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ZOOS Pocas de las personas que visitan un zoológico se dan cuenta de lo que realmente están viendo tras los falsos decorados en que observan a los animales.

ZOOS:

CÁRCELES

DE

ANIMALES

Zoológico es el nombre que reciben los recintos en los que se mantiene a animales salvajes en cautividad. Si bien desde épocas inmemoriales el hombre se dedicó a hacer suyos aquellos animales que deseaba tener para sí como forma de demostrar su posición económica, social y hasta política (tal como sucedía en la antigua China con los miembros de la corte del emperador), los zoológicos, tal como los conocemos hoy, parecen haber nacido en 1752, cuando en Viena se inauguró la Menagerie Imperial del Palacio de Schönbrunn (zoo que aún continúa en activo). Hemos dicho “animales salvajes” y “cautividad”. Si reflexionamos sobre estas expresiones no se necesita hacer demasiado esfuerzo intelectual para darse cuenta de la realidad de estos recintos. “Cautividad” es una palabra lo suficientemente gráfica para saber lo que esconden los zoos: sufrimiento y anulación de la propia voluntad, de la propia necesidad y de los instintos de los animales. Públicos o privados, estilo safari o en cascos urbanos, terrestres o acuáticos… Existen muchas fórmulas para tratar de justificar que un ser deba pasar toda su vida confinado en un espacio que no le es propio ni natural. Las puertas de estos recintos están siempre abiertas para escuelas, turistas y familias, pero estas mismas puertas se cierran a disciplinas como la etología, la ética y la justicia, y a sentimientos como la compasión. UNA VIDA TRAS LAS REJAS ¿Es un suelo de cemento y una reja lo mejor que un zoo puede ofrecer a un animal? En la mayoría de los casos es lo único que les da. Los problemas físicos derivados de estar obligados a pisar siempre este tipo de superficies van desde infecciones y laceraciones en extremidades, hasta problemas articulares que repercuten por toda su estructura ósea, con el consiguiente dolor que se convierte en crónico con el paso del tiempo. Las rejas delimitan el escaso espacio en el que el animal debe pasar por fuerza toda su vida hasta el momento de su muerte, muerte que en la mayoría de los casos se produce de forma prematura y como consecuencia de la propia cautividad y las enfermedades de ella derivadas, cuando no es por haber ingerido comida ofrecida por los visitantes (sin ningún tipo de control por parte de las personas que cumplen el papel de “cuidadores”), y hasta objetos como juguetes, bolsas de plástico, etc. ¿Este es el acercamiento al mundo animal que los padres quieren para sus hijos, las escuelas para sus alumnos, los ayuntamientos para sus ciudadanos? Evidentemente, la respuesta a todas estas cuestiones es un NO rotundo. Sin embargo, los zoos siguen recibiendo visitantes, sobre todo niños. Estas visitas se producen por falta de conocimiento de la triste realidad de los animales confinados en zoos… y son promovidas por el mismo zoológico, que evita estratégicamente que veamos mas allá. Un caso típico muy frecuente se produce cuando los mayores muestran a los niños el “gracioso” bailoteo de los elefantes, o el balanceo constante de los primates, o las “simpáticas” coreografías que hacen las jirafas con sus largos cuellos… Todos estos comportamientos no son más que manifestaciones de la enfermedad psíquica que afecta a los animales en cautividad. Son movimientos que ponen de manifiesto la caída del animal hacia los abismos de la locura, y se convierten en la muestra más visible de que los zoos no son el sitio en el que nuestros hijos aprenderán más cosas sobre la fauna de nuestro maltratado planeta. Los zoos maquillan este maltrato afirmando que realizan, en todo caso, una labor pedagógica; para ello les basta con colocar un pequeño cartel en el que se puede leer de dónde es originario el animal, algunas descripciones acerca de lo que come (si es mamífero, si es herbívoro, etc.), y poca cosa más. En estos mismos carteles se suele ofrecer información sobre su etología como, por ejemplo, cuántos kilómetros camina por día, si hiberna, si necesita vivir en grupo, si estos grupos son matriarcales, etc. Y todo esto mientras detrás del cartel se ve a un animal en soledad, dando vueltas sobre sí mismo en un espacio de escasos metros. Y no pueden, por tanto, ni caminar esos kilómetros, ni hibernar, ni vivir en grupo.

EDUCACIÓN EN LA EMPATÍA La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar de otro, y esta capacidad puede ser natural o adquirida. La adquisición de la capacidad de empatía se apoya en la educación que el niño recibe en su casa y en la escuela. Si tienes niños: Si tienes hijos y quieres fomentar en ellos valores como el respeto a los animales y la naturaleza, no debes llevarlos al zoo. El niño no aprenderá nada, y además estarás colaborando económicamente con este negocio y, por tanto, estarás perpetuándolo. Si aprende algo, aprenderá a cosificar a los animales y a ver cómo son los animales cuando se les provoca maltrato y prohibición de su libertad. Si trabajas en una escuela: Las escuelas son una de las fuentes de ingresos más importantes de los zoológicos; pero la escuela es, ante todo, la educadora de los niños en valores éticos y de respeto. No avales la existencia de los zoos de tu ciudad programando visitas de tus alumnos a los zoos. Existen muchas otras formas de transmitir a nuestros niños estos valores. ¿Por qué no una visita a un refugio o protectora, donde además los niños puedan ayudar en las tareas del día, alimentando y paseando a los animales? Los pases de documentales en los que se puede observar a los animales en su propio hábitat son otra buena opción: notablemente más respetuosa y responsable, e infinitamente más pedagógica y enriquecedora. ¿Necesitan

los

niños

de

hoy

ver

a

los

animales

en

zoos,

como

en

1752

en

la

Viena

imperial?


¿Vale la pena que para que un niño permanezca tan sólo dos minutos frente a la jaula de un animal, este deba pasar toda una vida de sufrimiento físico y psíquico? La respuesta vuelve a ser un rotundo NO. LA MENTIRA Y LA VERDAD “Los zoos ayudan a conservar especies en peligro de extinción”: FALSO. Los programas de cría en cautividad de especies en peligro de extinción son exclusivamente una fuente de subvenciones para los zoos. Además de esto, hay que tener en cuenta que debemos respetar a todos y cada uno de los animales. Cada animal es un fin en sí mismo, y no un medio para lograr determinados objetivos. Por eso es rechazable encerrar a un animal con el objetivo de que su especie sea perpetuada. “Los zoos trabajan para reintroducir los animales en su medio natural”: FALSO. La mayoría de los animales que malviven en zoos no están afectados por ningún tipo de programa de reintroducción. Sin embargo, de vez en cuando realizan alguna reintroducción como forma de explotar esta acción para atraer más público. No es más que una estrategia de marketing que apunta a un público que no está de acuerdo con ningún tipo de maltrato animal, pero que cae víctima de este engaño publicitario. “Los zoos del estilo ‘safari’ son buenos para los animales”: FALSO. Es incomprensible que animales del Caribe convivan con animales africanos, europeos, sudamericanos… todos expuestos a un mismo clima y hábitat. Si bien en este tipo de zoos los animales cuentan con algunos estándares de semilibertad más favorables que las reducidas dimensiones de sus recintos en otros zoos, deberíamos hacernos otro tipo de cuestionamiento en el que tengamos en cuenta a la víctima y sus intereses, y no a nuestro egoísmo por ver un elefante “de cerca”. La única beneficiada de esta complicada situación es la empresa explotadora del negocio, sea este público o privado. Un zoo es una cárcel donde los presos han cometido el crimen de nacer de otra especie diferente a la nuestra.


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