Una mañana con míster Yin

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Una mañana con míster Yin


El día anterior me despedí de Loncho luego que me dijera: “Ya hablé con él, lo traje a las seis que venía del centro y me dijo que mañana a las ocho y treinta temprano estaría en el estadio Argelio Sabillón con dos equipos que jugarían un partido de entrenamiento” Le había dicho a Loncho que me gustaría tomarle algunas imágenes para decidir cual poner en el escrito que ya tiene sobre este personaje tan particular de Santa Bárbara. Temprano llegamos al estadio después de una noche con suave lluvia que hizo tener al macizo montañoso de la ciudad vestido con blancas nubes que se deslizaban hacia arriba y que auguraban un claro y caluroso día. Dos grupos de jugadores de segunda división estaban por terminar su entrenamiento mientras unos cuantos aparentes visitantes se resguardaban del sol en una de las casetas dentro de la cancha. ¿Está el míster? Preguntó Loncho a los que estaban en la caseta. Uno de ellos respondió simplemente que no había llegado.


Llegamos a buscar a Melvin Roberto Guzmán Rivera, mejor conocido como “míster Yin”. Supe de él por el escrito de Loncho y me pareció admirable lo que hace por la juventud deportiva de Santa Bárbara interesada en el fútbol. Cuando Loncho me dijo dónde estaría la mañana siguiente no dudé en ir y conocerlo. También el míster llevaría algo que mostraría uno de sus tantos resultados como guía deportivo. Luego que llegamos y no vimos a nuestro personaje me dispuse a recorrer la verde cancha del estadio mientras observaba a los dos equipos terminar sus rutinas. Una persona sentada en la caseta a la entrada de la cancha me preguntó si buscaba a alguien, le dije “al míster”. Imaginé que era la mejor forma de referirme a él aunque no le conocía. Ella me dio rápida respuesta: ¡No ha venido seguro anda trayendo a algunos muchachos, así es él!


Le dije gracias y pasé a la cancha para tomar algunas imágenes mientras observaba a Loncho irse a sentar al extremo norte de las graderías del estadio. Ahí también ya estaban algunos jóvenes que llegaron antes que nosotros y que de igual forma parecían esperar al míster. Poco a poco llegaron más chicos hasta que decidí ir a las graderías para esperar a nuestro esperado personaje. Con Loncho hablaba un poco hasta que él me avisó: ¡Ahí está míster Yin! Sin esperar, este entrenador se dirigió donde estaban los jóvenes, sacó de una de sus maletas un pequeño tablero de apuntes y comenzó a coordinar la actividad de la mañana mientras trataba de localizar a más personas por teléfono. Los dos grupos de jóvenes que estaban en la cancha comenzaban a recoger los implementos para retirarse, su entrenamiento había acabado y era momento que entraran los dos grupos de míster Yin. Fue en ese momento cuando nos acercamos con Loncho y aproveché a tomar algunas imágenes.


Míster Yin supo quiénes éramos, pero él siguió con la responsabilidad de que el encuentro se llevara a cabo. Por las constantes llamadas y comentarios que hacía a los chicos que ahí estaban supimos que faltaban las camisetas y calcetas de un equipo. Sacó poco a poco de otra de sus maletas las camisetas color rosa y se recriminaba el haber dejado la responsabilidad de las camisas negras a otra persona. Se notó preocupado por el posible retraso. Las camisetas rosa las arreglaba en forma de balón con el número a la vista, en su tablero tenía la alineación y llamaba al jugador según número asignado. Al terminar de repartir las camisetas y asegurar que se las pusieran con las calcetas, los llamó para bajar a la cancha.


Ahí ya esperaba la persona que me había preguntado si buscaba a alguien, resultó ser la árbitro del encuentro. Un pequeño momento para buscar solucionar el asunto de las camisetas negras fue suficiente para que la persona con retraso las llevara. Los chicos del equipo negro las tomaron y comenzaron a vestirse. Míster Yin se aseguraba que los números coincidieran con cada joven ya registrado en la lista que luego se la pasaría a la árbitro del encuentro que esperaba dar el primer pitazo. Los chicos con camisa rosa ya estaban dentro de la cancha en espera de que les revisaran los números asignados y que míster Yin les comunicara las posiciones a jugar. ¡Esto es así, se tiene que coordinar todo! Me dijo mientras le tomaba fotografías.


Alguno que otro muchacho esperaba le asignara posición para no estar en la banca, pero míster Yin les aclaraba que los cambios eran importantes y que todos querían jugar. Una vez asignadas las posiciones comenzó el momento para dar las indicaciones y motivar a los chicos a jugar de la mejor forma, tal como en el entrenamiento se les dice. Los jóvenes de camisa negra terminaron de colocarse sus camisas y entraron para ser revisados por la árbitro. Igual recibieron las indicaciones mismas que el equipo rosa tuvo de parte de míster Yin. El pito del inicio sonó y comenzó el juego. ¡Aquel muchacho es bueno, desde La Isla lo fui a buscar, viene con su hermano, los dos juegan! Me dijo Mister Yin al ver que un muchacho del equipo rosa hace un tiro que casi se convierte en gol. La Isla es un lugar ubicado al norte del río Ulúa y los dos hermanos lo cruzan en canoa para tomar transporte que los lleva al entrenamiento o a jugar partidos.


El trabajo de mister Yin va más allá, en lo que da indicaciones a los jóvenes que juegan me comenta que gestiona para que los parientes y cercanos al fútbol colaboren con agua, insumos y estipendios de transporte. Ver a míster Yin confirma lo que Loncho me ha comentado sobre su auténtico interés por apoyar a chicos para que entrenen y mejoren el nivel deportivo. ¡Ahí tengo el trofeo en la maleta, si quiere al medio tiempo me toma la foto! En un espacio de tiempo aprovecho a pedirle pose con el trofeo mientras los dos equipos juegan. Míster Yin deja le tomen la imagen y llama a dos jóvenes para que salgan con él en la foto. Con este gesto me muestra que su recompensa son ellos, los chicos, a los que ha dedicado más de quince años de su vida. Al final se despidió de nosotros y agradeció enormemente a Loncho (Luis Aguilar Chacón) por el detalle de que forme parte de sus próximos escritos. Por: Pedro Ramírez 3 de agosto de 2019


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