Pérgola de humo Número 7, año II, abril-junio 2021

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COMITÉ EDITORIAL PÉRGOLA DE HUMO Núm. 7 (abril-junio 2021), Año II Directora Tania Rivera Relaciones públicas Alejandra Zuccolotto Editores y dictaminadores de poesía Edgar Humberto Paredes Gerardo Ronzón Editoras y dictaminadoras de narrativa Alejandra Zuccolotto Tania Rivera Colaboradores externos Evaluna Pereyra Eufrasio Daniela de la Fuente Mtro. José Luis Martínez Suárez Portada e interiores Singwan Chon Li Ilustraciones (cuerpo de texto) Ricardo Rodríguez REDES SOCIALES Facebook: @pergolaDhumo Instagram: @PérgolaDeHumo Canal de YouTube: Pérgola De Humo Correo electrónico: pergoladehumo@hotmail.com

Registrado bajo licencia Creative Commons. Se permite su reproducción total o parcial citando la fuente


Sobre nuestros artistas visuales

PORTADA E INTERIORES Singwan Chong Li Santiago de Chile, 1989. Artista visual. Sus collages han sido publicados en revistas virtuales e impresas de Chile, Perú, Brasil, Portugal, Colombia, Argentina, México, Canadá, EEUU, Uruguay, Puerto Rico, Inglaterra y Egipto. También han sido exhibidos en exposiciones colectivas de Chile, España, Portugal, Turquía, México, Serbia e Italia.

ILUSTRACIONES Ricardo Rodríguez Rodríguez Ciudad de México, 1984. Artista mexicano. Comenzó su acercamiento a las artes plásticas en el Centro Cultural Universitario de la UNAM, con la maestra Cassandra Sabag Hillen. Cuenta con diferentes exposiciones dentro y fuera del país, entre las más trascendentes están: Artelumen 2da edición Parámetro 02, celebrada en el Museo de la Ciudad de México, III INTERNATIONAL EXHIBITION-CONTEST OF SMALL GRAPHIC FORMS AND EXLIBRIS y recientemente el FESTIVAL VIRTUAL ITSÏ, Morelia Michoacán. México. Su obra forma partes de cuatro catálogos de arte, tanto nacionales como internacionales.


PRESENTACIÓN

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NARRATIVA Por la tarde Yinett Scarlet Vázquez Serrato 3 Mi perro Diógenes César Ilzivir Salazar Escobar 6 La princesa y el sapo Eduardo Honey 8

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20° Fahrenheit Frida Lima Castañeda 12

D I C E

POESÍA 21. (“Me inmiscuyo…”) Fernando Raluy 15 Poemas Alberto Quero 16 Dos mujeres hacen tortillas… Xochipilli Hernández 19

ENSAYO Lugares prohibidos y hombres de siempre: Páradais de Fernanda Melchor Vicente Martínez Blanco Martínez 21


RESEÑA Los hilos del pensamiento individual vinculados al otro: la cotidianidad en La señora Dalloway A. Azael López Villarreal 29

Í N D I C E


PRESENTACIÓN de narrativa; Alberto Quero, Fernando Raluy y Xochipilli Hernández en la de poesía, Vicente Martínez Blanco Martínez en ensayo; y Azael López Villarreal en reseña.

Queridos lectores: Llegamos a la séptima edición de Pérgola de Humo. En el transcurso de nuestro segundo año de existencia, estamos cada vez más conscientes de lo que implica sostener una revista literaria. Es importante dar visibilidad a los creadores de hoy, pues sobran las herramientas para hacerlo; sin embargo –y lo hemos expresado en otras ocasiones–, creemos que de nada sirve difundir lo que no transmite ni conmueve, especialmente en el ámbito al que pertenece nuestra pequeña publicación. Lo que tratamos de decir con esto es que no hemos abandonado el afán de presentarles un panorama realmente valioso de la literatura contemporánea nacional y continental.

Como siempre, muchísimas gracias a quienes nos leen, nos eligen como difusores de su trabajo o se interesan de diversas maneras por este proyecto que realizamos desde hace más de un año y medio. Poco a poco nos hemos posicionado como una opción interesante para promocionar la cultura de nuestro entorno, y no debería ser ningún misterio que esto ha ocurrido de la mano de ustedes. Y así como nos han apoyado con su lectura o colaboración, los invitamos a que también conozcan el contenido digital de Pérgola de Humo en nuestras redes sociales (Facebook e Instagram) y en el canal de YouTube, donde compartimos entrevistas y recomendaciones literarias que preparamos especialmente para una audiencia que está en constante crecimiento, y con la cual deseamos interactuar cada vez más. ¡Bienvenidos!

El número abril-junio 2021 no es la excepción a lo anterior. Para introducirlo, queremos aplaudir primero a los artistas visuales que se encargaron de ilustrarlo: Singwan Chon Li (portada e interiores) y Ricardo Rodríguez (interiores). Y tal como debe ser, haremos un digno recuento de los nuestros autores: Yinett Scarlet Vázquez Serrato, Eduardo Honey, César Ilzivir Salazar Escobar y Frida Lima Castañeda en la sección

Atentamente Comité editorial Pérgola de Humo Xalapa, Veracruz, México

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Por la tarde Yinett Scarlet Vázquez Serrato

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i madre tiene una elegancia añejada, el cabello muy liso y siempre huele a ese sudor de la tarde, de cuando andas entre la hierba y te pican los mosquitos: caliente, incómodo y húmedo. Cuando ella regresa de la zapatería, vamos al río y nos bañamos desnudas, hasta que oscurece y regresamos empapadas con el sonido de las cigarras. Después de eso nos metemos en el pabellón y dormimos fresquecitas. Ella me platica de su infancia, siempre repite las mismas historias, yo no deseo escucharla, pero lo hago hasta que su voz me duerme. No me gusta cuando ella va con doña Esther, porque en esa casa nunca la han querido. Siempre termina borracha y así ya no puede ir a nadar. Yo, rendida de cansancio, cruzo los brazos sobre una mesa salpicada de cerveza tibia y limón. Mientras ella, tan traicionera, tan maldita, se va con el otro, El Matías, y entonces me dan unas ganas de cortarle el pescuezo. Al otro día yo ni le hago caso y cuando me abraza le entierro las uñas. Ella me lanza al suelo y peleamos. Le jalo el cabello, ella me pellizca, luego se enoja y se encierra en su cuarto. El silencio es absoluto. Hasta que, por la tarde, yo me paseo por su habitación y me tumbo en la cama suspirándole al oído, entonces ella me toma de la mano y nos vamos al agua justo después de oscurecer. Doña Esther piensa que ella estaría mejor sin mí. No se cansa de decirle que me deje con la abuela por un tiempo y que salga a estudiar, a superarse. Pero ella nunca les hace caso, yo soy lo más importante. Cuando la invitan a citas, siempre la acompaño y pido todo lo que se me ocurre, aunque me duela la panza. Los hombres me compran lo que sea Sin título para quedar bien. 3


Hay uno en especial que desde hace unas semanas siempre me trae regalos y un día hice que ambos se besaran bajo las sabanas. Para mí, él es educado, no como el Matías, que grita para todo y siempre huele a mugre. Éste en cambio, nos compra leche y a veces hasta pan, nos lleva en su camioneta al mercado y yo me bajo alardeando ante mis amigos que trabajan ahí. Cuando mi madre se cambia para ir a cenar con don Tomás, yo me paso todo el tiempo viéndola, deseo acercarme y tocar su piel que refleja el sol de la ventana. Sus pechos son muy pequeños, por eso casi nunca usa sostén, a veces me deja tocárselos. Sueltan un aroma agrio y dulce. Yo quiero unos iguales, así de suaves y firmes. Lo mejor de ella son sus nalgas, eso dice Matías, y debe ser, porque cuando yo camino detrás de ella, todos se las miran. A ella no le gustan tanto, porque dice que están flácidas y tiene razón, pero aun así son grandes y redondas. Antes don Tomás dormía en casa algunas noches, pero ahora se la pasa aquí todo el tiempo. Mi madre sólo da vueltas atendiéndolo. Entre su trabajo y el nuevo invitado, así le dice, ya nunca hablamos. Ayer, antes de irse con él, me susurró: eso de bañarnos juntas ya no está bien. ¿Y por qué no va a estarlo? Esto siempre pasa cuando trae a uno nuevo. Últimamente paso más tiempo con Natalia, vive pasando el río, pero no sabe nadar y le da miedo el agua. La inundación de hace cinco años se llevó su casa y la dejó espantada. Ahora vive en un cuarto más pequeño de concreto y tiene una hamaca enorme para mecerse en un silencio tibio. No puedo ir a nadar con ella, pero sabe escuchar y nunca pelea por nada. Mamá quedó en pasar a las siete. Le dije que llegara a tiempo porque Natalia iba a salir, pero al ver las luces de la camioneta de Serna, sé que ella no vendrá por mí. ―¿Cómo vas en la escuela? ¿Te has divertido hoy? ―¿Dónde está mamá? ―Se siente mal, hoy estuve con ella y me mandó por ti. ―¿Bebió? ―Ayer abrieron un nuevo restaurante junto al local donde trabaja tu madre, quiero llevarlas. Me gusta sentarme junto al copiloto, porque las ventanas de atrás no abren y enfrente entra el aire frío, la luna se ve y Serna me roza la pierna cada vez que cambia velocidades, yo finjo que no lo noto y él vuelve a preguntar. ―¿Crees que sea buena idea la del restaurante? ―otro roce―. ¿Tú a dónde prefieres ir? ―uno más―. Deberías prepararle esto a tu madre para su dolor, aquí te lo apunte todo. Tomás me ofrece la nota. Me pongo su mano entre las piernas, es áspera, la aprieto y luego se la devuelvo. Entonces le miro la cara, tiene la mirada fija en el camino. No vuelve a cambiar velocidades y al llegar a casa, no se baja. Me quito los zapatos para entrar y la encuentro en el sillón. Está roncando y respira como si tuviera asma, el ventilador del techo gira con tanta fuerza que creo que se va a caer. Hay una maceta rota en el piso, tal vez la tiró al estirarse. Tiene la falda remangada y la blusa entreabierta. Me da curiosidad tocarla. Le desabotono la blusa y me siento su lado, con un latido que me revienta los oídos. Y así de agitada, le beso los pechos, el olor agridulce inunda mi rostro. Meto mi 4


mano bajo su falda. Junto mi boca a la suya y ella me corresponde. Tengo miedo, piensa que soy él. Abre los ojos. Su lengua sabe ácida y el aliento a cerveza me asquea. Cierro los ojos. El silencio se escucha en el aire violento del ventilador, los grillos y los jadeos. Sus manos son suaves. Recorren mi espalda. Siento frío y calor. Tengo ganas de llorar. Las caricias bajan a mis nalgas y sus dedos largos se introducen suavemente en mi vagina. Lastiman. Llenan. Atacan frenéticamente. El agua de mi cuerpo se vacía. Abro los ojos. Tiene los brazos cruzados debajo de la nuca. Ajena. Indiferente. Madre. Asquerosa y cínica. Entonces tomo un pedazo de barro del suelo y apenas si puedo rasparle la garganta. Ella grita y se pone de pie. Me mira de reojo y se va a dormir a la cama. En la mañana, con la piel de la garganta morada me lleva a casa de mi abuela. Yo no protesto, hasta que don Tomás viene por ella y entonces sé que no volverá. Ella tiene los ojos llorosos, pero no suelta lágrima, me abraza y olfateo por última vez ese olor a tarde mojada.

Mi nombre es Yinett Scarlet Vázquez Serrato, tengo 25 años y resido en Xalapa, Ver. Soy estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura hispánicas en la UV. He participado en talleres de creación literaria en la Facultad de Letras Españolas de la UV, impartidos por Magali Velasco, César Silva y Josué Sánchez. Actualmente estoy en el taller cuento de la escuela NOX, impartido por Eduardo Antonio Parra. Formé parte del décimo curso de la Fundación para las Letras Mexicanas en Xalapa en categoría de cuento en 2018, y he participado como creadora en congresos como el CONELL. Publiqué el cuento “Mi muñeca favorita” en la revista literaria Taller Igitur. En 2018 gané el premio Sergio Pitol en la categoría de relato. Además me considero una artista visual en proceso, principalmente de arte figurativo e ilustración tradicional.

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Mi perro Diógenes César Ilzivir Salazar Escobar

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uve un perro llamado Diógenes, el nombre lo leí en la enciclopedia Salvat olvidada por un tío que estaba medio loco. Además de sonar muy curioso, ese nombre tiene un fundamento sofístico. No lo encontré en una cesta de cañas, ni alguien lo había abandonado en mi puerta: el pequeño habitaba bajo el escape de un carro, tenía cara de tristeza, estaba flaco y muerto de sed. Le ofrecí un poco de mi Coca Cola y me fue siguiendo a casa. Entré cuando mi mamá preparaba sopa y le presenté al nuevo inquilino. No le pareció mala la idea de cuidarlo por un tiempo hasta encontrar a sus dueños, le expliqué que era un perro sin hogar. Acondicioné un rincón bajo la escalera y allí permaneció unos días. Le dejaba la puerta entreabierta para que saliera a orinar. Un día rompió un póster de Britney Spears que misteriosamente guardaba mi hermano junto a la letrina: eran tiempos de amores púberes. Al primer descuido, Diógenes regresó a la calle inmediatamente. Creí que estaría bien, ya que los perros son felices en las calles porque siempre tienen a dónde ir. Pasaron unos días y nos volvimos a encontrar. Estaba famélico, tirado bajo un automóvil abandonado. Realmente era curioso que un perro tuviera esa displicencia hacia el mundo, seguramente quería morir, y yo ya no podía llevarlo a casa. Decidí dejarle comida cada vez que iba de camino a la escuela. Siempre le llevaba las sobras de mi almuerzo, no dudaba guardar en la mochila las que tenían buen estado. Pero siempre vomitaba la comida, comprendí que le satisfacía más comer alimentos caducos, así como dormir sobre la sección de “Sociales” en algún periódico. Lamía sus patas con arrogancia y jamás meneaba la cola a la gente que le ofrecía un guiño. Al descubrir su presencia, otros perros se acercaron para acompañarlo a ratos. Éste parecía darle consejos a un poodle tuerto –quien después le haría guardia por las noches-, meneando su cola y asintiendo con gran encanto. En un par de meses, Diógenes se convirtió en un perro muy popular, había crecido enjuto debido a la cantidad casi nula de alimentos que consumía. Conservaba la triste mirada, pero había algo de sabio en su semblante adusto e impasible. Tenía ya una gran popularidad entre los demás perros, seguramente conseguiría un bienestar absoluto, pues parecía contenerse tras una tranquilidad siniestra. Comenzaba a apoderarse de territorios resguardados por otros perros de diversas razas, lo supe porque sólo él orinaba los autos en toda la cuadra, los demás tenían que esperar a que el sol secara su rastro. Pronto comenzaron a llegar visitantes de otras calles. Sus conocimientos sobre la perristilogía, la guaumática y la rabioteurística habían traspasado los límites geográficos, incluso los

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epistemológicos: “Mastiquen hierbas para purgarse, hermanos perros”, sentenciaba en sus caminatas vespertinas. Algunos gatos reincidentes de los arañazos y las orgías terminaron aconsejados y libremente le brindaron tributo: con latas de Whiskas le construyeron un monumento donde lograron inscribir una avasallante memoria en latín –lengua en la cual Diógenes era un docto–: “Canem felini lupus est”. La aristocracia esclavista de aquellos felinos jamás permitiría que el desinterés de Diógenes por los arrullos y las camitas afelpadas tuviera una implicación negativa en la vida de los animales domésticos, pues él creía que la domesticación era nociva y cegaba la libertad de los espíritus perrunos. Había encontrado la iluminación. Para sus discípulos era una especie de don divino, una virtud que representaba conocerse a sí mismo y ser congruente con su doctrina. Pero entonces habría una cruel traición al poder mesiánico cuando en una tertulia aulló una misteriosa frase: “Hoy, uno de ustedes me ha de traicionar”. Un domingo, mientras regresábamos del supermercado, mi madre y yo vimos un gran alboroto en la cuadra. Había un montón de perros agolpados en defensa del sabio, tenían a mordiscos a los agentes de salubridad, quienes finalmente terminaron propinándoles una golpiza y encerrándolos junto a su líder espiritual. Dicen que al llegar a la perrera municipal, los carceleros guardaron a Diógenes en una celda aparte, por temor a una conspiración y sobre todo a una inminente rebelión perruna. No era tan cierto que predicaba con la paz, decía que “el desengaño de los hombres es mayor que morir en el sinsentido de una celda”. El perro más sabio aulló todas las noches hasta el último descanso. Los celadores cuentan que antes de su muerte, Diógenes, El Sabio, transformó los caracteres más inhóspitos y cargando con una culpa inmerecida, el perro liberó a muchos espíritus atormentados. Ahora me inquieta la memoria de ese cachorro, royendo los huesos de la vida, complacido en su refugio bajo el escape de un auto, saboreando su abrupta soledad.

César Ilzivir Salazar Escobar (Chihuahua, Chih. 1989). Ha publicado en el apartado de poesía y ensayo de la revista Metamorfosis, en la antología poética Todo es posible y en el plaquet artesanal Suversos promovido por ISKRA Casa de Cultura. Ponente en diversos encuentros estudiantiles de literatura y filosofía realizados en distintos estados de la república. Cofundador del “Taller Raúl Manríquez”. Colaborador y editor en la antología Poemas y cuentos bravos. Ganador del 1er lugar en el concurso de microficción dentro de las celebraciones del FAN (Festival de Are Nuevo 2019), promovido la por Secretaría de Cultura.

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La princesa y el sapo Eduardo Honey

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abía una vez, en un lejano país, una princesa y un sapo. Ambos vivían en concubinato esperando una resolución del Aquelarre Magno Íntegro de las Brujas, Hechiceras y Anexas (sic) para corregir su situación. El dichoso beso no había surtido efecto por vencimiento de la garantía. El primer año de la pareja cabalgó veloz entre éxtasis y humedades de la novedad. El segundo fue el de la resequedad en la piel del sapo por excesivo escarceo nocturno. Sólo una afilada y diestra lengua lo ayudó a salvar el honor. Sin embargo, al tercer año, con la lengua más mellada que el orgullo, el sapo pidió paz. ―¿Es que no soy suficientemente buena y bella para ti? ―fue el grito de indignación emitido por la principesca desnudez tendida en el lecho de hojas. ―No es eso, Mi Amor... ―respondió el sapo, un poco atragantado por un moscardón que comía de entremés. ―¿Es que tienes alguna sapa? ―cortó tajantemente una voz con 110 decibelios de principesca tensión. ―No es eso, Mi Amor... ―replicó al tiempo que volvía a atrapar al moscardón que se había fugado. ―Es que ya no me quieres ―fue la reinante conclusión que dio una principesca espalda. Ante la blanca muralla impuesta en carne y silencio, el sapo optó por zamparse al moscardón, brincar a través de la ventana y nadar en su charco. Se dejó llevar por sus pensamientos y los insectos que distraídamente tragaba hasta que llegó al borde de la charca. Se encontró con una candidata al Aquelarre Magno Íntegro de las Brujas, Hechiceras y Anexas (resic), en medio de sus prácticas para el examen de admisión. ―Hola sapito ―saludó coquetamente la postulante. ―Saludos Gran Hermana de las Nigrománticas Ciencias ―contestó reverente el sapo, cuidando de no ofender a quien pudiera ser bruja de bajos vuelos y elevada estima, amén de ser daltónico a los tonos de negro. La última vez, un pequeño error en el saludo a la bruja de un negro más negro que el debido, le había costado una batracia vida. ―No exageres, apenas soy una aprendiz. Pero, muchas gracias. En estos tiempos hay tan pocos caballeros, aunque a veces me pregunto si será porque a todos los embrujamos de una forma u otra. Oye, ¿y esa carita? Aclaro que no lo digo porque estés verde ni porque seas sapo ―comentó con la inocencia de los malos chistes brujeriles. 8


―Por asuntos familiares... ―y una lengua rauda tragó un mosquito que pasaba por ahí. ―Déjame adivinar, ¿problemas de mujeres? ―Sí... ―y se restó una mosca a la demografía mundial de dípteros. ―Igualito le pasa a mi hermano. Se ve como tú cada vez que se enreda con sus niñas, sólo que él se pone amarillo y no verde ―dijo riendo de su chiste―. ¿Sabes?, soy una experta en estas cosas, desde pequeña me ha gustado hacer pócimas de amor y hechizos para atar. Admito que en la escuela me han enseñado un poquitín de teoría al respecto, pero no se compara con la práctica que me enseñó a reglazos mi abuela. ―Ojalá fuera un asunto de amor... ―contestó mientras el marcador se ponía Arañas 0–Sapo 3. ― ¡Qué lindo! ¡Un sapo con secretos! Me encantas. Entonces la siguiente pregunta de rigor sería: ¿tienes muchas amiguitas por Sin título ahí y ya se enteraron unas de otras? ―No... ―Mosquitos 0–Sapo 5. ― ¡Ya sé! Tienes una novia y van a tener renacuajitos ―propuso con regocijada voz, tratando de atrapar una falta en falta. ―Tampoco, vivo en unión libre ya que por diferencias especiales, o sea, de especies, no se nos ha permitido formalizar la relación ―contestó molesto por una libélula que escapaba. ― ¿En serio? ¿Te encontró una princesa? Casi no sucede ahora, por lo del feminismo y que los sapos no se comprometen. ¿No sabe que te debe besar? ¿Es que ya no les enseñan eso en la academia? Qué payasa, de seguro que le dio asco y... ―Sí, sí, no, sí ―libélula menos―, digo, no, todo siguió los pasos de rigor. Pero al beso se le había vencido la garantía. ―No me digas. ¿Quien te hechizó fue una señora con más arrugas que la piel de un recién nacido, que camina rengueando, apesta a los establos antes que los limpiara Hércules, monta en una escoba y viste de negro? ― ¿No todas son iguales? ―replicó mientras distraídamente se embuchaba un escarabajo. ― ¡Ups!, es lo malo de las normas del Aquelarre Magno. Deberían llamarlo la “Suciedad Magna”. Pero hay un movimiento reivindicador, al que orgullosamente pertenezco, para que todas 9


seamos hechiceras. Por eso quiero entrar y ojalá así dejen de existir chistes pésimos de esposas, hechiceras, brujas y suegras ―soltó otra insípida risita ante la antiséptica broma―. Por cierto, ¿habías visto una brujita tan bonita como yo? Pero me estoy desviando del tema. ¿Viste, cuando te lanzó el conjuro, si tenía una verruga en la lengua? ―¡Sí! ¿Cómo lo sabes? ―y de la boca abierta escapó raudo el escarabajo. ―Y tu asunto está sin resolución en la “Suciedad”? ―¡Sí! ―siguió la libélula al escarabajo. ―Ni te preocupes, con lo burocráticos que son tardarán en resolvértelo y eso si no extravían la solicitud. Esa tipa, por la verruga en la lengua, ha causado muchos estropicios al lanzar maldiciones y los servicios de corrección de malos hechizos no se dan abasto. ¿Sabes que envenenó a los siete enanos? Todavía faltan dos enanas besantes para tratar de arreglar el asunto. Pero no creo que esperar sea tu problema, somos inmortales mientras haya imaginación. Así que desembucha la verdad. La brujita se le quedó mirando con unos ojos azules enmarcados por unas cejas exquisitamente depiladas. Su pequeña y fina nariz coronaba el bello gesto de sus labios fruncidos y pintados a la moda. El cabello negro caía con lasitud sobre unos notorios senos. Sus brazos, que había cruzado, estaban engarzados por unas manos cuidadas con uñas de manía manicurista. Vestía de negro. Su minifalda daba pie a unas medias semitransparentes con trazos grises, que aderezaban unas excelentes piernas. Calzaba pequeños botines. El sapo, como buen varón, no pudo resistir semejante hechizo de femenina magia (el narrador se ríe de su mal chiste). ―La-prin-ce-sa-es-nin-fó-ma-na ―balbuceó mientras el resto de la comida salía volando y arrastrándose por todos lados. ― ¡Ah! Pensé que era algo peor. Con razón tienes tan musculosa la lengua ―replicó mientras la inocencia se transformaba en sugerente entendimiento―. ¿Quieres que te ayude? Después del “Sí, lo que quieras”, la brujita hizo varios pases, dijo muchas palabras sin sentido, se rompió una uña y el sapo ya no lo fue más. Un apuesto varón completamente desnudo se erguía frente a ella. Tres años de abstinencia también se irguieron frente a él pero, como buen caballero, fue raudo y veloz al encuentro de la princesa. La brujita rio y continuó con sus prácticas. Ese mes sucedieron varias cosas de importancia: la princesa se quejó bastante del asunto, pero no por enojo; se efectuó una majestuosa boda; hubo una tórrida luna de miel con quejas de ambos cónyuges (además de las de los huéspedes del hotel por el escándalo) y se organizaron grandes fiestas al regreso de la pareja. Pero alguien del Aquelarre Magno Íntegro de las Brujas, Hechiceras y Anexas (sic al cubo), en un momento de distracción, dictaminó a favor el trámite que habían iniciado la princesa y el sapo. Revirtió a distancia un hechizo que no sabía revertido, traspapeló el asunto y, cansado de buscar enanas besantes, decidió morirse de aburrimiento. Dicen las leyendas que desde entonces existe un real sapote de monstruosa lengua que vaga por el mundo acompañado de una insatisfecha princesa real. Ambos buscan una linda brujita de 10


ojos azules, pequeña nariz, labios color a la moda, que viste una minifalda y que reprobó su examen a la AMIBHA. ¿No la habrás visto tú?

Eduardo Omar Honey Escandón (México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90 en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer lugar (Teresa Magazine 2020, Nyctelios 6ª. Ed.) o finalistas (Novum 2021, XVIII Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2020, 1er. Concurso de Cuento Breve Plétora Editorial 2020, Mención de Honor del Jurado, Quequén 2020). Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.

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20° Fahrenheit Frida Lima Castañeda

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osé Salazar decidió cortar el camino a través del cementerio; le gustaba porque de noche era aún más tranquilo. Los impenetrables guantes que usaba se aferraban con fuerza al mango de la bicicleta tratando de mantener el control, pero el frío lo complicaba un poco. Faltaban tres días para navidad y la nieve ya estaba congelada en el suelo; sin embargo, esa mañana había vuelto a nevar, por lo que ahora una capa más ligera cubría a la vieja. Aun así, el camino se encontraba despejado, las máquinas ya habían pasado y era seguro. En la canasta de su bicicleta se balanceaba una bolsa con las compras: leche, huevos, cigarrillos, un pequeño peluche con forma de tortuga para Pepe, como las que había visto en su infancia. José llevaba más de veinte años viviendo al norte de Estados Unidos; no sabía si alguna vez volvería a ver a las tortugas salir de sus huevos y caminar lentamente hasta la playa. “Aquí no hay nada de eso”, se dijo a sí mismo alejando los recuerdos. Por cada bocanada de aire que salía de su boca una gran nube de vaho se extendía ante él y hacía que el camino se volviera borroso, además, no había viento esa noche. Un enorme gorro cubría su cabeza y la bufanda la usaba hasta la nariz, por lo que respirar se volvía complicado. José odiaba el frío, pero tanta blancura por fin lo había cegado y ahora vivía con el mismo frío dentro de sí. Con los años, había aprendido que el invierno en el norte dura más de lo que se hubiera imaginado al principio, pero ahora sabía protegerse, no le faltaba nada. José miró una vez más el peluche con forma de tortuga y recuerdos de su vida pasada arremetieron contra él: la voz rasposa de su abuela, el calor agobiante con olor a sal que le golpeaba el rostro, las gotas que se formaban en su vaso lleno a tope de cerveza, un cielo azul, las risas de un niño. Una vida que había perdido hace mucho. Trató de concentrarse en el camino que tenía enfrente y dirigirse al parque, el cual conectaba con el cementerio por medio de la iglesia del condado, desde donde se podían escuchar villancicos. “Aquí no había nada de eso”, se repetía José: aquí había frío que calaba los huesos, insensatos copos de nieve que lo cubrían todo y personas con ojos de hielo que cantaban alegres canciones navideñas. La música y las risas se fueron extinguiendo mientras más se internaba en el parque, que a esas horas se asemejaba a un bosque legendario. Las piernas habían comenzado a arderle y quería llegar pronto a su casa; ahora todo parecía más frío, más siniestro. Comenzó a pedalear con una fuerza ferviente mientras admiraba cómo la bolsa de las compras se tambaleaba peligrosamente; sin embargo, su cuerpo dio un repentino salto del asiento de la bicicleta y su cabeza golpeó de lleno contra la rama de un árbol. José logró mantener el dominio un rato más hasta que un destello 12


en el piso le heló la sangre: hielo. Sin que pudiera impedirlo, las llantas resbalaron contra la superficie congelada y perdió el control; el mango cobró vida entre sus manos y vio como el piso se encontraba más cerca de su rostro. Sintió el calor del frío cuando éste rozó su piel, derrapó unos segundos más y todo se volvió blanco. Blanco como la nieve en la que estaba enterrado cuando recuperó el conocimiento. José observó su pierna rota fusionada con una llanta de la bicicleta, los huevos destrozados, la leche derramada y los cigarrillos húmedos. Sus ojos inyectados en dolor buscaron el peluche en forma de tortuga sin encontrarlo y su corazón se rompió en mil pedazos. Percibió la espesura de la sangre deslizarse por su frente y un punzante dolor le atravesó la cabeza: alguien taladraba ahí dentro; le decía que tenía el tiempo contado. José no acostumbraba a usar casco. Bipolaridad La visión de José se volvió difusa y para intentar recuperar un poco de calor siguió pensando en su vida pasada: cielo azul, palmeras, risas infantiles. Pronto, el recuerdo del momento más caluroso de su vida volvió a él como un viejo amigo tratando de hacer memoria y hablar de los momentos vergonzosos de la adolescencia, claro, sin saber que está siendo imprudente. Arizona: veinte años atrás. Cargaba al pequeño Pepe en los hombros mientras éste lloriqueaba por agua. Agua que nunca llegó. Agua que ahora se hallaba congelada enterrando a José. Una vez más, sus ojos buscaron a la pequeña tortuga sin encontrarla: una ofrenda para Pepe, un regalo de navidad adelantado. Pero estaba bien, José sonrió, llegaría justo a tiempo para que, por primera vez, pudieran pasarla juntos en el norte.

Frida Lima Castañeda (Coatzacoalcos, 1998). Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM, colaboradora en revistas digitales como Monolito, Tabaquería, el número 0 de La Coyol, el primer número de la revista literaria Naollin: el quinto sol y en el número 6 de la Revista Rigor Mortis. Publicada en la antología Hacia el abismo de la editorial independiente Dioscuros en Monterrey, N. L., y en el Tomo XII de Relatos de la cuarentena, editado por Tres nubes ediciones y la Casa del Libro Universitario UANL. Amante de los gatos, la playa y la cultura japonesa.

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21. Fernando Raluy

Me inmiscuyo entre el ciprés y su figura toco la estrella que él toca la misma tormenta que rompe sus brazos quiebra mi tiempo y mis deseos de quedarme aquí hacen que él no se marche. Me licúo y voy en su savia a la carne verde de sus hojas y me enraízo como a vivir. Quién sabe qué es el ciprés ahora que en él vive un hombre que es una pregunta.

Fernando Raluy. Estoy bordeando los 39, nací en Lanús, vivo en Banfield (Buenos Aires, Argentina). Puedo dar cuenta de estar escribiendo desde la escuela secundaria, pero recién pude plasmar en papel algunos poemas publicados durante el año 2017 en un libro que se titula Ratio et cor. Por estos tiempos me encuentro escribiendo, corrigiendo y seleccionando material de lo que pretendo sea otro libro.

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Poemas1 Alberto Quero

6 Una vez quise tener un caballo y una mujer que me acompañara a un destierro maleable y sedoso, al insomnio, a lo que fuera canto y certidumbre. Quise tener un alma hambrienta que supiera escuchar los truenos, que me incitara a lo ávido y no a lo que se atasca, algún duende que me aislara del mundo y sus fraudes del mundo y sus tentáculos del mundo y sus tronos. Me conformo con otro reino donde el tiempo y la vida sean robustos y no se calquen.

25 ¿Es trampa la memoria? ¿Es ceniza o es cadena? Sólo sé que se llena poco a poco, se llena de cosas o de rumores y va así, con su pesadez inmensa y a escondidas fracturando hasta las más fervorosas balanzas, sin siquiera tambalearse ante un grito resuelto. 1

Estos textos fueron publicados en Del azar y otras nimiedades (2018) Ottawa, Canadá. Editorial Mapalé.

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¿Es timo la memoria? ¿Es estafa o es desfiladero? Sólo sé que termina siendo candente, resistente a las premoniciones chilla y se instala impunemente, sin dilación ninguna. Toda superficie mía difiere ahora de su antigua forma: en vez de seguir lanzando clamores soy maestro en el arte del difuminado, he aprendido a velarme con eficacia suprema; nada me ciñe y mi bastón es un secreto profundo. No se convirtió el tiempo en bálsamo ni en inexorable arcón de dolores sino en distancias y en aprovechamiento de distancias.

38 Estoy tatuado con óvalos invisibles y con manchas ficticias; mi piel está surcada de islas y de soles rojos, los mismos que me horadan y solo ahora lo descubro. No he de llorar si mis manos se enrojecen o si mis pies se convierten en un triángulo irregular y poco oportuno. Resistiré si los dedos se me agrietan y aun si se rompen furtivamente: seré inmune a todo desangramiento y a los látigos imprevistos. Ya no lo atisbo, lo he recorrido. Volveré a la galaxia que me ha concebido.

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Alberto Quero (Maracaibo, Venezuela). Narrador y poeta. Es licenciado en Letras, magister en Literatura Venezolana y doctor en Ciencias Humanas por la Universidad de Zulia. Ha publicado cinco cuentarios, dos poemarios y diversos artículos académicos en el campo de la semiótica. Ha obtenido varios premios literarios en narrativa y poesía. Textos suyos han sido recopilados en algunas antologías. Ha sido incluido en dos diccionarios de personalidades y escritores venezolanos. Es reportero voluntario para la América Latina en el programa Literary News, transmitido por CKCU 93.1 FM, perteneciente a la Universidad Carleton (Ottawa). Miembro de varias asociaciones internacionales de escritores e hispanistas.

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Dos mujeres hacen tortillas… Xochipilli Hernández

Dos mujeres hacen tortillas, charlan. La palabra y el calor: el protocolo de lo no sacro. La tortilla palpita su primigenia maleabilidad, desde que se concibe pangea, lúbrico fango alimenticio. Se ciñe a la geometría perfecta de los diámetros imperfectos, no alienta la tiranía del número pi. Acata la regla interna de su orden: “La dureza de las cosas hechas en la suavidad de lo imperecedero”. Enigmática es la tortilla, tan contemplativa, ying y yang después del fuego. Así, la invención de lo elemental (lo titilante, lo que sisea, lo que desborda henchido su licenciosa vida, lo que no respeta las leyes fronterizas de lo lineal y lo no lineal). Lo mundano.

Xochipilli Hernández (1995). Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán UNAM. Ha publicado en la Revista Literaria Taller Igitur, Primera Página, Tintero Blanco, Liberoamérica y en la antología ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género, editada por la UAM. Es autora del poemario Declaración de vida (Reverberante, 2020). Forma parte del consejo editorial de la revista Delirio y de la Congregación Literaria de la CDMX.

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Lugares prohibidos y hombres de siempre: Páradais de Fernanda Melchor Vicente Martínez Blanco Martínez

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poco menos de dos meses de su salida al mercado mexicano, la tercera novela de Fernanda Melchor generó que el internet se colmara de opiniones críticas al respecto por parte de los estudiosos y especialistas. Pero los lectores también hicieron de las suyas. No se olvidó, porque el ciberespacio no olvida, aquel desacertado comentario de la autora, allá en septiembre de 2020, debido a la distribución “ilícita” del PDF de su obra más vendida y premiada. En consecuencia, desde el día uno, circuló en la red social del pajarito azul una versión electrónica no autorizada de lo que Mariana Enríquez llamó “un breve e inexorable descenso al infierno”. El espacio de las siguientes páginas no está destinado a hablar de las cuestiones éticas, los juicios que condenan (y pretenden cancelar) o las implicaciones sociales y económicas que se desprenden de la polémica suscitada por aquel tuit que invitaba al público lector a "regalar las nalgas". Pero no puedo dejar de mencionar que, al menos a mí, dicha situación me otorgó un poquito de vivacidad durante esta dinámica de encierro en la que –aún– nos encontramos, y que justo cumplía 11 meses el día que recibí Páradais (Random House, 2021) en la puerta de mi casa. Todo gracias a la modernidad y la paquetería de Amazon. A diferencia de muchos ávidos lectores, la novela me demandó más de un día; cuatro, si lo que se busca saber requiere de datos precisos. Mientras que hubo quien se jactó de decir que la lectura no le llevó más de 5 horas y que la terminó de leer “en una sola sentada”, a mí me costó más trabajo completar “de un sólo tiro” cada uno de los tres apartados en que se estructura la obra; incluso me asomé, en más de una ocasión, a buscar el final de la sección, y eso último –de antemano una disculpa– no es un acierto para esta novela como sí lo podría ser para Temporada de huracanes (Random House, 2017). Así que hablemos de Páradais. Mucho se menciona el uso del lenguaje coloquial en las novelas de Fernanda Melchor, pero hay que recordar que ello ya está presente en sus relatos-crónicas elaborados desde la primera década de este siglo. Se alaba el oído de la autora y la mirada lingüística que le sirve para construir una prosa que deviene de la narrativa oral, dice Gerardo Lima en Tierra Adentro. Es un aspecto que a Concha Moreno le parece un problema por su cercanía, porque siente “como si la hubiera escrito una compa sin mucho esfuerzo”. A mí, en cambio, esto sí me parece un acierto. Considero que este lenguaje tiene una intención específica. No sólo permite su lectura a un público más amplio que no se incomoda con 21


las groserías y las aparentes faltas ortográficas sino que, al mismo tiempo, es la base para configurar una atmósfera delimitada y evidenciar estratos sociales dentro de la novela. No olvidemos tampoco que la oralidad que se recrea en el texto es una ilusión, y su configuración como tal ya tiene mérito en sí. Leo Domínguez comenta que, en esta novela, Melchor consigue darle categoría de personaje al lenguaje porque refleja la marginación social y afectiva, hecho que resulta un punto a su favor. No obstante, los que pretenden ser personajes concretos, Polo y Franco, no lo consiguen del todo. No cautivan y parecen precocidos –dice Moreno–, son más cercanos al estereotipo, al cliché. Intentan ser desagradables, pero no lo son del todo. Dan lástima, pero no la suficiente. Quizá porque Melchor pretende construirlos jugando con la idea de la adolescencia y desde la búsqueda por empatizar con ellos, como menciona en una entrevista para Confabulario. Pero tampoco generan la empatía necesaria para conseguir el efecto planeado. Se quedan en medio de todo y entonces parecen incompletos. Me resultan más entrañables el primo y el abuelo de Polo, los cuales aparecen lo suficiente como para observar la profundidad con que se podrían desarrollar esos bosquejos de representación. Es una novela corta que se queda corta en sí misma, aunque no es una mala novela. Sin embargo, tampoco es excelente. Hay que leer más allá de la trama, como dice Jorge Téllez en Gatopardo. Sólo así toma forma y se redondea la historia. El lector tiene que conocer muchos aspectos sobre las dinámicas de la violencia, sobre el espacio en el que se plantea la acción o haber leído Temporada de huracanes, la hermana mayor de Páradais, y de ser así, esto último le juega en contra. No sólo le pesa la expectativa que deviene del éxito de Temporada (que es magníficamente brutal), sino que de ella obtiene el tono y el estilo de los párrafos largos, algo que no se concreta del todo al querer volver asfixiante esta nueva novela, y que la anterior sí consigue. Se nota que nació en la misma época o que incluso se desprende de la historia que relata el asesinato de La Bruja. Como toda hermana menor, Páradais se revela y toma su propio rumbo. Lo hace con el ritmo, pues ésta se desarrolla mucho más rápido en comparación con las demás. A mediados de 2020, la autora la definió como “una flecha cortando el aire”, y esto resulta una desventaja. La flecha pasa tan de prisa que apenas y se logra apreciar el curso que traza. Es una novela que, desde mi punto de vista, pudo ser un muy buen cuento largo. La historia es precipitada y el clímax, que se anuncia desde las primeras líneas, obliga al lector a correr en su encuentro. Y aunque el final puede parecer decepcionante para algunos porque deja muchos cabos sueltos, saber qué va a ocurrir desde el principio es una fórmula efectiva que atrapa al lector y, dicho sea de paso, se aplicó primero en Temporada de huracanes. Esta novela continúa –y afianza– el universo melchoriano que toma forma desde la primera novela, ese trópico oscuro, noir, que se caracteriza por ser violento. Falsa Liebre (2013) es melancólicamente violenta, los relatos-crónicas de Aquí no es Miami (2013 y 2018) son socialmente violentos y Temporada de huracanes (2017) es dolorosamente violenta. En cambio, Páradais es simplemente violenta y ese es uno de sus más grandes defectos. Porque la violencia en sí ya está 22


presente en la realidad y la realidad por sí misma no siempre es literatura. A la última novela de Melchor le falta el componente que las otras sí tienen: exploración. Entonces, ¿qué hace a Páradais una obra literaria?, ¿su referencialidad a otras obras? Si es así, Fernanda Melchor cumple con ello al recordarnos Las batallas en el desierto (1981) a través de un epígrafe que no sólo sirve para entender como parodia de Mariana, la madre de Jim, a Marián Maroño, la mujer que es objeto de deseo de Franco, sino que, con el fragmento escogido de la novela corta de José Emilio Pacheco, se nos anuncia lo más importante de la trama: “¿Qué va a pasar? No pasará nada. Es imposible que algo suceda. ¿Qué haré? […] Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza”. Pero esto no es suficiente. Lo que sí puede justificar su lugar dentro de los límites de la literatura es la conformación de una Sin título poética que Patricia Córdova llama “Poética de lo horrísono”: una combinación de terror criminal y terror fantástico que se presenta a través de una violenta voz narrativa que recurre al insulto, el rencor y el odio con el propósito de visibilizar los conflictos que genera la marginalidad presente no sólo en la pobreza, sino también en lugares que se adornan con privilegios. Porque el residencial en el que ocurre la mayor parte de la acción no es un paraíso como anuncia su nombre. Está muy lejos de ser un locus amoenus; es más bien el centro de un locus abominabilis que se rodea de vegetación silvestre, olores pútridos, narcotráfico, gentrificación y fantasmas que amenazan perpetuamente el orden. No diré paz porque eso no existe aquí. Aunque esta categorización de “horrísono” me parece acertada, apela al tono de la narración y resulta una formalidad. Ahora bien, hay dos aspectos constitutivos de contenido que permiten estructurar la poética de Melchor y que, desde mi perspectiva, atraviesan de manera perpendicular sus cuatro obras literarias. Estos son la configuración de un espacio ya existente: el espacio sórdido y la (re)interpretación de la masculinidad. De estos rasgos es que se desprenden los lugares prohibidos y los hombres de siempre. Para Polo está prohibido el residencial; trabaja en él pero no pertenece. La cama de la que ha sido despojado en su casa es un lugar fuera de su alcance. El centro (no el 23


malecón turístico) de Boca del Río donde no consigue trabajo, cumple esta misma función y lo margina. El río Jamapa, que le fue arrebatado porque no tiene la lancha prometida, sirve de la misma manera. La casa de Milton, su primo, puede servir de metáfora para entender que tampoco logrará acceder a la organización criminal. Su búsqueda hasta el cansancio por la libertad – de Progreso y de su madre– es, también, un lugar prohibido para él. La casona de la Condesa Sangrienta, es un lugar prohibido tanto para Polo como para Franco pues, a pesar de ser el punto de reunión de sus borracheras, el halo fantasmagórico que recubre aquella estructura arquitectónica atravesada por las ramas de un amate los mantiene fuera de sus verdaderos límites. Funciona como recurso intertextual pues hace eco del relato-crónica “La casa del Estero” incluido en Aquí no es Esquizofrenia Miami, y recuerda a la casa de La Bruja de Temporada de huracanes. Pero el más importante lugar prohibido de este par de jóvenes no es la casa que allanan, es la mujer que los rodea. La de Polo es su prima Zorayda, con la que comete incesto. A partir de ello el personaje carga con un sentimiento donde se combina culpa y rencor que pretende justificarse con el pasado, pero no termina de dejar satisfecho al lector. La mujer prohibida de Franco es la señora Maroño que resulta objeto de una obsesión sexual sin base ni motivación sólida. Todos estos espacios físicos y simbólicos se configuran como parte de una zona sucia, alejado del exotismo que exalta únicamente lo bello de una zona turística y urbana. Son lugares cargados de malicia a los que se suman la ciudad de Minatitlán, donde las tías de Polo salen a buscar hombres; y la periferia del puerto de Veracruz, la que está más cerca de las vías, el aeropuerto y la terracería donde está la base de los delincuentes que forman parte de “aquellos”. Los hombres de siempre no sólo son los dos jóvenes con aparentes problemas que escapan a los límites de la adolescencia. Son también Urquiza, el licenciado que explota laboralmente a Polo; Milton, el primo secuestrado y obligado a convertirse en parte de una organización criminal; el señor Maroño, una especie de muñeco vacío; el abuelo, una representación del hombre de antaño, con creencias machistas y problemas neurodegenerativos; los hermanos Andy y Micky Maroño, 24


dos niños mimados; Cenobio y Rosalío, los vigilantes del residencial que encarnan la indiferencia y la mediocridad; El padre de Franco, una figura sin forma que no es otra cosa más que violencia y golpes; los choferes de autobuses, repartidores, aboneros, cobradores y tortilleros que fungen como representación de un estrato social bajo cargado de ímpetu sexual; los espías, “aquellos”, El Sapo y El Gritón, que son la encarnación del narco y la crueldad. Cabe mencionar que las mujeres de Páradais también juegan un papel importante que expone componentes sociales y permite la (re)interpretación de la masculinidad. Además de Zorayda, que representa una fuerza sexual estigmatizada por la mirada de su primo y que se sugiere como la motivación de las actitudes de los trabajadores, y la señora Maroño cuyo único atributo es “estar buena”, se presenta a la madre de Polo que se configura como una fuerza matriarcal imponente que somete a su hijo y lo desarticula como macho, reduciendo a nada su calidad de hombre de la casa porque es un “huevón borracho que no terminó la escuela” y, en consecuencia, lo hace dormir en el suelo como perro. Está también doña Pancha, la dueña de la tienda de conveniencia donde Polo surte su alcoholismo; las viejas “argüenderas y fodongas” del pueblo que reproducen las leyendas; las tías Rosario y Juanita que parecen alcahuetear a la madre de Polo en su visita a Minatitlán; la esposa de Milton que huye a causa del narco; la sirvienta Griselda, originaria de Progreso pero venida a bien al conseguir trabajo con los Maroño; la cajera de Walmart que refleja indiferencia (o hartazgo) a causa de la rutina; y la licenciada, una joven en sus veintes que resulta la jefa de la organización criminal que se impone en la zona y es respetada y temida por todos los integrantes de ésta. A partir de estos motivos, considero que Páradais logra justificarse dentro del ámbito de la ficción. Contribuye al universo narrativo que Melchor ha venido creando como una especie de proyecto literario, y gracias a ello es relativamente sencillo notar la eficaz manera en que la autora consigue articularlo en torno a la vida de un personaje. Dicha razón la sostiene como novela aunque el personaje no termine de cuajar; aunque parezca una caricatura, como menciona Rosana Ricárdez en su texto para La Santa Crítica. La narración tiene un acierto que no me gustaría dejar de mencionar. Es visualmente metafórica en lo que respecta al entramado de situaciones enredadas y el siguiente fragmento me parece el mejor para ejemplificar lo que refiero: las botas de goma hundidas hasta los tobillos en el cieno espeso sembrado de cristales rotos, huesos filosos, latas oxidadas, la mirada fija en la oblicua línea clavada en el centro del espejo empañado que era el agua del remanso a esas horas de la mañana; gris y plateado en el centro, verde intenso en las orillas donde la vegetación lo invadía todo, despiadada, asfixiándose a sí misma en una orgía de tentáculos trepadores y apretadas redes de bejucos y espinas y flores que convertían a los árboles jóvenes en momias verdes salpicadas de daturas y campanillas azules, sobre todo a principios del mes de junio, cuando la temporada de lluvias arrancaba con chaparrones aislados y súbitos que nada más alebrestaban el bochorno de la tarde y azuzaban el crecimiento del yerberío 25


desquiciante que parecía brotar de todos lados: matas y lianas y yedras de tallos leñosos que de pronto emergían, verdes y rozagantes, en la vera de los caminos, o en el centro mismo de los orgullosos jardines de Páradais, fruto de las esporas clandestinas que lograban abrirse paso por entre las atildadas briznas del pasto inglés de sus prados, y que de un día para otro abrían sus primorosas pero rústicas, ordinarias hojas que Polo debía cercenar a golpe de machete, porque ni la podadora asmática del fraccionamiento ni la desbrozadora de hilo podían con aquellas matas bastardas que invadían los arriates y los camellones, ensañándose con las begonias y las rosas de china. (p. 60) Por último, me gustaría mencionar que entre la página 87 y 99 aparece la que considero mi parte favorita y mejor lograda de Páradais. En espacio de trece páginas, la autora desarrolla la historia del secuestro y entrada de Milton a la organización de “aquellos”. El relato se desentiende de la trama principal –que para ese punto ya da vueltas en sí misma– y la aparición de algo completamente ajeno se agradece. Es una parte mucho más ágil, entretenida y despiadada que recuerda a los relatos-crónicas de Aquí no es Miami a pesar de que la anécdota que tiene como eje al taxista no se apegue por completo a los hechos verdaderos. En entrevista con María Viñas para La Voz de Galicia, Fernanda Melchor nos informa que la historia del asalto al taxista se la refirió un amigo a quien se la contó el propio taxista que la vivió, lo que descubre el tratamiento y la invención de la escritora. Sin embargo, la construcción de esta pequeña trama intermedia explora una conducta humana mucho más concreta y ahonda en las secuelas que puede generar la acción de matar. Con ello se revela lo que apunté páginas antes: que la realidad por sí misma no siempre es literatura y por ello, en ocasiones conviene recurrir a la ficción. Bibliografía Córdova, P. (2021, 21 de febrero). “La poética de lo horrísono: Páradais de Fernanda Melchor” en: Nexos. Recuperado de: https://cultura.nexos.com.mx/la-poetica-de-lo-horrisono-paradaisde-fernanda-melchor/ Domínguez, L. (2021, 26 de febrero). “Fernanda Melchor: «La violencia contra las mujeres se justifica como un daño colateral»” en: Laberinto Milenio. Recuperado de: https://www.milenio.com/cultura/laberinto/fernanda-melchor-los-paraisos-sombrios-deparadais Lima, G. (s/f). “FERNANDA MELCHOR – PÁRADAIS” en: Tierra Adentro. Recuperado de: https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/fernanda-melchor-paradais/ Martínez, G. (2021, 6 de marzo). “Páradais, una deuda personal de Fernanda Melchor” en: Confabulario. Rercuperado de: https://confabulario.eluniversal.com.mx/paradaisfernanda-melchor/ Melchor, F. (2021). Páradais. México: Grupo Penguin Random House. 26


Moreno, C. (2021, 28 de febrero). “Fernanda Melchor y la literatura Maruchan” en: La libreta de Irma. Recuperado de: https://lalibretadeirmagallo.com/2021/02/28/fernanda-melchor-yla-literatura-maruchan/?fbclid=IwAR3ENIA0fpu-crtvrfEeb8zryZ8cgPUwCFSp76evAGlwv9dby6RQi8BVoI Ortuño, A. (2020, julio). “Entrevista con Fernanda Melchor: «Aún había mucho que decir del trópico negro»” en: Revista de la Universidad de México. Recuperado de: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/0abac055-4672-4847-87815f55b462d42c/entrevista-con-fernanda-melchor Otxoa, K. (2021, 27 de febrero). “Mercado noir: (¿El paraíso de Fernanda Melchor?)” en: Maremoto Maristain. Recuperado de: https://monicamaristain.com/mercado-noir-el-paraiso-defernandamelchor/?fbclid=IwAR2q_ec8JmfE7j2FhxheWNimbkUmxVdun6Y2OUf5UlrQGdzOxREf0F 4T2QA Ricárdez, R. (2021, 21 de febrero). “¡Vayamos lento, por favor!: Páradais de Fernanda Melchor” en: La Santa Crítica. Recuperado de: https://lasantacritica.com/lo-que-trajo-elcartero/vayamos-lento-por-favor-paradais-de-fernanda-melchor/ Téllez, J. (2021, 16 de marzo). “Cinco cosas (o más) sobre Páradais” en: Gatopardo. Recuperado de: https://gatopardo.com/arte-y-cultura/cinco-cosas-o-mas-sobre-paradais-de-fernandamelchor/ Villas, M. (2021, 13 de marzo). “Fernanda Melchor: «Me interesa por qué se mata, por qué se viola, por qué se tortura»” en: La Voz de Galicia. Recuperado de: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/fugas/2021/03/08/fernanda-melchor-puedevictima-puede-agresor-asesino/00031615200982923109375.htm#:~:text=Fugas,Fernanda%20Melchor%3A%20%C2%ABMe%20interesa%20por%20qu%C3%A9%20se%20 mata%2C%20por,viola%2C%20por%20

Vicente Martínez Blanco Martínez (Coatzacoalcos, Veracruz, 1995) es egresado de la licenciatura en Lengua y literatura hispánicas por la Universidad Veracruzana.

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Los hilos del pensamiento individual vinculados al otro: la cotidianidad en La señora Dalloway A. Azael López Villarreal

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uizá las características físicas e internas distinguen a una persona, es decir, lo dota de esencia, de autenticidad; sin embargo, para llegar a esto se requiere de un atributo intermedio que delimita al individuo: el pensamiento. El pensamiento es la abstracción que permite observarnos, cuestionarnos y reflexionar sobre la dualidad del yo y el otro en la cotidianidad. No hay necesidad de una interlocución exterior, pues su naturaleza existe en la introspección y la producción interna del ser humano. Todo lo anterior se ve reflejado en La señora Dalloway (1925), de Virginia Woolf (Londres, 1882), escritora notable del modernismo literario anglosajón del siglo XX, quien continúa conquistando a nuevos lectores gracias al uso de su técnica (el monólogo interior) donde se focaliza la perspectiva más íntima de los personajes; ejemplo de esto también se halla en Al faro (1927) y Las olas (1931). La señora Dalloway nos cuenta un día de junio en la vida de Clarissa, una mujer londinense de mediana edad de la alta sociedad, casada con Richard Dalloway, hombre trabajador y poco sentimental, quien se dirige a comprar flores para la fiesta que dará en la noche. En ese transcurrir, los pensamientos de Clarissa transitan en Peter Walsh (su exnovio que se encuentra en la India) y Sally Seton (de carácter egotista), viejos amigos de su juventud. Más tarde recibe la inesperada visita de Peter Walsh mientras arregla su vestido para la fiesta, a lo cual esta visita provocará que los pensamientos de Clarissa y de Peter Walsh se intensifiquen al grado de estremecerlos: reviviendo y reflexionando sobre los recuerdos que habitan en ambos –una relación amorosa que no funcionó en el pasado–; pero, al mismo tiempo, percibirán con mayor detalle durante el día la influencia que se tienen mutuamente, sin dejar de lado las redes familiares y amistosas que comparten en Londres. De esta manera, la novela permite al lector no sólo focalizar su atención en Clarissa y Peter Walsh, sino también en las relaciones familiares: Richard Dalloway con su esposa y Elizabeth (hija única, bastante bella y seria); las relaciones entre mujeres: Clarissa con Lady Bruton (interesada en la política), su prima Ellie Henderson y la señorita Kilman (anciana que enseña Historia a Elizabeth); relaciones entre hombres: Peter Walsh con Hugh Whitbread (hombre bien vestido, con un importante trabajo en la corte) y Richard. Sin dejar de lado la vida de los habitantes

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londinenses: Lucrezia y Septimus, matrimonio en decaimiento por la salud mental de éste al volver de la guerra, quien se quita la vida en ese mismo día de junio. El orden de la novela se da de forma cronológica –interesante recurso temporal que me hizo recordar la primera égloga de Garcilaso de la Vega–, como si la novela fuera el mismo Big Ben que proporciona la hora exacta al lector, quien a su vez puede explorar calles (Bond Street), sitios (Westminster) y puntos estratégicos (Regent’s Park) de la vida londinense por medio de monólogos interiores que se nutren a través del estilo indirecto libre, y mediante el amalgamiento del pasado (flashbacks) y presente ficcional (acción progresiva) en una misma línea narrativa que podría ser un tanto denso para el lector. Asimismo reconozco el buen trabajo de Andrés Bosch, al traducir cuidadosamente la hermosa prosa de Woolf, quien ahonda en temas como la vejez, el recuerdo, la clase social, la vida posterior a la guerra, el amor y la religión, que perviven en nuestros días. Dentro de la perspectiva interior del ser humano, los temas filosóficos estriban en el cuestionamiento de nuestra existencia, el sentido de nuestra vida y el significado de nuestras acciones cotidianas. Esto último destaca con fuerza en toda la novela mediante acciones tan simples que compartimos los seres humanos, como el asomarse a la ventana para recibir el nuevo día o escuchar los ruidos exteriores, puesto que así conocemos el mundo y es parte fundamental de nosotros: “…uno debe recompensar en el vivir cotidiano a los domésticos (…) una debe pagar este secreto depósito de exquisitos instantes” (Woolf, 2016, p. 41-42). En Clarissa permea la búsqueda del Demencia significado en torno a sus acciones, como aquellas fiestas que siempre hace. Por otro lado, existen sucesos no tan cotidianos como el averío del vehículo de la realeza y el aeroplano formando grafías en el cielo, en el que la autora de forma admirable hace que los londinenses que se encuentran ahí logren sumergirse en sus pensamientos, creando inferencias e hipótesis en torno a un mismo hecho, enlazando a su vez, una misma vivencia. Esto se asemeja al actual confinamiento en el que vivimos, pero con distintos matices de apreciación, de saber que, pese a todo, hay lapsos de vida que estimamos o amamos. Casi ha pasado un siglo desde la primera publicación de La señora Dalloway, maravillosa obra que se centra en la contemplación del pensamiento humano, es decir, en los conflictos internos que repercute en las relaciones exteriores que existen con los demás. Leer esta novela en 30


tiempos de confinamiento me hizo dar cuenta de la razón por la que extrañamos aquellos días sin pandemia, ya que después de todo sabemos abrazar los sucesos ordinarios, habituales, y a pesar de que no podamos hacer las cosas que hacíamos antes, lo único que nos queda es la fuerza de nuestros pensamientos, pensamientos que tienen tanto valor en nuestra cotidianidad: “El aeroplano se alejó más y más hasta que solo fue una brillante chispa, una inspiración, una concentración, un símbolo (…) del alma del hombre; de su decisión, pensó el señor Bentley segando el césped alrededor del cedro, de escapar de su propio cuerpo, salir de su casa, mediante el pensamiento” (Woolf, 2016, p. 40). Referencia Woolf, V. (2016). La señora Dalloway. (Andrés Bosch, trad.) México: Penguin Random House Grupo Editorial. (Obra original publicada en 1925).

A. Azael López Villarreal. Radicado en la ciudad de Minatitlán, Veracruz. Actualmente es estudiante de la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana de la ciudad de Xalapa. Publicó el cuento “Marchantas” en el número cero de la revista Metáforas al Aire de la Universidad Autónoma del estado de Morelos.

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