despertar no nos damos cuenta hasta qué punto nuestra vida empieza a cambiar. ¿Responde la trama y el desenlace a una historia, a un plan secreto? nos internamos en un pasaje alternativo del tiempo y como en la película Interstellar quedamos al otro lado de la biblioteca, suspendidos en las argucias de otras lógicas más subterráneas y por ello difíciles de concebir y más aun de aceptar. Estamos en una inmensa telaraña de los sentidos donde no podemos saber de qué manera seremos arrasados por fuerzas oscuras e hipnóticas. Es una apuesta por el descontrol, por el caos que nos rodea. Extrañas combinaciones de fuerzas aleatorias imperan en nosotros. En lugar de seguir la línea recta, a veces lo curvo nos sugiere un cambio de ritmo oracular, por impreciso y doloroso que sea.

(Se tapa la boca con la mano y lanza tapabocas hacia el público)

¿Qué quieres decir cuando dices que todo está en tu cabeza?

¿Qué quiero decir cuando digo que todo está en mi cabeza?

Me gusta sonreír pero no me gusta que me vean sonreír.

Me gusta leer poesía pero no me gusta que me escuchen en voz alta.

Las voces en mi cabeza no me dejan salir a la realidad exterior.

Me gusta el aroma del café pero no su sabor.

Me gusta la lluvia pero no mojarme.

Me gusta que me den regalos pero no abrirlos.

Me gusta que me propongan matrimonio pero no casarme.

Me gusta probarme vestidos pero no comprarlos.

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(Se acerca al público, reparte un espejo pequeño a cada espectador, luego se para en una silla)

¿Qué quieres decir cuando dices que todo está en tu cabeza?

¿Qué quiero decir cuando digo que todo está en mi cabeza?

No me gusta sonreír pero me gusta que me vean}

No me gusta leer poesía en voz alta pero me gusta que la escuchen

No me gusta salir a la realidad exterior pero me gusta que estén en mi cabeza

No me gusta el sabor del café pero sí su aroma

No me gusta la lluvia pero sí mojarme

No me gustan los regalos pero sí abrirlos

No me gusta que me propongan matrimonio pero sí casarme

No me gusta probarme vestidos pero sí comprarlos

(Baila con los ojos vendados)

Alberto Bejarano (1980) Poeta, dramaturgo y radio aficionado de palimpsesto. Investigador en literatura comparada en el Instituto Caro y Cuervo. Realizó su tesis de doctorado en la Universidad París 8 sobre Roberto Bolaño. Es profesor universitario en Colombia y lo ha sido en Brasil. Su primer libro de poesía, La bailarina sonámbula, se publicó en 2020 en la editorial Sílaba de Medellín (Segundo Premio de Poesía Ciudad de Bogotá, Idartes, 2019).

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Regreso a los brazos de la dueña del volcán:

Pobo Tzu (Noche blanca), de Tania Ximena y Yollotl Gómez Alvarado

Decir “noche blanca” remite a la frialdad de la nieve, pero el blanco es también el color de la niebla, la ceniza, del polvo erosionado por el tiempo. Trinidad lo sabe muy bien, pues su infancia y adultez transcurrieron en medio del recuerdo de la ira candente del fuego que sumergió al pueblo de sus padres en la oscuridad primigenia; sin embargo, de igual forma reconoce que la voz de Pyowa tyzu’we no puede ignorarse y, a más de 30 años de la tragedia, exigirá a los habitantes del ejido Nuevo Guayabal el retorno a las entrañas de la dueña del volcán.

En 1982 el volcán Chichonal hizo erupción. La rigidez de la ciencia obligaría a medir el impacto de este hecho considerando datos como las poblaciones afectadas (localizadas a 10 km a la redonda de las faldas del volcán), las personas afectadas (150 mil), los desaparecidos (2750), la altura que alcanzaron las rocas y los gases (17 kilómetros). Por fortuna, el cine no tiene que ceñirse a mostrar cabalmente estas cifras y, por ello, Tania Ximena y Yollotol Gómez Alvarado optan por presentar a los espectadores en el documental Pobo Tzu (Noche blanca) los cambios en la memoria colectiva de “los hombres de piedra” a partir de la cosmogonía zoque, especialmente con los sueños previos al inicio de labores para desenterrar el pueblo, demostrando en el proceso que los designios de la tierra son superiores a los límites de la ficción y verdad.

La poesía y el regreso a los brazos de la dueña del volcán ¿Por qué desentierra uno su pasado? A algunos podría motivarlos la avaricia, el deseo de buscar entre las cenizas los despojos valiosos que dejó en su rápido paso la tragedia; para otros es la posibilidad de volver a pisar el viejo camino conocido de la casa paterna, enfrentarse con los recuerdos de los transeúntes que se dirigían a misa cada domingo, esas caras familiares que cuando cierras los ojos y sueñas aparecen frente a ti. Para Trinidad, en cambio, es un acto de fe hacia la dueña del volcán, cuando ésta ofrece a su hijo imágenes nunca vistas pero frecuentemente escuchadas de cómo la iglesia del pueblo se convirtió en un mausoleo blancuzco, es la señal para la vuelta al hogar: “siempre volveremos a ti” porque “mi ombligo habita en ti”. Así como las madres gestan a sus hijos y los une la vida misma, los zoques conciben su relación con la señora Pyowa tyzu’we, pero el vínculo no es el cordón umbilical, sino la palabra.

La palabra en Pobo Tzu no es una herramienta para la comunicación de ideas mundanas, sino el medio para compartir los designios de la dueña del volcán, para purificar los espacios

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otrora sacros. La cadencia de la lengua de los zoques expone la cosmogonía de su gente, la cual consigue, incluso a través del silencio y el sueño, dar a conocer la advertencia de la señora que protege esas tierras, quien dice a Fulgencia “vengo por alguien”, la revelación que los antiguos, aseguraba, se alcanzaba durante los días y noches blancas. Ese alguien de las visiones silenciosas de Fulgencia es el causante del punto de quiebre de la inercia y la conformidad en que habitaban los ejidatarios: Trinidad, el hombre cuyo ombligo fue devorado por las llamas del Chichonal y el elegido para unirse, finalmente, a Pyowa tyzu´we.

Digo “palabra” como sinónimo de poesía, de lenguaje, del cuerpo del volcán, de la música que hace eco de los ruidos de la tierra. La poesía no es sólo el conjunto armónico de sonidos articulados, sino la conexión entre la naturaleza y el ser humano (que ejemplifica con claridad Trini en su viaje al interior del Chichonal), lo cual se aprecia en las imágenes captadas por Yollotl Gómez Alvarado. En una suerte de sístole y diástole, las fotografías presentan ante nuestros ojos la amplitud del volcán, la extensión del campo, el sol ascendiendo por las montañas y las profundidades del cráter, pero también los detalles íntimos de la vida interior de los habitantes de Nuevo Guayabal, como las manos trabajadoras preparando tortillas, las botas dejando huellas en la tierra seca, el agua hirviendo lista para preparar los alimentos y las palas abriéndose paso entre las cenizas, es decir, la confluencia del pasado y el presente, del exterior y el interior.

Esto ocurre porque “el lenguaje posibilita el pensamiento y el pensamiento es una primera forma de la memoria, la cual se edifica con lenguaje” (Mendoza García, 2017, p. 13). Trinidad reconoce esta relación entre lo que he llamado poesía y lo que ocurre a su alrededor, “desde atrás de las cosas, mis ojos crearon los sueños. Las voces que se acomodan antes de que sucedan”. En ese sentido, cabría recordar que el psicólogo y sociólogo francés Maurice Halbwachs (1968) aseguraba que la historia no es lo que se queda en el pasado, sino que hay una historia viva que se renueva a través del tiempo, donde confluyen las corrientes antiguas (los recuerdos, las enseñanzas de los ancestros) y, en el caso de los zoques, tanto el pasado, el presente y el futuro es el mismo: el volcán eterno, laberinto de fuego.

Ficción y memoria

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La sabiduría popular reza que “más vale una imagen que mil palabras”, por lo que suele tomarse como verdadero lo que un lente capta, convirtiéndose la cámara en un testigo irrefutable de la historia; esa visión tradicional permea la concepción de “documental” en tanto que este “explora personas y hechos reales” (Rabinger, 2001, citado en Domínguez Rubalcaba, 2005). No obstante, como dice Susan Sontag (2003) “encuadrar es excluir”, es decir, una fotografía rescata un momento puntual de la realidad; en ese caso, ¿una fotografía (y por extensión el cine) vuelve real lo que retrata? Tania Ximena y Yollotl Gómez, realizadores de Pobo Tzu, comparten la opinión de la escritora norteamericana y explican que “todo documental está ficcionando, tú estás escogiendo qué cosas entran en él y qué no, además hay situaciones creadas o que se busca que sucedan porque es una decisión estilística” (Colmenero, 2021).

El productor e historiador Jerry Kuehl señala que “en la esencia del documental hay una reivindicación de autenticidad y esta reivindicación está basada en argumentos y pruebas” (Nichols, 1997, p. 159). Curiosamente en Pobo Tzu la mayoría de las “pruebas” de los efectos de la erupción del Chichonal provienen de elementos “ficcionales” como los sueños, rituales, los diálogos silenciosos (estas decisiones estilísticas que mencionan sus realizadores), los cuales cumplen una función fundamental para la creación de la memoria de los habitantes del ejido, que corresponden con su realidad y, por ende, aunque a los espectadores nos puedan parecer parte de una enorme puesta en escena, son tan ciertos como la misma existencia del volcán.

Aunque el gran logro de Tania Ximena y Yollotl Gómez es este equilibrio entre ficción y realidad, pasado y presente, en la excavación del pueblo se pondera la coyuntura de estos conceptos. Como espectadores, podemos confiar en los testimonios y recuerdos de los ejidatarios, adentrarnos en su cosmogonía y compartir la sorpresa ante los sueños premonitorios que envía Pyowa tyzu’we. Sin embargo, la prueba mayúscula (producto de nuestra mente cartesiana e incrédula equiparable a la de Santo Tomás) es observarlos retornando a los escombros, desempolvando la iglesia destruida, donde no pueden ignorarse los llamamientos de la señora del volcán: “Hemos vuelto a donde los nuestros quedaron enterrados. Arrancamos la tierra, levantamos las piedras. Entre las piedras las voces me hablaron. ¿Acaso no escuchan a los muertos que se levantan?” dice Trinidad, quien zanja la cuestión (si es que fuera necesario tomar partido entre la ficción y la realidad), con su visita al cráter del volcán, recordándonos que la memoria se construye de hechos, pero también de las ilusiones que habitan en las historias de los ancestros. Pobo Tzu regala en sus últimos minutos una mirada de los ejidatarios al interior del volcán, un espejo oscuro que refleja lo recóndito de los hombres de piedra, aunque deja abierta la puerta ante un presente que se construye todavía, en relación a un pasado doloroso que sus habitantes buscan desenterrar, pero que obsequia a quienes se acercan a conocer esta historia la gran revelación que las noches blancas suelen dejar a su paso: los seres humanos y la naturaleza son una misma, ya que “Así como llega la noche, también entra el día. De esa manera hemos vuelto a vivir contigo”.

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Referencias

Colmenero, A. (2021). Pobo ´Tzu Noche Blanca de Tania Ximena y Yollotl Gómez: el sueño de desenterrar el viejo hogar Instituto Mexicano de Cinematografía. https://www.imcine.gob.mx/Pagina/Noticia?op=9c5d3681 7217 4cf8 ba9f bd76cd5eaa2c

Domínguez Rubalcaba, G. (2005). Video documental: del Huipil a la Chilaba. Musulmanes en Chiapas [Tesis de licenciatura]. Universidad de las Américas Pueblas. Guzmán Monroy, V. (2018). La erupción del volcán Chichonal en 1982. La pérdida del patrimonio religioso edificado en la religión zoque chiapaneca. De la destrucción a una nueva experiencia de reconstrucción Historia de la Construcción, II(42), pp. 231 255. Halbwachs, M. (1968). Memoria colectiva y memoria histórica. REIS, 69(95), pp. 209 219. http://ih vm cisreis.c.mad.interhost.com/REIS/PDF/REIS_069_12.pdf

Mendoza García, J. (2017). Otra idea de mente social: lenguaje, pensamiento y memoria. POLIS, 13(1), pp. 13-46. http://www.scielo.org.mx/pdf/polis/v13n1/1870-2333-polis-13-0100013.pdf

Nichols, B. (1997). La representación de la realidad. Cuestiones y conceptos sobre el documental. Paidós. Sontag, S. (2003). Ante el dolor de los demás. Santillana.

Tania Hernández Rivera (Xalapa, Veracruz 1997). Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Ha obtenido el primer lugar en el 11° Concurso de cuento infantil y juvenil de la Editora del Gobierno del Estado de Veracruz (2021) y mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario en la categoría relato Luis Arturo Ramos (2020). Actualmente dirige la revista digital Pérgola de Humo

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