Número 09, año III, octubre-diciembre 2021

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COMITÉ EDITORIAL PÉRGOLA DE HUMO Núm. 9 (octubre-diciembre 2021), año III Directora Tania Rivera Editor Edgar Humberto Paredes Relaciones públicas Alejandra Zuccolotto Dictaminadores de poesía Edgar Humberto Paredes Ornelas Gerardo Ronzón Dictaminadoras de narrativa Alejandra Zuccolotto Tania Rivera Colaboradores externos Evaluna Pereyra Eufrasio Daniela Isabel De la Fuente Esquinca Mtro. José Luis Martínez Suárez Portada principal y de secciones Rodrigo Díaz Torres Ilustraciones de textos Luis Migranas REDES SOCIALES Facebook: @pergolaDhumo Instagram: @PérgolaDeHumo Canal de YouTube: Pérgola De Humo Correo electrónico: pergoladehumo@hotmail.com

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Sobre nuestros artistas visuales PORTADA PRINCIPAL Y DE SECCIONES Rodrigo Díaz Torres Nació en la Ciudad de México en 1988. Es un pintor que ha pasado su vida entera confinado en la gran Iztapalapa y zonas aledañas. Estudió lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y, aunque no obtuvo título alguno de dicha institución -pues no concluyó su tesis-, su fugaz paso por aquellas bellas aulas le sirvió de inspiración para su posterior incursión en la pintura. Hablando en plata, su formación pictórica es enteramente informal y aunque se siente orgulloso de haberse enseñado a pintar (eso de la “autodidacteada”), está consciente de que hay mucho que aprender y siempre muestra disposición para empaparse de conocimientos que le ayuden a mejorar su actividad. No está de más mencionar también que su predilección por el error lo ha llevado a evitar entornos seguros de aprendizaje, así que en la pintura, en lo posible, procura rascarse con sus propias uñas. Al momento cuenta con un par de exposiciones en su haber y se da en entornos “informales” pero no menos importantes: cafés de la ciudad de México.

ILUSTRACIONES DE TEXTOS Luis Migranas Artista plástico, egresado de la Escuela de Bellas Artes (EBA). Su trabajo tiene presencia en galerías de México, Suiza, EU y Alemania. Su obra ha sido motivo de textos, entre los cuales destacan críticos, historiadores e investigadores del arte como: Andrés Reséndiz, Fabiola Villegas y Berta Taracena. Actualmente es miembro de la Escuela Libre de Tepito (Elitep) creada por Alejandro Caballero, donde imparte clases. Cabe mencionar que ha participado en la creación de obras pictóricas para los libros de texto gratuitos en la SEP. Cuenta con exposiciones individuales y colectivas dentro y fuera de México en lugares como: Galería José María Velasco (INBA), Bernardini Art Gallery (Polanco), Galería Yuri Kullins (México), Galería Art Oaxaca (San Miguel de Allende, entre otras.


PRESENTACIÓN

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NARRATIVA Jugar en la tumba de los dioses Héctor Justino Hernández 3 ¿Cómo es un recuerdo? Mercedes Angélica Acosta Viveros 6 El día que se soltó el diablo Yinett Scarlet Vázquez Serrato 9

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POESÍA

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Lo posible Luis Mendoza Vega 15

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Pastiche Dianna Castañeda 16 Tres poemas América Natividad Blásquez Vázquez 18

ENSAYO Contra la mayonesa Casandra Gómez 23 ¿Cuándo se comienza a ser escritor? Evaluna Pereyra Eufrasio 26


TEATRO El cedro gris 31 Dalia Rodríguez de Leo

RESEÑA Nick Drake: el poeta del ocaso 41 Héctor M. Magaña

ENTREVISTA La bohemia xalapeña: un viaje decimonónico por la ciudad de las flores. Entrevista a Francisco Jácome 45 Tania Rivera

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PRESENTACIÓN

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os años son un tiempo considerable para dar las gracias. Sin embargo, conforme hemos avanzado en este proyecto, parecería que no somos capaces de expresar nuestro agradecimiento al público, y a las y los escritores que con cada número continúan confiando en nosotros para depositar su talento y darlo a conocer. Por lo anterior, queremos iniciar este número con palabras de gratitud y corresponder a dicha confianza con el este volumen especial, el cual contiene, como lo hemos intentado siempre, una clara muestra del panorama de la joven literatura mexicana y latinoamericana. Abrimos con la ya tradicional sección de narrativa. Aquí podrán encontrar el relato de Héctor Justino Hernández, que presenta la historia de una amistad quebrantada por un misterio fantasmal; el cuento de Mercedes Acosta, que es un ensueño millenial y una exploración del reflejo y la mente; y Scarlet Vázquez nos obsequia una trágica historia sobre un niño y su perro Santiago. En la sección de poesía contamos con obra de Luis Mendoza, Dianna Castañeda y Natividad Blásquez, poetas que nos enfrentan al desconcierto, la pérdida, el amor y el reconocimiento del ser. En la sección ensayo tenemos a dos grandes creadoras: Casandra Gómez y Evaluna Pereyra. La primera nos divierte con una reflexión que seguramente dividirá la opinión de nuestros lectores sobre

la preferencia o no de la mayonesa; en cambio, la segunda propone un cuestionamiento sobre la escritura y las dificultades de apropiarse del título de “escritora”. En este número de aniversario incluimos dos secciones nuevas. La primera está a cargo de la creadora escénica Dalia Rodríguez de Leo, con su obra “El cedro gris”, mediante la cual buscamos abrir un espacio al teatro en Pérgola de Humo. La segunda sección, “Perfiles”, presenta una breve entrevista a Francisco Jácome, quien se ha dedicado por dos años a difundir la obra de la “Bohemia xalapeña”, un grupo de jóvenes escritores decimonónicos de Xalapa cuya obra podrá ser leída en una antología de próxima publicación. No podemos olvidar a los artistas visuales que ilustran este número. Nos acompañan Rodrigo Díaz Torres, artista de la CDMX, a quien debemos la portada y portada de interiores y Luis Antonio Migranas Rodríguez, cuyas ilustraciones acompañan los textos antes mencionados. No nos queda más que desear que este número cumpla las expectativas de nuestros lectores y colaboradores, así como esperamos seguir celebrando más aniversarios. Atentamente Comité Editorial de Pérgola de Humo

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Jugar en la tumba de los dioses Héctor Justino Hernández The gods forgot they made me So I forget them too I listen to the shadows I play among their graves “Seven”, David Bowie

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va solía contagiarme su entusiasmo por todo lo que nos rodeaba. Como la primera vez que fuimos a un concierto solas y bailó y saltó hasta agotarse. O cuando viajamos hasta Pachuca y entramos a todas las plazas de la ciudad. Debo admitir que cuando se distanció me sentí desplazada, pero no lo tomé como un insulto, porque entendía que su espacio la hacía feliz. Un día me envió un mensaje para que la acompañara a una excursión. Ya entonces no solíamos vernos tan seguido y me entusiasmó que me tomara en cuenta para sus planes. El día que nos reunimos para charlar sobre lo que pensaba hacer, la encontré diferente, con ojeras y la piel gris. Supuse que había dejado de comer y que se estaba pasando con eso, pero me lo callé todo con tal de no molestarla. No estoy segura de lo que la motivó a invitarme. Tal vez un deseo que surgió en ella a partir de un vivo instante de revelación, o tal vez algo más que ahora no me atrevo a sugerir. Me explicó que estaba muy contenta con sus estudios en historia y que se había interesado en investigar algunos signos (restos del pasado colonial, frases, dibujos tallados en piedras) dispersos por el pueblo en las paredes de viejas capillas y ruinosas construcciones. Luego me detalló su plan y de inmediato le dije que era mala idea. No sólo por lo que se dice sobre el cementerio, sino también por la desaparición repentina de la comunidad inglesa, lo cual daba lugar a extraños rumores. Pero ella insistió, debía ser yo quien la acompañara, debía ir con ella por nuestra amistad, debía ayudarla por todo lo que pasamos juntas. Al final, acepté porque parecía resuelta a hacerlo incluso después de haberme negado. Quedamos un domingo, a las diez de la noche, en el parque. Recuerdo que en mi mochila llevaba sólo una linterna y una navaja, por si acaso. Subimos al panteón lentamente. Eva decidió no irse por la calle principal y tomar los callejones aledaños. No había luna, pero un resplandor en las nubes, a lo mejor el reflejo de los focos de las casas, me hizo pensar en las historias de miedo que nos contaba mi madre cuando éramos niñas. En especial, la del lobo que protegía las tumbas y que rondaba el cerro en busca de su amo ya fallecido.

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Eva no habló mucho y mis preguntas morían ante sus breves respuestas. Al poco rato, llegamos a la pared que rodea al cementerio. La escasa luz provenía del reflector instalado en el poste que está junto a la puerta de entrada. No pudimos pasar encima de esta última porque era demasiado alta para nosotras, así que rodeamos la pared. Conforme nos alejamos del reflector, la oscuridad se hizo más profunda. Pero, en contraste, la barda disminuyó de tamaño hacia la otra cara del cementerio. Por ahí saltamos con menos dificultad. En el interior, las tinieblas eran espesas como aceite quemado; ni siquiera el cielo, oculto por los oyameles enormes, se veía con su resplandor gris. Encendí la lámpara que llevaba conmigo, pero cuando intenté alzarla hacia el frente, la luz se perdió en el espacio, sin ningún objeto sólido que la detuviera. A los lados, las tumbas repletas de símbolos permanecían quietas, cargadas de musgo y liquen. No tuve miedo, pero sí deseos de volver a casa, huir a la seguridad de mi habitación, esconderme bajo los cobertores, como una niña pequeña. Lo que ocurrió después fue un accidente, eso dijeron todos, de eso intenté convencerme con el tiempo, pero —lo escribo ahora luego de tanto— pienso que ella lo sabía, que ella me llevó al cementerio porque algo la condujo hasta ahí. Eva se separó de mi lado y avanzó por un pasillo, rodeado de jardineras y tumbas. Se adelantó varios metros y de pronto desapareció como un fantasma. Cuando cayó no hubo ningún grito, ni emitió ruido alguno. Por un instante creí que había sido raptada por una entidad iracunda, por un lobo guardián, como una forma de arcano sacrificio. Tardé unos segundos en darme cuenta del agujero en el suelo. Me acerqué con la linterna, pero mi amiga ya no estaba en ningún lado al que pudiera acceder. Al asomarme y apuntar con la luz, sólo vi, al fondo del boquete, el reflejo del agua oscura y llena de vida que corría hacia quién sabe qué túneles escondidos en las vísceras de la Tierra. No fue un accidente, pero no tengo cómo demostrarlo. Parecía conocer el punto preciso donde debía pararse, parecía guiarla una presencia desconocida. No sé qué es lo que habrá encontrado Eva en 4


sus investigaciones, pero cada día me convenzo más de que esa noche buscaba un testigo para su fin; un testigo que, algún día, contara la verdad de lo que había visto y admitiera la posibilidad de un secreto enterrado bajo aquellas tumbas.

Héctor Justino Hernández (Córdoba, Veracruz). Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Ha publicado Dimorfismos (2019) y La isla nos llama (en prensa).

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¿Cómo es un recuerdo? Mercedes Angélica Acosta Viveros

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l tono de todo este escrito es meramente mediático. Estoy enfrente del espejo, mamá. No soy yo. Tengo una forma imaginaria. Soy una artista. Claramente, en el espejo, detrás de mis parpados me veo sentada conversando con Jimmy Fallon sobre mi obvia carrera exitosa, lo mucho que me puede gustar Pete Davidson o Evan Peters, cómo nuestra relación es sensacional y sobre lo que no le cuento a nadie. ¿Tengo mamá? El flash del piso frío en los calcetines sucios revuelve el estómago del personaje. Se ve en pijama parada en su espejo, de pronto ve su cama acomodada y recién descubierta. Se acaba de levantar de la segunda siesta a las 2 de la tarde. —Hacia el fin del 2021 el algoritmo de internet me remite al tema de la construcción del subconsciente a través de la materialidad de la memoria —digo con seguridad a los ojos sin detalles, pero que mi lengua sabe su textura, del entrevistador americano con mi mal inglés. Continúo: —Recuerdo, por ejemplo, un episodio de Rick and Morty (temporada 3, episodio 1) donde la representación del subconsciente de este anciano súper inteligente se revela como una ciudad y un restaurante señuelo, donde los recuerdos los trastorna el sujeto a su conveniencia. Éste, Rick, cambia los recuerdos porque es de los pocos que tiene esa capacidad —el entrevistador me mira con asombro y pide, junto con el público, que diga más. Con una sonrisa encantadora, delante del espejo, continúo: —Obviamente encontré familiaridad con el último episodio de la primera temporada de Trabajo incógnito, donde Reagan construye y viaja a su subconsciente, lleno 6


también de recuerdos alterados por un ser muy inteligente, pero la representación de su memoria es un legado de lo que se ve a lo largo de la serie: una pizarra de teorías conspirativas —miro a Fallon entusiasmado y para nada aburrido. Los ojos del personaje dan lástima. No están en la realidad en la que se narra esto. La soledad es inmensa y se preocupa en crear recuerdos que no le hagan percibir su subconsciente. Sigue delante del espejo. Absorta en su imaginación y ésta no tiene forma, o bueno, yo no la conozco. ―Es como en esta película de Disney, Inside-Out, donde Riley crea un corredor de-e, de recuerdos y algunos se van al olvido porque son muchos, ¿no? —dice el entrevistador. —¡Exacto! —respondo y la gente aplaude y ríe. —Pero, Jimmy —digo—, ¿qué significa la memoria en estos reflejos de nuestra contemporaneidad? Me pongo mucho a pensar en cómo cataloga el ser humano estas representaciones de las memorias. En cada episodio y reflexión que existe del recuerdo en estos ejemplos es claro que los personajes tienen un trauma, hay un evento de tristeza, una incógnita pérdida o mucha rabia. Existe una violación de lo sensible para el portador y de ahí en fuera no hay nada. ¿Qué está haciendo? No la conocen. Es más triste de lo que parece. No sólo está hablando, ¡en voz alta!, de su propia imaginación y lo único que ve durante las 24 horas del día, también cree y profesa que hay gente que la oye, que le interesa su argumento. El cuerpo no se mueve casi nunca, sólo la cara, y los brazos por su tic y lo nerviosa que la pone el escenario. Cree que llegará a algún lugar. —Y obviamente, Jimmy, yo sé que te encanta tener la exclusiva y que tu programa sea interesante —digo con seguridad y con increíble omnipotencia sobre el programa, y todo lo que rodea. La gente aplaude mientras Jimmy, absorto, me apremia y pide seguir escuchando mi discurso. —En la literatura, por ejemplo —los deleito con mis palabras—, es común que los escritores usen el flashback para explicar el pasado de los personajes. Recuerdo un libro que leí hace muchos años, Los fantasmas de Fernando de Jaime Alfonso Sandoval, donde se ve cómo el pasado le esclarece y revela los fantasmas al protagonista, que le ayuda a perseguir un futuro mejor. O como en Nadie me verá llorar de Rivera Garza, donde la narración fragmentaria se construye para explicar el pasado de la protagonista, que es de nuevo, doloroso y esclarecedor para terceros, sobre el carácter y presente de los personajes. Se utiliza el pasado como un justificante no sólo en la ficción, sino en la realidad. —¿Pero para qué sirve el pasado y esa representación de la memoria? Es explícito y también se refleja en nuestro rostro —las ojeras destellan y el cabello deja de ser perfecto—, y aunque quisiéramos, optamos por endulzar la violencia real con esos hechos que no vivimos, pero que por 7


empatía compartimos, para poder decirle al otro "está bien, te entiendo... no lo vuelvas a hacer". Todos fuimos víctimas. Jimmy Fallon la dejó. La multitud vuelve a no tener rostro, pero sí un peso que nunca tuvo (fantasmas, fantasmas, sólo fantasmas). La luz está sobre ella y sus ojos llenos y totalmente expresivos. Pero nadie la ve. El espejo la sigue reflejando, sin fondo y en otro espacio donde no hay tiempo. —Fui víctima y construí figuras paternas en patrones, ídolos y sagas que me ayudaron no sólo a entender mi presente, sino a justificar a los agresores en mi pasado. Pero a todo esto ¿qué significa la memoria en la literatura?, ¿en las películas, series? Veo que sirve para esclarecer personajes y rostros, para que en la reflexión se justifiquen sus acciones o formas. Para que el receptor empatice y pueda decir "claro, yo con tu historia estaría igual de jodido". La representación de la memoria, propia e individual de cada ser humano es abstracta pero competitiva. En todas hay similitudes: recuerdos borrados, pensamientos intrusivos. No existe la inocencia en una mente que lleva años cosechando imágenes vivas por al menos un año. La memoria, el recuerdo, los reconocimientos se corrompen y trastornan: la vida humana es horror existencial. Regresó. Está en pijama. Su cuarto apesta a un espacio cerrado. Todo está amontonado pero limpio. Hay muchas cosas que no necesita, pero acomodan su realidad para que funcione la imaginación. Ya no está Fallon, el público se escondió. Ella sigue con palabras atoradas, cada vez más inaudibles en su boca, pero ya no la escuchan en su cabeza. Está ella en el espejo, despreciada por su imagen, pero llena de palabras. Con valor: —Detrás de todo esto —digo al ente delante del espejo mientras me llama mi mamá por teléfono—, existe la salvación de la ambigüedad que hay en esos recuerdos. Son manipulables. Somos seres que maleamos el entorno, pero también nuestra mente. Entonces, ¿qué es lo que no puede mentir o qué es realidad?

Mercedes Angélica Acosta Viveros (1999). Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana.

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El día que se soltó el diablo Yinett Scarlet Vázquez Serrato —No quiero perros en esta casa. Santiago es un lobo negro. Beatriz dice que es un perro, pero ella qué va a saber de criaturas del bosque. No sabe de nada. Está hueca como un coco. Vives de pura pastilla, así le dice mi papá. Pero ni aunque se acabe la farmacia podría crear la mitad de lo que yo tengo en mi cabeza. Tu chamaco es muy abusado, dicen los amigos de mi papá. Y yo me alzo un poco más. Yo soy como él; delgado, pulido y brillante. Y Santiago es como yo, valiente y precioso, por eso lo llevé a casa. Me costó un poco. El lobo es casi de mi tamaño, pero cuando se para en dos patas me sobrepasa. Lo encontré con espuma blanca en el hocico, en un parque atrás del mercado. Es un lugar abandonado al que los niños consentidos no van porque dicen que hay alacranes. Los alacranes me los paso por los huevos. Yo voy deseando encontrarme uno, para regresar sereno a casa y decirle a papá, mira me ha picado un alacrán, y entonces él volteará a verme y dirá eres todo un hombre y me sentaré junto a él a beber cerveza. Primero escuché el aullido. Después vi a mi enorme bestia negra echada entre los matorrales. Herido de su pata, pero con la pose altiva y enseñando los dientes al gruñir. Le enseñé los míos también, para que supiera que a mi él no me intimidaba. Tomé un palo grande y grueso, no por miedo, sino porque no soy un pendejo. Me imagino a la Beatriz, ay regrésate, mijito, regrésate que te va a morder. Y en su cabeza podrida el lobo me arrancaba la piel de la cara o al menos me quedaba sin dedo, para con satisfacción decirle al doctor: mire yo le dije que no se acercara. Pobre de mí, ahora tendré que vivir con un hijo deforme. Pero el lobo me dejó llegar a él, sin disminuir el gruñido. Alcancé una piedra que tenía al lado del pie y el sonido de la bestia se intensificó, lo sentía en la oreja. Me corté la palma de la mano y la apreté en un puño. Se la mostré al lobo. Ahora somos iguales le dije, ven sígueme. Duré como dos días resguardándolo como un tesoro en mi guarida privada. Antes era el cuarto de mi abuela enferma. Y cuando murió lo pedí para mí. Está lejos de la casa de mis padres, pero en el mismo terreno. Curé a la criatura con yodo y le vendé la pata hasta que dejó de sangrar. Aunque gruñía cuando le tocaba la herida, nunca me mordió. Él sabe que ambos somos iguales. Beatriz lo encontró al tercer día. Vieja metiche. Es mi cueva, no suya. De Santiago y mía. Dijo que era un perro enorme con rabia. Qué va a saber ella de rabia, pobre mujer tonta. Afortunadamente papá si sabe la diferencia entre un perro rabioso y un lobo magnífico. Le dijo a Beatriz que lo llevaríamos al veterinario, que se tranquilizara, que cuidar de Santiago me daría responsabilidad y carácter. Beatriz subía los labios a la nariz en ese gesto que me da asco y papá le 9


besaba las mejillas abrazándola. Yo sé que sólo la besaba para convencerla. La besaba por mí. Ese beso era mío. Pedí para Santiago un collar negro con dije dorado. Muy caro, éste es más lindo, mira Manuelito, tiene huellitas de perro. ¿Cómo va a tener un lobo como el mío un collar así? Preferí no iniciar una discusión más, así que devolví esa cosa de poodle al estante y llevé el que yo elegí a la caja. Le dieron antibiótico para su pata y resultó que la baba blanca era por algo que comió y le causó dolor de panza. Ay Beatriz, siempre quedando como tonta y más frente al doctor. ¿Pero está seguro que no es rabia? Tranquila señora. En una semana estará perfecto de su estómago y de su pata. Podrá correr. Yo y Santiago recorriendo las calles, la gente nos va a reconocer desde ahora como el niño y el lobo. Compañeros inseparables. Tal vez mi padre escriba sobre nosotros. Claro que lo hará. Cómo resistirse. Beatriz le compró un alimento duro y sin sabor. Yo hurtaba pollo de la cocina para mi querido compañero, también salchichas y hasta descubrí que le gustaban las fresas. Disfrutaba compartir la comida con él, imaginando que regresábamos de cazar y despedazábamos juntos a nuestra presa. El domingo era día de salir por helado y a pasear al muelle. Evidentemente Santiago me acompañaría. El sábado terminaba sus días de reposo. Cuando me vea el niño gordo del Palomo, se va a ir para atrás. Se la pasa en sus jueguitos de computadora. No sabe nada de la vida, ni de los lobos, ni de correr junto a tu amigo por el muelle con el sol encima. Ya pensé en la ropa que usaré. Mi chamarra amplia de nailon para poder correr a gusto y mis tenis negros. Le quité a Beatriz una cadenita de oro con anticipación, para ir a juego con Santiago. Ambos libres. Papá nos vería a lo lejos pensando que ama ser mi padre. Ya era viernes y no dejaba de llover. Tormenta eléctrica anuncian las noticias. Pero para el domingo va a salir el sol brillante, estoy seguro. Maldeciré a dios si ese día el sol no aparece. Anoche lo amenacé. Dios, yo sé dónde guardan los vinos de la misa. Dios ni ese día llueve, yo me lluevo sobre tus pinches vinos. Ya estás advertido. Santiago mira la ventana. Ha estado decaído. Al principio pensé que era por su pata, pero ya camina bien y con todo, los ojos vidriosos no le han cambiado. Hoy intenté sacarlo a pasear. Le decía ven y él me miraba y volvía a colocar la mandíbula sobre sus patas. Es demasiado grande y valiente para estar triste, pero hoy ya es sábado y él no se levanta. El domingo amaneció con tantos truenos que quería ir corriendo a la iglesia a cumplir mi amenaza. Al final decidí darle unas horas más. Bajé y Beatriz seguía dormida. Papá batía unos huevos sonriendo, papá ¿por qué sonríes?, ¿no ves la gravedad del asunto? Sentí rabia en la garganta, pero, ¿cómo enojarme con mi padre? Levantado tan temprano. Oliendo a su perfume de rosas. Preparando los huevos que me gustan, tan listo, tan valiente. —Papá, hoy iremos al muelle, ¿verdad? —A tu madre le duele la cabeza, pero si el clima mejora, iremos. 10


Mejor aún. Corriendo los tres en el muelle. Miren al padre con sus cachorros de lobo. Miren cómo resplandecen bajo el sol. Me bañé y me coloqué un poquito del perfume de mi papá. Ya tenía la ropa lista, pero no la usé aún para no ensuciarla. Fui a ver a Santiago. Mi lobo erguido me miraba fijamente. Hoy iremos al muelle, ya no puedes estar triste. Me miró atento moviendo las orejas. Regresé a la casa y Beatriz abrazaba a papá en el sillón mientras sostenía una taza de té. —El día está muy gris, qué lástima mi amor hoy no podremos salir, puedo prepararles una sopa calientita para estar los tres en casa. Manuelito, cariño, pásame las pastillas de la mesa. Cree que renunciaré a vivir por una sopa de sobre. Ella piensa que no sé lo que trama. Y cuál de todas estas pinches pastillas, todo lo tiene revuelto, que una cosa con ago, ago… melatina., escitalo algo, asenapina, ay no sé. ¡¿Cuál es el de la mañana?! Beatriz, qué ridícula, acariciando a papá, tratas de convencerlo y hundirlo en tus tristezas, pero papá nunca caerá. No es una presa. Es un depredador. —Tranquilo hijo, yo lo busco, ahora vuelvo Bea. Las horas transcurrían. Beatriz no paraba de estornudar en el sillón. Creo que debería ir al doctor. ¿Quieres que encienda el coche? No papá, tú tan noble, no caigas. Es un engaño. Es su medida desesperada. Su último truco. Podemos ir al doctor y de ahí pasar un momento a la cafetería que da al muelle. Eso, papá tú siempre tienes las mejores cartas. Beatriz sonrió dándole un beso. Por dentro estaría destrozada. Pobre mujer. Corrí a la cueva de Santiago. Es momento. Ven conmigo. Santiago me miraba, pero no acudía a mí. No podía creer tal ofensa, en nuestra cueva. Tal vez Beatriz lo contagió de su venenosa melancolía. No, mi valiente compañero. Mi lobo no quita la pata cuando el yodo cae. Mi lobo corre azabache y bestia. Somos iguales. Yo te salvaré de ese embrujo. Yo te llevaré al muelle y enseñarás los colmillos blancos. Me acerqué a él e intenté jalarlo del collar, pero se mantenía inmóvil. Decidí empujarlo desde atrás, pero el monstruoso animal no se deslizaba ni un centímetro. Escuché los 11


pitidos del coche de mi papá. Ya era hora. Fui por la cadena que compró Beatriz, aunque la consideraba muy poco digna, pero era necesaria. La enganché al collar y jalé. El cuello de Santiago sobresalió un poco, pero el resto de su cuerpo seguía igual. —¡Manuel! —¡Ya vamos papá! Tal vez si lo mojaba. Salí por una de las cubetas de agua de lluvia. No quería tomar esta medida absurda, pero él había sido absurdo primero. Le di una última oportunidad con la mirada. Recibió el cubetazo con dignidad, pero no se contuvo a pararse en cuatro patas para sacudirse y en su descuido lo jalé fuerte. Casi lo moví a la puerta, pero me caí de nalgas en el proceso. Cuando levanté la mirada, vi el rostro de mi padre. Mi papá sonreía como quién ve a un niño pequeño y yo sentía ganas de llorar. Déjalo en casa. Necesita tomar confianza. No. Tomé una piedra junto a mí y me corté la palma frente a mi padre, después la enseñé a Santiago, pero el volteó la cara mirando hacia la ventana. Papá se agachó, me miró fijamente y me limpió con su pañuelo. Sube al coche con tu madre. —¿Por qué sangras cariño? ¿Ha sido el perro mi amor? —No Bea, tranquila —mi papá juntó las cejas mientras encendía el carro. —Pero ¿qué pasó mi vida? —Beatriz mostraba una preocupación evidentemente fingida. —Después te explico. Después del doctor, caminamos hacia la cafetería, por el muelle. Caminamos. Debíamos correr como lobos salvajes. Yo sentía ardor en la nariz y en los ojos. El hijo de don Palomo me dijo, te has orinado Manuelito. Un idiota que no distingue el agua de la orina. Rodeado de idiotas. Hoy debían admirarme, pero hoy no era el día de todos modos, porque la lluvia continúa ligera y el sol no ha salido. Dios tampoco cumplió mi petición. Es una alianza contra mí, pero no voy a rendirme. Al regresar a casa, los cristales del coche se iluminaron. El sol hacia brillar todas las gotas que aún se aferraban a las hojas de los árboles y también aquellas, que se deslizaban por las ventanas de la casa. Pensé en ir a ver a Santiago, pero no. Me traicionó como todos. Pensé que al fin tendría una manada de valientes. Sólo queda ser un lobo solitario. Y en cuanto subí a mi cuarto, escuché el grito. —Mi amor por dios, cariño ven. El perro mi amor, me ha mordido y se fue corriendo, se soltó como un diablo rabioso. Me duele tanto, les dije que a mí no me gustan los animales, pero ¡ay dios!, cómo duele. Lávame la pierna por favor. El plato de Santiago estaba en el piso, mientras las croquetas mojadas se disolvían en los charcos. —¿Qué le hiciste Beatriz? ¿Qué le hiciste? —No me hables así hijo, mira cómo estoy. —¿Qué fue lo qué hiciste vieja estúpida? —mi padre se quedó inmóvil con Beatriz en brazos, la bajó un momento y fue hacia a mí. 12


—No le puedes hablar así a tu madre. —Ella no lo quería papá. Ella no nos quiere, tú estás bajo su hechizo, pero yo hace mucho que me libré. Ella mató a la abuela con sus pastillas, estoy seguro. Es una asquerosa papá, una maldita per… Sentía la mano áspera de papá sobre la mejilla, todos nos quedamos en silencio un rato. Papá se disculpó tomándome de los hombros, quedé sordo del golpe con la cara ardiendo. Más que el golpe, sentía vergüenza del dolor. Salí corriendo. Salí corriendo para buscar a mi lobo. Primero busqué en el parque donde nos conocimos, pero no lo encontré. Fui a los mercados. Y a los basureros. El sol maduró tanto que me quité la chaqueta y la amarré a mis caderas. A lo lejos escuché el coche de mi padre. Beatriz me llamaba con la voz ronca y entonces lo vi, azabache y brillante. Corrí hacia él, pero una niña lo rodeaba con sus brazos. El movía la cola. Mi criatura fantástica, mi lobo hambriento, mi depredador incansable no podía ser parte de una escena tan cursi. Mi perro le movía la cola a esa mocosa desconocida y yo sentía ardor en todo el cuerpo. Me quedé inmóvil hasta que Santiago me miró indiferente y procedió a darle la pata a su dueña. La niña sonreía bajo el sol con el gesto de mi abuela. Sentí a mis padres a mis espaldas, hablando, pero todo era interferencia. El pantalón mojado me rozaba la piel por correr tanto, el sudor lavó todo el rastró del perfume de papá, el sol me escocía la piel y los ojos, y mi amigo, mi perro, se iba con su manada. Volteé la cara empapada y roja, y abracé a mamá para llorar sobre su vientre.

Mi nombre es Yinett Scarlet Vázquez Serrato, tengo 25 años y resido en Xalapa, Ver. Soy estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la UV. He participado en talleres de creación literaria en la Facultad de Letras Españolas de la UV, impartidos por Magali Velasco, César Silva y Josué Sánchez. Actualmente estoy en el taller cuento de la escuela NOX, impartido por Eduardo Antonio Parra. Formé parte del décimo curso de la Fundación para las Letras Mexicanas en Xalapa en categoría de cuento en 2018, y he participado como creadora en congresos como el CONELL. Publiqué el cuento “Mi muñeca favorita” en la revista literaria Taller Igitur. En 2018 gané el premio Sergio Pitol en la categoría de relato. Además me considero una artista visual en proceso, principalmente de arte figurativo e ilustración tradicional.

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Lo posible Luis Mendoza Vega Desconozco de latitudes, es más, tanto es mi desconcierto que voy como por un campo minado de cuerpos sin más nombres que la tierra enmascarada. Uno camina por aquí, en Veracruz, y es probable que las flores germinen en la boca de un desaparecido. No hay límites que resguarden lo humano, pienso, sólo una atroz conciencia de lo posible.

Luis Mendoza Vega (Otatitlán, 1999). Estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Ha publicado en Letras Libres, Criticismo, Tintero blanco, entre otros.

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Pastiche Dianna Castañeda

Cuando Eurídice salió del infierno por primera vez, Orfeo no volvió la vista atrás, no perdió ni un segundo en detenerse. Corrieron desnudos hacia el paraíso de ninfas y nueces, manaron de sus mieles, tocaron el olimpo, se amaron vorazmente. La caída fue muy dura, pero supo reponerse; quizá una pesadilla, quizá la tosca muerte la regresó al inframundo. Hades la sentó de nuevo en su banquete, le repitió las condiciones de su suerte. Pero Orfeo ya no era el mismo, algo se había ido para siempre. La miraba desde la pradera, no podía cruzar el Aqueronte, había olvidado la moneda, la lira y la canción favorita del cerbero. El río de almas era ahora un río de dudas arrastrándolo hacia el estero. Ella lo supo todo de repente: amar es un arte que se ejerce de frente, sin protagonismos; era su turno de dar lo mismo. Burló la astucia de Caronte 16


y robó su balsa; navegó los rápidos hasta encontrar a Orfeo en el tártaro sin horizonte. No quedaba otra salida, él no resistía las heridas, encontrarían el sol en las aguas del Lete, aunque empeñasen la memoria. Cuando Eurídice se sumergió con Orfeo en brazos, entendió de sacrificios y de gloria. Una tranquilidad luminosa disipaba las tinieblas de su alma: su historia jamás terminaría; sólo se postergaba el reencuentro, ese abrazo que los uniría quizá dentro de mil años, quizá la mañana del siguiente día.

Dianna Castañeda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1997). Egresada de la Facultad de Letras, UV. Publicó un par de libros de poesía en su ciudad natal (2010 y 2012). Interesada en la poesía, el teatro, la traducción literaria y la docencia. Se ha dedicado a la gestión cultural y a la difusión radiofónica.

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Tres poemas América Natividad Blásquez Vázquez Luz decadente Soy más bien polilla en la cama pelos enredados pelusa gris cortina de tela de araña polvo blanco, antes, agua. El punto que se esconde en el centro de la habitación o una hormiga que se suicida al filo de la sábana. O soy esta extensión de mí esta piel que crece a todos lados e invade el espacio pasa por las grietas y se corta en pedacitos. Soy este órgano de sal el encierro del cuerpo en el cuerpo estos brazos y piernas que se hacen infinitas pero no tocan nada. Sonido verde y azul que sale de mis poros y palpita. Mi decadencia, soy mi decadencia.

Los días circulares Pero de esta catedral sin luz salen moscas de flor podrida y me baño con el agua verduzca de los rezos dominicales. Me bautizo, soy pecadora y cambio mi nombre porque esta manera de llamarme no es mía 18


sino de la que se fue con el alma de mi madre. Polvo seremos SOY porque me desmorono a cada instante a cada flechazo de indiferencia. Me vuelvo aire en estas cuatro paredes me impregno en las sábanas y ya no camino con los pasos toscos de mi herencia, ya no me trenzo el miedo de generaciones, ya no paso mi mano por el pecho para sentir si sigo viva. No quiero ser siempre el mismo instante de beso y despedida, de despertar y el desayuno, de la noche y la cama la noche y la cama. Ser yo la que se repite y no el día, siempre el mismo día. Ni volver la cabeza al crucifijo y llorar por lo que no hice, por lo que no pienso. Tampoco hacer reverencia, ni sonreírle a figuras de cera para que me salven del martirio de despertar sobre la derecha y pensarme la vida y pensarme el hambre. Y entonces ya no llamar catedral a esta patria mía que se desnuda. Y saberme libre, atravesada por la luz que negué, llamarme agua verduzca, agua noble, agua de flores de fe. Levantar el ojo al interior y saludarme en el sueño. Sonreírme despojada de cadenas. Sonreírle a mi patria, 19


a mi patria desnuda.

Raíces de agua En la hora de las almas arrepentidas y de los cuerpos impúdicos, le dibujo una sonrisa a la luna con los restos del vaho en mi ventana, desato cada hilo de mi celda y los tejo al lecho, me vuelvo mar entre la espuma de las sábanas y me convierto en el afán de ser la noche con sus estrellas, de ser el último suspiro arrinconado en la garganta después del grito, de ser rímel asfixiado entre el abrazo de las pestañas. Bailar como se mueve la tela fina, -casi invisibleen la boca del viento y llegar arriba, muy arriba. Hacerme ciega y a tientas encontrarme: el cabello revuelto, el pecho electrizado y mi monte vibrante entre raíces de agua. Ya no hay tacto que aguante esta tempestad de abriles acobardados.

América Natividad Blásquez Vázquez. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas. Ha colaborado en las revistas literarias Tintero Blanco y Monolito con textos de su autoría. En 2019 obtuvo el tercer lugar del Premio Nacional al Estudiante Universitario en la categoría poesía “José Emilio Pacheco” por su obra Lord Ganesh.

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Contra la mayonesa A Zabdiel, por las risas y las tortas que se comió por mí.

Casandra Gómez

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o existe peor temor para mí que llegar a un convivio y ver en la mesa un plato de pambazos (xalapeños, no orizabeños), sandwichitos cortados en rectángulos o aquel famoso preparado de coditos con jamón. Llevo más de 15 años explicando por qué no me gusta ese menjurje de huevo y aceite batidos que invade la mayoría de los alimentos con su grasa; abriendo la torta para limpiar con una servilleta, sin éxito alguno, el pan y el jamón atestados de mayonesa; soportando el olor del pescado enlatado al mezclarse con este aderezo, que incluso, me atrevo a decir, apesta más que el parque con olor vinagroso que José Emilio Pacheco describe en Morirás Lejos. Qué decir de la repulsión que me provoca pasar al lado de un puesto de elotes y observar los dientes de las personas que sonríen para presumir la mayonesa, el queso rallado y el chile en polvo revueltos en su boca. Como casi todo odio, el mío surgió de un amor exacerbado por este aderezo. Durante mis primeros años, formé parte de ese gran porcentaje de la población mexicana que comía tacos de mayonesa y, estoy segura, que habría sido capaz de comerla a cucharadas. La gran tragedia sucedió después de ponerle mayonesa a una sopa instantánea. Me recuerdo intentando integrar el aderezo con el caldo pintado de chile piquín transgénico; la mayonesa flotaba junto a los dos camarones pequeñísimos que presumía mi sopa. Al probarlo pude sentir cómo la grasa se disolvía en mi boca mientras intentaba masticar los fideos plastificados. A partir de ese día inicié mi batalla campal con los meseros distraídos que olvidaban traer mi hamburguesa sin mayonesa. Algunos creen que la mayor disputa entre Francia y España fue protagonizada por Pepe Botella y Napoleón Bonaparte, pero la verdadera batalla inició antes. Han pasado más de trescientos años y no existe un consenso sobre quién creó este aderezo. Unos dicen que surgió en Menorca, España; otros, que fue el chef del Duque de Richeleu quien lo llevó a España durante la invasión de Francia a Mohón (ahora Menorca). Aunque, como muchas otras cosas, al mexicano le tiene sin cuidado si la mayonesa es menorquina o parisiense. De la misma forma que decretamos ponerle catsup a la pizza o salsa picante al sushi, la mayonesa se convirtió en el compañero incondicional del mexicano.

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Con el tiempo, aprendí que a veces es mejor no revelar mi odio por la mayonesa. Hay cosas que a uno le perdonan con facilidad, incluso el no comer aguacate o formar parte del pequeñísimo porcentaje que no soporta ni el chile chipotle; pero no comer mayonesa significa deshonrar a tu patria, a tu madre y hasta la Virgen de Guadalupe. Cuando dicen que la tortilla o la salsa picante son los representantes de México por excelencia, me pregunto en dónde queda la mayonesa. Claro que no existe nada más representativo que los tacos de suadero con salsa verde, pero ¿qué hay de las tortas fritas que los oficinistas compran cada mañana, antes de iniciar su largo día respondiendo correos y haciendo respaldos innecesarios que nadie revisará?; ¿quién calmaría la ansiedad de Isabel Iglesias, sino ese elote embadurnado de mayonesa y queso?; ¿qué comerían lo foráneos si no existiera aquel suculento platillo elaborado a base de atún y mayonesa? La mayonesa forma parte de la dieta de todo mexicano. No en balde, amenizamos las fiestas, haciendo palmas, y arriba y arriba, mientras coreamos al unísono Ella me bate como haciendo mayonesa. No me extrañaría, que un día un loco levantara un manifiesto para declarar a la mayonesa patrimonio de la nación y decretara que cada lunes, en lugar de interpretar el himno nacional, rindiéramos honores a un bote gigante de mayonesa mientras suena esta canción. Podría enumerar un largo etcétera de platillos que llevan mayonesa, sin embargo, el más escabroso fue el de untar un bolillo con este aderezo y acompañarlo con cafecito. Aun así, no tengo nada en contra de los sujetos que deciden elevar sus niveles de colesterol y triglicéridos o enfrentar problemas cardiovasculares. Sólo le suplico, estimado lector, que, si usted cuenta con un establecimiento de comida, considere a los especímenes que, como yo, fuimos condenados a llegar con la panza vacía a la oficina, porque las tortas ya venían preparadas.

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Actual No. 1 Manifiesto Arteriaobstruccionista Irreverentes, voraces, convencidos, excitamos a la población mexicana, a los no contaminados del fitness lifestyle, a los no identificados con el sentir medio colectivo del hispterismo de sustituir la mayonesa por grasas naturales, para que vengan a engrosar las filas triunfales del Arteriaobstuccionismo Y AFIRMEMOS: PRIMERO: —Amarás a la mayonesa por sobre todas las cosas. SEGUNDO: —No sustituirás la mayonesa por yogurt griego. TERCERO: —Santificarás las fiestas con pambazos y ensalada rusa. CUARTO: —Honrarás al aceite, al huevo y al limón. QUINTO: —No utilizarás, bajo ninguna circunstancia, mayonesa light. SEXTO: —No comerás jamás un esquite sin mayonesa. SÉPTIMO: —No robarás la mayonesa del otro. OCTAVO: —No confundirás la mayonesa Hellmann’s con la McCormick. NOVENO: —No consentirás pensamientos ni deseos fitness. DECIMO: —No codiciarás la mayonesa del otro.

¡Vivan los triglicéridos! ¡Vivan los tacos de mayonesa!

Casandra Gómez (Xalapa, Veracruz, 1996). Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana, y realizó una estancia en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Algunos de sus textos pueden leerse en Punto en Línea, La Palabra y el Hombre, Taller Igítur, Casa del Tiempo y Círculo de Poesía. Fue ganadora del Premio Nacional al Estudiante Universitario de la Universidad Veracruzana en 2020, en las categorías de Ensayo y Relato. Actualmente es beneficiaria del PECDA Veracruz 2020-2021, categoría Ensayo.

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¿Cuándo se comienza a ser escritor? Evaluna Pereyra Eufrasio

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ace unos meses, descubrí que cierta revista independiente me había otorgado el título de escritora; entonces, me reí, “¿Yo, escritora? ¡Por favor! Si decir que tengo más de cinco textos publicados es una exageración”. La pregunta retórica, a la que prosiguió un sinfín de descalificaciones y gestos absurdos, devino en una pequeña crisis identitaria, pues el título, al igual que una prenda demasiado grande, me resultaba incómodo, ridículo. Cuando le comenté la anécdota a mi mejor amiga, me respondió que, en efecto, yo sí podía ser considerada una escritora. La certeza de sus ojos al emitir tal declaración, como siempre, me llevó a hundirme en una de las cavilaciones tan usuales para mi carácter: escritora... escritor... ¿por qué ese título me resultaba ajeno? ¿Qué acaso el simple hecho de escribir de forma cotidiana no me convertía en una escritora? Pero, de ser así, ¿no todos escriben cada día al menos un post de Facebook, Instagram o un mensaje de WhatsApp? ¿Qué convertía a mis textos en algo diferente al contenido de una red social? ¿Podía considerarme una escritora? Debido a que escribía las últimas anotaciones de una tesis, cuya extensión parecía interminable, abandoné el proyecto de dar respuesta a tales preguntas y las dejé en algún rincón de mi mente donde no ocupasen un espacio inmediato. No volví a darle importancia a esos cuestionamientos hasta que fui galardonada con el primer lugar nacional de un certamen literario, entonces intenté probarme de nuevo el título de escritora, para mi sorpresa aún no resultaba adecuado a mi talle. Las interrogantes, por supuesto, regresaron: ¿soy escritora?, ¿redactora?, ¿quién soy yo? Incluso ahora, escuchar las palabras “escritora Evaluna” me eriza la piel, mientras en el rostro una risa nerviosa se asoma, el ceño se frunce, y desvío la mirada: respuesta natural a lo incomprensible, miedo primigenio. Soy licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas, lo sé; hube de esforzarme durante cuatro años para adquirir ese título, dediqué un lapso de mi vida a una formación específica: proceso de aprendizaje, desaprendizaje, dudas, llanto, desgasto físico en nudillos, espalda, vista. El hecho de que, además, hubiese una ceremonia o acto protocolario similar a cualquier ritual de paso, aseguran esa parte de mi identidad. No obstante, si hacemos la comparación, mi formación como escritora es paupérrima. Pienso que, tal vez, estudiar una licenciatura en creación literaria me haría sentir más conforme con el título de escritor, aunque de ser sincera y realista ¿quién de aquellos a quienes llamo escritores estudió creación literaria? Es más, ¿quién de ellos se dedicaba simple y llanamente a la escritura? La mayor parte fueron abogados, médicos, periodistas, docentes, religiosos, militares. ¿Acaso ellos habrán tenido mis mismas dudas? ¿O estarían lo suficientemente ocupados en sus otras labores para cuestionarse siquiera si eran escritores? 26


Un amigo tiende a bromear y decir que la literatura, mi ocupación, es la menos monetizable de las artes. Se trata de un chiste bastante agridulce por su nivel de realidad. Virginia Woolf ya ha hablado sobre la relación entre propiedad privada y escritura, no ahondaré mucho en el tema, pero todos sabemos que quien quiera escribir novelas habrá de contar con una habitación propia, es decir, la capacidad económica para mantener un estilo de vida que le permita dedicar unas horas a una tarea, por lo general, infecunda. Los escritores, al menos en su mayoría, no son únicamente escritores; desempeñan otras actividades de forma paralela a su ejercicio artístico. Podemos asegurar, entonces, que el escritor no es quien vive de la escritura, sin embargo, se puede establecer una interrelación entre el quehacer literario y la estructura económica. Con apenas veinticuatro años, mantengo que la persona que haya concebido a la literatura como un acto solitario creyó en un mito ingenuo; la literatura es una institución, o campo si adoptamos la clasificación de Pierre Bordieu (1992), en la cual interviene un grupo de participantes sociales que dan validez a los títulos —editores, críticos, académicos e incluso público consumidor son quienes cuentan con la autoridad para otorgar determinado valor simbólico a una obra (que, si se me permite atentar contra el romanticismo del arte, la literatura no es más que una pieza de papel con caracteres impresos). Es crucial tener en cuenta que uno de los condicionantes de nuestro campo es la producción mercantil: mercado editorial. Como establece Bourdieu (1992), el campo literario, a pesar contar con cierto grado de autonomía, no deja de estar “englobado al campo de poder” y subordinado por principios de provecho económico y político. El escritor será la persona a quien una instancia de autoridad, mercado, le haya entregado su título tras la producción de una obra, menor o mayormente, traducible a capital monetario. El “título” de escritora, a diferencia del de licenciada en letras, no se gana de manera tan sencilla. En primera instancia esto se debe, por supuesto, a que una carrera universitaria está regulada por principios legales; las instituciones académicas crean un plan de estudios, adecuados a una previa estandarización, la cual a su vez responde a la normativa vigente; el alumnado deberá demostrar que domina, al menos parcialmente, ese saber estándar para que un grupo de personas competentes y autorizadas le otorguen su título. En el mundo de las artes, en el de la literatura sucede diferente: por su cercanía a la esencia humana, siempre resulta más difícil de constreñir, escapa de las etiquetas y los moldes, asirlo es intentar capturar un haz de luz. ¿Cómo se aprende a escribir? Escribiendo, escribiendo y leyendo. Aunque a la fecha existen muchas academias para escritores y abundan los cursos de escritura creativa —algunos de los cuales te inclinan a pensar que puedes ser escritor en tan sólo seis horas—, lo cierto es que un escritor se constituye más en la praxis que en la teoría. Aprendemos gramática, el uso correcto de la lengua, aunque de manera paralela tendemos a coquetear con el incorrecto por su efectividad pragmática, entendemos fórmulas, analizamos modelos preconcebidos, adquirimos técnicas. Después de un tiempo, se procede al laboratorio literario donde, en el papel, se hace uso de todas las herramientas con las que se cuenta; no obstante, muchos experimentos tienden a ser fallidos, 27


poco sólidos, inestables. El escritor, entonces, debería recurrir a la teoría en busca de encontrar qué es aquello que ha fallado, pocas veces se halla respuesta. Curiosamente, mi formación como crítica literaria en la universidad y como escritora, de manera aleatoria, no dista mucho: en ambas me dediqué a leer, analizar y escribir. A pesar de ello, sólo cuento con un título legítimo. Muchos escritores coinciden en que la escritura parece más un oficio que una profesión — por supuesto, aunque la diferencia entre oficio y profesión también emana de concepciones políticas y económicas—. A grandes rasgos, se puede decir que en los oficios, artes manuales, existe menor intervención de la normativa; el saber por lo tanto se adquiere de manera informal y participa más la intuición que el sistema. ¿Cómo se aprende a escribir? Leyendo y escribiendo. Todos los escritores afirman haber tenido un proceso de formación similar: primero en una consciencia de lector, crean una carpeta con obras de otros autores —personas a quienes la institución ya ha reconocido—, éstos pueden ser modernos o antiguos, poetas, narradores, ensayistas, de diferentes latitudes, lenguas u orígenes, por lo regular la selección responde más a las inclinaciones y aficiones del novicio, que a la consagración del medio: canon. Los escritores renombrados y admirados por el recién iniciado se convierten en maestros en ausencia: la obra, el libro en cuestión, significa el espacio donde maestro y alumno conviven durante horas. El primero articula una demostración fecunda, nos entrega un producto, el aprendiz, entonces, deberá ser lo suficientemente perspicaz para captar aquellos procedimientos, hilos invisibles que mueven a los actores. Una vez aprehendido este proceso, si aún persiste una pizca de interés en el discípulo, éste comenzará la creación de sus primeras quimeras. Por experiencia puedo afirmar que, al principio, los frutos tienden a ser torpes, las costuras resultan poco sutiles, la imitación obvia; no obstante, en el ejercicio, el novicio adquiere maestría. De manera paulatina, se acostumbra al uso de sus herramientas, opta por las que le resultan más cómodas, las adapta a la forma de su mano: desarrolla un estilo propio. Cuando ha adquirido consciencia de su estilo, el escritor novato no podrá renunciar a él, entonces tendrá que comenzar un proceso de desaprendizaje. El artista no se constituye en el tiempo lineal del progreso, síndrome del hombre blanco tan ajeno a la esencia de los procesos; el artista se forma en una temporalidad cíclica, mítica, émulo de la divinidad: reconstruye la creación primigenia. Rilke mantenía que Dios, a veces, se avergonzaba de sus creaciones. Esto sucede un tanto similar en el mundo del arte: la obra nunca se concreta, se abandona. La literatura es un producto difícil de constreñir: escapa, muta, tiene constantes nacimientos, muertes y resurrecciones; al ser lenguaje articulado, producto esencial de la mente humana, siempre nos lleva a la pregunta ¿esto ha de ser catalogado como arte? Milenios de filosofía no han dado respuesta. El arte es un acto comunicativo, “comulgar y comunicare provienen de la misma raíz”. Principio de dispersión de los límites con la otredad, la obra es una forma que adopta la energía inaprehensible de la cognición y emoción del ser, común al artista, al receptor: espejo de los 28


tiempos. En la literatura y el arte nos reflejamos, reconocemos lo humano: rechazo, miedo, ira, euforia, tristeza son las emociones básicas que se evocan durante la experiencia estética. El artista se vierte en su obra, todo acto artístico significa una confesión: revelación. Recurrí al papel con la finalidad de dar respuesta a una crisis; como siempre, planté una rosa y coseché un girasol. Aún no sé si soy una escritora, si me encuentro en medio de un proceso formativo o si abandonaré el proyecto antes de que la autoridad legitime mi título; sé, empero, que yo no escribo para ello. Por ser la menos monetizable de las artes, he renunciado a la idea de vivir de la escritura, para hacerlo tendría que adaptarme a los preceptos del provecho económico o político. No puedo. En cambio, soy honesta cuando digo que escribo para no morir. Mi esencia marcada por una tendencia natural al desbordamiento, debía encontrar un medio donde verter la borrasca emocional y mental, flagelo cotidiano. Durero mostró que a Melancolía no le interesan los laureles en la frente, se encuentra ensimismada en una búsqueda infecunda de la naturaleza humana. Referencias Bourdieu, P. (1992). Las Reglas del arte: génesis y estructura del campo literario. Anagrama.

Evaluna Pereyra Eufrasio (1997). “Prefiero los epitafios a las semblanzas”. Promotora cultural. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana, mención honorífica. Ganadora del Premio Nacional al Estudiante Universitario 2021, categoría “Carlos Fuentes” de ensayo. Estudiante de la Especialización en Promoción de la Lectura UV.

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El cedro gris Dalia Rodríguez de Leo Personajes: Valeria, 16 años Esperanza, 31 años Tadeo, 53 años Matuta Habitación única de una casa pintada de gris. Tadeo duerme tendido en un sofá. Esperanza, sentada al fondo, mueve con prisa el pedal de su máquina de coser. Valeria observa atentamente a través de la ventana. Obscuro. Valeria enciende la vela que está sobre una mesita en la que hay tres tazas y una parrilla. Después va al frente y juega a la comidita con Matuta, su amiga imaginaria. Luego, corre a la ventana y mira caer las gotas de lluvia. VALERIA: Llueve. ESPERANZA: Otra vez. VALERIA: ¿Podemos salir? ESPERANZA: No. VALERIA: Pero Matuta quiere salir… ESPERANZA: Qué lástima. VALERIA: Dice que por favor. ESPERANZA: No. Valeria vuelve a jugar con Matuta. Se acerca suave a Esperanza. VALERIA: ¿Jugamos? ESPERANZA: No. VALERIA: Por favor. ESPERANZA: No. VALERIA: Anda, nos falta una para jugar a las traes… ESPERANZA: Dos personas pueden jugar a las atrapadas. VALERIA: Pero así aburre, entre tres es mejor… ESPERANZA: No. VALERIA: Juega… ESPERANZA: No. 31


VALERIA: (Haciendo ruido) ¡Juega con nosotras! ESPERANZA: Shh… VALERIA: (Haciendo ruido) ¡Anda, juega…! ESPERANZA: Cállate. VALERIA: (Haciendo ruido) ¡Juega! ESPERANZA: Está bien. Termino y juego. Valeria sonríe, le da un beso y vuelve con Matuta. VALERIA: ¡Esperanza! ¡Mira! ¡Esperanza, mira! ¡Allá afuera! ¡Mira, mira, mira, mira! Esperanza se levanta, va hacia la ventana y cierra la cortina de golpe. Vuelve a coser. VALERIA: ¿Por qué? ESPERANZA: Duérmete. VALERIA: Era un búho, en el cedro del jardín. ESPERANZA: Ya no hay búhos. VALERIA: ¡Pues yo vi uno! ESPERANZA: Crece por favor. VALERIA: ¿Podemos salir? ESPERANZA: No. VALERIA: Antes salías a jugar conmigo… ESPERANZA: Antes no era obscuro. Silencio VALERIA: Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez… ESPERANZA: Cállate. VALERIA: (Hace ruido) ¡Once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis…! ESPERANZA: (Hace ruido) ¡Basta! Tadeo se mueve. Ellas se congelan, lo miran en silencio hasta que vuelve a quedarse quieto. Suspiran aliviadas. VALERIA: Matuta estaba contando las estrellas… ESPERANZA: Las estrellas son infinitas, ¿para qué quiere contarlas? Silencio. Observan a Tadeo. 32


VALERIA: Está dormido... ESPERANZA: Sí. VALERIA: No te acerques a él cuando despierte… ESPERANZA: … VALERIA: Matuta me dijo el otro día que salió a la calle y que ya no vio cadáveres. A lo mejor podemos salir, aunque sea al cedro. Y si alguien nos ve, a lo mejor puede llamar a otro alguien para que venga por nosotras y… ESPERANZA: No tiene caso salir. VALERIA: Pero afuera hay muchas cosas… ESPERANZA: Sangre… VALERIA: Cedros… ESPERANZA: Bombas... VALERIA: Búhos… ESPERANZA: Armas... VALERIA: Estrellas… ESPERANZA: Ruinas… VALERIA: Bebés… ESPERANZA: Duérmete. VALERIA: ¡Juguetes, niños, flores, luz, agua, lodo, palomas, muñecas, canicas…! ESPERANZA: No. VALERIA: ¡Personas! ESPERANZA: Ya no. VALERIA: … ESPERANZA: Ya va a despertar… Trae su café. Valeria va por una taza, sirve café y se lo da a Esperanza. Esperanza saca del cajón de su máquina un bote con pastillas para dormir, pone varias en el café de Tadeo y revuelve. Vuelve a coser. VALERIA: ¡Esperanza! ¡Mira, mira, mira, mira, mira! ESPERANZA: ¿Qué? VALERIA: Una cucaracha… ESPERANZA: Déjala. VALERIA: ¡Qué bonita! Ayy, pero si está preciosa. ¿Puede ser mi mascota? ¡Se va a llamar Sara! ¡Sí, Sara! ¿Matuta, le ponemos Sara a la cucara…? Esperanza aplasta a la cucaracha.

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VALERIA: ¿Por qué? Esperanza vuelve a coser. VALERIA: ¿Podemos salir? ESPERANZA: Vete a dormir. VALERIA: Matuta no tiene sueño. ESPERANZA: Matuta se va a dormir, ¿verdad Matuta? Matuta asiente. VALERIA: Ella no tiene sueño, ¿verdad? Matuta asiente. ESPERANZA: Te dije: a dormir. VALERIA: ¿Por qué mataste a Sara? Esperanza mira fijamente a Valeria. Vuelve a coser. Valeria va por una cajita que guarda bajo la ventana. Mete a Sara en un ataúd improvisado. VALERIA: Sara… Tan chiquita… Tus ojitos… pareciera que todavía brillaran. Yo debí protegerte. Pero quiero que sepas que eres, fuiste y serás la mejor cucaracha del mundo. Matuta y yo te vamos a extrañar. Siempre estarás en nuestro corazón. Descanse en paz, Sara. Esperanza sigue cosiendo. VALERIA: ¿Ya casi terminas? ESPERANZA: Casi. VALERIA: Cuando termines vamos a jugar. ESPERANZA: No. VALERIA: ¡Pero tú me dijiste! ESPERANZA: Cuando haga sol. Se miran y ríen tímidamente. VALERIA: Qué chistosa eres, Esperanza…

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VALERIA mira fotos viejas que guarda en su cajita. VALERIA: Oye… ESPERANZA: ¿Sí? VALERIA: Matuta tiene novio… ESPERANZA: ¿Ah sí? ¿Y cómo es…? VALERIA: Pues, no es muy guapo pero, es fuerte, como Tadeo… ESPERANZA: O como un lobo. VALERIA: Ojalá algún día yo también pueda tener un novio… ¿Te imaginas…? Valeria y… ¡Matuto! ¡Sí! Y vamos a caminar debajo de los cedros… Y vamos a ir al museo, ése que está en la ciudad, en el que había muchas plantas. Y vamos a contar las estrellas juntos. Y cuando sea grande y nuestra relación haya pasado a la etapa dos… ¡nos vamos a casar! Yo voy a ponerme un vestido blanco, largo, con lentejuelas y zapatillas de cristal, como en los cuentos. Matuta puede ayudarme a hacerlo, lo podemos coser en tu máquina… si nos la prestas… Y vamos a tener un hijo con mis pecas y sus ojos. Y vamos a matar a la gente mala, por mala… ESPERANZA: Te está haciendo daño hablar tanto… Esperanza toma una pastilla del bote y se la da a Valeria. Silencio. VALERIA: ¿Cuando despierte Tadeo, va a jugar con nosotras? ESPERANZA: Tadeo va a salir… Tú vas a dormirte. VALERIA: ¿Y qué va a hacer contigo? ESPERANZA: Yo me quedo aquí. Ya sabes que a él no le gusta que salga. VALERIA: ¿Y va a tardarse? ESPERANZA: Con suerte sí. VALERIA: No dejes que se te acerque, Esperanza… ESPERANZA: ¿Tengo opción? VALERIA: ¿Ya terminaste de coser? ESPERANZA: No. VALERIA: Matuta te ayuda, para que tengas opción. ESPERANZA: Matuta no sabe coser a máquina. VALERIA: ¡Pero yo le enseñé! ESPERANZA: ¿Y quién te enseñó a ti? VALERIA: Matuta. ESPERANZA: Ah, menos mal... (Ríe tímidamente) VALERIA: ¿De qué te ríes Esperanza? ESPERANZA: De nada… ya duérmete. VALERIA: (Hace ruido) ¡Ya! ¡No te rías de mí! 35


Valeria rompe una taza. El café cae sobre la camisa que cosía Esperanza. Tadeo se mueve. Ellas se congelan, lo miran en silencio hasta que vuelve a quedarse quieto. Suspiran aliviadas. Valeria se burla. ESPERANZA: No le hagas caso… deja de verlo. Valeria se cubre los ojos, espía. VALERIA: ¡Es Matuta! ESPERANZA: Valeria, basta. VALERIA: El otro día Matuta lo escuchó llorando... ESPERANZA: Él nunca llora. VALERIA: Estaba dormido, como siempre. Empezó a hablar quedito, como si tuviera miedo de que alguien lo escuchara… decía algo de su papá… ESPERANZA: Quizá recordó su muerte… VALERIA: ¿Cómo…? ESPERANZA: Junto al cedro. Lo arrodillaron, le apuntaron con escopetas y le dispararon hasta que sus huesos se hicieron polvo. VALERIA: ¿Tú viste? ESPERANZA: … No (Cierra la ventana). No. Luego de un rato, Valeria va a su cajita y saca una hoja con un mensaje. Apaga la vela. Lleva el mensaje a Esperanza. VALERIA: Matuta me dijo que el otro día salió a la calle y se encontró a un señor muy amable por las vías, llevaba puesto un uniforme azul y le dio esto. Matuta piensa que ya no deben tardar en venir por nosotras para llevarnos a la ciudad… ¡Nos van a sacar de aquí, Esperanza! ¡Más allá del cedro! Esperanza lee, después mira al vacío. Acto seguido escoge algunas prendas de ropa de mujer del montón que está junto a su máquina. Se las da a Valeria. ESPERANZA: Tendrás un buen viaje. VALERIA: ¿Tendré…? ESPERANZA: Y no quiero volver a verte. Ya sabes, es lo mejor. VALERIA: ¿Por qué? ESPERANZA: Él no puede vivir sin mí. VALERIA: Claro que puede. 36


ESPERANZA: No. VALERIA: ¿Y yo qué? ESPERANZA: Tienes a Matuta. VALERIA: Pero Matuta no es rea… ESPERANZA: En la ciudad vas a ser feliz, lejos de las balas. VALERIA: ¡Pero ya no hay balas…! ESPERANZA: Valeria, vete ahora que puedes, antes de que despierte. VALERIA: ¿Vas a dejarme? ESPERANZA: Es mi esposo. VALERIA: ¡Es tu papá! ESPERANZA: Valeria, basta. VALERIA: ¡Matuta me contó todo! ¡Me dijo todo, ya lo sé! ESPERANZA: Matuta miente. VALERIA: ¡Matuta no miente! Matuta sólo observa y me mira. ¡Ni siquiera hizo nada más que mirarme! Me dijo que Tadeo es tu papá… ESPERANZA: ¡No es cierto! VALERIA: Y que yo soy tu hija. ESPERANZA: ¡No! VALERIA: ¿Por qué mataste a Sara? ESPERANZA: Era una cucaracha. VALERIA: ¡Era tu hija, como yo! ESPERANZA: Duérmete. VALERIA: ¡Era mi hermana! ESPERANZA: Si te portas bien mañana voy a columpiarte, en el cedro. VALERIA: No quiero ir al cedro, quiero conocer el mundo, aunque sea obscuro. ESPERANZA: No sabes lo que dices, eres una… VALERIA: ¡Ya no soy una niña! ESPERANZA: Tienes nueve años. VALERIA: ¡Tengo dieciséis! ESPERANZA: ¡No! VALERIA: ¿Por qué no dejas de decir cosas que no son ciertas? Me dijiste que íbamos a salir a jugar y me engañaste. Me dijiste que Sara se había ido para siempre pero era mentira. Matuta vio cuando él se acercó a Sara. Cuando sus manos la atravesaron y la partieron en pedacitos. Luego Sara ya no podía contar las estrellas. Lloraba, lloraba. Tú la mirabas con lástima, como mira una a un perro agónico. Ni siquiera supe si murió de tristeza o de desesperación. Matuta vino porque quería recordarme que Sara estuvo triste y que tú no hiciste nada. Nos quedamos aquí porque dijiste que allá afuera era obscuro y que ya no hay búhos. Pero aquí adentro yo misma me siento obscuridad. Esperanza, ¡vámonos! 37


ESPERANZA: ¡No! VALERIA: ¿Y si un día él decide partirme en pedacitos a mí? ¿Qué es lo que vas a hacer? ESPERANZA: ¡No puedo hacer nada! (Arruga la hoja y la tira al piso) VALERIA: (Hace ruido) ¡Pues yo ya no quiero hacer nada! Tadeo despierta abruptamente. Valeria y Esperanza se congelan, se alejan. Tadeo se levanta con dificultad. Camina tambaleante a la taza que está en la máquina de coser. Observa los pedazos rotos. Mira su camisa manchada. Tadeo se acerca a Esperanza, la toma de la cintura y le besa el cuello, con violencia. ESPERANZA: Valeria, vete a dormir. VALERIA: No tengo sueño… Tadeo levanta poco a poco la falda de Esperanza. La coloca de espaldas a él y comienza a tocarla bruscamente. Valeria se esconde atrás de la máquina. VALERIA: (Cuenta estrellas) Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez… Tadeo lastima a Esperanza, sigue tocándola y comienza a desnudarla. Mientras Valeria cuenta, toma de la máquina unas tijeras de costura. Ella se acerca lentamente, tijeras en mano, a Tadeo, que al percatarse sólo ríe burlón y mira a la niña. Le quita las tijeras. Camina de vuelta hacia Esperanza, Valeria deja de contar y corre a tomar el papel arrugado. Tadeo la escucha, avienta a Esperanza al sofá y persigue a Valeria, que se escabulle y se esconde en la ventana. Tadeo recoge el papel, lo mira con atención. Tadeo, de pronto, comienza a llorar como un niño y a balbucear palabras inaudibles. Valeria, que toma la mano de Matuta, sale de su escondite y se acerca a Tadeo, pone su mano sobre el lomo de él, que abruptamente se levanta y la toma del cuello. Aprieta hasta que deja de respirar… Tadeo se percata de lo que hizo. Llora. TADEO: Voy por más café. (Sale) Esperanza se levanta con dificultad. Observa a Valeria, intenta despertarla. Valeria está muerta. Esperanza toma el frasco de somníferos, la hoja de papel y las tijeras. Coloca todo en su lugar. Agarra la camisa manchada de Tadeo, la huele, la abraza y la besa. Tapa a Valeria con la camisa. ESPERANZA: Matuta déjala en paz. Sólo está durmiendo. Ya era hora de dormir… ESPERANZA mira por la ventana. Arma una grulla con el papel. Lanza la grulla por la ventana. La lluvia la bota. Obscuro.

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ESPERANZA: Llueve.

Dalia Rodríguez de Leo. Egresada de la Carrera Técnica en Teatro por la Escuela Concepción Quirós Pérez (2013-2015) y de la Licenciatura en Teatro de la UV (2015-2020). Actriz de puestas en escena como “Nuestra Señora de las Nubes” (2016), dirigida por Ricardo García; “Niños Perro” (2016), Benjamín Castro; “Fantoche” (2018), Edén Coronado; y “El Pájaro Azul” (2019), Karina Eguía. Es autora y directora de “Los Escondidos” (2014); “Mi Chupirul” (2015); y "El Cedro Gris" (2016). Ganadora del tercer premio a Mejor Puesta en Escena del XXV Festival de Teatro Universitario. Con el Colectivo Teatral Los Escondidos dirige “Limbo”, de Santiago Sanguinetti (2015); “Los Camaleones”, de Oscar Liera (2016); “Miércoles de Ceniza”, de Luis G. Basurto (2017); “Muerte Súbita”, de Sabina Berman y “Uz, el Pueblo”, de Gabriel Calderón (2018). En 2020, es seleccionada por el programa PECDA Veracruz XXIII, Grupos Artísticos Independientes, con “Adelaida” (20202021). Para 2021, debuta como tallerista en el Programa Contigo en la Distancia: Cultura desde Casa.

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Nick Drake: el poeta del ocaso Héctor M. Magaña

N

ick Drake tuvo una existencia breve. Su vida en sus últimos años fue tímida y ermitaña. Los últimos años de Nick Drake nos recuerdan a los primeros años de madurez de Lovecraft: ambos cayeron una reclusión que los aisló del mundo moderno. Lo que hacían ambos a puertas cerradas es un misterio para los biógrafos de ambos creadores. Mientras para uno el encierro fue el inicio de su carrera literaria, para el otro fue el fin de su carrera musical. Lovecraft escribe al inicio de su cuento “El extraño”: “Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas.” Estas inquietantes palabras podrían incluso haber sido pensadas por Nick Drake, y es que los álbumes del cantautor son un recordatorio a las estaciones, al paisaje y a la naturaleza cambiante, solitaria y a veces amenazante. En las fotos de Nick Drake que han sido recuperadas lo podemos ver para frente a un muro de ladrillos; él mira a la calle, a la gente que transita, a los autos, a la ciudad. Es un extraño, un observador. Nick Drake parece participar poco en esta rocambolesca vida de los sesentas. Recientemente redescubierto, Nick Drake es ahora un compositor que ha servido de inspiración para grupos modernos como The Cure o para el cantante Elton John. Se puede decir que los tres álbumes que sacó en vida son un homenaje a la naturaleza inglesa y al ocaso que significa crecer. El álbum Five Leaves Left (1969) es el presagio del inicio del fin. La guitarra acompaña casi siempre todas las creaciones de Nick Drake. En “Day is Done” la guitarra es el instrumento donde Nick Drake nos presenta este fin: el fin de todas las cosas importantes en el desarrollo de una persona: la infancia, la juventud, la inocencia: todas las cosas que se perdieron y jamás podremos recuperar. Nick Drake comparte otra similitud con el autor de Providence: una timidez y un rechazo a presentarse en público como creadores. Para Lovecraft es una muestra de los principios del caballero, un rechazo a la mezquindad, y a los arribistas; para Nick Drake era escapar de los conciertos en vivo, de la presión discográfica e incluso de los estudios de grabación. El autor de Providence creó sus propios dioses, pero en Nick Drake hay una tendencia a buscar lo místico (a la manera de William Blake, autor que leyó mientras estudiaba literatura en la universidad) que yace en la naturaleza, en la visión romántica de los paisajes otoñales e invernales de Inglaterra. ¿Qué es

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“River Man”? Es un poema romántico, muy a la manera de Wordsworth o Coleridge. Es Nick Drake en su estado romántico más puro. El álbum Bryter Layter (1970) es una obra que combina el folk con el jazz. La voz de Nick Drake es una mezcla entre inocencia y melancolía; un niño extraviado. “Poor Boy” es un grito dulce y armónico sobre el crecer, la incomunicación y el ser un adulto incompleto. El álbum Pink Moon (1972) es su despedida, su testamento, tal como lo fue La corrupción de un ángel para Yukio Mishima o Indigno de ser humano para Osamu Dazai. En este álbum no hay acompañamiento, es sólo Nick Drake con su guitarra. La canción homónima es desgarradora, y más si pensamos en los días finales del compositor. La Luna Rosa puede ser la esperanza que sólo es visible para aquellos que yacen en la oscuridad. El álbum cierra con “The Tihng Behind The Sun”, que encierra una tétrica pregunta: ¿qué hay detrás de esa luz? Quizás sólo oscuridad, un horror cósmico, nihilista, nada. Una nulidad negra: “To win the earth just won't seem worth your night or your day/ Who'll hear what I say?” Hay algo más en común entre Lovecraft y Drake: sus obras reflejan poco de la época en que viven. “Pink Moon” podría ser la antítesis de “Here Comes The Sun”. Lo meditabundo y lo metafísico fueron temas en común en los setentas, pero en Nick Drake estos temas tienen un giro desesperanzador. Es este último álbum el que puede resumirse en los siguientes versos del poemario Configuración de la última orilla de Michel Houellebecq: “Cuando muere lo más puro/ cualquier gozo se invalida/ queda el pecho como hueco, / y hay sombras por donde mires. / Basta unos segundos/ para eliminar un mundo.” Donde todo el mundo canta al amor correspondido, a la juventud invencible, los sueños, el amor libre de los sesentas y setentas, y a ese mundo encantado o mágico, Nick Drake nos habla de las cosas siniestras que yacen en esas promesas, del mundo adulto como algo terrible para aquellos que aún somos niños en el fondo, de la inocencia frente al mundo (“Place to Be”), sobre el amor virginal (“Northern Sky”), de la invisibilidad que se sufre en la ciudad (“Parasite”), en fin, para todos aquellos que esperamos mucho de la vida y fuimos traicionados, para quienes deseamos ser felices y sin embargo fracasamos. Para todos aquellos que buscan la inocencia perdida, la música de Nick Drake es un consuelo agridulce. Las canciones del compositor inglés son al fin de cuentas para quienes el mundo fue un muro de piedra y sin puerta alguna, y ahí está Nick Drake quien nos toma de la mano y hace que nuestros gritos sean más sonoros, pero, ¿hay alguien que nos escuche del otro lado?

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Héctor M. Magaña (Xalapa, Ver., 1998). Autor de relatos publicados en revistas (Los no letrados, Monolito, Noctunario, Revista Almiar, Elipsis, Diablo Negro, Tintero Blanco, Periódico Poético, Prosa Nostra Mx, Les Escribadores) y reseñas literarias en revistas como Criticismo. Tradujo a autores como el emperador Akihito, la emperatriz Michiko Shoda y a la poetisa Cora Coralina. Ha participado en el taller de creación literaria de Fernanda Melchor. Actualmente se encuentra estudiando en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana (UV).

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La bohemia xalapeña: un viaje decimonónico por la ciudad de las flores. Entrevista a Francisco Jácome Tania Rivera ¡Éste es Xalapa! Nunca te olvidaré, ¡oh delicioso vergel de mi país! ¿Qué importa que no tengas ni monumentos, ni pinturas, ni estatuas, si el señor al crear el mundo arrojó en tu suelo un puñado de flores que no se marchitan jamás?, Manuel Payno, 1843 1871 se ha descrito en los libros de historia de México como un año caótico en cuanto a la política del país. Benito Juárez y Porfirio Díaz se disputaban el poder; el primero se alzaba como ganador, hasta que la muerte (más avezada en dramas políticos que el joven general) le arrebató el triunfo, no sin que el militar se alzara en armas con un grito que olvidaría mucho tiempo después: “Muera la reelección”. Sin embargo, lo que poco se sabe y menos se documenta es que, mientras México se caía a pedazos y se derramaba sangre sin sentido (como siempre ha ocurrido), un grupo de jóvenes xalapeños se reunía para escribir, con la única intención de trascender, un deseo pueril pero a la vez tan genuino que merece estar escrito con las mismas letras doradas que cualquier héroe nacional. Otro dato que escapa al común de la gente es que Xalapa era una ciudad fuente de inspiración para los artistas durante el siglo XIX. Desde la visita de un tal Alexander Von Humboldt en 1804, que fue seducido por las montañas que rodean la ciudad y la esplendorosa vegetación que la adornaba, rebautizándola como “La Ciudad de las Flores”; hasta escritores de la talla de Manuel Payno o Manuel M. Flores. En ese sentido, el joven actor, dramaturgo y divulgador cultural, Francisco Jácome, se ha dedicado por al menos dos años a reunir los fragmentos desperdigados de una historia ignorada por los habitantes de Xalapa, preparando la primera antología de poesía de la llamada “Bohemia 45


xalapeña”, una asociación literaria de jóvenes escritores, que espera ver pronto la luz en la misma ciudad que antes llamara Payno “un delicioso vergel”.

TR: ¿Qué es la bohemia xalapeña? FJ: En el año de 1871, existió aquí en Xalapa una asociación literaria de jóvenes que tenían entre 21 y 31 años de edad. Ellos eran: Josefina Pérez Silva, Clotilde Zárate Ferrer, María del Carmen Cortés de Santana, María Herrera, Vicente R. Casas, Ricardo Domínguez Mora, Pedro Guerra y Daniel Díaz. Este grupo de jóvenes publicaron en abril de 1871 un periódico literario, el cual era estrictamente de literatura, es decir, había artículos literarios, poemas, cuentos y probablemente teatro. Este periódico lamentablemente no tuvo mucha vida, aproximadamente tres meses. Estuvo solventado económicamente por un mecenas llamado Carlos M. Casas, médico aficionado a la literatura que cobijó a estos jóvenes para que pudieran escribir y publicar, y también estaban asesorados bajo la tutela de otro escritor importante: José María Esteva, uno de los mayores exponentes de la literatura mexicana del siglo XIX. TR: ¿Cómo surge esta investigación? ¿Y cómo descubres este movimiento para empezar? FJ: Hace un par de años encontré el libro Una historia de zozobra y desconcierto, una investigación de la doctora Leticia Romero Chumacero, quien ha trabajado mucho en el rescate de escritoras del siglo XIX. Adquiero este libro sin esperar que me encontraría todo un caso de estudio, porque ahí se mencionaba a una escritora xalapeña llamada María del Carmen Cortés y Santa Anna, nieta de Antonio López de Santa Anna, que fue dramaturga y poeta y se podría decir que, hasta ese momento, ella fue la primera mujer en publicar un poemario en esta región. Me llamó mucho la atención que fuera xalapeña y que no la conociera, que de hecho nadie la conoce. Fue ahí donde la empecé a investigar, encontré un poemario Ensayos poéticos dedicados a las jóvenes xalapeñas que publicó en Coatepec en 1866 y ahí viene una obra de teatro Escenas mexicanas, probablemente su única obra de teatro. Y bueno, investigando a esta escritora es que vi sus conexiones con otros escritores, conozco a su grupo de amigos y me dan ganas de investigar quiénes eran. Ahora con la pandemia fue el mejor momento para estar como ratón de biblioteca investigando y, ¿sabes?, fue como una bola de nieve, primero un dato y luego otro dato y al final, sin saberlo, terminé haciendo una antología [risas]. TR: ¿Por qué se perdió este círculo literario en la historia y ahora los xalapeños lo desconocemos? FJ: Se va deshaciendo el grupo, sobre todo porque las mujeres se van a la Ciudad de México, pero cuando se van ya eran reconocidas como grandes escritoras, de hecho estas xalapeñas son de las primeras mujeres mexicanas en integrarse a asociaciones literarias que eran sólo para hombres, como por ejemplo en el Liceo Hidalgo, en donde estaban Ignacio Manuel Altamirano o Manuel 46


Payno. Luego, otro punto, la mayoría murió muy joven y su temprana muerte impidió que se desarrollaran más o que fallecieran justo en la cima de su trabajo literario, por ejemplo María del Carmen Cortés murió a los 31 años y María Herrera a los 35, así fallecieron fuera de Xalapa y, sumado a que había poca información sobre ellos, hizo que se fueran olvidando. Otro punto importante a finales del siglo XIX está entrando la corriente modernista, entonces la literatura romántica va pasando de moda, van entrando Manuel Gutiérrez Nájera y Amado Nervo. Y por último, muchos de ellos no publicaron libros, entonces su obra quedó desperdigada en periódicos de la época, solamente Ricardo Domínguez, Josefina Pérez Silva y María del Carmen Cortés publicaron libros completos. TR: ¿Qué podría aportar a los jóvenes xalapeños conocer a la Bohemia xalapeña? FJ: Creo que siempre necesitamos símbolos donde nos veamos reflejados, donde veamos que jóvenes xalapeños estaban intentando crear hace 150 años igual que ahora los jóvenes del siglo XXI. Seguimos anhelando lo mismo. Y podría ser un punto de partida para quien quiera estudiar el siglo XIX, sobre todo en esta región, así como darnos cuenta de que los xalapeños fuimos los primeros en muchas cosas: Roa Bárcena fue el primero en experimentar en cuentos fantásticos, tipo Edgar Allan Poe; Díaz Covarrubias en la novela histórica y de la Bohemia; María Herrera fue de las primeras en fundar escuelas para mujeres en Coatepec; y descubrimos hace poco que María del Carmen Cortés publicó una novela llamada Julia, que podría ser considerada como la primera novela publicada por una mujer, donde ella deja escrita una historia verídica de una amiga que fue abusada sexualmente y para no pasar vergüenza se fue a encerrar a una cueva. Entonces, nos permite saber qué era la búsqueda de estos años y cómo era Xalapa. De cierta forma, todo lo que ellos escriben son sus ojos, que nos dicen 150 años después cómo era Xalapa, qué sentían, cómo vivían.

Tania Viridiana Hernández Rivera (Xalapa, Veracruz 1997). Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Ha obtenido el primer lugar en el 11° Concurso de cuento infantil y juvenil de la Editora del Gobierno del Estado de Veracruz (2021) y mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario en la categoría relato Luis Arturo Ramos (2020). Actualmente dirige la revista digital Pérgola de Humo.

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