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ESPIRITUALIDAD MISIONERA

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IGLESIA EN SALIDA

IGLESIA EN SALIDA

La misión y el diálogo interreligioso

Se cuenta en una historia que «le decía un turista a su guía: —Tiene usted razón para sentirse orgulloso de su ciudad. Lo que me ha impresionado especialmente es el número de Iglesias que tiene. Seguramente la gente de aquí debe de amar mucho al señor.— Bueno… replicó cínicamente el guía, tal vez amen al Señor, pero de lo que no hay duda es de que se odian a muerte unos a otros»1. Si algo hemos aprendido de Jesús es que todo resultar mejor encarnado, vivido y un amor desencarnado es aquel que dice amar a Dios, pero no acepta la presencia de su prójimo (cf. 1Jn 4, 20), el mandato misionero de Jesús de «ir a todas la gentes» (cf. Mt 28, 19) implica el movimiento de salir, en principio pensamos en un espacio geográfico, físico, como la materia que ocupa un lugar en el espacio, pero demos una idea distinta, salir de mis ideas, de mi cerrazón y llegar a la comprensión y fraternidad con el otro, los otros.

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1 Anthony de Mello, El canto del pájaro, Trad. Por Jesús García Abril, Sal Terrae, México 1982, 191. A continuación unas ideas sobre el diálogo interreligioso, las cuales nos invitan a reflexionar sobre una situación, a veces muy olvidada en la vida cotidiana: la fraternidad.

¿De quién es Dios? Apertura a la fraternidad universal

El Dialogo pudiéramos entenderlo desde la imagen de un puente que se tiende entre dos, lo cual entabla una relación, la conexión de dos extremos, antes de esa relación hay un abismo, lo contrario al dialogo es la distancia, el abismo, el grito, el lanzamiento de cosas (opiniones), el dialogo es el puente que tendemos y permite que uno vaya al otro extremo y le permita regresar. Aunado a esto con el aspecto interreligioso, planteo la pregunta ¿de quién es Dios? Porque sin dialogo Dios se convierte en una propiedad de algunos, y se pierde la imagen de un Dios de todos.

El Papa Francisco nos dice «una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de

los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes» (EG, 250). En el mismo numeral menciona que el diálogo es necesario para la paz del mundo, que tiene que ver con la conversación de la vida humana, que busca la paz social y la justicia, con compromisos éticos.

El diálogo se convierte en una capacidad de compartir, así como se requieren disposiciones de convicciones, de apertura a la verdad, equilibrio, así también surgen obstáculos como una fe superficial, cuestiones culturales, poca apertura, etc. Aun así la Iglesia anuncia a Cristo resucitado y con la convicción de que es el Espíritu Santo quien lleva acabo la obra, por su inspiración y por amor al mandato del mismo Señor, anima a todo fiel a no desfallecer hasta ver cada día más el sueño de Jesús, estar todos bajo un mismo Padre, y lograr la Fraternidad universal.

Una misión del Espíritu

Se ha hablado mucho sobre el diálogo y se pudiera decir mucho más, sin embargo, a manera de conclusión podemos decir, asimilando que la misión es guiada por el Espíritu Santo, que «el Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial» (RM, 21) El Espíritu del resucitado es quien nos sostiene, quien nos envía a dar testimonio de su amor, porque así como Jesús fue enviado, ahora lo somos nosotros al encuentro de nuestros otros hermanos, no de ser hermanos celosos como el hijo mayor de la parábola del hijo prodigo.

Abrirnos al diálogo con las otras religiones no implica dejar de lado lo que nosotros creemos, las propias convicciones, si no de compartirlas y enriquecernos con los otros. El Evangelio es una invitación, no una imposición, de creer en la fuerza transformadora del evangelio y el misionero debe anunciar la conversión al amor y a la misericordia de Dios, la experiencia de una liberación total hasta la raíz de todo mal, el pecado (Cf. RM, 23).

Por tanto, necesitamos disponer nuestras vidas al Espíritu, porque al igual que los apóstoles en Pentecostés se les infundió la audacia para trasmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza (Cf. RM 24). No se trata de proteger contenidos, sino de compartir nuestro encuentro con el resucitado.

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