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TESTIMONIOS MISIONEROS

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LA VOZ DEL PAPA

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Un mes que se convirtío en diez años

Una corta experiencia, en tierras de misión, dejó su huella en la vida de dos cónyuges italianos. Es la historia de Roberto Filippi y Deborah Salotto, originarios del norte de Italia. Han renunciado a todo para sumergirse en los problemas de los suburbios de Lima, entre los sufrimientos de quienes viven en medio de innumerables dificultades. Perú es un país plagado de profundas desigualdades, con altas tasas de pobreza que desgarran el tejido social. ¿Cómo surgió la decisión? Ellos prefieren hablar de una conversión madurada a lo largo de un camino de crecimiento espiritual como pareja: «¿Es suficiente declararse cristianos para serlo realmente? Nosotros lo éramos de nombre, pero no de hecho, porque las palabras no son suficientes, son necesarios los frutos. Hechos coherentes con el mensaje evangélico»... Estaban en crisis. Empezaron a frecuentar la Comunidad Misionera de Villaregia, en Pordenone, y esto determinó el cambio. «No ha sucedido nada clamoroso», nos dicen, «fuimos dando pequeños pasos hacia nuestros hermanos en dificultad, hasta llegar al encuentro con ellos, porque la evangelización y la promoción humana van de la mano. No solo la fe, sino también las obras. Comprender el Evangelio no puede dejarnos indiferentes».

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Una corta experiencia, en tierras de misión, dejó su huella en la vida de dos cónyuges italianos. Es la historia de Roberto Filippi y Deborah Salotto, originarios del norte de Italia. Han renunciado a todo para sumergirse en los problemas de los suburbios de Lima, entre los sufrimientos de quienes viven en medio de innumerables dificultades. Perú es un país plagado de profundas desigualdades, con altas tasas de pobreza que desgarran el tejido social. ¿Cómo surgió la decisión? Ellos prefieren hablar de una conversión madurada a lo largo de un camino de crecimiento espiritual como pareja: «¿Es suficiente declararse cristianos para serlo realmente? Nosotros lo éramos de nombre, pero no de hecho, porque las palabras no son suficientes, son necesarios los frutos. Hechos coherentes con el mensaje evangélico»... Estaban en crisis. Empezaron a frecuentar la Comunidad Misionera de Villaregia, en Pordenone, y esto determinó el cambio. «No ha sucedido nada clamoroso», nos dicen, «fuimos dando pequeños pasos hacia nuestros hermanos en dificultad, hasta llegar al encuentro con ellos, porque la evangelización y la promoción humana van de la mano. No solo la fe, sino también las obras. Comprender el Evangelio no puede dejarnos indiferentes».

En el 2008 tuvieron la oportunidad de vivir una experiencia de voluntariado en una zona marginal de Lima. El acuerdo era solo un mes, un periodo de trabajo intenso. Pero, el contacto directo con esa realidad de miseria hizo que se extendiera su permanencia:

«Demasiada pobreza para voltear la cara hacia otro lado, demasiado sufrimiento sobre los hombros de los niños. Así que, casi sin darnos cuenta, pasaron diez años». Les cambió la vida. En Italia dejaron a sus seres queridos y un trabajo fijo. Alquilaron su casa. Admitámoslo. Una elección un poco loca, cuando la medimos con el criterio de la seguridad económica. «Probablemente sufrieron un golpe en la cabeza», comentaba la gente más cercana a la pareja. Deborah se ríe y admite: «Nuestros padres han sido buenos. La idea no los emocionaba, pero respetaron nuestra decisión. Los amigos decían que era una locura, pero al vernos felices nos dieron una mano». La serenidad se logra con el equilibrio interior.

Al principio el camino fue todo un reto: aprender el idioma, el contacto con culturas y tradiciones muy diferentes, la falta de comodidad y seguridad, un tejido de relaciones por desarrollar. Los extranjeros éramos nosotros. «Nos sentíamos pequeños», admite Roberto, «dentro de una experiencia que nos superaba. Pero siempre hemos tenido el apoyo de nuestra Comunidad. Era necesario dar un salto. La miseria, rápidamente, nos hizo abrir los ojos dándonos verdaderos y continuos puños al estómago: ver tanta gente obligada a vivir en chozas, sin luz ni agua potable; educación de bajo nivel aunque privada; trabajos precarios y mal remunerados; un sistema sanitario con pocas camas, costoso y no accesible para todos; los problemas que conocemos causados por profundas desigualdades, con tanta gente pobre sucumbiendo ante los golpes de las injusticias sociales. No había punto de comparación con las situaciones más graves que podíamos ver en Italia. Y para nosotros, los derechos humanos tienen un valor universal, no tienen fronteras. Somos hijos del mismo Padre». Así, entraron en el corazón del mensaje evangélico y ya no salieron de él.

Roberto inmediatamente se dedicó al trabajo de mantenimiento de las diversas

instalaciones: centro profesional, jardines de niños, comedores populares, clínica médica. El radio de acción de la parroquia de referencia era de más de 120 mil personas. Después de los primeros pasos, coordinó las actividades de la panadería iniciada por COMIVIS (la organización sin fines de lucro de la Comunidad de Villaregia) que dio la oportunidad a muchos jóvenes de aprender un oficio. Deborah en cambio puso en práctica la experiencia que había adquirido como coordinadora de un asilo de ancianos en Italia. Estuvo a cargo de la organización de los servicios de salud. «El mayor desafío», explica, «era no caer en el asistencialismo, cosa que hace daño a quienes piden ayuda. Una estrategia equilibrada permite afrontar la emergencia con lo que se tiene a disposición, pero luego la persona debe ser acompañada haciéndole entender la necesidad de reconocer sus potencialidades y las de la familia». El objetivo es el mismo que en muchas otras misiones en tierras empobrecidas: dar la caña de pescar a los necesitados, enseñándoles cómo pescar, después cada uno debe madurar su propia autodeterminación.

La experiencia de diez años en Perú había llegado a su fin. «¿Qué decir? Como hijos, explican, también teníamos una responsabilidad con nuestros padres. Los años pasan. Está bien un poco de locura, pero luego es necesario hacer cálculos razonables. La idea era regresar a Italia a una edad que nos permitiera una colocación laboral. Justo en los primeros meses de 2018 se liberó la vivienda, que habíamos alquilado para pagar la hipoteca. También era claro para nosotros que los proyectos en Lima, ahora bien establecidos, podrían continuar con el compromiso de la población local. Fue la luz verde para el regreso a Italia sin ninguna particular crisis de conciencia». Y así Roberto y Deborah regresaron. En su pueblo la solidaridad recompensó su gran corazón: Roberto encontró el trabajo que había dejado, en la misma empresa y con los mismos deberes. Mientras que con la ayuda de familiares y amigos pudieron arreglar lo que hacía falta en la casa. Lo que no ha cambiado es el espíritu preocupado siempre por el prójimo. «Estamos comprometidos a construir el derecho universal a la dignidad humana aquí y en todo lugar», expresan así la continuidad de su camino de voluntariado. Y el trabajo continúa con intensidad y pasión en la comunidad misionera de Villaregia, en Pordenone – Italia.

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